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Dime qué idioma hablas y te diré cómo piensas

Nuevos estudios sugieren que la lengua no sólo expresa nuestras ideas sino que también las
moldea

Por Lera Boroditsky

Los idiomas que hablamos moldean nuestra manera de pensar? ¿Simplemente expresan
nuestros pensamientos, o las estructuras de las lenguas (sin nuestro conocimiento ni
consentimiento) dan forma a los mismos pensamientos que deseamos expresar?

Por ejemplo, en el poema infantil de Rafael Pombo La pobre viejecita, una parte dice: "Nunca
tuvo en qué sentarse…". Esta pequeña frase deja ver cuán diferente es un idioma del otro. En
español e inglés tenemos que indicar el tiempo del verbo. En este caso decimos "tuvo" en lugar
de "tiene". En indonesio no hay necesidad (de hecho, no se puede) cambiar el verbo para
marcar el tiempo.

En ruso se tiene que señalar el tiempo y el género; en turco tendría que incluir en el verbo la
forma en que adquirió la información. Por ejemplo, si vio a la viejecita con sus propios ojos,
usaría una forma de verbo, pero si sólo leyó o escuchó sobre ella, usaría otra forma. La
pregunta es si quienes hablan español, inglés, ruso, indonesio y turco ponen atención,
entienden y recuerdan sus experiencias de forma diferente simplemente porque hablan un
idioma distinto.

Estas preguntas abordan todas


las principales controversias en el
estudio de la mente, con
implicaciones importantes para la
política, las leyes y la religión.
Aun así, hasta hace poco no se
habían hecho muchos trabajos
empíricos al respecto. La idea de
que el idioma puede moldear el
pensamiento fue considerada
por mucho tiempo algo que no se
podía probar y a menudo
simplemente loca y errónea. Ahora, una ola de nuevas investigaciones científicas del
conocimiento muestra que, de hecho, el idioma influye profundamente en cómo vemos el
mundo.

Claro, no sólo porque las personas hablen diferente, piensan diferente. En la última década, los
científicos han empezado a medir no sólo cómo habla la gente, sino cómo piensa, preguntando
si nuestra comprensión de incluso dominios de experiencias fundamentales como espacio,
tiempo y causalidad puede ser construida por el idioma.

Por ejemplo, los lenguajes indígenas en Pormpuraaw, una comunidad remota en Australia, no
tienen términos como "izquierda" o "derecha". En cambio, utilizan los puntos cardinales
absolutos, lo que significa que alguien puede decir "tiene una hormiga en su pierna sudoeste".

Casi un tercio de los idiomas del mundo (unos 7000) depende de direcciones absolutas para
espacio. Como resultado, los que hablan estas lenguas son asombrosamente buenos en
orientarse y ubicarse, incluso en lugares poco familiares. Realizan hazañas de navegación que
los científicos pensaban estaban por encima de las capacidades humanas. Esta es una manera
fundamentalmente distinta de conceptualizar espacio según el idioma.

Las diferencias en la forma en que la gente piensa sobre espacio no terminan allí. Las personas
dependen del conocimiento espacial
para construir muchas otras
representaciones complejas o
abstractas, incluyendo tiempo,
cantidad, tono musical, relaciones
familiares, moralidad y emociones.
Así que si los habitantes de
Pormpuraaw piensan diferente sobre
el espacio, ¿también lo hacen sobre
otras cosas, como el tiempo?

Para descubrirlo, mi colega Alice Gaby y yo viajamos a Pormpuraaw y les dimos a los residentes
un juego de imágenes que mostraba progresiones temporales (por ejemplo, fotos de un
hombre en diferentes edades, o una banana que está siendo comida). Su trabajo era arreglar
en el piso las fotos en el orden temporal correcto. Cada persona repitió el ejercicio desde un
punto cardinal diferente. Cuando se hizo la prueba con personas que hablan inglés, ordenaron
las imágenes de izquierda a derecha. Los que hablan hebreo lo hicieron de derecha a izquierda
(el hebreo se escribe de derecha a izquierda).

En Pormpuraaw, las personas arreglaron las imágenes según el punto cardinal que estaban
mirando. Por ejemplo, si miraban al sur las ordenaron de oriente a occidente (izquierda a
derecha). Cuando miraban hacia el norte, las imágenes quedaron de derecha a izquierda.
Mirando al oriente, las fotos quedaron ordenadas hacia su cuerpo, y así sucesivamente. Nunca
les dijimos hacia qué dirección estaban mirando, pero no sólo ya lo sabían, sino que usaron
espontáneamente esa orientación espacial para construir su representación del tiempo. Y en
los idiomas del mundo existen muchas otras formas de organizar el tiempo. En mandarín, el
futuro puede estar debajo y el pasado arriba. En el aimara, que se habla en los Andes, el futuro
está atrás y el pasado al frente.
Además de espacio y tiempo, los idiomas también configuran cómo entendemos la causalidad.
Por ejemplo, en inglés, los eventos son descritos en términos de agentes haciendo cosas "John
rompió
ompió el florero", incluso para describir accidentes. Los que hablan español o japonés seguro
dirán "se rompió el florero". Diferencias como estas tienen consecuencias profundas en la
forma de entender los hechos, construir nociones de causalidad y agente, en los recuerdos
como testigos y en la forma de culpar y castigar a otros.

Los patrones idiomáticos también configuran muchos otros dominios del pensamiento.
Quienes hablan ruso, que hace una distinción adicional entre el azul claro y el oscuro, tienden a
visualizar mejor los tonos de azul. La tribu Piraha en el Amazonas brasileño, cuya lengua evita
palabras para expresar números a cambio de términos como "poco" o "mucho", no puede
registrar cantidades exactas.

Claro, los idiomas son creaciones humanas,


herramientas
amientas que inventamos y afinamos para
que se ajusten a nuestras necesidades.
Mostrar simplemente que quienes hablan
idiomas diferentes piensan diferente no nos
dice si es el idioma el que moldea el
pensamiento o a la inversa. Para demostrar el
papel causal
sal del idioma, se necesitan estudios
que manipulen directamente el lenguaje y
busquen sus efectos en la cognición.

Uno de los avances clave en años recientes ha sido precisamente la demostración de este
enlace causal. Resulta que si se cambia la forma en qque
ue la gente habla, también cambia cómo
piensa. Si una persona aprende otro idioma, también aprende una forma nueva de ver el
mundo. Cuando alguien bilingüe cambia de un idioma a otro, empieza a pensar diferente. Y si
quita la habilidad de las personas de u
usar
sar el lenguaje en lo que podría ser una tarea simple no
lingüística, su desempeño puede cambiar radicalmente, algunas veces haciendo que parezcan
tan inteligentes como un bebé.

Las nuevas investigaciones indican que los idiomas


idiomas que hablamos no sólo reflejan o expresan
nuestros pensamientos, sino que también configuran las ideas que deseamos expresar. Las
estructuras que existen en nuestros idiomas marcan profundamente la forma en la que
construimos la realidad.

—Lera Boroditskyy es profesora de psicología en la Universidad de Stanford y jefa editorial de la publicación 'Frontiers in Cultural
Psychology'

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