Es lógico pensar que uno va a pensar lo que piensa en función del sistema de
pensamiento que su circunstancia histórica le determina. Uno no puede atribuir una
enfermedad a la infección por un virus si se ignora la existencia de éstos. Pero incluso
cuando éstos ya están patentados, una cierta ideología puede infiltrarse tenaz en la hoy
llamada opinión pública. Véase lo acontecido en los primeros años del sida. Una plaga,
castigo-divino para pecadores sodomitas y drogadictos.
Así pues en las culturas antiguas donde todo cuanto lo que le acontecía al
hombre era por designio de la divinidad de turno, concepción mágico animista poblada de
toda suerte de espíritus o demonios, las enfermedades, y especialmente las psíquicas, eran
resultado de posesiones, hechizos y brujerías.
Cita Potter, hablando de los babilonios, que tal posesión era el castigo por la
violación de cierto tabú, primitiva relación entre locura y trasgresión de la ley que Freud
retomará treinta siglos después. De cualquier forma, dada su naturaleza, el abordaje pasaba
por determinados rituales y conjuros aliñados por ensalmos y otras hierbas.
Y llegamos a los griegos dónde empiezan a plantearse las cosas de otra manera y
no por casualidad. Porque no es casual que el pensamiento racional surja en una cultura que
ha pasado de los tiempos de los tiranos a la democracia de la polis, y sus embajadores
proclamen que no tienen otro amo que la ley, ausente una casta sacerdotal.
Desde ese lugar es que intentan dar cuenta de la naturaleza de las cosas explicándolas como
sujetas a un orden natural que no sobrenatural, pasando del mythos homérico al logos de los
primeros filósofos. Aplicando el pensamiento racional, es decir, aquél sujeto a unas leyes
establecidas por la lógica, se emplean a la búsqueda de la verdad, centrando su mirada tanto
en su alrededor, la physis o materia, como en su interior, la psijé o alma.
También partícipes de ese espíritu actuarán los médicos que consideran la
enfermedad como un trastorno natural y elaborarán una teoría del enfermar en función del
desequilibrio de los humores o fluidos elementales del organismo. Pero dada su disposición
eminentemente práctica, centrada en el abordaje de lo tangible, el campo de las dolencias
psíquicas quedará marginado de su clínica y dejado en manos de la especulación de los
filósofos.
De Sócrates, Platón y Aristóteles a los estoicos grecolatinos, se produce el desarrollo de la
ética que planteará la locura o vesania como un conflicto moral entre las pasiones y la
razón. Veremos como este dualismo entre la concepción organicista y el trastorno
psicógeno reaparece de nuevo en escena en la era moderna y perdura hasta nuestros días.
Hay un paréntesis de más de mil años dónde la Iglesia Católica cambia el
paradigma, del Logos a la Fe, reintroduciendo el concepto de posesión, y el desgraciado
trastornado por el demonio recibirá un tratamiento bifronte, purificando su alma con el
exorcismo, y su cuerpo pecador con la hoguera redentora.
El retorno cultural a los clásicos que supone el Renacimiento, los descubrimientos
técnicos y geográficos (Copérnico, Colón), la fractura en el poder monolítico del papado
que supone la Reforma de Lutero y la revolución científica que culmina en Newton
producen un verdadero terremoto ideológico que deja atrás la cosmovisión medieval y
establece con la modernidad el nuevo paradigma de la razón y la ciencia.
Los locos, dementes, idiotas y demás carne de marginación han sido segregados y
recluidos mayoritariamente en asilos, hospicios y hospitales. Perdida la razón que los haría
humanos, son infrahumanos y como tales son tratados. Los médicos retoman protagonismo.
Descubren el sistema nervioso. Y llegamos a Cullen, neurólogo escocés que en 1777 acuña
el término neurosis para referirse a aquellas afecciones del S.N. sin fiebre ni lesiones
localizadas. La Ilustración, la revolución francesa, un nuevo humanismo ilustrado que
reconoce los derechos del individuo alumbran la llegada de los médicos filósofos como
Pinel que estrenando el nuevo siglo librará de las cadenas a los alienados y propondrá una
nueva concepción de abordar la locura, el alienismo o medicina alienista, porque “el loco
está alienado, enajenado de si mismo”, pasando a denominar a la folie, término vulgar para
referirse a la locura, alienation.
Estábamos con Pinel(1800). Estudia las Neurosis de Cullen que distingue cuatro
grupos de dolencias:
Espasmos (Histeria y epilepsia)
Comas (apoplejía)
Adinamias locales
Vesanias: Manía
Melancolía
Demencia
Idiotismo
La Alienación Mental es un proceso morboso único de manifestaciones variadas que
siguen un orden gradual. La manía será la locura por excelencia, con agitación y furor. Lo
propio de la melancolía es el delirio, siendo demencia e idiotismo los estadios terminales
deficitarios. Se corresponden bastante con las actuales psicosis, término que introdujo el
psiquista alemán Von Feuchtersleben en 1845.
El tratamiento moral que propone Pinel lo toma de su lectura de los estoicos que
entienden la locura como un desequilibrio entre la razón y las pasiones, un desarreglo
moral. Así el objetivo será moderar las pasiones y acabar con el delirio a través del buen
trato y la persuasión. Se le da la palabra al interno, se le escucha, en la creencia de que allí
en donde se manifiesta su sinrazón reside las claves de su cura. (Foulkes 44). La causa de la
alienación es una decisión equivocada por lo que la responsabilidad del sujeto está
implicada en su causa y dada la convicción de que en el alienado siempre queda un resto de
razón, en buena lógica en él alberga la posibilidad de restaurarla mediante el tratamiento
adecuado.
La escuela alemana
Al otro lado del Rin la psiquiatría alemana mantenía dos posiciones abiertamente
enfrentadas, los Psychiker y los Somatiker. Los primeros, de espíritu romántico, sostenían
una causalidad psíquica, destacando entre ellos Heinroth. Del lado de los somatistas brilla
la figura de Griesinger que en 1845 proclama categórico que las enfermedades mentales
son enfermedades del cerebro. Es también defensor del modelo de la psicosis unitaria, con
un patrón que cursa en el inicio con trastornos afectivos (melancolía o manía), seguido de
delirio sistematizado y concluye con alguna forma de demencia. Este patrón procesual no
encaja con la Paranoia, la vieja monomanía pineliana, que deja en evidencia el forzamiento
de la enfermedad mental como una enfermedad natural más.
Llama la atención la deriva respecto a la supuesta etiología que formula en las distintas
ediciones: Desde una afección metabólica a una enfermedad cerebral de naturaleza
imprecisa, acabando recalando en el oscuro amparo de lo endógeno. Resulta muy atrevido
pretender afianzar la concepción de la locura como enfermedad mental, sin aclarar en
absoluto una cuestión clave como es la etiología.