Los Adolescentes son muy sensibles a la sociedad que los rodea: a sus reglas no escritas,
sus valores, sus tensiones políticas y económicas. Trazan planes y se hacen expectativas
respecto de su futuro, las cuales dependen en parte del ambiente cultural e histórico en el
que viven. Por ejemplo, los adolescentes cuya niñez transcurre en un periodo de expansión
económica, cuando abunda el empleo y el ingreso familiar es elevado, esperan encontrar
condiciones similares cuando entran en el mercado laboral. Confían en que su nivel de vida
sea al menos semejante al de sus padres y no estarán preparados para aceptar uno más
bajo, en caso de que las condiciones económicas empeoren cuando inicien la adultez
(Greene, 1990).
Las condiciones económicas y culturales pueden hacer de la adolescencia un preludio
brutalmente corto de la independencia o prolongar la dependencia de la familia. Así, en la
Irlanda del siglo XIX, la mala cosecha de papas ocasionó hambrunas que dieron lugar a
pobreza y sufrimiento en toda la población. Los jóvenes permanecieron en el hogar paterno
porque debían trabajar y ayudar a la supervivencia de su familia, lo que retrasó su transición
a la independencia como adultos. En cambio, en Estados Unidos, la Gran Depresión de la
década de 1930 impuso responsabilidades imprevistas a los jóvenes: los adolescentes
debían crecer lo más rápido posible. Muchos de ellos asumieron obligaciones de adultos y
entraron en el mercado laboral antes de lo que lo hubieran hecho en condiciones normales.