Albert Camus
PERSONAJES
Marta María
La Madre Jan
El Viejo Criado
ACTO I
MEDIODÍA. LA SALA COMÚN DEL ALBERGUE. ES LIMPIA Y CLARA. TODO ESTA EN
ORDEN.
ESCENA I
LA MADRE: Volverá.
LA MADRE: Sí.
MARTA: ¿Solo?
LA MADRE: No lo sé.
MARTA: Eso está bien. Aunque no es frecuente que un hombre rico viaje solo. Y eso hace
las cosas más difíciles. Como únicamente nos interesan los hombres que sean ricos y viajen
solos, a veces tenemos que esperar mucho tiempo.
LA MADRE: No te quejes, Marta. Los pocos ricos que vienen nos dan bastante trabajo.
SILENCIO
MARTA: Madre. No es usted tan vieja como para llegar a ese extremo. Tenemos cosas
mejores que hacer. Todavía.
LA MADRE: Eres dura Marta. Rígida. No es propio de tu edad. A tus años lo natural es
pensar en divertirse.
LA MADRE: Quizá. (PAUSA) Pero tú sabes que en todo caso los actos no me dan miedo.
Solo quise decir, que me gustaría que sonrieras alguna vez.
MARTA: Lo hago.
MARTA: Porque sonrío para mí, cuando estoy sola. ¡Madre! Cuando tengamos mucho
dinero y podamos irnos de esta tierra sin horizonte, cuando dejemos atrás esta casa y este
país de sombra, el día en que por fin estemos frente al mar, con el que tanto he soñado, ese
día madre, me verá usted sonreír. Pero hace falta mucho dinero para vivir libre frente al mar.
Por eso no hay que tener miedo a las palabras. Por eso debemos atender a nuestro viajero.
Porque, si es lo suficientemente rico, quizá con el empiece nuestra libertad.
LA MADRE: No lo sé. No veo muy bien y no quise fijarme. Es mejor no mirarlos. Es más fácil
matar cuando no se conoce. (PAUSA) Alégrate; ya no me asustan las palabras.
MARTA: Así esta mejor. Hay que llamar las cosas por su nombre. Un crimen es un crimen,
Y hay que ser conscientes que lo es cuando escogemos a nuestras víctimas. Usted lo era,
puesto que ha pensado en matarlo cuando hablaba con el.
LA MADRE: Sí. La costumbre empieza con el segundo crimen. Con el primero no empieza
nada; por el contrario, algo acaba. Sí, ha sido la costumbre la que me ha confirmado que
ese hombre era una victima.
MARTA: ¡Nos marcharemos! Anímese, madre, ya queda poco que hacer. Es muy sencillo.
Se beberá el té, se dormirá, y lo llevaremos al río, vivo todavía. Mucho tiempo después lo
encontrarán pegado a la represa, junto a otros que no habrán tenido su misma suerte. Que
se abran arrojado al gua con los ojos abiertos. Usted misma me lo dijo, madre, cuando
limpiaron el embalse: Los nuestros son los que menos han sufrido: la vida es más cruel que
nosotras. Anímese, usted encontrará el descanso y yo veré, por fin, lo que siempre he
soñado.
LA MADRE: Sí, voy a animarme. Es verdad, que a veces me consuelo pensando que los
nuestros no sufren. Casi ni es un crimen. Y también es verdad que la vida es más cruel que
nosotras. Quizá por eso me cuesta sentirme culpable. Solo me siento cansada.
MARTA: Sí. Es verdad. La última vez, nos fatigamos mucho bajando las escaleras. (Pausa)
Madre, ¿es cierto que allá, la arena de la playa hace quemaduras en los pies?
LA MADRE: Tampoco la conozco, ya lo sabes. Pero me han dicho que el sol lo devora todo.
MARTA: He leído en un libro que devora hasta las almas y hace resplandecer los cuerpos,
pero los vacía por dentro.
MARTA: Sí, porque estoy harta de andar con el alma a cuestas y deseo descubrir esa tierra
donde el sol acaba con todas las preguntas. Aquí, no estoy en mi casa.
LA MADRE: Pero antes, tenemos mucho que hacer. Si todo sale bien, me iré contigo.
Aunque yo ya no espero encontrar una casa para mi descanso., a veces pienso que debiera
contentarme con esta, amueblada con mis recuerdos y donde alguna vez logro dormirme,
aunque no consiga encontrar el olvido. (SE LEVANTA Y SE DIRIGE A LA PUERTA) Tenlo
todo preparado, Marta. (PAUSA) Si es que en realidad vale la pena.
ESCENA II
ESCENA III
3
ENTRA MARÍA. JAN SE VUELVE HACIA ELLA.
EL SE APARTA. PAUSA.
JAN: Sí, fue aquí. Salí por esa puerta hace veinte años. Mi hermana era una niña. Estaba
jugando en aquel rincón. Mi madre no se acercó a besarme. Entonces pensé que daba
igual.
MARÍA: Jan, no puedo creer que antes no te hayan reconocido. Una madre siempre
reconoce a su hijo.
JAN: Sí, pero veinte años de separación cambian mucho las cosas. Desde que me fui, la
vida ha continuado. Mi madre ha envejecido, seguramente ve mal. También a mi me ha
costado reconocerla.
JAN: No. No se parece. Me han recibido sin decir una sola palabra. Me miraban, pero no me
veían.
MARÍA: Bastaba con hablar. Si hubieras dicho: “Soy yo”, todo hubiera sido distinto.
JAN: Pero yo estaba lleno de ilusiones. Esperaba algo así como la escena del hijo pródigo.
MARÍA: Es absurdo agarrarse a una idea, cuando con una sola palabra es suficiente.
JAN: No es una idea, sino la lógica de las cosas. Yo confío en esa lógica. Por otra parte, no
tengo tanta prisa. He venido a traer mi fortuna y un poco de felicidad, si es que puedo. Al
enterarme de la muerte de mi padre, comprendí que tenía obligaciones para con ellas... y
ahora hago, simplemente lo que debo. Aunque empiezo a comprender que volver a casa no
es tan fácil como se dice, y que se necesita tiempo para que un extraño se convierta en hijo.
MARÍA: Pero ¿por qué no anunciaste tu llegada? Si quieres que te reconozcan, di quién
eres. ¿En una casa donde te presentas como un extraño, porque no han de tratarte como
tal?
JAN: Por favor, María, no te preocupes, es mucho mejor así. Aprovecharé para observarlas;
para enterarme de lo que pueda hacerlas felices. Después inventaré el modo de que me
reconozcan... Sólo basta encontrar las palabras.
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MARÍA: No hay más que una forma, dejar hablar al corazón.
MARÍA: Pero se sirve de palabras sencillas. Es tan difícil decir: “Soy su hijo, ésta es mi
esposa. He vivido con ella en una tierra que amamos, frente al sol, al mar. Pero no era
bastante dichoso y ahora las necesito”.
JAN: Yo no las necesito, María, pero pienso que ellas pueden necesitarme. Un hombre
nunca esta solo.
MARÍA: Tal vez tengas razón, perdóname. Pero desde que he llegado a este país desconfío
de todo. Es tan triste. ¿por qué me sacaste de mi tierra? Vámonos, Jan, aquí no
encontraremos la felicidad.
JAN: Porque la felicidad no lo es todo; un hombre tiene deberes que cumplir. El mío es
hallar una madre y una patria. Vienen. María, por favor márchate.
JAN: No lo está. Te habrá visto. Vete ahora María, por favor. Si me preguntan diré que eras
una extraña que venia preguntando su camino.
MARÍA: Jan, hace cinco años que estamos casados. (BAJANDO LA CABEZA): Y será la
primera noche que no pasemos juntos. (EL SE CALLA; MARÍA LO MIRA DE NUEVO)
Siempre lo he querido todo en ti, aun lo que no comprendía. Pero aquí; esa cama desierta a
la que me mandas me asusta. Jan, tengo miedo de que me abandones.
MARIA: Si no dudo. Pero está tu amor y también están tus sueños, o tus obligaciones, que
son lo mismo. Te me escapas tantas veces. Es como si descansaras de mí. Pero yo no
puedo descansar de ti, y esta noche (SE ARROJA EN SUS BRAZOS LLORANDO), esta
noche no podré soportarla.
JAN (ESTRECHÁNDOLA CONTRA SI): María, por favor. Eso son niñerías.
MARIA: Claro que son niñerías. Pero éramos tan felices allá. Yo no tengo la culpa de que
me asusten las noches sin ti. No quiero que me dejes sola.
MARÍA: Tienes otra palabra que mantener. La que me diste a mi cuando juraste vivir
conmigo.
JAN: Puedo ser leal a las dos. Ayúdame por favor. No es un capricho. Solo una noche para
tratar de orientarme; para conocer mejor a los que quiero y de aprender a hacerlos
dichosos.
MARÍA: Los hombres nunca saben cómo hay que querer. Nada los satisface. Solo saben
soñar, idear nuevas obligaciones, buscar nuevos países, nuevos hogares. En cambio,
nosotras sabemos que hay que amar de prisa, compartir una cama, cogerse de la mano,
temer una ausencia. Cuando se ama, no se puede soñar con otra cosa.
JAN: Estas exagerando. Sólo quiero encontrar a mi madre, ayudarla y hacerla feliz. Y mis
sueños y mis obligaciones debes aceptarlos tal como son. Sin ellos yo no sería nada. Ni tu
me querrías tanto si no los tuviera.
MARÍA: Pero porque no les dices quien eres. Tu silencio no puede ser bueno.
JAN: Si lo es. Puesto que con el sabre si tengo o no tengo razón para soñar.
MARÍA: Ojalá la tengas. Mi único sueño, es aquella tierra en la que éramos felices. Y mi
única obligación eres tú.
JAN (ATRAYÉNDOLA HACIA SI): Déjame seguir. Terminaré por encontrar las palabras que
lo arreglaran todo.
ESCENA IV
JAN: No era una queja. Quise decir que, no se parece a los demás. ¿Es mudo?
MARTA: Lo que pasa es que oye mal, simplemente. Me puede decir su nombre y apellido.
MARTA: ¿Karl?
JAN: Si.
MARTA: ¿Profesión?
JAN: No Tengo.
MARTA: Hay que ser muy pobre, o muy rico para vivir sin trabajar.
JAN (SONRIE): No soy muy pobre, y me alegro de ello, por muchos motivos.
JAN: Naturalmente.
JAN: Bohemia.
JAN: No, vengo del sur. (ELLA PARECE NO ENTENDER) Del otro lado del mar.
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MARTA: ¿Piensa establecerse aquí?
MARTA: No es necesario. (CON SÚBITA DUREZA): ¡Ah, me olvidaba! ¿Tiene usted familia?
MARTA: No lo había visto. No estoy aquí para mirarle las manos, sino para llenar la ficha.
¿Le acompaña su esposa?
MARTA: Ah, perfecto. (CIERRA EL LIBRO) ¿Quiere usted tomar algo mientras le arreglan el
cuarto?
MARTA: ¿Por qué habría de molestarme? Esta sala es para recibir a los clientes.
JAN: Sí, pero un cliente solo a veces resulta más molesto que muchos.
MARTA (QUE ORDENA LA HABITACION): ¿Por qué? Usted parece ser un hombre
educado. Por lo demás, esta es una posada tranquila. Pronto se dará cuenta. No viene casi
nadie.
JAN: Pero... (TITUBEA) La vida, a veces, no resultara muy alegre para ustedes. ¿No se
sienten muy solas?
JAN: Perdóneme. Sólo quise demostrar mi simpatía sin intención de molestarla. Por un
momento tuve la sensación de que no éramos del todo extraños el uno para el otro.
MARTA: No se preocupe. Otros han intentado hablarme igual que usted. Solo que a mi, me
gustan las situaciones claras. Odio las ambigüedades.
JAN: Es usted franca, desde luego. Sera mejor que me calle, por ahora.
MARTA: Nada le impide emplear el lenguaje habitual. El que utilizan los demás clientes.
MARTA: Pues, suelen hablarnos de todo: de sus viajes, de sus proyectos, de política. Lo
único que pedimos es que no se nos hagan preguntas. Escuchamos y todo queda en orden.
En el fondo nos pagan por escuchar. Pero, obviamente, en el precio no van incluidas las
respuestas. Espero que todo haya quedado completamente claro entre los dos.
ENTRA LA MADRE.
ESCENA V
MARTA: Sí.
LA MADRE: ¿Puedo verla? (A JAN) Usted perdone, señor, pero la policía es rigurosa.
Fíjese, por ejemplo: a mi hija se le ha olvidado anotar la razón de su visita.
JAN: Turismo. Quise ver de nuevo esta región que conocí hace ya un buen tiempo y de la
que tengo muy buen recuerdo.
JAN: No lo sé. En realidad, nunca se sabe las raíces que uno pueda echar en un lugar.
JAN: Comprendo sus palabras, señora; Esta usted cansada. Pero quizá todo sería distinto si
no le hubiera faltado la ayuda de un hombre.
LA MADRE: La tuve, hace tiempo, pero había tanto que hacer, que casi ni me daba cuenta.
Apenas nos bastábamos mi marido y yo. No nos quedaba tiempo para pensar en nosotros, y
creo que, antes de su muerte, ya le había olvidado.
JAN: Pero... (CON UNA PAUSA DE VACILACIÓN) Si tuviese usted un hijo quizá no lo
olvidaría.
LA MADRE: ¡Un hijo! ¡soy una mujer demasiado vieja! Las ancianas se olvidan hasta de
amar a sus hijos. El corazón se gasta, poco a poco.
MARTA (INTERPONIÉNDOSE ENTRE ELLOS Y CON DECISIÓN): Un hijo que entrara aquí
encontraría lo mismo que cualquier otro cliente. No nos gustan los sentimentalismos. Hace
más difícil el trabajo.
JAN (REFLEXIONANDO): Su hija tiene razón, quizá soy un poco sentimental. Desearía
quedarme una temporada en este hotel. Soy un hombre rico. Si quieren puedo pagarles por
adelantado.
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MARTA: Algunos, mucho tiempo. Hicimos todo lo necesario para que se quedaran. Otros
que eran menos ricos, se marcharon al día siguiente. No hicimos nada por ellos.
JAN: Tengo bastante dinero y quiero quedarme algún tiempo en aquí, si ustedes me
aceptan. Puedo pagar por adelantado si es que lo necesitan.
LA MADRE: No es necesario.
MARTA: Si tiene bastante dinero para pagar, está bien que se quede. Pero no nos hable de
sus sentimientos. Demasiados años grises han pasado por esta tierra, los cuales poco a
poco han enfriado esta casa. Nos han quitado la simpatía. Esta es la llave de su cuarto (SE
LA TIENDE) y no lo olvide: lo recibimos por simple interés.
LA MADRE: No le haga mucho caso, señor. Hay temas que nunca ha podido soportar. (SE
LEVANTA Y ÉL QUIERE AYUDARLA) Deje, hijo, no estoy inválida. Mire mis manos: fuertes
todavía. Podría sostener las piernas de un hombre. (PAUSA. ÉL MIRA LA LLAVE) ¿Está
pensando en mis palabras?
LA MADRE: No debí hablarle de mis manos. Si las hubiera mirado, tal vez habría
comprendido lo que ocultaban las palabras de Marta. ¿Por qué se empeñará tanto en morir
este hombre?, cuando yo tengo tan pocas ganas de volver a matar. Cuanto desearía que se
marchara, para acostarme y dormir. ¡Demasiado vieja! Soy demasiado vieja para apretar
mis manos alrededor de sus tobillos y sentir el peso de su cuerpo, hasta llegar al río. Soy
demasiado vieja para ese último esfuerzo, para arrojarlo al agua, me quedaran los brazos
colgando, la respiración entrecortada y lo músculos endurecidos, sin fuerzas para secarme
el agua que me habrá salpicado en la cara. Soy demasiado vieja.
MARTA ENTRA
LA MADRE: Estaba pensando en ese hombre. O mejor dicho, estaba pensando en mí.
MARTA: No vale pensar. Usted misma lo dijo: es más fácil matar lo que no se conoce.
LA MADRE: Sé que tienes razón ¿Pero por qué ha de enviarnos el destino una víctima tan
inocente?
MARTA: El destino no tiene nada que ver en todo esto. Y no se fie de su inocencia, abusa
de ella. Los verdugos no pueden detenerse a escuchar a los condenados. No es un buen
principio. Cuando tenga que ocuparme de él, pondré algo de la rabia que siento frente a la
estupidez de los hombres.
LA MADRE: Algo ha pasado Marta. Antes escuchábamos sin rabia y sin compasión.
Indiferentes, como debe ser. Ahora yo me siento cansada y tú irritada. ¿Por qué seguimos
Marta, solo por un poco más de dinero?
MARTA: No, no es el dinero. Por olvidarnos de esta tierra para tener una casa frente al mar.
Usted está cansada y solo quiere cerrar los ojos y olvidar. Pero yo, conservo vivas las
ilusiones de mis veinte años. Necesito que se realicen. Y usted debe ayudarme, usted que
me hizo nacer en este país de sombras y sin sol.
LA MADRE: Preferiría que me hubieras olvidado como lo hizo tu hermano, a que me acuses
como lo haces ahora.
MARTA: Lo siento. No quería acusarla. (PAUSA; LUEGO, HOSCA) ¿Qué seria de mi sin
usted?
LA MADRE: Eres una buena hija. Supongo que, a veces, una vieja como yo, no es fácil de
atender. Marta. Marta, quería decirte algo. Marta, esta noche, no.
MARTA: ¿Por qué esperar a mañana? Nunca hemos actuado asi, debemos evitar que le
vean, no hay tiempo que perder.
LA MADRE: Lo sé. Pero esta noche, no. Concedámosle esta noche. Quien sabe si nos
salvaremos por el.
MARTA: Salvarse. ¿Qué significa eso? Es ridículo. Tenemos que ganarnos el derecho a
dormir, después del trabajo de esta noche.
MARTA: En nuestras manos la tenemos. Madre, no debemos dudar. Será esta noche o no
será.
TELON.
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ACTO II
ESCENA I
EL CUARTO. LA OSCURIDAD COMIENZA A INVADIR LA HABITACIÓN. JAN MIRA POR
LA VENTANA. ENTRA MARIA.
MARTA: ¿Que le ocurre? Porque no procura comportarse como todos los demás.
JAN: Esta limpia y con eso basta. Han hecho reformas últimamente, ¿verdad?
MARTA: Algunos clientes se quejan por no tener agua corriente y tienen razón. También
queremos instalar una lámpara cerca a la cabecera de la cama, para los que tienen
costumbre de leer.
JAN: ¿Puedo decirle algo? Es usted muy extraña. Se empeña en resaltar los defectos del
hotel. Parece que tratara de convencerme de que me marche.
MARTA: No he pensado nada de eso. (TOMANDO UNA DECISIÓN) Pero lo cierto es que
mi madre y yo hemos dudado mucho antes de recibirlo.
MARTA: Al contrario. Tiene usted todo el aire de un hombre inocente. Es solo que,
pensábamos rehacer la casa. Y queríamos cerrarla para iniciar los preparativos.
JAN: No quisiera ser un estorbo para ustedes, pero me gustaría quedarme uno o dos días
más. Tengo que ordenar unos asuntos antes de proseguir mi viaje y creo que aquí puedo
encontrar la tranquilidad que necesito.
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MARTA: Lo comprendo. Lo pensare. (PAUSA. ELLA DA UN PASO INDECISO HACIA LA
PUERTA) ¿Piensa usted regresar a su pais?
MARTA: Me han dicho, que por aquellas tierras, hay playas totalmente desiertas.
JAN: Las hay. Al amanecer se ven en la arena las huellas de los pájaros. En cuanto a las
noches… (SE INTERRUMPE)
MARTA (CON NUEVO ACENTO): Pienso en él a menudo. Algunos viajeros me han hablado
de ese país y he leído mucho sobre él. Hoy, pienso en el mar y en sus flores. (PAUSA,
LUEGO SORDAMENTE) Nosotros no tenemos primavera.
JAN: En mi país, la primavera nace de pronto. Miles de flores estallan sobre las tapias
blancas. Si se pasea usted una hora por las colinas que rodean la ciudad, le queda en la
ropa el olor a miel de las rosas amarillas.
MARTA: Es maravilloso. Lo que aquí llamamos primavera se reduce a una rosa y dos
capullos que acaban de brotar en el jardín del claustro. (CON DESPRECIO) Eso basta para
conmover a los hombres de mi país. Pero sus almas son avaras como esa rosa. Un soplo
más poderoso las marchitaría; tienen la primavera que se merecen.
JAN: Es, como la primavera, todas las hojas son como flores. (LA MIRA CON
INSISTENCIA) Tal vez ocurra lo mismo con las almas; podrian florecer si usted tuviera la
paciencia de ayudarlas.
MARTA: Se me ha agotado la paciencia para este lugar que tiene los otoños con cara de
primavera y las primaveras que huelen a miseria. Pero imagino con deleite ese otro país
donde el verano lo aplasta todo, donde las lluvias de invierno inundan las ciudades, y las
cosas son lo que son. (SILENCIO. ÉL LA MIRA CADA VEZ CON MÁS CURIOSIDAD.
MARTA LO ADVIERTE Y SE LEVANTA BRUSCAMENTE) ¿Por qué me mira así?
JAN: Discúlpeme, pero me parece que por primera vez, me habla como a un ser humano.
MARTA (CON VIOLENCIA): Se equivoca usted. Y aunque así fuera daría lo mismo. No es
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esa forma de lo humano lo que me importa. Para mi lo humano es todo lo que deseo, y para
obtenerlo, pasaría por encima de todo.
MARTA: No tiene ningún motivo para oponerse. Pero tampoco los tiene para favorecerlos.
MARTA: Y lo es. Sin embargo, le agradezco que me haya hablado usted de su país y le pido
disculpas por el tiempo que le he hecho perder. (YA ESTA CERCA DE LA PUERTA) Yo en
cambio no lo he perdido. Sus palabras han despertado en mí deseos que tal vez estuvieron
dormidos. Si es cierto que le interesaba quedarse aquí, lo ha conseguido. Al principio yo
estaba dispuesta a pedirle que se marchara, pero ya ve, ha apelado usted a lo que me
quedaba a mí de humano y ahora prefiero que se quede. Siento más fuerte que nunca mi
amor al mar y al sol.
JAN (LENTAMENTE): Sus palabras son muy extrañas. Me quedaré si su madre no tiene
inconveniente.
MARTA: Los deseos de mi madre son menos fuertes que los míos, es natural. Por lo tanto,
no tiene los mismos motivos que yo para desear que usted se quede.
JAN: Si, comprendo bien. Una de ustedes me admite por interés y la otra por indiferencia.
ESCENA II
JAN (MIRANDO HACIA LA PUERTA): Que habitación más fría. (SE DIRIGE A LA CAMA Y
SE SIENTA) No reconozco nada, todo lo han renovado. Ahora es como uno de esos cuartos
de hotel, todos iguales. Se está nublando. Tengo miedo. No debí quedarme. Y María,
porque deje que se marchara. Tengo miedo a la soledad eterna. A que no existan
respuestas. (SE HA ACERCADO A LA CAMPANILLA. VACILA; LUEGO LLAMA. NO SE
OYE NADA. DESPUÉS DE UN SILENCIO, PASOS. SE OYE UN GOLPE. LA PUERTA SE
ABRE. EN EL MARCO APARECE EL VIEJO CRIADO. PERMANECE INMÓVIL Y
SILENCIOSO) No es nada. Discúlpeme. Solo quería saber si el timbre funciona.
MARTA: ¿En serio? El viejo habrá oído mal. Muchas veces entiende a medias. Pero ya que
el té está servido, supongo que lo tomará. (DEJA LA BANDEJA SOBRE LA MESA. JAN
HACE UN ADEMAN.) No se le cargará en la cuenta.
ESCENA V
JAN: Porque no puedo decirle quien soy. Y porque ella en cambio habla tan claramente. ¡Es
más fácil encontrar las palabras que separan que las que unen! (TOMA LA TAZA Y LA
SOSTIENE UN MOMENTO EN SILENCIO. LUEGO SORDAMENTE, BEBE. LA PUERTA
SE ABRE. ENTRA LA MADRE.)
LA MADRE (CON UNA ESPECIE DE CANSANCIO): Hubiera sido preferible que… En fin, lo
haya bebido o no, no tiene tanta importancia.
JAN (SORPRENDIDO): Lo lamento mucho, créame, pero su hija quiso dejármelo a pesar de
todo, y no creí…
JAN: ¡Señora!
LA MADRE: Diga…
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JAN: Perdon. Acabo de tomar una decisión: creo que me marcharé esta noche después de
cenar.
JAN: Sin embargo, quiero decirle que estoy muy agradecido por haberme acogido como lo
hizo, pues me pareció sentir en usted cierto afecto.
LA MADRE: ¿Afecto?
JAN (CON EMOCIÓN CONTENIDA): Me gustaría que conservara usted un buen recuerdo
mío. Quizá vuelva en otro momento y nos alegremos al vernos. Pero ahora me parece que
me he equivocado y que nada tengo que hacer aquí. No se como explicárselo. Esta no es
mi casa.
JAN: Me resistía a admitirlo. No es fácil volver a un sitio que se ha dejado hace tantos años.
Da igual.
JAN: Por supuesto. No tengo nada que reprocharles. La culpa es mía, supongo. Estoy algo
desorientado.
JAN (DESALENTADO): Tiene usted razón. (PAUSA) Puedo ofrecerles una indemnización.
(SE PASA LA MANO POR LA FRENTE. PARECE MÁS FATIGADO. HABLA CON MENOS
FACILIDAD) Quizá hayan hecho preparativos o se hayan metido en gastos, y es muy
natural…
LA MADRE: No hemos hecho más preparativos que los normales. No tiene sentido pedirle
una indemnización.
JAN (SE APOYA EN LA MESA): Me gustaría que no les quedara un mal recuerdo mio. Si
vuelvo algún día, todo será distinto. (ELLA SE DIRIGE SIN UNA PALABRA HACIA LA
PUERTA) ¡Señora! (LA MUJER SE VUELVE. ÉL HABLA PENOSAMENTE, PERO
TERMINA CON MÁS FACILIDAD QUE AL PRINCIPIO) Quisiera… (SE DETIENE) …
Disculpe, pero el viaje me ha cansado. (SE SIENTA EN LA CAMA) Quiero que sepa que no
me como un huésped cualquiera.
ESCENA VII
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JAN: Las cosas deben de ser sencillas. Maria tiene razón. Mañana, volveré aquí con ella y
les diré: “Soy yo”. (SUSPIRA, SE RECUESTA) ¡Ay!, no me gusta esta noche en la que todo
está tan lejos. (SE HA ACOSTADO DEL TODO, DICE PALABRAS INAUDIBLES, CON VOZ
QUE APENAS SE OYE) ¿Sí o no?
ACTO III
ESCENA I
LA MADRE: Sí. Supongo que mañana me alegrare al saber que ya todo ha terminado.
Ahora sólo siento sueño y el corazón seco.
LA MADRE: Ahora me siento tan vieja que no puedo compartir contigo esa alegría. Espero
que mañana todo vaya mejor.
MARTA: Sí, todo ira mejor, estoy segura. Soy de nuevo la misma que antes fui. Mi cuerpo
ha recobrado su calor. Tengo ganas de correr. Dígame una cosa madre… (SE DETIENE)
MARTA: Ha sido todo tan sencillo. Que creo que ahora podre ser feliz.
LA MADRE: Es bueno comprobar que nuestros esfuerzos han servido para algo. Me gusta
verte asi. Plena. Voy a acostarme Marta, estoy cansada.
MARTA: ¡El cansancio no debe importarle madre! Hoy es un gran día. LA MADRE SALE. AL
VIEJO Busca el pasaporte, se nos debió caer al bajarlo.
EL VIEJO BARRE DEBAJO DE UNA MESA, SACA EL PASAPORTE DEL HIJO, LO ABRE,
LO EXAMINA Y LO TIENDE, ABIERTO, A MARTA.
MARTA: No lo necesito. Guárdalo. Lo quemaremos con todo lo demas. (EL VIEJO SIGUE
TENDIENDO EL PASAPORTE. MARTA LO TOMA.) ¿Qué pasa?
MARTA: Ven.
MARTA: ¡Lea!
LA MADRE: (CON VOZ NEUTRA) Estaba segura de que algún día las cosas ocurrirían así y
tendríamos que terminar.
LA MADRE: (EN EL MISMO TONO) Calla, Marta, ya he vivido bastante. He vivido más que
mi hijo. Eso no es normal. Ahora debo reunirme con él, en ese rio.
LA MADRE: Has sido una buena hija, me has respetado, pero esto es el final Marta. He
vuelto a encontrar el dolor. Ya ves, yo que me creía tan indiferente. No puedo aceptarlo.
Cuando una madre no es capaz de reconocer a su hijo, es que su mision en la tierra ha
terminado.
MARTA: No, cuando esta por lograrse la felicidad de una hija. No comprende usted madre,
no comprende que destruye usted todas mis esperanzas. No puede usted hablarme asi. Fue
usted quien me enseñó a no creer en nada.
LA MADRE: (CON LA MISMA VOZ INDIFERENTE) Eso prueba que en un mundo donde
todo puede negarse, existen fuerzas innegables, y que en esta tierra donde nada es seguro,
hay algo que todavía es cierto. (CON AMARGURA.) El amor de una madre a su hijo es
ahora mi certeza.
LA MADRE: No quiero herirte, Marta, pero no es lo mismo. No es tan fuerte. ¿Cómo podria
prescindir ahora del amor de mi hijo?
MARTA: (ESTALLANDO) ¡Un amor que la tuvo olvidada durante veinte años!
LA MADRE: Un amor tan hermoso, que permanece después de veinte años. ¡Tan hermoso,
que ya no podría prescindir de él. (SE LEVANTA)
MARTA: Pero como puede hablar asi, sin un asomo de rebeldía. ¡Sin acordarse de mi!.
MARTA: Me repugna esa forma de hablar; como pueden mencionarse las palabras crimen y
castigo.
LA MADRE: Las cosas que viví de ese modo, las viví por costumbre: no hay diferencia con
la muerte. Ha bastado el dolor para transformarlo todo. Eso es, justamente, lo que mi hijo
vino a cambiar. (MARTA INTENTA HABLAR) Lo sé, Marta, no es razonable. ¿Qué es el
dolor para un criminal? Tampoco puedo decir que es un verdadero dolor, puesto que no he
gritado. No es más que el sufrimiento de saber que el amor existe, y que es más fuerte que
yo. Aunque ese sufrimiento, tampoco tenga sentido. Este mundo no es razonable. Bien
puedo decirlo yo, que lo he probado todo, desde la creación hasta la destrucción. (SE
DIRIGE DECIDIDA HACIA LA PUERTA, PERO MARTA SE LE ADELANTA Y LE CIERRA
EL PASO)
LA MADRE: No puedo creerlo Marta. Nadie es del todo criminal. Pero ya no importa que lo
digas, si eso te consuela. Ya nada importa. Todo ha terminado, y no puedo hacer nada.
ESCENA II
MARTA: ¡No! Hasta mi madre me rechaza. Mi hermano consiguió lo que quería. Yo voy a
quedarme sola, lejos del mar del que estaba sedienta. ¡Oh! ¡Lo odio! ¡Toda mi vida ha
transcurrido en la espera de esta ola que había de llevarme y sé que ya no vendrá! (MAS
BAJO.) ¡Otros tienen más suerte! Hay lugares alejados del mar donde el viento de la noche
lleva a veces olor a algas. Les habla de playas húmedas donde resuena el grito de las
gaviotas, o de arenas doradas en tardes interminables. Todo me lo ha quitado. ¡Lo odio, lo
odio, porque obtuvo lo que quería! Pero ni esa vida que le he quitado puede calmar mi sed.
Y mi madre, ya que no me quiere, que muera ella también. ¡Que se me cierren todas las
puertas! Porque antes de morir no alzaré los ojos para implorar al cielo. ¡Ah! Odio este
mundo que nos hace necesitar a Dios.
LLAMAN A LA PUERTA.
ESCENA III
ENTRA
MARÍA: Llegó ayer a esta ciudad, teníamos que encontrarnos esta mañana. Me extraña que
no haya ido a verme.
MARÍA: Que dice usted. Desde ayer estoy en este país que no conozco, sufriendo una
angustia que ha consumido mi paciencia. Tengo que ver a mi marido, y si no esta, dígame
donde puedo encontrarlo.
MARÍA: Se equivoca. Estoy harta de tanta confusión. Escuche, el hombre que llegó ayer a
esta casa, es su hermano.
21
MARTA: Lo sé.
MARTA: No me toque. Quédese donde está. (PAUSA.) Su marido murió anoche. Ya nada
tiene que hacer aquí.
MARÍA: ¡Usted está loca! Nadie se muere así cuando lo están esperando. Es demasiado
absurdo. Si es cierto lo que dice, déjemelo ver.
MARTA: Es imposible. Ahora está en el fondo del río donde mi madre y yo lo llevamos
anoche, después de dormirlo. Lo hemos matado nosotras, mi madre y yo.
MARÍA: (CON CIERTA DISTRACCIÓN) ¿Pero por qué, por qué han hecho esto?
MARÍA: Quiere decir todo lo que en este momento me desgarra y me muerde. Todas mis
alegrías pasadas, ahora muertas para siempre. Todo el dolor que no puedo soportar.
MARTA: Habla usted un lenguaje que no entiendo. Que quiere decir amor, alegría o dolor.
MARÍA: (SIEMPRE CON EL MISMO ESFUERZO). ¿Usted ya sabía que él era su hermano?
MARÍA: (VOLVIÉNDOSE HACIA LA MESA, CON LOS PUÑOS CONTRA EL PECHO Y VOZ
SORDA). Él quería que ustedes lo reconocieran, quería volver a su casa, traerles la
felicidad, pero no supo encontrar las palabras precisas. Y mientras las buscaba, ustedes lo
mataron. (SE ECHA A LLORAR.) ¿Pero cómo no se dieron cuenta?, ¿Cómo no abrazaron a
ese hijo maravilloso?… porque era maravilloso; ¡no se imagina qué corazón tan noble, qué
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alma tan limpia acaban de matar! Dios mio. Todo esto debe ser un castigo. Algo que nos
merecmos por prestarnos a este juego sangriento. Y usted era su enemiga, pues si no,
¿dónde encuentra fuerza suficiente para hablar con frialdad? ¿Por qué no sale a la calle y
maldice su nombre?
MARTA: No juzgue, puesto que no lo sabe usted todo. Mi madre ha ido a reunirse con el.
Dentro de poco tiempo, los sacaran de ese rio, para que permanezcan juntos en la tierra.
Para que quiere usted que grite. Tengo otra idea del corazón humano, y, para decírselo de
una vez, sus lágrimas me repugnan.
MARÍA: (VOLVIÉNDOSE CONTRA ELLA CON ODIO). Creo que podría matarla ahora
mismo sin que me temblaran las manos.
MARÍA: ¿Y, piensa que muriendo resolvería usted algo? ¿Piensa que su muerte tiene algún
sentido para mí? Usted es la culpable de que yo hubiera perdido al hombre que quiero.
MARÍA: No; no puedo admitirle mi dolor. ¡No quiero! Pienso en él, en su angustia, en su
miedo, sus dudas.
MARÍA: No tema. Usted ha elegido su muerte. Porque me parece que, con este dolor atroz,
me llega una ceguera donde desaparece todo lo que me rodea. Y tanto su madre como
usted nunca serán sino rostros fugaces, encontrados y perdidos en el curso de una tragedia
interminable. No siento por usted ni odio ni compasión. Creo que ya no puedo odiar ni amar
a nadie. (OCULTA SÚBITAMENTE EL ROSTRO ENTRE LAS MANOS.) Y en realidad, no
tengo fuerzas ni para sufrir ni para rebelarme. Este dolor es más fuerte que yo.
MARTA: Pero no es tan grande, puesto que aún le quedan lágrimas. Pero, todavía puedo
hacer algo por usted. Puedo quitarle lo último que le queda: La esperanza.
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MARÍA: (MIRÁNDOLA CON ESPANTO). ¡Oh! ¡Déjeme, váyase, y déjeme! Por favor.
MARTA: No. No puedo dejarla dejándola convencida de que tiene usted razón, que el amor
no es inútil, y de que esto ha sido un accidente. Porque no ha sido asi. Es ahora cuando
todo está en orden.
MARÍA: (ENAJENADA) Y eso que puede importarme. Sólo le importaba a aquel a quien
usted ha matado.
MARTA: (CON VIOLENCIA). ¡Cállese! No hable más de él. Ya esta desterrado para
siempre. ¿No es eso lo que quería?, ya encontró lo que andaba buscando. Todo esta en
orden. Comprenda que ni para él ni para nosotros, ni en la vida ni en la muerte, existe patria
ni paz. (CON UNA RISA DESPRECIATIVA.) Porque no puede llamarse patria a esa tierra
espesa, donde acabaremos sepultados para siempre.
MARÍA: (LLORANDO). No puedo, no puedo soportar sus palabras. Y él tampoco las hubiera
soportado. Tiene que haber una patria en otro sitio, el quiso encontrarla. La buscaba.
MARÍA: (GRITANDO). ¡Oh, Dios mío, no puedo vivir en este destierro! Te hablaré, sabré
encontrar las palabras. (CAE DE RODILLAS.) Porque a ti me encomiendo. ¡Ten piedad de
mí, vuelve a mí tus ojos! ¡Escúchame, señor, dáme tu mano! ¡Ten piedad de los que se
aman y están separados! Señor… Señor…
ESCENA IV
MARÍA: (VOLVIENDOSE HACIA ÉL). ¡Oh, no sé! Pero ayúdeme, porque necesito que me
ayuden. ¡Apiádese, ayúdeme! Ayudeme…
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EL VIEJO: ¡No!
TELÓN.
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