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Revista Psicología Digital – Año Dos – N° 3 | Octubre 2015 | N°ISSN 2422-6297

Revista del Programa Problemáticas Contemporáneas. Psicoanálisis, Ciencia, Ciencia Cognitiva.


Centro de Estudios Interdisciplinarios – U.N.R.

La Cultura en Aprietos: Bruner y la Narrativa

Psic. Jaime López

Resumen

Este trabajo pretende, a partir de los enfoques de interpretación de la cultura y las influencias que
han tenido sobre la psicología, reflexionar e intervenir sobre ellos desde las lecturas que la clínica
psicoanalítica brinda, para de esa manera detectar sus posibilidades o sus limitaciones. Se trabaja
fundamentalmente desde los planteos de Clifford Geertz sobre la cultura y sobre el texto de
Jerome Bruner dedicado al análisis del Yo desde una perspectiva narrativa y que toma como
modelo el caso de la “familia Goodhertz”. Se cruza la descripción narrativa y negociada de Bruner –
su enfoque literario- con el punto de vista central para el psicoanálisis: la condición humana
marcada por el cruzamiento del ser hablante con su naturaleza sexuada. El problema central se
pone de manifiesto cuando a la cultura se la confronta con la característica humana de poseer un
cuerpo erógeno y por lo tanto, así como cualquier sexualidad humana esta modelada por el
universo cultural, así también éste último está profundamente marcado por las particularidades de
esa naturaleza.

La ilusión del bienestar

En la tradición del pensamiento occidental, la ética es la disciplina que reflexiona sobre la conducta
moral. Una de las éticas necesarias para entender la existencia del pensamiento freudiano son las
llamadas “hedonistas”. Freud construyo su teoría sobre la existencia de las mismas y esto se
manifiesta principalmente en la postulación que realizó del llamado “Principio del Placer”. Este da
forma a una de las maneras centrales de funcionar del aparato psíquico. Para el autor, este
principio es el máximo que rige el organismo, pero también remarcó que es impotente para
mantenerlo con vida, ya que si el aparato estuviera regido exclusivamente por este principio, lo
único que lograría seria ir hacia su destrucción. Por tal motivo, Freud necesito proponer otros
principios que permitan, dentro de una dinámica del conflicto, la regulación del Principio del Placer.

El psicoanálisis no es una teoría hedonista y no está sostenido en una ética del placer y tampoco
toma como valor máximo el bienestar o la felicidad. Toda la obra freudiana progresa sobre el
objetivo de demostrar que a partir del concepto de bienestar no se conseguirá entender la
particular naturaleza humana. Para Freud es una ilusión que el que proceda en su conducta
guiándose por la ética de bienes consigue la felicidad. Este autor no habla precisamente de
bienestar y por lo contrario si lo hace de “malestar”, destacando que este último es un estado
ineliminable en la cultura y en la naturaleza del hombre, ya que sus deseos siempre son mayores
que sus realizaciones. La cultura, dice, reposa sobre la renuncia a las satisfacciones pulsionales y
al respecto afirma “…la cultura no se conforma con los vínculos de unión que hasta ahora le hemos
concedido, sino que también pretende ligar mutuamente a los miembros de la comunidad con lazos
libidinales, sirviéndose a tal fin de cualquier recurso, favoreciendo cualquier camino que pueda
llegar a establecer potentes identificaciones entre aquellos, poniendo en juego la máxima cantidad
posible de libido con fin inhibido, para reforzar los vínculos de comunidad mediante los lazos

Revista Psicología Digital – Revista del Programa Problemáticas Contemporáneas. Psicoanálisis, Ciencia, Ciencia Cognitiva.
Centro de Estudios Interdisciplinarios – Universidad Nacional de Rosario. Argentina
Director: Prof. Jaime López
ISSN 2422-6297
psicologiadigital.unr.edu.ar

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amistosos. La realización de estos propósitos exige ineludiblemente la restricción de la vida


sexual…”[1]

Este planteo propone que para lograr algo siempre será necesaria la renuncia a otra cosa y que la
característica fundamental de “esa otra cosa” es la sexualidad humana, por lo menos en su fin
directo y no así en su fin inhibido, ya que éste brinda la energía para ligar a los miembros de una
comunidad. En esta propuesta, la presencia del malestar implica postular la hipótesis de un
conflicto de base entre la condición sexuada del hombre y los requerimientos que le impone la vida
social. Por lo tanto es central en esta teoría el hecho de que no es posible pensar la naturaleza
humana sin esa dimensión constitutiva del conflicto y las derivaciones que esto implica. Una de
ellas es la no adecuación estructural de la búsqueda del placer, así como de la posibilidad de la
convivencia armónica con el otro. Las formaciones de transacción (lapsus, actos fallidos, sueños)
así como los síntomas mismos son las vías en las que se expresa la particular forma que toma la
dimensión del conflicto en la singularidad humana y estas vías tienen un valor de mensaje y de
puerta de ingreso a esa dimensión donde se entrecruzan la condición erógena del cuerpo humano,
la historia de dependencia infantil característica de su naturaleza y el universo de la ley –lo que
prohíbe, regula y ordena- propio de la cultura.

Lo psíquico y la cultura.

La psicología académica se orientó hacia el cambio de concepto de aprendizaje, propio de


conductismo, al más amplio de adquisición del conocimiento. Este último apunta a la necesidad de
definir qué tipo de constructos personales se da la gente para dar sentido a su mundo, pasando del
individuo como organismo respondiente al individuo como sujeto agente y cognitivo. Asimismo, una
interesante porción del pensamiento psicológico actual, está orientado hacia lo que denominan
“contextualismo transaccional”, y el mismo sostiene la idea de que la acción humana no podrá
explicarse por completo ni de forma adecuada en la dirección de adentro hacia afuera
(intrapsíquica) y que para poder ser explicada la acción debe ser situada, es decir, ser considerada
como un continuo con el mundo cultural. Afirman que las realidades que construye la gente son
realidades sociales, negociadas con otros, distribuidas entre ellos y por lo tanto el mundo social no
está “ni en la cabeza”, “ni en el exterior” de nadie. Invierten la relación tradicional entre la biología y
la cultura y al respecto Bruner, Jerome propone “es la cultura y no la biología la que moldea la vida
y la mente humana, la que confiere significado a la acción situando sus estados intencionales
subyacentes en un sistema interpretativo”[2].Esto es conseguido mediante la imposición de
patrones inherentes a los sistemas simbólicos de la cultura, es decir, sus modalidades de lenguaje
y discurso, así como también por las formas de explicación lógicas y narrativas, como por los
patrones de vida comunitaria mutuamente interdependientes. Se apoya en la idea de los
neurocientíficos de que las necesidades y las oportunidades culturales desempeñaron un papel
crítico a la hora de seleccionar las características neuronales de la evolución[3], lo que Bruner
define como “el desarrollo orientado culturalmente”.

Por otro lado y de modo convergente, Clifford Geertz aporta una dimensión de la cultura en donde
ésta es concebida como un texto para ser interpretado y reinterpretado. Supone un sujeto activo y
no uno pasivo, un sujeto que negocia con esa cultura y en donde todos pueden ser actores. Pasa
del estudio estructural propio del enfoque de Levi-Strauss, al estudio interpretativo; de las
constantes estructurales sin sujeto a la lectura del quehacer humano como un texto y de la acción
simbólica como drama.
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Dentro de este enfoque se pone énfasis en la acción, ya sea ésta mediada, comunicativa o
narrativa, así como en la actuación y en la contextualización del relato. Resalta la construcción
subjetiva e interpersonal de los hechos sociales y en este movimiento reivindican al agente, es
decir, al Yo o a la primera persona del singular, haciendo foco de atención en el narrador o en
aquel que crea la narrativa:“el lenguaje narrativo es concebido como lo que permite bucear y
explorar los pensamientos, sentimientos e intenciones de los agentes” [4] . Este enfoque esta
fuertemente influenciado por una orientación pragmática del conocimiento. Para el pragmatismo lo
“verdadero” es lo que es bueno en materia de creencias[5], es decir que no sirve que se diga que
la verdad es “correspondencia con la realidad” ya que eso supone una esencia de la verdady el
pragmatismo es anti-esencialista. Un representante de este pensamiento afirma que “decir algo útil
acerca de la verdad, es explorar la práctica en lugar de la teoría, la acción en lugar de la
contemplación”[6] Es posible visualizar la influencia sobre el pensamiento bruneriano cuando éste
propone énfasis en la acción comunicativa o narrativa, como en la actuación referida al relato.

El enfoque pragmático de Bruner y la antropología de la negociación de Geertz muestran un


espíritu orientado hacia una explicación consistente en el corrimiento del enfoque “dentro/fuera”,
hacia una posición de continuidad en donde la mente constituye la cultura y la cultura es
constituida por la mente. La lectura psicoanalítica no es ajena a esta postura, ya que afirma que el
organismo y el medio (el medio cultural) no pueden considerarse como entidades en oposición, ya
que el organismo humano está inscripto desde un primer momento en el orden de la cultura dada
la natural dependencia e indefensión de la cría. Esta situación determina las tensiones que impone
la confrontación del organismo erógeno y la cultura para que la cría alcance su calidad de
“miembro” .Es esta una conflictiva constituyente de la dimensión humana y por lo tanto, se hará
presente en todas las facetas de la humanización, incluida la pregunta que Bruner se hace con
relación a la familia Goodhertz: “En que consiste crecer siendo un Goodhertz?”[7]

Cuando la erogeneidad habla

En una introducción al psicoanálisis, Freud comienza hablando de las cuestiones del lenguaje y de
las palabras, para terminar haciéndolo de sexualidad y represión, mostrando que pare él hay una
relación entre ellos. El análisis se trata de un intercambio de palabras y solo con éstas es posible
que alguien diga aquello que no quería decir y que, además, diga más de lo que quería decir. La
presencia de ese plus en el decir obligó a hacer más compleja la hipótesis del aparato psíquico,
proponiendo una instancia que habla en el hombre y a pesar del hombre, instancia que termina por
manifestarse justamente en los momentos en que el yo, como supuesto agente y representante de
la unidad, cae estrepitosamente frente a la sorpresa o el desconocimiento que surge entre lo que
dijo y lo que supuestamente pretendía decir. Lo que es un fracaso para el yo es un gran éxito para
ese plus que insiste en cada quién. En el propio decir se despliega una dimensión de verdad que
solo lo es para el que enuncia y seguramente, como toda verdad, solo será dicha a medias. Este
“decir”se diferencia del narrar porque éste último se sostiene más en el estilo del análisis literario,
el que se caracteriza por una transición temporal de un estado de cosas a otro, y en cambio el
“decir” se define por una repetición atemporal en la que siempre insiste el mismo núcleo de verdad.
El “decir”se puede caracterizar como aquello donde lo que se enuncia hace referencia a lo no dicho
y pone en juego un saber que no es sabido por el que dice y que debe surgir en el curso de sus
asociaciones. En cambio, en la propuesta narrativa se generan relatos, se producen textos por
medio de los cuales se actúa, se crean y recrean esquemas de interpretación, los que otorgan
coherencia a los eventos recientes y a los correspondientes a la memoria episódica. Es diferente la
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propuesta del “decir”, ya que éste es justamente el que rompe la coherencia, el que trastoca la
intención y la interpretación del yo de la agentividad, del yo funcional, conmoviendo el discurrir de
las asociaciones propias de la conciencia.

Desde el punto de vista del psicoanálisis, hablar de asociaciones significa una manera de hilvanar
el relato, no desde las leyes asociativas aristotélicas, sino desde un encadenamiento orientado por
“algo” que insiste en ser expresado. Que falte un saber acerca de ese “algo”no implica una falta de
cultura, solo indica que hay un saber y que no se dispone de él. Este saber que falta –para la
conciencia- es la “caldera” que mueve en buena medida ese hipotético sistema. La diferencia con
el narrar es que éste último presenta una organización mental en la cual los procesos y
transacciones se dan para “construir significados”, significados que son para alguien, que alguien
sabe, que surgen de un yo narrador que comanda y cuenta historias, y que según Bruner, permite
encontrar un bosquejo de ese mismo yo en la historia que construye. Estos son significados que se
saben y que hablan de un yo “sabedor”y narrador, lo que implica necesariamente la noción de
conciencia. La propuesta anterior, donde se complejiza la noción de aparato psíquico, claramente
se bifurca al proponer un saber no sabido. Si bien parece una contradicción proponer un saber no
sabido, ésta es solo aparente si se propone la hipótesis de lo inconsciente, además de una idea
diferente a la del sujeto agente, implícita en el esquema de la narrativa, proponiendo la idea de un
sujeto que es efecto de esa estructura inconsciente.

Esta idea de la existencia de un pensamiento al que no se le adjudica un pensador, la de un


pensamiento no pensado, la de un saber no sabido, la de una memoria sin alguien que recuerde, si
bien trae problemas lógicos, es lo que Freud detectó en su experiencia clínica y llamó inconsciente.
Pero no se puede hablar de inconsciente freudiano si no se habla de sexualidad. Esta muestra que
no hay sociedad humana que no posea intrincadas reglas para regularla y que el objeto de la
misma no es un objeto “natural”, aunque la pulsión del cuerpo sexuado y erógeno insiste, este
objeto está atravesado por el universo simbólico de la cultura. En esta visión, la sexualidad
humana es más que la pura genitalidad y además es simbólica, en el sentido que no es natural ya
que la condición erógena del cuerpo solo lo es en tanto y en cuanto lo atraviese, como se dijo más
arriba, el mundo de la cultura, pero además y de modo central, el particular universo simbólico del
microcosmo que cualquier cría humana debe transitar para humanizarse y que se denomina
familia. Este es un vehículo de cultura, pero es innegable que posee un nivel propio de eficacia, en
el cual, sin saberlo, ejerce el poder de “marcar” al nuevo miembro y lo hacen desde su propia
historia como familia y como sujetos sexuados.

La palabra en el psicoanálisis no es un término propio de la teoría de la comunicación, tampoco se


habla de un emisor que emite un mensaje para comunicarlo a un receptor. Tampoco se considera
que el emisor sabe lo que dice cuando dice lo que dice, ya que siempre hay un plus que desborda
su decir. Lo que importa es que el emisor no es un sujeto agente del discurso ya que el plus en el
decir permite reconstruir a posteriori ese otro sujeto efecto, efecto de una estructura inconsciente.
Por lo tanto, para Freud, la palabra tiene la condición de poder remitir a otra cosa más allá de su
significado habitual.

Esta conjunción de la palabra y la sexualidad apuntan a una descripción de la condición humana


caracterizada por la no adecuación a un objeto natural, lo que como consecuencia, condena a una
tendencia a una búsqueda infructuosa en un desplazamiento sin fin. Este enfoque propone que el
que nace queda marcado por la prohibición de que su cuerpo erógeno mapee esa condición en el
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mal lugar (el incesto) y además, por la existencia previa a su existencia de la estructura deseante
de aquellos que lo traen al mundo y serán sus soporte vitales. Estas marcas serán en definitiva el
campo que fundamente al nuevo miembro como ser humano y sexuado. El ser deseado –o no- el
ser sexuado, el ser traumatizado en el seno de la cultura es lo que se llama “marcas” y lo que
Freud denomina inconsciente es lo que persiste de esas marcas por una operación de repetición.
Estas marcas corresponden a la idea novedosa de “representaciones inconscientes”, las que se
inscriben en alguien sin que su yo lo sepa y que también retornan en él sin que su yo lo sepa por
esa operación de repetición.

Visto lo anterior, surge una pregunta: cual es la diferencia que introduce en la lectura bruneriana la
propuesta freudiana de que habla algo más en el discurso de la conciencia y que eso que habla
tiene que ver con la sexualidad?

Si bien Bruner introduce una visión interesante en la psicología, también es posible intentar ver
hasta donde la lectura psicoanalítica puede generar un modo de reflexión que aporte algo más al
análisis del relato.

Este autor habla de cultura como constituyente de lo mental, de intersubjetividad, del yo como
distribuido y además se interroga sobre: cuales son los procesos y en referencia a que tipo de
experiencias formulan los seres humanos su propio concepto de yo? Es un significativo cambio de
enfoque en relación a la psicología derivada del concepto de procesamiento de información, pero
los procesos y experiencias descriptos como un diálogo entre yoes o entre yoes distribuidos en
determinadas situaciones –lo que describe en el caso Goodhertz- pueden ser interpelados
aplicando otro marco teórico y a partir de ello tener acceso a un proceso novedoso que brinde un
punto de vista más rico.

La idea es que a partir del experimento de Bruner con la familia Goodhertz se puede ver que es un
intercambio en el cual al modo de un diálogo asimétrico, los interlocutores por medio del lenguaje
se informan mutuamente de lo que desconocen. Esto se logra aplicando como un tercer factor el
marco teórico que brinda el psicoanálisis. Es este marco el que propone un modo de reflexión que
altera, cambia y desplaza los límites entre el yo y el otro, rompiendo la simetría que parecía existir
en la oposición entre uno y otro que proponía Bruner. Al respecto, la frase: “no es cuestión de
saber si yo hablo de mi de un modo que se conforma, que concuerda con lo que soy, sino más
bien de saber se soy el mismo que eso de lo que hablo” [8], muestra que se habla sin saber
plenamente lo que se dice. Por lo tanto, esta posición propone que todo lo que pueda enunciar o
recordad –como en el caso Goodhertz- el yo como agente de su discurso, queda severamente
cuestionado, o por lo menos es legítimo intentar rever lo que dice la familia Goodhertz cuando
deben responder a la consigna de Bruner de: “En que consiste crecer siendo un Goodhertz?”[9]. Es
posible pensar que su decir es en gran medida una posición imaginaria e ilusoria que tienen sobre
si mismos –una creencia- y que no corresponde de manera plena con las verdaderas pasiones que
están en juego en el “crecer siendo un Goodhertz”.

[1] Freud, Sigmund. El Malestar en la Cultura; 1930. Obras Completas. Ed. B.N.

[2] Bruner, Jerome. 1991. Actos de Significado. Ed. Alianza

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[3] Edelman, Gerard

[4]Temporetti, Felix. 2000. Curso Posgrado. Facultad Psicología. UNR

[5] James, Williams.

[6] Rorty, Richard

[7] Bruner, J. Actos de Significado. Pag 120. Ed Alianza

[8] Lacan, Jacques. 1956

[9] Bruner, J. 1991.Actos de Significado. Cap. “La autobiografía del yo”.Ed Alianza

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