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Sesiones, de María Molteno

Una rayita sola significa nada. Dos, un embarazo. Yo le había dicho a Alejandro
que teníamos que cuidarnos, y él no: mirá si por una vez va a pasar algo, si yo te
amo no te voy a mentir, te digo que no pasa nada. La verdad es que lo habíamos
hecho otras veces y no había pasado nada y por eso nos confiamos. Pero la que
tendría que haber pensado era yo: en momentos como ese, el hombre es capaz de
decir cualquier cosa. Cuando vi las dos rayitas llamé a Celeste y le pedí que antes
de venir pasara por la farmacia a comprar otro test. Cuando me hice el segundo y
las dos rayitas volvieron a aparecer, creí que me moría. No sabía si quería
tenerlo, cómo podés saber que querés tener un hijo si todavía no te imaginás
cómo es cuidarlo y hacerte cargo. Pero también sabía que no me lo podía sacar:
eso era lo único que me quedaba claro. Después de tanta muerte, otra muerte sólo
podía ser peor.

¿Me arrepentí de haberlo tenido? Algunas veces pensé que tendría que habérselo
dado a una familia que lo adoptara, padres a los que no les importara quedarse un
sábado a la noche cuidando a un bebé, porque la verdad es que yo soy chica y un
hijo es una responsabilidad para toda la vida. Las chicas de mi edad no tienen
hijos, y salen a bailar cuando quieren; pueden emborracharse, estar con
cualquiera. A lo sumo puede haber alguien que diga de ellas: ésta toma, ésta es
una atorranta. Pero viven como chicas normales, mientras yo, por más que
quiera, nunca voy a ser una chica normal.

***

II

A la gente que me mira con lástima le contesto cualquier cosa, si alguien que no
sabe ve la cicatriz y pregunta qué te pasó en la pierna o en el brazo, yo digo me
caí con la moto, un accidente, y entonces miento sólo la mitad: me caí, es cierto,
un accidente, también es verdad, pero cómo me caí nadie lo sabe bien, porque me
encontraron los vecinos en la vereda del edificio.

Estaba tirada en el piso, inconsciente, y alrededor mío había sábanas atadas con
nudos porque parece que usé las sábanas como sogas para bajarme del balcón del
departamento. Dos días más tarde me desperté en una habitación de hospital llena
de gente que me miraba. Creo que fue ahí cuando empezó eso de la compasión:

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todo el mundo pone siempre la misma cara, cara de pobrecita esta nena, se le
murió la madre; pobrecita, tiene que venir a declarar; pobrecita, tiene que
reconocer al asesino. Pobrecita, pobrecita, pobrecita.

Quiero que le quede bien claro: a la primera que usted me mire con cara de
lástima, me levanto y me mando a mudar. Para siempre.

***

III

Con todos los psicólogos que tuve que soportar cuando era chica, después
de todas las veces que me citaron para hacerme preguntas, hacerme dibujar,
hacerme tests, nunca más quise ver a uno, pero ahora ya no se trata sólo de mí.
Está mi hijo de por medio, y hasta yo comencé a asustarme cuando, después de
que lo trajimos, me quedé sin ganas de levantarme de la cama, de recibir visitas
ni hablar con nadie y ni siquiera probar la comida.

Papá me traía a la cama un puré de zapallo y un bife de hígado y me decía negrita


tenés que comer: así, con voz tranquila, suave, como si me tuviera paciencia;
cuando yo era chica y ellos todavía estaban juntos él también le decía negrita a
mamá, yo tengo el mismo color de pelo que ella pero mucho más largo, porque
no me lo corto desde los once años.

Mi hijo también nació con el pelo negro y después de que lo limpiaron y me lo


trajeron para que le diera de mamar las enfermeras me preguntaron si quería que
se lo cortaran, pero yo dije que no, que estaba bien así: me dio miedo de que se lo
volvieran a llevar y no me lo trajeran o de que me trajeran otro bebé que no era
mío. Pero lo más raro es que a medida que pasaban los días era como si el nene
dejara de importarme. Incluso hoy, a veces lo veo llorar y no lo soporto, me da
miedo hacer una locura en cualquier momento, no voy a decir lastimarlo porque
eso jamás, pero termino dejándolo que llore y grite hasta que tiene que venir mi
abuela y llevárselo para darle la mamadera, calmarle el dolor de panza y
cambiarle los pañales.

Mi abuela es vieja, tiene ideas de vieja y se cansa como una vieja: si estuviera mi
mamá ella me ayudaría, y estoy segura de que estaría muy feliz de cuidar a su
nieto. Y también me habría ayudado con todas las cosas que pasaron antes, el
embarazo, el parto, el miedo que me daba todo, los primeros días que lo traje a
casa.

2
***

IV

El año pasado yo salía de la clase de inglés todos los martes a la misma hora.
Alejandro siempre me pasaba a buscar, pero me acuerdo de que ese día había un
examen y como yo fui una de las primeras en terminar, salí más temprano y tuve
que esperarlo en la puerta. Casi enseguida salió Celeste y vino a preguntarme qué
tema había elegido para la composición: cuando le dije un recuerdo de la infancia
(no se me ocurría otra cosa) me puso esa cara que me da tanta bronca, que otra
gente ponga esa cara ya no me importa tanto, pero que lo haga ella me molesta de
verdad.

A todo esto, yo había visto que en el bar de enfrente un hombre me miraba. Me


llamó la atención porque hacía calor y el tipo tenía puesto un gamulán o un
abrigo grande, y no dejaba de mirarme: éste puede ser cualquiera, pensé, puede
ser un degenerado, y no quería que Celeste se fuera y me dejara sola, así que le
pregunté de qué había hecho ella la composición. Pero ella dijo que tenía que irse
y yo estaba un poco enojada como para rogarle, y justo entonces el hombre, que
parecía haber estado esperando el momento, salió del bar y esquivó unos autos
para cruzar la calle antes de que cambiara el semáforo.

Cuando estuvo cerca lo reconocí. Me acordaba de él, pero no de que fuera tan
viejo: además, se había sacado la barba y tenía el pelo corto. Me dijo soy Rubén,
Romina, te acordás de mí. Yo le dije que no quería hablar con él pero él repetía
necesito que hablemos y yo le dije asesino, andate de acá, pero insistió: vos
estuviste ahí, sabés que no fui yo. Yo no sé nada, no me acuerdo de nada, le dije
entonces y se quedó como helado: cómo no te acordás, cómo puede ser.

Por suerte en ese momento apareció Alejandro y yo ni lo dejé frenar, apenas bajó
la velocidad de la moto me subí y le dije acelerá y nos fuimos.

Al alejarnos, escuché detrás a Rubén que gritaba: los peritos lo dijeron, la sangre
no era la mía. Yo la quería a tu mamá.

***

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La primera vez que vi el expediente fue cuando Rubén estaba detenido. Lo vi en
el escritorio de los abogados: me llevaron mis abuelos porque en ese momento se
estaba decidiendo si me iban a tomar una nueva declaración. El expediente era
larguísimo, miles y miles de hojas amarillentas atadas en una carpeta con un hilo
como de barrilete, y ahí estaba todo, detalle por detalle, cada una de las cosas que
habían declarado los testigos: hasta mi abuela y mi abuelo estaban registrados,
hasta lo que dijeron los vecinos y los compañeros de trabajo de mamá.

Le pedí a mi abuela que me lo dejara ver y ella le preguntó a los abogados y así,
durante todo tercer año del secundario, empecé a ir por las tardes al estudio a leer
el expediente. La secretaria del estudio, que se llama Dorita, me decía que si
seguía así me lo iba a aprender de memoria. Ahí encontré lo que Rubén había
querido decir con lo de la sangre: la sangre de él es de un tipo distinto al que se
encontró en la escena del crimen, por eso lo tuvieron sólo seis meses y después lo
dejaron ir, y cuando a él lo soltaron fue cuando yo peor me puse, y todos
creyeron que iba a volverme loca.

Aunque algo más de lo que dijo es cierto: Rubén la quería. A veces pienso que
tendría que ir a verlo y preguntarle qué se acuerda: a lo mejor hay algo más que
ella le pudo haber contado. Porque yo intento concentrarme, en todos estos años
cada vez que puedo trato de acordarme porque yo estuve ahí, esa noche volvimos
las dos con mamá del teatro y preparamos la cena las dos juntas y lo esperamos a
Rubén para cenar, y cuando al final Rubén no vino, yo me fui al cuarto a dormir,
pienso en todo eso y digo que tengo que acordarme de algo más. Si todo eso pasó
en mi casa, si yo lo viví, quizás si busco lo suficiente en mi cabeza de alguna
manera todo va a aparecer.

Y me tengo que acordar porque, si no fue él, si no fue Rubén, entonces hay otro y
está suelto, y tengo que encontrar a ese hijo de puta y hacer lo que sea para que
se pudra en la cárcel.

***

VI

Cómo no lo voy a querer a mi hijo, a mi hijo lo amo. Lo que pasa es que a veces
siento que nunca voy a poder cuidarlo. Que soy una mala madre, que lo
abandono.

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No me puede decir como te abandonaron a vos, a mí no me abandonaron. Mi
mamá se murió. Y no se quiso morir: a mi mamá la mataron.

Alejandro sí me abandonó, eso es verdad: se asustó cuando supo que yo estaba


embarazada. Al principio él quería tenerlo, no me voy nada a Córdoba, fue lo
primero que dijo. Él se había presentado al examen para entrar a la escuela de
aviación, pero mi papá, ni bien se enteró del embarazo, dijo este hijo de puta que
no se aparezca más por acá porque primero lo agarro a trompadas y después le
pongo una denuncia. Los padres de Alejandro, además, querían que él estudiara,
y él ya había aprobado el examen, y por eso lo mandaron a Córdoba lo más
rápido que pudieron.

La verdad es que no sé bien dónde está, no tengo el teléfono y creo que si él


alguna vez se animó a llamar, porque a mi papá siempre le tuvo miedo, él o mi
abuela le deben haber cortado enseguida.

Lo que sí le pedí a mi abuela fue que le avisara a los padres cuando naciera el
bebé, pero ellos ni vinieron, no sé si porque no quieren encontrarse con mi papá o
por que no les importa su nieto. Creo que eso fue lo que me hizo sentir peor, que
la familia y él desaparecieron del mapa. Cuando yo lloraba por eso, mi viejo,
para consolarme, me decía: negrita, es mejor así, vos no te preocupes, nos
tenemos a nosotros. Y decía también: te prometo que a mi nieto nunca le va a
faltar nada.

Pero yo no sé. Si a mi hijo le falta el padre, toda la vida le va a faltar algo.

***

VII

Para venir hasta acá yo siempre dejo al nene con mi abuela. Con mi papá no,
porque a esta hora trabaja. Después de que mamá se separó, mi abuela y papá
nunca se llevaron bien, pero en estos últimos años creo que aprendieron a
soportarse un poco más por mí, y después por el bebé. Mi abuelo está más viejo,
y se queda más en su casa, o se va a jugar a las cartas en el círculo de jubilados
de su barrio. Pero ayer no quise pedirle a mi abuela que me lo cuidara para no
tener que explicarle qué iba a hacer, así que llamé a Celeste y ella vino
enseguida.

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Yo había visto los carteles que anuncian el estreno del espectáculo del ballet
folklórico en unos días, y había visto el nombre de Rubén en letras grandes
debajo de donde decía dirección artística, así que me imaginé que a esa hora él
iba a estar con los ensayos en el teatro.

Y estaba. Dirigía a los bailarines desde el pasillo central del teatro, para tener una
mejor visión: “la visión del público”, me acuerdo que decía siempre. A mí me
encantaba ir al teatro a ver a mamá, a los demás también pero más a ella, y
mucho más cuando llegaba el día de la función, con el vestuario completo, las
pelucas, el maquillaje.

Entré a la sala y me quedé a un costado, esperé a que Rubén terminara de hablar


y me puse en un lugar donde él pudiera verme para hacerle una seña. Rubén me
vio y no dijo nada, se acercó y hasta entonces yo no me había dado cuenta pero
supe que estaba nerviosa, muy nerviosa, y creo que él también, aunque enseguida
me invitó a tomar un café en el bar que está ahí mismo en el teatro.

Vine para saber qué me tenías que decir la otra vez, le dije. Él me miró, al
principio solamente me miraba, recién después de que trajeron los cafés empezó
a hablar y a contarme de mi mamá, de cuando ella bailaba ahí en el teatro, de
cómo era ella en el escenario, cómo interpretaba los movimientos que él le
marcaba, porque mí mamá nació para bailar, ponía cualquier canción y bailaba,
de cualquier estilo, y me hacía bailar también a mí, las dos sobre la alfombra del
living de mi casa.

Rubén se debe haber dado cuenta de que yo quería escuchar sobre ella, y siguió
diciendo cuánto te quería tu mamá, cómo le hubiese gustado verte así, hecha una
mujer. Después me dijo que en el último tiempo ella le había confesado que
estaba preocupada por mí, que yo tenía miedo de ir a todas partes, y es cierto que
yo le pedía faltar a la colonia de vacaciones y no ir a la casa de papá a pasar el fin
de semana, yo de eso me había olvidado pero es verdad.

Me hizo bien, ver a Rubén. Salí con la cabeza que me daba vueltas, medio
mareada, pero fue como un alivio. Igual me tuve que ir rápido a casa porque
había dejado al nene con Celeste y no quería que papá llegara del trabajo antes
que yo, pero él no vino hasta tarde.

Creo que papá está saliendo con alguien y todavía no me lo quiere decir.

***

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VIII

No sé si se da cuenta de que con el bebé estoy mejor, más tranquila. De a poco


me acerco más, tengo más ganas de estar con él, de ocuparme. Además él ya me
sonríe, me reconoce y quiere que lo tenga en brazos todo el tiempo. Estoy
empezando a entenderlo cada vez que llora: cuándo tiene hambre, cuándo es que
le duele algo.

Pero con papá las cosas están peor, no sé si es porque después de verlo a Rubén
yo empecé a pensar en otras cosas de las que antes no me acordaba.

Por ejemplo, me acordé de que la noche en que pasó todo yo quise cenar más
temprano y mi mamá me dio de comer pero no cenó porque estaba esperando a
Rubén. El que llegó a eso de las diez fue papá: quería llevarme por el fin de
semana, y me acuerdo bien de que yo no quería, y mi mamá le dijo no voy a
permitir que te la lleves y él me mandó a mi cuarto. Cerré con llave desde
adentro, puse un cassette en el grabador, y subí el volumen de la música. Más
tarde papá vino a golpear la puerta y me llamaba, pero me metí en la cama, cerré
los ojos y aunque él no pudiera verme me hice la dormida. ¿Sabe de qué más me
acordé? Mientras estaba en la cama, tapada hasta las orejas, pensaba en el cuento
de los tres chanchitos y en que por más que soplara mi papá no iba a poder
derribar la puerta. Y tampoco iba a poder entrar, a menos que decidiera
convertirse en pájaro, porque mi cuarto, el mismo en el que duermo ahora, es el
único que no tiene balcón. Parece que entonces él se cansó y se fue, porque se
escuchó un portazo, y mamá se acercó a la puerta para llamarme, yo destrabé la
llave y salí para abrazarla. Entonces mamá me empezó a preguntar si había algo
más que ella tuviera que saber y yo le dije que no; me acuerdo de que después
quiso que comiera algo de postre, una fruta, algo. Pero yo tampoco podía comer:
tenía el estómago lleno de piedras.

***

IX

La semana pasada, después de salir de acá, pasé por el teatro para ver otra vez a
Rubén. Pareció alegrarse de verme. Me hizo esperarlo cinco minutos para ir de
nuevo a tomar un café.

Ahí le conté bien lo de mi hijo, que parece que él no lo sabía, y también lo de


Alejandro, y me aconsejó que lo volviera a intentar, que buscara a Alejandro para

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darle la oportunidad de conocer al nene, me dijo que él no había tenido hijos y ya
era viejo para eso, pero era algo de lo que estaba arrepentido. Después volvimos
a hablar de esa noche, de cuando la policía lo fue a buscar y del tiempo que pasó
encerrado hasta que después de los análisis lo dejaron libre porque su sangre no
coincidía con la que habían encontrado en la escena del crimen, que era toda del
mismo tipo, de la que somos mi mamá y yo, y también mi papá.

Entonces empecé a pensar, me empezó a dar vueltas esto de papá. La voz que yo
escuché más tarde la noche en que la mataron pudo haber sido tranquilamente la
de él. Él pudo haber vuelto, los viernes siempre me iba a buscar, pero esta vez yo
le había pedido a mamá quedarme con ella, íbamos a estar todo el fin de semana
en el teatro con los ensayos porque el sábado siguiente era el estreno.

***

El otro día papá me empezó a preguntar de qué hablo con usted. Qué hablás tanto
con la psicóloga esa, me dijo, quiere saber por qué ahora en lugar de uno vengo
dos días a la semana. Yo le pregunté si él no me veía mejor, le dije que ahora
puedo dormir sin tomar las pastillas, que ahora tengo ganas de estar con mi hijo,
pero cuando le digo esas cosas él no me responde, desconfía mucho de los
psicólogos, nunca le gustaron.

Debería reconocer que estoy distinta: si hasta pienso en cómo hacer cuando el
nene sea más grande para volver a estudiar inglés, que siempre me gustó, y a lo
mejor anotarme también a la facultad…

A veces papá me da miedo. Está más enojado, se encierra en su cuarto. Cuando


me viene esa sensación, esa especie de sospecha, siento que empiezo a acercarme
a algo, como si de a poco me acercara a una cortina de esas de tela liviana, de las
que dejan pasar la luz pero hasta que no te acercás no te dejan ver, y recién
cuando te parás muy cerca de la ventana podés distinguir lo que hay afuera.

***

XI

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La semana pasada no pude venir porque me enfermé: estuve cinco días con
fiebre, pero hoy me levanté porque no podía pasar otro día sin venir.

El martes quise llamarla por teléfono desde mi casa pero, cuando no me sentía
mal y podía levantarme de la cama e ir hasta el teléfono, estaban mi abuela o
papá por ahí ocupándose del nene, y no me daban un minuto a solas para hablar
tranquila.

Quería hablarle porque estoy teniendo sueños de algunas cosas que yo creo que
son recuerdos, que tienen que ver con lo que pasó. No sé, hace dos noches me fui
a la cama (había tomado algo para que me bajara la fiebre) y estaba por
dormirme cuando empecé a darme cuenta de que me acordaba de otras cosas. Por
ejemplo, no sé si se lo había contado, cuando tenía once años yo dormía en la
misma pieza que tengo ahora pero en otra cama, una más chica, y empecé a sentir
que el cuarto no estaba como es ahora sino como antes: yo todavía dormía en la
camita y me despertaban unos gritos, salía al pasillo y, como nunca, la puerta del
cuarto de mamá estaba cerrada con llave. En el sueño yo escuchaba que adentro
había alguien más, me ponía a gritar para que me abrieran y en un momento
alguien hacía girar la llave y le juro que no pude creer cuando el que abría la
puerta era papá: agitado, el pelo revuelto, la camisa por afuera del pantalón, el
pantalón desabrochado. Detrás, se escuchaba clarito la voz de mamá que lloraba.
No se imagina cómo me sentí. Cuando al fin podía verla, ella tenía el vestido
arrugado alrededor de la cintura y tenía sangre en todas partes, en el cuerpo, en la
cara, en las piernas. Entonces yo también empezaba a gritar, a llorar desesperada,
pero papá hacía señas para que no me acercara, con una mano estirada me
amenazaba con un cuchillo tramontina de los que estaban en mi casa, que estaba
todo sucio de sangre. Después papá se acercaba a la cama y agarraba a mamá por
el pelo, como si fuera una muñeca, y ella ya ni podía hablar, no sé si porque
había perdido tanta sangre, pero yo veía tan clarito los ojos de ella, negros, que
me miraban fijo, y ella, pobrecita, que lloraba. En ese momento, en lo único en
que yo podía pensar era en escaparme, pero las piernas no me respondían. Estoy
segura de que mamá quería decirme algo: corré, Romina, corré, seguro que
quería decirme eso, pero por más que lo intentara yo no podía moverme. Creo –
era un sueño- que en ese momento yo estaba llorando a los gritos, porque papá
intentaba acercarse para hacerme callar y tenía las manos ocupadas: en una
sostenía el tramontina y en la otra el mechón de pelo de mi mamá.

Un mechón de pelo negro.

***

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X

Antes de ayer, después de salir de acá, después de que vino la ambulancia y el


médico dijo que me podía ir, llamé por teléfono a Celeste. Le conté que me había
desmayado acá en el consultorio y le dije que se venía una época difícil, que
después le explicaba mejor pero que iba a necesitar toda la ayuda de ella, y
Celeste me dijo que iba a estar para lo que yo necesitara.

Cuando llegué a casa, encontré a papá barnizando la cunita nueva del bebé,
porque ahora que el bebé está más grande el moisés va a empezar a quedarle
chico, y me dio tanto asco ver a papá ahí en el balcón, sentado en el piso arriba
de unos diarios, no sé si fue el olor al barniz o el olor de él o todo junto, que creí
que iba a descomponerme otra vez. Igual lo fui a saludar como siempre, como si
nada, él ni siquiera dijo que me veía pálida aunque yo estaba blanca como un
fantasma, y después fui a preparar todo para bañar al nene y acostarlo a dormir.

Esa noche no pegué un ojo, cerré con llave la puerta de mi habitación y me quedé
mirando al bebé que dormía tan tranquilo, porque si trataba de cerrar los ojos por
un segundo volvían todas esas imágenes, todo lo que no me había podido acordar
por tanto tiempo y ahora no puedo dejar de verlo una y otra vez, sin parar, como
una pesadilla, a menos que me quede con los ojos abiertos y piense en mi hijo, en
que estoy haciendo todo esto por él.

Ayer a la mañana, apenas mi papá se fue a trabajar, Celeste vino y me ayudó a


llevar en un remís al bebé y a todas nuestras cosas a lo de mi abuela. Yo le había
avisado a mi papá y a ella que me iba a ir para allá unos días. La abuela
sospechaba que pasaba algo, pero yo no le quería contar todo de entrada porque
no quería que se alterase y además porque mi abuelo no está bien de salud, pero
hace un rato ella me encontró llorando en el cuarto, y ahí no me quedó más
remedio que decirle todo.

Pobre, mi abuela. Creí que le iba a dar un ataque al corazón, pero en cambio me
dijo, mi hijita yo ya resistí tantas cosas, que una más no me va a matar, al menos
hasta que podamos ver a este hombre en la cárcel.

Esta misma tarde llamamos otra vez al estudio de abogados, y mañana tenemos
una reunión para ver cómo seguir. El abogado dijo además que hoy sin falta va a
comunicarse con usted.

***

10
XI

Le quería contar que ayer, mientras mi abuela había salido un minuto a lo de la


vecina para mostrarle el nene, me animé y llamé a la casa de Alejandro. La
primera vez me atendió la madre y corté, porque yo no me atrevo todavía a
hablar con ella y porque me da mucha bronca que esa gente no haya tenido
interés en ver a su nieto. Pero la tercera vez que llamé me decidí y pedí hablar
con el hermano de Ale, con Lucas, dije “de parte de una amiga” y cuando Lucas
me atendió le dije quién era y que quería conseguir el teléfono de Alejandro sólo
para volver a entrar en contacto con él. El hermano estaba sorprendido, pero yo
traté de hablarle bien, de hablarle tranquila, le dije mirá Lucas que no quiero
pedirle nada ni pelear con él, sólo que sepa que si quiere puede conocer a su hijo,
el bebé está tan grande, tan hermoso, le dije, si quiere lo va a poder conocer.
Lucas me dijo está bien y me pidió que llamara hoy a la tarde, que es cuando la
vieja parece que se va, y entonces hace un rato, antes de venir para acá, volví a
llamar a Lucas y él ya había hablado con Alejandro, que lo autorizó a darme el
teléfono de Córdoba, así que aquí lo tengo.

No sé cuándo lo voy a llamar, pero acá, en este papel, tengo el teléfono del padre
de mi hijo.

MARÍA MOLTENO NACIÓ EN ARGENTINA. PUBLICÓ SUS CUENTOS EN DIVERSAS ANTOLOGÍAS


COMO DE PUNTÍN (MONDADORI), IN FRAGANTI (MONDADORI), HISTORIAS BREVES (EDICIONES
CLÁSICA Y MODERNA), MÁS Y MEJORES CUENTOS (LIBROS DEL ROJAS), ENTRE OTRAS.
PARTICIPÓ DE LOS TALLERES DE CUENTOS DE GUILLERMO MARTÍNEZ EN EL MALBA Y EN EL DE
DIEGO PASZKOWSKI EN EL ROJAS.

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