Unidad de Admisión
Biología General y Humana
Este apunte tiene como finalidad brindar el apoyo teórico que necesita el aspirante para estudiar las
generalidades del sistema inmunológico. Los temas que continúan en la unidad: El cáncer y la respuesta
inmunitaria, trasplantes de tejidos, trasplantes de órganos, las transfusiones de sangre, el factor Rh, patologías del
sistema inmune y las aplicaciones inmunoterapéuticas, se deberán estudiar del libro de H. Curtis, N.S. Barnes,
Curtis Biología, 7º edición.
SISTEMA INMUNOLÓGICO
Para que actúe este sistema, los agentes patógenos deben atravesar las barreras anatómicas, que constituyen la
primera línea de defensa del organismo. Ellas son: la epidermis, los epitelios simples que tapizan los órganos huecos
y las mucosas. Algunos líquidos que producen distintos órganos ayudan a proteger la superficie de la piel y las
mucosas; por ejemplo, el aparato lagrimal secreta lágrimas sobre la superficie del globo ocular en respuesta a agentes
irritantes; la saliva producida por las glándulas salivales barre los microbios de la superficie de los dientes y la
mucosa de la boca; las secreciones vaginales inhiben la proliferación bacteriana porque son levemente ácidas; pero
además, desplazan los microbios fuera del cuerpo. La defecación y el vómito pueden expulsar microorganismos cuando
se producen en respuesta a toxinas microbianas que irritan el revestimiento de la porción inferior del tubo digestivo.
Las glándulas sebáceas cutáneas secretan una sustancia aceitosa (sebo) que inhibe el crecimiento de ciertos hongos y
bacterias patógenas. El sudor arrastra microbios de la superficie de la piel, además de contener la lisozima, enzima
que desdobla la pared celular de ciertas bacterias. Esta enzima también se encuentra en las lágrimas, saliva,
secreciones nasales y líquidos corporales. Por último, el jugo gástrico destruye muchas bacterias y gran parte de las
toxinas bacterianas.
Cuando la primera línea de defensa del organismo es atravesada, los microorganismos ingresan al interior del
cuerpo. Frente al ingreso de un agente patógeno, se desencadenan mecanismos de defensa presentes desde el
nacimiento, llamados en su conjunto inmunidad innata, a veces denominada “natural” (espontánea) o “inespecífica”,
porque produce una respuesta defensiva estereotipada contra una gran variedad de patógenos. En contraste, hay otro
conjunto de mecanismos que se activan frente a un patógeno determinado y generan respuestas específicas para éste,
llamándose a estos últimos, inmunidad adaptativa o adquirida. Le permite al individuo adaptarse a su ambiente al
generar respuestas que no sólo son específicas para los patógenos que encuentra, sino también duraderas. Esto
significa que, frente a una nueva exposición al mismo patógeno, la respuesta inmune será más rápida y eficaz
(memoria inmunológica).
INMUNIDAD INNATA
La inmunidad innata se caracteriza por la existencia de receptores de reconocimiento de patrones (RRP) que
reconocen patrones moleculares asociados con los patógenos (PMAP). Los PMAP son carbohidratos o lípidos únicos
de la pared de la célula bacteriana y sustancias características de las células tumorales y de trasplante.
Los RRP pueden encontrarse circulando por el torrente sanguíneo o constituir receptores de membrana en las
células de la respuesta inmunitaria innata.
Cuando las primeras barreras de defensa (la piel y las mucosas) son atravesadas; por ejemplo, por un corte,
pinchazo o picadura; los microorganismos presentes cerca de la herida ingresan en el interior del cuerpo. Allí se
encuentran con células y moléculas que pueden desencadenar la respuesta innata. Los macrófagos fagocíticos dirigen
la defensa contra bacterias mediante receptores de superficie que son capaces de reconocer y unirse a componentes
comunes de muchas células bacterianas. Las moléculas bacterianas que se unen a dichos receptores activan los
macrófagos para que engloben y destruyan la bacteria, e inducen la secreción de citocinas, proteínas que afectan el
comportamiento de otras células que tienen receptores para citocinas. Un tipo de citocinas, las quimiocinas, atraen a
los neutrófilos y monocitos del torrente sanguíneo.
Las citocinas secretadas por los macrófagos inician un proceso conocido como inflamación.
La inflamación se define tradicionalmente por 4 signos: calor, dolor, rubor y tumor (o hinchazón); siendo
todos ellos consecuencia de los efectos que producen las citocinas y otros mediadores inflamatorios al actuar sobre los
vasos sanguíneos locales: vasodilatación, incremento del flujo de sangre en el área y aumento de la permeabilidad.
Los glóbulos blancos circulantes atraídos por estas sustancias químicas, atraviesan las paredes de los
capilares y se aglomeran en el sitio de la herida. Estas células, principalmente neutrófilos y monocitos, que se
diferencian en macrófagos, engloban por fagocitosis a los invasores extraños y, a menudo, son destruidas por
autodigestión (figura 1).
Al mismo tiempo, algunas proteínas plasmáticas conocidas como proteínas de fase aguda, interactúan con los
polisacáridos de la superficie de la bacteria e inducen la activación del sistema de complemento, activando una serie
de reacciones que intensifican la inflamación, la fagocitosis y la citólisis microbiana.
Esta respuesta inflamatoria local se acompaña de una respuesta sistémica, caracterizada por la inducción de
fiebre que se produce ante la liberación de sustancias químicas (citocinas e interferones) producidas por la activación
de las células de la inmunidad innata.
El componente celular
Las células del sistema inmunitario innato son los granulocitos, mastocitos, monocitos, macrófagos, células
dendríticas y los linfocitos asesinos naturales (NK, del inglés “natural killer”). Estas células pueden reconocer
diversos patógenos debido a la presencia de un número limitado y fijo de moléculas receptoras expuestas sobre su
membrana celular, los denominados receptores de reconocimiento de patrones (RRP), que son capaces de detectar,
patrones moleculares asociados con los patógenos (PMAP). Como su nombre lo indica, los PMAP no están presentes
en los hospedadores sino en los patógenos.
El componente humoral
Interferones (IFN): son glucoproteínas que pueden ser de distintos tipos. Los de tipo I (por ej. IFN- e IFN-)
son producidos en respuesta a la infección viral y tienen efectos sobre esa misma célula y sus vecinas, así
como sobre otras células del sistema inmunitario. Una vez liberados por la célula infectada, los interferones
se unen a receptores específicos en la membrana de células vecinas e interfieren la replicación viral. Activan
los linfocitos NK (natural killer), estimulan células de la inmunidad adaptativa y aumentan su potencial
destructor de células infectadas. Los de tipo II, como el IFN- además de ser mediador de la respuesta innata
antiviral, cumple una función inmunorreguladora importante en la respuesta adaptativa.
INMUNIDAD ADAPTATIVA
Mientras la inmunidad innata enfrenta un proceso infeccioso incipiente, comienza a generarse la respuesta
adaptiva. A diferencia de las células de la inmunidad innata capaces de reconocer un número limitado de patrones
moleculares conservados, cada linfocito T o B reconoce a uno por medio de un receptor.
Por otra parte, el primer contacto específico con un antígeno desencadena una respuesta primaria durante la
cual una fracción de linfocitos genera células de memoria “preadaptadas” a un muevo contacto con el mismo
antígeno. La memoria inmunológica es una característica propia de la respuesta adaptiva. El encuentro posterior con
el mismo antígeno da lugar a una respuesta secundaria, más rápida y de mayor magnitud.
Durante el desarrollo fetal, los precursores linfocíticos provienen de la médula ósea. Algunos de ellos, se
dirigen al timo y se transforman en los linfocitos T. La transformación de los linfocitos B se lleva a cabo en el hígado
fetal y después del nacimiento, en la médula ósea.
Después de su maduración, muchos de los linfocitos T y B migran hacia los órganos linfáticos secundarios. La
mayoría del procesamiento de los precursores linfocíticos en el timo y en la médula ósea, y la migración a ganglios
linfáticos y otros tejidos linfoides, ocurre durante la vida fetal y neonatal. Después del nacimiento, existe también una
producción lenta y continua de algunos linfocitos en la médula ósea, aunque la mayoría se forman en los ganglios
linfáticos, timo y bazo, a partir de precursores que originalmente vinieron de la médula ósea.
La mayor parte de los linfocitos entran al torrente sanguíneo a través de los vasos linfáticos. En cualquier
momento dado, solo 2% de los linfocitos del cuerpo se encuentran en la sangre periférica, el resto está en los órganos
linfoides.
Los linfocitos completamente maduros, mientras no hayan entrado en contacto específico con un antígeno
de denominan vírgenes.
Si bien tienen funciones distintas, ambos tipos de linfocitos tienen características comunes:
o Pueden recircular (o sea, pasar de la circulación a los tejidos y volver por una vía propia de los linfocitos,
denominada linfática), a diferencia de otros leucocitos que sólo abandonan el torrente sanguíneo para “morir
en el campo de batalla”.
o Poseen receptores capaces de reconocer el antígeno.
o Presentan proliferación clonal cuando se activan (se producen clones de la célula activada).
o Poseen memoria, lo que determina que la respuesta inmune sea más rápida y de mayor magnitud ante la
segunda entrada del patógeno.
Los linfocitos T y B son morfológicamente indistinguibles. Sin embargo, los linfocitos (LB) son protagonistas
de la respuesta inmunitaria humoral, función que realizan a través de la síntesis de anticuerpos o inmunoglobulinas.
En el organismo existen millones de linfocitos B diferenciados a partir de células pluripotenciales presentes en la
médula ósea.
Los anticuerpos o inmunoglobulinas (Ig), son glucoproteínas globulares con una estructura tridimensional que
les permite interactuar de manera específica con ciertos antígenos solubles. Insertados en la membrana del linfocito B,
forman parte, junto con otras cadenas polipeptídicas, del receptor antigénico denominado BCR (del inglés, B cell
receptor). Los anticuerpos secretados son similares en estructura a los de los receptores de los linfocitos B, pero
carecen de regiones de membrana que anclan los receptores a la membrana plasmática.
Existen 5 clases de inmunoglobulinas (IgG, IgA, IgM, IgD e IgE). Para todas ellas, la unidad esructural es
semejante, constituida por cuatro cadenas polipeptídicas dispuestas espacialmente en forma simétrica; asemejando una
letra Y. Dos de esas cadenas tienen mayor masa, por lo que se las denomina “pesadas”; las otras dos se denominan
“livianas”. Además, en cada inmunoglobulina se pueden reconocer zonas variables y una zona constante. Las zonas
variables forman un “nicho” en el cual puede alojarse el antígeno. En esta región, llamada paratopo, reside la
especificidad de la Ig (figura 4). Esos paratopos son capaces de unirse sólo a regiones pequeñas específicas de los
antígenos, llamadas epitopos (o determinantes antigénicos). En la figura 5, tres moléculas diferentes de anticuerpos
reaccionan con epitopos de la misma molécula antigénica grande.
Alrededor del cuarto mes de vida fetal comienza la maduración de los linfocitos B en la médula ósea. Uno de
los hechos más llamativos de la respuesta inmunitaria es la capacidad de los linfocitos B para producir anticuerpos
contra una enorme variedad de antígenos naturales –que el linfocito B puede encontrar durante su vida-, como también
contra antígenos sintéticos químicamente distintos de cualquier sustancia conocida y con los que nunca antes ha tenido
contacto, hecho que ocurre por una serie de reordenamientos genéticos.
Según “la teoría de la selección clonal”, cada individuo presenta una inmensa diversidad de linfocitos B, cada
uno equipado genéticamente para sintetizar un solo tipo de anticuerpo; y un antígeno particular sólo puede reconocer
al linfocito B que posea en su membrana el anticuerpo complementario.
De esta forma, los linfocitos pueden responder rápido (horas) y sin ayuda de los linfocitos T, pero la respuesta
es breve (días) y sus anticuerpos son de baja afinidad. Se cree que dan tiempo para la respuesta más específica y
prolongada que requiere la colaboración de linfocitos T.
Lic. Andrea López Vernengo 7
FACULTAD DE CIENCIA MÉDICAS
Unidad de Admisión
Biología General y Humana
Los anticuerpos
Los linfocitos T intervienen en la “respuesta celular”. Hay tres poblaciones de linfocitos T maduros: T
citotóxicos, T colaboradores, cooperadores o helper y T reguladores (o supresores). Todos expresan la proteína de
superficie CD3, que acompaña a los receptores específicos de los linfocitos T llamados TCR (del inglés T cell
receptor); los citotóxicos expresan además CD8 y los colaboradores expresan CD4.
La función del linfocito T maduro es semejante a la del linfocito B: reconocer antígenos que se adapten a sus
receptores de membrana. Pero, a diferencia de los linfocitos B, que reconocen al antígeno soluble y en su
conformación nativa, los linfocitos T requieren que el antígeno esté expuesto sobre la superficie de una célula
presentadora de antígenos, unido a proteínas del CMH.
El complejo mayor de histocompatibilidad (CMH), fue descubierto en ratones y luego en seres humanos, en
los que se denominó sistema de antígenos leucocitarios humanos (HLA). El CMH comprende, entre muchas otras, un
grupo de moléculas glucoproteicas que se expresan en la superficie de las células con núcleo.
El complejo mayor de histocompatibilidad comprende, entre otros, los genes del sistema HLA de clases I, II y
III. Las dos primeras clases codifican cadenas peptídicas involucradas en el procesamiento y la presentación de
antígenos, los productos de los genes del sistema HLA de clase III participan en aspectos de la respuesta inmunitaria
no relacionados con la presentación de antígenos (que no se desarrollan en este curso).
Las moléculas del HLA de clase I se encuentran presentes en casi todas las células con núcleo. Las moléculas
de clase II se expresan en células del sistema inmune que cumplen la función especializada de presentar antígenos a los
linfocitos T, razón por la cual se las llama “células presentadoras de antígenos”. Ellas son los linfocitos B, los
macrófagos y las células dendríticas.
Una vez completado su desarrollo en el timo, los linfocitos T pasan a la circulación, de allí continuamente
pasan a los órganos linfáticos y de vuelta a la sangre. En su recorrido pueden encontrar una célula presentadora de
antígenos que alguno de los linfocitos T reconoce específicamente.
El proceso que se desencadena luego del reconocimiento antigénico es similar al que ocurre en los linfocitos
B: activación y diferenciación celular que conduce a la producción de clones de células efectoras y células de
memoria. El primer encuentro de un linfocito virgen con el antígeno resulta en una respuesta primaria y genera
células de memoria, que proveen protección en posteriores invasiones del mismo patógeno.
La activación de un linfocito T virgen ocurre en los tejidos y órganos linfáticos, y requiere de dos señales
(figura 7):
a) dada por el TCR que reconoce el péptido sobre la molécula de HLA presente en una célula presentadora
de antígenos (APC en la figura 7).
b) dada por la presencia de moléculas coestimulatorias sobre la célula presentadora de antígenos, que
interactúan con otra molécula sobre la superficie del linfocito T. Esto significa que si no hay coestimulación, no hay
activación.
La activación del linfocito T lleva a la producción de IL-2 y a la síntesis del receptor para IL-2 sobre el mismo
LT, por lo tanto comienza su proliferación.
Figura 7. Señales requeridas para la activación de un linfocito T. Fuente: Adaptación de Jeneway, Ch. 2003.
Las células presentadoras de antígenos más importantes son las células dendríticas, que ingieren antígenos en
los tejidos, en los sitios de infección y se activan como parte de la respuesta inmunitaria innata. Migran a los tejidos
linfoides locales, y tras su maduración, se convierten en células muy eficaces en la presentación de antígenos a las
células T circulantes.
Figura 8. Activación de un linfocito T citotóxico sin interacción con el linfocito colaborador. Fuente: Fuente: Adaptación de
Jeneway, Ch. 2003.
Otra es por la interacción con células dendríticas (que presentan moléculas coestimulatorias) y con linfocitos
T colaboradores: en este caso, se requiere que tanto el linfocito T citotóxico como el T colaborador
reconozcan antígenos en la superficie de la misma célula presentadora de antígeno. El receptor del linfocito T
colaborador debe unir con complejos antígeno-HLA de clase II de la célula presentadora de antígenos (figura
9).
Figura 9. Activación de un linfocito T citotóxico con interacción del linfocito colaborador. Fuente: Adaptación de Jeneway, Ch.
2003.
El linfocito T citotóxico activado interactúa con complejos antígeno-HLA de clase I presentes en células
infectadas, anormales y cancerosas. En las células infectadas, los antígenos provienen de patógenos que se están
multiplicando en esa célula. Como consecuencia de esta interacción, el linfocito T citotóxico libera moléculas
perforinas, que forman poros en las membranas de las células diana y enzimas proteolíticas (granzimas), que entran a
esa célula por endocitosis y provocan la muerte celular. El linfocito liberado puede atacar a otras células diana (figura
10).
Figura 10. Acción del linfocito T citotóxico activado. Fuente: Adaptación de Jeneway, Ch. 2003.
Figura 11. Acción de los linfocitos TH1 y TH2. Fuente: Adaptación de Jeneway, Ch. 2003.
Como vimos (cuando se desarrolló la activación de los linfocitos B), los linfocitos B pueden activarse con la
ayuda de un linfocito T, específicamente de un TH2. Para ello, el linfocitos B y el TH2 deben reconocer epitopos
(determinantes antigénicos) del mismo complejo molecular para que puedan interaccionar, esto se denomina
reconocimiento ligado. Por lo tanto, las células TH2 deben haber sido activadas por la interacción con células
dendríticas presentadoras de antígeno que hayan fagocitado al mismo agente patógeno. Las moléculas
coestimuladoras conducen la secreción de citocinas estimulatorias que dirigen la proliferación y diferenciación del
linfocito B en célula plasmática, productora de anticuerpos. En la figura 12 se presenta la activación de linfocitos B
por linfocitos TH2 en una infección vírica y en una infección bacteriana.
Figura 12. Activación del linfocito B por célula TH2 en una infección vírica y en una infección bacteriana. Fuente: Adaptación de
Jeneway, Ch. 2003.
Una vez que se ha eliminado una infección, es fundamental regular la respuesta. En este proceso es central la
acción de interleucinas y la actividad de linfocitos T reguladores capaces de suprimir la respuesta inmunitaria.
BIBLIOGRAFÍA:
CAMPBELL Neil; REECE Jane. Biología. 7a. ed. Madrid: Médica Panamericana, 2007.
CURTIS Helena [et al.], Biología, 7a. ed. en español. Buenos Aires: Médica Panamericana, 2008.
GANONG William. Fisiología Médica, 17a edición. México: El manual moderno. 2000.
JANEWAY Charles A. [et al.], Inmunobiología. El sistema inmunitario en condiciones de salud y enfermedad, 2a. ed.
Barcelona: MASSON S.A. 2003.
CARDINALI Daniel; DVORKIN Mario. BEST Y TAYLOR. Bases Fisiológicas de la Práctica Médica. 13a. ed.
Madrid: Médica Panamericana. 2003.