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La cuestión criminal” de Eugenio Raúl Zaffaroni Por Ariel Sebastián Garín

Zaffaroni, Eugenio Raúl. La Cuestión Criminal, 2° Edición, Buenos Aires, Planeta,


2012, 400 ps.

El Profesor Eugenio Raúl Zaffaroni, junto a un Equipo de trabajo conformado por


Romina Zárate, Alejandro Slokar y Matías Bailone, aborda a lo largo de 56 capítulos
denominados “La Cuestión Criminal” publicados en la revista Pagina 12 y
posteriormente compilados en un libro con similar nombre publicado por la Editorial
Planeta, una visión alternativa sobre la seguridad en una sociedad democrática.

Claramente el trabajo fue pensado con una doble intención. Por un lado, analizar lo que
nos fue diciendo a lo largo de la historia y lo que nos dice ahora la academia; lo que nos
dicen los medios masivos de comunicación; y lo que nos dicen los muertos (la palabra
de los muertos). Y, por otro lado, insistir en la necesaria prudencia con la que debe
usarse el poder represivo, insistir en una criminología cautelar. Se trata de un ida y
vuelta, un comentario general sobre los problemas que aquejan a la criminología y una
respuesta a esos problemas.

La palabra de los muertos, se puede leer en la tapa del primer capítulo observándose el
boceto representativo de un grupo de sujetos de ceño fruncido, con vestimentas típicas
inquisitivas, algunos con gorras de fuerzas armadas, rodeando a un cuerpo de modo tal
que parecerían analizarlo, además se observa un libro de Lombroso, un código penal y
un cuerpo “archivado”.

A efectos, entiendo, de explicarnos el objeto de su análisis, el autor sostiene que “[…]


sin duda, la única verdad es la realidad, y la única realidad en la cuestión criminal son
los muertos”1. Seguramente esta frase comenzara por despertar lector, pretende
explicarnos que existen hechos de los cuales aferrarnos a la hora de estudiar la cuestión
criminal “[e]sta es la más obvia palabra de los muertos: decirnos que están muertos”2.
La Edad Media no ha terminado indica el dibujo que encabeza el segundo fascículo,
capítulo III, de la obra. Compréndase esto como una primera etapa, avocada a explicar
los fundamentos históricos teóricos que le permitirán fundar su posición en una segunda
etapa de sus escritos. En efecto trata sobre el surgimiento del poder punitivo, con la
intención de deshacer esa creencia en su naturalidad, para esto se aboca a la tarea de
distinguir a la coerción que se ejerce para detener una acción de aquella que se ejerce
para repararla. Es en este último caso, afirma el autor, donde surgiría el poder punitivo
cuando el Estado remplaza al verdadero lesionado, de modo que “[l]o punitivo no
resuelve el conflicto sino que lo cuelga, como una prenda que se saca del lavarropas y
se tiende en la soga hasta que se seque”3, la coerción deja de reparar y el poder punitivo
toma como fin otras metas, ya sea reformar, castigar, etc.

El sistema punitivo, propio de las sociedades verticalizadas, jerarquizadas y


militarizadas, fue, afirma el autor, lo que permitió al imperio romano extenderse por el
mundo conocido y luego del siglo XII permitió a Europa las bases para colonizar el
mundo por conocer. Sociedades de las cuales somos producto y es en este sentido que
se debe entender el titulo del fascículo, conservando plena vigencia los discursos
legitimantes del poder punitivo de la Edad Media

Siguiendo con su postura, Zaffaroni afirma que la estructura inquisitorial y por ende
demonologa se mantiene hasta nuestros días, y grafica esta estructura de la siguiente
manera: “[…] se alega una emergencia, como una amenaza extraordinaria que pone en
riesgo a la humanidad, a casi toda la humanidad, a la nación, al mundo occidental, etc.,
y el miedo a la emergencia se usa para eliminar cualquier obstáculo al poder punitivo
que se presenta como la única solución para neutralizarlo. Todo el que quiera oponerse
u objetar ese poder es también un enemigo, un cómplice o un idiota útil”4, es lo que se
conoce como Derecho Penal del Enemigo sobre lo cual escribe el autor en su obra
titulada “El enemigo en el Derecho Penal”. Siendo así la “emergencia” el elemento
legitimante del poder punitivo, un instrumento discursivo que sirve para crear un estado
de paranoia colectiva.

Es interesante como basándose en el Malleus Maleficarum describe 20 núcleos


estructurales de este discurso inquisitivo que permanecen hasta la actualidad, que
entiendo podrían resumirse compilándose de la siguiente manera: El crimen más grave
provoca la emergencia generando una situación alarmante que solo se combate
mediante una guerra, de modo tal que quienes dudan de dicha emergencia son los
criminales debiendo neutralizárselos. Ante estos enemigos todo vale, se los puede
engañar e incluso se deben buscar métodos para extraerles la verdad y el señalamiento
de otros cómplices. Todo esto genera la necesidad de valorar los hechos de modo tal que
la duda recaiga ante quien está bajo sospecha, y esto facilita la comisión de hechos
delictivos por quienes acusan no recayendo sobre ellos duda alguna, puesto que además
quienes lideran son portadores de una imagen inmaculada ante enemigos inferiores. Se
genera un discurso moralizante, en donde quienes manejan el poder punitivo detentan
una calidad exenta de errores e inmunes al mal.

Un objetivo propuesto en el siguiente capítulo consiste en demostrar cuál es el camino


correcto a seguir en cualquier crítica al poder punitivo, eludiendo la trampa que desvía
la cuestión hacia la gravedad del mal que éste pretende combatir y contra el que libra su
guerra. Esto es así puesto que si la crítica refiere a la ineficacia del poder punitivo no se
debe discutir sobre el objeto de éste, bastaría solo con demostrar que no sirve a tales
fines. El texto nos lleva a una analogía de la situación actual con la situación por la que
paso Friedrich Spee al revelarse contra el sistema inquisitivo del siglo XVII. Indica que
las razones por las que se permitían las aberraciones del poder punitivo, que se
sustentaban justamente en la estructura antes explicada, eran las siguientes: la
desinformación, criminología mediática dice Zaffaroni5; los teóricos que repetían el
discurso punitivo (para Spee en cabeza de la iglesia); los príncipes que se liberaban de
los actos de sus subordinados culpando a Satán, a lo que Zaffaroni llama
autonomización policial; y finalmente los eufemismos.

Mediante estas críticas, afirma el autor, comenzó a vislumbrarse el Iluminismo echando


las bases para una adecuada distinción entre moral y derecho. Pero con el iluminismo
también llegaron otras formas de concentración del poder punitivo, puesto que
“[s]iempre hay discursos sobre este poder, pero sólo alguno se vuelve hegemónico o
dominante porque algún sector social al que le resulta funcional lo adopta y lo impulsa.
Esto tiene lugar cuando hay una dinámica social más o menos acelerada, o sea, cuando
surge un conflicto interno en la sociedad y un sector de cierta importancia quiere
deslegitimar el discurso del poder del sector al que tiende a desplazar o frente al cual
quiere abrirse un espacio”6.

Surge el Iluminismo penal, que se iría a desenvolver en dos vertientes: el empirismo y


el idealismo. Emerge, entre otros métodos para combatir al poder monárquico, la
privación de libertad como pena central7, sea por la vía del utilitarismo (para imponer
orden interno mediante la introyección del vigilante) o del contractualismo (como
indemnización o reparación por la violación del contrato social).

Con los capítulos XI y XII podemos observar un análisis respecto de las consecuencias
que trajo la falta de limitación del contractualismo, en el sentido de que este podía dar
lugar tanto a ideas Hobesianas o algunas más moderadas como las de Lock e incluso
socialistas como las de Marat. Por ende era necesario introducir ciertos límites a la
teoría contractualista para mantener el poder hegemónico reinante. Pueden distinguirse
así dos momentos, que fueron el hegelianismo penal y criminológico con su método
dialectico
deductivo y un fuerte contenido etnocentrista y por ende colonialista, y por otro lado el
positivismo racista. Este último, afirma el autor, no fue sino la consecuencia de la nueva
hegemonía que pretendía alzarse en clase superior con una posición dominante dada por
naturaleza8, generándose así el positivismo criminológico como alianza del órgano
punitivo estatal (la policía) y el discurso punitivo en auge (la medicina), dando lugar
luego al “biologismo reduccionista racista” que derivo en lo que todos sabemos.

En los capítulos siguientes nos explica como estos conceptos del positivismo
criminológico principalmente desde su perspectiva racista derivaron en el nazismo.
Siguiendo así el dominio de una perspectiva jerarquizada que venía dada ya desde
épocas del colonialismo y el posterior neocolonialismo donde emergió como discurso
científico el racismo. Generándose un nuevo enemigo (un nuevo Satán dice Zaffaroni9,
siguiendo a la estructura inquisitiva) y manteniéndose el objetivo colonizador.

Pero, señala el autor, llego un momento en que los académicos del derecho no
soportaron estar subordinados a los médicos en la determinación del delito, por lo que
se genero una separación entre el Derecho Penal y la Criminología, entendido el
primero como derecho cultural y la segunda como derecho natural mediante una
reflexión neokantiana. De este modo se observa el avance del Derecho Penal por sobre
la Criminología puesto que esta paso a ser no más que un conjunto de conocimientos
auxiliares del derecho penal que eran convocados cuando aquel lo consideraba
conveniente. Se genero, en la posguerra, “la criminología del rincón” la cual no tuvo
más remedio que rechazar el racismo y el reduccionismo biologista. Consecuencia,
entiendo, del aval de las posturas criminológicas reinantes a la potencia vencida, el
régimen nazi, sobre este aval nos bastaría recordar las teorías de Carl Schmitt.

Criminología y Sociología. Con el cap. XIX de su obra Zaffaroni plantea el surgimiento


de una nueva perspectiva criminológica gracias a la aparición, como ciencia, de la
sociología. No en muchos textos criminológicos se explica de una manera tan clara la
relación entre estos dos saberes y particularmente las circunstancias políticas y
temporales en las que emergieron. Es así que los siguientes capítulos el autor, más allá
de referirse cómicamente al movimiento de caderas de Elvis Presley en el filme
“Rebeldes sin causa”10, se avoca a explicar el desarrollo de la criminología, acorde a
las teorías criminológicas que surgieron con posterioridad a la Primera Guerra Mundial,
y tomaron especial relevancia luego de la Segunda Guerra.

Bajo el lema “se cayó la estantería”11 remite al surgimiento de un nuevo paradigma


criminológico a raíz del avance de la sociología y la incorporación del poder punitivo
para su aplicación práctica, se deja a un lado la “charla de café” sobre cuáles son las
razones de la criminalidad y emerge la criminología critica estudiando además los
modos adecuados de reacción del Estado, en su vertiente liberal o radical. La relevancia
que toma en esta fase el estudio de la criminología es vislumbrarte, como también lo es,
me veo obligado a ser reiterativo, la simpleza del autor en su explicación. No debe dejar
de observar el lector la referencia del autor a las dos influencias de la criminología
crítica liberal: la psicología social por un lado mediante el interaccionismo simbólico, y
por otro de la filosofía con la fenomenología12.

Siguiendo con su estructura lógica narrativa el autor encuentra en estas teorías una
forma de escapar a la realidad afirmando que desde que nacemos hay cosas que están,
que son, como “la pizza con faina [y el sistema penal] que nos parece natural y no nos
preguntamos porque existen”13, ahora la desnaturalización implica un vuelco en la
presunción, es decir que quien critica al sistema penal no debe demostrar nada, sino que
el sistema penal debe demostrar el porqué de su existencia.

Criminología Mediática. Sobre este tipo de criminología comienza a escribir Zaffaroni a


partir del capítulo XXXVII, y es en este punto donde se produce un corte en su
narrativa, de modo tal que se incorpora un bagaje enorme de opiniones propias del
autor, podría decirse que aquí comienza en su máxima plenitud su exposición crítica a la
que me he referido al comienzo de esta reseña como la segunda etapa de su exposición.

Entiende que “las personas que todos los días caminan por las calles y toman el
ómnibus y el subte junto a nosotros tienen la visión de la cuestión criminal que
construyen los medios de comunicación, o sea, que se nutren –o padecen– de una
criminología mediática”14, comprendiendo al neopunitivismo como su discurso actual
como legitimación de los actos atroces de los Estados.

La responsabilidad de la criminología mediática, para Zaffaroni, es tal que hasta los


expertos reproducen su discurso, no es un discurso pensado por expertos que tratan el
tema sino solo una reproducción automática involuntaria de ellos15 y es así como esta
criminología en el pensamiento del autor adquiere autoridad científica.

El fin del negacionismo, es de lo que trata el autor a partir de su fascículo


decimonoveno, entendiendo que la criminología negacionista, como negación de las
graves violaciones a los derechos humanos por actos y omisiones del Estado, ha llegado
a su fin y representando esto en la palabra de los muertos donde tenemos que recurrir
para tener un dato factico desde donde partir con un estudio criminológico. Negación
del daño y negación de la victima son otros dos aspectos de este negacionismo pero que
se evidencian de una manera más directa16. Pero ¿Quién maneja estas masacres que son
negadas? ¿Cuál es el aparato teórico del negacionismo? ¿Cuál es el rol de los medios en
esta negación? ¿Por qué las masacres? Son todas cuestiones que aborda el autor.

Se evidencia nuevamente los efectos del poder punitivo descontrolado que conserva la
misma estructura que en la época inquisitiva. Sin embargo ante este poder punitivo
parecería surgir una criminología de contención que se va perfeccionando mediante el
cumulo de garantías adoptadas consecuentemente con las diversas formas históricas del
poder punitivo y las masacres efectuadas. Esta criminología de contención conlleva una
canalización de la venganza que el autor entiende propia de toda sociedad, pero que es
dejada de lado cuando el poder punitivo se presenta en la forma de neopunitivismo,
pasando de canalizar a producir venganza17.

La criminología biologicista legitimante de masacres, que luego ha pasado a enmudecer


los cadáveres negando las masacres, hoy en día se ha convertido, afirma Zaffaroni, en
una criminología cautelar que tendrá por misión analizar los riesgos que podrían derivar
en una masacre debido al desborde del poder punitivo: “[…] la contención y cautela en
el uso de un poder que siempre tiende a expandirse y acabar en una masacre [… pues
…] el poder masacrador y el punitivo tienen la misma esencia –la venganza–”18.

Finalmente en los últimos cinco capítulos Zaffaroni se avoca a dar una respuesta, es
decir, a explicar su teoría de una criminología cautelar. Afirmando básicamente que en
razón de que el poder punitivo primario o político no recae en el aparato judicial sino
más bien en el aparato policial respondiendo a la criminología mediática, el poder
judicial debe servir como contención y control sobre el ejercicio del poder punitivo
negativo. Se puede observar así como la criminología cautelar tomada como
criminología militante se contrapone a la criminología mediática. Y creo que en
definitiva es esta característica de “militante” que Zaffaroni atribuye a la criminología
cautelar la que lo llevo a escribir estas l
íneas, atento a su intención de llegar al pueblo.

Es esta una finalidad expuesta a lo largo de su obra, la de comunicar, traspasar los


muros del ámbito académico, salirse de sus encierros y dialectos, y llevar a la gente, que
somos todos, el pensamiento académico universitario.

En sus 25 fascículos, 56 capítulos, Zaffaroni nos comenta su perspectiva, su punto de


vista, del sistema punitivo desde su surgimiento hasta nuestras épocas, pero sin
abstraerse de presentar un camino a seguir, una postura, su posición respecto del
objetivo actual al que su estudio debe apuntar.
La importancia del texto reseñado deriva no solo de su contenido teórico sino además de
la nitidez de su prosa, permitiendo una ágil comprensión acorde a su estilo narrativo
posibilitando una adecuación temporal de los hechos sirviéndose de argumentos y
ejemplos entretenidos.

La cuestión criminal” de Eugenio Raúl Zaffaroni Por Ariel Sebastián Garín

Zaffaroni, Eugenio Raúl. La Cuestión Criminal, 2° Edición, Buenos Aires, Planeta,


2012, 400 ps.

El Profesor Eugenio Raúl Zaffaroni, junto a un Equipo de trabajo conformado por


Romina Zárate, Alejandro Slokar y Matías Bailone, aborda a lo largo de 56 capítulos
denominados “La Cuestión Criminal” publicados en la revista Pagina 12 y
posteriormente compilados en un libro con similar nombre publicado por la Editorial
Planeta, una visión alternativa sobre la seguridad en una sociedad democrática.

Claramente el trabajo fue pensado con una doble intención. Por un lado, analizar lo que
nos fue diciendo a lo largo de la historia y lo que nos dice ahora la academia; lo que nos
dicen los medios masivos de comunicación; y lo que nos dicen los muertos (la palabra
de los muertos). Y, por otro lado, insistir en la necesaria prudencia con la que debe
usarse el poder represivo, insistir en una criminología cautelar. Se trata de un ida y
vuelta, un comentario general sobre los problemas que aquejan a la criminología y una
respuesta a esos problemas.

La palabra de los muertos, se puede leer en la tapa del primer capítulo observándose el
boceto representativo de un grupo de sujetos de ceño fruncido, con vestimentas típicas
inquisitivas, algunos con gorras de fuerzas armadas, rodeando a un cuerpo de modo tal
que parecerían analizarlo, además se observa un libro de Lombroso, un código penal y
un cuerpo “archivado”.

A efectos, entiendo, de explicarnos el objeto de su análisis, el autor sostiene que “[…]


sin duda, la única verdad es la realidad, y la única realidad en la cuestión criminal son
los muertos”1. Seguramente esta frase comenzara por despertar lector, pretende
explicarnos que existen hechos de los cuales aferrarnos a la hora de estudiar la cuestión
criminal “[e]sta es la más obvia palabra de los muertos: decirnos que están muertos”2.

La Edad Media no ha terminado indica el dibujo que encabeza el segundo fascículo,


capítulo III, de la obra. Compréndase esto como una primera etapa, avocada a explicar
los fundamentos históricos teóricos que le permitirán fundar su posición en una segunda
etapa de sus escritos. En efecto trata sobre el surgimiento del poder punitivo, con la
intención de deshacer esa creencia en su naturalidad, para esto se aboca a la tarea de
distinguir a la coerción que se ejerce para detener una acción de aquella que se ejerce
para repararla. Es en este último caso, afirma el autor, donde surgiría el poder punitivo
cuando el Estado remplaza al verdadero lesionado, de modo que “[l]o punitivo no
resuelve el conflicto sino que lo cuelga, como una prenda que se saca del lavarropas y
se tiende en la soga hasta que se seque”3, la coerción deja de reparar y el poder punitivo
toma como fin otras metas, ya sea reformar, castigar, etc.

El sistema punitivo, propio de las sociedades verticalizadas, jerarquizadas y


militarizadas, fue, afirma el autor, lo que permitió al imperio romano extenderse por el
mundo conocido y luego del siglo XII permitió a Europa las bases para colonizar el
mundo por conocer. Sociedades de las cuales somos producto y es en este sentido que
se debe entender el titulo del fascículo, conservando plena vigencia los discursos
legitimantes del poder punitivo de la Edad Media

Siguiendo con su postura, Zaffaroni afirma que la estructura inquisitorial y por ende
demonologa se mantiene hasta nuestros días, y grafica esta estructura de la siguiente
manera: “[…] se alega una emergencia, como una amenaza extraordinaria que pone en
riesgo a la humanidad, a casi toda la humanidad, a la nación, al mundo occidental, etc.,
y el miedo a la emergencia se usa para eliminar cualquier obstáculo al poder punitivo
que se presenta como la única solución para neutralizarlo. Todo el que quiera oponerse
u objetar ese poder es también un enemigo, un cómplice o un idiota útil”4, es lo que se
conoce como Derecho Penal del Enemigo sobre lo cual escribe el autor en su obra
titulada “El enemigo en el Derecho Penal”. Siendo así la “emergencia” el elemento
legitimante del poder punitivo, un instrumento discursivo que sirve para crear un estado
de paranoia colectiva.

Es interesante como basándose en el Malleus Maleficarum describe 20 núcleos


estructurales de este discurso inquisitivo que permanecen hasta la actualidad, que
entiendo podrían resumirse compilándose de la siguiente manera: El crimen más grave
provoca la emergencia generando una situación alarmante que solo se combate
mediante una guerra, de modo tal que quienes dudan de dicha emergencia son los
criminales debiendo neutralizárselos. Ante estos enemigos todo vale, se los puede
engañar e incluso se deben buscar métodos para extraerles la verdad y el señalamiento
de otros cómplices. Todo esto genera la necesidad de valorar los hechos de modo tal que
la duda recaiga ante quien está bajo sospecha, y esto facilita la comisión de hechos
delictivos por quienes acusan no recayendo sobre ellos duda alguna, puesto que además
quienes lideran son portadores de una imagen inmaculada ante enemigos inferiores. Se
genera un discurso moralizante, en donde quienes manejan el poder punitivo detentan
una calidad exenta de errores e inmunes al mal.
Un objetivo propuesto en el siguiente capítulo consiste en demostrar cuál es el camino
correcto a seguir en cualquier crítica al poder punitivo, eludiendo la trampa que desvía
la cuestión hacia la gravedad del mal que éste pretende combatir y contra el que libra su
guerra. Esto es así puesto que si la crítica refiere a la ineficacia del poder punitivo no se
debe discutir sobre el objeto de éste, bastaría solo con demostrar que no sirve a tales
fines. El texto nos lleva a una analogía de la situación actual con la situación por la que
paso Friedrich Spee al revelarse contra el sistema inquisitivo del siglo XVII. Indica que
las razones por las que se permitían las aberraciones del poder punitivo, que se
sustentaban justamente en la estructura antes explicada, eran las siguientes: la
desinformación, criminología mediática dice Zaffaroni5; los teóricos que repetían el
discurso punitivo (para Spee en cabeza de la iglesia); los príncipes que se liberaban de
los actos de sus subordinados culpando a Satán, a lo que Zaffaroni llama
autonomización policial; y finalmente los eufemismos.

Mediante estas críticas, afirma el autor, comenzó a vislumbrarse el Iluminismo echando


las bases para una adecuada distinción entre moral y derecho. Pero con el iluminismo
también llegaron otras formas de concentración del poder punitivo, puesto que
“[s]iempre hay discursos sobre este poder, pero sólo alguno se vuelve hegemónico o
dominante porque algún sector social al que le resulta funcional lo adopta y lo impulsa.
Esto tiene lugar cuando hay una dinámica social más o menos acelerada, o sea, cuando
surge un conflicto interno en la sociedad y un sector de cierta importancia quiere
deslegitimar el discurso del poder del sector al que tiende a desplazar o frente al cual
quiere abrirse un espacio”6.

Surge el Iluminismo penal, que se iría a desenvolver en dos vertientes: el empirismo y


el idealismo. Emerge, entre otros métodos para combatir al poder monárquico, la
privación de libertad como pena central7, sea por la vía del utilitarismo (para imponer
orden interno mediante la introyección del vigilante) o del contractualismo (como
indemnización o reparación por la violación del contrato social).

Con los capítulos XI y XII podemos observar un análisis respecto de las consecuencias
que trajo la falta de limitación del contractualismo, en el sentido de que este podía dar
lugar tanto a ideas Hobesianas o algunas más moderadas como las de Lock e incluso
socialistas como las de Marat. Por ende era necesario introducir ciertos límites a la
teoría contractualista para mantener el poder hegemónico reinante. Pueden distinguirse
así dos momentos, que fueron el hegelianismo penal y criminológico con su método
dialectico
deductivo y un fuerte contenido etnocentrista y por ende colonialista, y por otro lado el
positivismo racista. Este último, afirma el autor, no fue sino la consecuencia de la nueva
hegemonía que pretendía alzarse en clase superior con una posición dominante dada por
naturaleza8, generándose así el positivismo criminológico como alianza del órgano
punitivo estatal (la policía) y el discurso punitivo en auge (la medicina), dando lugar
luego al “biologismo reduccionista racista” que derivo en lo que todos sabemos.

En los capítulos siguientes nos explica como estos conceptos del positivismo
criminológico principalmente desde su perspectiva racista derivaron en el nazismo.
Siguiendo así el dominio de una perspectiva jerarquizada que venía dada ya desde
épocas del colonialismo y el posterior neocolonialismo donde emergió como discurso
científico el racismo. Generándose un nuevo enemigo (un nuevo Satán dice Zaffaroni9,
siguiendo a la estructura inquisitiva) y manteniéndose el objetivo colonizador.
Pero, señala el autor, llego un momento en que los académicos del derecho no
soportaron estar subordinados a los médicos en la determinación del delito, por lo que
se genero una separación entre el Derecho Penal y la Criminología, entendido el
primero como derecho cultural y la segunda como derecho natural mediante una
reflexión neokantiana. De este modo se observa el avance del Derecho Penal por sobre
la Criminología puesto que esta paso a ser no más que un conjunto de conocimientos
auxiliares del derecho penal que eran convocados cuando aquel lo consideraba
conveniente. Se genero, en la posguerra, “la criminología del rincón” la cual no tuvo
más remedio que rechazar el racismo y el reduccionismo biologista. Consecuencia,
entiendo, del aval de las posturas criminológicas reinantes a la potencia vencida, el
régimen nazi, sobre este aval nos bastaría recordar las teorías de Carl Schmitt.

Criminología y Sociología. Con el cap. XIX de su obra Zaffaroni plantea el surgimiento


de una nueva perspectiva criminológica gracias a la aparición, como ciencia, de la
sociología. No en muchos textos criminológicos se explica de una manera tan clara la
relación entre estos dos saberes y particularmente las circunstancias políticas y
temporales en las que emergieron. Es así que los siguientes capítulos el autor, más allá
de referirse cómicamente al movimiento de caderas de Elvis Presley en el filme
“Rebeldes sin causa”10, se avoca a explicar el desarrollo de la criminología, acorde a
las teorías criminológicas que surgieron con posterioridad a la Primera Guerra Mundial,
y tomaron especial relevancia luego de la Segunda Guerra.

Bajo el lema “se cayó la estantería”11 remite al surgimiento de un nuevo paradigma


criminológico a raíz del avance de la sociología y la incorporación del poder punitivo
para su aplicación práctica, se deja a un lado la “charla de café” sobre cuáles son las
razones de la criminalidad y emerge la criminología critica estudiando además los
modos adecuados de reacción del Estado, en su vertiente liberal o radical. La relevancia
que toma en esta fase el estudio de la criminología es vislumbrarte, como también lo es,
me veo obligado a ser reiterativo, la simpleza del autor en su explicación. No debe dejar
de observar el lector la referencia del autor a las dos influencias de la criminología
crítica liberal: la psicología social por un lado mediante el interaccionismo simbólico, y
por otro de la filosofía con la fenomenología12.

Siguiendo con su estructura lógica narrativa el autor encuentra en estas teorías una
forma de escapar a la realidad afirmando que desde que nacemos hay cosas que están,
que son, como “la pizza con faina [y el sistema penal] que nos parece natural y no nos
preguntamos porque existen”13, ahora la desnaturalización implica un vuelco en la
presunción, es decir que quien critica al sistema penal no debe demostrar nada, sino que
el sistema penal debe demostrar el porqué de su existencia.

Criminología Mediática. Sobre este tipo de criminología comienza a escribir Zaffaroni a


partir del capítulo XXXVII, y es en este punto donde se produce un corte en su
narrativa, de modo tal que se incorpora un bagaje enorme de opiniones propias del
autor, podría decirse que aquí comienza en su máxima plenitud su exposición crítica a la
que me he referido al comienzo de esta reseña como la segunda etapa de su exposición.

Entiende que “las personas que todos los días caminan por las calles y toman el
ómnibus y el subte junto a nosotros tienen la visión de la cuestión criminal que
construyen los medios de comunicación, o sea, que se nutren –o padecen– de una
criminología mediática”14, comprendiendo al neopunitivismo como su discurso actual
como legitimación de los actos atroces de los Estados.

La responsabilidad de la criminología mediática, para Zaffaroni, es tal que hasta los


expertos reproducen su discurso, no es un discurso pensado por expertos que tratan el
tema sino solo una reproducción automática involuntaria de ellos15 y es así como esta
criminología en el pensamiento del autor adquiere autoridad científica.

El fin del negacionismo, es de lo que trata el autor a partir de su fascículo


decimonoveno, entendiendo que la criminología negacionista, como negación de las
graves violaciones a los derechos humanos por actos y omisiones del Estado, ha llegado
a su fin y representando esto en la palabra de los muertos donde tenemos que recurrir
para tener un dato factico desde donde partir con un estudio criminológico. Negación
del daño y negación de la victima son otros dos aspectos de este negacionismo pero que
se evidencian de una manera más directa16. Pero ¿Quién maneja estas masacres que son
negadas? ¿Cuál es el aparato teórico del negacionismo? ¿Cuál es el rol de los medios en
esta negación? ¿Por qué las masacres? Son todas cuestiones que aborda el autor.

Se evidencia nuevamente los efectos del poder punitivo descontrolado que conserva la
misma estructura que en la época inquisitiva. Sin embargo ante este poder punitivo
parecería surgir una criminología de contención que se va perfeccionando mediante el
cumulo de garantías adoptadas consecuentemente con las diversas formas históricas del
poder punitivo y las masacres efectuadas. Esta criminología de contención conlleva una
canalización de la venganza que el autor entiende propia de toda sociedad, pero que es
dejada de lado cuando el poder punitivo se presenta en la forma de neopunitivismo,
pasando de canalizar a producir venganza17.

La criminología biologicista legitimante de masacres, que luego ha pasado a enmudecer


los cadáveres negando las masacres, hoy en día se ha convertido, afirma Zaffaroni, en
una criminología cautelar que tendrá por misión analizar los riesgos que podrían derivar
en una masacre debido al desborde del poder punitivo: “[…] la contención y cautela en
el uso de un poder que siempre tiende a expandirse y acabar en una masacre [… pues
…] el poder masacrador y el punitivo tienen la misma esencia –la venganza–”18.

Finalmente en los últimos cinco capítulos Zaffaroni se avoca a dar una respuesta, es
decir, a explicar su teoría de una criminología cautelar. Afirmando básicamente que en
razón de que el poder punitivo primario o político no recae en el aparato judicial sino
más bien en el aparato policial respondiendo a la criminología mediática, el poder
judicial debe servir como contención y control sobre el ejercicio del poder punitivo
negativo. Se puede observar así como la criminología cautelar tomada como
criminología militante se contrapone a la criminología mediática. Y creo que en
definitiva es esta característica de “militante” que Zaffaroni atribuye a la criminología
cautelar la que lo llevo a escribir estas l
íneas, atento a su intención de llegar al pueblo.

Es esta una finalidad expuesta a lo largo de su obra, la de comunicar, traspasar los


muros del ámbito académico, salirse de sus encierros y dialectos, y llevar a la gente, que
somos todos, el pensamiento académico universitario.
En sus 25 fascículos, 56 capítulos, Zaffaroni nos comenta su perspectiva, su punto de
vista, del sistema punitivo desde su surgimiento hasta nuestras épocas, pero sin
abstraerse de presentar un camino a seguir, una postura, su posición respecto del
objetivo actual al que su estudio debe apuntar.

La importancia del texto reseñado deriva no solo de su contenido teórico sino además de
la nitidez de su prosa, permitiendo una ágil comprensión acorde a su estilo narrativo
posibilitando una adecuación temporal de los hechos sirviéndose de argumentos y
ejemplos entretenidos.

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