Claramente el trabajo fue pensado con una doble intención. Por un lado, analizar lo que
nos fue diciendo a lo largo de la historia y lo que nos dice ahora la academia; lo que nos
dicen los medios masivos de comunicación; y lo que nos dicen los muertos (la palabra
de los muertos). Y, por otro lado, insistir en la necesaria prudencia con la que debe
usarse el poder represivo, insistir en una criminología cautelar. Se trata de un ida y
vuelta, un comentario general sobre los problemas que aquejan a la criminología y una
respuesta a esos problemas.
La palabra de los muertos, se puede leer en la tapa del primer capítulo observándose el
boceto representativo de un grupo de sujetos de ceño fruncido, con vestimentas típicas
inquisitivas, algunos con gorras de fuerzas armadas, rodeando a un cuerpo de modo tal
que parecerían analizarlo, además se observa un libro de Lombroso, un código penal y
un cuerpo “archivado”.
Siguiendo con su postura, Zaffaroni afirma que la estructura inquisitorial y por ende
demonologa se mantiene hasta nuestros días, y grafica esta estructura de la siguiente
manera: “[…] se alega una emergencia, como una amenaza extraordinaria que pone en
riesgo a la humanidad, a casi toda la humanidad, a la nación, al mundo occidental, etc.,
y el miedo a la emergencia se usa para eliminar cualquier obstáculo al poder punitivo
que se presenta como la única solución para neutralizarlo. Todo el que quiera oponerse
u objetar ese poder es también un enemigo, un cómplice o un idiota útil”4, es lo que se
conoce como Derecho Penal del Enemigo sobre lo cual escribe el autor en su obra
titulada “El enemigo en el Derecho Penal”. Siendo así la “emergencia” el elemento
legitimante del poder punitivo, un instrumento discursivo que sirve para crear un estado
de paranoia colectiva.
Con los capítulos XI y XII podemos observar un análisis respecto de las consecuencias
que trajo la falta de limitación del contractualismo, en el sentido de que este podía dar
lugar tanto a ideas Hobesianas o algunas más moderadas como las de Lock e incluso
socialistas como las de Marat. Por ende era necesario introducir ciertos límites a la
teoría contractualista para mantener el poder hegemónico reinante. Pueden distinguirse
así dos momentos, que fueron el hegelianismo penal y criminológico con su método
dialectico
deductivo y un fuerte contenido etnocentrista y por ende colonialista, y por otro lado el
positivismo racista. Este último, afirma el autor, no fue sino la consecuencia de la nueva
hegemonía que pretendía alzarse en clase superior con una posición dominante dada por
naturaleza8, generándose así el positivismo criminológico como alianza del órgano
punitivo estatal (la policía) y el discurso punitivo en auge (la medicina), dando lugar
luego al “biologismo reduccionista racista” que derivo en lo que todos sabemos.
En los capítulos siguientes nos explica como estos conceptos del positivismo
criminológico principalmente desde su perspectiva racista derivaron en el nazismo.
Siguiendo así el dominio de una perspectiva jerarquizada que venía dada ya desde
épocas del colonialismo y el posterior neocolonialismo donde emergió como discurso
científico el racismo. Generándose un nuevo enemigo (un nuevo Satán dice Zaffaroni9,
siguiendo a la estructura inquisitiva) y manteniéndose el objetivo colonizador.
Pero, señala el autor, llego un momento en que los académicos del derecho no
soportaron estar subordinados a los médicos en la determinación del delito, por lo que
se genero una separación entre el Derecho Penal y la Criminología, entendido el
primero como derecho cultural y la segunda como derecho natural mediante una
reflexión neokantiana. De este modo se observa el avance del Derecho Penal por sobre
la Criminología puesto que esta paso a ser no más que un conjunto de conocimientos
auxiliares del derecho penal que eran convocados cuando aquel lo consideraba
conveniente. Se genero, en la posguerra, “la criminología del rincón” la cual no tuvo
más remedio que rechazar el racismo y el reduccionismo biologista. Consecuencia,
entiendo, del aval de las posturas criminológicas reinantes a la potencia vencida, el
régimen nazi, sobre este aval nos bastaría recordar las teorías de Carl Schmitt.
Siguiendo con su estructura lógica narrativa el autor encuentra en estas teorías una
forma de escapar a la realidad afirmando que desde que nacemos hay cosas que están,
que son, como “la pizza con faina [y el sistema penal] que nos parece natural y no nos
preguntamos porque existen”13, ahora la desnaturalización implica un vuelco en la
presunción, es decir que quien critica al sistema penal no debe demostrar nada, sino que
el sistema penal debe demostrar el porqué de su existencia.
Entiende que “las personas que todos los días caminan por las calles y toman el
ómnibus y el subte junto a nosotros tienen la visión de la cuestión criminal que
construyen los medios de comunicación, o sea, que se nutren –o padecen– de una
criminología mediática”14, comprendiendo al neopunitivismo como su discurso actual
como legitimación de los actos atroces de los Estados.
Se evidencia nuevamente los efectos del poder punitivo descontrolado que conserva la
misma estructura que en la época inquisitiva. Sin embargo ante este poder punitivo
parecería surgir una criminología de contención que se va perfeccionando mediante el
cumulo de garantías adoptadas consecuentemente con las diversas formas históricas del
poder punitivo y las masacres efectuadas. Esta criminología de contención conlleva una
canalización de la venganza que el autor entiende propia de toda sociedad, pero que es
dejada de lado cuando el poder punitivo se presenta en la forma de neopunitivismo,
pasando de canalizar a producir venganza17.
Finalmente en los últimos cinco capítulos Zaffaroni se avoca a dar una respuesta, es
decir, a explicar su teoría de una criminología cautelar. Afirmando básicamente que en
razón de que el poder punitivo primario o político no recae en el aparato judicial sino
más bien en el aparato policial respondiendo a la criminología mediática, el poder
judicial debe servir como contención y control sobre el ejercicio del poder punitivo
negativo. Se puede observar así como la criminología cautelar tomada como
criminología militante se contrapone a la criminología mediática. Y creo que en
definitiva es esta característica de “militante” que Zaffaroni atribuye a la criminología
cautelar la que lo llevo a escribir estas l
íneas, atento a su intención de llegar al pueblo.
Claramente el trabajo fue pensado con una doble intención. Por un lado, analizar lo que
nos fue diciendo a lo largo de la historia y lo que nos dice ahora la academia; lo que nos
dicen los medios masivos de comunicación; y lo que nos dicen los muertos (la palabra
de los muertos). Y, por otro lado, insistir en la necesaria prudencia con la que debe
usarse el poder represivo, insistir en una criminología cautelar. Se trata de un ida y
vuelta, un comentario general sobre los problemas que aquejan a la criminología y una
respuesta a esos problemas.
La palabra de los muertos, se puede leer en la tapa del primer capítulo observándose el
boceto representativo de un grupo de sujetos de ceño fruncido, con vestimentas típicas
inquisitivas, algunos con gorras de fuerzas armadas, rodeando a un cuerpo de modo tal
que parecerían analizarlo, además se observa un libro de Lombroso, un código penal y
un cuerpo “archivado”.
Siguiendo con su postura, Zaffaroni afirma que la estructura inquisitorial y por ende
demonologa se mantiene hasta nuestros días, y grafica esta estructura de la siguiente
manera: “[…] se alega una emergencia, como una amenaza extraordinaria que pone en
riesgo a la humanidad, a casi toda la humanidad, a la nación, al mundo occidental, etc.,
y el miedo a la emergencia se usa para eliminar cualquier obstáculo al poder punitivo
que se presenta como la única solución para neutralizarlo. Todo el que quiera oponerse
u objetar ese poder es también un enemigo, un cómplice o un idiota útil”4, es lo que se
conoce como Derecho Penal del Enemigo sobre lo cual escribe el autor en su obra
titulada “El enemigo en el Derecho Penal”. Siendo así la “emergencia” el elemento
legitimante del poder punitivo, un instrumento discursivo que sirve para crear un estado
de paranoia colectiva.
Con los capítulos XI y XII podemos observar un análisis respecto de las consecuencias
que trajo la falta de limitación del contractualismo, en el sentido de que este podía dar
lugar tanto a ideas Hobesianas o algunas más moderadas como las de Lock e incluso
socialistas como las de Marat. Por ende era necesario introducir ciertos límites a la
teoría contractualista para mantener el poder hegemónico reinante. Pueden distinguirse
así dos momentos, que fueron el hegelianismo penal y criminológico con su método
dialectico
deductivo y un fuerte contenido etnocentrista y por ende colonialista, y por otro lado el
positivismo racista. Este último, afirma el autor, no fue sino la consecuencia de la nueva
hegemonía que pretendía alzarse en clase superior con una posición dominante dada por
naturaleza8, generándose así el positivismo criminológico como alianza del órgano
punitivo estatal (la policía) y el discurso punitivo en auge (la medicina), dando lugar
luego al “biologismo reduccionista racista” que derivo en lo que todos sabemos.
En los capítulos siguientes nos explica como estos conceptos del positivismo
criminológico principalmente desde su perspectiva racista derivaron en el nazismo.
Siguiendo así el dominio de una perspectiva jerarquizada que venía dada ya desde
épocas del colonialismo y el posterior neocolonialismo donde emergió como discurso
científico el racismo. Generándose un nuevo enemigo (un nuevo Satán dice Zaffaroni9,
siguiendo a la estructura inquisitiva) y manteniéndose el objetivo colonizador.
Pero, señala el autor, llego un momento en que los académicos del derecho no
soportaron estar subordinados a los médicos en la determinación del delito, por lo que
se genero una separación entre el Derecho Penal y la Criminología, entendido el
primero como derecho cultural y la segunda como derecho natural mediante una
reflexión neokantiana. De este modo se observa el avance del Derecho Penal por sobre
la Criminología puesto que esta paso a ser no más que un conjunto de conocimientos
auxiliares del derecho penal que eran convocados cuando aquel lo consideraba
conveniente. Se genero, en la posguerra, “la criminología del rincón” la cual no tuvo
más remedio que rechazar el racismo y el reduccionismo biologista. Consecuencia,
entiendo, del aval de las posturas criminológicas reinantes a la potencia vencida, el
régimen nazi, sobre este aval nos bastaría recordar las teorías de Carl Schmitt.
Siguiendo con su estructura lógica narrativa el autor encuentra en estas teorías una
forma de escapar a la realidad afirmando que desde que nacemos hay cosas que están,
que son, como “la pizza con faina [y el sistema penal] que nos parece natural y no nos
preguntamos porque existen”13, ahora la desnaturalización implica un vuelco en la
presunción, es decir que quien critica al sistema penal no debe demostrar nada, sino que
el sistema penal debe demostrar el porqué de su existencia.
Entiende que “las personas que todos los días caminan por las calles y toman el
ómnibus y el subte junto a nosotros tienen la visión de la cuestión criminal que
construyen los medios de comunicación, o sea, que se nutren –o padecen– de una
criminología mediática”14, comprendiendo al neopunitivismo como su discurso actual
como legitimación de los actos atroces de los Estados.
Se evidencia nuevamente los efectos del poder punitivo descontrolado que conserva la
misma estructura que en la época inquisitiva. Sin embargo ante este poder punitivo
parecería surgir una criminología de contención que se va perfeccionando mediante el
cumulo de garantías adoptadas consecuentemente con las diversas formas históricas del
poder punitivo y las masacres efectuadas. Esta criminología de contención conlleva una
canalización de la venganza que el autor entiende propia de toda sociedad, pero que es
dejada de lado cuando el poder punitivo se presenta en la forma de neopunitivismo,
pasando de canalizar a producir venganza17.
Finalmente en los últimos cinco capítulos Zaffaroni se avoca a dar una respuesta, es
decir, a explicar su teoría de una criminología cautelar. Afirmando básicamente que en
razón de que el poder punitivo primario o político no recae en el aparato judicial sino
más bien en el aparato policial respondiendo a la criminología mediática, el poder
judicial debe servir como contención y control sobre el ejercicio del poder punitivo
negativo. Se puede observar así como la criminología cautelar tomada como
criminología militante se contrapone a la criminología mediática. Y creo que en
definitiva es esta característica de “militante” que Zaffaroni atribuye a la criminología
cautelar la que lo llevo a escribir estas l
íneas, atento a su intención de llegar al pueblo.
La importancia del texto reseñado deriva no solo de su contenido teórico sino además de
la nitidez de su prosa, permitiendo una ágil comprensión acorde a su estilo narrativo
posibilitando una adecuación temporal de los hechos sirviéndose de argumentos y
ejemplos entretenidos.