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La suma de los nombres: cómo nos llamamos los salvadoreños (I)

María Tenorio

Evexa Yanira, Carlos José, Nereyda Jakinot, Norma Elizabeth, Charmy Igor, Ana María, Eduardo
Ernesto y Fermín Tolín son algunos ejemplos de la inmensa variedad de nombres, raros y comunes, que
llevamos los salvadoreños. Una exploración de la guía telefónica del 2010, realizada por mis alumnos
de clase de Lenguaje, muestra que para identificarnos usamos, modificamos y mezclamos palabras
procedentes de diversas tradiciones. Por ejemplo, ¿sabía usted que el tan repetido Carlos es de origen
germánico, que Ana es hebreo y que Yamilet es árabe? ¿Se ha dado cuenta de la cantidad de apelativos
de procedencia anglosajona que se vuelven cada vez más populares? ¿Sabe que en El Salvador hay una
ley que regula la asignación de nombres propios?

Clasificar todos los nombres que llevamos los salvadoreños excede las pretensiones de este ensayo. Sin
embargo, no está de más hacer el ejercicio de imaginar un termómetro con una gradación que vaya
desde lo más común hasta lo más extraño: común sería lo que se encuentra con mayor frecuencia en las
páginas del directorio telefónico, lo que más se repite; extraño, lo que se halla poquísimas veces o
quizás tan solo una. Así, por ejemplo, Yubiny Alcides, Filermina, Elman Heltar y Mery Hilweh
resultan muy extraños: no esperaría verlos varias veces en el mencionado libro, ni solos ni combinados.
Modesto Amado, Ignacia de Jesús y Celsa Orbelina son menos raros, en tanto tienen mayores
probabilidades de repetirse. Juan Pablo, Leslie Tatiana, William Javier, Marta Alicia, Edwin y Daysi
son nombres comunes que esperaríamos ver muchas veces.

En algunos casos, lo extraño de los nombres puede volverse ambiguo (¿es persona o cosa?, ¿es hombre
o mujer?) o incluso menoscabar la imagen de su portador, a quien identifica e individualiza. Esto fue
reconocido legalmente en El Salvador hace 20 años con la promulgación de la Ley del Nombre de la
Persona Natural, cuyo artículo 11 regula que nuestro nombre propio no sea "lesivo a la dignidad
humana, impropio de personas o equívoco respecto al sexo". En la fuente que usamos en este texto –la
guía telefónica del 2010– encontraremos, lógicamente, infracciones a la veinteañera ley, ya que la
mayoría de los dueños de líneas de teléfono han de ser mayores de 20 años.

Alta frecuencia
Los nombres más comunes, situados en un extremo del termómetro virtual, son José y María. Ambos
son de origen hebreo: Yosefyah y Maryam, respectivamente. Designan a la pareja que, según la
tradición cristiana, recibió a Dios hecho hombre en la Tierra. Son apelativos que extrañamente se usan
solos: son tan frecuentes que su poder de individualización está muy mermado. Algunas combinaciones
que aparecen en el directorio telefónico son las muy usadas José Antonio, José Luis, María Teresa y
María Elena; y las menos comunes José Mauro, José Abelino, María Florinda y María Orfilia.

También es posible combinar los dos nombres más populares entre ellos; María José y José María
identifican, respectivamente, a una mujer y a un hombre. Siguen, de esta manera, la citada Ley del
nombre que permite usar nombres del otro género mientras estén precedidos por uno que determine el
sexo; en otras palabras, el primer nombre de una pareja define el sexo de quien lo porta. Ese sería el
caso de José Dolores o María René. Por otra parte, María posee variantes compuestas como Maribel
(María Isabel) y Marisol (María del Sol), de uso frecuente en nuestro país. En el caso de José, tenemos
derivados femeninos como Josefina y Josefa. Este último identifica a mi centenaria abuela, a quien
siempre hemos llamado Chepita.

A la pareja de nombres más populares les siguen el latino Juan, el hebreo Ana y el germánico Carlos,
que aparecen en muchísimas combinaciones. Juan José, Carlos Antonio, Ana Julia, Juan Ramón, Ana
Merisi, Carlos Heriberto, Ana Delia y Carlos Odir sirvan como ejemplo de mezclas tanto comunes
como inusuales.

Como sabemos, lo más frecuente en nuestra cultura es asignar dos nombres a cada persona. La referida
Ley del nombre convierte esa costumbre en norma jurídica al restringir la formación del nombre propio
"a dos palabras como máximo". En este sentido, las partículas "de", “del”, "de la" y otras similares no
se consideran una palabra más sino parte del nombre al que acompañan. Muestra de ello serían
Salvadora de los Ángeles, Joel de Jesús, Maritza del Pilar, Aracely del Tránsito, Franklin de Dios,
Jesús de la Cruz, Inocente del Rosario, Reina de la Paz, Natividad de las Mercedes o Jaime del Carmen.

Hay que decir aquí que, por lo menos antes de la ley, poner tres nombres a los hijos no era raro en el
país. Así la guía telefónica registra a José Carol Alvino, Francisca Ana Iris, Carlos Napoleón Enrique,
Ana Lorena Ligia, Carlos Francisco Gerardo, María Blanca Luz y Pedro Félix Antonio. La que esto
escribe también carga con su propio trío: Ruth María de los Ángeles.

Si hablamos de los nombres castellanos, que se impusieron en estas tierras durante la época colonial
(siglos XVI a XIX), notaremos que vienen de varias fuentes culturales. Bajo la tradición cristiana, en la
Península Ibérica se difundieron nombres de origen hebreo, latino y griego. Con estos convivieron
apelativos árabes, aunque pocos se integraron en la corriente onomástica hispana. Además, luego de las
Invasiones Bárbaras adquirieron mucho prestigio los nombres germánicos, uniéndose al bagaje
anterior. Así, Ruth, Isabel, Miguel y David son de origen hebreo. Del latín son de uso frecuente Pedro,
Pablo, Julia y Beatriz. Del griego nos vienen apelativos como Eugenia, Alicia, Dora, Alejandro,
Nicolás y Andrés. De origen germánico son Álvaro, Elsa, Karla, Alberto, Carolina, Rodrigo y Adolfo.
Y, por último, árabes son Fátima, Xiomara y Omar.

En la próxima entrega comentaré sobre los nombres de origen anglosajón que se usan en el país, así
como sobre algunos apelativos que infringen la Ley del Nombre de la Persona Natural, aunque son
medianamente comunes entre nosotros.

(Publicado en Contracultura)
Foto: Monumento a la Memoria y la Verdad, Parque Cuscatlán, San Salvador

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