En la piel del tambor, Sevilla es más que una ciudad, es un teatro creado para
ocultar la verdad, sus personajes cumplen el papel de actores cuya función
primordial es distorsionar la realidad de los actos humanos.
Armado de una política de justicia guerrera, el padre Quart es guiado por las
dudas hacia un camino de fingimientos, las personas que le rodean le sirven de
excusa para crear su montaje, en el que la misión asignada se trasforma en
tiempo y vía para analizar su condición de posible vengador, amante y pensador.
Para los demás, Quart resulta una insoportable incertidumbre, no pueden estar
completamente seguros del objetivo que se propone, no saben como recibir su
investigación en medio de la institución que representa. El amor, el buen juicio y
demás virtudes que le convertirían en alguien aceptado van siendo aplacadas por
una disciplina que le motiva en su búsqueda de la verdad.
Los bufonescos personajes del barco Canela Fina como conjunto de seres
bizarros liderados por un falso abogado repleto de anécdotas, el mitómano Don
Ibrahim “El cubano”, se mueven por el mundo arrastrando la existencia de un
pasado trágico y melancólico en el que la niña puñales como voz de la copla
española y El potro Mantelete como torero y boxeador traicionado por su hermano
y esposa, son piezas típicas dentro de un mundo teatro representante de sectores
culturales en decadencia.
El grupo eclesiástico tipo mafia, donde el arzobispo Spada “El Mástil”, el monseñor
Carvo y el cardenal Iwaszkiewicz como fuentes de apoyo de(I.O.E, Opus Dei,
Santo Oficio respectivamente) encierran una infame cofradía de dobles sentidos,
repleta de caretas y complicidades hipócritas dentro de las diferentes gestiones
que les competen dentro de una iglesia que lucha por aparentar sobriedad al
interior de sus funciones.
Con toda esta gamma de personajes, hay en Sevilla una atmósfera de sueños,
una especie de aire viciado que genera estados de sinestesia, es el mundo en el
que entra el padre Quart un escenario de sensaciones oníricas y contemplaciones
de paisajes envueltos en palabras que se confunden con el individuo.
Son la pretensiones del padre Quart por encontrar la paz mental las que le incitan
a reflexionar, encerrándole cada vez más en sí mismo, en su actuar de soñador
dubitativo, de director teatral de emociones y sentimientos.