Anda di halaman 1dari 17

LA GLOBALIZACION DE VALORES

Parte I

(Sólo esta parte fue leída en la conferencia)

1. Cuando surge un término nuevo, y su uso se difunde rápidamente por el mundo en


diferentes contextos antes de que se defina con precisión su contenido, no es fácil
recoger a posteriori una sola definición que valga para todas las acepciones. Tal es el
caso del término “globalización” o “mundialización”. Recojamos la descripción que
hace de ella el Premio Nobel de Economía del año 2001, Joseph E. Stiglitz. Escribe,
desde su perspectiva: El fenómeno de la globalización es la integración más estrecha
de los países y los pueblos del mundo, producida por la enorme reducción de los
costos de transporte y comunicación, y el desmantelamiento de las barreras
artificiales a los flujos de bienes, servicios, capitales, conocimientos, y (en menor
grado) personas a través de las fronteras1. Se trata de un fenómeno complejo, que
abarca a la vida social en su conjunto. En efecto, se funda en la intercomunicación
inmediata que, superando las distancias geográficas, acerca a las personas, a los
pueblos, a las culturas y a los países. No se reduce al orden del conocimiento y la
información. Por el puente de comunicación transita la interacción y el intercambio
global entre quienes se han integrado a esta red de enlaces mundiales. Lo que le
ocurre a una región de la tierra, es de interés para todas. Todo repercute en la
globalidad; todo afecta a todos. Por eso, existe en la actualidad un extendido
consenso de que la globalización es uno de los signos visibles de un verdadero
«cambio de época».

2. Aunque más visible en un primer momento en el plano del comercio y de las finanzas,
como también en el plano de los medios de comunicación de masas, la globalización
se expande progresivamente a todos los ámbitos de la vida, incluyendo las
ciencias, la política, el arte, la educación, la migración de personas, el turismo.
Comienza a afectar, aunque de modo todavía bastante desigual, a todos los pueblos
de la tierra. También a sus culturas, a sus estilos de vida y tradiciones, a sus valores
más arraigados. Sin duda, es un gran desafío, cargado de promesas y de
posibilidades de desarrollo que muestran ya sus primeros frutos. Pero llega cargado
también de nuevas amenazas e inequidades, como asimismo de cuestionamientos
inéditos a las identidades culturales de los pueblos, a sus costumbres, a su
moralidad, a su vida religiosa. Cito un estudio reciente en el cual participé, titulado
“Globalización y Nueva Evangelización en América Latina y el Caribe”, encargado a
diversos expertos por el CELAM, y del cual extraeré algunas reflexiones, si bien se
refieren al ámbito de toda Latinoamérica y no sólo a Chile: “Lo que hasta hace poco
tiempo daba sentido a una manera de ser, de actuar, de valorar las cosas, entra en
conflicto con otra manera de ser, de actuar y de valorar. Estamos pasando de la era
moderna, industrializada, a una era de la información, de la revolución genética
(penetramos en los secretos de la vida); de nuevas experiencias espacio-temporales
que nos hacen dar grandes saltos en el ejercicio del conocimiento; de las sociedades

1
Joseph E. Stiglitz, El Malestar de la Globalización, Ed. Taurus (2002) p.37.
2

de la información y el conocimiento, donde este último es el principal recurso


industrial... Por primera vez en la historia, la mente humana es una fuerza productiva
directa y no sólo un elemento decisivo del sistema de producción” 2.

3. Se presentan como características claves del proceso de globalización “la


comunicación mundial en forma instantánea, la velocidad con que se producen los
cambios, la generación de nuevos paradigmas y el continuo aceleramiento de estos
procesos”3. Apenas comienzan a consolidarse nuevas situaciones, surgen renovados
impulsos de cambio y transformación que obligan a adaptarse constantemente a un
entorno altamente variable e inestable. El futuro se vuelve bastante impredecible y
todos los pueblos deben asumir grandes riesgos ante la velocidad de estas
transformaciones. El mundo de la información y la comunicación sólo se sostiene con
nuevas informaciones y comunicaciones. El riesgo de quedar aislado si no se
participa de estas tendencias puede pagarse caro. La opinión pública se hace
vigilante y busca informarse de lo que sucede en todas partes. Los medios son ahora
las plazas públicas de antaño, donde se discute y se ofrece ideas y productos, donde
se alude a grandes temas de la filosofía y de la ciencia, y se dan a conocer los modos
de vida de otras culturas, como también las nimiedades y la vida privada de los
actores sociales y de la farándula. Todo queda incluido en este veloz supermercado
de bienes, ilusiones y esperanzas, como también de prósperos negocios y sórdidas
acciones. Como ha dicho el Santo Padre, los medios han pasado a ser los “nuevos
areópagos” de la vida actual, donde, como en la época de San Pablo, se rinde tributo
al Dios desconocido y también a muchos ídolos que la propia comunicación se
encarga de construir, de llevar a la cima y de destruir.

4. La globalización vuelve al mundo cada vez más interrelacionado y complejo. La


producción de información alcanza tal magnitud que aunque alguien tuviera la
posibilidad de dedicar todo su día a informarse no le alcanzaría el tiempo para tener
noticia de cuanto se ofrece. Por ello, es necesario cooperar, dejarse informar por
otros, confiar en la capacidad técnica de quien puede plantear y resolver los
problemas de modo competente. Ésta es una dimensión ciertamente positiva de la
globalización. “Cada vez se descubren nuevas interrelaciones entre lo económico y lo
político, entre lo científico y lo psicológico, entre lo ético y lo cultural; surgen además
nuevas formas de colaboración internacional entre personas y comunidades… ya sea
como apoyos solidarios en proyectos o como protestas y propuestas coordinadas
ante situaciones de injusticia”4. En estos tiempos, quien piensa, se comunica; y quien
actúa también se comunica. Valoremos esta necesidad de buscar la cooperación de
quienes están mejor informados, de establecer redes entre personas que se
interesan en los mismos proyectos, de crear climas de confianza y estándares de
calidad que hagan fructífera la interdependencia entre las personas y los pueblos, de
suscitar expectativas de mejoramiento de la calidad de vida. No por acaso esta
expresión, “calidad de vida”, cruza transversalmente todos los esfuerzos de
cooperación social: en la salud y en la vivienda, en la educación y en la recreación,
en la seguridad ciudadana y en el bienestar psicosocial, en el empleo y en los
productos que diseñan, fabrican y comercializan las empresas. Pareciera que ya

2
Globalización y Nueva Evangelización, ediciones del CELAM, abril de 2003, nº 8 (en adelante, citado como
Celam). Cfr. M. Castells, La era de la información. Economía, sociedad y cultura, Vol. I: La sociedad real, Ed.
Alianza, Madrid 1997, p. 58.
3
Celam n.10
4
Celam n.10
3

nadie podría garantizar su propio futuro y el éxito de sus aspiraciones y proyectos, sin
recurrir a la ayuda de otros.

5. La apertura al mundo que Chile ha experimentado en las últimas décadas es una


muestra elocuente de estas nuevas formas de cooperación internacional. De ellas
brotan también abundantes frutos para la producción y el comercio, para la
infraestructura física, para la cooperación política y para la paz con nuestros vecinos
inmediatos y con los más lejanos. Todo ello es posible si se aprovecha con
inteligencia las oportunidades abiertas por la globalización. Resulta sorprendente que
un país tan pequeño y alejado geográficamente de los grandes centros industriales
haya logrado una credibilidad y una confiabilidad tales que el llamado “riesgo país”
sea comparable al de muchos países con economías e instituciones desarrolladas y
consolidadas. Se reconoce su liderazgo, su opinión en los foros multilaterales e
internacionales, su capacidad de resolver institucionalmente y en el marco del
derecho los conflictos del pasado y del presente, su vocación de paz. Esta confianza
con que el mundo ve nuestro trabajo, sin embargo, significa también una exigencia de
continuo mejoramiento, de estar a la altura de las expectativas despertadas, de
responsabilidad en las decisiones que se toman con visión amplia: de país y de
cooperación internacional. Como suele ocurrir en muchos campos de la vida,
mientras más alta es la confianza ganada más profundo es también el daño cuando
ella se pierde o cuando no se actúa con la responsabilidad debida. Por ello es
necesario reflexionar profundamente sobre el tema que nos convoca, sobre los
valores y las realidades fundantes de nuestra existencia, sobre el cultivo del espíritu y
la moralidad de nuestros comportamientos, sobre los deberes de conciencia y, muy
especialmente, acerca del paso a las nuevas generaciones y acerca de su formación,
para que quieran hacer suyo nuestro patrimonio cultural y moral, profundizándolo y
acrecentándolo ante los nuevos desafíos.

6. La globalización tiene un enorme impacto en las culturas puesto que es un


fenómeno que se basa en la comunicación y el intercambio. Aunque con las
limitaciones propias de la enorme cantidad de idiomas que existen en el mundo,
circulan profusamente en este mercado documentales, imágenes, estilos de vida,
productos competitivos, expertos, relatos, espectáculos, celebraciones, noticias,
proyecciones de futuro, juicios de valor y acontecimientos relevantes de la historia,
que se mezclan con diversos fines, tales como informar, entretener, educar,
persuadir, vender y tantos otros. Tradicionalmente, los pueblos han desarrollado su
identidad cultural a partir de su lengua, sus creencias, sus tradiciones, costumbres y
leyes, en una palabra, a partir de su historia. También a partir de las encrucijadas
históricas, que obligaron a una fecundación mutua de culturas, por ejemplo, a través
de invasiones y dominaciones. Sin embargo, el intercambio globalizado que vivimos
es de otra intensidad, e implica factores inéditos. Este proceso está relativizando y
cambiando realidades enraizadas en fuertes tradiciones, confrontándolas veloz e
inesperadamente con innumerables otras historias, creencias, valores y costumbres.
Uno de los impactos más fuertes lo sufren las creencias religiosas. El supermercado
de credos y la opción religiosa, presentada como un hecho meramente subjetivo,
ocasionan una relativización de la propia fe, como una de tantas en el mundo, sin
más ni menos valor que las otras. Todos corren este peligro, salvo el cristiano que
tenga clara conciencia de profesar una fe que se basa en que Dios, “en estos últimos
tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo” (He 1, 2), el cual hecho hombre, es la
Verdad, el Camino y la Vida.
4

7. El impacto cultural será diferente según cuál sea la identidad valórica del pueblo
que se incorpora a la globalización, según cuál sea la consistencia, la fuerza y la
riqueza de sus expresiones culturales, según cuáles sean las motivaciones internas,
vivas, encarnadas, de su propia cultura, según quiénes sean sus mejores
exponentes, y según la conciencia que tenga de su propia identidad. Dan que pensar
las observaciones que se han hecho en pueblos semejantes al nuestro, cuyos
sistemas de valores han sido más bien conservadores, y que han sido alcanzados
por la globalización de la cultura. Ésta les exige, como se dice, el paso a la
modernidad, con todas las rupturas y las adquisiciones que la caracterizan.
Considerándose atrasados en su desarrollo cultural, van abandonando radicalmente
sus parámetros anteriores, por considerarlos obsoletos. Pero no encuentran
parámetros de relevo, que no sean la más absoluta libertad, con sus mejores y sus
peores opciones: todas igualmente válidas, en nombre de la tolerancia y los derechos
de las minorías marginadas. Vale decir, son pueblos que abandonando lo que les dio
nombre y consistencia, terminan desprovistos de principios éticos y sociales,
carcomidos por el relativismo moral y naufragando en la arbitrariedad.

8. El fenómeno descrito resulta más incisivo y, a veces, realmente demoledor, porque


no estamos ante un intercambio que simplemente ocurre, como si se produjera
espontáneamente. Detrás de los medios masivos de comunicación y de muchos
congresos y encuentros internacionales, aflora una voluntad de influir, de transformar
culturas. Hasta la última guerra de Irak fue justificada con el propósito poco lúcido de
trasplantar de inmediato determinados modelos democráticos occidentales a pueblos
con otro fundamento institucional y cultural. Estos areópagos modernos obedecen
también a intereses comerciales, políticos e ideológicos y no son neutros a la hora de
elegir su programación y sus actores. Tampoco lo son los códigos, los lenguajes y
los símbolos con los que transmiten sus mensajes. No sin buenas razones, algunos
piensan que la tendencia que domina busca una homologación de visiones y
actitudes, y cae en una nivelación y alienación cultural que promueven los focos que
son más potentes o eficaces al emitir signos de valor. Esto despierta la voluntad de
no perder la propia identidad 5. El mismo Papa se ha hecho eco de estas
preocupaciones de homologación cultural, resaltando, en cambio, la “soberanía
espiritual” que representa para los pueblos desarrollar su propia cultura 6. Todas las
culturas tienen valores universales, pero eso no implica que los pueblos deban
renunciar a sus historias concretas y a la constelación de los valores que más los
norman y los inspiran, que siempre son particulares. Por el contrario, la amplia
variedad de culturas es un reflejo multifacético del misterio de la creación del hombre,
hecho a imagen y semejanza del Ser que es plenitud, y que envió a su propio Hijo,
que se hizo nuestro hermano, y reveló al hombre la plenitud de su vocación humana.
Ninguna cultura puede manifestar plenamente a Aquel a cuya imagen y semejanza
fuimos creados y recreados. Pero cada una ayuda a intuir este misterio desde su
particular perspectiva. La diversidad cultural es un patrimonio de la humanidad. La
evangelización no la suprime. La supone, la purifica, la eleva y perfecciona, y le abre
el camino fecundo y asombroso de la comunión con Dios y con los hermanos. Sólo el
respeto a la diversidad cultural puede hacer que la globalización no sea considerada
como una amenaza sino como una oportunidad de mejorar las condiciones de vida
de toda la humanidad.

5
ver Celam n. 31.
6
Ver Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 5 de octubre 1995, n.8.
5

9. Pero tan grave como la amenaza de homologación es el sesgo anticristiano que


acompaña la globalización de los valores. Algunos expertos indican que “la
intencionalidad, al menos en el mundo occidental, lleva un sello presuntamente
emancipador, que pretende quitarle vigencia a concepciones y costumbres
cristianas… y tiende hacia un colonialismo cultural. La tendencia actual, al buscar una
emancipación de dichos valores, trabaja con un concepto de libertad absoluta, que
rechaza toda regulación y valoración ética”7. Un temprano indicio de esta tendencia,
que a veces no carece de intencionalidad, fue el surgimiento del fenómeno llamado
de la “new age” que proclamaba el término de la era cristiana y el inicio de la era de
acuario, para no hablar de tendencias intelectuales muy anteriores que proclamaron
primero la muerte de Dios, después, la muerte del padre y, finalmente, la muerte del
hombre. Se aprecian estas tendencias en varios ámbitos, en los que se intenta
contestar la moral cristiana, declarar la neutralidad de las instituciones sociales frente
a la moralidad, o desacreditar la existencia de una ley moral natural.

10. El tema de esta conferencia aparece, según lo que hemos reflexionado hasta ahora,
como un tema apasionante, de dimensiones ilimitadas. De hecho, puede ser
abordado desde distintos ángulos. Seguramente Uds. han reflexionado muchas
veces sobre el desafío, en el ámbito de los valores, que encierra para nuestro país su
incorporación, en condiciones más igualitarias, a los grandes mercados del
conocimiento, la producción y el comercio. Habrán pensado en los retos que ello
implica para la educación básica, media, técnica y universitaria, para la calidad del
trabajo, para la capacidad de vender y negociar, para la solidaridad al interior de la
empresa, para el cuidado de la comunidad laboral, para aprovechar los talentos y las
iniciativas de los trabajadores en sus distintos niveles, etc. Pero ciertamente tienen
conciencia también del posible deterioro ético que se puede producir a causa de la
lucha en un mundo tan competitivo, en lo que atañe a la honradez, la sinceridad, la
rectitud, la solidaridad, la estabilidad del empleo, etc. La reflexión sobre las
repercusiones valóricas de la globalización de la economía podría ser la materia de
una nueva conferencia. De mi parte tendré que limitar mi reflexión a algunos temas
que no se derivan directamente de la globalización de la economía, sino surgen de
modo inmediato de la globalización de la cultura, bajo las influencias mencionadas,
que no son ajenas a factores económicos. En este ámbito, más que un cambio
valórico, nos encontramos con tendencias que persiguen un profundo cambio de la
relación del ser humano consigo mismo, con la vida, con la naturaleza, con la familia,
con la sociedad y con el mismo Dios. Dada la amplitud del tema, solo podré referirme
a algunas de estas dimensiones.

11. Ciertamente, uno de los cambios más profundos se refiere a la percepción del valor
de la vida humana. Muchos países de Occidente han sucumbido ante una
cosmovisión secularista. En ellos palideció la convicción teologal de la vida humana
como don de Dios, inestimable e intangible. Después de atentar contra la vida en
gestación, paulatinamente están legalizando la eutanasia. Entre nosotros este tema
no constituye aún el centro de la así llamada modernización cultural del país, para
asemejarnos al mundo desarrollado. Pero ha crecido el número de quienes quieren
convertir un delito, el aborto, en un derecho. Hemos llegado a esta tendencia,
después de justificar múltiples acciones adversas a la natalidad. En efecto, desde la
década de los sesenta se ha promovido masivamente el control de la natalidad por
medios anticonceptivos y abortivos. En el lenguaje de los organismos internacionales,

7
Celam n. 32.
6

para conseguir que estas prácticas sean “aceptables”, se reemplaza el término aborto
por «interrupción del embarazo» y se fija arbitrariamente el inicio de la vida humana,
desplazándolo del momento de la concepción al de la anidación. Esta globalización
del así llamado “derecho al embarazo deseado” convirtió al siglo XX en el siglo con
más atentados contra la vida humana con efecto de homicidio.

12. Pero atentar contra la naturaleza no puede ocurrir sin otras fuertes
contraindicaciones. De hecho, ha conducido a un descenso intencional de la
natalidad, desconocido en siglos anteriores, con múltiples consecuencias tales como
el desequilibrio generacional, la necesidad de fuertes y heterogéneas migraciones, el
impacto cultural de quienes reciben ingentes cantidades de migrantes, y de quienes
son recibidos. Sin embargo, el efecto más devastador de la globalización del rechazo
de la vida humana mediante el aborto, el efecto más interior y profundo, es la
afectación de la conciencia de millones de mujeres que no pueden recuperar su paz
- ni con Dios ni consigo mismas - después de haber abortado, y de quienes sufren
similares consecuencias por haber colaborado en ello. Ante esto, es significativo el
despertar de la conciencia de muchas personas y organizaciones pro-vida para
movilizarse y contrarrestar estos ataques contra la dignidad de la vida humana8. Esta
mentalidad favorable a tan extraño bienestar individual a costa de la vida en
gestación, comienza a producir también sus efectos en nuestro país. Aunque deben
considerarse también otros factores, las cifras del censo 2002 muestran una tasa de
fecundidad media nacional de 2,3 hijos por mujer en edad fértil, muy cercana al 2,2
que consideran los expertos como la tasa de reposición de las personas difuntas. La
edad de la población será cada vez más elevada, y los adultos mayores quedarán
cada vez más desprotegidos de apoyos familiares y sociales, en una edad
especialmente crítica por el deterioro físico y la soledad. Por otra parte, hay quienes
ya piensan en el recurso a migraciones masivas, provenientes de Asia, por ejemplo,
con el consiguiente efecto de yuxtaposición y alteración cultural.

13. Difícilmente se habría producido este cambio tan radical en la valoración de la vida
humana si no hubiera ocurrido la globalización de una visión invasora relativa al
significado y el valor de la sexualidad. Tal vez como un golpe de péndulo opuesto
a una cultura en la que predominaba una visión del sexo como un tema tabú y en la
cual se acentuaba la finalidad procreativa, minusvalorando su función de unión entre
los esposos, se ha llegado a un concepto de sexualidad que la ha banalizado,
proclamando la autonomía del instinto y del placer sexual, disociándolos de la
procreación, del matrimonio y de la fidelidad. Desprecia el pudor, la castidad y la
virginidad, y fomenta el nudismo9. La industria del espectáculo ha tenido una gran
responsabilidad en la difusión de estas nuevas costumbres sexuales por todo el
mundo, haciendo protagonistas de ellas a sus héroes y heroínas. Pero a ello se han
sumado también las instituciones internacionales y nacionales encargadas de velar
por la salud de la población. La hipótesis del crecimiento de los riesgos vinculados a
enfermedades de transmisión sexual, ha llevado a distribuir y a enseñar entre los
jóvenes los dispositivos y los fármacos necesarios para evitar el embarazo no
deseado y para practicar un sexo supuestamente “seguro”. Esto tiene un efecto de
confirmación de la promiscuidad sexual, anticipada previamente por los medios
audiovisuales. La acción preventiva de estos organismos ha fomentado, en el ámbito
de la sexualidad, una educación que omite conscientemente toda mención del

8
Ver Celam nn. 33-36.
9
Ver Celam nn. 37-39.
7

matrimonio, que no tiene en cuenta el parecer de los padres de familia y se olvida de


su relación integral con la afectividad, el sentimiento, la complementariedad, la
comunicación y el crecimiento interpersonal, la procreación, la fidelidad y la madurez
humana. Asimismo, a través del concepto de «políticas de género» se ha difundido la
aceptación social de la homosexualidad y del lesbianismo, de la bisexualidad y
transexualidad, como si su situación fuera en todo equiparable a la
heterosexualidad10. Conforme a esta visión de la sexualidad, reducida a la mera
satisfacción de un instinto, fueron elaborados textos de educación según los cuales
hay que optar durante la adolescencia si la sexualidad va a ser ejercida con alguien
del propio o del diverso sexo. La identidad sexual es vista como algo opcional y como
parte de los convencionalismos sociales. Estas corrientes no se preguntan acerca del
significado que el mismo Creador dejó inserto en la naturaleza biológica, psíquica y
espiritual del hombre y de la mujer, y en la mutua complementariedad que les confió,
para que reflejaran juntos, como una unidad compuesta de personas diferentes, la
unidad y la amistad entre las Personas de la Trinidad, que los creó para que fueran
semejantes a ella.

14. Vinculado a los dos puntos anteriores, pero relacionado también con cambios
importantes en el mercado del trabajo ante la creciente significación del sector de los
servicios en la economía, la mujer ha asumido nuevas funciones en la sociedad,
unidas a una nueva imagen de si, y de lo que la sociedad espera de ella. Por una
parte, siendo comunicativa, comunitaria y generosa, se ve afectada por el impulso
individualista y egocéntrico de las actuales corrientes, por la vida frenética de la
ciudad y por la exacerbación de la eficacia. Por otra parte, ya sea por necesidades
económicas o por el legítimo deseo de realizarse personalmente por medio del
trabajo remunerado y de contribuir directamente en la vida política, económica, social
y cultural, la mujer sale de su hogar y se incorpora al trabajo con exigencias muy
semejantes a las que tienen los varones, aunque manifiestamente con trato
discriminatorio en el nivel de ingresos. No cabe ninguna duda de que las mujeres han
salido grandemente fortalecidas por los nuevos niveles educacionales alcanzados y
por la capacitación para un trabajo productivo. Pero al mismo tiempo las madres se
ven limitadas en su entrega incondicional a los hijos, lo cual conduce a un
agotamiento, al tratar de cumplir como madre y cumplir o aun sobresalir en el trabajo,
normalmente con daño para la mujer, los hijos, el marido y el ambiente del hogar. En
este contexto, muchas organizaciones que trabajan en favor de la promoción de la
mujer tratan de silenciar o de infravalorar el valor y la misión de la maternidad11. No
faltan empresarios y empleadores que actúan en la misma dirección de modo
práctico, evitando el contrato de mujeres recién casadas o en edad fértil, haciendo
precario su empleo, o no dando las facilidades necesarias para que las madres
puedan ocuparse de sus hijos pequeños como les corresponde. El hecho de que
hayan surgido muy loables iniciativas de reconocimiento a las empresas que dan
mejor trato a las mujeres madres, muestra que la tendencia descrita existe y que
muchos están dispuestos a corregirla. En todo caso, se empieza a generar un nuevo
modelo de relación entre los sexos, que incluye elementos de gran valor, porque
expresan la igual dignidad, los derechos de la maternidad y la colaboración en las
tareas, tanto en el hogar como en la sociedad.

10
Ver Ibid.
11
ver Celam nn. 41-47.
8

15. Estrechamente relacionado con los valores precedentes, se percibe también con
alarma, al menos en el mundo occidental, un debilitamiento del matrimonio y,
consiguientemente, de la familia. ¿Quién lee las claras y sabias enseñanzas del
Santo Padre sobre el matrimonio? ¿Quiénes escuchan la prohibición dada por
Jesucristo de no desunir lo que Dios unió? ¿Quiénes reflexionan acerca de las
razones de la unidad, la fidelidad y la indisolubilidad del matrimonio rato y
consumado? Se ha desmoronado el matrimonio como compromiso para toda la vida
y se ha hecho aceptable socialmente la infidelidad y el sexo al margen de la alianza
conyugal. Como un dogma de la modernidad se ha introducido el divorcio. De tal
manera se ha trivializado el vínculo matrimonial que mucha gente ya no se casa. La
variación más importante, como lo hemos visto, se ha dado en la forma de desligar,
en tiempo y significado, el ejercicio de la sexualidad y el matrimonio, la actividad
sexual de la reproducción, la familia del matrimonio. La transformación que ocurre es
de tal magnitud que bien puede ser entendida como una «revolución antropológico-
cultural». La nupcialidad baja, aumenta la cohabitación sin matrimonio y se da una
fuerte tendencia a la monoparentalidad con una preocupante disminución de la
fecundidad. La tendencia indica que se camina a una sociedad sin familias estables,
con hijos que no tienen a sus padres en el hogar. Las consecuencias psicológicas y
sociales son enormes12. Estos cambios traen consigo una mutación legislativa en
materias como el divorcio, las uniones de hecho y otras realidades. Pero permanece
la nostalgia. La Comisión del Senado no cambia la profunda definición de matrimonio
de nuestro Código de Derecho Civil, si bien la ley que se tramita la destroza.

16. Piénsese en las repercusiones en el mediano plazo de esta situación en uno de los
aspectos más cruciales de la cultura, en la educación de los hijos. La tradición de la
Iglesia ha considerado siempre que la responsabilidad fundamental de la educación
de los hijos recae en sus padres y que todas las demás instituciones que participan
del proceso educativo, incluida la escuela, actúan subsidiariamente. Pero ello supone
que los hijos vivan efectivamente con sus padres, protegidos por el vínculo de la
fidelidad que los une incondicionalmente como marido y mujer, y por la fraternidad de
sus hermanos. ¿Cómo podría hacerse efectiva esta responsabilidad educativa en las
condiciones familiares si se siguen deteriorando? Por una parte, pierden credibilidad
los valores que se propone a los hijos, cuando se dan cuenta de la distinta vara con
que se exige a ellos lo que no se exigen los padres a sí mismos, surgiendo la
sospecha de hipocresía o de cinismo. Por otra, las escuelas desperfilan su rol
subsidiario y se ven obligadas o tentadas a sustituir realmente el papel y la autoridad
de la familia. Pero cuando la educación abandona a los padres como el punto de
referencia de la labor educativa, se aferra a otro punto de referencia, al currículo, se
orienta hacia la transmisión de habilidades y competencias técnicas, y hacia el éxito
profesional, descuidando, por falta de apoyo, la formación de los valores personales y
de la conciencia moral. Ambas situaciones se retroalimentan recíprocamente, con
daños incalculables para la formación de la identidad humana y cristiana de las
jóvenes generaciones, quienes quedan así desprotegidas frente a otras instancias de
comunicación e intercambio, como la televisión, la internet, el “chateo”, el teléfono
móvil. La identificación tiende a producirse entonces con el grupo de edad según sus
usos rituales (los sociólogos hablan de la formación de “tribus urbanas”),
debilitándose la solidaridad intergeneracional consustancial a la familia, la educación
y la cultura.

12
Ver Celam nn. 48-54.
9

17. Otro de los desafíos importantes que no ha sido introducido, pero que ha sido
potenciado por la globalización es el de la exclusión social. Es casi unánime la
apreciación de que mientras la globalización ha contribuido decisivamente al
crecimiento económico derivado de la apertura al comercio internacional, ha
colaborado también a incrementar desequilibrios sociales, tanto al interior de los
países, como entre países y hasta regiones enteras del mundo. La búsqueda
constante de ventajas competitivas a nivel mundial y la exigencia también constante
de incrementar la productividad y la eficiencia de las operaciones económicas, ha
precarizado la estabilidad de los empleos, ha introducido generalizadamente la
subcontratación, ha exigido una constante reconversión de actividades productivas a
una velocidad tal que las personas difícilmente pueden alcanzar y ha exigido también
una movilidad laboral y regional que impide que muchas personas puedan sentirse
ligadas a sus empresas como a algo propio, que les pertenece y que las acoge
establemente, junto a sus familias, para el desarrollo del conjunto de sus habilidades
humanas. Hay países enteros que se quedan marginados de la globalización, y
también sectores de la población, aún en países desarrollados. También por eso, la
diferencia entre países ricos y pobres es mayor que antes13. El pobre no tiene
igualdad de oportunidades, ni nutrición suficiente, ni acceso a los servicios básicos de
salud, educación, comunicación, crédito y seguridad. Es más pobre quien no está
capacitado para manejar las nuevas tecnologías y no puede competir dentro del
proceso de globalización. (...).La pobreza emerge también con rostro femenino. Las
crecientes desigualdades amenazan la cohesión social, el equilibrio ecológico y la
estabilidad política, no obstante el objetivo mejoramiento del crecimiento económico,
de la esperanza de vida al nacer, de la introducción de nuevas tecnologías y de la
mayor integración entre los pueblos del mundo14. Este cuadro de desprotección y
soledad puede llegar a ser dramático para algunas clases de personas, como niños,
ancianos, discapacitados, mujeres abandonadas, los que no alcanzaron niveles de
educación compatibles con el uso de las tecnologías actuales. Si la familia, tradicional
institución de pertenencia y de inclusión social, se debilita, y si sucediera también
algo análogo con la escuela y las empresas, pareciera no quedar otra vía para
combatir la exclusión social y la pobreza que la acción del Estado, que nunca dispone
de los recursos necesarios o suficientes, o la acción del voluntariado que, felizmente
entre nosotros, ha creado una amplia red de generosas acciones tendientes a
disminuir los niveles de marginalidad. Sin embargo, por su misma naturaleza, el
desafío que siempre afronta el voluntariado es mantener una estabilidad suficiente en
el tiempo, como para garantizar que su aporte permanezca y la exclusión sea
irreversiblemente superada. Los datos estadísticos muestran, por desgraciada, que
muchas personas salen transitoriamente de la pobreza o de la exclusión para volver a
caer en ellas.

13
Ver Joseph E. Stiglitz, después de haber sido vicepresidente senior del Banco Mundial, de haber trabajado en el
Consejo de Asesores Económicos del presidente Clinton, y de haber obtenido el Premio Nobel de Economía
2001, expresa en el prólogo de su libro El Malestar en la Globalización, Ed. Taurus (2002): “Escribo este libro
porque en el Banco Mundial comprobé de primera mano el efecto devastador que la globalización puede tener
sobre los países en desarrollo y especialmente sobre los pobres en esos países”. ( p. 1). Agrega: “son pocos los
que defienden la hipocresía de pretender ayudar a los países subdesarrollados, obligándolos a abrir sus mercados
a los bienes de los países industrializados más adelantados y al mismo tiempo protegiendo los mercados de éstos:
esto hace a los ricos cada vez más ricos y a los pobres cada vez más pobres ... y cada vez más enfadados” (p. 18)
(ver además págs. 31-37).
14
Ver Celam nn. 61-63.
10

18. Los problemas enunciados se refieren al modelo de globalización – o de


globalizaciones – que estamos experimentando. No así al proceso en sí mismo. Por
eso, Juan Pablo II se ha referido al núcleo de este proceso de mundialización, con las
siguientes palabras: “la globalización no es a priori ni buena, ni mala. Será lo que
la gente haga de ella”. La posición del Papa es ecuánime15. Al afirmar que la
globalización no es buena ni mala, la está describiendo como un fenómeno social
objetivo actualmente en curso y que no tiene sentido pronunciarse a favor o en contra
como tal. Previene así que vuelva a ocurrir el caso de muchos cristianos que se
pronunciaron en el pasado contra la industrialización, por ejemplo, si bien hoy
sabemos que la población urbana no podría vivir sin ella.

19. Sin embargo, eso no significa que haya que mirarla con neutralidad. La cuestión es
qué hace la gente de ella, o qué ha hecho y está haciendo la gente de ella 16. Por eso,
del modelo que conocemos se dice que es una globalización asimétrica en cuanto
a la economía, la información, los conocimientos y la cultura. Los países que
participan en ella no concurren en condiciones de igualdad. Los que son más fuertes
están mejor preparados para esta interacción global, y tienden a imponer reglas de
juego y a propiciar condiciones que los favorecen. En el ámbito cultural, tienden a
impulsar una globalización valórica colonizadora y niveladora. Por otra parte, hay que
constatar que grupos inescrupulosos aprovechan la mundialización al servicio del
crimen organizado, del tráfico de drogas y de personas, de la pornografía y de la
corrupción.

20. Pero cabe una pregunta: ¿Existe tan sólo una globalización? ¿Acaso el Señor de
la historia duerme en medio de la tormenta, como cuando reposaba en la barca de
Pedro? El Espíritu Santo ¿cesó en su actividad de hacer nuevas todas las cosas?,
¿ya no enriquece a su Iglesia con dones y carismas? La respuesta a estas preguntas
es clara. No vivimos en una época en la cual primen las desgracias, las catástrofes y
los males. Sobre todo en el campo de los valores, constatamos a diario además otras
globalizaciones. Es cierto, a veces constatamos con fuerza que el mal gana espacios,
que despliega su capacidad de desconcertar, de engañar, de dañar la honra de las
personas, de desmontar la institución familiar, de debilitar el aporte de la mujer en la
sociedad, de apartar a los padres de sus mujeres y de sus hijos, de dejar a hijos
abandonados, de extender el tráfico y el consumo de drogas, de dificultar la creación
de empleos, de desprestigiar a las instituciones que el país necesita para una
convivencia pacífica y fecunda, de propiciar la anticultura de la muerte. Constatamos
también la intervención del príncipe de las tinieblas, que quiere desprestigiar al
Pueblo de Dios y a su jerarquía, introducir la desconfianza y la deslealtad, salpicar las
páginas de los medios con mentiras, crímenes y perversiones.

21. Pero no nos engañemos. Existe la globalización del bien, de la verdad, de la


solidaridad y la caridad ... en Chile y en el mundo entero. El Espíritu Santo
promueve esta globalización de signo vigorosamente alternativo. Existe, porque son
muchas las fuerzas que despiertan cuando se globaliza el deterioro o la destrucción
de personas, instituciones y valores. Baste pensar en la conciencia que la comunidad
internacional ha ido adquiriendo de los derechos humanos que son anteriores al
Estado y a todo gobierno, después del exterminio de la Segunda Guerra Mundial. Si
bien ciertas corrientes nos llegan con elementos discutibles, ¿cómo no valorar el

15
Juan Pablo II, ver además Ecclesia in America, 55; y Pastores Gregis,69.
16
Ver Joseph E. Stiglitz, Ibid, p. 299ss.
11

despertar y la mundialización de la conciencia ecológica en el mundo entero? Lo


mismo vale de la protección de los derechos justos de las minorías y de los pueblos
aborígenes, de sus lenguas y sus culturas. Entre las tendencias que globalizan la
justicia y la paz podemos citar, además, el aumento de la cobertura de la enseñanza,
y el significado que ha tenido para la mujer la formación que ha adquirido,
permitiéndole dar lo mejor de sí y de su genio femenino no sólo en el hogar, sino
también en las aulas, en el trabajo, en el servicio público, en el arte, en el ámbito
religioso y en el voluntariado. Cabe mencionar además los esfuerzos por humanizar
el trabajo y la medicina; y en tantas empresas, por cuidar su capital social, dar
oportunidades formativas y recreativas a los trabajadores y sus familias, y por suscitar
en ellos la corresponsabilidad y la creatividad en beneficio del bien de todos. Los
países tratan de enriquecer la calidad de vida de las personas de la tercera edad; y
de incorporar a los beneficios de la sociedad y aun al mercado laboral a los
minusválidos. Recientemente hemos admirado las iniciativas solidarias de
Muhammad Junus – y no faltan quienes lo imitan - de apoyo a los pobres,
particularmente a las jefas de hogar y a sus microempresas, basándose en su
dignidad, capacidad de trabajo, honradez y creatividad. Éstas y muchas otras
realizaciones, que son indicadoras de un nuevo espíritu, son signos de la
globalización del respeto y la solidaridad.

22. Como una muestra excepcional de la globalización del bien, tengamos presente
estos 25 años de pontificado de un Papa extraordinario, que ha recorrido casi
todo el universo, convocando a millones de personas y manifestando de manera
convincente el amor de Cristo a cada pueblo y nación, impulsando la Nueva
Evangelización con la atracción que ejerce la verdad sobre Dios y sobre el hombre,
con la fuerza convincente de su testimonio, con la persuasión de sus homilías y de
sus diálogos, con la confianza que ha regalado a millones de jóvenes en las Jornadas
Mundiales de la Juventud, con su lucha por la paz, la vida y la reconciliación, con sus
encuentros ecuménicos e interreligiosos. Es cierto, esta corriente globalizadora crece
sobre todo en el silencio. Pero ¡con qué fuerza el Espíritu Santo ha logrado despertar
la esperanza del Pueblo de Dios, su voluntad de convertir a la Iglesia en la casa y la
escuela de la comunión, el propósito de dar a la santidad el lugar central que le
corresponde en el horizonte del trabajo pastoral, el anhelo de contemplar el rostro de
Cristo glorioso y también sufriente en los más afligidos, y la resolución de ayudarlo
con justicia y misericordia a salir de su postración, desplegando una nueva fantasía
de la caridad! He mencionado algunas de las orientaciones centrales de la Carta
Apostólica “Novo Millennio ineunte”, que ya pertenecen al patrimonio de la Iglesia.
Pero agreguemos la orientación que nos entregó el Santo Padre en Ecclesia in
America, marcando el itinerario de toda labor evangelizadora, que parte con el
encuentro con Jesucristo vivo, y continúa impulsada por el mismo Jesús, como
camino de conversión, comunión y solidaridad. ¿No han adquirido dimensiones
globales estos mensajes que Dios nos envió por intermedio de Juan Pablo II,
dimensiones nuevas que caracterizaron las celebraciones del Gran Jubileo del año
2000? Nos falta, sin embargo, sabernos valer de los medios de comunicación, de
todos ellos, para ampliar su difusión y dinamizar su efecto.

23. Pero no quisiera omitir otro signo elocuente de la globalización del bien y de la
solidaridad. Hay épocas en la historia en las cuales Dios prepara un futuro
despertando más fuerzas e iniciativas, según nuestra percepción, que en otros
tiempos. Una manera de medir la fuerza de su conducción la encontramos en el
sinnúmero de fundadores y de santos que Dios regala a la Iglesia. Pensemos en el
12

siglo pasado. Ocurrió ese nuevo Pentecostés que conocemos como el Concilio
Vaticano II, que proclamó la vocación de todos los bautizados a la santidad y el
apostolado. Preparando ese Concilio, que sigue fecundando la vida de la Iglesia, y
asumiendo sus mensajes, ocurrió la globalización de los movimientos, las
comunidades, las obras, las asociaciones y los carismas que Dios sembró en la
Iglesia con tanta generosidad, como nunca antes había sucedido. Hace cien años no
había nacido el Opus Dei, tampoco había nacido el Movimiento de Schoenstatt, no
había nacido ni Chiara Lubich ni los focolarinos, tampoco había visto la luz del mundo
Mons. Luigi Giusani y el Movimiento Comunión y Liberación. No habían adquirido las
congregaciones marianas los compromisos que hoy distinguen a las comunidades de
vida cristiana, no habían llegado a este mundo el P. Marcial Maciel, los Legionarios
de Cristo y el Movimiento Regnum Christi. Kiko Argüello, Carmen y los
Neocatecúmenos estaban sólo en la mente divina. Igualmente los fundadores y las
fundadoras de innumerables institutos seculares, nuevas formas de vida consagrada
y numerosas congregaciones. No había nacido la madre Teresa de Calcuta; tampoco
el movimiento de oración del Padre Pio. Es un hecho innegable, del cual usufructa
toda la vida de la Iglesia, la intervención de Dios para globalizar vigorosamente la
Buena Noticia de la Verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre la sociedad, el
Evangelio de la Vida y de la Esperanza, el Evangelio de la Familia y de la Paz, el
Evangelio de la Reconciliación y la Solidaridad.

24. Nuestra existencia transcurre en una época en que no es posible vivir en la


indiferencia o la apatía. Estamos llamados a vivir en una encrucijada valórica de
nuestra historia. Veremos que el embate de algunas corrientes que provienen de la
globalización de valores y antivalores, va a dejar huellas entre nosotros. Pero somos
parte viva de otra globalización que Dios se ha propuesto, y que lleva a cabo con
nosotros. Él no quiere ver tantos vagones que esperan locomotoras para moverse.
Nos llama a ser protagonistas de una refundación valórica de nuestra patria. Y no
debemos olvidar una cosa: en tiempos revueltos y tempestuosos, quienes no se
deciden a ser fermento de la historia, serán sus víctimas.

25. Respondamos juntos, cada cual desde el lugar que Dios le asignó, siendo allí
fermento evangélico de justicia, fraternidad y de paz, evangelizadores y
evangelizadoras con el testimonio y la palabra. El Obispo en lo suyo, igualmente los
sacerdotes y las religiosas. Pero también ustedes, que tienen una responsabilidad
irrenunciable por sus familias y, como empresarios y ejecutivos, por esas
comunidades de personas que levantan, dirigen y animan. Gestará cultura el
compromiso de ustedes con la honradez, la verdad, la justicia, la eficacia, la
competencia en el trabajo, el espíritu fraterno, el aprecio y la confianza mutua, el
apoyo a la mujer, y la solidaridad con los enfermos. Crecerá la felicidad de ustedes
cuando Nuestro Señor se sienta a gusto, verdaderamente en casa, en sus hogares y
en los lugares de trabajo de los cuales son responsables. Respondamos juntos esta
invitación del Señor en esta hora desafiante, que Dios quiso que fuera la nuestra.
Humanicemos la globalización, y globalicemos la espiritualidad y la solidaridad.

Parte II
13

26. Estamos ante una tarea ingente. La humanización y espiritualización del proceso
globalizante exigen que consideremos una constatación de suma importancia. En
todos los tiempos la cultura se ha identificado con la creación de valores
culturales, con el cultivo del espíritu, del bien, de la verdad y de la belleza, y con la
transmisión de esta experiencia a las nuevas generaciones - a partir de la
comunicación en ese taller de valores, que es la familia - a través del intercambio
cotidiano y de signos, del culto divino y de las fiestas populares, como asimismo de la
educación formal e informal de los jóvenes. Creación y transmisión son aspectos que
están íntimamente relacionados, puesto que lo que se desea transmitir a los hijos es
aquello que todos consideran más estimable y valioso. Esto es lo que da origen a las
tradiciones de los pueblos, a su memoria histórica y que permite entender la cultura
como un patrimonio que le pertenece a quienes vendrán a la vida en el futuro. En la
Encíclica Fides et ratio el Papa ha hecho una entusiasta defensa de la tradición
sapiencial característica de la Biblia, pero presente también, de diferente modo, en
todos los pueblos. La sabiduría surge cuando el ser humano, en sus específicas
circunstancias históricas, se interroga sobre el sentido último de todo, sobre el
misterio de su propia existencia, de su vida y de su muerte. Este sentido último se lo
da, finalmente, su conciencia religiosa. “El punto central de toda cultura lo ocupa la
actitud que el hombre asume ante el misterio más grande: el misterio de Dios” 17. Esta
interrogación sobre el misterio no se da, sin embargo, de modo solitario, individual,
sino en lo más íntimo del diálogo intergeneracional, al confrontar la experiencia propia
con la sabiduría de quienes nos han precedido en la existencia. El crecimiento en la
sabiduría se corresponde con el crecimiento en la personalización. Humanizar el
mundo y humanizar la globalización significan, en este contexto, hacer de los nuevos
estímulos y desafíos traídos por este fenómeno, una ocasión de crecimiento personal
y social para que pueda ser percibido y valorado con significado por las nuevas
generaciones. Los valores no se pueden imponer desde fuera de la experiencia
cultural propia. Cuando así se lo pretende, se caricaturizan, se vacían de experiencia,
se transforman en un discurso retórico que las personas, sobre todo los jóvenes, ven
con desconfianza y, en todo caso, sin convicción.

27. La sabiduría, por lo dicho, requiere tiempo, requiere el diálogo con la experiencia de
los mayores para confrontarla con la experiencia propia. La paciencia es una
reconocida virtud en el ámbito de la educación y de la transmisión del saber
porque requiere respetar los tiempos de aprendizaje de cada uno. Sin embargo, si
bien “el meteórico aumento de tecnologías de información y comunicación accesibles
ha sido distinguido como la vanguardia de un orden mundial más amable, gentil y
mejor conectado, (...) es mucho más probable que la nueva facilidad para acceder a
la información sacrifique la profundidad y perspicacia a cambio de enfoques
superficiales en la comunicación intercultural”18. En la actual sociedad de la
información, como se dijo antes, al globalizar la comunicación y aproximarla al
“tiempo real”, a la simultaneidad – y peor aún, al querer imponer valoraciones y
comportamientos – aumenta la velocidad de la comunicación de modo que ya no hay
tiempo para “cultivar” personalmente lo que se comunica y recibe, al menos, no lo
que se comunica e ingiere de este modo. Por eso, con razón, se le llama información
y no sabiduría. Cuando ambas se confunden, el resultado es una tendencia a la
banalización o trivialización de lo que se comunica, porque la medida del éxito deja

17
Centesimus Annus n. 24.
18
Douglas M. Johnston, Globalización y Seguridad Nacional, vol. II, P. IV, Capítulo 31: Las Dimensiones
Humanas de la Globalización.
14

de ser la aceptación y asimilación crítica del patrimonio cultural por parte de las
nuevas generaciones, para identificarse con el impacto, con el “rating”, con la
conmoción de la sensibilidad del receptor. Tiene sin duda un gran efecto, pero
efímero, circunstancial, que la publicidad se encarga de asociar a algún producto
para fines comerciales o políticos de corto plazo. Como la sociedad no puede vivir ni
organizarse a fuerza de impactos, desarrolla circuitos más especializados de
información según sectores de actividad, como el de los científicos, el de las grandes
corporaciones internacionales, de los que se excluye la gente común por no tener
acceso a ellos o porque su lenguaje resulta incomprensible. El espacio público y
compartido por todos, en cambio, suele quedar abandonado al espectáculo, al foro
repetitivo y competitivo y a la trivialización, sea que adquiera el rostro de la sordidez o
el del humor y la entretención.

28. De todo el complejo contexto social analizado, surgen prioridades para la tarea
evangelizadora de todos nosotros, laicos y sacerdotes, es decir, del Pueblo de Dios:
La primacía de la persona, el respeto de la identidad y la globalización de la
solidaridad19. A partir de estas prioridades en el Consejo episcopal latinoamericano un
grupo de expertos elaboró un decálogo para la acción 20:

1. Descubrir un ethos común: fuerza moralmente vinculante. Urge trabajar con todas
las instituciones sociales disponibles en orden a proponer una ética entroncada con el
orden natural, los derechos humanos y la búsqueda del bien común que tenga una
incidencia real en la economía, en la política, en la técnica, en las ciencias y en las
instituciones en general.

2. Apostar por la caridad: opción por los pobres contra la exclusión. La acción de la
Iglesia debe empeñarse en la inclusión de los excluidos. La opción preferencial por
los pobres ha sido una línea pastoral muy importante de toda la Iglesia
latinoamericana, ratificada por el Santo Padre en Ecclesia in America para promover
la justicia social y el desarrollo integral de las personas. El trabajo con los más pobres
y excluidos debe hacerse desde el reconocimiento de sus propias capacidades y
derechos; no es un asistencialismo, sino una opción por un desarrollo humano
solidario, que exige la subsidiariedad del Estado y de todos los grupos sociales más
acomodados, pero respetando profundamente la dignidad de la persona humana y su
protagonismo e iniciativa en todo lo que le concierne.

3. Rehacer el tejido social: familia y comunidad política. Desde Puebla, la Iglesia


latinoamericana ha hablado de “comunión” y “participación”, lo que supone crear un
tejido social solidario para superar la tendencia de concebir la base social como si
estuviera compuesta de individuos desarraigados y en competencia recíproca. La
familia es la primera escuela de comunión y participación que es necesario fortalecer
sobre la base de una cultura de fidelidad y compromiso conyugal. Allí se aprende
propiamente qué significa ser persona. Después de la familia, es necesario fortalecer
los cuerpos intermedios. Pablo VI lo decía ya en Octogesima adveniens: “Urge
reconstruir, a escala de calle, de barrio o de gran conjunto, el tejido social, dentro del
cual el hombre pueda dar satisfacción a las exigencias justas de su personalidad.
Hay que crear o fomentar centros de interés y de cultura en el nivel de comunidades

19
Ver Celam nn. 475-481.
20
Ver Celam nn. 475-515.
15

y de parroquias, en sus diversas formas de asociación, círculos recreativos, lugares


de reunión, encuentros espirituales comunitarios donde, escapando al aislamiento de
las multitudes modernas, cada uno podrá crearse nuevamente relaciones fraternales”
(n.11).

4. Promover una cultura de la hospitalidad con sentido de lo gratuito. Debe


estimularse la capacidad de acoger a los hermanos y el seguimiento de su proceso
de pertenencia y crecimiento comunitario. Particularmente significativa es la
presencia de la mujer en la vida familiar, social y eclesial, y el estímulo que necesitan
los varones y las mujeres para crecer en reciprocidad y colaboración de ambos en la
construcción de una sociedad más equitativa. También es importante una actitud
hospitalaria y acogedora frente a los migrantes, para que se integren a la sociedad y
a la comunidad eclesial, respetando siempre su libertad y su peculiar identidad
cultural.

5. Dialogar con las ciencias, las culturas y las religiones, teniendo por horizonte el
crecimiento mutuo. Los límites y peligros de la razón técnica e instrumental imponen
a la Iglesia un diálogo con las ciencias. Es éste un campo privilegiado de diálogo con
el mundo para contribuir al compromiso con la verdad integral del hombre y la
promoción de la vida. Otro tanto debe decirse del diálogo con las culturas, partiendo
por las autóctonas y por las tradiciones nacionales, para protegerlas de las
tendencias a la homologación que trae la globalización, pero para abrirlas también a
la universalidad del destino humano. El diálogo inter-religioso y ecuménico representa
también un horizonte de enriquecimiento mutuo.

6. Democratizar la comunicación: intercambio de sentido. La comunicación es un


rasgo constitutivo de la vida social. La sociedad vive de ella. Pero no se agota ni
identifica con los medios de comunicación social, marcados por la ambigüedad y por
mensajes unilaterales fundados en intereses comerciales o ideológicos que buscan
hegemonía. Corresponde a los cristianos empeñarse en hacer buen uso de estos
medios, ayudar a formar una conciencia crítica frente a ellos y ponerlos bajo el
dominio de principios éticos.

7. Fortalecer la globalización desde abajo: alternativa para los excluidos. Desde hace
algunos años ha surgido una creciente red de experiencias comunitarias que reciben
el nombre de “globalización desde la base social”. El fortalecimiento de la sociedad
civil puede favorecer la descentralización del poder del Estado y aumentar las
oportunidades para la inclusión social. Resulta prioritario a este propósito mejorar la
capacidad de los grupos más débiles para organizarse a sí mismos y participar en los
procesos sociales y políticos, sea a nivel local, nacional o global.

8. Acompañar iniciativas de integración latinoamericana: hacia un destino común. El


fortalecimiento de la identidad cultural y la formación de redes de comunicación a
nivel de los grupos intermedios se hacen más efectivos allí donde se comparte una
historia común. La Iglesia de América Latina ha sido pionera en fomentar y participar
de la integración de los pueblos latinoamericanos, con quienes nos une la fe y la
historia, y que jugarán también un rol decisivo para el catolicismo en los próximos
siglos. Pablo VI llamó a América Latina el “continente de la esperanza”. Juan Pablo II
ha hecho suya esta misma denominación. Pero para que sea fiel a esta misión
requiere una integración mucho más vigorosa, partiendo por las comunidades
cristianas, por la educación en los valores morales compartidos, pero proyectándose
16

también orgánicamente al plano económico y político. La globalización tendrá un


efecto mucho más beneficioso en nuestros países si ellos enfrentan más unidos e
integrados los grandes desafíos económicos y tecnológicos que suelen plantearse
habitualmente y en forma unilateral desde las grandes potencias.

9. Replantear la educación: compromiso con las nuevas generaciones. La educación


es uno de los caminos más seguros para la promoción de la equidad y para superar
la exclusión. Aunque se han hecho esfuerzos por democratizar la educación,
extendiendo su cobertura e invirtiendo en mejorar su calidad, es indispensable para
lograr estos propósitos reconocer el derecho y la obligación que tienen los padres de
familia como primeros educadores de sus hijos, y su libertad para escoger el tipo de
educación escolar que quieren para ellos. Es éste un lugar crucial para la vigencia
efectiva de la subsidiariedad. Por su parte, las nuevas tecnologías de comunicación,
aplicadas a la educación, tienen un enorme potencial pedagógico. Es importante
estimular la capacidad para trabajar en grupo y, de esta manera, fomentar el diálogo
de personas de diferentes culturas, clases sociales, nacionalidad e incluso de
diferentes religiones.

10. Promover un nuevo modelo de desarrollo: antropológica y ecológicamente


sostenible. Desde la Encíclica Populorum progressio de Pablo VI, confirmada y
ampliada en su horizonte por Sollicitudo rei socialis de Juan Pablo II, la Iglesia ha
promovido un concepto de desarrollo que tenga como punto de partida y de llegada a
la persona humana. No puede reducirse al mero crecimiento económico, sino que
debe garantizar la igualdad de oportunidades, la participación activa de todos en la
construcción de la sociedad, la vigencia de los derechos humanos individuales,
sociales y culturales, la resolución pacífica de los conflictos, la protección del medio
ambiente, la creación de empleos suficientes y dignos, la solidaridad internacional y
la distribución equitativa de los bienes.

29. Ciertamente a este decálogo para la acción elaborado en el Celam se le pueden


agregar muchas más iniciativas según las circunstancias específicas de cada país, de
cada empresa, de cada familia. Tienen el rasgo común de corresponder a una
pastoral alimentada por la esperanza y generadora de esperanza21. La esperanza ha
sido la palabra elegida por el Papa para esperar el advenimiento del nuevo milenio y
para cruzar su umbral en busca de un desarrollo más humano, en el que cada
persona tenga la oportunidad de descubrir y de realizar la vocación con que el
Creador la puso en la existencia. La esperanza nace del diálogo personal de la
libertad humana y la gracia divina y se transmite de persona a persona por los
testigos que han sido tocados por ella. Pero debe trascender también al espacio
público, a los antiguos y nuevos “areópagos”. La Iglesia ha tenido tradicionalmente
una forma excelsa de comunicarla a todos a través del culto divino, de la liturgia y de
los sacramentos. La reciente Encíclica de Juan Pablo II sobre la Eucaristía así lo
confirma. Pero la liturgia tiene que proyectarse en la vida, también a través de la
presencia de los laicos en las actividades del trabajo cotidiano: en la familia, en la
empresa y en la escuela, en los laboratorios y en los centros culturales, en la vida
política y en la sociedad civil. La globalización nos invita a levantar aún más la mirada
y a comprender, como señala el Concilio, que la Iglesia es un sacramento, signo e
instrumento de la unidad del hombre y Dios y de la unidad del género humano (Cf.
LG n.1). La globalización nos invita también a poner más atención a las diferentes
formas de comunicación actualmente disponibles. Para poder “dar razón de la
21
Ver Celam nn. 419-530.
17

esperanza” hay que suscitar antes la esperanza, crear “expectativas” de esperanza,


de suerte que el valor de la dignidad humana sea una luz potente que atraiga a las
personas al conocimiento de la verdad de sí mismos y al significado de toda la
realidad que se recapitula en Cristo, verdadera luz de las naciones.

Anda mungkin juga menyukai