Parte I
2. Aunque más visible en un primer momento en el plano del comercio y de las finanzas,
como también en el plano de los medios de comunicación de masas, la globalización
se expande progresivamente a todos los ámbitos de la vida, incluyendo las
ciencias, la política, el arte, la educación, la migración de personas, el turismo.
Comienza a afectar, aunque de modo todavía bastante desigual, a todos los pueblos
de la tierra. También a sus culturas, a sus estilos de vida y tradiciones, a sus valores
más arraigados. Sin duda, es un gran desafío, cargado de promesas y de
posibilidades de desarrollo que muestran ya sus primeros frutos. Pero llega cargado
también de nuevas amenazas e inequidades, como asimismo de cuestionamientos
inéditos a las identidades culturales de los pueblos, a sus costumbres, a su
moralidad, a su vida religiosa. Cito un estudio reciente en el cual participé, titulado
“Globalización y Nueva Evangelización en América Latina y el Caribe”, encargado a
diversos expertos por el CELAM, y del cual extraeré algunas reflexiones, si bien se
refieren al ámbito de toda Latinoamérica y no sólo a Chile: “Lo que hasta hace poco
tiempo daba sentido a una manera de ser, de actuar, de valorar las cosas, entra en
conflicto con otra manera de ser, de actuar y de valorar. Estamos pasando de la era
moderna, industrializada, a una era de la información, de la revolución genética
(penetramos en los secretos de la vida); de nuevas experiencias espacio-temporales
que nos hacen dar grandes saltos en el ejercicio del conocimiento; de las sociedades
1
Joseph E. Stiglitz, El Malestar de la Globalización, Ed. Taurus (2002) p.37.
2
2
Globalización y Nueva Evangelización, ediciones del CELAM, abril de 2003, nº 8 (en adelante, citado como
Celam). Cfr. M. Castells, La era de la información. Economía, sociedad y cultura, Vol. I: La sociedad real, Ed.
Alianza, Madrid 1997, p. 58.
3
Celam n.10
4
Celam n.10
3
nadie podría garantizar su propio futuro y el éxito de sus aspiraciones y proyectos, sin
recurrir a la ayuda de otros.
7. El impacto cultural será diferente según cuál sea la identidad valórica del pueblo
que se incorpora a la globalización, según cuál sea la consistencia, la fuerza y la
riqueza de sus expresiones culturales, según cuáles sean las motivaciones internas,
vivas, encarnadas, de su propia cultura, según quiénes sean sus mejores
exponentes, y según la conciencia que tenga de su propia identidad. Dan que pensar
las observaciones que se han hecho en pueblos semejantes al nuestro, cuyos
sistemas de valores han sido más bien conservadores, y que han sido alcanzados
por la globalización de la cultura. Ésta les exige, como se dice, el paso a la
modernidad, con todas las rupturas y las adquisiciones que la caracterizan.
Considerándose atrasados en su desarrollo cultural, van abandonando radicalmente
sus parámetros anteriores, por considerarlos obsoletos. Pero no encuentran
parámetros de relevo, que no sean la más absoluta libertad, con sus mejores y sus
peores opciones: todas igualmente válidas, en nombre de la tolerancia y los derechos
de las minorías marginadas. Vale decir, son pueblos que abandonando lo que les dio
nombre y consistencia, terminan desprovistos de principios éticos y sociales,
carcomidos por el relativismo moral y naufragando en la arbitrariedad.
5
ver Celam n. 31.
6
Ver Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 5 de octubre 1995, n.8.
5
10. El tema de esta conferencia aparece, según lo que hemos reflexionado hasta ahora,
como un tema apasionante, de dimensiones ilimitadas. De hecho, puede ser
abordado desde distintos ángulos. Seguramente Uds. han reflexionado muchas
veces sobre el desafío, en el ámbito de los valores, que encierra para nuestro país su
incorporación, en condiciones más igualitarias, a los grandes mercados del
conocimiento, la producción y el comercio. Habrán pensado en los retos que ello
implica para la educación básica, media, técnica y universitaria, para la calidad del
trabajo, para la capacidad de vender y negociar, para la solidaridad al interior de la
empresa, para el cuidado de la comunidad laboral, para aprovechar los talentos y las
iniciativas de los trabajadores en sus distintos niveles, etc. Pero ciertamente tienen
conciencia también del posible deterioro ético que se puede producir a causa de la
lucha en un mundo tan competitivo, en lo que atañe a la honradez, la sinceridad, la
rectitud, la solidaridad, la estabilidad del empleo, etc. La reflexión sobre las
repercusiones valóricas de la globalización de la economía podría ser la materia de
una nueva conferencia. De mi parte tendré que limitar mi reflexión a algunos temas
que no se derivan directamente de la globalización de la economía, sino surgen de
modo inmediato de la globalización de la cultura, bajo las influencias mencionadas,
que no son ajenas a factores económicos. En este ámbito, más que un cambio
valórico, nos encontramos con tendencias que persiguen un profundo cambio de la
relación del ser humano consigo mismo, con la vida, con la naturaleza, con la familia,
con la sociedad y con el mismo Dios. Dada la amplitud del tema, solo podré referirme
a algunas de estas dimensiones.
11. Ciertamente, uno de los cambios más profundos se refiere a la percepción del valor
de la vida humana. Muchos países de Occidente han sucumbido ante una
cosmovisión secularista. En ellos palideció la convicción teologal de la vida humana
como don de Dios, inestimable e intangible. Después de atentar contra la vida en
gestación, paulatinamente están legalizando la eutanasia. Entre nosotros este tema
no constituye aún el centro de la así llamada modernización cultural del país, para
asemejarnos al mundo desarrollado. Pero ha crecido el número de quienes quieren
convertir un delito, el aborto, en un derecho. Hemos llegado a esta tendencia,
después de justificar múltiples acciones adversas a la natalidad. En efecto, desde la
década de los sesenta se ha promovido masivamente el control de la natalidad por
medios anticonceptivos y abortivos. En el lenguaje de los organismos internacionales,
7
Celam n. 32.
6
para conseguir que estas prácticas sean “aceptables”, se reemplaza el término aborto
por «interrupción del embarazo» y se fija arbitrariamente el inicio de la vida humana,
desplazándolo del momento de la concepción al de la anidación. Esta globalización
del así llamado “derecho al embarazo deseado” convirtió al siglo XX en el siglo con
más atentados contra la vida humana con efecto de homicidio.
12. Pero atentar contra la naturaleza no puede ocurrir sin otras fuertes
contraindicaciones. De hecho, ha conducido a un descenso intencional de la
natalidad, desconocido en siglos anteriores, con múltiples consecuencias tales como
el desequilibrio generacional, la necesidad de fuertes y heterogéneas migraciones, el
impacto cultural de quienes reciben ingentes cantidades de migrantes, y de quienes
son recibidos. Sin embargo, el efecto más devastador de la globalización del rechazo
de la vida humana mediante el aborto, el efecto más interior y profundo, es la
afectación de la conciencia de millones de mujeres que no pueden recuperar su paz
- ni con Dios ni consigo mismas - después de haber abortado, y de quienes sufren
similares consecuencias por haber colaborado en ello. Ante esto, es significativo el
despertar de la conciencia de muchas personas y organizaciones pro-vida para
movilizarse y contrarrestar estos ataques contra la dignidad de la vida humana8. Esta
mentalidad favorable a tan extraño bienestar individual a costa de la vida en
gestación, comienza a producir también sus efectos en nuestro país. Aunque deben
considerarse también otros factores, las cifras del censo 2002 muestran una tasa de
fecundidad media nacional de 2,3 hijos por mujer en edad fértil, muy cercana al 2,2
que consideran los expertos como la tasa de reposición de las personas difuntas. La
edad de la población será cada vez más elevada, y los adultos mayores quedarán
cada vez más desprotegidos de apoyos familiares y sociales, en una edad
especialmente crítica por el deterioro físico y la soledad. Por otra parte, hay quienes
ya piensan en el recurso a migraciones masivas, provenientes de Asia, por ejemplo,
con el consiguiente efecto de yuxtaposición y alteración cultural.
13. Difícilmente se habría producido este cambio tan radical en la valoración de la vida
humana si no hubiera ocurrido la globalización de una visión invasora relativa al
significado y el valor de la sexualidad. Tal vez como un golpe de péndulo opuesto
a una cultura en la que predominaba una visión del sexo como un tema tabú y en la
cual se acentuaba la finalidad procreativa, minusvalorando su función de unión entre
los esposos, se ha llegado a un concepto de sexualidad que la ha banalizado,
proclamando la autonomía del instinto y del placer sexual, disociándolos de la
procreación, del matrimonio y de la fidelidad. Desprecia el pudor, la castidad y la
virginidad, y fomenta el nudismo9. La industria del espectáculo ha tenido una gran
responsabilidad en la difusión de estas nuevas costumbres sexuales por todo el
mundo, haciendo protagonistas de ellas a sus héroes y heroínas. Pero a ello se han
sumado también las instituciones internacionales y nacionales encargadas de velar
por la salud de la población. La hipótesis del crecimiento de los riesgos vinculados a
enfermedades de transmisión sexual, ha llevado a distribuir y a enseñar entre los
jóvenes los dispositivos y los fármacos necesarios para evitar el embarazo no
deseado y para practicar un sexo supuestamente “seguro”. Esto tiene un efecto de
confirmación de la promiscuidad sexual, anticipada previamente por los medios
audiovisuales. La acción preventiva de estos organismos ha fomentado, en el ámbito
de la sexualidad, una educación que omite conscientemente toda mención del
8
Ver Celam nn. 33-36.
9
Ver Celam nn. 37-39.
7
14. Vinculado a los dos puntos anteriores, pero relacionado también con cambios
importantes en el mercado del trabajo ante la creciente significación del sector de los
servicios en la economía, la mujer ha asumido nuevas funciones en la sociedad,
unidas a una nueva imagen de si, y de lo que la sociedad espera de ella. Por una
parte, siendo comunicativa, comunitaria y generosa, se ve afectada por el impulso
individualista y egocéntrico de las actuales corrientes, por la vida frenética de la
ciudad y por la exacerbación de la eficacia. Por otra parte, ya sea por necesidades
económicas o por el legítimo deseo de realizarse personalmente por medio del
trabajo remunerado y de contribuir directamente en la vida política, económica, social
y cultural, la mujer sale de su hogar y se incorpora al trabajo con exigencias muy
semejantes a las que tienen los varones, aunque manifiestamente con trato
discriminatorio en el nivel de ingresos. No cabe ninguna duda de que las mujeres han
salido grandemente fortalecidas por los nuevos niveles educacionales alcanzados y
por la capacitación para un trabajo productivo. Pero al mismo tiempo las madres se
ven limitadas en su entrega incondicional a los hijos, lo cual conduce a un
agotamiento, al tratar de cumplir como madre y cumplir o aun sobresalir en el trabajo,
normalmente con daño para la mujer, los hijos, el marido y el ambiente del hogar. En
este contexto, muchas organizaciones que trabajan en favor de la promoción de la
mujer tratan de silenciar o de infravalorar el valor y la misión de la maternidad11. No
faltan empresarios y empleadores que actúan en la misma dirección de modo
práctico, evitando el contrato de mujeres recién casadas o en edad fértil, haciendo
precario su empleo, o no dando las facilidades necesarias para que las madres
puedan ocuparse de sus hijos pequeños como les corresponde. El hecho de que
hayan surgido muy loables iniciativas de reconocimiento a las empresas que dan
mejor trato a las mujeres madres, muestra que la tendencia descrita existe y que
muchos están dispuestos a corregirla. En todo caso, se empieza a generar un nuevo
modelo de relación entre los sexos, que incluye elementos de gran valor, porque
expresan la igual dignidad, los derechos de la maternidad y la colaboración en las
tareas, tanto en el hogar como en la sociedad.
10
Ver Ibid.
11
ver Celam nn. 41-47.
8
15. Estrechamente relacionado con los valores precedentes, se percibe también con
alarma, al menos en el mundo occidental, un debilitamiento del matrimonio y,
consiguientemente, de la familia. ¿Quién lee las claras y sabias enseñanzas del
Santo Padre sobre el matrimonio? ¿Quiénes escuchan la prohibición dada por
Jesucristo de no desunir lo que Dios unió? ¿Quiénes reflexionan acerca de las
razones de la unidad, la fidelidad y la indisolubilidad del matrimonio rato y
consumado? Se ha desmoronado el matrimonio como compromiso para toda la vida
y se ha hecho aceptable socialmente la infidelidad y el sexo al margen de la alianza
conyugal. Como un dogma de la modernidad se ha introducido el divorcio. De tal
manera se ha trivializado el vínculo matrimonial que mucha gente ya no se casa. La
variación más importante, como lo hemos visto, se ha dado en la forma de desligar,
en tiempo y significado, el ejercicio de la sexualidad y el matrimonio, la actividad
sexual de la reproducción, la familia del matrimonio. La transformación que ocurre es
de tal magnitud que bien puede ser entendida como una «revolución antropológico-
cultural». La nupcialidad baja, aumenta la cohabitación sin matrimonio y se da una
fuerte tendencia a la monoparentalidad con una preocupante disminución de la
fecundidad. La tendencia indica que se camina a una sociedad sin familias estables,
con hijos que no tienen a sus padres en el hogar. Las consecuencias psicológicas y
sociales son enormes12. Estos cambios traen consigo una mutación legislativa en
materias como el divorcio, las uniones de hecho y otras realidades. Pero permanece
la nostalgia. La Comisión del Senado no cambia la profunda definición de matrimonio
de nuestro Código de Derecho Civil, si bien la ley que se tramita la destroza.
16. Piénsese en las repercusiones en el mediano plazo de esta situación en uno de los
aspectos más cruciales de la cultura, en la educación de los hijos. La tradición de la
Iglesia ha considerado siempre que la responsabilidad fundamental de la educación
de los hijos recae en sus padres y que todas las demás instituciones que participan
del proceso educativo, incluida la escuela, actúan subsidiariamente. Pero ello supone
que los hijos vivan efectivamente con sus padres, protegidos por el vínculo de la
fidelidad que los une incondicionalmente como marido y mujer, y por la fraternidad de
sus hermanos. ¿Cómo podría hacerse efectiva esta responsabilidad educativa en las
condiciones familiares si se siguen deteriorando? Por una parte, pierden credibilidad
los valores que se propone a los hijos, cuando se dan cuenta de la distinta vara con
que se exige a ellos lo que no se exigen los padres a sí mismos, surgiendo la
sospecha de hipocresía o de cinismo. Por otra, las escuelas desperfilan su rol
subsidiario y se ven obligadas o tentadas a sustituir realmente el papel y la autoridad
de la familia. Pero cuando la educación abandona a los padres como el punto de
referencia de la labor educativa, se aferra a otro punto de referencia, al currículo, se
orienta hacia la transmisión de habilidades y competencias técnicas, y hacia el éxito
profesional, descuidando, por falta de apoyo, la formación de los valores personales y
de la conciencia moral. Ambas situaciones se retroalimentan recíprocamente, con
daños incalculables para la formación de la identidad humana y cristiana de las
jóvenes generaciones, quienes quedan así desprotegidas frente a otras instancias de
comunicación e intercambio, como la televisión, la internet, el “chateo”, el teléfono
móvil. La identificación tiende a producirse entonces con el grupo de edad según sus
usos rituales (los sociólogos hablan de la formación de “tribus urbanas”),
debilitándose la solidaridad intergeneracional consustancial a la familia, la educación
y la cultura.
12
Ver Celam nn. 48-54.
9
17. Otro de los desafíos importantes que no ha sido introducido, pero que ha sido
potenciado por la globalización es el de la exclusión social. Es casi unánime la
apreciación de que mientras la globalización ha contribuido decisivamente al
crecimiento económico derivado de la apertura al comercio internacional, ha
colaborado también a incrementar desequilibrios sociales, tanto al interior de los
países, como entre países y hasta regiones enteras del mundo. La búsqueda
constante de ventajas competitivas a nivel mundial y la exigencia también constante
de incrementar la productividad y la eficiencia de las operaciones económicas, ha
precarizado la estabilidad de los empleos, ha introducido generalizadamente la
subcontratación, ha exigido una constante reconversión de actividades productivas a
una velocidad tal que las personas difícilmente pueden alcanzar y ha exigido también
una movilidad laboral y regional que impide que muchas personas puedan sentirse
ligadas a sus empresas como a algo propio, que les pertenece y que las acoge
establemente, junto a sus familias, para el desarrollo del conjunto de sus habilidades
humanas. Hay países enteros que se quedan marginados de la globalización, y
también sectores de la población, aún en países desarrollados. También por eso, la
diferencia entre países ricos y pobres es mayor que antes13. El pobre no tiene
igualdad de oportunidades, ni nutrición suficiente, ni acceso a los servicios básicos de
salud, educación, comunicación, crédito y seguridad. Es más pobre quien no está
capacitado para manejar las nuevas tecnologías y no puede competir dentro del
proceso de globalización. (...).La pobreza emerge también con rostro femenino. Las
crecientes desigualdades amenazan la cohesión social, el equilibrio ecológico y la
estabilidad política, no obstante el objetivo mejoramiento del crecimiento económico,
de la esperanza de vida al nacer, de la introducción de nuevas tecnologías y de la
mayor integración entre los pueblos del mundo14. Este cuadro de desprotección y
soledad puede llegar a ser dramático para algunas clases de personas, como niños,
ancianos, discapacitados, mujeres abandonadas, los que no alcanzaron niveles de
educación compatibles con el uso de las tecnologías actuales. Si la familia, tradicional
institución de pertenencia y de inclusión social, se debilita, y si sucediera también
algo análogo con la escuela y las empresas, pareciera no quedar otra vía para
combatir la exclusión social y la pobreza que la acción del Estado, que nunca dispone
de los recursos necesarios o suficientes, o la acción del voluntariado que, felizmente
entre nosotros, ha creado una amplia red de generosas acciones tendientes a
disminuir los niveles de marginalidad. Sin embargo, por su misma naturaleza, el
desafío que siempre afronta el voluntariado es mantener una estabilidad suficiente en
el tiempo, como para garantizar que su aporte permanezca y la exclusión sea
irreversiblemente superada. Los datos estadísticos muestran, por desgraciada, que
muchas personas salen transitoriamente de la pobreza o de la exclusión para volver a
caer en ellas.
13
Ver Joseph E. Stiglitz, después de haber sido vicepresidente senior del Banco Mundial, de haber trabajado en el
Consejo de Asesores Económicos del presidente Clinton, y de haber obtenido el Premio Nobel de Economía
2001, expresa en el prólogo de su libro El Malestar en la Globalización, Ed. Taurus (2002): “Escribo este libro
porque en el Banco Mundial comprobé de primera mano el efecto devastador que la globalización puede tener
sobre los países en desarrollo y especialmente sobre los pobres en esos países”. ( p. 1). Agrega: “son pocos los
que defienden la hipocresía de pretender ayudar a los países subdesarrollados, obligándolos a abrir sus mercados
a los bienes de los países industrializados más adelantados y al mismo tiempo protegiendo los mercados de éstos:
esto hace a los ricos cada vez más ricos y a los pobres cada vez más pobres ... y cada vez más enfadados” (p. 18)
(ver además págs. 31-37).
14
Ver Celam nn. 61-63.
10
19. Sin embargo, eso no significa que haya que mirarla con neutralidad. La cuestión es
qué hace la gente de ella, o qué ha hecho y está haciendo la gente de ella 16. Por eso,
del modelo que conocemos se dice que es una globalización asimétrica en cuanto
a la economía, la información, los conocimientos y la cultura. Los países que
participan en ella no concurren en condiciones de igualdad. Los que son más fuertes
están mejor preparados para esta interacción global, y tienden a imponer reglas de
juego y a propiciar condiciones que los favorecen. En el ámbito cultural, tienden a
impulsar una globalización valórica colonizadora y niveladora. Por otra parte, hay que
constatar que grupos inescrupulosos aprovechan la mundialización al servicio del
crimen organizado, del tráfico de drogas y de personas, de la pornografía y de la
corrupción.
20. Pero cabe una pregunta: ¿Existe tan sólo una globalización? ¿Acaso el Señor de
la historia duerme en medio de la tormenta, como cuando reposaba en la barca de
Pedro? El Espíritu Santo ¿cesó en su actividad de hacer nuevas todas las cosas?,
¿ya no enriquece a su Iglesia con dones y carismas? La respuesta a estas preguntas
es clara. No vivimos en una época en la cual primen las desgracias, las catástrofes y
los males. Sobre todo en el campo de los valores, constatamos a diario además otras
globalizaciones. Es cierto, a veces constatamos con fuerza que el mal gana espacios,
que despliega su capacidad de desconcertar, de engañar, de dañar la honra de las
personas, de desmontar la institución familiar, de debilitar el aporte de la mujer en la
sociedad, de apartar a los padres de sus mujeres y de sus hijos, de dejar a hijos
abandonados, de extender el tráfico y el consumo de drogas, de dificultar la creación
de empleos, de desprestigiar a las instituciones que el país necesita para una
convivencia pacífica y fecunda, de propiciar la anticultura de la muerte. Constatamos
también la intervención del príncipe de las tinieblas, que quiere desprestigiar al
Pueblo de Dios y a su jerarquía, introducir la desconfianza y la deslealtad, salpicar las
páginas de los medios con mentiras, crímenes y perversiones.
15
Juan Pablo II, ver además Ecclesia in America, 55; y Pastores Gregis,69.
16
Ver Joseph E. Stiglitz, Ibid, p. 299ss.
11
22. Como una muestra excepcional de la globalización del bien, tengamos presente
estos 25 años de pontificado de un Papa extraordinario, que ha recorrido casi
todo el universo, convocando a millones de personas y manifestando de manera
convincente el amor de Cristo a cada pueblo y nación, impulsando la Nueva
Evangelización con la atracción que ejerce la verdad sobre Dios y sobre el hombre,
con la fuerza convincente de su testimonio, con la persuasión de sus homilías y de
sus diálogos, con la confianza que ha regalado a millones de jóvenes en las Jornadas
Mundiales de la Juventud, con su lucha por la paz, la vida y la reconciliación, con sus
encuentros ecuménicos e interreligiosos. Es cierto, esta corriente globalizadora crece
sobre todo en el silencio. Pero ¡con qué fuerza el Espíritu Santo ha logrado despertar
la esperanza del Pueblo de Dios, su voluntad de convertir a la Iglesia en la casa y la
escuela de la comunión, el propósito de dar a la santidad el lugar central que le
corresponde en el horizonte del trabajo pastoral, el anhelo de contemplar el rostro de
Cristo glorioso y también sufriente en los más afligidos, y la resolución de ayudarlo
con justicia y misericordia a salir de su postración, desplegando una nueva fantasía
de la caridad! He mencionado algunas de las orientaciones centrales de la Carta
Apostólica “Novo Millennio ineunte”, que ya pertenecen al patrimonio de la Iglesia.
Pero agreguemos la orientación que nos entregó el Santo Padre en Ecclesia in
America, marcando el itinerario de toda labor evangelizadora, que parte con el
encuentro con Jesucristo vivo, y continúa impulsada por el mismo Jesús, como
camino de conversión, comunión y solidaridad. ¿No han adquirido dimensiones
globales estos mensajes que Dios nos envió por intermedio de Juan Pablo II,
dimensiones nuevas que caracterizaron las celebraciones del Gran Jubileo del año
2000? Nos falta, sin embargo, sabernos valer de los medios de comunicación, de
todos ellos, para ampliar su difusión y dinamizar su efecto.
23. Pero no quisiera omitir otro signo elocuente de la globalización del bien y de la
solidaridad. Hay épocas en la historia en las cuales Dios prepara un futuro
despertando más fuerzas e iniciativas, según nuestra percepción, que en otros
tiempos. Una manera de medir la fuerza de su conducción la encontramos en el
sinnúmero de fundadores y de santos que Dios regala a la Iglesia. Pensemos en el
12
siglo pasado. Ocurrió ese nuevo Pentecostés que conocemos como el Concilio
Vaticano II, que proclamó la vocación de todos los bautizados a la santidad y el
apostolado. Preparando ese Concilio, que sigue fecundando la vida de la Iglesia, y
asumiendo sus mensajes, ocurrió la globalización de los movimientos, las
comunidades, las obras, las asociaciones y los carismas que Dios sembró en la
Iglesia con tanta generosidad, como nunca antes había sucedido. Hace cien años no
había nacido el Opus Dei, tampoco había nacido el Movimiento de Schoenstatt, no
había nacido ni Chiara Lubich ni los focolarinos, tampoco había visto la luz del mundo
Mons. Luigi Giusani y el Movimiento Comunión y Liberación. No habían adquirido las
congregaciones marianas los compromisos que hoy distinguen a las comunidades de
vida cristiana, no habían llegado a este mundo el P. Marcial Maciel, los Legionarios
de Cristo y el Movimiento Regnum Christi. Kiko Argüello, Carmen y los
Neocatecúmenos estaban sólo en la mente divina. Igualmente los fundadores y las
fundadoras de innumerables institutos seculares, nuevas formas de vida consagrada
y numerosas congregaciones. No había nacido la madre Teresa de Calcuta; tampoco
el movimiento de oración del Padre Pio. Es un hecho innegable, del cual usufructa
toda la vida de la Iglesia, la intervención de Dios para globalizar vigorosamente la
Buena Noticia de la Verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre la sociedad, el
Evangelio de la Vida y de la Esperanza, el Evangelio de la Familia y de la Paz, el
Evangelio de la Reconciliación y la Solidaridad.
25. Respondamos juntos, cada cual desde el lugar que Dios le asignó, siendo allí
fermento evangélico de justicia, fraternidad y de paz, evangelizadores y
evangelizadoras con el testimonio y la palabra. El Obispo en lo suyo, igualmente los
sacerdotes y las religiosas. Pero también ustedes, que tienen una responsabilidad
irrenunciable por sus familias y, como empresarios y ejecutivos, por esas
comunidades de personas que levantan, dirigen y animan. Gestará cultura el
compromiso de ustedes con la honradez, la verdad, la justicia, la eficacia, la
competencia en el trabajo, el espíritu fraterno, el aprecio y la confianza mutua, el
apoyo a la mujer, y la solidaridad con los enfermos. Crecerá la felicidad de ustedes
cuando Nuestro Señor se sienta a gusto, verdaderamente en casa, en sus hogares y
en los lugares de trabajo de los cuales son responsables. Respondamos juntos esta
invitación del Señor en esta hora desafiante, que Dios quiso que fuera la nuestra.
Humanicemos la globalización, y globalicemos la espiritualidad y la solidaridad.
Parte II
13
26. Estamos ante una tarea ingente. La humanización y espiritualización del proceso
globalizante exigen que consideremos una constatación de suma importancia. En
todos los tiempos la cultura se ha identificado con la creación de valores
culturales, con el cultivo del espíritu, del bien, de la verdad y de la belleza, y con la
transmisión de esta experiencia a las nuevas generaciones - a partir de la
comunicación en ese taller de valores, que es la familia - a través del intercambio
cotidiano y de signos, del culto divino y de las fiestas populares, como asimismo de la
educación formal e informal de los jóvenes. Creación y transmisión son aspectos que
están íntimamente relacionados, puesto que lo que se desea transmitir a los hijos es
aquello que todos consideran más estimable y valioso. Esto es lo que da origen a las
tradiciones de los pueblos, a su memoria histórica y que permite entender la cultura
como un patrimonio que le pertenece a quienes vendrán a la vida en el futuro. En la
Encíclica Fides et ratio el Papa ha hecho una entusiasta defensa de la tradición
sapiencial característica de la Biblia, pero presente también, de diferente modo, en
todos los pueblos. La sabiduría surge cuando el ser humano, en sus específicas
circunstancias históricas, se interroga sobre el sentido último de todo, sobre el
misterio de su propia existencia, de su vida y de su muerte. Este sentido último se lo
da, finalmente, su conciencia religiosa. “El punto central de toda cultura lo ocupa la
actitud que el hombre asume ante el misterio más grande: el misterio de Dios” 17. Esta
interrogación sobre el misterio no se da, sin embargo, de modo solitario, individual,
sino en lo más íntimo del diálogo intergeneracional, al confrontar la experiencia propia
con la sabiduría de quienes nos han precedido en la existencia. El crecimiento en la
sabiduría se corresponde con el crecimiento en la personalización. Humanizar el
mundo y humanizar la globalización significan, en este contexto, hacer de los nuevos
estímulos y desafíos traídos por este fenómeno, una ocasión de crecimiento personal
y social para que pueda ser percibido y valorado con significado por las nuevas
generaciones. Los valores no se pueden imponer desde fuera de la experiencia
cultural propia. Cuando así se lo pretende, se caricaturizan, se vacían de experiencia,
se transforman en un discurso retórico que las personas, sobre todo los jóvenes, ven
con desconfianza y, en todo caso, sin convicción.
27. La sabiduría, por lo dicho, requiere tiempo, requiere el diálogo con la experiencia de
los mayores para confrontarla con la experiencia propia. La paciencia es una
reconocida virtud en el ámbito de la educación y de la transmisión del saber
porque requiere respetar los tiempos de aprendizaje de cada uno. Sin embargo, si
bien “el meteórico aumento de tecnologías de información y comunicación accesibles
ha sido distinguido como la vanguardia de un orden mundial más amable, gentil y
mejor conectado, (...) es mucho más probable que la nueva facilidad para acceder a
la información sacrifique la profundidad y perspicacia a cambio de enfoques
superficiales en la comunicación intercultural”18. En la actual sociedad de la
información, como se dijo antes, al globalizar la comunicación y aproximarla al
“tiempo real”, a la simultaneidad – y peor aún, al querer imponer valoraciones y
comportamientos – aumenta la velocidad de la comunicación de modo que ya no hay
tiempo para “cultivar” personalmente lo que se comunica y recibe, al menos, no lo
que se comunica e ingiere de este modo. Por eso, con razón, se le llama información
y no sabiduría. Cuando ambas se confunden, el resultado es una tendencia a la
banalización o trivialización de lo que se comunica, porque la medida del éxito deja
17
Centesimus Annus n. 24.
18
Douglas M. Johnston, Globalización y Seguridad Nacional, vol. II, P. IV, Capítulo 31: Las Dimensiones
Humanas de la Globalización.
14
de ser la aceptación y asimilación crítica del patrimonio cultural por parte de las
nuevas generaciones, para identificarse con el impacto, con el “rating”, con la
conmoción de la sensibilidad del receptor. Tiene sin duda un gran efecto, pero
efímero, circunstancial, que la publicidad se encarga de asociar a algún producto
para fines comerciales o políticos de corto plazo. Como la sociedad no puede vivir ni
organizarse a fuerza de impactos, desarrolla circuitos más especializados de
información según sectores de actividad, como el de los científicos, el de las grandes
corporaciones internacionales, de los que se excluye la gente común por no tener
acceso a ellos o porque su lenguaje resulta incomprensible. El espacio público y
compartido por todos, en cambio, suele quedar abandonado al espectáculo, al foro
repetitivo y competitivo y a la trivialización, sea que adquiera el rostro de la sordidez o
el del humor y la entretención.
28. De todo el complejo contexto social analizado, surgen prioridades para la tarea
evangelizadora de todos nosotros, laicos y sacerdotes, es decir, del Pueblo de Dios:
La primacía de la persona, el respeto de la identidad y la globalización de la
solidaridad19. A partir de estas prioridades en el Consejo episcopal latinoamericano un
grupo de expertos elaboró un decálogo para la acción 20:
1. Descubrir un ethos común: fuerza moralmente vinculante. Urge trabajar con todas
las instituciones sociales disponibles en orden a proponer una ética entroncada con el
orden natural, los derechos humanos y la búsqueda del bien común que tenga una
incidencia real en la economía, en la política, en la técnica, en las ciencias y en las
instituciones en general.
2. Apostar por la caridad: opción por los pobres contra la exclusión. La acción de la
Iglesia debe empeñarse en la inclusión de los excluidos. La opción preferencial por
los pobres ha sido una línea pastoral muy importante de toda la Iglesia
latinoamericana, ratificada por el Santo Padre en Ecclesia in America para promover
la justicia social y el desarrollo integral de las personas. El trabajo con los más pobres
y excluidos debe hacerse desde el reconocimiento de sus propias capacidades y
derechos; no es un asistencialismo, sino una opción por un desarrollo humano
solidario, que exige la subsidiariedad del Estado y de todos los grupos sociales más
acomodados, pero respetando profundamente la dignidad de la persona humana y su
protagonismo e iniciativa en todo lo que le concierne.
19
Ver Celam nn. 475-481.
20
Ver Celam nn. 475-515.
15
5. Dialogar con las ciencias, las culturas y las religiones, teniendo por horizonte el
crecimiento mutuo. Los límites y peligros de la razón técnica e instrumental imponen
a la Iglesia un diálogo con las ciencias. Es éste un campo privilegiado de diálogo con
el mundo para contribuir al compromiso con la verdad integral del hombre y la
promoción de la vida. Otro tanto debe decirse del diálogo con las culturas, partiendo
por las autóctonas y por las tradiciones nacionales, para protegerlas de las
tendencias a la homologación que trae la globalización, pero para abrirlas también a
la universalidad del destino humano. El diálogo inter-religioso y ecuménico representa
también un horizonte de enriquecimiento mutuo.
7. Fortalecer la globalización desde abajo: alternativa para los excluidos. Desde hace
algunos años ha surgido una creciente red de experiencias comunitarias que reciben
el nombre de “globalización desde la base social”. El fortalecimiento de la sociedad
civil puede favorecer la descentralización del poder del Estado y aumentar las
oportunidades para la inclusión social. Resulta prioritario a este propósito mejorar la
capacidad de los grupos más débiles para organizarse a sí mismos y participar en los
procesos sociales y políticos, sea a nivel local, nacional o global.