Hibakuska (aquellos que han visto el infierno) es el término que los japoneses han
utilizado para denominar a los sobrevivientes del ataque con la bomba atómica que
sufrieron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki el 6 de agosto de 1945. Las bombas
explotaron en el aire, medio kilómetro arriba de cada ciudad y generaron en su
respectivo centro temperaturas de millones de grados y una presión atmosférica de
varios millones de libras por pulgada cuadrada.
Esta famosa bomba, cuya explosión hemos visto en televisión con su característica
nube en forma de champiñón, es poca cosa comparada con las armas nucleares que
por decenas de miles se albergan en los complejos militares de las superpotencias.
Nadie puede calcular con certeza los efectos que los modernos misiles nucleares
pueden provocar, ya que cada uno es mil 500 veces más potente que la bomba
atómica. Algunos hablan de la destrucción del 55 por ciento de la capa de ozono,
con devastadoras consecuencias ecológicas, y otros describen un invierno nuclear
como consecuencia del humo y la ceniza cubriendo la atmósfera tras el estallido de
500 misiles en las principales ciudades del mundo, que reduciría la temperatura
ambiente a 30 grados bajo cero en los países del hemisferio norte.
Esto es un gran problema, pero a la vez es una excusa para no buscar solución a
otro mayor. Es indiscutible que la mayoría de los conflictos, los asesinatos y las
masacres se han hecho con armas de baja tecnología. Por ejemplo, hay más de 100
millones de minas anti-hombre enterradas en campos, caminos y fronteras de casi
70 países. Muchas de ellas son residuo de anteriores conflictos armados y son una
amenaza real y latente, pues cada semana causan la muerte o severas heridas en
aproximadamente 500 personas.
Las minas tienen un precio en el mercado que varía de $3 a $30 dólares, pero el
costo de localizar, desactivar y deshacerse de una sola asciende a los mil dólares.
Según las Naciones Unidas se requeriría de once siglos para quitar todas las minas
sembradas en el mundo. Aún así, mientras que anualmente se destruyen 100 mil
minas, se estima que entre 2 y 3 millones se instalan en las zonas en guerra.