La faz de Santa Rosa se extiende como un cielo de reproches, ardiente, sobre el frívolo
catolicismo de los americanos.
Con esa varonil niña de Santa María, la Divina Providencia reprodujo —por supuesto, en
pequeño— la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, con el fin de que este continente pudiera
resucitar y entrar en el Reino. Es la Proposición de Dios ante la libertad de los pueblos que pronto
iban a declarar su mayoría de edad.
Por otra parte, una Europa, más aún, una Francia, traidora de sí mismas, los solicitarían con
burdas mistificaciones del verdadero camino de la libertad.
La vida espontánea, nos pone a merced de una porción de cotidianas y pequeñas infamias que
nos van devorando. La libertad no se encuentra más que en el colmo de la paradoja: la Cruz. Es
expansión infinita esa vertical que todo lo ve; esos brazos abiertos que todo lo comprenden en la
Vida y en el Bien.
Rosa de Santa María, tórtola y Varona, puerta, para nosotros, del Reino de los Cielos, se destaca
fulgurante, sola, en medio de un tendal de seres humanos prematuramente agotados por la lujuria,
la bebida y la indolencia. ¿Cómo nosotros, ahogados por un mar de comodidades y comidas,
pretendemos sonreír a la heroica? ¿Cómo nos atrevemos a llamarnos hermanos de la casta?
Ella no sonríe, pensando que ya hemos dilapidado, casi, los bienes que nos obtuvo, y pronto, si no
reaccionamos, seremos visitados, en las tinieblas, por baño de sangre y de fuego. Pueblo mío, el
que te dice bienaventurado, ése es el que te engaña (Isaías). Síntoma de debilidad y cobardía es
que un pueblo se tilde de grande, antes de serlo. Es de temer que esa conformidad con su estado
actual lo lleve a no serlo nunca. Nos envuelve una apariencia de civilización, sensible, y dormimos
tranquilos.
La agitación de Buenos Aires monstruosa y vacía, nos encandila. Se admira la mucha actividad,
sin notar que toda ella está ordenada a fines insignificantes. Es estúpido pensar que se es culto
porque se dispone de ciento cincuenta diversidades de jabones de afeitar y rouges, de otras tantas
marcas de autos y de zapatos. Las vidas tremendas de los hombres se consumen en perseguir
dos o tres bagatelas; sobre todo en la fermentación del aplastado sensualismo. Y se colocan
penachos de triunfadores cuando han logrado disgregarse y disgregar su reino y sus mujeres, en
esas zonas de la estupidez y el saqueo.
Rosa, canto de Dios, rutila altísima; sus ráfagas nos rozan, cargadas de penetrantes perfumes:
mas no encuentran inteligencia y respuesta. Nuestro Cielo pesa sobre nosotros opaco y muerto,
despoblado de estrellas. Solamente la Cruz del Sur, intensa e inmaculada de Rosa; otro lucero,
San Martín de Porres; y —quizás— Fray Mamerto y María Antonia, nada más, brillan en él, con un
contraste verdaderamente dramático. Las construcciones humanas memorables brotan de las
almas y los cuerpos tallados por la mortificación; enriquecidos por las disciplinas arduas del
espíritu. Europa edificó la más alta civilización gracias a que durante mil años fue un continente de
ascetas.
No sólo el cielo nos acusa; también lo hace la tierra que nos ha sido confiada. No hemos
interpretado frases grandiosas, las cuales permanecen estériles a nuestro lado, porque aún no se
ha desposado con ellas un verbo humano proporcional. La Historia muestra que la íntima
compenetración del espíritu del hombre con la tierra que habita, constituye la raíz de las grandes
culturas. Cuanto más profunda sea aquélla tanto más verdadera, es decir, arraigada a lo eterno,
será la civilización resultante.
El carácter español, la Iglesia de una aldea de Castilla, se levantan en medio del paisaje, como una
versión humana y divina del mismo; son la corona final que hace vibrar todo el conjunto en un
ciclo perfecto de ser y de vida. La Argentina será grande el día que la austera Rioja sea convertida
en una Tebaida.
Cuando surja una continuidad de la Filosofía, una música, una arquitectura, en semejanza con la
grandiosa contraposición de masas de la Pampa y de los Andes. Un monasterio de auténticos
trapenses o cartujos sería lo único que podría explicar cabalmente a esa cadena de montañas.
La floreada del Aconquija, donde cada árbol es un cuadro, claman por una inteligencia y un pincel
equivalente a los de Van Gogh. Tafí del Valle, delicada Virgen, languidece en su abandono,
desesperando no se traduzca nunca en música o colores la extraordinaria inmaterialidad de sus
paisajes. Si no se resuelve el americano a una más grave y profunda posesión de la tierra y el
Cielo, muy poco pesará su existir en la cultura y en la gloria del Reino.
Mi querido Luis:
Te agradezco que hayas sido una vez más fiel a la sinceridad que es esencial a
los lazos que nos une.
Pues, ¿qué te ha hecho ella para que te inclines a precipitarla en una última
miseria?
Esto que hizo no fue una imposición arbitraria sino una exigencia de nuestra
naturaleza normal. ¿Es que Aquél que la hizo no sabrá mejor que nosotros lo
que a ella le conviene?
En este preámbulo debo hacerte notar otro sentido implícito en tu frase que
lamenta el estado de la sociedad actual: ¿cuál es tu estado, querido, tú que
abominas en ella del resto venerable, hecho jirones, de una Doctrina que nos
regenera, y en cambio la abrazas en lo que se disgrega y envilece?
Por otra parte, debo advertirte que lo que estás soñando (la poligamia) no es
un progreso sino una retrogradación. La tienen los mahometanos y puedes
estar seguro que el harén no les ha dado sombra de la felicidad que
proporciona la altísima nobleza del matrimonio cristiano, al que sabe vivirlo.
Pasemos a considerar los frutos que recogerían en ese orden de cosas las
criaturas, comenzando por ti.
Cada una de nuestras acciones, según sea conforme a la razón o no, agrega a
nuestra naturaleza una perfección real y una no menos real miseria,
deformidad. De esta manera nos estamos plasmando a nosotros mismos hasta
con la menor de nuestras acciones, completando la dignísima configuración
que nos compete como hombres o destruyéndola para convertirnos en cosa
abominable a Dios, a los Ángeles, a los hombres y a nosotros mismos.
Mas no pararía en esto. Como la mujer que deseas no existe, porque si tuviera
el grado de cultura que le exiges no consentiría ser tu concubina -aquella
incluye necesaria y fundamentalmente una moral elevada- y si consiente en
serlo, señal que no tiene ninguna de las dotes que le pides, tenemos que una
vez probada tu falsa diosa y saciado el apetito, comenzaría de parte de uno u
otro la repugnancia de la desilusión y todo el humor que ésta engendraría se
volcaría en tu hogar.
¡Qué tristes y merecidas son las postrimerías del sensual! Termina solo, como
centro de hedor que repugna a todos, aún a los mismos pecadores. Muchos
casos he visto y conviene que te cuente uno. Conocí bastante a un hombre
notablemente parecido a ti, tu misma mentalidad y hasta en el físico y
maneras, no sé qué fuertes semejanzas. Ha dejado el tendal tras sí, en nombre
de sus aspiraciones. Hoy, sus ojos opacos parecen mirar hacia adentro una
estela de cadáveres que no terminan de morir, que viven en sus entrañas.
Actualmente, ya se ha arrumbado, solo en una pensión, aborrecido de sus
hijos y de su mujer, acosado por las concubinas, las cuales vuelven de tanto en
tanto a cobrarle las "abnegaciones" que con él tuvieron; entre los medios
amorosos que usan con este fin, no excluyen los escándalos públicos. Su
espíritu ha derivado a un olímpico pesimismo de Dios. Fracasado, "todo el
mundo es malo, mas él, inalterable, incontaminado, permanece bueno".
Ahora bien, el sensual, como no cree que pueda existir otro bien que la carne,
piensa que lo que está pidiendo su alma es una mujer inconcebiblemente bella
y buena. En cualquier adarme de belleza y bondad reales o falsas que esta
pobrecita criatura muestre, no ve que eso sea todo lo que ella tiene, sino un
signo exterior de algún tesoro interior e infinito. Este es el primer momento, el
de la ilusión. Momento de confusión en el cual el entendimiento, presionado
por la pasión, atribuye a tal mujer, haciendo pie en las exiguas perfecciones
que de ellas aparecen, el grado en que estas perfecciones se realizan
únicamente en Dios. Es idolatría, porque entonces la voluntad pone todas sus
esperanzas de felicidad en esa criatura y la ama con amor de subordinación,
debido sólo a Dios, porque sólo Dios puede saciarlo.
Este corrosivo adorador, con su propio pecado será ministro del castigo. Al
final de su experiencia se encontrará defraudado, con un despojo entre las
manos, vacío, más hambriento que nunca; su alma oscurecida al comprobar
que sólo gustó exiguo mendrugo de lo que buscaba.
¿Y la mujer?
Destruida por las manos y las bocas que creyeron amarla, yacerá desnuda de
ficción: pobrecito despojo de piel, fibras y glándulas saqueadas, con sus
pechos convertidos en vejigas fláccidas y marchitas; y su rostro gris, sin luz,
manifestará la desgracia de su matriz ultrajada, rebajada de su noble
condición de crisol inicial de nuevos hombres, a la de calcinado albañal de
una fiebre infame.
En fin, amigo mío, terminando este punto te diré que mucho más que esos
pretendidos renacimientos, te valiera la elegía que en hora buena cantó tu
amigo sobre la bestia cuando se resolvió matarla en sí misma.
Aunque creo que tienes bastante con lo dicho para aborrecer lo que
premeditas, pasemos, sin embargo, a considerar otras consecuencias con el fin
que veas un poco la terrible trascendencia y extensión de nuestros actos.
¿Cuál será nuestra reacción ante esta verdad intolerable? ¿Cómo podemos
soportar semejante contradicción? ¿Es que acaso el amor no quiere el bien de
lo amado?
Claro está que para poder cumplir tan feliz influencia tendrías que estar en tu
lugar. Es decir, haber alcanzado la augusta estatura reservada al varón. Que en
ti se desborde la sabiduría, la prudencia, el amor; que seas justo, benigno,
abnegado, manso, fuerte y casto; y todo florecerá a tu alrededor y las criaturas
correrán veloces y estremecidas hacia el lugar de tu alma: porque las criaturas
todas, encabezadas por tu mujer, ansían el hombre que debías ser, mediante el
cual debe llegar la verdadera vida hasta ellas.
Esto mismo dice San Pablo en la Epístola de este Domingo: Porque el gran
deseo de la criatura espera la manifestación de los hijos de Dios. Pues está
sujeta a la vanidad, no de su agrado, sino por aquél que la sometió con la
falsa esperanza de la ilusión, de la cual será librada cuando de la
servidumbre de la corrupción pase a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Es falso, querido, que esa tutela convertiría a Noemí en una triste sombra de
ti, en un muñeco.
¿Así enceguecen las pasiones desbordadas, Señor, que no ven estos grandes
hombres, estos pobres hermanos míos en el pecado, lo que los pequeños
compañeros de los niños ven y lloran?
¡Ah, los ojos muertos, los rostros espectrales, muertes de los niños de padres
adúlteros, de los niños minuciosamente despedazados por las infidelidades, las
disputas y las enemistades de sus padres!
Los progenitores, viendo al hijo y más aún a la hija triste, gris, anémica, se
preguntan con zozobra: "¿Qué tendrá? Le damos comida en abundancia, no le
falta nada. Vengan médicos, tónicos, inyecciones que remedien a mi querido
niño".
Y a pesar de todas sus solicitudes carnales, aquél empeora y más de una vez
termina extinguido por la tisis.
Otro remedio necesitan. Es una sonrisa y un alba que bese la intimidad más
profunda de sus almas. Es el que estéis unidos por amor como en ellos lo
estáis físicamente.
Esto tiene que ser consecuencia de aquello. Las faltas contra ese amor debido
no recaen sobre el niño como una simple privación, sino como una
destrucción activa. No será un huérfano, será una víctima. Así como dicha
unión lo formó, las desavenencias lo destrozan; éstas, hasta las más
insignificantes y disimuladas repercuten en el vástago con una intensidad
trágica que los padres de este siglo carnal, inhumano, no sospechan.
Otro hijo, más duro, en un poema que recordaba su infancia escribió esta
línea: "Mis mayores eran manchas oscuras que estorbaban la luz".
El hijo necesita no del amor del padre por un lado y del de la madre por el otro
sino -atiéndelo bien- del amor mutuo del padre y de la madre proyectándose
sobre él como único amor. Que sean una sola cosa por el amor, porque en él
son una sola cosa. Tiene que ser -y serlo totalmente- el fruto de un amor
conyugal, uno solo y único, del padre y de la madre.
Aquí debo recordarte otro principio: la causa debe ser proporcionada al efecto.
Por tanto, a un efecto indudablemente grande, como lo es un hijo con alma
racional, debe corresponderle una causa no menos grande: el matrimonio
verdadero.
Por todas estas profundísimas razones, la unión del hombre con su mujer es
indisoluble y el amor sexual debe estar determinado por la vocación del hijo y
no por el sólo deleite carnal: No separe el hombre lo que Dios ha unido.
Sobre los padres que de alguna manera quisieran separarse, no se tendría que
formular otra que la siguiente sentencia:
-Ahora bien, deshacedlos: tomad de ellos, de sus almas y de sus cuerpos, cada
uno de vosotros lo que a cada uno pertenece; vuélvanlo a meter en sus
entrañas y luego podéis hacer lo que queráis.
1- "...todas las cosas que considero malas son bajo el punto de vista de la
moral corriente".
Estas palabras suenan lo mismo que si dijeras: "He resuelto morar en una casa
llena de osamentas e inmundicias".
Acerca de esta moral dijo Isaías profeta: Tienen el mal por bien y el bien por
mal (otra manera de definir la confusión).
Lo único bueno que hiciste en esa ocasión fue el haberle hecho a tu vez, a
dicha lujuria, la zancadilla: casarte. Lo cual, siendo ordenación del sexo a su
fin, hubiera bastado para elevarte a amores más nobles y sanos que los de la
carne.
¿Por ventura, querido, hasta ese punto estás metido en la carne, que lo que no
desciende hasta la sensibilidad -contacto animal- no existe para ti?
Me quedo bobo ante estas palabras. ¿Qué es esto que a vosotros, los hijos del
siglo de las luces, se os tenga que estar recordando a cada paso la existencia
de la razón?
¿No es, acaso, la razón la que, a las claras, dice que la unión sexual no tiene
otro fin que el hijo? Y si no queréis el hijo, ¿qué deseáis al juntaros a vuestras
mujeres? ¿Tal vez el deleite?
El esfuerzo tremendo del espasmo del hombre, que así no alcanza su único
término proporcionado: el incendio del útero de la mujer; ¿cómo se calmarán
y saciarán mutuamente? Ambos términos han sido medidos, compensados y
equilibrados entre sí con admirable sabiduría, y sucederá aquí lo que pasa a
algunas máquinas de invención humana, las cuales hechas para trabajar en
determinada materia, cuando no encuentran la resistencia de ella, se destrozan;
por ejemplo, la de los grandes transatlánticos: si todas sus hélices, en un
momento dado, giraran en el aire y no en el agua, se romperían.
4- "Sueño con esa compañera que algunas veces estuvo cerca de mi vida".
¿Qué, más de una vez te has encontrado con una mujer "bella, culta, amante
del arte y con tal capacidad y serenidad en el discernimiento, que te hace
enmudecer al vislumbrar los maravillosos encantos" que en su compañía le
extraerías a la vida?
Demás está decirte que la mujer que imaginas no existe. ¿Cómo se van a dar
juntas dotes tan raras? Antes de entrar en Religión he estado, casi
habitualmente, en ambientes intelectuales y, con toda seguridad, te puedo dar
testimonio de que nunca he encontrado una mujer como la que pintas. Mas,
suponiendo que existiera, tu actitud desembocaría en absurdo. ¿Es bella? ¿Es
culta? Pues bien, ¿por qué tendrías que reducirla a ser tu concubina? ¿Qué
tiene que ver la belleza y la cultura con el sexo? ¿Es que acaso ésta y aquélla
se encuentran en las glándulas?
Toda la actividad carnal-sexual pertenece al sentido del tacto, el cual, entre las
potencias de que dispone el hombre, es el más bajo, por cuanto que se
encuentra hasta en ostras y los protozoarios. La cultura y la percepción de la
belleza son propias de la más alta: la inteligencia.
Das un salto mortal en este razonamiento: es bella, culta y buena; por tanto
tiene que ser mi concubina. No sólo no hay conexión entre el antecedente y el
consecuente, sino contrariedad; es decir, éste destruye a aquél. Ciertamente,
no habría medio más eficaz para reducir a ruinas su belleza, su cultura y su
bondad, que convertirla en concubina.
Un último examen de tus palabras arroja, como resultado, dos cosas: una idea
falsa de la cultura y un deseo real, malvertido, de tu alma.
Primero. Parecería que aquélla no pasara de ser para ti más que uno de tantos
artificios, ingredientes y adornos con los cuales se condimenta para presentar
apariencia y nada más que apariencia, variada, múltiple, infinita, a los
sensuales.
¿Qué parodia de cultura tan odiosa sería esa, mezclada con lo que la
contradice: con el calor y las blanduras que la falsifican, empozoñan y matan?
No, amigo mío. Para alcanzar esa cima, lo que se necesita es una cabeza bien
regada por la humildad y la sed de perfección, una voluntad dispuesta a los
mayores esfuerzos y una actitud en la vida, la diametralmente opuesta a la que
te propones, pues está dicho: La sabiduría no morará en cuerpo sometido al
pecado (Sab. 1-4).
Es tu alma la que está sedienta de que le des la perfección total que significa la
cultura: quiere anegarse en las portentosas luces y virtudes que el hombre
puede recibir de Dios, en el noble orden de la filosofía y en las altas delicias
que proporcionan las Bellas Artes.
No dudes que son otros los sentimientos que quieres satisfacer con ella.
Brevemente: la diferencia radical que hay entre el gozo de lo bello y el deleite
del apetito es que aquél es desinteresado.
- "Y por sobre todas las cosas, el envión, el estímulo, el encauzamiento que
ella traería a mi existencia". Observa aquí la miseria a que te reduce el
sensualismo: a pedir a la mujer lo que ella, la tuya, tendría que recibir de ti.
¿Qué extraña especie de indigencia es ésta que te hace mendigo de
menesterosos y débiles?
¡Oh, me parece que basta revelarte el corazón de estas palabras para que veas
todo el engaño en que estás! ¿No repugnan, acaso, a ti mismo? ¿No ves cómo
el sensualismo, si le das cauce, te convertiría en un Moloch insaciable que no
pararía de exigir víctimas?: tu mujer, tus hijos y aún aquella y aquellas
mismas que dirías amar.
Busca tu cabeza, querido, sálvala, pues noto una vez más que no juzgas
rectamente. A un amor que es propiamente humano, el amor a los hijos, lo
llamas amor animal, a lo que es exacerbación de lo animal lo tienes por
espiritual. (La inclinación que el instinto pone en éstos hacia sus crías, no se
puede llamar amor, más que en un sentido muy imperfecto, rudimentario).
8- "Por otro lado mi mujer es una santa y hacendosa ama de casa".
9- "Este rincón de mi existencia será intocable como lo será ese otro rincón
que sueño".
10- He guardado para el final, dos de tus frases que muestran cómo tu alma, lo
que busca verdaderamente es a Aquél a quien rehuyes y desechas.
Dices tú: "Me sentiría feliz si pudiera hacer todas las cosas buenas que yo sé
que hay en la vida...Uno sabe que son cosas malas y sin embargo las ejecuta".
Luego responde por él, por ti y por todos nosotros, con las siguientes palabras:
La Gracia de Dios por Jesucristo, Nuestro Señor.
Y resume la manera de dar curso a esa gracia en nosotros para que realmente
seamos regenerados:
Porque todos los que son movidos por el espíritu de Dios, los tales son hijos
de Dios.
Más abajo, pronuncias estas palabras, que en realidad expresan pura ansiedad,
que no debes dejar frustrada: "Quisiera renacer".
La posesión de esa verdad clave constituye una de las mayores glorias del
sistema, pues le permite desplegar una psicología del hombre en una plena
sazón humana. Dicho de otra manera: la Psicología coincide con todo el
hombre sólo cuando sus conclusiones, incluyendo las que se refieren a lo
sensible y a lo vegetativo de la naturaleza humana, derivan de la racionalidad
como de su premisa mayor constante.
Cuesta aclarar en pocas palabras un principio tan radical. Decir que el alma
racional es la causa formal sustancial determinante del cuerpo humano es lo
mismo que decir que ella es el principio morfológico del organismo. La
concepción hilemórfica del mundo sensible arroja en psicología esa luz de
primer orden con respecto de la constitución esencial de los seres vivientes.
El alma racional es el principio morfológico del cuerpo humano no por su
formalidad racional que excede a la materia y no informa órgano alguno, sino
porque ella, al ser superior, incluye en su ámbito a lo vegetal y lo animal.
Dicho de otra manera, el hombre no es racional por exclusión de las formas
inferiores sino por asunción de ellas tal como la especie asume a los géneros y
constituye una unidad simple y sustancial con estos. La racionalidad consiste,
precisamente, en una inteligencia que armoniza con la animalidad. Supone e
incluye a lo animal de tal manera que, si esto no existiera, aquello tampoco
existiría. Su modo de ser abstractivo y argumentativo es el adecuado para
operar en lo sensible. No funciona con órganos pero sí a través de los órganos
adecuadamente. Si recordamos las relaciones de lo vegetativo y lo animal en
los animales, no nos sorprenderá esta relación entre lo animal y lo racional; es
evidente que uno y otro género no se comportan en el irracional como dos
entidades distintas y separadas, sino con una indisoluble unidad donde lo
vegetal es distinto de lo vegetal puro porque ya es animal.
Por eso una es la animalidad del animal y otra es el la del hombre. La del
primero cíclica, completa en sí; la del ser humano abierta en aptitud potencial
con respecto de la razón. La experiencia muestra hasta la saciedad, por
ejemplo, que los apetitos sensibles se dan en el hombre como tendencias
indeterminadas; no cerradas y delimitadas hacia su fin específico, como en el
animal, mediante la infalible firmeza del instinto. La razón, porque conoce los
fines particulares de aquellos mediante la cogitativa y, por sí, el fin racional
del hombre, es la llamada a determinar en concreto y en cada caso la medida y
modo de las operaciones sensibles para que éstas tengan realmente magnitud
humana. De otra manera los apetitos quedan sueltos, derramados, sin forma ni
orden conveniente al hombre.
Aquél que remonte las sendas oscuras de los problemas humanos hasta la zona
de la paradoja, donde ellos encuentran su verdadera solución, no se asombrará
del título ni de la conclusión de este artículo.
Sabemos que todo hombre anda en caza ansiosa de su felicidad; mas, el que
contempla desde la Sabiduría sus afanes, también entiende que el hombre
actual está imposibilitado de alcanzarla.
El hombre actual podrá conocer el placer de tal o cual sentido; de tal o cual
glándula; cuanto más, el de la imaginación.
¿Quién nos librará de esta muerte vivida de este ahogarnos en ese mar de
glándulas venidas a más; entronizadas en el lugar de la Filosofía y de las Artes
de toda actividad moderna?
Unicamente la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, la cual fructifica en
Penitencia, y, ésta, en Mortificación.
El segundo, llamar vicios tan sólo a las manifestaciones más groseras de los
mismos.
Gran favor nos hizo el hijo del demonio que se llamó J. J. Rousseau cuando
inauguró el siglo inmediato a nosotros con esta falsedad: la de la inocencia de
nuestro estado original. Con dicha convicción hemos quedado a merced de
nuestra corrupción nativa. Y ella ha prosperado y crecido quince codos por
encima de las inteligencias más altas de esta Edad.
En el orden sobrenatural
Quiere nuestra renovación total. "En odres viejos no se echa vino nuevo".
La luz de la gracia nos descubre la trágica división que, por el pecado, padece
nuestra naturaleza. Por ella se conoce la verdadera faz de la parte inferior que
se ha declarado enemiga de lo superior y se la tratará, sin concesiones, con
mano dura. Se la verá cual otra turba de judíos, la cual pide, con las
tentaciones, que crucifiquemos a Jesús en nuestras almas.
Su más zafia ilusión es pensar que puede tomar o dejar, libremente, sus
sufrimientos. Todos sus esfuerzos por evitarlos no sólo son estériles, sino
nocivos porque agregan con ellos llaga a su llaga, extenuación a su
debilitamiento.
Tanto nos amó que nos visitó en lo más nuestro. Pues todos los dones son
prestados, más el padecer procede de nuestra naturaleza degenerada por el
pecado como de su primer principio.
Pascual Viejobueno
Así comenzaban antaño mis paisanos del Tucumán cuando echaban sus versos
al aire. Estos cristianos criollos, campesinos formados en la tradición
hispánica, y que sabían y frecuentaban las Escrituras Sagradas, prologaban
con una alabanza trinitaria su canto.
He venido a cantar.
El fue el indomable que no quiso rendirse y prefirió morir antes que someterse
a los embates del demonio y del mundo maligno que invadían como torrentes
putrefactos los atrios sagrados del templo.
Como también pudiera pensarse que esta apreciación es parcial, por provenir
de un hermano de la misma Orden religiosa, oigamos las palabras del P.
Castellani, o sea, oigamos el juicio de un jesuita acerca de un dominico. En
una esquela escrita poco después de la muerte del P. Petit, a otro de los
amigos, Agustín Pestalardo, le dice:
De entre ellos, Mario recibiría a fuego esa impronta que luego sería
perfeccionada por la labor profunda, persistente y humilde de su inteligencia.
A partir de allí, se planteó forjar su vida como el artista una obra. Conocedor
de que no nacemos hechos, configurados, sino que la naturaleza humana es la
más plástica del universo, que se nos forma hasta un cierto punto y luego se
nos abandona, acometió pujantemente la talla de su personalidad, de terminar
de darse forma humana a sí mismo, en cuya tarea mostró un marcado espíritu
de conquista de la Sabiduría.
Al evocar a Fray Mario y recordar nuestras caminatas por las colinas del
Timbó, donde íbamos asiduamente a escucharle, podemos decir de él, con
justeza, lo que los discípulos de Emaús se decían respecto del Señor Jesús:
"¿No es verdad que sentíamos abrasarse nuestro corazón, mientras nos
hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras" (San Lucas, XXIV, 32).
*****************
Y continúa:
¡Hijas mías! ¡La olvidada pasión celestial de la Esperanza que nos hace
dioses!. La Esperanza es fuego, Pentecostés que nos hace correr hacia la
noche, hacia la Gruta, hacia la Virgen, y en su centro está el Niño. La
Esperanza es la potencia distinta que está en nosotros. La jubilosa Esperanza
que troca la vida en canto y el canto es la vida de Dios. Con ella descubrimos
que el paraíso está a nuestro alrededor".
"La pasión que hunde al hombre es el miedo. Qué cosa rara el cristiano que
teniendo a Dios dentro, teme horizontes y acechanzas que no existen.
Hacemos muy mal de tener zozobras por el mañana que nos viene de Dios.
Nada malo puede venir de sus manos que son toda luz, todo amor. Estad
tranquilas, que todo lo que viene de Dios viene siempre con su bagaje de
gracias. Los males sólo están en nuestra imaginación. En la imaginación estoy
yo y en la realidad está Dios. ¡Qué maravilla es Dios y qué simples son sus
cosas! ¿Qué pasó con los Apóstoles? Visitados por el Espíritu Santo perdieron
su miedo; todo cambió en ellos y corrieron hacia Dios y hacia sus hermanos".
Vemos aquí que nos habla de la angustia del miedo, de la angustia como
pasión, y nos enseña a superarla.
Y sostenía que el predicador debe sembrar alarmas. ¿Para qué? Para que no
nos quedemos tranquilos pensando que somos buenos o que todo marcha bien.
Para que no nos estanquemos en nuestra vida espiritual. Para que alcancemos
a ver el estado del hombre actual, para ver el estado de la Iglesia, para ver el
estado de la sociedad.
Por eso afirmaba, y lo hacía en la práctica, que "antes que predicar a Cristo
hay que predicar al hombre". Y en esto notamos una notable coincidencia con
Castellani, quien sostenía: "Antes de leer la Imitación de Cristo hay que leer la
Ética a Nicómaco".
"Una sola cosa entendí en este día: Nuestro Padre aflora de un triple orden, del
cual, nosotros, sus hijos, estamos muy distantes. Él es el fruto maduro de una
Iglesia en espléndida sazón; de una tierra elaborada por gestas heroicas; de un
linaje humano de alta nobleza.
El dominico supone ese triple sostén. Está para ordenar y explicar cosas ya
existentes pues la Palabra es la epifanía de la triple realidad.
¡Ay, qué hace la Voz en una Iglesia enflaquecida, en una tierra yerta, en un
hombre devastado por insólita degradación!
He pronunciado la palabra en ese desierto sin ecos. Las cosas han perdido su
ser, las almas están extinguidas. No resisten: La Palabra los abruma.
Así, expresaba:
"Creedme que es tarea difícil hoy, la de tratar de salvar un alma; hay que
enseñarle cómo debe ser el ser humano. ¡Está el hombre tan desquiciado,
dependiendo de una infinidad de cosas pequeñas!".
"Sólo Cristo es el mejor antídoto burgués. Todos somos burgueses sin saberlo.
Hay un declive insensible en nosotros hacia un empozarse en la comodidad. A
acomodarse en un bienestar material que, en realidad, encarcela poco a poco
al alma. ¡Qué asfixia en medio de las paredes engrosadas de la comida segura;
en medio de esa multitud de detalles desarrollados hasta convertirse en valores
fundamentales de la vida! Sólo Cristo liberta.
Y remarca:
"Lo que hoy se oculta por completo es que esa relación hombre - tierra es
trascendental, esto es, necesaria, no optativa, pues no existe para él otra
entrada de la realidad en su espíritu que la de los sentidos. Si al niño se lo cría
en un departamento y su prolongación, la ciudad, no se le ofrece otro
contenido que un mundo subjetivo, exacerbado, de apetencias errantes, las
cuales, a la postre, se devoran entre sí al faltarles la debida compensación: las
marejadas de la realidad ubérrima del universo, la única correlativa -con
relación de connaturalidad- a su apetitos".
"...hoy es muy difícil enseñar el catecismo a un niño urbano. Las obras que lo
rodean hablan del hombre, dicen referencias al hombre. Conocen con gran
erudición las distintas marcas de autos, pero ignoran las estrellas; saben algo
del átomo porque con sus energías se pueden fabricar bombas "fabulosas". La
vía señalada por San Pablo en su carta a los romanos (1, 20) para enseñar la
existencia de Dios ha desaparecido en las cercanías del ser humano. "El
entendimiento conoce las perfecciones invisibles de Dios por las cosas
creadas: su eterno poder y su divinidad". Las criaturas del Señor han sido
aventadas para que cedan su lugar a los artefactos. La Iglesia, sus templos, los
que están en la ciudad, moran en el desierto".
Puede pensarse que este mostrar al desnudo el estado del hombre abrumara a
quien lo oyera. Lo inquietaba, pero para no abrumarlo, acto seguido hacía ver
la posibilidad y el camino para ser hombres verdaderos.
"No somos tan libres como pensamos. Estamos regidos por un concepto del
ser -estoy hablando de la estructura psicológica esencial de hombre- y lo tengo
dentro quiera que no, y lo peor es que lo tengo inconscientemente, que lo he
mamado con la leche de mi madre; en el trato que me daba mi madre en la
cuna ya me estaba inculcando una mentalidad. Y después las lecturas, y el
ambiente, y después todos los medios de saturación por la propaganda que
existen, me van formando una mentalidad. Y no pensemos que somos libres,
mientras no nos plantamos como una persona en el desierto, y solos revisamos
todas las cosas y decimos: Esto sí y aquello no".
Y añade:
Y en otro retiro:
"El hombre actual podrá conocer el placer de tal o cual sentido, de tal o cual
glándula, cuanto más el de la imaginación.
Excita sus sentidos y sus glándulas; abusa de ellos hasta convertirlos en llagas.
De esta manera, no sólo nunca alcanza el noble y altísimo gozo que le
corresponde como criatura racional -como persona-, sino que aún convierte en
sucios dolores aquellos por los cuales perdió su verdadera ventura.
¿Quién nos librará de esta muerte vivida; de este ahogarnos en ese mar de
glándulas venidas a más, entronizadas en el lugar de la Filosofía y las Artes,
de toda actividad moderna?
mil maneras, y están pensando: ¿qué haré hoy? Y la radio se enciende a las 7
de la mañana para oír una berriada de estupideces, para matar el día, para
matar la inmensa oportunidad que es un día, que viene cargado de universo y
con Dios mismo, Dios abierto de par en par, que no se pudo entregar al
hombre más de lo que se entregó".
Claro que este triste estado no es sólo nuestro sino de todo el mundo. En una
novena, señalaba:
"..... debemos seguir la norma que nos da Nuestro Señor cuando saca el
ejemplo de la higuera que reverdece: "... así cuando veáis estas cosas sabréis
que se aproxima el fin". Yo no os puedo describir todos los síntomas que hay
de que muere una era histórica. Están en el ambiente y en nosotros mismos.
Que va a haber un inmenso cataclismo, es verdad. Qué fecha, no lo sabemos
porque el Señor no lo quiso decir, pero vendrá ciertamente. El mundo
moderno está para morir. Nosotros tenemos que vigorizar nuestras vidas,
hacernos auténticos Cristos para contrarrestar las horas de angustia que van a
venir."
San Agustín adoctrina que la virtud propia del Pastor verdadero es el celo. Y
el P. Petit, con amorosa solicitud, enseñaba, guiaba y cuidaba el rebaño de sus
fieles, con celo doliente, al igual que el Fundador de la Orden.
"De la filosofía cartesiana deriva una psicología de conflicto. Según ella, están
los sentidos, que engañan, que traicionan al hombre, y está esta otra parte
segura, la espiritual. ¿Se dan cuenta que ésta es una creencia que se ha
extendido y que se ha hecho común? ¿No piensan algunos cristianos que
estamos en un eterno conflicto entre una felicidad terrena y una felicidad
celestial y que el decidirse por una es morir a otra? ¿No se piensa que estamos
en una disyuntiva, que nacemos en una disyuntiva? Que si yo me decido por
la vida celestial entonces pierdo la vida terrena temporal, y que si me decido
por la vida terrenal, pierdo la celestial, cosa que no es tal, porque en el buen
vivir de la tierra yo voy a adquirir el cielo, y el cielo no se posterga, sino que
viene a mí y va depositándose en mí, en la medida en que yo sea fiel a la
esencia y a la definición que Dios me ha dado, en la medida en que yo sea
auténtico hombre.
"Al final de cuentas (como siempre pasa en las cosas de este Señor de muerte
y resurrección) está la esperanza que es más fuerte que dicho desastre. ¿La
Virgen María, San José, Simeón, San Juan Bautista, no se cumplieron en una
Judea y Sinagoga sumidas en ese mismo estado?
Reitero, nos hacía ver la realidad al desnudo y hasta los tuétanos, pero no para
abrumar, sino para sacudir, para despertar el alma dándole un cimbronazo.
Y una vez visto el estado de cosas ¿cómo salir de él? También nos lo
enseñaba: Por el ejercicio de la racionalidad, con la práctica de las virtudes,
pero sobretodo, con el auxilio de la Gracia.
Tiene Petit un pensamiento, tomado de un retiro del año 1941, que es todo un
aforismo:
"Por atender y mirar la vulgaridad y la tibieza no hay que perder de vista el
poder y la fecundidad de la gracia".
"...es urgente ... hacer mucho esfuerzo para volver a amar a Dios y a los
ángeles para poder salir del pozo en que estamos.... hagan el esfuerzo de amar
a los ángeles, pero amar así como a personas que son amigas y que están con
nosotros y que nos ayudan y conviven con nosotros. Amar a los ángeles y a
Dios, y a Jesús, para tener la figura de ellos. Que Santo Tomás también dice
eso, que la perfección consiste en asemejarnos a la especie inmediata superior,
en nuestro caso serían los ángeles; y la degradación, consiste en asemejarnos a
la especie inmediata inferior, y eso serían los monos".
"Amados hermanos: Ya sabéis que todas las pláticas de este año las hemos
tomado para explicar los Mandamientos y que, por último, nos hemos
detenido en la Caridad, y en ella estamos, interrumpiéndola según las
conmemoraciones notables para hacer mención a ellas, pero siempre en
tiempos comunes retomamos a este tema de la Caridad.
/...../
He dejado para el final dos textos que me parecen significativos con respecto
al tema de estas jornadas.
El primero, que cobra actualidad por la proximidad del nuevo milenio, del que
tanto se habla y con el cual tanto se lucra. Se venden entradas para cenas de
fin de siglo, se organizan conciertos en lugares insólitos para recibir el año
2000, en fin, mil trivialidades enlazadas con la ingenua creencia que las cosas
cambiarán por el solo transcurso del tiempo.
"No nos atrevemos a pronunciar el lugar común: "Feliz año nuevo". Para
hacerlo sería necesaria mucha rutina o, en su lugar, otro tanto de cobardía e
inteligencia roma.
Es hora de reconocer un hecho que nos debe llenar de alarma: observando los
últimos acontecimientos -la obcecación de las naciones por un lado, de las
clases sociales por otro- , llegamos a comprender que el hombre se ha
disminuido hasta el punto de estar en desproporción para con su propia vida;
lo mismo los pueblos.
Ni en los individuos ni en las sociedades hay una cabeza pujante que ponga
orden y medida al conglomerado de fuerzas que forman la naturaleza humana.
Da pena ver cómo, encandilados por esa promesa, hombres y mujeres danzan
alrededor de los ídolos; se entregan con el mayor entusiasmo e
incondicionalmente a todo lo que les va degradando poco a poco.
"El Señor miró desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver si hay un
inteligente, uno que busque a Dios. Todos declinaron sus caminos y se
hicieron inútiles" (Ps. 13, 3-4).
Este estado de cosas no debe sumir en la desesperación al que lo vea tal como
es.
Cuando en cualquier rincón del mundo -puede serlo muy bien Tucumán-
aparezcan los signos de una conversión al Señor que en intensidad compita
con la iniquidad del mundo, podremos decir: "Feliz año nuevo"." (Cuaderno
Aticus 175 págs, p. 42).
Y el último ejemplo que quiero traerles, es una carta, que aparte de la calidez
que contiene, por su tono epistolar, cobra relevancia por estar escrita pocos
días antes de la muerte de Fray Mario. Está fechada en el Timbó, el 10 de
febrero de 1972, y dirigida a un ahijado suyo que estaba en Alemania, Horacio
Saleme, que además de tener tal padrino tiene otra dicha: su hija Ana Inés fue
consagrada ayer monja benedictina en la Abadía Gaudium Mariae.
/..../
Debajo de todo eso, envueltos por todo eso que no gustan, ausentes, nuestro
pueblo -residuos, ilotas de Buenos Aires-, despojados: terribles en su absoluta
conformidad con el despojamiento. No tienen nada, ni patrón que los explote
pero que, al menos, les dé de comer.
/...../
Entonces, que nos quede este anhelo: Que cada uno de nosotros sepa forjar el
hombre o la mujer que Dios quiere en nosotros.
Les he hablado del P. Petit. Les he traído apenas partecita de lo que fue su
Apostolado.
Porque había pasado por la Cruz, traía a las almas el esplendor de Cristo
resucitado, de la muerte vencida".
Por eso y por ser la primera vez que yo en esta tierra canto, ¡Gloria al Padre,
Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo".
San Luis de Loyola Nueva Medina de Río Seco de la Punta de los Venados,
Junio 13, 1999.
Pascual Viejobueno.