Época: Postmodernidad
Inicio: Año 1973
Fin: Año 2000
Antecedente:
Democratización de la URSS
Democratización de la URSS
Época: Postmodernidad
Inicio: Año 1973
Fin: Año 2000
Antecedente:
Postmodernidad y globalización
Siguientes:
De la "perestroika" a la "glasnost"
La caída de la URSS
La Rusia de Yeltsin
El final del siglo XX ha tenido como protagonista fundamental un fenómeno casi por
completo inesperado. De toda la historia del comunismo, lo más sorprendente es cómo
abandonó el escenario histórico, de un modo prácticamente irreversible y en medio de
una auténtica estupefacción entre los observadores del momento. En 1985, no parecía
posible una Unión Soviética fragmentada ni con una industria o una agricultura que no
estuvieran colectivizadas; en 1991 lo primero era una evidencia ya consolidada y a lo
segundo parecía conducir un proceso ya incontenible. Resulta, por tanto, correcto,
describir lo sucedido allí como una segunda revolución rusa, de importancia semejante a
la primera.
Quien la protagonizó fue una sociedad que se había beneficiado de un cierto cambio en
lo que respecta a los niveles de consumo desde la época de Kruschev y también en lo
relativo a una evidente difusión de la educación. Sin estas dos realidades, simplemente
no puede ser entendida la transformación política de la antigua URSS. Pero, en esta
ocasión en la Historia humana, como también en muchas otras, lo sucedido no puede
entenderse sin una iniciativa política en la que el factor individual jugó un papel
decisivo. Tampoco sin tener en cuenta lo sucedido en la clase dirigente soviética puede
llegar a comprenderse la Perestroika y la posterior democratización de la antigua URSS.
Mijail Gorbachov, llegado a la Secretaría general de un PCUS, que había consumido
tres personas en ese cargo en el plazo de otros tantos años, pareció desde el primer
momento, por edad y por características personales, muy distinto de sus antecesores.
Nacido en 1931 en Stavropol, a los diecinueve años ingresó en el Partido. Pertenecía a
una generación que no hizo ya la Guerra Mundial y que recibió una educación
relativamente elevada. De todos modos, la lectura de sus memorias constituye un buen
ejemplo de los sufrimientos del pueblo ruso desde los años treinta a los ochenta.
Su hogar consistía en una sola habitación común, de modo que su padre le hizo
abandonarla cuando llegó la hora de tener un nuevo hermano, para que su madre
pudiera parir; en ella, había iconos junto a los retratos de Lenin y de Stalin. Uno de sus
abuelos fue enviado a Siberia por oponerse a la colectivización y otro, durante la gran
purga de los años treinta. El abuelo de su futura mujer fue ejecutado y su familia no
recibió el certificado que servía de testimonio de su rehabilitación hasta 1988, es decir
en plena Perestroika. Durante la hambruna de los años treinta, varios de sus parientes
murieron; en la escuela donde inició sus estudios no había libros impresos y los
alumnos tenían que fabricarse la tinta para escribir.
Estudiante en la Universidad de Moscú, vivió con otras veintiuna personas en una única
habitación. Allí tuvo como compañero a un futuro disidente checo, Mlynar, indicio de
que un mínimo de tolerancia ideológica era ya posible en aquellos medios. Gorbachov
ascendió en la carrera política de forma muy rápida: con treinta y cinco, años era el
equivalente a alcalde de una gran población. Esto, además, le permitió establecer
contactos con la clase dirigente del régimen.
Su región natal, en la que ejerció el poder político, era conocida por sus instalaciones
termales y turísticas, lo que contribuye a explicar que conociera a mucha gente
importante en un plazo corto de tiempo. Aunque su carrera política no pasó de discreta
en cuanto a los resultados efectivos conseguidos, había obtenido ciertos éxitos en la
dirección de la política agrícola. En 1980, antes de alcanzar la cincuentena, formaba ya
parte de una dirección política del PCUS que tenía, como media, setenta años. Da la
sensación de que Andropov preparó su propia sucesión en beneficio de él. En sus
memorias, recuerda Gorbachov haber asistido al funeral de Berlinguer, ocasión en la
que descubrió una nueva cultura política, incluso entre sus correligionarios italianos;
tanto esta ocasión como el anterior momento de estudios universitarios constituyen
otros tantos indicios de una apertura hacia otros mundos, que luego su contacto con los
líderes mundiales confirmó y aceleró.
Los occidentales que le conocieron en la etapa inicial de su carrera apreciaron en él un
estilo por completo distinto del habitual en la dirección de su partido. Aunque
inequívocamente ortodoxo, carecía de la dureza y la inaccesibilidad de la generación
dirigente anterior. Pero, sin duda, estaba, además, muy bien entrenado para ejercer el
mando con toda decisión en el seno de la política de la URSS. Actuó con firmeza y
rapidez a la hora de hacerse con el poder tras la muerte de Chernienko y, en tan sólo
unos meses, concentró en sus manos todo el poder, desplazando no sólo a posibles
rivales de la vieja generación sino también de la propia. Verdad es que todas las
circunstancias favorecían un relevo generacional al frente de la URSS.
Con Gorbachov llegó al poder un equipo político nuevo que le ayudó a la conquista del
poder aunque luego, con el transcurso del tiempo, se enfrentara con él. Le ayudó
especialmente a consolidarlo Ligachov, a quien consideró en un principio como número
dos de su equipo. Aunque luego personificaría el sector más conservador, no era en
absoluto un estalinista (su suegro había sido ejecutado sumariamente en 1937). Diez
años mayor que el secretario general, Ligachov fue en los momentos iniciales quien
reclutó los nuevos cuadros directivos al servicio del nuevo dirigente (incluido su
posterior adversario, Yeltsin). Shevardnadze, a quien Gorbachov nombró ministro de
Asuntos Exteriores, había sido un amigo de épocas anteriores, alto cargo del partido en
Georgia como él mismo en Stravropol.
El hecho de que no tuviera experiencia diplomática no fue un obstáculo para su
nombramiento sino que primó la relación personal. Además, Gorbachov desde un
principio hizo percibir a Gromyko su voluntad de ocuparse personalmente de la política
exterior, lo que supuso la jubilación del veterano ministro. Shevardnadze hasta los años
cincuenta ni siquiera hablaba bien el ruso; el secretario de Estado Baker descubrió con
sorpresa que su mujer, también georgiana, era partidaria de la independencia de su país
natal. También su padre había sido purgado en la época estalinista: en su patria natal,
una décima parte de la población desapareció como consecuencia de la emigración
compulsiva ordenada por Stalin cuando se produjo la invasión alemana. Como se ve,
cualquiera de las biografías de los dirigentes sirve para percibir la magnitud de la
tragedia vivida por la URSS a lo largo de los años.
Para comprender la figura y la obra de Gorbachov, es esencial considerarle como un
reformador decidido, pero un tanto perplejo e incluso confuso en cuanto a los objetivos.
Tuvo muy clara la idea de sustitución de lo existente pero nunca llegó a saber bien qué
remedios emplear para producir cualquier reforma ni, menos todavía, con qué iba a
sustituir definitivamente aquello de lo que tenía conciencia que necesitaba cambiar. "No
podemos seguir viviendo de esta manera", aseguró desde un principio, y en sus
memorias revela cómo descubrió que un país como la URSS, el primer productor
mundial de energía, podía tener problemas de abastecimiento en poco tiempo, debido a
la mala organización de la explotación y la distribución.
Pero la impaciencia reformadora no le proporcionó en absoluto claridad respecto al
futuro. Como tantos otros dirigentes soviéticos -Kruschev, por ejemplo- descubrió que
el mundo occidental no era lo que la propaganda soviética describía. Gorbachov,
además, rompió de forma más decidida con el modelo de comportamiento del dirigente
soviético, incluso por el mismo protagonismo que a su lado tuvo su esposa. Eso explica
sus fulgurantes éxitos de popularidad en este aspecto de su gestión, que generaron en él
una manifiesta vanidad y un autoconvencimiento de su capacidad de seducción, tanto en
política exterior como en la interior.
Uno de sus colaboradores, Gratchov, ha llegado a escribir que, al final de su etapa de
gobierno "había convencido tan bien al mundo de su capacidad para hacer milagros
políticos que empezó a creérselo él mismo", de modo que, a base de escucharse a sí
mismo, se tomaba por su propio interlocutor y se persuadía a sí mismo sin llegar
convencer a los demás. Pero el vértigo de los acontecimientos y la ausencia de un
meditado y claro programa de reformas le hizo estar dominado por los acontecimientos
en vez de dirigirlos. Otro de sus colaboradores, Guerasimov, asegura que los dirigentes
del PCUS estaban, en la época de la Perestroika, tan ocupados por los acontecimientos
cotidianos que apenas tenían tiempo de pensar. Eso explica los sucesivos deslizamientos
desde la ortodoxia más estricta hacia actitudes que denotaban un progresivo y cada vez
más rotundo alejamiento de ella.
El propio Yakovlev, principal colaborador de Gorbachov en materias ideológicas en el
período decisivo, había sido un ortodoxo del leninismo, cuyos principios sustituyó por
un ideario que no superó un nivel superficial y periodístico. Las críticas de Ligachov a
Gorbachov tampoco deben ser desdeñadas, a pesar de la posición ideológica del
primero. Impresionable, incapaz de tomar medidas impopulares, atenazado por el temor
de ser destituido de forma súbita como Kruschev, reaccionó siempre con lentitud ante
los acontecimientos y al final acabó dominado por los mismos.
En definitiva, Gorbachov nunca decidió claramente si quería ser Lutero o el papa del
sistema en el que ejerció su responsabilidad política. Probablemente, quiso ser lo
segundo, pero a muchos les pareció lo primero y finalmente presidió, hasta la misma
recta final, el derrumbamiento del sistema que presidía. El caso de China demuestra de
forma clara que era posible realizar una transformación gradual pero efectiva, aunque en
última instancia se plantearan también en este país idénticos problemas de
perdurabilidad del comunismo que en la URSS.
De cuanto hasta el momento se ha apuntado, se deduce que para entender lo sucedido en
la Rusia de Gorbachov resulta imprescindible partir de la comprensión del ritmo de los
acontecimientos, porque éstos tuvieron como consecuencia la radical modificación de
los programas de reforma. En 1985, el propósito del nuevo dirigente soviético se
inscribió en una línea que, en definitiva, resultaba muy tradicional en el sistema
soviético. No se trataba de cambiar el sistema político sino de multiplicar su eficacia
económica a partir de la constatación de que estaba acosado por los graves problemas
que hemos podido apreciar anteriormente. Luego, a partir de 1988, se produjo un
deslizamiento hacia el predominio de lo político, planteado como una exigencia previa y
fundamental. La reforma económica se esfumó del horizonte ante esta urgencia y ello
agravó una situación ya de por sí complicada. Cualquiera de los observadores de la
URSS en proceso de cambio -soviéticos o extranjeros- pudo constatar que en un primer
momento no había ningún programa económico; cuando los hubo resultaron demasiado
divergentes y sólo engendraron polémica política interna. Pero casi nada se llevó a la
práctica, con el resultado de que, a comienzos de la década de los noventa, la antigua
URSS se despeñaba en el abismo de la catástrofe económica.
De la "perestroika" a la "glasnost"
Época: Postmodernidad
Inicio: Año 1973
Fin: Año 2000
Antecedente:
Democratización de la URSS
El punto de partida reformista de Gorbachov fue, por tanto, modesto, teniendo en cuenta
la posterior evolución de la URSS. Se trató, en suma, de la sustitución de una clase
dirigente gerontocrática por otra que, en el estilo propio de quien la dirigía, desde el
principio pareció semejante a la característica de un político occidental por su carisma,
determinación y apariencia de eficacia.
Pero, de cara a la política interior del partido, el estilo de Gorbachov experimentó
menos cambios. "Tiene una sonrisa amable, pero dientes de acero", aseguró de él
Gromyko. Lo importante, sin embargo, estriba en que, en realidad, la Perestroika se
enmarcaba en su momento inicial en un tipo de comportamiento habitual en el seno del
régimen soviético. Se trataba de lograr un uso más apropiado de los medios económicos
de los que se disponía, porque se admitía ya la existencia de un abismo entre la realidad
y lo oficial. Este nuevo impulso reformador incluyó la purga de una burocracia ineficaz
y la voluntad de implicar al conjunto de los ciudadanos en la tarea colectiva de
reconstruir la economía nacional. Lo auténticamente novedoso fue, por tanto, la
sensación de inevitabilidad en la autocrítica y la urgencia de resolver los problemas
productivos, así como la amplitud de la revisión a emprender.
Pero Gorbachov era, y siguió siéndolo, un pragmático y no un teórico. Por más que él
mismo -y, sobre todo, alguno de sus colaboradores iniciales, como Yeltsin- utilizara un
lenguaje desgarrado, su universo intelectual permanecía en la ortodoxia del sistema. A
lo sumo, decía inspirarse para sus planteamientos en alguna fuente inesperada, como las
obras del último Lenin. Pero para él, al menos tal como lo expresó en sus comienzos,
Stalin fue "históricamente necesario", la Revolución rusa resultó, en su momento,
positiva e incluso no estaba justificado someter a crítica el comportamiento de la URSS
en la primera parte de la Segunda Guerra Mundial, cuando los soviéticos fueron aliados
de los nazis.
En el origen de la Perestroika estuvo, sin la menor duda, una voluntad de reforma
económica, pues éste era el aspecto más grave de la situación de la URSS a mediados de
los ochenta. Pero aunque Gorbachov presentó el cambio necesario en esta materia como
una imperiosa necesidad, no lo fundamentó en una teoría acerca de él. Pareció, por el
contrario, inspirarse en el conocido lema de Lenin: "Lo más importante es implicarse en
la lucha y aprender qué hacer a continuación". En su caso, esa interpretación fue en
exceso optimista, porque el programa de reforma no llegó a esbozarse y, además, con el
transcurso del tiempo, la economía se convirtió en un rehén de la política.
Aun así, resulta de interés mencionar el primer diagnóstico que la dirección política
soviética hizo acerca de los males de la situación y los remedios que se pretendían para
resolverla. En primer lugar, la descripción que en esos medios se hizo fue que se trataba
de "un fenómeno de crisis" por lo que no bastaba una simple aceleración. Aganbegyan,
el primero de los consejeros económicos de Gorbachov, afirmó que en un 40% de las
ramas de la industria se habría producido una disminución de la producción y que,
además, existía "una degradación de la agricultura".
Pero llama la atención que, ante esta realidad, sólo propuso reformas de los
procedimientos de gestión tendentes a dar más autonomía a la empresa, a procurar un
mayor rendimiento por trabajador o al aumento de la calidad sin cuestionar en absoluto
el conjunto del sistema. Cuando tímidamente se introdujeron actividades económicas
privadas, se hizo con un casuismo exasperante. Nunca, a lo largo de toda la duración de
la Perestroika, se discutieron las alternativas económicas existentes en otros países del
área socialista. Las pocas medidas que realmente se adoptaron no fueron discutidas de
forma efectiva, como fue el caso de aquellas que permitían capital extranjero. Un chiste
acerca de Gorbachov, que le describía como una persona que tenía cien consejeros
económicos pero no sabía cuál era el bueno, ilustra la situación de perplejidad de la
clase dirigente soviética que demostró mucha más capacidad de destruir que de
construir.
Rizhkov, el presidente del Consejo de Ministros nombrado por Gorbachov y persona
clave para ejecutar la reforma económica, simplemente permaneció en la pasividad y,
como veremos, cuando ya la situación empezó a convertirse en patética sólo fue uno de
quienes propusieron una serie de planes de acción contradictorios que concluyeron en
una situación insoluble. En lo que abundó la primera fase de la Perestroika fue en
medidas morales, como, por ejemplo, combatir el uso del alcohol. Según fuentes
oficiales, en 1986 se habría producido una disminución de hasta el 36% del consumo.
Pero, aunque ése era un problema objetivo de la sociedad soviética, como es lógico,
estaba muy lejos de ser el primero.
Del final de la guerra fría se tratará en otro epígrafe, pero es preciso en este momento
tomar nota de la estrecha relación existente entre la sentida necesidad de reforma
económica y la política exterior. El nuevo estilo del secretario general, capaz de
mezclarse con las masas durante sus visitas a Occidente, cordial y sonriente, explica
buena parte de su éxito. El primer impacto de Gorbachov en los medios internacionales
se produjo ya antes de ser responsable principal de la política soviética, pero cuando
alcanzó ese puesto llegó a alcanzar mayor popularidad que los líderes democráticamente
elegidos de los países que visitaba. Lo cierto es, sin embargo, que su éxito nacía de la
debilidad. Si multiplicó las iniciativas en política exterior tendentes a la distensión fue
porque sentía la necesidad de "concentrarse en la labor dentro de la propia sociedad".
De cara al interior de la URSS, se justificó inicialmente la nueva posición en política
exterior como producto de un necesario "tiempo de respiro". Pero pronto la situación
cambió. De forma rápida, en las declaraciones de los dirigentes soviéticos empezó a
percibirse como positivo un sentido de interdependencia entre el mundo capitalista y el
soviético. La lucha de clases desapareció como epicentro de la política internacional y,
en cambio, la paz fue vista como un bien objetivo y para todos. Gorbachov empezó a
hablar de un "hogar común europeo" a pesar de la radical diferencia existente entre las
instituciones políticas; esta evolución, que pudo ser tildada de puro cambio táctico,
acabó por traducirse en un giro de fondo con el paso del tiempo.
A medio plazo, en efecto, tuvo lugar una verdadera impregnación de los valores
humanistas en la mentalidad de la dirección soviética. De momento hubo, al menos, un
cambio sustancial en las prioridades de los dirigentes: el examen de sus discursos
testimonia una radical disminución del interés por los países socialistas y por el Tercer
Mundo y, en cambio, una creciente preferencia por las relaciones con los países
occidentales. De esta manera fue posible una "impregnación" de valores democráticos.
Resulta obvio que el balance de la política exterior fue no sólo positivo sino brillante
para Gorbachov. El optimismo generado por este resultado fue un factor que contribuye
a explicar que, aunque ése no era su propósito original, la Perestroika derivara hacia una
reforma política. La palabra glasnost, desde muy pronto considerada un complemento
de la primera, significó desde el punto de vista político algo así como una actitud de
buena voluntad gubernamental para aceptar un debate crítico sobre determinadas
materias siempre que fuera constructivo. Glasnost en ruso quiere decir apertura,
publicidad o voluntad de decir las cosas tal como son, pero no en sentido propio,
libertad de expresión, sino genérico deseo de llegar a una apreciación más realista de las
cosas. Su sentido, en el marco de una Perestroika dirigida de forma fundamental al
cambio económico, consistió originariamente en provocar un planteamiento realista de
los problemas y a animar a los ciudadanos a involucrarse personalmente en la reforma.
Ahora bien, a partir de 1988, de este propósito inicial se pasó a una auténtica revolución
en los medios intelectuales y periodísticos que desbordaron los proyectos iniciales de
los gobernantes, tomaron la iniciativa y acabaron influyendo en los acontecimientos de
un modo decisivo. En realidad, Gorbachov no dio libertad de prensa, sino que las
diferentes publicaciones se la fueron tomando. "Un pescado muerto se pudre en primer
lugar por la cabeza", afirma un proverbio ruso. Como en tantas revoluciones, la difusión
de principios contrarios a la esencia misma del sistema contribuyó a destruirlo.
Relacionada con esta actitud, se debe citar también la condescendencia con una
oposición intelectual que, quizá, apenas estuviera formada por un par de millares de
personas, pero que estaba destinada a jugar un papel decisivo en los medios
intelectuales y periodísticos. La liberación de Sajarov, a fines de 1986, fue un gesto
dirigido hacia el exterior y un testimonio de flexibilidad interna pero, además, le
convirtió en un protagonista de la vida pública. En ésta no faltaron las polémicas.
Durante la primavera de 1988, se produjo en los medios de comunicación un amplio
debate en torno a Stalin. Aunque Ligachov afirmó no haberlo provocado, los sectores
más conservadores vieron siempre las actitudes autocríticas como el resultado de una
conspiración de las potencias occidentales para dividir a la clase dirigente soviética.
Pero el momento decisivo, que amplió considerablemente el contenido de la glasnost,
tuvo lugar en abril de 1989, con ocasión de la avería en la central nuclear de Chernobil,
que produjo una catástrofe ecológica sin precedentes, con el obligado traslado de más de
135.000 personas para evitar el efecto de la radiación. Durante aquellos días, Pravda
hizo mención en su primera página a acontecimientos tan lejanos a esa catástrofe como
la visita del ministro de Asuntos Exteriores chipriota. El mismo Shevardnadze cuenta en
sus memorias que quince embajadores extranjeros le habían pedido audiencia para tratar
de los efectos de lo allí sucedido antes de que él mismo recibiera información alguna
sobre el particular. Chernobil aceleró la liberalización de los medios de comunicación y
ésta facilitó la confrontación política.
Al margen de las polémicas sobre el pasado soviético, la tensión fue especialmente
grave en Moscú. Yeltsin, la máxima autoridad del partido, había hecho allí afirmaciones
estridentes contra los anteriores responsables, como la de "Cavamos y cavamos y no
llegamos al fondo de la corrupción". Gorbachov le apartó en noviembre de 1987 de sus
responsabilidades en la capital, otorgándole un puesto menor, si bien de rango
ministerial. En adelante, siempre pensó acerca de él que era un demagogo irresponsable,
deseoso de notoriedad y capaz de traicionarle. Sin duda, siempre fue poco estable y
propendió a la fabulación y a la desmesura, pero eso no obsta para que muy pronto
tuviera el aura de un apoyo popular excepcional para lo que era habitual en la clase
dirigente del régimen. En 1988, enfrentado con Ligachov, constituía ya una alternativa
posible en una lucha interna del PCUS en la que Gorbachov ocupaba el centro. Además,
a esas alturas, como veremos, había hecho acto de presencia otro motivo de
confrontación interna que ni siquiera había sido imaginado en un principio: la
efervescencia entre las nacionalidades.
La glasnost había trasladado el centro de gravedad en la tarea de Gorbachov desde la
economía a la política. Como consecuencia de ello, el PCUS inició la senda de un
cambio institucional. En junio de 1988, se celebraron unas elecciones que, sin ser
democráticas, revelaron que la liberalización llegaba también a la política. De un total
de 1.500 puestos electivos, para unos 400 sólo hubo un candidato y en un millar apenas
dos; otros 750 escaños fueron elegidos por las organizaciones sociales. Este segundo
modo de elección revela la desigualdad de los electores: hubo personas que tuvieron
derecho hasta a seis votos.
Pero, a pesar de que casi el 90% de los electos era de afiliados al PCUS, una treintena
de líderes importantes del partido no fue elegida. Más importante aún fue la presencia
de una minoría de reformadores, unos trescientos. Entre ellos, Yeltsin, que logró el 90%
de los votos en Moscú, sin que en ningún momento se pensara en evitar su elección, lo
que resultaba más novedoso aún, pese a que resultara incómoda para el propio
Gorbachov. Hubo regiones en las que el reformismo logró una victoria significativa: los
lituanos en su totalidad eran demócratas. El propio Sajarov fue elegido como diputado
por una organización científica. Lo más decisivo fue que, después de la reunión del
Congreso y de la elección de su presidente, desde el punto de vista político, la URSS
empezó a convertirse en otro país.
Desde el primer momento, en el Parlamento se habló con absoluta libertad, aunque
también con bruscos cambios de actitudes y poca articulación de las mismas. Sólo a
fines de 1990 existió una verdadera y precisa división interna de los diputados,
fragmentados entre docena y media de grupos, de los que el más importante era el
comunista (730 escaños), seguido del conservador Soyuz. Gorbachov nunca trató de
aglutinar a un partido, ni siquiera al comunista, con un programa concreto tras de sí; por
el contrario, se movió en un mundo exclusivamente gubernamental. Ello demostraba su
difícil adaptación al mundo del liberalismo o, más aún, a la democracia. Pero, al mismo
tiempo, en diciembre de 1988 su Gobierno se dijo inspirado por "valores humanos
universales", lo que significaba un rompimiento esencial con los principios del
marxismo-leninismo, que hasta el momento eran la esencia misma del régimen
soviético.
La Rusia de Yeltsin
Época: Postmodernidad
Inicio: Año 1973
Fin: Año 2000
Antecedente:
Democratización de la URSS
Charles De Gaulle dijo en una ocasión que Kennedy era la máscara de Estados Unidos,
pero que Lyndon Johnson era su cara real. Se puede reinterpretar esta sentencia diciendo
que Gorbachov era la máscara de Rusia y que Yeltsin fue la cara real. Si Yeltsin fue
necesario para que el sistema soviético se derrumbara, en el momento en que le tocó
desempeñar el poder se descubrió que tenía mucho más de líder populista que de
dirigente democrático. Su propia biografía oficial afirma que su estilo revolucionario,
intuitivo, directo y abrupto le llevaba a "identificarse con el pueblo y no a adularlo". La
forma en que se tradujo en la realidad esta descripción revela que Rusia no se encaminó
hacia un sistema democrático normal, sino hacia una especie de régimen autoritario
plebiscitario, sujeto a bruscas alternativas y con unas instituciones inesperables y a
menudo en confrontación.
En el momento de su victoria, Yeltsin pareció haber renunciado a modificar la
composición del Parlamento ruso que había sido elegido antes del intento de golpe de
Estado. Pero muy pronto se enfrentó con él y en este hecho es muy posible que un
factor importante fuera el propio desconocimiento del funcionamiento de un sistema
democrático. "En aquel período -cuenta Yeltsin en sus memorias- no estaba claro qué
era un presidente ni qué era un vicepresidente ni la forma que habría de adoptar el
Tribunal Constitucional ruso". Aparte de enfrentarse con esta institución, Yeltsin lo hizo
también con el propio Rutskoi, su compañero de candidatura, porque criticaba la
estrategia de la terapia de choque en el terreno económico.
El aprendizaje de la democracia podría haberse producido por acuerdo: tras
conversaciones con el Parlamento, Yeltsin propuso, para elegir un primer ministro, que
la Cámara eligiera quince nombres; de ellos escogería cinco candidatos y los presentaría
al Parlamento. Pero, cuando se llevó a cabo este procedimiento, no se llegó a una
solución satisfactoria porque optó por la segunda persona en número de votos y no por
la primera. No sólo fue patente esta muestra de predominio del ejecutivo sobre el
legislativo, pues, mientras tanto, el Parlamento protestaba con dureza contra los medios
públicos de comunicación utilizados al arbitrio de quien estaba en el poder.
En septiembre de 1993, Yeltsin procedió a la disolución del Parlamento y a anunciar la
presentación de una nueva Constitución que sería sometida a referéndum. Según sus
memorias fueron sus adversarios quienes tomaron la iniciativa de la violencia, una vez
fracasada la mediación del patriarca ruso. En Moscú, los incidentes de octubre acabaron
con disparos de los tanques contra el edificio del Parlamento y un centenar de muertos.
Pero la victoria de Yeltsin no proporcionó en absoluto estabilidad a Rusia. A partir de
este momento, parece no haber sentido ningún interés en apoyar a Gaidar, su preferido
anterior como primer ministro, a quien ahora sustituyó por Chernomirdin. En algo sí
existió una marcada continuidad: el enfrentamiento con el Parlamento fuera éste el que
fuera.
La intervención en Chechenia, de la que se tratará más adelante, fue repudiada por el
90% de los diputados, pero esto no pareció causar impresión a Yeltsin que, en 1995,
tenía menos del 10% de apoyo en la opinión pública. Contó, sin embargo, con la
aprobación del mundo occidental tanto cuando se produjo el enfrentamiento de 1993
como con posterioridad, en el momento de las nuevas elecciones presidenciales. La
insatisfacción que pudiera sentir Occidente se contraponía a la inexistencia de una
alternativa mejor y a la capacidad de renovación de un populismo que acaba siendo
efectivo en términos electorales.
Pero eso no supone que el sistema político de la nueva Rusia resultara democrático. De
acuerdo con la Constitución de 1993, el presidente de Rusia es elegido por dos períodos
de cuatro años y tiene en sus manos decidir las "líneas básicas de la política interior y
exterior". La Duma o Parlamento está compuesta por 450 diputados, la mitad de los
cuales es elegida por sistema mayoritario. En realidad, es escaso el impacto de las
elecciones legislativas en la determinación de la composición de los Ministerios, que
dependen en exclusiva de la voluntad presidencial. El papel político del Ejército se
configura a través de la existencia de un influyente Consejo de Seguridad. Existen hasta
137 Ministerios, unos 50 más que en la época en que existía la URSS. Quienes habían
sido opositores del régimen soviético -una minoría formada principalmente por
intelectuales- han desaparecido de la vida política.
La política de Yeltsin se ha caracterizado siempre por permanentes vaivenes y no sólo
por lo que respecta a sus decisiones sobre a quién elegir como primer ministro. Sus
relaciones con el resto de los países de la CEI han sido frecuentemente conflictivas: así
ha sucedido, por ejemplo, con Ucrania, debido a la pugna sobre la Flota rusa del Mar
Negro. Pero también se han producido conflictos en unidades políticas menores. La
Guerra de Chechenia, desde mediados de la década de los noventa hasta la actualidad,
revela no sólo la permanencia de los problemas relacionados con la heterogeneidad de
la antigua URSS sino también la incapacidad del Ejército para resolver una guerra de
guerrillas.
Hasta finales de los noventa, los rusos debieron aceptar una situación de independencia
de hecho con las autoridades de Chechenia firmando tratados con los tártaros y por
Bashkortán que presumían una especie de trato entre iguales. Ni siquiera con la
mención a este conflicto se pueden declarar concluidas las referencias a los problemas
de pluralidad interna de la Rusia actual. Resultan muy frecuentes las quejas de algunas
unidades políticas menores debido al peso de los impuestos que recaen sobre ellas.
Esto nos lleva a plantear la difícil situación económica en que Rusia ha permanecido
durante la década de los noventa. En 1991, empezaba ya a ser desastrosa: ese año se
produjo un descenso de la producción en un 10% en productos energéticos, químicos y
alimentarios, pero lo peor estaba aún por venir. El PIB pudo haber bajado más del 40%
entre 1991 y 1994, aunque las estadísticas parecen poco fiables, por estar sujetos los
datos básicos a ocultación sistemática. En industria, el decrecimiento puede haber
llegado a ser del 50%, mientras que en la agricultura los descensos han sido menores.
Pero lo más grave no es esto, sino que la vida económica no parece sujeta a reglas.
Lo que ha venido tras el régimen colectivista no ha sido el capitalismo ni tampoco el
capitalismo salvaje, sino una especie de lucha tribal de grupos de interés económico al
margen de la legalidad. Yeltsin mismo llegó a decir que el 40% de los empresarios
estaba vinculado a la mafia. Las consecuencias afectaban, como resulta lógico, a la
confianza del capital exterior. En 1984-1994, Rusia recibió tan sólo 7.000 millones de
dólares de inversión extranjera, una cifra muy baja comparada con los 83.000 millones
de China.
La gravedad de la situación económica se aprecia también en el nivel de vida: se ha
calculado que entre 1990 y 1994 murieron un millón y medio más de personas como
consecuencia de su deterioro. En sanidad, por ejemplo, el gasto público viene a ser la
mitad del mínimo imprescindible. La delincuencia, por otra parte, no se limita a planear
sobre el mundo económico, sino que ha adquirido la condición de una plaga habitual: en
tan sólo 1994 se contabilizaron 29.000 asesinatos.
Una situación como la descrita no sólo no ha tenido como consecuencia hacer
desaparecer las pretensiones imperiales del pasado sino que, por el contrario, ha existido
la tentación de incrementarlas para compensar con la grandeza exterior los problemas
del interior; en el fondo, de un modo no tan distinto a como sucedió en la época de
Breznev. Así ha reaparecido una política nacionalista nacida de la oposición a la OTAN
-en especial, a su extensión hacia el Este- y de una eslavofilia que lleva, por ejemplo, a
ejercer una indudable actitud protectora respecto a Serbia.
Esta actitud de creciente nacionalismo ha sido asumida por Yeltsin, incorporando las
doctrinas nacionalistas de los liberal demócratas, la extrema derecha de la Duma rusa.
Al menos en su caso, ha consistido en reivindicaciones ante los países occidentales que
concluyen en la petición de ayuda económica o en la benevolencia de los occidentales a
la hora de admitir en la práctica que buena parte de esos fondos no se emplea con los
propósitos señalados a la hora de concederse los préstamos.
En mayor o menor grado cuanto antecede, que se refiere primordialmente a Rusia,
puede extenderse, en ocasiones con agravantes, al conjunto de los países actuales que en
su día formaron parte de la URSS. Si en Rusia, por ejemplo, el 83% de quienes en 1993
ocupaban puestos de relieve habían sido militantes de Partidos Comunistas el porcentaje
es todavía mayor en Asia Central. En realidad, las instituciones políticas se caracterizan
en casi todos los casos por un presidencialismo desbocado y casi omnipotente frente al
parlamentarismo que ha sido la fórmula habitual en la Europa central democrática y
poscomunista.
En consecuencia, se puede hablar en el mejor de los casos de una "democracia
delegativa", sujeta, más que a control, a plebiscitos ocasionales. Esta situación suele
estar acompañada, en el caso de las repúblicas asiáticas, por un centralismo extremado.
Pero también hay otros casos, en los que la realidad política es una pura y simple
dictadura: éste es el caso, no sólo del centro de Asia, sino también de Azerbaiyán en el
Cáucaso y de Bielorrusia al Oeste. En cuanto a la situación económica, se caracteriza
también por los problemas indicados, e incluso multiplicados.
La reflexión que se impone ante este panorama remite a algunos clásicos del
pensamiento político del pasado y también a lo que han escrito algunos intelectuales
rusos en el presente. Ya Tocqueville afirmó que resulta sencillo hacer una revolución
contra un sistema tiránico, pero lo es mucho menos construir luego una democracia
viable. Quizá tuvo menos razón Montesquieu cuando aseguró que los regímenes eran
como los climas y el ruso se caracteriza por su carácter extremado y sus cambios
bruscos. En el actual, muchos occidentales ven reproducirse los rasgos de
irresponsabilidad, confianza en la buena suerte, ignorancia y mala educación combinada
con el servilismo hacia lo extranjero que tantas veces aparecieron en el pasado ruso.
Toda esta actitud parece basada en estereotipos pero no parece por completo carente de
justificación.
Por su parte, Solzhenitsyn se ha convertido en el representante más caracterizado de ese
patriotismo ruso receloso con respecto a Occidente y entusiasmado con el alma
tradicional del propio país. Para él los reformadores se habrían comportado como
"fanáticos que, obnubilados por una idea fija, empuñan sin la menor duda su escalpelo y
se ponen a cortar y recortar el cuerpo de Rusia"; en este sentido han resultado más los
herederos que los adversarios de los comunistas.
En tono angustioso, se pregunta el escritor sobre la supervivencia de Rusia mientras que
describe la transformación económica como un "pillaje perpetrado en las sombras y
visto como algo irremediable". El juicio de Elena Bonner, la viuda de Sajarov, aun muy
distinto en su fundamento, no resulta mucho más positivo: "Nunca hemos vivido en
democracia, pero en los últimos años hemos conseguido desacreditar la idea misma de
la democracia". De las incógnitas sobre el futuro que tiene la Humanidad al comienzo
de un nuevo milenio, una de las más graves es, en definitiva, la que se refiere a la
antigua URSS.