José Tous
I. INTRODUCCIÓN
La Ley de Muelles y Puertos de Puerto Rico, o Ley Número 151 de 28 de junio de 1968,
define la zona marítima-terrestre como el espacio de las costas de Puerto Rico que baña el
mar en su flujo y reflujo, en donde son sensibles las mareas, y las mayores olas en los
temporales, en donde las mareas no son sensibles. Esta definición proviene de la Ley de
Puertos Española de 1880, extendida a Puerto Rico mediante Real Decreto del 5 de febrero
de 1886. La precursora del concepto de zona es la Ley de Aguas de 1866, que define playa
como: “el espacio que alternativamente cubren y descubren las aguas en el movimiento de
las mareas. Forma su límite interior o terrestre la línea hasta donde llegan las más altas
mareas y equinocciales. Donde no son sensibles las mareas, empieza la playa por la parte
de tierra en la línea a donde llegan las aguas en las tormentas o temporales ordinarios”. El
concepto de playa en la Ley de Aguas de 1866, y zona marítima terrestre a partir de 1880,
comprende dos situaciones distintas: donde son sensibles las mareas y donde no lo son.
Las leyes romanas definían la ribera del mar –litus maris– como la superficie cubierta
por las mayores olas “litus est quosque maximum fluctus a mari pervenit”, o sea, hasta
donde alcanzan las mayores olas.2
Las Leyes de Partidas, o el Código de las Siete Partidas de Alfonso X de 1263,
consideraron la ribera del mar como: “Et todo aquel logar es llamado ribera de la mar
quanto se cubre del agua della quando mas cresce en todo el año, quier en tiempo de
invierno o de verano”. La legislación castellana no limitó la ribera del mar a las tormentas
de invierno, como ocurre en algunas jurisdicciones de derecho civil, como el estado de
Luisiana.
La Exposición de Motivos de la Ley de Aguas de 1866 establecía que: “Al declarar
también del dominio público de la nación las playas, se ha creído conveniente restablecer la
disposición de nuestras antiguas leyes, que, de acuerdo a las romanas, les fijaban por límite
aquél donde alcanzan las olas del mar, en sus temporales ordinarios, espacio bastante para
las necesidades de la navegación y pesca”. Comenta el Tribunal Supremo de Puerto Rico,
en Rubert Armstrong v. E.L.A. 97 D.P.R. 588 (1969), que con la Ley de Aguas de 1879 y
con la Ley de Puertos de 1880 en nada perdió su importancia y eficacia la Exposición de
Motivos de la Ley de 1866. “El concepto de playa del artículo 1, párrafo 3 de la Ley de
1866, anteriormente transcrito, es justamente el de ribera de mar, y coincide con el de litus
maris, que ya vimos en el derecho romano, y con el de zona marítimaterrestre de las Leyes
de Puertos de 1880 y 1928.”3
El Real Decreto de 27 de abril de 1859, que aparece publicado en la Colección
Legislativa de España, Tomo 80, pág. 119, que creó la Comisión encargada de redactar un
proyecto de ley general de aprovechamientos de aguas, en su Artículo 3 ordenaba que:
“Servirán de punto de partida para los trabajos de esta Comisión los antecedentes reunidos
en el Ministerio de Fomento y el Proyecto de Código General de Aguas, redactado por D.
Cirilo Franquet. En la Exposición de Motivos de la Ley de 3 de agosto de 1866, la
Comisión expresó que: “Razones de igual peso han decidido a la Comisión a conservar en
este proyecto la mayor parte de lo que relativamente al mar y sus playas había comprendido
en el suyo el Sr. Franquet”. El Art.10 del proyecto de Franquet dispone que las playas del
mar: “comprenden todo el espacio que bañan las pleamares en el Océano y las mayores olas
durante las tempestades en el Mediterráneo.”4 Por consiguiente, le debemos al Ministro de
Fomento, Cirilo Franquet y Bertrán la fórmula bifronte para definir la zona marítima-
terrestre.
Es necesario resaltar que la Ley de Aguas de 1866 tuvo “ claro carácter privatizador” 5,
como ha señalado el historiador Jordi Maluquer de Motes. El propio Franquet, con respecto
a las aguas terrestres, propugnó la privatización de las aguas derivadas de aguas de los ríos
y conducidas por canales o acequias artificiales para ser aprovechadas privativamente
(riegos, industrias, abastecimiento), que eran la mayor parte de las aguas de los ríos del
país, aprovechadas privativamente por particulares y municipios, lo cual no fue aceptado
por la Comisión legislativa presidida por Rodríguez de Cepeda. Por consiguiente, la Ley de
Aguas de 1866, al fijar por límite de la playa aquél donde alcanzan las olas del mar en sus
temporales ordinarios no pretendía hecer públicos terrenos de propiedad privada, sino
restaurar principios de hondo arraigo del derecho histórico de España.
El Diccionario de la Real Academia Española define sensible como: “que puede ser
conocido mediante los sentidos”. Las mareas son sensibles o perceptibles a los sentidos en
cualquier lugar, si el observador permanece en la zona marítima-terrestre por el período de
tiempo necesario. Por consiguiente, las mareas no sensibles son aquéllas que son apenas
perceptibles. En la península Ibérica, las mareas son sensibles sólo en el litoral cantábrico.
La diferencia de las mareas entre el Mediterráneo y el litoral cantábrico es tan significativa
que configura tipos diferentes de costa.
En general, en los litorales afectados por mareas altas, las playas son extensas,
profundas y de escasa pendiente, debido a que la franja de tierra trabajada por olas es
importante, como ocurre en la playa de San Sebastián, en el litoral cantábrico español,
que queda casi completamente cubierta durante la pleamar, mientras deja una extensa
banda en seco durante la bajamar. Por el contrario, en los sectores litorales donde las
mareas son poco pronunciadas, las playas son estrechas y su talud es mayor, caracteres
que se presentan en la mayor parte de las playas del Mediterráneo.6
Las mareas de las islas de las Antillas, al igual que las islas tropicales del Pacífico y la
costa del Mediterráneo tienen una amplitud de menos de un metro. Con respecto a las
mareas en Puerto Rico, “La amplitud de las mareas en Puerto Rico es leve. El alcance
promedio, que varía de lugar en lugar, es de 34 cm., (1.1 pies) en San Juan y en la Bahía de
Fajardo, y 18 cm. (0.6 pies) en Puerto Real. La amplitud máxima de las mareas de
primavera de 1951 en San Juan fue de 88 cm. (2.9 pies).” 7
Por ejemplo, en el caso de los manglares, la biota es un criterio que define que los terrenos
están en la zona marítimo-terrestre. Por tanto, el límite interior tierra adentro de las áreas
costeras que comprenden las extensiones de manglar asociadas con las ciénagas, estuarios y
lagunas costeras lo determina la penetración máxima del bosque de mangle.
Las mareas son el mecanismo principal que causa la incursión de las aguas saladas hacia
el interior de la costa. Son el agente que hace adecuado al sustrato para ser colonizado por
el manglar. Las intrusiones periódicas, a su vez, excluyen de estos terrenos a las plantas
carentes de adaptaciones para tolerar la sal. El límite del manglar tierra adentro coincide,
por lo tanto, con la distancia máxima hasta la cual penetra el agua salada. (Lugo & Cintrón,
1975), excepto en las costas áridas donde la acumulación de sales da origen a la formación
de salitrales en las partes más internas.12
El Tribunal Supremo de Puerto Rico considera a los manglares como terrenos mareales.
En Pueblo v. Dimas, 18 DPR. 1061 (1912), el Tribunal definió a los manglares como
terrenos inundados por las aguas del mar. En Fajardo Sugar Growers Association v.
William P Kramer, 45 DPR 348 (1933), se definen los manglares, con mayor rigor técnico,
“como tierras donde crece el mangle bañadas por el mar constantemente o en el flujo o
reflujo de sus mareas”, y en Rubert Armstrong v. E.L.A, supra, el Tribunal Supremo se
refiere a los manglares, como marismas de la zona marítima-terrestre. (Énfasis nuestro.)
En Rubert Armstrong v. E.L.A, supra, el Tribunal Supremo, mediante cita de Pueblo v.
Dimas, supra, asevera que los manglares se consideran como montes del Estado, aunque
constituyan terrenos inun-dados. Conforme el Real Decreto de 21 de abril de 1876, los
montes que comprenden “todos los terrenos destinados particularmente a la producción de
maderas y leñas” incluyen los que con justo título pertenezcan al dominio privado. Por
consiguiente, los montes pueden ser públicos o privados. La aseveración en Rubert
Armstrong v. E.L.A, supra, de que el Tribunal no comparte la tesis de que los manglares o
marismas de la zona marítimo-terrestre sean, sólo por ser manglares, bienes de dominio
público significa que los manglares no son bienes demaniales por su condición de montes.
No obstante, si los manglares son marismas que se inundan con las aguas del mar,
evidentemente, están ubicados en la zona marítimo-terrestre.
Los terrenos mareales son exponentes claros de lo que se ha conocido como dominio
público natural.
La doctrina coincide en señalar que el llamado dominio público natural es la norma
directamente que produce la publicatio. Son, pues, dichos perfiles naturales los que
determinan la incorporación del bien al grupo previamente demanializado, caracteres que
podrán estar presentes en el momento de la entrada en vigor de la norma, pero que
perfectamente pueden aparecer respecto a un concreto bien en un momento posterior. Por
ello, la incorporación del bien concreto al dominio público requiere su encuadramiento en
la categoría, es decir, que se produzca el hecho natural al que la norma confiere efectos
jurídicos constitutivos.13
Los manglares pertenecen, pues, a dos categorías de bienes que no pueden confundirse,
los montes y los bienes del dominio público natural. La vegetación leñosa no es el hecho
natural que incorpora estos terrenos al dominio público. La presencia de árboles adaptados
para tolerar la sal, o sea, el indicador biótico, hace que sea sensible el hecho natural al que
la norma confiere efectos jurídicos constitutivos, el flujo y reflujo de las mareas.
Los manglares son marismas de la zona marítimo-terrestre. La marisma se define en
Rubert Armstrong v. E.L.A, supra, como terreno bajo y pantanoso que se inunda con las
aguas del mar. En Ramos Buist v. Llorens Torres, 92 D.P.R. 451 (1965), se define como
marisma el terreno inundable con las filtraciones y aguas extravasadas del mar con el flujo
de la marea. No obstante, el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales, en el
Manual, considera como las verdaderas marismas en Puerto Rico los salitrales o pantanos
asociados a los bordes del manglar en áreas de poca precipitación que se inundan durante
una parte del año y se secan el resto del año, o que están adyacentes al litoral y se inundan
cada vez que sube la marea, pero al bajar la marea se secan por completo. Estos terrenos
son también terrenos mareales y parte de la zona, porque, como ya señalamos, el concepto
de zona marítimo-terrestre no requiere la desaparición del agua por el propio movimiento
del mar, pero no son montes porque son colonizados por plantas leñosas.
Además, aunque el étimo de marismas es mar, no todas las marismas en nuestro
archipiélago están en la zona marítimo-terrestre. Hay evidencia histórica de marismas
ubicadas fuera de la zona marítimo-terrestre en la isla de Puerto Rico.
Después de la ribera de Toa Baja hacia el Noroeste, hay una llanura de tres leguas que
llaman las Marismas, la cual en tiempo de lluvias se inunda con las aguas que bajan de una
cordillera de cerros que corren a su mediodía, y como no tienen salida, por estar el terreno
levantado en su circunferencia, se van extendiendo las aguas hasta formar una laguna de
dos o tres leguas, la cual necesitan vadear todos los que van o vienen de la ciudad por esta
banda del norte de la Isla con grande trabajo y no poco peligro.14
Es evidente que esta laguna descrita en el siglo XVIII se trata de un terreno bajo y
pantanoso poblado por plantas herbáceas, como los salitrales o marismas de la costa. No
obstante, estos terrenos no son mareales porque no son inundados por las aguas del mar.
Por tanto, no son marismas de la zona marítimo-terrestre.
Conforme las reglas de hermenéutica que exigen que, al adoptar un estatuto de otra
jurisdicción, los tribunales adopten la interpretación que a dicho estatuto le han dado en esa
jurisdicción, procede adoptar las interpretaciones del foro español en este caso. En la
Sentencia de 30 de junio de 1973 (Repertorio Aranzadi, núm. 2455) sobre un deslinde de
zona en un tramo de costa de la denominada playa de S’Abanell en Blanes, Gerona,
Cataluña y en la sentencia de 26 de abril de 1972 (Repertorio Aranzadi, núm. 1975) sobre
deslinde en la Bahía de Rosas en el término de Castelló de Ampurias, el Tribunal Supremo
de España expresó: “la zona deslindada corresponde a la ribera del Mar Mediterráneo, costa
de..., lugar en el que según el expediente no resultan sensibles las mareas, por lo que, según
la ley, el criterio a tener en cuenta habrá de ser el de las olas; esto es, el espacio de tierra
que bañan las mayores olas en los temporales”.
En sentencia de 24 de abril de 1972 (Repertorio Aranzadi, núm. 1973) sobre deslinde de
ZMT en el término municipal de Alboraya (Valencia), el Tribunal resolvió con respecto a
la línea divisoria de la zona marítimo-terrestre propuesta por la Comisión de Deslinde y la
Jefatura de Costas. El recurrente que impugnó expediente de deslinde “no demostró que del
plano de cotas y niveles que señalan la configuración y la altura del terreno no permite
suponer que el terreno no pueda ser alcanzado en toda la línea o zona demarcada por las
olas del mar en los temporales, las cotas señaladas en el plano que corresponden a los
desniveles del terreno a partir de los ceros grados que tiene el borde del mar, ninguna
alcanza 1.40 metros, por lo que, aún para esas cotas de mayor nivel, el plano refleja no
pueden racionalmente ser consideradas como un obstáculo físico o topográfico que no
permita que el terreno sea inundado o alcanzado en los temporales del mar, por lo que debe
concluirse reconociendo que, sin prejuzgar los derechos civiles del recurrente, la operación
de deslinde y determinación de la línea que señala la zona marítimo-terrestre se ajusta a la
realidad física y geográfica del trozo de costa demarcado por la Administración”.
En este caso de una playa de la costa del Mediterráneo, se aplica el criterio de las olas en
un trozo de costa donde es evidente que hay movimiento horizontal tierra adentro de las
aguas del mar porque se trata de un terreno cuyos desniveles no alcanzan siquiera los ciento
cuarenta centímetros y, además, es el propio movimiento horizontal lo que define la zona
marítimo-terrestre. Por el contrario, si el terreno, por la cota o altura, o la existencia de un
obstáculo físico o topográfico, no es alcanzado por los temporales del mar, o sea, no hay
movimiento horizontal, no es parte de la zona marítimo-terrestre.
Por otra parte, en el Puerto de Cariño, de la Coruña, Galicia, en el litoral Cantábrico, la
Comisión de deslinde utilizó el criterio de las mareas para el deslinde de la zona. El
recurrente que impugnó la operación de deslinde alegó “haberse hecho ‘a ojo’, en vez de
hacerlo técnicamente la determinación de la línea de las máximas mareas en el tramo
deslindado, en cuanto no aparece en el plano levantado en fecha 15 de octubre 1969, ni del
contenido del acta de deslinde, que dicha línea haya sido determinada referida a puntos
fijos del terreno ni precisadas las cotas o altura para obtener curvas de nivel y fijar así por
esta operación técnica la zona marítimo-terrestre …”. El Tribunal Supremo de España, en
sentencia de 25 de abril de 1974 (Repertorio Aranzadi, núm. 2028), no estuvo de acuerdo, y
resolvió que: “la línea de deslinde de la actual playa se fijó en el plano sin que ninguno de
sus puntos estén a un nivel más alto que la cota de 4.5, o sea, sin que por la parte del mar
quede ningún terreno que no sea bañado por el mar en el flujo y reflujo”.
La Ley de Costas de España o Ley Núm. 22 de 28 de julio de 1988 suprimió el criterio
alternativo de las mareas o los temporales, donde no fueran sensibles las mareas, y dispuso
que el límite será el que abarque un mayor ámbito físico; hasta donde alcancen las olas en
los mayores temporales o, cuando lo supere, el de la línea de pleamar máxima viva
equinoccial. Esta definición no fue impugnada. El cambio definitorio que fue objeto de
recurso de inconstitucionalidad fue sustituir en el Artículo 3.1(a) el criterio de “ordinario”
por el criterio de “las olas en los mayores temporales conocidos”. El Tribunal Cons-
titucional de España resolvió:
Es claro que el criterio ahora utilizado (el de los temporales conocidos), como todo
criterio que hace referencia al cambio en el tiempo, adolece de una cierta imprecisión,
puesto que puede modificarse nuestro conocimiento del pasado y no tenemos el del
porvenir. No puede tacharse, sin embargo, en todo en modo alguno de irracional o
caprichoso, ni se aparta en nada de la noción genérica de la zona marítima-terrestre como
zona en donde el mar toma contacto con la zona emergida, ni, por último, difiere
sustancialmente de los empleados con anterioridad. Determinar cuál es el punto donde
alcanzan “las olas en los mayores temporales conocidos” no entraña mayor dificultad que
fijar aquél a donde llegan ‘las mayores olas en los temporales’, que era el criterio acogido
por la Ley de Puertos de 1880 y 1928, ni siquiera cuando el sustantivo ‘ temporal’ se
acompaña del adjetivo ‘ordinario’ como hizo la Ley de Costas de 1969, pues también este
adjetivo, con el que se aludía a la habitualidad o frecuencia, lleva a distintas soluciones, en
función de cuál sea el periodo de tiempo con-siderado y de lo que por frecuencia quiera
entenderse. STC 149/1991.
El Reglamento de Costas de España, en el Artículo 4, excluye las ondas de origen
sísmico o de resonancia cuya presentación no se produzca de forma secuencial, como los
tsunamis. Esta exclusión es cónsona con el comentario del tratadista Eduardo Vázquez
Bote, quien sólo menciona como ejemplo de olas de temporales de gran magnitud
o extraordinarios, los derivados de maremotos18. A pesar de que nuestro derecho no adjetiva
los temporales, el Departamento, mediante reglamentación, puede excluir los tsunamis y
otros fenómenos muy extraordinarios, como huracanes de cierta categoría.
En Rubert v. E.L.A, supra, el Tribunal Supremo de Puerto Rico parece tener el mismo
criterio de la Ley de Costas de España, de que el límite de la zona marítimo-terrestre será el
que abarque un mayor ámbito físico, hasta donde alcancen las olas en los mayores
temporales o, cuando lo supere, la línea de pleamar máxima viva equinoccial.
Conforme a esta legislación, basta ver el Anexo-A, que es también prueba del Estado
recurrente, para captar la imposibilidad de que la parcela Núm. 10, según deslindada en
dicho Plano Oficial de 1919, pudiera bajo criterio alguno de esa Ley ser playa. Ya dijimos
que el río Puerto Nuevo no es navegable. En la escala en que se levantó dicho Plano
Oficial,1:5,000, la porción más cerca al mar de la Parcela Número 10, que es su Norte y
Oeste, queda a unos 1,400 metros de la playa, o sea, casi kilómetro y medio, comparado
con la cinta de unos metros de terreno que cubren o descubren las olas en sus temporales
ordinarios, o la línea de la marea más alta o equinoccial.
Además, tenemos una carta del Comisionado del Interior, Guillermo Esteves, de 15 de
septiembre de 1930, en la cual contesta una carta del alcalde de Fajardo, Bolívar Ochart,
que solicitó información sobre los límites marítimos pertenecientes al Gobierno.
XIX. CONCLUSIÓN
1
E. Figueroa Berríos, “Salitral” en Sobre este suelo. Nueve cuentos y una leyenda.
Editorial Cultural, 1973, pág. 107.
2
Digesto, Lib. 50, tit 16, De verborum significatione, 96.
3
Martínez Escudero, Playas y costas, su régimen jurídico administrativo, 2da ed., rev.,
Montecorvo, Madrid, 1985, pág. 30.
4
Franquet, Proyecto de un Código General de Aguas, Imprenta Nacional, Madrid, 1859,
pág.11.
5
J. Maluquer de Motes, “La despatrimonialización del agua: movilización de un recurso
natural fundamental”, en Historia agraria de la España contemporánea, Vol.1., Barcelona,
Ed.Crítica, 1985, pág. 285.
6
Albatros, enciclopedia del mar, Barcelona, Compañía internacional Editora, S.A., 1982,
págs.127-128
7
R. Martínez, “Las playas y dunas de Puerto Rico”, en Compendio enciclopédi-co de los
recursos naturales de Puerto Rico, Volumen IV, 1984, pág. 3.
8
J. Rust, “Confusa la zona marítima-terrestre”, The San Juan Star, San Juan, P.R., 18 de
abril de 2005, pág 11.
9
June G. Patullo, “Tides”, en The Encyclopedia of Oceanography, Encyclopedia of
Earth Sciences Series, Volumen I, Reinehold Publishing Corp.,1966, pág. 913.
10
F. López Román, Consideraciones sobre el régimen jurídico de las marismas, RAP.
11
R. Martínez, “Las playas y dunas de Puerto Rico”, en Compendio enciclopédico de los
recursos naturales de Puerto Rico, Volumen IV, 1984, pág. 26.
12
R. Martínez, “Ecología del manglar”, en Compendio enciclopédico de los recursos
naturales de Puerto Rico, Volumen II, 1984, pág. 22.
13
Concepción Horgue Baena, El deslinde de costas, Madrid, Editorial Tecnos,S.A., pág.
79.
14
I. Abbad y Lasierra, Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista
de Puerto Rico, Doce Calles, Puerto Rico, 2002.
15
Coastal States Organization, Inc., Putting the Public Trust Doctrine to Work, 2da ed.,
Coastal States Organization, 1977, pág. 69.
16
United States vs. San Geronimo Development Co., 154 F2d 78. 1946.
17
In re Ashford, 50 Haw. 314, 440 P.2d 671 n. 1 (1968).
18
E. Vázquez Bote, “Dictamen sobre deslinde y amojonamiento efectuados por la
administración sobre zona calificada marítimo-terrestre. Posibles razones de oposi-ción”.
Revista Crítica de Derecho Inmobiliario, 1975, Año LI, núm. 506, pág. 115.
19
AGPR, PN, Juan R de Torres, Caja 125, 1889.
20
M. Álvarez Nazario, El habla campesina del país, Río Piedras, Edit. de la Universidad
de Puerto Rico, 1992, pág. 267.
21
M. Godreau, “Las concesiones de tierra de la Corona española en Puerto Rico, siglos
XVI – XX: un estudio histórico jurídico”, 62 Rev. Jur. U.P.R. 351 (1993).