Donde se mezclan, cada vez más, intereses ideológicos o religiosos, con territorios
y economía, las consecuencias son previsibles. No hay acción pequeña, si la
intención es grande. Nada se puede juzgar aisladamente, sino embutido en sus
propios antecedentes y consecuentes. La acción, en sí, tiene tanta importancia
como pueda tenerla la oportunidad y propiedad de lo actuado. Cielo y tierra, unidos
bajo un mando, terminan, siempre, en cataclismo sideral.
Muchos hombres de fe piden respeto a sus creencias, aún cuando ellos tiendan a
declararse enemigos de quienes no sigan sus propios mandamientos. Cruz, Media
Luna y Estrella de David, tienen unos orígenes tan comunes y concurrentes, que,
para diferenciarse, se excluyen. La misma cercanía de sus creencias les sirve de
repelente, Con ello, los enfrentamientos son inevitables y perdurables. Las
religiones organizadas, parece como si prefirieran cultivar cosechas de mártires,
antes que permitir la apostasía de sus fieles. Pero, el contagio, por cercanía, es
inevitable.