Parece ser que el último tiempo ser mujer es sinónimo de potencial
riesgo de muerte. Pareciera también que las relaciones fuesen la antesala o crónicas de un genocidio anunciado, y que la verdadera estructura de la sociedad, sólo actúa como mero espectador frente a un suceso que, a estas alturas, parece tan inevitable como repentino.
A la hora de buscar responsables sólo puedo pensar en 50
encubridoras que hoy ya no están con nosotros. 50 mujeres que sufrieron el calvario de una mala decisión, y digo decisión reemplazando relación, pues no fueron lo suficientemente visionarias como para predecir que los constantes maltratos no eran la manifestación de un celoso y profundo amor trastornado, sino en el epílogo de su propia mortaja.
Pienso también en cuantas mujeres no deben estar en estos
momentos deseando no ser la víctima 51 o la 100, pues no me extrañaría que el Paseo Ahumada, en todo su lago y ancho, se transforme en el memorial obligado de miles de mujeres, si, miles de mujeres que cayeron en manos de sus parejas.
¿Cuál es entonces la solución a este problema?, pues siento que las
responsabilidades son compartidas, y no puedo evitar mencionar la flaqueza que miles de mujeres experimentan a diario. Quizás son factores sicológicos, la baja autoestima, o la imposibilidad - al menos eso creo- que algunas mujeres sienten de poder valerse por sí misma. Si no son los propios hombres quienes hacen alarde de la dependencia enfermiza que ciertas mujeres pueden llegar a desarrollar en una relación, pues parece ser esta “patología social” el mejor “anzuelo” o el “gatillo” de esta nueva forma de la violencia en la familia.
Y es en este tema de los abusos en el cuál deseo detenerme algún
momento, pues es tan culpable quien ejerce la vejación, como quién permite que suceda. Interesante sería realizar a modo de estudio, un perfil común de las mujeres que han fallecido en manos de su parejas, todas jóvenes con un futuro por delante y presas constantes de violencia intrafamiliar.
Millones de campañas y pesos derrochados en impactantes e
innovadores comerciales que repudian cualquier conducta agresiva durante las relaciones afectivas, no obstante, el femicidio va “in creciendo” y parece ser que con el tiempo, este fenómeno no pretende ir en retroceso.
¡El machismo mata! reza el más novedoso y reflexivo movimiento en
repudio a estos asesinatos, no obstante, parece no ser el machismo el gatillo de esta ponzoña, sino la irresponsabilidad al no denunciar el más mínimo hecho de violencia. Pues para quienes aún no lo sabe, una relación sana no se basa en un amor enfermizo ni en los celos, sino en la confianza y el respeto. La libertad de opción parece ser más amplia que eso, y la dictadura en la que se están tornando las relaciones, no deja más que optar en un suicidio asistido, actualmente conocido como femicidio.
Las falencias morales y sociales que padecen nuestra sociedad ya se
están materializando, y ya ha dejado de ser simplemente un proceso de mera intervención filosófica, sino que pasa a ser materia de las autoridades y de la sociedad completa. La legislación parece estar algo floja, y si bien no apelo a la Ley de Talión, deben generarse “políticas internas” que cambien tanto la conducta de agresor y de agredido
No pretendo apelar a un discurso cargado de feminismo, pero repudio
la bajeza con que actuamos muchas veces, hacer vista gorda frente a los abusos, es una condición tan censurable como el asesinato mismo. La fortaleza debe venir desde dentro, y no existe persona en el mundo capaz de “compensar” la falta de amor propio. Es esa luz interna, o fe personal para otros, la que deseo encender. Motivar la autorreflexión y recordar que de una pena de amor nadie se muere, pero un penoso amor puede resultar mortalmente riesgoso.