APUNTES
PARA LA HISTORIA DE CONCORDIA
Luis María Medina
Cada uno pone, en su momento, todo el esfuerzo del que es capaz para el logro de un fin
determinado. Muchas veces no es suficiente; en otras oportunidades, sólo recoge
sonrisas condescendientes; y en no pocos casos, despierta el rechazo y hasta la ira.
La historia de Concordia es una mezcla de todas ellas. Desde la primera vez que se
pensó en utilizar la energía de los rápidos de Salto Grande, a fines del siglo XIX, hasta
la concreción de la pista El Espinillar, pasando por la erección e instalación del hospital,
y tantas otras obras e instituciones, nuestra ciudad se caracterizó por la voluntad de sus
hombres y mujeres. Hubo pioneros en el cultivo de la vid, los citrus y el olivo, como así
también en la cría de ganado. Y hasta en la industria y los servicios. Existen trabajos
publicados ya, donde se inscriben sus nombres por sectores. Y todo ello nos demuestra
que los hombres y las mujeres de Concordia no fueron guerreros sino gente de trabajo.
Pero gracias al trabajo y al esfuerzo nuestra ciudad fue, en lo que podríamos denominar
su época de oro, una de las más importantes del país.
Siempre, en todo momento, prevaleció el espíritu, indomable y libertario, del que habla
Perez Colman, y en horas negras de la historia, algunas no tan lejanas, afloró en los
hombres y mujeres que supieron mantener viva la dignidad del suelo natal.
Mucho fue escrito, pero mucho más se transmitió de padres a hijos y constituyó la
tradición oral de nuestro pueblo. Lo que corre peligro de perderse hoy en el maremagno
de la globalización.
Preservar lo que conocemos es el aporte que queremos hacer con este libro.
Es justo reconocer que para su edición hemos aunado dos voluntades y dos esfuerzos: la
del periodista y la del editor. La ausencia de uno hubiera implicado la imposibilidad del
otro. El periodista recogió material propio, algunos publicados en otras épocas, y
recurrió a trabajos inéditos que obraban en su poder. Volvió al pasado más lejano y
transcribió tres capítulos de un libro que ya no se encuentra en las librerías. Y esbozó un
cuadro cronológico que podrá ser de ayuda para quien algún día escriba la historia de
Concordia.
El editor, por su parte, además de los aportes en el contenido, puso su arte y su ciencia,
muchos de sus recuerdos y todo su esfuerzo, en dar a este libro su forma definitiva.
Que lo conozcan las nuevas generaciones y lo disfruten las anteriores es el mayor
anhelo de ambos.
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SUMARIO
1. Nómina de autoridades municipales
2. Los recuerdos de Don Honorio
3. Banda Municipal de Concordia
4. Concordia 1915
5. Caminos de hierro
6. Las romerías españolas
7. Intimidades de Concordia (1932)
8. En diligencia a Federal
9. Los aguateros
10. Por los rieles del recuerdo
11. Nombres para la historia
12. Por esos caminos de Dios
13. Labor de las autoridades municipales
14. Un siglo con Dios
15. El Odeón
16. Medios de transporte
17. Lo que el tiempo se llevó
18. Industria y alto comercio
19. Algo sobre monedas
20. La educación en Concordia
21. Los desaparecidos no eran obra de fantasmas
22. Cuando los automóviles tenían libreta...
23. Primera elección bajo la Ley Sáenz Peña
24. Baluarte del juniorismo
25. Rotary: el mejor compañero
26. Extranjeros en Concordia
27. El viejo escudo de Concordia
28. Reseña de diarios locales
29. Historia de Villa Zorraquín
30. Tres capítulos de El Nord-Este de Entre Ríos
31. Cronología
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Aún cuando no se lo solicitó, contó con un auspicio del Gobierno de la Provincia del
orden de los $ 65.000, y constituyó todo un éxito, ya que se dio cita en Concordia tal
cantidad de personas que los hoteles cubrieron con exceso la totalidad de las plazas
disponibles y fueron muchos los viajeros que, en busca de hospedaje, debieron cruzar a
Salto, amén de los barcos de la Compañía Mihanovich, que se transformaron en hoteles
flotantes.
Cabe destacar la importancia que en aquella época tenía la producción vinícola en
Concordia. Según se publica en el citado reglamento, existían 80 bodegas inscriptas que
elaboraban cinco millones de kilos de uva y producían 3 millones de litros de vino. Por
su parte, en lo que luego sería zona cítrica por excelencia, ya había, en aquella época,
más de un millón de plantas de mandarinos y naranjas, de las cuales el 50 por ciento
estaba en producción, lo que significaban, en mandarinas por ejemplo, más de 600 mil
cajones.
El puerto de Concordia registraba una recaudación aduanera del orden de los 160 mil
pesos; en importación llegaba a la cifra de $ 801.189,92; y en exportación superaba los
940 mil. En 1930, por los Ferrocarriles del Estado, Nord Este Argentino y Entre Ríos,
habían llegado a nuestra ciudad 46 mil pasajeros y 120 mil toneladas de carga. A su vez,
habían salido por las estaciones respectivas, 45 mil pasajeros y 65 mil toneladas de
carga.
En lo que respecta a las entidades crediticias, y dejando de lado los dos bancos
oficiales (Nación e Hipotecario), el Banco Popular de Concordia estaba a la cabeza en el
rubro movimiento de capitales, con más de 213 millones de pesos, superando aún al
Banco de Londres, que consigna algo más de 200 millones.
Un dato ilustrativo lo suministra el Banco El Hogar Argentino, entidad que en dos
años de actuación había facilitado la construcción de 95 casas con un total, en
préstamos, de casi un millón y medio de pesos.
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El abuelo de don Honorio Labeque, Agustín José Miller, era un médico descendiente
de ingleses, radicado en Federación y casado con doña Dominga Ríos. Nuestro
entrevistado conserva frescas en su memoria, muchas anécdotas y guarda, además,
documentos y anotaciones particulares, una de ellas, una libreta, especie de contabilidad
casera, donde el médico o su esposa anotaban los gastos del día, las visitas a los
pacientes y las medicinas recomendadas o entregadas.
Entre los documentos, cabe destacar los que prueban los servicios prestados como
cirujano en la División de Auxiliares de los Andes. Observamos una fotocopia de la
orden emanada de Juan Facundo Quiroga por la que se concede a don Agustín José
Miller la separación del ejército solicitada oportunamente, atendiendo a las razones
expuestas. La firma es del coronel José Ruis Huidobro y está fechada en Tucumán, el 15
de agosto de 1831.
Debemos señalar que los documentos originales fueron donados por el señor
Labeque al Archivo General de la Nación, cuyo Director lo agradeció en carta personal.
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- Don Honorio Labeque, un hombre que creció con Concordia, integró numerosas
instituciones cuando éstas iniciaban su actividad en nuestro medio. Una de ellas fue el
Banco de Entre Ríos. Por haber sido vocal en el Directorio Provisorio y luego del
Primer Directorio, le fue concedida una medalla, que acompaña a la que le otorgaran en
oportunidad de la inauguración en Paraná, registrada el 26 de junio de 1935.
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CONCORDIA 1915
(Publicado en la edición Nº 4 de La Calle – 27 de septiembre de 1969)
Nuestra fuente de hoy es un Anuario Kraft del año del título. Páginas amarillentas,
carcomidas en sus extremos, con avisos que serían la gloria de Landrú, y fotos
similares. Pero sumamente valioso.
En el tomo II, página 969, se consigna la población de la provincia de Entre Ríos
(total: 158.016 habitantes) discriminada por departamentos. Concordia ocupa el
segundo lugar en el plano regional, en el año 1912, con 46.485 habitantes.
En el ámbito de la inmigración, vale la pena transcribir algunos párrafos insertos en
la publicación mencionada. Textualmente dicen así:
“El porvenir de Entre Ríos está asegurado, pues su situación, la topografía de su
magnífico territorio, y la abundancia y multiplicidad de sus producciones, su clima
benigno, su cómoda vialidad natural y artificial, el carácter hospitalario de sus hijos, la
facilidad con que el extranjero se arraiga y adquiere una situación holgada y feliz, la
liberalidad con que se enajena la tierra para cultivo en las colonias oficiales, garanten el
concurso de fuertes y laboriosas oleadas de inmigración”.
A continuación se detallan, por nacionalidad, la cantidad de extranjeros llegados a
estas tierras en 1912. Las cifras son las siguientes: 189 alemanes; 96 austríacos; 559
españoles; 13 franceses; 41 griegos; 214 italianos; 40 ingleses; 1 portugués; 3.063 rusos;
50 turcos; 11 “diversos”. Total: 4.277.
De esta cantidad, se radicaron en nuestro departamento 242 inmigrantes. En este
sentido ocupamos el séptimo lugar.
En el renglón comunicaciones, cabe destacar un párrafo. Es el que reza lo siguiente:
“El teléfono ha tomado también incremento; hay pueblos como Concordia en que
prosperan dos empresas, ambas con ramificación con el Salto, República Oriental”.
Concordia fue fundada el 6 de febrero de 1832 y elevada al rango de ciudad el 8 de
noviembre de 1851. En el año 1915 ya era “una de las ciudades más importantes del
litoral”, con un puerto de gran movimiento, “cuya significación lo demuestra el
cuadro...” confeccionado para el primer semestre de 1914, que publicamos por
separado.
“Es digno de mencionar, también —se agrega—, la importancia de la Receptoría
Provincial de esta ciudad, siendo muy notoria su recaudación, que resalta de las demás,
alcanzando a la relevante suma de más de 1.000.000 de pesos, aproximadamente, anual;
es el mejor exponente de los rápidos progresos de esta floreciente ciudad”.
Además de los dos bancos que ya tenían sucursales en Concordia (Banco de Italia y
Río de la Plata y Banco de la Nación Argentina), en el año de referencia estaban
establecidos, también, los siguientes: Banco de Londres y Río de la Plata (Gerente:
Sydney W. Roberts); Banco Español del Río de la Plata (Gerente: Alberto Nuñez); y
Banco Robinson Hnos. y Cia. (Agencia de Cambio, Descuentos – Gerente: Jorge S.
Robinson), amén de la Caja Popular de Concordia (Presidente: Julio Martínez Burzaco;
gerente: Lorenzo Dubra).
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Según esta guía, existían en aquella época dos diarios: El Litoral (director-propietario
Francisco Blanes) y La Mañana (director: Leonardo L. Claps).
Siete hoteles, más la Pensión Continental, brindaban sus comodidades a los viajeros.
Entre aquellos, además de los todavía en actividad España, Comercio, Imperial,
Argentino y Colón (que ya ofrecía agua fría y caliente, según un aviso) figuraban dos
hoy desaparecidos: el Victoria y el París.
Se contaba, para sacudir la modorra provinciana, con cuatro teatros. Frente a la plaza
principal se abría el “O. V. Andrade”. El “Beñatena” estaba ubicado en Alberdi y La
Rioja. El “Odeón”, en calle Entre Ríos, y el “Variedad” en Urquiza.
Tres empresas cubrían el servicio de mensajería. La del señor Manuel Ledesma
efectuaba el trayecto Concordia a Carpinchorí, saliendo los domingos y regresando los
miércoles. La perteneciente al señor Juan A. Ducasse conectaba a Concordia con
Federal dos veces por semana.
Mas de 320 “estancieros” —según se clasifican en el orden por gremios— eran
“socios de la Sociedad Rural de Concordia”, y es la lista más extensa del anuario en el
ámbito local. La sigue en importancia, por cantidad, la que corresponde a los “viti
vinicultores” con algo más de cien nombres inscriptos. A pesar de la diferencia, la cifra
da una idea de la importancia de este renglón en aquella época.
Dentro de la sección de avisos, se destaca el de la Sociedad Rural de Concordia
(fundada el 25 de octubre de 1898), que tuvo como presidente para el bienio 1915-1916
al señor Benito Legerén. Además de subrayar la ubicación de sus escritorios de
administración (calle 1º de Mayo 126), el aviso resalta lo siguiente: “La Exposición del
1er. Centenario de Concordia (se refiere al 1er centenario de la provincia), inaugurada el
25 de octubre 1914, fue el exponente más grande de los importantes y grandiosos
progresos registrados hasta la fecha, habiéndose vendido reproductores para Entre
Ríos, por valor de $ 300.000”.
CAMINOS DE HIERRO
(Publicado en la edición Nº 15 de La Calle – 14 de diciembre de 1969)
La que nos brinda material para esta edición se titula Revista de Ciencias Jurídico-
y fue editada en 1920 por el Instituto Superior de Comercio dirigido por don
Comerciales
Constantino Barbayani. Su tiraje llegó a los 1.500 ejemplares que se distribuyeron
gratuitamente entre comerciantes y hacendados de las provincias de Entre Ríos y
Corrientes, remitiéndose también a la Capital Federal y a Salto (R. O. U.).
Las primeras cuatro páginas (tamaño 20 x 30 cm. aproximadamente) estaban
dedicadas a nuestra ciudad, con datos históricos y estadísticos referentes a
producciones, industrias, comercio, movimiento ferroviario, etc.
En el año 1919, la población del departamento Concordia llegaba a 41.134
habitantes. La cabecera, o sea nuestra ciudad, absorbía más de dos tercios: 28.000
almas.
“Las calles de esta ciudad son espaciosas, bien pavimentadas e iluminadas a luz
eléctrica, así como sus plazas y paseos con hermosos jardines. Servicio de tranvías y un
sinnúmero de coches de plaza y particulares y más de cien automóviles”.
“En el año corriente la ciudad contará con agua corriente y cloacas en un radio de
240 manzanas, cuya concesión tienen los señores Bonneau, Parodi y Figini, ingenieros
civiles de la Capital Federal cuya competencia profesional es indiscutible”.
En el rubro Educación se señala la “Escuela Normal establecida hace diez años...”, la
Escuela Superior de Comercio, dos escuelas nacionales primarias, tres elementales
superiores, “varias particulares, y un solo Internado, el Colegio de los PP. Capuchinos”.
La lectura de estas amarillentas páginas aportan una información que confirma lo que
hemos podido averiguar entre distintos vecinos, fiados todos ellos a su buena memoria.
La comunicación con Buenos Aires, utilizando el servicio de ferryboat del Ibicuy, se
había reducido a 11 horas de viaje. Este cruce insumía cuatro horas del recorrido total,
pero ya en aquella fecha se estudiaba un proyecto de apertura de un nuevo canal, que
reduciría a una hora la travesía en ferry. Y algo más: “El Ferrocarril Internacional que,
partiendo de Buenos Aires sigue sin transbordo hasta la capital del Paraguay, con un
viaje total de 50 horas, e inaugurado en el mes de octubre de 1918, viene a abrir nuevos
y vastos horizontes comerciales para Concordia y su región...”
Se señalaba, por último, los trabajos “prontos a iniciarse” de dos nuevos ramales
ferroviarios: el del Ferrocarril Nord Este Argentino, de Concordia a Villa Federal,
«punto centro de la provincia y cuya ley de concesión fue otorgada el año 1909», y otro
que no se menciona.
Queremos señalar otro párrafo que merece especial atención. Dice así: “Debemos
dejar constancia haciendo honor a la verdad que el servicio de pasajeros, de ambos
trenes y especialmente del internacional, es muy confortable y superior a los de su
género de la República del Uruguay, a tal punto que son muchos los pasajeros de dicha
república que prefieren trasladarse a Montevideo por vía Buenos Aires, acogiéndose a
los beneficios de confort que ofrecen nuestros ferrocarriles.
La administración y las principales oficinas de los ferrocarriles locales tienen asiento
en Concordia, donde tienen ocupación 773 empleados con un presupuesto de $
13
Colaboración de H. E. Aramburo
Promediaba el mes de octubre del año 1904. Una noche, antes de acostarme, me dijo
mi abuela:
—Guidona, mañana se van levantar tempranito, y después lavado, mucho agua, se
ponen ropa usan domingo. Vamos llevar Juanita plaza Española de Romería...
Juanita era mi madre. Papá quedaría en la casa con los dos hermanos que me seguían
en edad.
Vislumbré un día de gran paseo y que, para mí, tenía un significado especial: lo más
importante era andar en coche.
A la mañana siguiente, alrededor de las nueve, apareció el carruaje en que íbamos a
viajar, que había sido solicitado con anticipación.
Se trataba de un señor Fermín Marturet, vasco francés, vecino muy apreciado en el
barrio y dueño del único vehículo que se podía ocupar. A su llegada, estábamos todos
preparados. La abuela y mamá subieron al mismo portando un pequeño canasto de
mimbre con la merienda, consistente en algunos bollitos y los consabidos pasteles de
arroz con leche, que mi madre preparaba con frecuencia y que saboreábamos muy
contentos.
Yo obtuve permiso para sentarme en el pescante, a la izquierda de don Fermín, con el
que iniciamos diálogo. Y esto me resultaba lo más interesante, pues aparte de observar
el manejo del lindo par de caballos, me contaba algunos episodios del barrio y de su
gente, quedándome siempre algún recuerdo agradable que el tiempo no ha borrado.
Don Fermín tenía una hija, ya señorita, que gozaba del prestigio de ser integrante del
grupo de las “mescachas politas”, o sea, muchachas lindas. A su tiempo, contrajo enlace
con un señor Gabioud, y seguramente que en nuestra ciudad actualmente existen
descendientes en tercera generación.
Para entrar en la ciudad desde nuestro barrio del Saladero Grande, teníamos
únicamente la calle Salta, accidentada arteria llena de montículos y zanjones. Llegamos
hasta la calle Entre Ríos para dirigirnos al sur, hasta el punto de su nacimiento, un par
de cuadras más allá del Hospital Felipe Heras, y luego de cruzar las vías del Ferrocarril
Entre Ríos nos encontramos en la llamada Plaza Española. Se trataba de dos o tres
manzanas circundadas con alambre común y gran cantidad de eucaliptus, tanto a su
alrededor como en la parte central. Dando frente al nacimiento de la calle principal se
abría el portón de entrada entre dos pilares de material.
El viaje me pareció corto, aunque habríamos empleado algo así como media hora.
La plaza estaba adornada con banderas españolas y argentinas. Se veían guirnaldas
de papel de vistosos colores y una regular cantidad de faroles chinescos, cada uno con
una pequeña vela de estearina, que se encendían cuando llegaba la noche. Ubicados
15
A la misma hora en que están desfilando las tropas frente a la casa municipal —un
regimiento de caballería, cuyos corceles piafan y maniobran casi mecánicamente. Entre
Ríos es tierra de jinetes y de pegasos— a la misma hora me separo un poco de la
multitud y me doy a vagar por la linda plaza cuyos canteros pisotean los curiosos. De
pronto me encuentro entre un grupo de personas que hablan un portugués no muy
correcto. Mocetones de anchos hombros, de tez pálido-mate, pupilas indagatorias,
cubiertos con anchos sombreros aludos. Se mueven con lentitud campera y con
incertidumbre. Miran, remiran la estatua de San Martín, que parece señalar con su
diestra, bajo el cielo plomizo, la dirección de una carga a los centauros del 6. De pronto,
uno de ellos se me acerca. Pronuncia con corrección el español.
—¿Puede contarnos algo sobre este héroe?
La inesperada pregunta no me inmuta. Comprendo que aquellos turistas venidos a
Concordia, por vía de Salto, desde la fuerte tierra de Río Grande, necesitan un cicerone.
Mientras pasan los escuadrones precedidos por los clarines, evoco las hazañas del padre
de la patria argentina. Y cuando nombro a Yapeyú, uno de los oyentes exclama con
orgulloso acento.
—¡Hijo de nuestro sol!
—Americano, añado. El sol de Mayo...
Todos se descubren, movidos por una secreta solidaridad continental. Creo que los
viajeros del Brasil, algo épico de nuestra historia habrán llevado a su tierra de gauchos
indomables.
Concordia está hecho con granito de las canteras uruguayas y el de Salto con madera de
los bosques de Entre Ríos. Simbólico intercambio ingenieril...
Calles limpias, nerviosas, donde el rebullir está diciendo lo dinámico del ágora. Y, de
noche, la luz enciende resplandor clarísimo, que culmina en «la vía blanca», coquetería
eléctrica de su Florida comercial.
En una esquina, un bar moderno y cosmopolita, cuyos grandes cristales atraen a la
multitud. Dentro, humareda, risas, mesas ocupadas, garçones que se empeñan en
equilibrar sus bandejas bam- boleantes. Fuera, bocinas, gritos, el silbato del agente que
rima el tráfico, el tranvía sin guarda, con su urna de vidrio donde el pasajero deposita la
moneda del boleto.
Del bar escapan quejidos de bandoneón, tangos porteños, valses, polkas, rancheras,
fox...
En lo alto del tablado, la orquesta de señoritas, la novedad traída de Buenos Aires.
Diviso a la violinista con su melena leonina, combando el arco sobre las cuerdas del
violín; a la pianista con su espalda brillante apretando el pedal; a la muchacha que
maneja el violoncello, anegando sus pupilas de Boedo en la lejanía del romance humilde
y ausente; al joven criollo arrancando a su fuelle la nostalgia de las noches de Corrientes
y Suipacha.
Y un paisano, con su bombacha bordada y su pañuelo de domingo, adhiere las
narices en el cristal, como absorbiendo aquello, que penetra por oídos y por ojos como
sueño de las mil y una noches.
SENCILLEZ
En el baile del Club del Progreso, un baile suntuoso en el que la elegancia y la
belleza fueron nota fija, la mujer de Concordia reveló su admirable espíritu y su tacto
exquisito. Mujer vibrante, sin las esquiveces provincianas que suelen resultar adobo del
aislamiento. Toilettes de París, sonrisas metro- politanas, sencillez y donosura, gracia
ligera y encantadora.
Y, por sobre todo, un cálido tono argentino, una gentil y acogedora manera de
convertir las horas en minutos para el huésped. Y hay que repetir lo que apunté en mi
carnet: ¿por qué los hombres se apretujaban en las entradas, atónitos, estáticos? Ellas
fueron las triunfadoras, las princesas de ese instante resplandeciente... El ejemplo y la
lección.
EN DILIGENCIA A FEDERAL
(Publicado en la edición Nº 37 de La Calle – 17 de mayo de 1970)
Colaboración de H. E. Aramburo
Enero de 1909. Caluroso y seco.
Yo debía viajar a la Villa de Federal en diligencia. Así eran llamados unos carruajes
de cuatro ruedas, cubiertos, con una portezuela en la parte posterior y dos estribos de
hierro para facilitar la subida y el descenso de los pasajeros. Dentro del vehículo, a los
costados y a lo largo del coche, estaban instalados los asientos, más o menos para cuatro
personas por sector. Afuera, en el pescante y junto al mayoral, a veces viajaban dos
personas si, por razones de número, no tenían cabida en el interior. En general, por cada
viaje, la diligencia llevaba entre diez y doce pasajeros. La mayoría la componían
mujeres, por cuanto los hombres usaban el caballo.
El techo del carruaje estaba reforzado en su construcción pues allí se acomodaba el
equipaje y los paquetes del correo.
La diligencia era un vehículo sólido, en condiciones de afrontar la dura travesía. Lo
arrastraban nueve o diez yeguarizos atados en tandas de tres, por lo cual, en la parte
delantera y en otro animal, iba montado el postillón. Era éste un robusto mozalbete de
doce o catorce años, cuya principal misión consistía en conducir al carruaje por la buena
senda de los accidentados callejones.
Entre el postillón y el mayoral, que llevaba las riendas en el pescante, se entablaba un
diálogo a gritos para entenderse y cumplir tan riesgosa misión. A veces, por el ruido del
tropel que apagaba las voces, el mayoral usaba su corneta, que colgaba al alcance de su
mano en el techo del pescante. Esta corneta era una guampa de vacuno, en muchas
ocasiones labrada a cuchillo con figuras gauchescas. Su tono era vibrante y sonoro,
como una especie de clarín un tanto ronco. Dependía de la habilidad con que el mayoral
ejercitaba sus dotes musicales o daba órdenes al postillón, para agudizar su sonido
estridente y limpio.
La agencia o lugar donde se reunían los viajeros estaba ubicada en un solar de las
calles Urquiza y Alberdi, actualmente ocupada por una estación de servicio. En medio
del terreno se levantaba un rancho de adobe y techo de paja de dos aguas, donde no sólo
se guardaban los arneses y recados de los animales sino también los bultos de los
pasajeros, baúles, canastos y paquetes que se arreglaban en el techo de la diligencia
antes de partir.
Como yo vivía un poco alejado (en el barrio del Saladero Grande) vine hasta el lugar
de partida durante la tarde anterior. Junto a otros parroquianos, dormimos con los
peones en el piso natural del rancho.
Alrededor de las dos de la mañana ya todo era movimiento y se habían enganchado
los yeguarizos. Todos respondían al llamado del mayoral pues era la máxima autoridad.
Él revisaba y controlaba todo hasta llegado el momento de emprender el largo viaje. En
esta oportunidad, unas diez personas, entre grandes y chicos, completábamos el pasaje.
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LOS AGUATEROS
(Publicado en la edición Nº 53 de La Calle – 6 de septiembre de 1970)
Colaboración de H. E. Aramburo
Allá por 1900, casi todas las casonas de las principales familias de Concordia tenían
instalado su molino de viento. Así extraían agua del pozo semisurgente. Y era casi un
símbolo la bomba de mano que se observaba en ellas con frecuencia.
Quizá el molino más conocido, con su correspondiente bomba y tanque cilíndrico
instalado en la propia torre metálica, haya sido el que estaba ubicado en el viejo
mercado, es decir, en el solar que hoy ocupa el palacio municipal. También la antigua
Municipalidad —hoy Escuela de Artes Visuales— tenía su molino, en los fondos del
terreno, lindando con la propiedad de don Pedro Mendiburu.
En la plaza principal, frente al actual edificio de la Comuna, se había levantado una
especie de terraza, con piso de baldosas, circundado por una baranda, lugar ocupado por
nuestra Banda Municipal en días de retreta. Contaba con un subsuelo de regulares
dimensiones, donde se había efectuado una perforación. Con un motor a explosión se
extraía agua. Mediante un sistema de caños especiales se llenaban, en ese lugar, los
llamados carros regadores, los que luego recorrían las calles de nuestra ciudad dejando
caer el líquido elemento que aplacaba el polvo. Este lugar era el principal punto de
abastecimiento de agua de los mencionados vehículos.
Había otro punto importante para la provisión de agua. Estaba ubicado en las calles
25 de Mayo y Urdinarrain, entre tupidos sauces. Como el agua afloraba a poca
profundidad, se había construido un pozo de baldes.
Por medio de un mecanismo movido por un mulo dirigido por un chicuelo, se
elevaba el agua a un gran tanque de hierro, de donde se proveían los carros regadores.
Desde este punto, hacia el oeste, la zona se podría describir como callejones
intransitables y siempre llenos de agua. El tártago era rey absoluto y crecía en
abundancia. Por eso, este sector de la ciudad era también conocido como «El Tartagal»,
y allí se recurría para obtener el elemento necesario para hacer las grandes fogatas de las
noches de San Juan y San Pedro. En dichas oportunidades, era común ver a los
interesados cortando o arrancando tártago y transportándolo a los lugares donde se
instalaría la pira.
Debemos mencionar también a la popular «Cantera», donde se había explotado, en
otros tiempos, una cantera de piedras. Estas se empleaban en las cunetas y cordones de
las veredas. Abandonada la misma, surgieron una cantidad de manantiales. El agua
límpida y potable era requerida por los pobladores de Concordia, que se trasladaban
hasta ese lugar desde todos los sectores de la ciudad.
Ya circulaban, por entonces, los aguateros o aguadores que vendían el producto a
domicilio. Para cumplir su cometido utilizaban pipas de madera —generalmente de
roble— que en su origen habrían sido envases de vino. Su capacidad oscilaría en los
seiscientos litros, algo así como tres bordalesas. Estas pipas se instalaban sobre un
armazón de madera muy sólido, sobre dos ruedas de carro y un par de varas donde se
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entonces ministro del Interior Ramos Mejía. Hubo grandes fiestas —sonríe— y también
borracheras...»
—¡Qué distinta era la Concordia del tiempo que vine a trabajar en estos ferrocarriles!
—recuerda don Simón con nostalgia—. Los aguateros, los coches a caballo... Y más allá
del Paredón... ¡ni una casa! Solamente montes. Cuando vine a radicarme aquí, en el 30,
no sabía que me pasaría cuarenta años en Concordia.
En Europa había aprendido un oficio en una escuela de mecánica. Pero el trabajo en
el ferrocarril significó también una escuela de experiencia, nos comenta. «Siempre se
siente nostalgia por la patria de origen. Pero la patria está donde uno gana el pan»,
enfatiza. «Por eso considero a la Argentina como mi patria de adopción. Aquí vivimos,
trabajamos, luchamos». No olvida las «épocas duras», como las llama. Pero ahora
sonríe. «Sobrevivimos a todo eso...» Y «todo eso» puede sintetizarse en crisis,
langostas, miserias...
Nunca más volvió a Rusia, envuelta después de su partida en una y otra guerra. Una
vez hizo todos los trámites para volver pero no tuvo la seguridad de un fácil regreso a
nuestro país. Y prefirió quedarse.
Después de una vida intensa, de trabajo y de esfuerzos, se ha refugiado en sus cosas
hogareñas. Ya no viaja, ni siquiera en los modernos coches ferroviarios de la actualidad.
Aunque se da otros lujos que muy pocos pueden disfrutar: trasladarse, en alas del
recuerdo, hacia los lugares que lo atan al pasado, sin barreras y sin rencores...
Enrique Agesta
A veces la casualidad nos pone frente a nombres olvidados. Más aún, desconocidos
por las jóvenes generaciones. ¿A qué se debe ello? Tal vez a la falta de una historia
lugareña, que ya reclamaba El Litoral en 1949. Una historia donde debe figurar, al lado de
Damián P. Garat, el nombre de Enrique Agesta. «Dos hombres de pensamiento —decía
una publicación de casi setenta y cinco años atrás— que fueron a la vez dos escritores y
dos políticos de figuración».
Enrique Agesta se alejó de nuestra ciudad siendo muy joven. Lo atrajo el brillo de la
Capital, donde «descolló en el periodismo, al cual se consagró con verdadero
entusiasmo».
Su vida pública, desde entonces, corre paralela a la del poeta local. Fue diputado
nacional, cargo que hizo justicia a sus méritos y desde el cual desarrolló una actividad
ponderable. Posteriormente fue designado vocal en el directorio de Obras Sanitarias de
la Nación.
Como periodista se distinguió entre sus colegas de profesión; como político tuvo
felices iniciativas; como escritor produjo varios escritos de «exquisito buen gusto»;
como concordiense siempre expresó su cariño por la ciudad natal.
La muerte lo sorprendió el 25 de marzo de 1925.
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¿Qué es lo que ha quedado de él? Un obsequio que Enrique Agesta hizo a la ciudad:
el busto de Manuel Belgrano, emplazado en la plazoleta del mismo nombre, frente a
nuestra actual Iglesia Catedral.
Domingo L. Marote
Este nombre aparece repetidas veces en archivos municipales y de entidades
prestigiosas de nuestro medio, en la época que podríamos llamar de «organización» de
Concordia.
Había nacido en Salto (R.O.U.) en 1859, pero desde niño fue huésped asiduo en
nuestra ciudad, en la que se estableció en 1875. Dos años después fue designado auxiliar
en la Secretaría Municipal. En 1878, con larga práctica, abrió su escritorio como
procurador.
En febrero de 1885 se instala solemnemente el Concejo Deliberante por votación
popular direc- ta, y Marote fue elegido para ocupar una banca. Lo hizo por varios
períodos y a él se deben valiosas iniciativas tendientes al mejoramiento edilicio y social
de nuestra ciudad. Ocupó interinamente, también, el cargo de Presidente Municipal, en
varias oportunidades, por ausencia de sus titulares.
Fue fundador en 1881 del Casino Comercial, antecedente del Club Progreso local. En
1885 fundó y dirigió el periódico Sufragio Libre, con el único objetivo de apoyar la
candidatura a Gobernador de Miguel Laurencena.
Fernando G. Mendez
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Olegario V. Andrade
Se afincó en Concordia y puso sus esfuerzos y su ilustración en el progreso de la
ciudad.
«Andrade era, ante to- do, un gran poeta y do- minaba con igual facilidad las
rotundas estrofas de los cantos épicos y las sencillas endechas desbordantes de ternura y
de sentimiento. Si tenía acentos apropiados para cantar las glorias de la patria, la marcha
avasalladora de las ideas y las grandes pasiones del alma, las tenía también para
interpretar los rumores de las selvas entrerrianas y las ondas del Uruguay, a cuyas
orillas había pasado sus primeros años».
«Andrade era también un eximio escritor en prosa, y su brillante estilo estaba en
armonía con la inten- sidad de su pensamiento».
Estos párrafos fueron publicados por Caras y Caretas el 1º de noviembre de 1913.
Sus obras más conocidas fueron Atlántida, Prometeo y El nido de cóndores.
La Enciclopedia Sopena (edición 1936) lo cita como «célebre poeta argentino, uno
de los más felices imitadores de Víctor Hugo en América».
Pero también fue periodista. Fundó en junio de 1871, en Concordia el periódico La
que, según Antonio P. Castro, fue el primero que apareció en nuestra ciudad.
Libertad
Desde ese medio, propició el nacimiento de la primera biblioteca pública con que contó
Concordia, que es la que hoy lleva su nombre.
Damián P. Garat
Nació en Concordia, el 30 de junio de 1869, en el seno de una de las familias
fundadoras de la ciudad. Falleció en Jesús María (Córdoba) el 5 de abril de 1921.
Su actividad se desarrolló en tres ámbitos: el del periodista, el del poeta y el del
político, pero los tres fueron «un medio permanente de acción republicana», según La
Nación.
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Como periodista se inició muy joven en El Amigo del Pueblo, de su ciudad natal,
dirigido por Fernando G. Méndez. Después fue designado jefe de redacción de El
Municipio, de Rosario (Santa Fe), donde presidió, también el Círculo de la Prensa. En
1895 se hizo cargo de la redacción de El Orden, de Tucumán. En la misma ciudad
dirigió más tarde El Nacional. Luego de nueve años de ausencia, retornó a Concordia en
1902, fundando el Diario de Concordia, órgano político desde el que se dedicó por
entero a la defensa de sus ideales cívicos y de los intereses de la región.
Más tarde se radicó en Paraná, donde dirigió La Provincia, que tuvo que abandonar
para asumir un alto cargo público. Al bajar de éste volvió a Concordia, donde fundó
otro diario al que denominó, también, La Provincia. Fue activo colaborador de La
Nación y La Prensa, de Buenos Aires, y de diversas revistas de todo el país.
Pero se dice que donde más se destacó fue en la política. A su primer regreso a
Concordia, Garat fue elegido diputado provincial y reelegido luego para dos períodos
más. Según La Prensa, la Cámara de Diputados de Entre Ríos lo contaba entre sus
líderes de mayor prestigio y relieve político. A raíz de una interpelación al Gobierno del
Dr. Crespo, reveló su vasta erudición en materia de política administrativa y la amplitud
de sus conocimientos. La defensa ecuánime y serena que hizo del Gobierno se recuerda
en Entre Ríos como uno de los más efectivos triunfos parlamentarios de los últimos
tiempos, y le valió el Ministerio de Hacienda, cargo que tuvo hasta el advenimiento del
radicalismo al Gobierno, con honradez intachable.
Posteriormente fue electo diputado nacional, y aunque «una serie de desgracias
familiares, que gravitaron desastrosamente sobre su espíritu, hizo decaer la enorme
actividad del señor Garat... ello no fue óbice para que desde su nuevo cargo auspiciara
todavía varias iniciativas para el progreso de la provincia y sentara alto su prestigio de
orador elocuente. El mal que lo aquejaba lo obligó en los últimos tiempos a buscar su
restablecimiento en el reposo de las sierras de Córdoba, alejando totalmente de sus
tareas parlamentarias».
El fallecimiento de Damián P. Garat se produjo después de una breve enfermedad,
provocada sin duda por el profundo dolor que le causaran la muerte de su única hija y
de su hijo mayor, ocurridas ambas con pocos meses de diferencia. Antes de morir pidió
que sus restos fueran trasladados a su pueblo natal.
Su labor de poeta mereció altos juicios. Si inició ganando la flor natural en un
certamen poético efectuado en Tucumán, en 1897, pero fue La Prensa quien lo reveló a
la consideración nacional, publicando diversas composiciones de Garat. A la muerte del
poeta, ese diario elogió sus trabajos, «como su canto La Argentiada, modelo de
inspiración y de alto vuelo lírico. Su canto a Tucumán... evidencia el alto mérito de sus
dotes de poeta, así como en Mi Raza y La espada y la cruz, también premiados».
Entre los numerosos juicios encomiásticos sobre la obra poética de Garat, figuran
algunos de Miguel de Unamuno, quien —refiriéndose a Mi Raza—, le escribió: «Es una
oda hermosa, sobre todo muy elocuente, con ímpetus y vuelos quintanescos»,
analizando en detalle distintos aspectos del trabajo.
La Nación, en el número extraordinario aparecido el 25 de mayo de 1910, con
motivo del Centenario de la Patria, publicó La Argentiada, de Damián P. Garat, del que
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dijo que «es sin duda un modelo de su mejor poesía y será citada siempre como una
página inspirada, digna de la memorable solemnidad de la patria».
La figura de Garat mereció siempre elevados conceptos. Su desinterés era proverbial
y la llaneza de su carácter y la fluidez de su palabra le atraían el aprecio de todos. Jamás
demostró ambición por nada y si alguna tuvo supo sacrificarla calladamente en
beneficio de los demás. No obstante su larga vida de lucha, no tenía enemigos. Sus
propios adversarios políticos lo respetaban y estimaban. Lo prueba el homenaje de la
Cámara de Diputados, en la que después de la palabra oficial de su presidente, lo hizo
un adversario político, el Dr. Juan José Frugoni, quien, entre otros conceptos, expresó:
«Yo, que no me inclino ante los poderosos, que no tengo ídolos sino ideales; que
mantengo íntegra mi fibra rebelde, lo saludo al pasar por el último desfiladero y le digo:
`Tú fuiste uno de los que no recibieron la orden de rendirse´.»
En 1961 aparecía en Concordia la revista Semanario, dirigida por el escritor y poeta
José Arévalo y editada por la flamante, entonces, Editorial Fogón. En su número 5
correspondiente al 9 de abril, Arévalo hace referencia a Damián P. Garat, pone «bajo su
advocación este número» y sintetiza la vida del ilustre ciudadano concordiense. Termina
manifestando: «Una de las calles del pueblo natal lleva su nombre, y el escultor Perlotti
esculpe un mármol con su busto; éste se encuentra ubicado en la entrada de la
Biblioteca Popular. Escaso homenaje —sin duda— para quien tanto hiciera por
inmortalizar en la patria las voces sagradas del terruño».
En 1969 se inauguró en el Cementerio Nuevo de Concordia un mausoleo en su
memoria por iniciativa del ingeniero Virgilio Zossi. Al acto, además de las autoridades
municipales, asistieron descendientes del poeta y periodista local. En la placa que se
descubrió en el lugar se grabó la siguiente inscripción:
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El poeta
El canto Tucumán fue laureado en un concurso celebrado en Tucumán el 12 de octubre
de 1897. La espada y la cruz obtuvo un primer premio en Buenos Aires, el 30 de agosto
de 1898, y a Mi raza le correspondió el primer premio en otro concurso celebrado en
Tucu- mán.
La Argentiada fue escrita para el número extraordinario publicado por La Nación el 25
de Mayo de 1910, con motivo del centenario.
El soneto San José, aparecido en La Prensa en 1920 es la última poesía escrita por el
poeta.
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La Nación: «El polemista combativo y el crítico temible que había en él, nunca hacían
olvidar al hidalgo sin tacha que dominaba invariablemente su acción en cada aspecto
distinto y en cada detalle: el adversario sabía que este hombre, habitualmente pacífico,
familiar y sonriente, poseía una energía indómita y una serena entereza, capaz de
afrontar las circunstancias más graves sin inmutarse y dejar de sonreír, y sabían, al
propio tiempo, que la palabra de ese periodista y ese político llevaba la autoridad de una
honradez indisputable».
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La Nación: «Si se examina bien su considerable obra de poeta, se verá que también ella
refleja, como la labor del diarista y del orador, un temperamento vehemente de patriota.
Continuaba la tradición de los viejos poetas de la república, para quienes la patria
resumía la totalidad de su ensueño y la fuerza moral de su existencia».
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La Prensa: «Cultor de las tradiciones nacionales, buscó motivos en las leyendas y
recuerdos históricos para loar el heroísmo y las virtudes de nuestros próceres: admirador
de su provincia de origen —Entre Ríos—, esparció en la hoja impresa y en el libro,
versos impregnados de sabor regional, ricos en imágenes y fieles en el reflejo del
ambiente, con la frescura de los riachos y el encanto de los ceibos floridos que amó
desde niño».
Felipe Heras
El Dr. Felipe Heras falleció en Concordia en 1906, a los 53 años de edad. Era vasco-
navarro, egresado de la Universidad de Madrid cuando sólo tenía 21. Viajó a Concordia
a solicitud de su tío José María Otaño y se quedó para siempre. Primero fue médico
ferroviario. Paralelamente, integró la sociedad de Socorros Mutuos y formó parte de la
Sociedad Española. También se desempeñó como cónsul francés. Pero, según
declaraciones de sus descendientes, «su vida era el hospital».
Se casó con María Giulliani, con quien tuvo 12 hijos.
Cuando se instaló el hospital —originariamente llamado de Caridad— ofreció
inmediatamente su concurso a las damas de beneficencia, y lo siguió prestando hasta su
muerte.
Trabajó gratuitamente en el hospital, derramando el bien a manos llenas, mitigando
los dolores del cuerpo y del alma, ejerciendo un verdadero apostolado de humanidad y
amor a sus semejantes. Con el paso de los años se le asignan 40 pesos de retribución, a
los que renuncia para que el importe sea destinado al modesto hospital. En el año 1895,
y en mérito a la labor desplegada por el Dr. Heras, se propicia designar con su nombre
al nosocomio, honor que el médico también declina.
Su muerte fue un verdadero duelo para Concordia. El féretro fue envuelto en la
bandera española y llevado a pulso mientras una banda acompañaba con la Marcha
Fúnebre.
Y sólo desde entonces el hospital lleva su nombre.
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Menéndez nos indica que a los pocos años el gobierno provincial tomó el asunto en
sus manos e inició una verdadera campaña de obras viales. Poco después, y «cuando en
el país no había pavimento, Entre Ríos marchaba a la cabeza por sus famosos caminos
abovedados. Era la provincia privilegiada. Entrar en Entre Ríos entonces era como
entrar en la gloria...».
Todo cambia. Tal vez pronto podamos recordar también los tiempos en que
chapaleábamos en el barro...
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Aguas y cloacas
El 2 de noviembre de 1919 se acordó a la empresa Bonneu, Parodi y Figini la
construcción y explotación de las obras de salubridad de nuestra ciudad. Es el
antecedente más lejano que se dispone, y es válido para demostrar que Concordia se
preocupaba por estar a la vanguardia en servicios y adelantos para la población.
La concesión fue transferida, en 1928, a la Compañía Nacional de Saneamiento S.A.,
y veinte años después, los servicios pasan a Obras Sanitarias de la Nación. A partir de
1980, la Municipalidad tomó a su cargo estas tareas, que le fueron transferidas por Ley
6643 y el Decreto Nº 4079/80.
En cuanto al problema del agua, fue grave en 1946. El servicio se interrumpió en
forma absoluta, lo que motivó la intervención de la Municipalidad en el mes de febrero,
aunque levantada en diciembre. Muchos todavía recordarán que los camiones regadores
eran los encargados de abastecer de agua a distintos sectores de la ciudad cuando se
registraban esas interrupciones en el servicio. Se proveían de una bomba ubicada en el
barrio llamado «de las Casas Baratas» (en la zona oeste). Existía también un molino en
el ex Matadero Municipal, y otro perteneciente a la familia Inchauspe, en calles San
Martín e Ituzaingó.
Tranvías y teléfonos
Esta misma empresa explotaba un servicio de tranvías eléctricos desde marzo de
1928. Contaba con tres líneas en esa fecha, a las que se agrega otra un año después. Sin
embargo, en 1937 dejan de funcionar, y se reinicia recién en 1950, para cesar
definitivamente en 1962.
Al dejar de funcionar los tranvías, el personal constituye la Cooperativa Martín
Fierro, a la que se le acuerda la concesión del servicio de colectivos de transporte
urbano de pasajeros correspondiente a las líneas 3 y 4.
En lo referente al servicio de teléfonos, la Municipalidad acordó la concesión a la
Compañía Entrerriana de Teléfonos S.A. el 2 de diciembre de 1925, estipulándose un
término de treinta años a partir de la fecha en que se librara al servicio público.
Nomenclatura de calles
Por iniciativa del entonces concejal Dr. Bernardo Salduna, se impuso el nombre de
tres hombres estrechamente relacionados con la fundación de Concordia a otras tantas
calles de nuestra ciudad. Son ellas las que, desde el 18 de octubre de 1939 se denominan
Coronel Evaristo Carriego, Coronel Pedro Espino y Presbítero Mariano J. del Castillo.
La ordenanza respectiva (Nº 9039) dispone la colocación de placas de bronce en cada
una de las calles, con referencias vinculadas a las acciones de estos fundadores de la ex
Villa de la Concordia. Todavía se las puede observar sobre el edificio de la escuela
Vélez Sarsfield, en el inmueble de la acera norte de calles Espino y Entre Ríos, y en
igual ubicación en Carriego y Entre Ríos.
Cultura
No transcurriría un año sin que se diera otro paso importante y acorde al desarrollo
de la ciudad en todos sus niveles. En agosto de 1941 se creó la Comisión Municipal de
Cultura, tendiente a fomentar la cultura intelectual y artística local. La primera comisión
fue integrada por el Dr. Andrés Chabrillón, Horacio A. Dicono, Vicenta Palacio, Ana
Luisa Gonzalez Barlet de Supery, Gualberto Hourcade, Juan Massera y el profesor
Enrique Almuni, por el Departamento Ejecutivo. El Concejo Deliberante designó a
Héctor Rodriguez Pujol y al doctor Juan B. Arcioni.
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Viviendas
A pesar de no ser una tarea fácil de emprender a nivel municipal, la Comuna local se
abocó también a solucionar problemas de viviendas de pobladores ubicados en zonas
inundables de la ciudad. El 4 de mayo de 1942 se dispuso la construcción de 30
unidades en la zona oeste de Concordia, sobre terrenos municipales, que luego fue
conocido como Barrio de las Casas Baratas.
Muchos años después, adhiriéndose al plan denominado Nación-Provincia-
Municipio-Comunidad, se construyeron 352 viviendas, las que dieron lugar a los barrios
Villa Jardín, José Hernandez y San Agustín. Otras 254 unidades integraron los barrios
Isthilart, 25 de Mayo y Piloto.
Mediante el Plan de Erradicación de Viviendas Precarias se conformaron los barrios
de Carretera De la Cruz, Benito Legerén, San Miguel I y II, con un total de 257
unidades. Y por último, se construyeron más viviendas en el Barrio El Sol y Pancho
Ramirez a través del Plan Viviendas de Interés Social (VIS)
Avión ambulancia
La necesidad de un avión ambulancia se hizo perentoria para la población. Y
mediante colecta popular se logró adquirir, en 1956, un avión Pipper que reunía los
requisitos para los cuales estaba destinado. Fue inscripto a nombre de la Municipalidad
como institución representativa del pueblo de Concordia y se designó una comisión
administradora, integrada por los señores Victorino Simón, Dr. Julio Vidiella e Ing.
Alfredo Guidobono.
Dos años después se aceptó la renuncia presentada por esta comisión. Se procedió a
reestructurarla y se designó a los señores Roberto Ildarraz, por el Aero Club Concordia;
Victorino Simón e Ing. Alfredo Guidobono, por la comisión anterior; y por el cuerpo
médico local, los doctores Felipe Jairala, Horacio L. Scattini y Roberto R. Tenerani.
En mayo de 1970 se dispuso la venta de la máquina, dado los años de
funcionamiento. Y para que la población no quedara sin este importante servicio, se
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suscribió un convenio con el Aero Club Concordia para que prestara el servicio con sus
propios aparatos.
Aeródromo
El aeródromo municipal tuvo origen el 3 de diciembre de 1959, cuando por
ordenanza Nº 14.539 se dispuso su creación y se afectó la fracción de tierra conocida
por El Dispensario.
No transcurrió un año cuando se dejó sin efecto aquella afectación de tierras y se
destinó una fracción del campo Bella Vista, cedida por el Consejo Agrario Nacional.
Fue en 1962 cuando se movilizó toda la comunidad, encabezada en este caso por la
Cámara Junior de Concordia, para solucionar el grave problema derivado de la
paralización del servicio de hidroaviones que, hasta ese año, mantenía la comunicación
aérea entre Buenos Aires y nuestra ciudad. La entidad citada peticionó la construcción
de una pista de aterrizaje provisoria en el campo El Espinillar, a lo que accedió la
Municipalidad. La pista de ripio fue inaugurada el 26 de agosto de 1962, tenía 1.700
metros de longitud y 30 de ancho y permitía que operaran aeronaves hasta del tipo
Douglas DC 3.
En el mes de diciembre de 1964 se formó la Comisión Ejecutiva Pro Pavimentación
Pista El Espinillar, la que se encargó de la obra contando con el aporte del gobierno de
la Nación, de la Provincia y la cooperación de la Municipalidad, Vialidad Provincial,
Secretaría de Aeronáutica, Ejército y empresas particulares de Concordia, que
facilitaron máquinas, equipos, combustibles, etc. El 22 de septiembre de 1968 se
procedió a su inauguración, a la que asistió el entonces presidente de la Nación, teniente
general Juan Carlos Onganía.
Inundación de 1959
Un verdadero desastre se abatió sobre Concordia en 1959, al registrarse —como
consecuencia de la creciente del río Uruguay— la mayor inundación que registra
nuestra historia lugareña.
Al descender las aguas pudo apreciarse la magnitud del desastre. Numerosas
viviendas quedaron destruidas, no tanto por la acción de las aguas sino por las vigas que
se soltaron de las jangadas que descendían del norte.
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La solidaridad se puso a prueba una vez más. Toda la población colaboró en las
tareas de evacuación de los inundados, como también, en la preparación y distribución
de alimentos para las familias necesitadas. No importaron las inclemencias del tiempo
—llovía sin parar— ni las horas ni la tarea a cumplir: sólo existió el deseo de ayudar al
semejante.
Se empezó la reconstrucción. Se creó la Comisión Zonal Concordia-Yuquerí, que se
abocó a la compra de tierra en zonas altas, y en poco tiempo se formaron nuevos barrios
—más de quince—, los que fueron poblados por familias que habitaban en la zona
inundable. Además de comprar terrenos, la comisión, en muchos casos, construyó
viviendas para las familias mencionadas.
Barrio 6 de Febrero
Para complementar el decreto que determinaba al 6 de febrero como fecha oficial de
conmemoración del aniversario de la fundación de la ciudad, mediante ordenanza del 5
de febrero de 1960 se impuso el nombre de 6 de Febrero al barrio delimitado por las
calles San Lorenzo al norte, Balcarce al sur, Tala al este y Misiones al oeste, «para que
en todos los sectores de la población se tome conocimiento de la historia de la ciudad,
tan olvidada por los poderes públicos responsables, como lo son de mantener
permanentes los valores vernáculos», y dado que «como consecuencia de las grandes
inundaciones de abril del año anterior, se han formado nuevos conglomerados de
población, la mayoría de ellos levantados por el esfuerzo mancomunado de sus
residentes». También se consideraba que «esta circunstancia adquiere, a la distancia,
una semejanza cierta con la acción de aquellos que originaron la ciudad arriesgando en
la empresa vida y hacienda».
Terminal de ómnibus
Concordia carecía de estación terminal de ómnibus. Por ello, en 1961 las autoridades
municipales dispusieron su construcción, aprobándose la licitación el 5 de abril de ese
año y adjudicándola a la firma Bertoni y Lemesoff por la suma de 7.450.000 pesos
moneda nacional. Fue inau- gurada el 29 de diciembre de 1962.
Escudo de Concordia
El escudo de Concordia, como lo conocemos en la actualidad, fue creado en 1961 y
es obra del artista Mario Muñoz, conocido dibujante de nuestro medio. Se declaró
oficialmente mediante ordenanza Nº 14.993 de dicho año, luego del resultado del
concurso que, a tal efecto, organizara la Comisión Municipal de Cultura. El trabajo del
señor Muñoz fue premiado con la cantidad de veinticinco mil pesos moneda nacional.
Banda Infantil
La creación de la Banda Infantil Municipal data del año 1964, en que se designó
organizador y director de la misma al señor Rogelio Woelker. Al mismo tiempo se
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integró una Comisión Cooperadora Amigos de la Banda Infantil, cuyo presidente fue el
señor Alberto Fraga.
Esta banda no sólo ha actuado en Concordia sino también en varias ciudades de la
provincia, como así también en el Primer Festival de Bandas Infanto-Juveniles de la
ciudad de Perez, provincia de Santa Fe. Cumple una función social y cultural muy
importante y ha servido de escuela para muchos chicos que han obtenido empleos en
bandas similares.
Para finalizar, el diario menciona «que el primer niño bautizado en el templo de San
Antonio de Padua fue Antonio Bernardo Cerminatti, sacramento que se cumplió por el
presbítero Costa el 12 de Enero de 1899».
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ALVEAR EN CONCORDIA
(Publicado en la edición Nº 16 de La Calle – 21 de diciembre de 1969)
EL ODEON
(Publicado en la edición Nº 42 de La Calle – 21 de junio de 1970)
Colaboración de H. E. Aramburo
La ciudad actual debe conocer —tiene la obligación, casi— cuáles fueron las bases,
los cimientos, de muchas de las pujantes expresiones que hoy le dan vida.
Especialmente en su aspecto comercial, hubo verdaderos emporios —como también
existen actualmente—, y traerlos al presente resulta tarea grata.
Donde está ubicado el cine Odeón, anteriormente teatro, había un caserón muy
amplio, de color rojo oscuro, donde se había instalado la Casa Galli. En la parte superior
del frente tenía unas figuras en relieve: un arado, algún animal vacuno y caballar y, al
fondo, un sol naciente.
En un aviso comercial publicado en 1905 se lee: «Casa Galli - Tienda, sastrería,
mercería, ropería, zapatería, sombrerería - Calle Entre Ríos 576 - Ventas por mayor y
menor - Es la casa que ofrece al público mayores ventajas que ninguna. Ventas al
contado y sin descuentos - Mueblería, colchonería y canastería».
Esta firma importaba directamente de Europa, entre otros renglones, toda la línea de
sillas y sillones de Viena. Estos muebles venían desarmados y en cajo- nes de madera.
Personal idóneo se ocu- paba en esta tarea en su respectiva carpintería.
Uno de los productos más populares eran unas zapatillas marca «Langosta»,
seguramente las más económicas y usadas de la época: lona a cuadros, con suela
clavada, cuyo precio era de un peso moneda nacional.
La sección Tienda se caracterizaba por su gran surtido. Además, contaba con la
sastrería para hombres, atendida por un sastre de origen itálico —el señor Dició—,
padre de un ingeniero del mismo apellido de relevante ac- tuación en dependencias del
gobierno nacional en Buenos Aires.
Durante muchos años fue gerente de la firma don Casiano Garate, vasco español.
Entre el personal, lo secundaba otro compatriota, el señor Félix Orduna. De ambos hay
descendientes en nuestra ciudad, los que mantienen el prestigio de sus progenitores, tan
nobles como correctos.
Cuando esta firma hubo de cesar en sus negocios, el inmueble fue vendido a los
hermanos Perez, de origen otomano, quienes a su vez tenían una tienda muy importante
en calles San Martín y San Luis, llamada «La Bandera Blanca».
Estos nuevos dueños de lo que fuera la Casa Galli dispusieron en su lugar la
construcción de un teatro, que llenó todas las exigencias de la época. Su nombre fue
motivo de una en- cuesta popular, la que por mayoría de votos eligió el de Odeón. Éste,
a su vez, cumplió su ciclo y luego de mo- dificado se convirtió en el actual cine. Para
entonces, el edificio había cambiado de dueño por fallecimiento de los señores Perez.
Seguramente que la gran mayoría —si no la totalidad de los con- currentes al cine
Odeón— ignoran quienes fueron los que cimentaron esta sala de espectáculos públicos:
los «turcos Perez», como los nombraban sus amigos o allegados. Y que fueron
honorables vecinos de la ciudad.
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MEDIOS DE TRANSPORTE
Colaboración del ingeniero Nelay Katzenelson (escrita en 1981)
Concordia y el ferrocarril
Puede decirse que dos factores fundamentales incidieron en el crecimiento de la vieja
Concordia: su puerto, primero, y luego el ferrocarril.
Ubicada en el extremo de navegabilidad del Bajo Uruguay, constituía —con
Federación— el punto obligado de transferencia de cargas que seguían la ruta norte-sur.
No pasaba de ser un incipiente movimiento comercial y de personas, que recién adquirió
importancia y volumen cuando ambas poblaciones se vieron unidas por un tramo de vía
férrea, habilitado en 1874, a cuya inauguración asistieron las más altas autoridades
nacionales y locales. Se trataba de un tramo aislado que luego, al impulso de la
actividad conjunta —oficial y privada— se fue uniendo por etapas sucesivas a otros
tramos, también inicialmente aislados: Federación-Monte Caseros (1875); Monte
Caseros-Curuzú Cuatiá (1890); Basavilbaso-Villaguay (1890); Curuzú Cuatiá-Mercedes
(1891); Monte Caseros-Paso de los Libres (1894); Con- cordia-Villaguay (1902); etc.
Poco a poco y con el correr de los años la red se fue densificando y crecieron nuevas
poblaciones alrededor de sus estaciones. Dos administraciones regulaban la explotación
de las flamantes líneas: una, la del Ferrocarril Nord Este Argentino, con sede en Monte
Caseros; y la otra, la de los Ferrocarriles de Entre Ríos, con sede en Paraná. En 1915
ambas se unificaron, estableciendo una administración única centralizada en Concordia,
pasando a denominarse Ferrocarriles de Entre Ríos y Nord Este Argentino. Años
después (1948) se incorporarían a esta administración las denominadas Línea de Este,
construidas por el Estado y que unían a Diamante con Curuzú Cuatiá y La Paz. El
proyecto —no completado— preveía llegar a Paso de los Libres. En 1949 se anexó a
esta red, el ex F. C. Central de Buenos Aires (Lacroze-Zárate y ramal a Rojas y 4 de
Febrero), pasando el conjunto a constituir el Ferrocarril Urquiza, siendo su primer
administrador argentino el entonces teniente coronel Edgar Echezarreta.
Puede decirse que la presencia de la administración centralizada en Concordia a
partir de 1915 constituyó para esta ciudad un hito importante en su desarrollo, lo que se
comprenderá mejor si se considera que por mucho tiempo fue la empresa privada más
trascendental de la Mesopotamia, tanto por la cantidad de personal que ocupaba como
por la importancia y variedad de actividades que se ligaron a su desenvolvimiento, tales
como empresas de colonización y explotación de inmensas extensiones de campos;
empresas colaterales como E.T.E.L.; otras de transportes combinados, como Furlong,
además de las de abastecimiento para sus coches comedores, proveedores de leña y
carbón, barracas laneras, frigoríficos servidos por larguísimos trenes de hacienda, etc. A
la vez, la creciente importancia de la ciudad atrajo otras inversiones —privadas— como
la que construyó el pavimento del casco urbano de la ciudad, o la que tendió las
primeras líneas de provisión de agua corriente y colectora de cloacas, o la que extendió
las líneas tranviarias que unían al puerto con la Sociedad Rural y el Cementerio,
pasando por la estación y la plaza 25 de Mayo. Se construyeron los edificios de los
bancos de la Nación, Hipotecario, Londres; de la tienda Gath y Chaves; de la Escuela de
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que nada tienen que ver con los gastos de explotación que, si son superiores a los
ingresos legítimos, constituyen un déficit real.
El tema es vasto y difícil de encuadrar en un pequeño trabajo como el que aquí
pretendo presentar. Pero citaré, por elocuente, un caso: Alemania Occidental determinó
que un total de 6.500 millones de dólares, que eran parte del déficit contable del año
1978 de sus ferrocarriles, fueran considerado como de beneficio público, por
corresponder a inversiones de capital; y a la vez aprobó un programa de nuevas
inversiones por 20.000 millones de dólares.
Concordia y el puerto
La gente joven de Concordia no alcanzó a conocer la época de esplendor del puerto
de esta ciudad, el que en determinado momento de la vida del país alcanzó a ocupar un
puesto de preeminencia en el orden nacional. Eficientemente atendidos sus servicios
desde modestas oficinas montadas sobre ruedas para hacer posible su traslado a zonas
altas cuando se embravecía el Uruguay, se registraba en él una intensa actividad en
cargas y pasajeros, servidos estos últimos por hermosos buques que hacían la carrera
hasta Buenos Aires, con escalas en Colón, Concepción del Uruguay y Gualeguaychú
(aquí, con trasbordo en mitad del río). Los memoriosos recordarán qué bien se viajaba,
qué acomodadas eran sus tarifas, que incluían comidas en sus lujosos salones.
La conversión o caída del puerto de la Capital en la categoría de «puerto sucio»,
como consecuencia de la multiplicación de problemas de orden laboral a partir de 1945,
dio lugar a un progresivo deterioro de los servicios y retraimiento en la actividad; los
cargadores y pasajeros derivaron sus preferencias a los medios alternativos que
presentaban menos problemas. La explotación de los servicios fluviales terminó por ser
tan onerosa que condujo a su levantamiento prácticamente total. La actividad portuaria
de Concordia se encuentra actualmente reducida a un modesto intercambio de pasajeros
con Salto (ROU), que tiende a ser sustituido por servicios terrestres a través del puente
de la represa de Salto Grande.
Concordia y el aeropuerto
En materia de transporte por vía aérea ha ocurrido un fenómeno comparable al
fluvial: surgió, creció, floreció y actualmente está en vías de minimización.
Dejando de lado la actividad del Aero Club, entidad civil sin fines de lucro, que ha
prestado y presta muy buenos y humanitarios servicios a la comunidad, el punto de
partida lo constituyó la entrada en operación de una flota de hidroaviones que unía a
Concordia con la Capital Federal; un servicio bastante aceptable que fue eficiente hasta
que los costos operativos y de mantenimiento, así como la necesidad de renovar
unidades, agotaron la capacidad de iniciativa y se operó su levantamiento.
Pero Concordia ya le había tomado el gusto a las indudables ventajas que presentaba
esa modalidad de transporte de pasajeros y era ya campo fértil para que prosperara
alguna iniciativa tendiente a reemplazar al desaparecido hidroavión. Una entidad de
servicio y capacitación —la Cámara Junior de Concordia— se lanzó y soportó el peso
de concretarla, con el unánime apoyo de la población, de otras entidades y de las
51
El local era muy visitado por sus asociados. Se habían instalado mesas de lectura,
una biblioteca y, además, en una de sus salas, se daban clases de telegrafía gratis a los
afiliados. Los fines inmediatos preveían la instalación de un consultorio médico, un
banco de ahorros y préstamos y una cooperativa de consumo.
Esta asociación era presidida por Benjamín Camblong, que estaba secundado, en
aquella época, por hom- bres muy conocidos en el gremio. Tales, por ejemplo, Gastón
G. Inda, Diego Moreno, Juan Salvetti, Roque Busti, Abel Segui Manzano, Francisco I.
Ramella, Guillermo Malvasio, entre otros.
54
La revista Cien Ciudades Argentinas era una publicación nacional con claros objetivos
materiales. En cada edición se ilustraba, aparentemente, sobre una ciudad o zona de
comprobada importancia comercial e industrial, lo que le reportaría, indudablemente,
interesantes beneficios. En 1928, una de sus ediciones se refirió, íntegramente, a nuestra
ciudad, con profusión de fotos, excelente papel satinado, muy buena impresión y hasta
con colores en las tapas.
Como para ratificar lo que señalamos en las palabras con que abrimos este libro, vale
la pena insertar los párrafos iniciales de una nota que lleva el mismo título que ésta:
Industria y alto Comercio de Concordia.
«Tiene Concordia la fama de ser el centro industrial y comercial más activo de toda
la región que baña el río Uruguay. Hemos dicho ya que a ello contribuyen no sólo su
posición geográfica, las condiciones naturales de su suelo, la rica zona que la rodea,
sino también y en gran proporción el genio laborioso y emprendedor de sus hijos.
Con seca, con langosta o con crisis —decía hace algunos años El Litoral, por la pluma
de su malogrado redactor Arena—, una constante corriente de negocios viene llenando
esta vasta región de más de dos mil leguas del territorio argentino diseñada por la
geografía comercial como zona tributaria de Concordia. Poquísimas ciudades del país
pueden ofrecer un cuadro más floreciente de negocios, y ninguna, con toda seguridad,
como lo comprueban los anales estadísticos, presenta un número más reducido de
desastres comerciales.
Se ha acreditado la ciudad como una gran escuela argentina de trabajo, de cuyo
seno han salido por centenares los pioneros que en los últimos veinticinco años
transformaron este dilatado desierto del litoral en una de las zonas agropecuarias más
florecientes y de mayor porvenir de la República.
Tales conceptos del malogrado publicista, si eran aplicables entonces, lo son mucho
más hoy que con el transcurso de pocos años se ha acrecentado considerablemente el
poderío industrial y comercial de la ciudad de Concordia.
Muchas páginas de esta revista serían necesarias para reflejar en sus verdaderas
proporciones el movimiento de Concordia bajo esos dos aspectos. Nos limitaremos,
pues, a mencionar algunos de los principales establecimientos que hemos visitado, con
los datos que hemos obtenido nosotros mismos».
De esos establecimientos, aquí destacaremos sólo algunos.
Los molinos harineros Santa Catalina y Concordia pertenecían a la firma Buelink y
Cia. Con trigo de la provincia producían varias marcas, entre ellas la denominada
Chantecler, de la que el ministerio de Agricultura de la Nación, al efectuar el análisis
correspondiente, la había clasificado, «por su va- lor panadero, 106%», lo que constituía
«el mejor elogio que puede hacerse de la misma». La producción diaria, en los dos
establecimientos, era de 1.000 bolsas de 70 kilos.
La firma Raggio Hnos. y Cia. tenía instalada una fábrica de fideos, un molino de
maíz, una gran fábrica de hielo y un depósito de cereales y forrajes, producción toda que
se colocaba en Entre Ríos y Corrientes. La producción de fideos era de 90.000 kilos
55
INCREMENTO DE LA EDIFICACIÓN
«La iniciativa privada levanta suntuosos edificios en todos los barrios de la ciu- dad,
a tal punto que Concordia va perdiendo su antigua característica de pueblo provinciano
para adquirir los contornos de una grande y moderna ciudad. En ese sentido, Concordia
es la más hermosa de las ciudades del Uruguay».
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56
Una nota quizá poco conocida —pero tal vez, una de las más importantes— es la que
escribió Antonio P. Castro en el año 1953, con el mismo título con que encabezamos la
nuestra. Y su consideración se apreciará más si advertimos que distintos trabajos suyos
hacen referencia a valores de otras épocas. En este caso, servirá para actualizarlos a la
fecha que citamos anteriormente. La transcribimos, pues, textualmente:
«En todas las cantidades a que hacemos referencia... mencionamos la onza, el peso
fuerte, el boliviano, el patacón o el peso plata. Corresponde, pues, aclarar el valor que
tenían dichas monedas en la época en que circulaban en nuestro país.
La onza era una moneda española de plata y oro. La plata pesaba 287 decigramos y
era muy poco usada, mientras que la onza de oro sellado, interesante pieza de igual peso
que la plata, equivalía a 16 patacones pero se cotizaba normalmente a 17, cambio que
empleamos en todas nuestras reducciones.
El boliviano, como su nombre lo indica, era originario de Bolivia y muy usado en
nuestro país. Equivalía al peso fuerte pero su valor era algo inferior.
El peso plata, el peso fuerte y el patacón tenían igual valor y eran todos de plata.
Siendo el patacón la más corriente en la época del General (Urquiza), a ella nos
referiremos especialmente. El patacón o peso español era una moneda de plata de 287
decigramos de peso, que se usó en tiempos de la Colonia y se prolongó después de
nuestra independencia, comenzando con el mandado acuñar por la histórica Asamblea
de 1813, con el mismo peso y ley de plata —9 décimos de fino, es decir 9 partes de
plata y una de cobre para la liga de metal y darle mayor dureza— y con el valor de 8
reales fuertes hasta la sanción de la Ley Monetaria de 1881, que creó el peso oro. Los
múltiplos del patacón eran: la cuarta onza de oro, o sea cuatro pesos oro; la ½ onza, que
equivalía a 8 patacones, y la onza de oro sellado (de 287 decigramos) igual a 16
patacones; los sub-múltiplos: la pieza de 4 reales de plata o medio patacón; la de 2
reales o cuarto de patacón; la de un real u octavo de patacón; la de medio real y el
cuartillo, pieza diminuta esta última, de plata, equivalente a 1/32 avos de patacón. Esta
piecita era muy apre- ciada por la gente pobre y hay infinidad de refranes a su respecto
que tienden a elogiar su valimento con relación al dinero moderno. Así decía una
«chinita», «marchanta» de una pulpería: «Deme un medio de velas, un cuartillo
pa’mama y un cuartillo pa’abuela». Es decir que con «un medio» (que fue la pequeña
moneda acuñada por Urquiza en San José) se obtenían velas para dos familias, y esto a
su vez sirve como comparación para la actualidad y dar el valor adquisitivo de esa
monedita, pues hoy con cinco centavos sería imposible adquirir velas para la madre y la
abuela.
El patacón se convirtió después, cuando aquella Ley de 1881, en el peso oro, que
venía a ser una pieza de plata del valor de 100 centavos oro y 25 gramos de peso. Los
múltiplos del peso oro era el «medio argentino», moneda de oro de unos cuatro gramos,
rarí- sima, pues se acuñaron muy pocas a título de ensayo, y el «argentino», valor de
cinco pesos oro, pocos centavos menos de una libra esterlina inglesa. Los sub-múltiplos
57
eran las piezas de plata de cincuenta, veinte y diez centavos, y las de cobre de uno y dos
centavos, tan conocidas.
De lo expuesto se desprende que un patacón viene a ser un peso oro, lo que
equivaldría en nuestra moneda de hoy (1953) al cambio oficial, a $ 2,27 más o menos.
Pero este cambio es puramente teórico, pues en la realidad de las cosas, con un patacón
de la época que estudiamos (1845-1870), se podía adquirir mucha mayor cantidad de
animales y mercaderías que hoy con veinte pesos de la actual moneda, o más aún.
Pongamos algunos ejemplos: en 1847 una vaca costaba 3 pesos moneda corriente en
Entre Ríos, o boliviano (algo menos de un patacón); una yegua valía un peso y dos
reales; un novillo, 3 pesos en 1848; un caballo 4 pesos, y la vaca bajó a 2 pesos en 1850;
un toro, dos pesos, y los demás animales se mantuvieron a igual precio que en los años
anteriores, y así en los sucesivos, habiendo subido en la década 1860-1870, en que una
vaca costaba de 6 a 8 patacones; un caballo, de 4 a 6; una arroba de lana, 4 patacones;
una legua de tierra, entre 4 y 5.000 patacones, etc.»
En 1866 existía en Entre Ríos una acentuada escasez de moneda circulante en valores
representativos de menor expresión, a tal punto que los patacones y reales bolivianos —
que eran los que, a la sazón, prefería el público— se dividían a golpe de martillo o
cuchillo, en dos y cuatro partes, para subsanar aquella dificultad. Atento a ello y con el
fin de facilitar la circulación de moneda, exclusivamente en el Palacio San José, el
general Urquiza ordenó al grabador Pedro Cataldi la acuñación de una moneda de
medio real. Esta moneda circuló no sólo en el Palacio San José sino también en
Concepción del Uruguay y pueblos vecinos, donde el público la aceptó con agrado.
La ilustración fue tomada de una publicación del Banco de Entre Ríos, editada al
cumplirse el vigésimo quinto aniversario de su fundación.
58
LA EDUCACIÓN EN CONCORDIA
Colaboración del profesor Sergio Gómez (escrita en 1981)
La educación primaria
Al promediar el siglo XIX, Concordia tenía dos escuelas para párvulos, una de
varones y otra de niñas, en las que se impartía enseñanza primaria elemental. En la
década del ‘70 de dicho siglo, la enseñanza primaria, en virtud de la creación de las tres
escuelas municipales —Mariano Moreno, Bernardino Rivadavia y Manuel Belgrano—
y la Escuela Provincial Graduada Superior Mixta en 1879 —cuya designación de
Superior era indicativa de que se impartiría en ella el ciclo primario completo— acusa
un notable progreso, posiblemente el más notorio de la centuria. El 29 de octubre de
1898 fue puesta la piedra fundamental del edificio que habría de construirse de
inmediato y que en 1910 fuera transferido a la Nación para la Escuela Normal. En tan
fausta ocasión, rubricaron el acta fundacional —pergamino que muy bien conservado se
encuentra en la Escuela Normal— el gobernador D. Salvador Maciá, el intendente D.
David O’Connor, y un centenar de firmas de personalidades locales y de la provincia.
No terminó el siglo sin que Concordia recibiera el aporte de la enseñanza privada a
través de la Escuela San José de las Hermanas Adoratrices y el de Nuestra Señora de los
Angeles de los Padres Capuchinos.
Las dos primeras décadas del siglo XX fueron de proficuos relieves para la
educación en nuestra ciudad. Merced a la Ley Lainez, la Nación concurrió en apoyo en
aquellas provincias en que fuera menester, fundando aquí las escuelas Nacional Nº 3
(hoy 53), la Nacional Nº 24 (hoy 55), la Nacional Nº 12 (hoy 54), y la Nacional Nº 39
(hoy 57), todas en 1906, aunque la Nº 24 comenzó a funcionar en 1917.
Por su parte, la Provincia estableció en 1908 la Nº 1 Velez Sarsfield y la Nº 2
Almafuerte; en 1911, las Nº 9 Juan María Gutierrez y Nº 10 Benito Garat; y en 1919, la
Nº 11 Basavilbaso. En 1922 se trasladó de Carpinchorí a Concordia la Nº 17 Diógenes
de Urquiza, y se crearon, ya en nuestra época, la Nº 14 Coronel Navarro (1964) y la
muy necesaria de Enseñanza Diferenciada en 1961.
La acción privada se sumó a estos ponderables esfuerzos. Las señoritas de Esteva
crearon en 1901 la escuela que hoy dirigen las Madres Escolapias, que recibía nutrido
grupo de alumnos y a la que supieron prestigiar en nuestro medio. Recuerdo también la
escuela de las señoritas de Clérici, en calles Santiago del Estero (hoy Estrada) y La
Rioja, y la de las señoritas de Hernández, en calle 3 de Febrero, donde posteriormente se
levantó la residencia del director de la Escuela de Comercio, casi sobre calle Pellegrini.
Dos apuntes más para este capítulo: no podemos olvidar los aportes de las
congregaciones religiosas, que tienen escuelas con nutrido alumnado; como tampoco la
enseñanza que se imparte en el Regimiento 6 de guarnición en nuestra ciudad, dirigida a
soldados analfabetos y semi analfabetos que, por distintas causas, no concurrieron a la
escuela siendo niños.
Deserción escolar
59
La enseñanza secundaria
En las postrimerías del siglo XIX, alrededor de 1890 —según lo ha dado a conocer el
inquieto buceador de las cosas nuestras, don Estanislao J. Mouliá— aparecieron los
primeros institutos de nivel secundario, el Sarmiento y el Politécnico, en los que
desarrollaron su acción dos profesores egresados de la Escuela Normal de Paraná:
Francisco Podestá y Avelino Herrera. De cualquier manera, la vida de estos institutos
fue efímera y duró mientras sus ilustres propulsores las alentaron. Recién el 16 de junio
de 1903, la Nación funda la Escuela Nacional de Comercio, hoy «Gerardo Victorín» en
recordación de quien fuera su prestigioso director.
Siete años después, en homenaje al centenario de la Revolución de Mayo, se crea la
Escuela Normal Mixta que, a poco de funcionar, estabilizó su cuadro directivo con don
Felipe Gardell como director (fundador), Justa Gayoso como vice directora, y don
Prudencio G. Migoni como regente del Curso de Aplicación. Merced a este trípode
sustentador de la acción educativa de la Escuela Normal, y la magnífica dirección de
don Gerardo Victorín en la Escuela de Comercio, Concordia contaba en 1920 con dos
establecimientos secundarios que figuraban entre los de mayor prestigio en sus
respectivas modalidades en el país. Con motivo de las Bodas de Oro de la Escuela
Normal en 1960, concurrió a los actos celebratorios una maestra graduada en la escuela
y me exhibió una carta recibida por su padre de la Inspección General de Enseñanza
Secundaria, en la que a su solicitud le informaban que, a los efectos de educar a su hija,
en Concordia funcionaba una de las mejores escuelas Normales del país (1926).
En 1929 el gobierno de Hipólito Yrigoyen crea en nuestra ciudad la Escuela
Industrial de la Nación y designa como director al Dr. Cervantes Beltrán Cabrera. Un
año después se crean tres escuelas para adultos, dependientes del Consejo Nacional de
Educación, que incluyo en este capítulo porque en ellas se dictaban clases de
dactilografía, inglés, estenografía y contabilidad, entre otras destinadas a semi
analfabetos, y algunas tan extrañas como «Flores y frutos». Me fue ofrecida y acepté la
Dirección de la de varones, que funcionó en la Escuela del Puerto. El profesor Fortunato
Montrul fue nombrado en la que funcionó en la de la plaza España, aunque se retiró a
poco de instalarse, sucediéndole don Aquiles T. Gimenez. La tercera, de mujeres —que
funcionó en la Escuela Normal— tuvo por directora a la prestigiosa María Luisa
Gonzalez Barlett. Lamentablemente, después de la revolución del 6 de septiembre de
1930, el gobierno las cerró.
También de 1930 data el Instituto «Banfield», antecedente directo del Colegio
Nacional. Para ese entonces, en toda la provincia existían sólo tres colegios nacionales:
60
La Escuela de Policía
Desde 1974 funciona la Escuela Profesional de Agentes de Policía «Coronel P.
Melitón Gonzalez», cuyos egresados lo hacen como agentes de policía. Para ingresar se
requieren estudios completos de enseñanza primaria.
Otros aportes
El profesor Luis Grandin dirigía el Instituto «Jean D’Arc», que preparaba el ingreso
a la Escuela Militar y Naval e impartía los programas secundarios en general y los de
equivalencias del Normal o Comercio al Bachillerato. Más recientemente, antes de
asumir el Rectorado del Colegio Nacional, el profesor Rafael Dikenstein y su grupo
familiar trabajaban en idéntica tarea. Ambos profesores tuvieron muchas satisfacciones
en esta labor.
62
seis años en que se imparten las asignaturas del ciclo completo de los cinco años de la
diurna.
64
congelamiento político— impuesto por las autoridades militares. Para concretar ese
objetivo organizaron conferencias con disertantes de primera línea, logrando que, en
aquellos años, des- filaran por Concordia, cada dos o tres meses, personalidades como
Humberto Volando, Carlos Perette, Silenzi de Stagni, Oscar Alende, Augusto Comte
Mc Donald, y otros que escapan a la memoria, todos los cuales alzaron su voz contra la
formidable campaña de desinformación y ocultamiento encarada por el gobierno. Como
los medios no apoyaban estas expresiones, se alquilaban locales —mientras lo
aceptaron— y se imprimían volantes que se repartían puerta a puerta. En todos los
casos, la cantidad de concurrentes se veía incrementada por los hombres “de los
Servicios” que asistían para informar a sus superiores.
Y aunque no tenían prensa, algún efecto habrá producido el CERA, ya que en poco
tiempo se crearon dos centros de estudios más, en los que los disertantes marcaban una
línea de apoyo al Proceso.
Concordia vivió estas circunstancias en el marco del “no te metás” y el “por algo
será”.
Poco tiempo después, casi todos los integrantes del CERA dieron un paso más, y la
resistencia a la dictadura tomó cuerpo en forma más directa al crearse la delegación de
la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). Fue la segunda en el
interior del país, la primera había sido creada en la diócesis del obispo Jaime de
Nevares.
Para llegar a ello, los dirigentes locales habían mantenido contacto con los de la
APDH central, entidad creada en 1975 en la Capital Federal. También recibieron visitas,
como las de los obispos Pagura y Gattinoni. Fue éste, precisamente, quien dejó instalada
la delegación en el transcurso de un acto público. Ocurrió el 18 de julio de 1979.
Desde entonces y hasta el caso Febres, en 1988, el grupo original de la filial mantuvo
una inclaudicable actitud de acusación, repudio y condena contra los autores de
aberrantes violaciones a los derechos humanos, y su lucha se orientó a mantener viva la
conciencia ética de la ciudadanía, confundida o ignorante, en muchos casos, de lo que se
estaba viviendo en el país. La tarea no tuvo pausas: continuaron con las charlas y
conferencias, organizaron la visita del Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, y
por la imposibilidad de acceder a los medios de comunicación —algunos de los cuales,
además, los atacaban— lanzaron su propio periódico semanal, muy modesto en el
aspecto técnico, casi sin avisos y en directo camino a la quiebra, que utilizaron para
difundir lo que muchos no conocían y lo que algunos querían seguir ignorando.
La Delegación Concordia de la APDH festejó el advenimiento de la democracia en
nuestro país y sobrevivió algún tiempo más después del caso Febres. Los hombres y
mujeres que le dieron vida tal vez creyeron comprender que había que dar un paso al
costado. Casi todos retornaron a la actividad partidaria, la que ya requería sus esfuerzos.
Estas líneas sólo pretenden dejar sentada la existencia de una entidad que, como las
que agruparon a los pioneros del trabajo en los inicios o en el apogeo de nuestra
comunidad, alcanzó también, por su accionar, una relevancia que trascendió los límites
comarcales.
La primera Mesa Ejecutiva de la delegación local de la APDH estuvo integrada por
las siguientes personas, por orden alfabético:
66
Para realizar el acto programado con la visita de Adolfo Perez Esquivel fue necesario
vencer varios obstáculos. La compañía aérea no disponía de asientos para la fecha
requerida. Por ello fue necesario ir a buscarlo a Buenos Aires. La responsabilidad
recayó en Héctor Víctor Moreno, prestigioso corredor de autos que para el caso utilizó
una máquina de competición.
Después, el local para la conferencia. Tres solicitudes para utilizar las instalaciones
de dos clubes sociales y una empresa, fueron aceptadas primero, y denegadas 24 horas
después. Se debió improvisar un salón, propiedad de uno de los integrantes de la
Delegación de la APDH, para hacer fracasar los intentos de abortar el acto.
A pesar del silencio de los medios, una cantidad extraordinaria de asistentes se
congregó para escuchar al Premio Nobel. Para dar cabida al público fue menester
levantar las sillas dispuestas, y todos, de pie, lo ovacionaron. Los que no pudieron entrar
—que fueron tantos como los que entraron— lo aguardaron en la calle, en una noche de
llovizna.
La Policía, bajo el pretexto de «su seguridad», estableció una rígida vigilancia. Perez
Esquivel permaneció dos días en Concordia, concedió entrevistas, participó de una
misa, se reunió con dirigentes. En una ocasión, mientras almorzaba en un restaurante
céntrico con dirigentes de la APDH local, una llamada telefónica anónima alertó sobre
la colocación de una bomba. Todos siguieron comiendo.
Pero la visita fue una bomba. Se dijo entonces que allí comenzó el deshielo político
en Concordia, pues los actos partidarios comenzaron a repetirse con gran afluencia de
público.
67
...la Municipalidad los llamaba «aparatos» y, prácticamente, los miraba como bichos
raros. Por si nuestros lectores no lo creen, podemos ofrecerles la transcripción íntegra
del «Reglamento concerniente a la circulación de los automóviles», elaborado por la
Municipalidad local en el año 1912.
Una de las particularidades que brinda es la de señalar al jefe del departamento de
Obras Públicas como responsable de todo lo atinente al tránsito. En una palabra, no
había sido creada, todavía, una oficina que se encargara con exclusividad de este
aspecto comunal. Por ejemplo, el artículo 3º especifica: «El Jefe del D. de O. Públicas,
debidamente asesorado por persona técnica o entendida, si lo creyera conveniente,
inspeccionará estos aparatos efectuando aquellas pruebas que creyere necesario,
debiendo declarar en su informe, si se puede conceder el permiso y en las condiciones
que debe circular por la vía pública».
Sin embargo, dentro de ciertos cánones que hoy nos hacen sonreír —tales como la
velocidad máxima dentro de los cuatro bulevares, que no podía ser mayor de 15
kilómetros «para automóviles, autobús y motocicletas»; o que «en ningún caso excederá
de 40 kilómetros por hora» fuera de ellos, además de «disminuir su velocidad a diez
kilómetros» al pasar las bocacalles— la reglamentación estaba orientada con el mismo
sentido de seguridad que impera en la actualidad y, en general, han sido pocos los
cambios introducidos. Para circular era necesario contar con el permiso municipal
respectivo, y para que el mismo le fuera concedido era menester presentar una solicitud
en la que, además de los datos personales, se consignara la «descripción completa del
aparato, expresando su peso, capacidad, fuerza de su motor, velocidad máxima en
terreno horizontal, substancias empleadas para crear la fuerza motriz, marca de fábrica,
local en que se depositará y peso máximo que pueda llevar en caso que se destinara al
transporte de carga».
La autorización era personal y se hacía constar en una libreta —llamada Libreta del
Automóvil—, en la que se transcribía el reglamento.
Como primera medida de seguridad se prohibía la circulación de vehículos «que no
tengan sus aparatos en condiciones de evitar la caída de materias inflamables,
corrosivos o explosivos». El artículo 9º agrega que «el funcionamiento de los aparatos
no podrá dar lugar a que se asusten los animales, ya sea por los escapes de vapor, gases
o humo, o sea por ruidos extraordinarios u otras causas», con lo que podemos deducir
que hasta los animales eran celosamente resguardados.
Era obligatorio para los automóviles disponer de dos frenos independientes «capaces
cada uno de detener el vehículo aún bajo la acción del motor desarrollando el máximum
de su fuerza; uno de esos frenos accionará sobre las ruedas y éste otro funcionará en la
marcha hacia atrás».
Si el motor era a explosión, era menester contar con un «silencioso», un aparato
«enfriador suficientemente eficaz y las disposiciones convenientes para evitar un
retorno de la llama».
68
Los datos para esta nota fueron extraídos de la Libreta del Automóvil perteneciente
al señor José Barnada, quien la obtuvo en 1912, a cuyo vehículo se le adjudicó el Nº 62.
El Ford, de 20 caballos de fuerza, era depositado en el domicilio del propietario, en
Tucumán 680 de esta ciudad, cuando la actual calle Sarmiento tenía aquella
denominación.
69
Durante la presidencia del Dr. Roque Sáenz Peña fueron diputados nacionales por el
Partido Conservador, y representantes de la provincia de Córdoba, los doctores Cárcano
y Manuel Paz, amigos entre sí y, a la vez, amigos personales tanto del presidente de la
Nación como de don Hipólito Yrigoyen, líder ya del radicalismo. Aquellos dos
profesionales lograron, luego de varias entrevistas individuales, una reunión personal y
privada entre el Dr. Sáenz Peña y don Hipólito Yrigoyen, la que se llevó a cabo en el
bufet del Dr. Paz. En realidad, se reunieron en dos oportunidades, en las que el dirigente
radical solicitó garantías electorales para levantar la abstención del radicalismo, que
tenía vigencia partidaria desde el año 1892.
El entonces presidente Sáenz Peña se comprometió a elaborar una Ley Electoral que
remitiría al Congreso Nacional con pedido de pronto despacho, encargando a su
ministro Indalecio Gómez la inmediata redacción del proyecto.
Cuando el mismo estaba siendo discutido en la Legislatura, el Dr. Cárcano pronunció
un enjundioso discurso, que La Gaceta comentó encontrándole un defecto: que era
perfecto.
El proyecto fue aprobado y su promulgación se realizó a principios de 1911. Desde
entonces se la conoce con el nombre de Ley Sáenz Peña, de indiscutible corte
democrático y que, andando el tiempo, nos llevará a levantar nuestro nivel de cultura
cívica y a usarla para beneficio del país.
Como consecuencia de la promulgación de esta ley, el radicalismo levantó la
prolongada abstención política, disponiéndose a movilizar sus cuadros y a intervenir en
la contienda electoral.
Ese mismo año, en la provincia de Santa Fe se convocó a elecciones para gobernador
y vice, legisladores, intendentes y concejales, con aplicación de la nueva ley del voto
secreto.
La UCR llevó al Dr. Menchaca como candidato a gobernador, triunfando
ampliamente. Pudo así apreciarse en la práctica las bondades y aciertos de la nueva
legislación electoral, especialmente para el radicalismo que tanto había luchado por su
estudio y vigencia, aportando un verdadero instrumento para la defensa de la civilidad
argentina.
Al año siguiente, a comienzo de 1912, el entonces gobernador de Entre Ríos, Dr.
Crespo, convocó a elecciones en el círculo Concordia-Federación para elegir un
diputado que integrara la Legislatura, en la que existía esa vacante. Por esa fecha la
provincia estaba dividida en nueve círculos electorales.
El radicalismo de Entre Ríos resolvió previamente convocar a un congreso partidario
para tratar dicha convocatoria y tomar sus disposiciones. El mismo se reunió en la
ciudad de Villaguay. Don Juan Cruz Paiz era el presidente del comité central del círculo
70
Concordia es una ciudad entrerriana recostada sobre el río Uruguay que se saluda
diariamente con Salto, la vecina hermana de la República Oriental. Cabecera de
departamento, tiene una población que sobrepasa los ochenta mil habitantes, una
actividad pujante y la explotación del citrus como una de las fuentes más importantes de
su economía. Justamente por ella es —o debe ser— reconocida en el país, a pesar de
que cuenta con muchos otros motivos para ser nombrada de vez en cuando. Como lo es
Salto Grande, represa que se construirá algunos kilómetros río arriba, o por la belleza de
los parajes que constituyen la atracción de los turistas, o por la inundación de 1959, en
que fue rodeada y dividida por el desborde de las aguas, y por algunos otros más cuya
enumeración no hace al caso.
Y, también por ser un baluarte del juniorismo argentino.
Esta palabra, que es la denominación de un movimiento de hombres jóvenes, es
vulgar en Concordia. Decir «junior» ha llegado a significar una distinción, porque los
integrantes de la Cámara Junior de esta ciudad se han ganado el aprecio y el respeto de
la población. Y no por una obra en beneficio de ella sino por la actividad desplegada,
ininterrumpida y de relevancia en el medio.
Alguna vez el aeropuerto El Espinillar ocupó la atención de la prensa capitalina, que
concurrió al festival aéreo con que se inauguró la misma el 26 de agosto de 1962. Pero,
aparte de los concordienses, son pocos los que saben que fue la Cámara Junior de esta
localidad la que construyó la citada pista cuando fueron suspendidos los vuelos de los
hidroaviones entre la Capital Federal y Concordia. Se planteó así un problema que
requería una solución urgente. Que se concretó en poco más de tres meses.
En aquel entonces el señor Salvador Carubia era el presidente del capítulo local —así
denominados internamente—; él, el grupo que lo secundaba ciegamente y un puñado de
colaboradores desinteresados, se lanzaron de lleno a la enorme tarea. El pueblo entero
colaboró con donaciones en efectivo y en materiales. Y se puso en venta un bono
contribución, cuya colocación completó lo que faltaba financiar.
Ya no se habla más de El Espinillar, a pesar de que en su momento suscitó elogiosos
comentarios. Como el de Clarín, por ejemplo, que con el título de «Concordia: hazaña
de un pueblo» inició una nota expresando: «En El Espinillar, Concordia tiene su
aeropuerto. Es la hazaña de un pueblo que se resistió a ser condenado a isla; que cuando
los hidroaviones dejaron de posarse en las aguas del Uruguay se propuso construir una
pista. Y lo consiguió al impulso extraordinario de la Cámara Junior, puñado de
voluntades para emular». El comentario terminaba diciendo que la obra «empezó a
deletrearse hace más de tres décadas. Y que hoy está en condiciones de acoger en su
pista a un Avro 748 porque así lo decidieron los jóvenes de la Cámara Junior, ahora
custodios no sólo de la obra sino de la demostración de firme voluntad».
Ya no se habla más de El Espinillar —rebautizado con el nombre de Comodoro Juan
José Pierrestegui, en memoria de un hijo de Concordia—, que fue un hito en la historia
73
EXTRANJEROS EN CONCORDIA
Así encabezó Jorge Carlos Mario Fuchs Valón su respuesta manuscrita a la Comisión
Organizadora de los Actos Conmemorativos del Sesquicentenario de la Fundación de
Concordia, en dos hojas de carpeta escolar. En pocas líneas, contiene reflexiones,
anécdotas y datos históricos de valor sobre los inmigrantes franceses.
En la reproducción que encabeza esta nota se brindan las fechas de llegada de los
primeros franceses a estas tierras (1854/55), que «corresponde a los años turbios del fin
de la Restauración, cuando el príncipe Luis Napoleón —más tarde Napoleón III—
empezó a intrigar...»
Fuchs Valon escribe que el golpe de Estado que terminó con la 2da. República
«disgustó a los franceses», que emigraron al Canadá o a América del Sur. Señala que se
dispersaron por la Argentina, donde fueron bien recibidos. «Pero nunca falta —dice—
grupos de jóvenes que deciden de golpe (después de muchas discusiones con sus padres
a causa de el dinero que siempre hace falta) y se largan cuatro, cinco o seis juntos,
compartiendo su mochila y el poco peculio que traen. Por lo general, quedan juntos y se
instalan en un pueblo que eligen muchas veces al azar, como sucedió con los vascos
franceses de Concordia, los Garat, los Subieta, Istilart y tantos otros, que sus apellidos
han quedado pero que ya son argentinos más que franceses... Están los Niez, los
Durocher, los Trentin, los Moran, y muchos más que crearon pequeñas industrias, como
los Durocher, con su fundición y fábrica de molino y después taller de automóviles —
los hermanos Jorge y Pablo— en la calle 25 de Mayo, en donde recibí mi primer y
soberano puntapié por Don Pablo por acariciar el primer motor eléctrico que andaba
ante mi vista. Ese motor reemplazó para la marcha de los tornos al malacate movido por
un burro, anécdota que me place contar pues allí empezó mi vocación de los fierros».
78
Y culmina su carta señalando: «Me preguntaron para esta nota en qué año Mme.
Suzanne Fuchs-Valón trajo la Alianza Francesa a Concordia; pues fue por el año 1933,
que paralelo con su conservatorio de música, instaló los cursos de la Alianza. Como se
sabe, ha formado un buen elemento de alumnos y más tarde, profesores.
El que suscribe esta nota es Jorge Carlos Mario Fuchs-Valón, hijo de Madame.»
79
LA COLECTIVIDAD URUGUAYA
Por el mismo motivo que la anterior, los residentes uruguayos conformaron una
Comisión en Adhesión al Sesquicentenario de Concordia (1982), cuyos presidente y
secretario, respectivamente, fueron José G. Iglesias Claverié y Leonardo C. Novelli.
Ellos firman la carta respuesta al cuestionario de la Comisión Organizadora local.
Textualmente dicen:
«La única entidad que agrupa a la mayoría de los connacionales e hijos de estos,
residentes en Concordia, es la Sociedad Oriental de Socorros Mutuos, sin perjuicio de
socios argentinos, conforme a la nueva Ley de Entidades Mutuales.
Los inicios de su fundación se remontan al 13 de abril de 1894, en que se realiza una
reunión con el objeto de constituirla —entonces con los residentes en esta ciudad—,
integrándose una Comisión Provisoria compuesta por los señores Juan Boué, Agenor
Villalonga, Francisco Blanes, Emilio Urtizberea y César A. Gómez, y se concreta en
una numerosa asamblea el 10 de junio del mismo año, resultando electa la Comisión a la
que se encomienda la redacción de los Estatutos, que quedó constituida por los
siguientes titulares: Leonardo S. Castro, Juan P. Salvañach, Enrique Coelho, Leoncio
Paiva, Saturnino S. Alvarez Cortez, y sus correspondientes vocales.
Los Estatutos fueron finalmente aprobados en la Asamblea del 29 de julio de 1894,
quedando definitivamente constituida la Sociedad e integrada la Comisión, presidida
por Miguel Dominguez, siendo secretario don Francisco Blanes (director-fundador del
diario El Litoral); tesorero, José Ruedas Echeverría; y vocales, Agenor Villalonga, Jaime
Ferrer y Barnada y don Luis R. Costa; la comisión fiscal fue integrada por Oscar
Dominguez, Juan Vázquez y José Vidiella.
En cuanto a la radicación de uruguayos en Concordia, debe estimarse que muchos de
los vecinos de San Antonio de Mandisoví, que fueron la base de la fundación de esta
ciudad, eran uruguayos, por cuanto con el éxodo del pueblo oriental bajo la inspiración
y el mando del general José Gervasio Artigas, en el año 1811, al ser levantado éste y
regresado a su futura patria, muchos de estos quedaron afincados en la zona del éxodo,
entre Salto Chico y el Ayuí.
Cabe recordar que cuando Concordia tenía 25.000 habitantes, 5.000 eran uruguayos
como consecuencia del exilio y radicación definitiva de connacionales, en su mayoría
pertenecientes al Partido Blanco, como consecuencia de la última revolución de masas
de 1904. Este aporte demográfico ha perdido significación, fundamentalmente por el
crecimiento de la población argentina y el fallecimiento de la mayoría de los primeros
uruguayos radicados, no habiéndose producido con posterioridad nueva inmigración
significativa.
Así, el censo de 1980 (cifras provisorias) asigna a Concordia 105.630 habitantes, y
estimamos en no más de 10.000 a los uruguayos.
Sin entrar a dar nombres para evitar omisiones, debemos destacar que, en su gran
proporción, los uruguayos se destacaron en la vida profesional, comercial, industrial y
docente de Concordia, y muchos de ellos, conservando o no la nacionalidad uru- guaya,
ocuparon bancas en el Concejo Deliberante de la ciudad en distintos períodos y,
totalmente integrados en la vida ciudadana, desempeñaron cargos directivos en casi
80
todas las entidades sociales representativas de las fuerzas activas de la ciudad, y de sus
asociaciones deportivas.
Para hacer una excepción, señalaremos el mérito de don Francisco Blanes, fundador
y director del diario El Litoral, de alta jerarquía periodística, al que le imprimió, desde el
número inicial, una línea de conducta elevada, a la que fueron consecuentes las
sucesivas personalidades, argentinas ya, que lo sucedieron en el cargo».
81
En 1825 las tierras donde hoy se levanta Villa Zorraquín fueron compradas por el
general Manuel Urdinarrain, quien las vendió a Domingo Duarte Mançores en 1836. En
1857 las adquirió Justo José de Urquiza y, por sucesión, pasaron a su hija Flora, casada
posteriormente con Gregorio Soler.
Escrituradas en 1882, se suscitó más tarde lo que se llamó «Caso Soler», que
culminó con un juicio entre la Municipalidad de Concordia y Flora Urquiza de Soler. El
caso terminó recién en 1915, con la intervención del entonces presidente municipal Dr.
Esteban Zorraquín.
Las tierras en litigio pasaron al Gobierno de Entre Ríos, luego loteadas y puestas a la
venta. Formaban parte del ejido de Concordia y no tenían nombre.
En 1918, una comisión presidida por el profesor Gerardo Victorín solicitó que se
impusiera el nombre del Dr. Esteban Zorraquín a la zona donde hoy se levanta la villa,
con el fin de honrar la memoria de quien fuera el propulsor de que las tierras pasaran a
la provincia. El Concejo Deliberante, presidido por José Boglich, sanciona la ordenanza
respectiva —que lleva el Nº 41206, del 27 de noviembre de ese año—, cuyo texto
señala: «Denomínase zona Esteban Zorraquín a la zona de ensanche del ejido de
Concordia y Villa Dr. Esteban Zorraquín, si dentro de la colonia o pueblo agrícola a
formarse, constituyera un pequeño centro urbano, al cual fuera adaptable la última
denominación».
El presidente municipal era entonces Pedro Urruzola.
LOS ZORRAQUIN
Federico Zorraquín era mendocino, nacido el 25 de noviembre de 1826. Falleció en
Concordia el 13 de noviembre de 1908. Había llegado a nuestra ciudad en 1848,
contrajo enlace con Josefa Machain, con la que tuvo once hijos. Esteban fue el sexto.
Federico Zorraquín fue el primer presidente municipal de Concordia. En 1870
construyó su casa, donde hoy se encuentra el Hotel Colón, el primero de su categoría en
la ciudad. Fue también el primer importador de la Aduana de Concordia. En 1887
organizó y presidió la primera exposición feria de la Provincia. La crónica lo señala
como un pionero del citrus. Sarmiento le mandó las primeras semillas de eucaliptus,
plantas que hoy se conservan en las que fueron sus pro- piedades.
Su hijo Esteban fue presidente municipal en 1915 y durante su gestión culminó el
llamado «Caso Soler». La localidad que lleva su nombre está ubicada a siete kilómetros
al norte de Concordia. El censo, a la fecha de este trabajo, arrojaba una población de
2.500 personas.
88
INSTITUCIONES
Una de sus instituciones más importantes es la Cooperativa de Agua Potable,
fundada el 4 de septiembre de 1975, y uno de sus impulsores más destacados fue el
entonces gobernador de Entre Ríos, Enrique Tomás Cresto. El servicio fue inaugurado
el 20 de marzo de 1977.
La primera Comisión Vecinal Zorraquín-Magnasco fue reconocida por la
Municipalidad de Concordia el 14 de febrero de 1967, y sus miembros trabajaron para
ambas localidades durante varios años. Recién en 1970, el 30 de diciembre, la
Municipalidad reconoció a la Comisión Vecinal Villa Zorraquín como la representante
de esa zona exclusivamente. Su presidente era Pedro Conti.
La villa cuenta con varios establecimientos educacionales: la Escuela Provincial Nº 8
«Madame Curie», la Escuela Privada Nº 58 «Sagrada Familia», la Escuela de Nivel
Medio Nº 119 «Dr. Esteban Zorraquín», el Centro de Adultos Nº 8 «Marta Avalos», y la
Misión Monotécnica de Extensión Cultural Nº 61.
La Escuela Nº 8 fue creada el 17 de julio de 1919. Ana María Bonelli fue su primera
directora, iniciando las clases con 23 alumnos. Entre 1919 y 1938 estableció la copa de
leche y el taller de costura, y fue una de las primeras escuelas de la provincia en hacerlo.
La Biblioteca «Dr. Esteban Zorraquín» fue fundada en 1926, a la que Alcides
Zorraquín aportó una donación importante de libros. Un año después inició la ayuda a
los niños pobres con ropa y calzado, y masas en las fechas patria. Ese mismo año pasó a
ser biblioteca popular.
La Escuela Nº 8, que funcionaba en un local alquilado, inauguró el edificio propio el
9 de agosto de 1975. Fundamental papel en la concreción de esta obra tuvo la
cooperadora de la Escuela, destacándose el mismo en la placa descubierta en
oportunidad de la inauguración. Carlos Spinelli era su presidente en ese momento.
La Escuela Privada «Sagrada Familia» fue creada el 8 de marzo de 1972.
La Escuela de Nivel Medio Nº 119 data del 9 de marzo de 1992.
La Cooperadora del Centro de Adultos Nº 8 «Marta Avalos» inició sus actividades
en 1976.
La Misión Monotécnica de Extensión Cultural Nº 61 funciona en Villa Zorraquín
desde 1993 y cuenta con una comisión de amigos que apoya su desarrollo.
ENTIDADES DEPORTIVAS
El Club Atlético Villa Zorraquín nació con la villa pero los testimonios recién se
inician con el acta del 25 de mayo de 1960, con su primer presidente, Vicente Salustio,
y su vicepresidente, Juan José Gallo. El fútbol fue su principal actividad deportiva.
Recién en 1975 se obtiene un subsidio para la construcción de las canchas de basquet y
bochas y los vestuarios.
Otra entidad es el Club Social y Deportivo San Martín, fundado por Juan J. Gallo,
cuya principal actividad es el juego de bochas, incursionando en lo social y cultural.
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Villa Zorraquín cuenta además con una Escuela de Fútbol Infantil, fundada el 25 de
mayo de 1981.
Otras entidades son: el Club de Profesionales, el Autodromo Ciudad de Concordia, y
el Golf Club Concordia.
ACTIVIDADES ECONOMICAS
El 80 por ciento de la población trabaja en la citricultura, ya sea como recolector de
fruta, podador, cuidador de quintas o empacador. El establecimiento agrícola «El
Rincón», de Alcides Zorraquín, dio trabajo durante mucho tiempo a la mayoría de los
pobladores de la villa.
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Tres capítulos de
EL NORD-ESTE DE ENTRE RIOS
César B. Pérez Colman
Uno de los autores que más ha profundizado en los orígenes de nuestra ciudad ha
sido don Cesar Blas Perez Colman. En El Nord-Este de Entre Ríos - Fundación de Concordia
plasma con claridad la situación no sólo de la provincia en general sino también de
nuestra zona en particular, y ahonda en las circunstancias y pormenores de lo que
puede haber sido el documento fundacional y de la fecha en que se redactó.
Pero su búsqueda no logró el resultado apetecido. El documento se ha extraviado o
no ha existido. Y ante las dos versiones que han vuelto a surgir a la luz, la opinión de
Perez Colman nos parece imprescindible que sea conocida por los concordienses. Cabe
señalar que el autor sostiene una tercera versión.
El libro citado, autoría de Cesar Blas Perez Colman, fue editado en 1933.
Ignoramos si existe una edición posterior, aunque lo dudamos. Tampoco conocemos
cuantos han sido sus lectores. Pero de lo que estamos seguros es de que las nuevas
gene- raciones jamás lo han visto.
Ese es el motivo de esta reedición de —al menos— tres capítulos: los que tratan
exclusivamente la posible fecha de fundación de Concordia, cuyo texto hemos respetado
estrictamente, por lo que se podrán apreciar algunos errores que nos negamos a
corregir.
Estamos absolutamente convencidos de que acercando estos párrafos a los lectores
contribuimos a mantener vivas las tradiciones localistas.
CAPITULO XV
FUNDACION DE CONCORDIA – DENOMINACION SIMBOLICA DEL NUEVO PUEBLO – EL
ESPIRITU POPULAR – ANTECEDENTES HISTORICOS – LA ASAMBLEA
EXTRAORDINARIA – EL PADRE CASTILLO – LEYES DE 21 DE NOVIEMBRE DE 1831 Y
DE 6 DE FEBRERO DE 1832 – NUEVA ERA POLITICA
El noble propósito de alcanzar la definitiva conciliación del pueblo entrerriano, que el Coronel Espino
había procurado durante su breve período gubernativo, inspiró a la Asamblea Extraordinaria de 1831, una
resolución trascendental en nuestra historia, por las consecuencias que de ella deri- varon, y por que
sintetiza el ideal que en esos instantes primaba por sobre otros, en los espíritus de los hombres de
gobierno.
El 21 de Noviembre, la Asamblea aprobó un decreto disponiendo que, como acto demostrativo de las
aspi- raciones populares, se erigiera un pueblo bajo el nombre de La Concordia, en un lugar que
expresamente se de- terminaba, consultando las necesidades de una importante región de la Provincia.
Esta sanción perfila la característica nobilísima de la sociedad entrerriana de esa época, con
lineamientos tan singulares como extraordinarios. Acontecimientos posteriores nos demuestran, que la
elevada inspiración que llevó a los contendientes a hacer una pausa en el teatro mismo de la lucha
fratricida, para intentar el logro de la paz y armonía social, no constituye un accidente pasajero de nuestra
historia, sino un mandato imperativo de la idiosincrasia po- pular: 20 años más tarde un General
entrerriano, actuante ya en 1831, pro- clamaba igualmente entre las dianas exultantes de uno de sus más
grandes triunfos militares, que en nuestras luchas civiles, “no hay vencedores ni vencidos”.
91
El año 1831, que iniciara sus días con una revolución, y los promediara envuelto en las
complicaciones de la guerra entre hermanos, terminó felizmente con el alumbramiento de una generosa
tendencia política en nuestros elementos directivos, concretada en el designio original de fundar una
ciudad, que en su núcleo primordial contuviera como depósito sagrado de civismo, los más íntimos
anhelos de paz, confraternidad y progreso.
Un deber de justicia, nos obliga a detenernos en la consideración de este suceso y sus antecedentes, en
señal de reconocimiento hacia los hombres que la conciliaron y realizaron.
Años angustiosos fueron esos de 1830 y 1831 para los argentinos todos, y en especial para los
entrerrianos, que presas de las pasiones políticas, llegaron en sus desvaríos hasta convertirse en aliados de
sus adversarios tradicionales, para cooperar a la derrota de los principios institucionales que en- carnaban
las aspiraciones populares comunes.
Un heterogeneo complejo de fuerzas sociales, que el historiador debe clasificar y analizar, se venía
formando en el ambiente de la Provincia, desde 1810, y en particular durante los últimos diez años
transcurridos después de la muerte de Ramírez, hasta llegar a ad- quirir proporciones y dinamismos
incontrarrestables, que pesaban sobre el pueblo y sus hombres dirigentes.
Durante la última década predominaron en el ambiente político, impulsos violentos de anarquía,
atizados desde fuera por quienes sagazmente aprovechaban de la situación tumultuosa de Entre Ríos. Nos
referimos a los por- tugueses, siempre atentos a nuestra política interna, y a los unitarios, igualmente
perspicaces, que mañosamente intervenían con sus auxilios en hombres, elementos, y consejos, a fin de
prolongar y agravar la contienda.
Bajo la acción de estos influjos, exacerbados por virtud de su misma heterogeneidad, la Provincia fue
en 1830 y 1831 el estadio donde batallaron fu- riosamente, con todos sus elementos de combate, las dos
fuerzas antagónicas, originadas y mantenidas en el pueblo argentino, durante las controversias suscitadas
en la ardua tarea de la orga- nización nacional.
La influencia de las ideas unitarias, de raíces aristocráticas y metropolitanas, prestigiada por un núcleo
de intelectuales de valía, venía acentuándose sobre un grupo caracterizado de jefes entrerrianos, que
siendo contrarios en doc- trina a dicha fórmula política, llegaron sin embargo a creer sinceramente, que el
momentáneo triunfo de ese partido les proporcionaría la única posibilidad de rescatar el gobierno
provincial de manos del círculo santafesino, que lo había con- quistado con detrimento de la autonomía
local.
Desde el extremo opuesto, los federales polarizaban las actividades y simpatías tradicionales,
guardadas incólumes por el individualismo provinciano, como la más pura herencia recibida de los
caudillos de la primera hora.
Otro influjo concurrente, intervenía en el complejo ambiente político del escenario de la Provincia.
Era este el efecto aún persistente, a través del tiempo y de los hombres, de la antigua con- troversia
mantenida durante los úl- timos treinta años de la dominación española, entre Buenos Aires y Santa Fe,
por conquistar el exclusivo gobierno y contralor de nuestro territorio.
Bajo algunos respectos, las luchas civiles que se produjeron entre 1830 y 1831, pueden ser
consideradas como los postreros sacudimientos convulsivos de la contienda mencionada. Esa puja, que
durante la época de los Virreyes tuvo el definido objeto de adquirir la exclusividad del dominio
jurisdiccional, se había ido transformando, con el curso de los acontecimientos y las mutaciones impresas
en la fisonomía del país, hasta asumir, después de la revolución y de los conflictos que esta suscitó, el
más simple propósito de ejercer una influencia predominante sobre las autoridades locales, con fines de
política general.
En sus últimos períodos, la lucha había adquirido caracteres y aun procedimientos aparentemente
extraños a los propósitos que hemos definido. Sin embargo, ahondando la investigación, se percibe que en
su fibra más íntima, la trama de la acción política que las Provincias limítrofes desarrollaban, respondía a
aquella finalidad primordial, como lógica consecuencia de que la adhesión de Entre Ríos significaba un
aporte de gran valía para los con- tendientes tradicionales.
92
Es pues menester, no dejar de lado esos antecedentes de nuestra historia local, para comprender en su
integridad, las causas originarias de ciertos su- cesos, la actitud de los gobiernos de las provincias
aludidas, y la conducta de los hombres dirigentes de la política entrerriana.
Aun cuando durante el período español, la lucha entre Buenos Aires y Santa Fe, no salió del ambiente
reservado de los gabinetes gubernativos, ni asumió otras formas que las de un litigio jurídico, el eco de
los debates, y la intervención de los funcionarios que representaban los intereses de ambas partes, puso a
nuestro pueblo en con- tacto con la cuestión, no obstante ca- recer de voz y voto en ella.
Por tanto, si bien los entrerrianos fueron considerados como terceros, sin atributos jurídicos propios,
este pleito sobre el mejor derecho al gobierno y jurisdicción del territorio, tuvo la virtud de avivar en
ellos, el ya naciente sen- timiento de su personalidad, que de inmediato se robusteció como con-
secuencia necesaria de la falta de solidaridad y vinculación con los centros que se disputaban el dominio,
sobre esta especie de “res nullius” o “factoria”, situada en la parte meridional de la mesopotamia.
Los rudimentarios Cabildos de las tres pequeñas Villas fundadas en 1783, y las Parroquias de los
cinco pueblos existentes a saber, Paraná, Nogoyá, Gualeguay, Gualeguaychú, y C. del Uru- guay, con sus
dobles jurisdicciones eclesiásticas y administrativas, fueron los primeros centros de gobierno propio, que
con sus actividades contri- buyeron intensa y eficazmente al incremento de la formación de la
personalidad política de nuestro pueblo.
La acción de esos núcleos gubernativos, aunque reducida, encontró sin embargo ambiente propicio
para su expansión trascendental, en el pueblo de Entre Ríos, heredero inconfundible por sus rasgos
psicológicos y tendencias autonómicas, del particularismo característico de los ascendientes, cha- rrúas y
españoles.
Como lo tenemos dicho, esta peculiaridad bien definida de las razas madres, se había desarrollado y
aún per- feccionado ampliamente en el espíritu de nuestro paisano, merced al ambiente li- bérrimo en que
vivió acreciendo sus atributos varoniles, y eximiéndose de toda coyunda jurídica, fuera de las ori- ginadas
en la primitiva sociedad en que corrían sus días.
El litigio entre Santa Fe y Buenos Aires, y la acción localistas de las Parroquias y Cabildos, excitó el
sentimiento autonómico de los habitantes, y afianzó en ellos el anhelo de seguir viviendo como hasta
entonces, libres de toda su- jeción extraña, y desconfiando de cuanta influencia exterior pretendiera intro-
ducirse en el patrimonio hogareño.
La acción combinada de esos elementos, contribuyó en buena dosis, a la formación de la ideología del
pueblo, preparándolo para que en su hora, supiera defender la soberanía local, y reclamar virilmente el
reconocimiento de los postulados sobre que descansaba su propia organización social, así como el
derecho a cooperar en un plano de igualdad, con las demás Provincias her- manas, en la solución de los
problemas relacionados con la definitiva orga- nización política del país.
Esta situación, o mejor dicho, este estado de conciencia colectiva, nos da la explicación de por qué
con el primer anuncio de la revolución de Mayo, los pueblos entrerrianos y sus respectivas campañas se
adhirieron unánimemente al movimiento emancipador, y luego resistieron las imposiciones de los go-
biernos de Buenos Aires, que pretendían desconocer su capacidad y eliminarlos de toda actividad
gubernativa. En rea- lidad, los mismos imperativos que im- pulsaron a los pueblos en su actitud de
adhesión a la causa de la independencia, los determinaban a rebelarse, siquiera provisionalmente, contra
las sumisiones que se decretaban desde el centro del gobierno metropolitano.
Francisco Ramírez en la hora de su actuación en nuestra política interna, afirmó con actitudes
imperecederas y rubricó con su sangre, la personalidad y capacidad como ente político “sui juris”, de
nuestra Provincia. A su muerte, los gobernantes que le sucedieron, debieron forzosamente proseguir por
el rumbo abierto, pues la entidad en formación y casi en estado primitivo o natural de 1810, con el
transcurso de los años, y mediante la acción desplegada en los sucesos ocurridos, había adquirido el
desarrollo y raigambre suficientes, para subsistir y hacerse reconocer y respetar en toda su amplitud de
Estado soberano, dentro de concierto de las Provincias compo- nentes de la Nación.
Esta actitud no fue comprendida en su alto significado por los elementos directivos de la Capital que
la clasificaron como más tarde también algunos escritores, de manifestación anárquica, producto de la
barbarie provinciana.
93
No podía imaginarse entonces, que las campañas se levantaran contra las ciudades y que los
campesinos rehu- saran obediencia a los generales de la Capital, atribuyéndose a ignorancia, lo que era un
exponente de virtudes, y ma- nifestación del arraigo de altos con- ceptos de civismo, que ubica a las ideas
y principios por arriba de los hombres.
Se creía y se cree aún, por quienes no conocen el alma entrerriana, y la juzgan sin apreciar sus
austeridades, que la actitud de entonces, obedecía a ins- piraciones de sus caudillos, despóticos, brutales e
ignorantes.
Nada más erróneo, sin embargo. Los jefes y caudillos, tuvieron prestigio y mando, en tanto
encuadraron su con- ducta dentro de las ideas predominantes y pusieron incondicionalmente al ser- vicio
de estas, sus dotes militares y políticas.
La historia de la Provincia demuestra que sus Jefes mantuvieron su su- premacía, en tanto cuando
sirvieron con abnegación los grandes principios populares, y no simplemente por sus calidades
individuales.
El desconocimiento de esta psicología ocasionó numerosas y enconadas luchas, que más de una vez
pusieron a dura prueba la estabilidad de la unión nacional.
Es que en verdad, no se tenía en cuenta que el pueblo entrerriano se venía formando fuera de toda
sujeción de orden personal. No se sabía que la auto- ridad era acatada cuando el funcionario que la ejercía
demostraba una completa adhesión a las aspiraciones generales.
Se ignoraba, que hasta el momento de la revolución, no habían existido jefes, ni supremacías
individuales, ni clases aristocráticas, ni patriciados, ni privi- legios, ni jerarquías sociales.
Esta verdadera fraternidad, arraigada en el espíritu ciudadano, hizo que sus jefes más caracterizados
fueran simplemente Capitanes de milicias, que tan luego como terminaban las necesidades de la guerra,
dejaban el servicio militar, trocando sus armas por las herramientas del trabajo que les proporcionaba el
sustento.
Ninguno de nuestros jefes ostentó el título de General sino mucho tiempo después de la revolución.
Hasta 1820, Artigas daba a Ramírez el título de Comandante General de Entre Ríos, y al mismo Artigas
se designaba con el de Protector de los Pueblos Libres y Jefe de los Orientales. A ambos, como a mu-
chos otros, el generalato se les dispensó por analogía con lo que se hacía en otras partes. Lo mismo
podemos decir con respecto a Mansilla, Sola, Barrenechea, Lopez Jordán y demás jefes superiores.
Un último argumento compro- batorio. El disenso inicial de Entre Ríos con Buenos Aires se produjo a
raíz del armisticio de Octubre de 1811. Y bien, en esas circunstancias la Provincia care- cía de un Jefe o
caudillo supremo que la gobernara. Las divisiones adminis- trativas de la época colonial subsistían, y cada
pueblo tenía su Capitán de Milicias que desempeñaba la función militar, con autonomía de las demás
similares. En 1811, era Jefe de las Milicias de C. del Uruguay, un Oficial subalterno, y los Capitanes
Samaniego de Guale- guaychú, Correa de Gualeguay y Zapata de Paraná y Nogoyá, ejercían las Co-
mandancias de dichas poblaciones.
Sin embargo, la unidad moral, una conciencia común, existían en nuestro pueblo, y por ello la
unanimidad de la rebelión, a pesar de la diversidad de jefes y de las autonomías locales.
Esa idiosincracia democrática, así como la austeridad de las costumbres predominantes, se
conservaron feliz- mente, durante muchos años, y en ellas inspiraron su conducta los hombres a quienes
el destino otorgó la honra de dirigir y gobernar la Provincia.
Vencidas las dos revoluciones de 1830 y 1831, encabezadas por Lopez Jordán, y despejado que fue el
ambiente local de los últimos vestigios dejados por la fugaz racha unitaria, los hombres directivos y en
primer término el Coronel Espino, que había asumido el Gobierno, trataron de eliminar todo motivo de
di- senso entre los viejos compañeros, a quienes causas de naturaleza transitoria habían arrastrado a
situaciones opues- tas.
A estos propósitos respondió la reunión de la Asamblea Extraordinaria, con funciones excepcionales
de Alta Corte de Justicia. Este Cuerpo, después de resolver el pleito gubernativo, que constituía el único
asunto que debía considerar, y no obstante que la ley que dispuso su convocatoria prohibía expresamente
ocuparse de otro género de asuntos, resolvió a instancias del afán de armonía y pacificación reinantes en
94
el pueblo, expresar un voto que por sus finalidades y consecuencias, estaba des- tinado a asumir más
importancia, y a te- ner efectos más perdurables, que el fallo que pronunciara sobre el pleito político
sometido a su decisión.
La actitud de la Asamblea Extraordinaria explica y define la situación espiritual de la colectividad, en
aquellos momentos difíciles, en que aún no se había solucionado el estado de anormalidad institucional en
que se encontraba la Provincia.
La derrota definitiva de los revolucionarios, no implicaba sino el primero de los objetivos que era
necesario al- canzar. Los vencidos constituían una gran porción y de indudable calidad, del pueblo
entrerriano. Entre ellos estaban en gran número los más genuinos sos- tenedores del credo federalista,
aquellos que jamás defeccionaron en las cruentas luchas del pasado, cuando se combatía por el
reconocimiento de la personalidad de Entre Ríos como Estado argentino. No era posible que estos
antecedentes se olvidaran, y que la familia entrerriana, se dividiera definitivamente cuando de una y otra
parte pugnaban los sen- timientos de unión y confraternidad.
Por lo demás, el horizonte político no se había despejado. Se ignoraban aún las pretensiones del
General López, que con su alianza con el Gobernador de Buenos Aires, su triunfo sobre el General José
María Paz y su amistad con Co- rrientes, aparecía con los atributos de jefe de mayor valimiento político
en el litoral. La incertidumbre del momento, la defensa de la autonomía y de la inte- gridad del
patrimonio, así como la ne- cesidad de tomar un puesto en el con- cierto de orden institucional pactado
entre las provincias litorales mediante el Tratado del 4 de Enero de 1831, acon- sejaban iniciar una
campaña de olvido al pasado inmediato, que trajera la pa- cificación efectiva y la unión del pueblo, que
restableciera la importancia política que siempre asumió Entre Ríos, que era indispensable conservar
incólume bajo pena de perder cuanto se había logrado al cabo de veinte años de luchas y tra- bajos de
todo orden.
La Asamblea clausuró sus actividades el día 23 de Noviembre de 1831, pero dos días antes, el 21 de
Noviembre, san- cionó el voto que debía hacer célebre a sus autores, disponiendo que como
manifestación de los anhelos públicos y en recordación de la política de armonía que se dejaba iniciada y
en marcha, debía erigirse por las autoridades guber- nativas, un nuevo pueblo en el territorio de la
Provincia.
El núcleo urbano que se propiciaba, debía llevar el nombre simbólico de “La Concordia”, porque su
creación interpretaba el unánime sentimiento de la población, de que entre los argentinos, y
particularmente entre los entrerrianos, se hiciera la unión fraterna, asentada en forma indestructible,
mediante una polí- tica generosa, exenta del virus exclu- sivista que había sido la causa originaria de las
calamidades sufridas, y organizada en términos definitivos con una Ley fundamental que constituyera la
unión nacional.
Infortunadamente las actas de la Asamblea Extraordinaria no se han encontrado en los archivos
gubernativos, no obstante la afanosa búsqueda rea- lizada por el autor de esta obra. Debido a ello, es que
no nos sea posible recons- truir el acontecimiento que nos ocupa, sino a base de documentación frag-
mentaria.
El proyecto sobre fundación fue presentado a la consideración de la Asamblea el 21 de Noviembre, y
considerado sobre tablas, se aprobó por unanimidad de votos.
Acto seguido, el Presidente de la Asamblea, hizo la pertinente comu- nicación a la H. Legislatura de la
Pro- vincia, y este cuerpo dio entrada al oficio en la sesión celebrada el 23 de Noviembre.
La comunicación al Congreso, expresa que la Asamblea Extraordinaria, antes de terminar sus
funciones, había acordado perpetuar la memoria de su instalación, por medio de la fundación de una Villa
“que se denominara “La Concordia”, pues que este había sido el principal objeto de sus trabajos, para
tenerla con las Provincias hermanas, y con ellas reunidos, los habitantes de Entre Ríos, caminen a la
prosperidad y engrandecimiento del País”.
Como la Asamblea tenía mandatos limitados, que debía respetar, estimó que la realización de su
proyecto debía ser encomendado a la H. Legislatura, por ser función de su incumbencia. Por último,
agrega textualmente: “Y siendo el Salto el lugar más propio y aun ya decretado en otro tiempo por el
Gobierno de la Provincia, en el sitio de un pueblo antiguo llamado San Antonio, o en otro inmediato, que
ofrezca mayores ventajas al comercio y habitantes, espera igual- mente que V. H. así lo ordene”.
95
arreglo a él, S.E. disponga en cuanto a la fundación de la Villa de la Concordia, lo que juzgue
conveniente”.
“Con tal motivo, el que firma saluda a S.E. el P.E. con las consideraciones que se merece. – Diego de
Miranda, Presidente – Ramón Pereyra, Secretario”.
Con la nueva sanción legislativa, y su comunicación al gobernante que se había hecho cargo de la
Provincia en sustitución del Coronel Espino, ter- minaron los procedimientos legales de carácter
preliminar, para la erección de la nueva Villa.
Quedaba sin embargo, por hacerse la etapa final de la obra, o sea el acto material de la fundación, con
carácter oficial y público, mediante las formalidades previstas por la ley para su mayor solemnidad.
A la realización de este trabajo, se oponía en esos momentos la situación anormal porque atravezaba
la Provincia, pues el interinato gubernativo que desempeñaba el señor Ortiz, debía terminar en breve, con
la designación de un mandatario titular, que respondiera a las necesidades políticas del país, y desde
luego, que fuera de la confianza de los gobernantes de Santa Fe y Buenos Aires. Este extremo era a su vez
consecuencia lógica de las dificultades que se ofrecían para la organización nacional, problema no
resuelto aún, agravado con la actitud de los enemigos del Pacto Federal del 4 de Enero, que continuaban
en sus actividades, mal grado la pérdida que para el unitarismo implicó la prisión del General José María
Paz, acaecida el 10 de Mayo de 1831.
Por fin, la Legislatura eligió el 22 de Febrero para el cargo de Gobernador al Coronel Pascual
Echagüe, Jefe en esos momentos de las fuerzas auxiliares enviadas por Estanislao Lopez para consumar la
revo- lución contra Espino. Echagüe se había destacado en el puesto de Comandante de la vanguardia de
las tropas que se lanzaron en persecución del gobernante dimitente, en Diciembre del año anterior,
logrando mediante sus actividades que Espino después de atravesar el centro de la Provincia, seguido de
un reducido número de parciales, se refugiara en la Repú- blica Oriental.
Al nuevo gobernante de Entre Ríos, correspondió darle cumplimiento a la ley ereccional de la Villa de
Concordia.
CAPITULO XVI
ANTECEDENTES SOBRE LA FUNDACION DE CONCORDIA – INICIATIVAS DE 1824 –
PROYECTO DE LOS CORONELES CARRIEGO Y ESPINO – PROBABLE DECISION DEL
GOBERNADOR SOLA – CAUSAS QUE OBSTARON A SU EJECUCION – LOS FUNDADORES
DE CONCORDIA
reflexiones, y del conocimiento completo de los elementos que debían ser puestos en juego, es fuera de
dudas que se llegó entonces, a la conclusión de que era indispensable la erección de un pueblo que
reuniera las condiciones antedichas.
Como lo hemos expuesto precedentemente, en la segunda mitad del año 1824, ejercía el comando
militar de Mandisoví, el Coronel Pedro Espino, más tarde Gobernador de la Provincia.
Contemporáneamente actuaban el Cura Párroco, P. Mariano José del Castillo, sustituto de Fray Acevedo,
el Comandante del Departamento Principal, coronel Evaristo Carriego, y el Gobernador Don Juan León
Sola, elegido para reemplazar al General Mansilla el 11 de Febrero de dicho año.
La documentación existente en el Archivo General permite establecer que fue en ese año de 1824, que
surgió por vez primera la idea de fundar un pueblo en el lugar denominado El Salto, que sustituyera a
Mandisoví en sus funciones de Capital del Departamento Subalterno del mismo nombre.
Esa misma documentación comprueba que el autor del primer proyecto fue el Coronel Carriego, así
como que este jefe ha debido concebirlo como conse- cuencia de sus observaciones personales, y a
influencia de la opinión de los vecinos y funcionarios de Mandisoví.
Probablemente, al hacerse cargo de la Comandancia militar, y con motivo de los sucesos acaecidos en
Mandisoví a consecuencia de la actuación de los hermanos Acevedo, el Coronel Carriego recibió
informes de algunos vecinos y personas autorizadas, entre las cuales el P. Castillo, con respecto a las
precarias condiciones del pueblo, derivadas de su mala ubicación.
El escaso desarrollo adquirido por la Villa, la falta de industrias locales, y la carencia de elementos
propios para el progreso general, debieron convencer al vecindario, de que cualquier obra y sacrificios
tendientes a proporcionar fuentes de vida a la población, serían inútiles. En tal situación, lo único factible
de llevar a cabo, era la traslación del pueblo, empresa de fácil logro, dado que los intereses arraigados
eran ínfimos, a consecuencia de lo reducido de la población existente.
Influenciado por este orden de circunstancias, es indudable que el Coronel Carriego se determinó a
iniciar las gestiones pertinentes ante el Gobierno de la Provincia y a tal efecto, en Junio de 1824, escribió
al Gobernador Sola desde Concepción del Uruguay, con el exclusivo propósito de presentarle a su con-
sideración el proyecto de fundar un pueblo en reemplazo de Mandisoví. En su carta, el Coronel Carriego
expone los fundamentos de su proyecto, y determina que la Villa a erigirse, debía ocupar un lugar cercano
a la barra del Yuquerí con el Uruguay.
Es este el primer documento escrito, que hemos podido encontrar, en que se hace referencia concreta
sobre la fundación de Concordia. Pero, aparte de su importancia histórica por tal concepto, es así mismo
interesante por las razones que se invocan en favor del proyecto.
La carta dice así:
A mí me ha parecido ser esto muy conveniente, ya que los vecinos lo desean, según me ha informado
el Alcalde de aquel Departamento. Si a Vd. le parece convenir, yo mismo iría a hacer la junta del
vecindario y a detallar la traza del pueblo, con un sujeto inteligente.
No se ría Vd. de esto creyendo que son proyectos aereos, por que él está apoyado en mejoras físicas,
como son el comercio de maderas muy buenas, como lapachos y otros, para los fuertes, las Astas que se
están perdiendo igualmente de valde, y la inmediación del pueblo del Salto agitará más la industria,
haciendo que en breves días se aumente la población con el estímulo de las mejoras.
Espero su resolución, para poner manos a la obra.
Deseo a Vd. la mayor salud, y que mande a su apasionado amigo Q.B.S.M. – Evaristo Carriego”
En la misma fecha, Carriego se dirigió al Gobernador Sola haciéndole saber que había recibido la
comunicación del nombramiento del Teniente Coronel Pedro Espino para el cargo de Comandante del
Dep. de Mandisoví.
Pocos días después de estas comunicaciones, en 18 de Junio, el Coronel Carriego se puso en marcha
hacia Mandisoví con el objeto de estudiar de cerca el ambiente de la población, dividida a consecuencia
de los disturbios producidos por las anteriores autoridades.
El Coronel Carriego llegó a su destino el 22 del mismo mes, y tomó de inmediato las medidas
conducentes a remediar la situación. Poco después, en fecha 3 de Julio, estando ya en el Uruguay, escribía
al Gobernador manifestándole que el Coronel Espino gozaba de buen concepto en la población, y que por
fin se había terminado el tropel de chismes y picardías en que estaba sumergido “aquel desgraciado
pueblo de morondanga”.
Antes de salir en viaje de regreso, a la sede de la Comandancia, Carriego escribió desde Mandisoví al
Gobernador Sola, una nueva e interesante carta insistiendo en sus gestiones para la traslación del pueblo a
otro lugar mejor situado.
La carta en cuestión está concebida en los términos siguientes:
Breve pero plena de datos valiosísimos esta carta que com- plementa la de fecha 1º de Junio antes
transcripta. De sus términos se deducen interesantes conclusiones que deben ser tenidas en cuenta para la
fiel reconstrucción del suceso que nos ocupa.
Resulta de ella:
99
1º - Que la visita de Carriego a Mandisoví sirvió para que ra- tificara su proyecto de fundación de un
nuevo pueblo en las proximidades de la desembocadura del Yuquerí en el Uruguay.
2º - Que el vecindario estaba conforme con el traslado a una nueva ubicación, que presentara mayores
ventajas para el porvenir.
3º - Que el Gobernador Sola estaba de acuerdo con el proyecto esbozado por Carriego el 1º de Junio.
4º - Que el nuevo Comandante militar de Mandisoví y su De- partamento, Teniente Coronel Pedro
Espino, era la persona más empeñada en la fundación que se proyectaba.
5º - Que aún no se había elegido el nombre ni trazado el plan de la nueva población.
Estos antecedentes sumi- nistrados por la carta del Coronel Carriego, aparecen ratificados en otra
dirigida al Gobernador Sola por el Coronel Espino, y escrita también desde Mandisoví en la misma fecha
que la de Carriego, vale decir, el 24 de Junio de 1824. La carta dice así:
habiendo este último declinado el cargo, se nombró en reemplazo al Coronel Carriego, que a su vez fue
sustituído en la Comandancia del Uruguay, por el General Ricardo Lopez Jordan.
El retiro del Coronel Carriego alejó de la Provincia al autor y más fervoroso propulsor de la fundación
del nuevo pueblo. A esta contingencia, debe agre- garse que en esos momentos, las autoridades se vieron
comprometidas por las agitaciones políticas, que se tornaron sumamente graves en el litoral uru- guayo.
La ocupación brasileña de la Banda Oriental, originaba un estado permanente de convulsiones y complots
subversivos, que generalmente se incu- baban y organizaban en la ribera entrerriana, al amparo de la
complacencia de las autoridades. Por su parte, la Corte de Río de Janeiro y los Jefes del Ejército de
ocupación, mantenían una estrecha vigilancia y presentaban continuos reclamos, que necesariamente
debían ser objeto de preocupación por parte del gobierno de la Provincia.
Este problema y los de orden interno, reclamaron toda la atención política y militar del Gobernador
Sola, y ello explica que se prorrogara para mejores tiempos, la fundación de la Villa.
El año 1825 trajo un mayor lote de complicaciones, derivadas sobre todo de la guerra que se produjo
con el Brasil. En estas difíciles circunstancias terminó el período administrativo del Gobernador Sola,
sucediéndole otros hombres a quienes no se presentó la ocasión de avocarse al problema de Mandisoví,
hasta que se llega a mediados de 1831, en que promovido al Gobierno el Coronel Espino, se reune la
Asamblea Extraordinaria, en cuyo seno fue lanzada la iniciativa que debía dar el resultado apetecido.
El Decreto de Noviembre de 1831 debió ser obra muy principal de Espino. No es posible reputar
como una mera coincidencia, la circunstancia de que estuviera a cargo del gobierno, el mismo funcionario
que en 1824 había trabajado activamente por el traslado de Mandisoví, al puerto de El Salto. En rigurosa
lógica, es forzoso atribuir al Coronel Espino parte de la paternidad del proyecto, ya que ninguno era más
indicado que él en esos momentos, para llevar a cabo la empresa que venía siendo objeto de la
preocupación constante de los hombres de la costa del Uruguay, desde los primeros tiempos de la
organización constitucional de la Provincia, como única solución a los problemas vinculados con el
progreso de la región Nord Este del territorio.
CAPITULO XXII
A esta altura en que nos encontramos, en esta revisión de los acontecimientos relativos a la fun-
dación de la Villa de Concordia, es oportuno considerar una interesante cuestión, que fluye como
consecuencia conexa a esta clase de rememoraciones históricas.
¿Quién es, o quiénes son los fundadores de Concordia?
Al entrar a compulsar los documentos que deben servir para la dilucidación de este interesante
antecedente, tenemos forzosamente que echar mano de las leyes de fundación, ya que sus disposiciones
contienen una especial y por ello muy importante referencia sobre el punto que nos interesa.
Los Decretos-Leyes dictados por la Legislatura en 29 de Noviembre de 1831 y 6 de Febrero de 1832,
establecen en su artículo 3, en fine, que a las plazas y calles de la Villa deberá ponérseles “el nombre de
sus fundadores, o sus apellidos”.
Y bien, es el caso preguntarnos: ¿quiénes son los fundadores expresamente aludidos por las leyes
antes citadas?
¿Deben ser considerados como tales, los miem- bros de la Asamblea General, que sancionaron el voto
del 21 de Noviembre, originario de las leyes que man- daban efectuar la fundación?
101
Por tanto, en primer término, deben ser considerados como fundadores de Concordia, el Coronel
Evaristo Carriego, el Coronel Pedro Espino, el P. Mariano J. del Castillo, y el Gobernador don Juan León
Sola.
Así mismo deben ser considerados en justicia como fundadores, por la participación que tuvieron en la
sanción de las leyes de 1831 y 1832, los Representantes que componían la Asamblea Extraordinaria y los
Diputados a la Legislatura.
Igualmente, debemos por análogo orden de razones considerar como fundadores de Concordia, a
quienes llevaron a cabo el cumplimiento de las leyes de fundación a saber: el Gobernador Dr. Pascual
Echagüe y los entonces Coroneles Justo J. de Urquiza y Antonio Navarro.
Es lógico que las leyes de 1831 y 1832 no se hayan podido referir a estos últimos, en la cláusula
rememoratoria contenida en el artículo 3º, pero la posteridad no puede omitir la inclusión de los
funcionarios que intervinieron con patriotismo e inteligencia, en la ejecución de la trascendente obra,
destinada a satisfacer los anhelos de progreso material y de conciliación política, predominantes en el
pueblo de Entre Ríos.
103
CRONOLOGÍA
En la edición del 15 de febrero de 1970, La Calle publicó una cronología de hechos
relacionados con la historia de Concordia que se habían ido registrando en sus páginas
hasta ese momento. La idea era relacionar al lector con el acontecer paralelo en el país y
en el resto del mundo.
Aquí repetimos aquel trabajo y lo enriquecemos con lo nuevo que damos a conocer
en este libro. En él se transcriben hechos históricos, algunos, o meramente ilustrativos,
otros. Juntos conforman parte de una síntesis que ayudará, también, al que alguna vez
quiera escribir la historia de nuestra ciudad. Pero, sobre todo, se mantiene la intención
que animó el primer trabajo, que no era otra que brindar una visión global del desarrollo
de Concordia y los acontecimientos que fueron hitos en la historia de la humanidad.
Beneficencia
1880 Termina construcción del Saladero Buenos Aires, capital de la
Grande República
Asesinato de Aquileo Gonzáles
Hospital de Caridad en Pellegrini y
Carriego
1882 Piedra fundamental del Hospital Heras Fundación de la ciudad de La Se inicia la
Creación del Casino Comercial Plata construcción del canal
de Panamá
1884 Primera fábrica de lenguas conservadas Namuncurá se somete Pluma estilográfica
1885 Se instala primer teléfono en el Casino Vacuna antirrábica
Comercial
1887 Epidemia de viruela
Instalación del Registro Civil
Población: 9.500 habitantes
1888 Muere Juan Jáuregui Muere Sarmiento Película fotográfica
Fundación de la “Roma Intangible”
Se termina el palacio “San Carlos”
1889 Concordia obtiene dos medallas de oro Se inaugura puerto de Buenos
por la calidad de sus vinos en la Aires
Exposición de París Apertura de la Avda. de Mayo
1891 Se funda la Sociedad Educacionista Se funda el Banco de la Nación
Popular
1892 Primera capilla en la Tablada Oeste
1894 Sociedad Oriental de Socorros Mutuos
1895 Primer fonógrafo en el Casino Muere Ignacio Pirovano Cinematógrafo
Comercial Telegrafía sin hilos
Población: 12.684 habitantes Rayos X
1898 Colegio San José de las Hnas. Esposos Curie
Adoratrices descubren el radio
Tiro Federal de Concordia
Sociedad Rural de Concordia
1900 Se inaugura el Cementerio Nuevo Primer convenio colectivo de Dirigible
Se incendia antigua Municipalidad trabajo Nace Antoine de
Alumbrado eléctrico Saint-Exupery
1901 Aparece El Litoral Servicio militar obligatorio Soldadura autógena
1902 Fundación Escuela Mitre Radiofonía
Enlace ferroviario con Villaguay
1903 Creación del Banco Popular Muere Fray Mocho Primer vuelo de los
Creación de la Escuela de Comercio Muere Vicente Fidel López hermanos Wright
1904 Club Atlético Libertad Palacios, primer diputado Nace Salvador Dalí
Se inaugura el puerto socialista Nace Pablo Neruda
Se erige el Cristo Redentor
1905 Centro Español Reprimida revolución de Nace el Rotary Club
Sociedad Rural inaugura edificio propio Yrigoyen
1906 Revoque exterior en los edificios Muere Bme. Mitre Erupción del Vesubio
Demolición de la columna central de la Muere Carlos Pellegrini Terremoto de San
plaza Inauguración Palacio del Francisco
Fundación del Club Regatas Congreso Lavarropas eléctrico
Creación escuelas nacionales 53, 54, 55
y 57
1908 Unión por ferrocarril con Buenos Aires Inauguración Teatro Colón Ford presenta el
Creación escuelas Vélez Sarsfield y modelo T
Almafuerte Fundación de boy
scouts
1910 Inauguración estatua de San Martín Llega a Buenos Aires la Infanta
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