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Dos casos de falsificaciones históricas en Hispanoamérica: El affaire Colombres

Mármol y la falsificación de misivas relacionadas con el viaje del presidente


peruano Mariano Ignacio Prado en plena guerra con Chile.

Jorge G. Paredes M.
Lima-Perú
jgparedesm@yahoo.com

Introducción

1. Falsificación de cartas entre los Generales San Martín y Bolívar referentes


a la entrevista de Guayaquil

2. Falsificación de cartas de personajes peruanos de la guerra del guano y del


salitre.

3. Bibliografía

Introducción

El estudio de los casos de falsificación de documentos constituye, dentro de la


ciencia histórica, una temática que tiene la importancia de poder esclarecer hechos que
han sido alterados e incluso mitificados como consecuencia de la falsificación de uno o
más manuscritos referentes a algún acontecimiento histórico.
El prestigioso estudioso francés Roger Chartier, en un artículo que publicara en
1993, en Le Monde, titulado “Las verdades de las falsificaciones”, y que ha sido
incluido en su importantísima obra “El juego de las reglas: lecturas”, después de
señalar que actualmente muchos historiadores parecen fascinados por falsificaciones y
falsificadores, pasa a escudriñar, con las perspicacia que lo caracteriza, las razones de
este singular interés. Al respecto, escribe: “¿Cómo entender este interés que se suma a
la atención dedicada a las falsificaciones artísticas y los fraudes científicos? Una
primera razón deriva de las dudas que asaltaron a la historia después del
cuestionamiento radical de su capacidad para decir lo verdadero. Frente a los desafíos
posmodernos que consideran a la historia como una fiction making operation (la
expresión es de Hayden White) totalmente incapaz de hacer conocer realidades
exteriores y anteriores al discurso, estudiar las falsificaciones es una manera, tal vez
paradójica o irónica, de reafirmar que la historia es un saber verificable y controlable.
Hacer su historia es, efectivamente, mostrar que la crítica histórica puede reconocer
las supercherías y designar a los falsarios”. (Chartier, 2000, p 84).
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Discrepando con Anthony Grafton, autor del libro “Faussaires et critiques.
Créative et duplicité chez les érudits occidentaux” (cuyo comentario crítico realiza
Chartier a raíz de su traducción al francés), Chartier considera que es discutible el
señalar que “los móviles y los medios de la falsificación permanecen idénticos a lo
largo de la historia” que es lo que sostiene Grafton.
En el presente trabajo nos referimos a dos casos de falsificaciones de
documentos en Hispanoamérica. El primero tiene que ver con documentos referentes a
la entrevista de Guayaquil entre los libertadores Bolívar y San Martín. El segundo, con
documentos relacionados con personajes peruanos del siglo XIX que jugaron un papel
muy destacado durante la Guerra del Pacífico entre Perú, Chile y Bolivia (1879-1883).
Lo común de ambos casos es el deseo de los falsarios de pretender justificar a
dos personajes históricos: San Martín, para el primer caso, y Mariano Ignacio Prado
para el segundo.
En el primer caso, mucho más conocido, el conjunto de misivas apócrifas dadas
a conocer por Eduardo Lástenes Colombres Mármol (padre) se unió al controvertido
documento conocido como Carta de Lafond, el cual hemos analizado en otro trabajo y
al cual remitimos.
Consideramos que en estos dos casos es fácilmente perceptible el interés
justificativo de comportamientos reales y, lo que es peor, también supuestos, de los
personajes que hemos señalado. En el primero se mezcla mucho el culto al héroe y el
chovinismo. En el segundo, reacciones encontradas no solo referentes al personaje en
cuestión, es decir Mariano Ignacio Prado, sino imbricadas con lo que él llegó a
representar como símbolo de una familia oligárquica peruana de los siglos XIX y XX
En estos, como en otros casos de falsificación de documentos o testimonios
arqueológicos o paleontológicos la verdad, tarde o temprano, termina por prevalecer.
Como dice Chartier: “Pero en cada oportunidad, asimismo, los engaños son
desenmascarados, los falsificadores desbaratados. La constatación bien puede consolar
a los historiadores y, tal vez, tranquilizar a sus lectores”. (Chartier, 2000, p. 87)

1. Falsificación de cartas entre San Martín y Bolívar referentes a la entrevista de


Guayaquil

En nuestro trabajo “La controvertida misiva de San Martín a Bolívar de 29 de


agosto de 1822” hemos analizamos la problemática historiográfica en torno a dicha
misiva, también conocida como Carta de Lafond. Aparte de dicha controvertida misiva,
no se conocía ninguna otra en la cual los libertadores de América se hubiesen referido a
lo tratado en Guayaquil, en julio de 1822. Esto era así hasta 1940, año en el cual
apareció el libro de Eduardo Lástenes Colombres Mármol (padre), titulado "San Martín
y Bolívar en la entrevista de Guayaquil, a la luz de nuevos documentos definitivos".
Entre estos "nuevos documentos" figuraban nada menos que misivas cursadas entre los
libertadores, en las que se referían a dos aspectos de gran trascendencia. Uno de ellos
era el referente al problema político generado en torno al destino de Guayaquil, que
habiendo proclamado su independencia el 9 de octubre de 1820 había dejado pendiente
su incorporación a Perú o a Colombia e incluso la posibilidad de constituirse en un
estado independiente, pero que Bolívar zanjó, manu militari, el 13 de julio de 1822, al
decidir la incorporación del territorio de Guayaquil a Colombia. Y el otro tópico era el
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concerniente a lo que ellos trataron en sus conferencias realizadas en la ciudad de
Guayaquil, los días 26 y 27 de julio de 1822, entre otros temas, el referido a la
finalización de la guerra de la independencia en el Perú. Como analizaremos más
adelante, de la documentación supuestamente hallada, analizada y utilizada para la
elaboración del libro mencionado emergía, con perfecta claridad, que San Martín se
había retirado del Perú como consecuencia de su desencuentro con Bolívar en
Guayaquil y en un gesto de ejemplar altruismo al dejarle campo libre para que
terminase, en territorio peruano, con la independencia de Hispanoamérica.
Entre esas misivas, presentadas no sólo como «nuevos documentos» sino
«definitivos», reseñaremos las siguientes:

a) Misiva de Bolívar a San Martín, fechada en Cali a 29 de enero de 1822. En


esta carta Bolívar le señala a San Martín los derechos de Colombia sobre Guayaquil,
pero le expresa que ambos pueden solucionar el problema.
b) Misiva de Bolívar a San Martín, fecha en Guayaquil a 25 de agosto de 1822.
En ésta le señala la inconveniencia de los regímenes personalistas; arguye la
conveniencia de adoptar su sistema de la Confederación General, que lo compara al de
los Estados Unidos. Le expresa que la unión de sus ejércitos se podría llevar a cabo,
siempre y cuando el Perú se comprometiese a hacerse cargo del aspecto económico de
la campaña.
c) San Martín a Bolívar, fechada en Lima a 10 de setiembre de 1822. Ésta es
contestación a la que recibió del libertador caraqueño con fecha 25 de agosto. El
Protector del Perú le comunica que él no podría reconocer la soberanía de Colombia
sobre Guayaquil, estando esta provincia bajo el protectorado del Perú. Le anuncia su
renuncia ante el Congreso.
d) Bolívar a San Martín, fechada desde Cuenca a 27 de setiembre de 1822.
Constituye respuesta a la enviada por San Martín el 10 de setiembre. Bolívar le
transmite a San Martín su lamento por la renuncia que ha hecho del gobierno del Perú.
Asimismo, le manifiesta lamentar mucho el que no se hubiese aceptado su propuesta de
la unión de los dos ejércitos, lo cual se lo había expresado en la misiva del 25 de agosto.

Además de estas misivas aparecía otra de San Martín a Bolívar, fechada desde
Bruselas, el 28 de mayo de 1827; de Bolívar a Santander, de Sucre a Santander, de
Sucre a Bolívar y de éste a Sucre.
La polvareda que se produjo como consecuencia del hallazgo y publicación de
estos supuestos documentos suscritos por San Martín, Bolívar y otros personajes de
aquella época, vinculados a la Entrevista de Guayaquil, constituye uno de los sucesos
más enigmáticos de la historiografía americana.
Al poco tiempo de circular la mencionada obra de E.L. Colombres Mármol, la
Academia Nacional de la Historia de Venezuela y el renombrado historiador venezolano
Vicente Lecuna, impugnaron como apócrifos todos los presuntos "nuevos documentos"
que aportaba la obra de Colombres Mármol.
Como el caso ameritaba una investigación muy seria, los mencionados
documentos fueron analizados, con suma meticulosidad, por una Comisión Nacional
Argentina, la cual concluyó pronunciándose en el mismo sentido que la de su par, la
venezolana. Debemos señalar que durante la investigación realizada en Argentina, don
Ricardo Levene, prestigioso historiador, presidente de la Academia de la Historia de
Argentina y asimismo presidente de la comisión especial para el estudio de los
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documentos cuestionados, recibió una carta del Sr. José M. González Alfonso, suscrita
en Buenos Aires el 15 de octubre de 1941, en la cual, el mencionado personaje, se
reconocía como el verdadero autor de la obra que E. L. Colombres Mármol había
publicado sobre la entrevista de Guayaquil, con los documentos ahora probadamente
apócrifos, de conformidad con las conclusiones de las Academias Nacionales de la
Historia de Venezuela y Argentina.
El eximio historiador peruano Rubén Vargas Ugarte, comentando sobre el
problema del verdadero autor de la cuestionada obra y asimismo sobre la procedencia
de los documentos que ella pretendía aportar, como nuevos y definitivos, para
solucionar los «enigmas» de la entrevista de Guayaquil, nos dice:
"Tuvimos ocasión de conocer al primero, (se refiere a Colombres Mármol)
cuando estaba en Lima de Embajador de su país y por lo poco que le tratamos nos
persuadimos que sus conocimientos en historia no pasaban de lo vulgar. Por desdicha,
el señor Colombres, víctima de un traficante inescrupuloso, se prestó a darle la mano
para que saliese del país la valiosa documentación, propiedad del Estado (se refiere al
estado peruano), que custodiaba Emilio Gutiérrez de Quintanilla, Director del Museo
Nacional, a quien se había encomendado la tarea de reunir los materiales para la obra
"La Acción Peruana en la Independencia". Esos documentos, reunidos en más de
treinta tomos en folio salieron del país (Perú) subrepticiamente y fueron luego puestos
a la venta en Buenos Aires"(Vargas Ugarte, R.1971, tomo VI, pp. 227-228, infra).
¿Cómo llegaron a manos del Sr. Colombres Mármol los controvertidos
documentos? El propio embajador nada dijo al respecto e incluso creó todo un gran
misterio en torno a la forma como llegaron a su poder dichos materiales.
Producida la polémica referente a los controvertidos documentos, salió en
defensa de ellos el reconocido historiador argentino Rómulo Carbia, quien justamente
había sido el encargado de prologar la obra de Colombres Mármol. Debido al prestigio
de Carbia como historiador, la documentación utilizada fue considerada por los
especialistas, por lo menos por un tiempo, como auténtica, considerándose que los
reparos de los historiadores venezolanos eran tan solo una reacción natural para
proteger la imagen de Bolívar. Todo esto explica el porqué se produjo un gran revuelo
en el mundo historiográfico americano a partir de la cuarta década del siglo XX.
En cuanto a la procedencia de la documentación hallada, Carbia precisó que ella
pertenecía al archivo del peruano Gutiérrez de Quintanilla. Rómulo Carbia incluso
llegó a publicar una obra titulada "San Martín y Bolívar frente al hallazgo de nuevos
documentos", publicada en Buenos Aires, en 1941, donde defendió la autenticidad de
los impugnados documentos, esgrimiendo algunos argumentos que pretendían rebatir la
demoledora crítica de don Vicente Lecuna. La obra tiene seis apéndices: uno de ellos
incluye documentos inéditos pertenecientes a la Colección Colombres Mármol y otro la
versión tipográfica de los documentos de dicha colección. La defensa llevaba a cabo por
Carbia traspasó el campo exclusivamente científico porque este historiador llegó a
expresar que no era su intención entrar en la polémica y que solo se limitaba “a
entregar al conocimiento común detalles ignorados, y a poner al alcance de quienes
buscan la verdad, documentos de elocuencia verdadera. Hecho esto, volveré a mi
silencio habitual, muy resuelto a no abandonarlo en adelante la sentencia definitiva, en
lo presente, como en todo, sólo lo espero de Dios, a cuyo juicio infalible me someto, y
en quien únicamente creo…”
Como podemos apreciar, un tema estrictamente metodológico histórico termina,
inexplicablemente, por ser sometido al juicio divino. El propio Colombres Mármol (p)
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recurrió a similar disparatado recurso al señalar que el hallazgo de los documentos,
motivo de la polémica, fue debido a la Providencia.
Sin embargo, es justo reconocer que quien más ha aportado para dilucidar lo
que en un primer momento fue un verdadero misterio acerca de la obtención de los
documentos ha sido E. L. Colombres Mármol (hijo), el cual publicó una obra titulada
"En defensa de las discutidas cartas del general San Martín", publicada en Buenos
Aires, en 1947. Señala Colombres Mármol (h), que desempeñándose su padre como
Embajador en el Perú, llegó a saber y conocer de la existencia de una gran cantidad de
documentos sobre la etapa separatista, existentes en el archivo del historiador peruano
Emilio Gutiérrez de Quintanilla. A comienzos de 1939 llegó a Buenos Aires el Sr.
Fernando Gutiérrez de Quintanilla, llevando consigo varios miles de manuscritos. El
gobierno argentino, informado de esto, designó una comisión especial para que, previo
minucioso análisis, dictaminara el valor de los mismos y de considerarse importantes y
convenir a las partes, adquirirlos para que fueran incorporarlos a los archivos
argentinos. Esta comisión estuvo integrada por R. Levene, Presidente, A. C. Escobar, C.
De Estrada, E. L Colombres Mármol (p), R. J. Cárcamo, R. Zavala, E. Ravignani y F.
Best. El Sr. Fernando Gutiérrez de Quintanilla puso a disposición de dicha comisión
seis mil documentos. Entre tanto, en Lima, el encargado de analizar los restantes
manuscritos de la familia Gutiérrez de Quintanilla fue el señor César Galdós Vergara.
Fue este señor Galdós el que informó haber hallado treinta documentos vinculados al
año 1822 y a la entrevista de Guayaquil. La comisión argentina mencionada consideró
que dentro de este grupo de treinta documentos, solo dieciocho eran realmente
importantes.
El porqué fue el señor Colombres Mármol y no otra persona la que utilizara los
documentos en cuestión, se explica por el hecho de que el mencionado personaje había
pagado, de su propio peculio, el cincuenta por ciento del valor de los documentos y es
por ello, que con el debido permiso de la familia Gutiérrez de Quintanilla, comenzó a
preparar o hacer preparar (recordar la carta de José M. González atribuyéndose la
autoría de la obra) un trabajo sobre la entrevista de Guayaquil, obra que vería la luz en
1940, con el título ya mencionado de "San Martín y Bolívar en la entrevista de
Guayaquil, a la luz de nuevos documentos definitivos". Colombres Mármol llegaba a las
siguientes conclusiones, en base a dichos «novísimos y trascendentales documentos",
con relación a la entrevista de los libertadores.

a) No hubo acuerdo entre San Martín y Bolívar, ni en el fondo ni en la forma.


b) San Martín, consultado sobre la anexión colombiana de Guayaquil consumada
por Bolívar, la desconoció de plano y ratificó después su disconformidad en carta
posterior a la entrevista.
c) Aceptó, en nombre del Perú, incondicionalmente la ayuda ofrecida por
Colombia, si este estado tomaba a su cargo la parte correspondiente a la financiación de
la campaña.
d) San Martín se condenó voluntariamente al ostracismo, sacrificando el
prestigio y la gloria de su carrera militar en aras de la paz y de la libertad, así como para
evitar una guerra fratricida.
e) Las leyendas forjadas en torno de la entrevista de Guayaquil se desvanecen
por completo, imponiéndose el desahucio de multitud de historias improvisadas,
carentes de seriedad y consistencia científica, así como el reajuste crítico indispensable
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en otras, aquellas en las cuales la exaltación del héroe o el encono han tergiversado la
verdad.

El libro de Colombres Mármol (p) causó un gran impacto en el ámbito


historiográfico americano, no tanto por el enfoque en sí que presenta la obra sobre la
conferencia de Guayaquil, sino por el aparato documental sobre el cual se había
elaborado. El diplomático argentino llegó a rodear de tanto misterio el hallazgo de los
documentos, que incluso llegó expresar, como ya lo hemos mencionado, que fue obra
de la Providencia el que dichos documentos llegasen a sus manos.
Los historiadores venezolanos tomaron el asunto con cierta inquietud y un gran
escepticismo, aunque se debe reconocer que lo hicieron con mucha seriedad y espíritu
crítico. El mismo año de la publicación del novedoso libro de Colombres Mármol (p), la
Academia Nacional de la Historia de Venezuela, con fecha 7 de noviembre de 1940,
emitió un informe, rubricado C. L. Mendoza, P. M. Arcaya, Mons. Nicolás E. Navarro y
Lucía L. de Pérez Díaz, en el cual se dictaminaba que los documentos incluidos en la
obra de Colombres Mármol eran apócrifos. El dictamen consideraba que los siguientes
factores demostraban fehacientemente su inautenticidad.

a) Carácter acientífico al referir el hallazgo de los manuscritos.


b) Todas las cartas, curiosamente, persiguen un solo fin: demostrar la
autenticidad de la carta de 29 de agosto de 1822.
c) Existen diferencias graves en el lenguaje escrito de las misivas atribuidas a
Bolívar y Sucre.
d) Las cartas atribuidas a Bolívar contienen graves contradicciones con las ideas
manifestadas por él, en otros documentos de esa misma época.
e) En la carta atribuida a Bolívar de 25 de agosto de 1822, el Libertador hace
referencia a «la República de Francia», cuando en aquel momento gobernaba el rey Luis
XVIII.
f) Se atribuye a Bolívar una misiva suscrita en Cali, a 29 de enero de 1822. Sin
embargo para esa fecha Bolívar no se encontraba en Cali sino en Popayán.
g) En una carta atribuida a Sucre, de 9 de diciembre de 1824, aparece este
personaje dándole la noticia de la victoria de Ayacucho a Santander. Se sabe, por carta
auténtica de Sucre a Santander, de 13 de diciembre del mismo año, que fue en esa carta
(la del 13 de diciembre) que Sucre por vez primera le escribía a Santander dándole la
noticia del triunfo obtenido en Ayacucho.
h) En la carta atribuida a Bolívar y dirigida a Santander, de 13 de octubre de
1822, se hace referencia a la Gran Colombia, cuando en aquel tiempo nadie utilizaba
dicha denominación.
i) La impugnada misiva de Bolívar a Sucre, de 7 de noviembre de 1824, no
termina con la frase de rutina: "Dios guarde a V.S. muchos años" como era de rigor,
sino con un "Señor General" antes de la firma, fórmula empleada, en aquella época, sólo
de inferior a superior. Asimismo, en esta misiva se antepone al nombre de Sucre la
palabra «Don», cuando el Libertador nunca usaba dicho término al dirigirse a sus
generales colombianos. También aparece la fórmula U.S. (abreviatura de Usía), que no
era utilizada por la secretaría de Bolívar, la cual empleaba la fórmula V.S. (Vuestra
Señoría). Sólo en copias y reproducciones suele, a veces, utilizarse la primera
abreviatura mencionada.
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El eximio bolivarista don Vicente Lecuna hizo un estudio acucioso de los
documentos cuestionados, llegando la conclusión que eran apócrifos. En realidad hay
que reconocer que fue Vicente Lecuna quien cerró en forma definitiva el problema de
los documentos dados a conocer por Colombres Mármol, pues son tantos los elementos
esgrimidos por él, y de las más diversas índoles, que ya no queda la menor duda acerca
de la apocricidad de los mismos y son ya muy pocos los historiadores que se atreven a
sostener lo contrario, porque ello implicaría tener que responder todas las críticas
hechas por Lecuna, y que, como veremos, son, casi sin temor a equivocarnos,
definitivas. La propia Comisión especial argentina encargada de estudiar los
controvertidos documentos, dictaminó, con fecha 1 de noviembre de 1941, que ellos
eran apócrifos.
Pasemos una breve revista a todos los factores señalados por don Vicente
Lecuna que prueban, en forma definitiva, la inautenticidad de los manuscritos utilizados
por Colombres Mármol:

a) La carta de Bolívar a San Martín de 29 de enero de 1822 aparece suscrita en


Cali, cuando en aquella fecha Bolívar se encontraba en Popayán.
Carbia intentó contrarrestar este argumento diciendo que en realidad en el
manuscrito existe una rayita debajo de la parte ovalada del 9, (cosa que no se podía
apreciaren la reproducción),lo cual significaría que la carta fue realmente del 21 de
enero, fecha en la que aún Bolívar se encontraba en Cali. Carbia nos dice que la
Secretaría de Bolívar no debió despachar la carta en aquella oportunidad, terminando
por llevarla a Popayán, por lo que allí se enmendó la fecha.
Lecuna, por su parte, replicó en el sentido que dicha supuesta enmienda era
inadmisible en una carta dirigida a una autoridad de la investidura de don José de San
Martín, Protector del Perú.
b) En esta misma misiva de 29 de enero se escribe «Calí», cuando en aquellos
tiempos se escribía «Caly».
c) En la misiva de Bolívar a San Martín de 25 de agosto de 1822, Bolívar
aparece citando como modelo de su «Confederación General» a los Estados Unidos de
Norteamérica, cuando bien se sabe que él nunca pensó de tal manera.
d) En esta misma carta, Bolívar ofrece su alianza al Perú, cuando ya existía dicha
alianza, la cual había quedado materializada con el tratado de 6 de julio de 1822.
e) Bolívar (siempre en esta misiva) habla de la República de Francia, siendo,
como era en esa época una monarquía.
f) Entre la carta de Bolívar de 25 de agosto y la respuesta a ella dada por San
Martín, el 10 de setiembre, sólo existe un periodo de apenas 16 días, cuando en aquella
época de Guayaquil a Lima se empleaba casi un mes de viaje.
g) En la pretendida misiva del Libertador al Protector de 27 de setiembre de
1822, aparece insistiendo que el Congreso del Perú debe reconocer la soberanía de
Colombia sobre Guayaquil. Bolívar nunca solicitó dicho reconocimiento.
h) En la misiva dirigida a Santander de 13 de octubre de 1822, Bolívar usa el
término Gran Colombia, cuando en esa época nadie utilizaba dicho concepto.
i) En la carta de Bolívar a Sucre de 7 de noviembre de 1824 no figura la fórmula
sacramental «Dios guarde a V.S. muchos años», sino «Señor General», expresión esta
última utilizada de inferior a superior.
j) En la misiva mencionada, en el párrafo anterior, se utiliza el término «don»,
cuando se sabe que Bolívar no lo utilizaba al dirigirse a sus generales colombianos. El
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Libertador, en carta dirigida a su amigo Vicente Rocafuerte, con fecha 10 de enero de
1821, le dice: "No le pongo sus títulos porque no sé cuales son y con el Don estamos
peleados".
k) Sucre, en la pretendida misiva de 9 de diciembre de 1824, se dirige a
Santander con la fórmula V.E. y a la vez «Mi querido general y amigo», forma
empleada sólo en cartas privadas y no en notas o comunicaciones oficiales, donde se
utilizaba la fórmula V.E. Sucre no incurrió nunca en semejante mezcolanza.
l) Es inverosímil que Sucre escribiera a Santander el 9 de diciembre, en pleno
campo de batalla, mientras que a Bolívar lo hiciera al día siguiente. Por otra parte, se
conoce la carta auténtica de Sucre a Santander de 13 de diciembre de 1824 en la cual
recién le comunica la victoria obtenida en los campos de Ayacucho.
m) Sucre, al dirigirse a Bolívar en la misiva del 26 de marzo de 1827, emplea la
fórmula V.E., cuando ella no se utilizaba en cartas privadas. Además, le aplica el
desterrado «Don». Asimismo, se utiliza el vocablo «bolivariano», totalmente moderno,
cuando en aquella época solo se utilizaba «boliviano». Y, para remate, se emplea el
título «Libertador y Presidente», cuando se utilizaba «Libertador Presidente»
n) San Martín, desde Bruselas, con fecha 28 de mayo de 1827, aparece dando
consejos a Bolívar para que no estableciese la Confederación Boliviana, cuando ya (y
esto desde octubre de 1826) había desistido de dicho sistema.
ñ) En cinco firmas de los facsímiles reproducidos por E. L. Colombres Mármol
(p), el nombre íntegro de Simón Bolívar tiene matemáticamente el mismo tamaño y las
rúbricas son idénticas.
o) En las pretendidas firmas de Bolívar no figura el punto sobre la letra «i» de la
palabra Simón y aparece la palabra Bolívar acentuada, cuando en aquella época no se a
acentuaba y solo se ponía un punto sobre la «i». Rómulo Carbia intentó rebatir a
Lecuna, argumentando que el punto sobre la «i» de Simón sí existía en los manuscritos,
aunque no aparecía en los facsímiles, debido a su tamaño reducido. En cuanto al acento
en la «i» de Bolívar, Carbia señalaba que realmente era un punto con forma de acento.
Vicente Lecuna le replicó que ello resultaba un elemento más a favor de la apocricidad,
puesto que si bien es cierto que en algunas de sus firmas Bolívar pusiera el punto ancho,
por la violencia al asentar la pluma, siempre éste aparece horizontal en la firma
auténtica y nunca en forma vertical como en las apócrifas.
p) Las letras de las cartas apócrifas no pertenecen a ninguno de los amanuenses
que Bolívar empleaba en aquella época para la escritura de su correspondencia oficial y
privada, es decir de su secretario J. G. Pérez y de los amanuenses Juan Santana y José
Domingo Espinar.
q) El Libertador escribía sus oficios en papel grande, llamado florete, de oficio,
de 30 a 31 cm de largo por 20 a 21 cm de ancho, milímetros más, milímetros menos,
puesto que había variedad en las diversas resmas. Por otra parte, hacía su
correspondencia personal en papel carta, cuyas dimensiones, en el año 1822, variaba
según los bloques, de 23 por 18 cm y de 25 por 20 cm y los usaba sin ningún membrete
o con el membrete «República de Colombia» y parte de la fecha impresa. Los oficios,
en general, llevaban membrete, lo mismo que las cartas dirigidas a personajes o
gobiernos extranjeros. Ahora bien, las cartas y oficios apócrifos están todos extendidos
en papel grande, florete, sin encabezamiento, incluso los que aparecen dirigidos al
General San Martín. La razón de que ello ocurra así, en los documentos apócrifos, se
debe a que en los archivos de la época abundan hojas y pliegos en blanco de papel
florete, por lo tanto fácil de extraer y ser utilizados para la falsificación. En cambio no
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existe, en blanco, papel tamaño carta ni papel timbrado de Colombia, por lo que a los
falsificadores no les quedó otra alternativa que usar solo papel florete para todo tipo de
documento.
r) Toda la correspondencia auténtica de Sucre está escrita de su puño y letra, a
excepción de aquella redactada durante los meses que tuvo el brazo derecho inutilizado,
a consecuencia de la herida recibida en el motín del 18 de abril de 1828, en Chuquisaca.
La carta presentada por Colombres Mármol dirigida por Sucre a Santander, de 9 de
noviembre de 1824, está escrita por amanuense. Por otra parte, Sucre escribía en papel
carta de 26,2 cm. por 20,3 cm. La carta apócrifa señalada está extendía en papel grande
de 31,5 cm. por 21 cm.
s) La proclama auténtica de Simón Bolívar de 13 de julio de 1822, reproducida
por Colombres Mármol (p), en la cual aparece la misma letra que la de los documentos
apócrifos, pretendía presentar un documento auténtico, pero con letra de los
falsificadores. Aún más, se sabe que en esa fecha había imprenta en Guayaquil, por lo
cual es seguro que ella no circuló en forma manuscrita. Jerónimo Espejo, argentino, en
su obra titulada "Recuerdos Históricos" asegura que dicha proclama circuló impresa.
t) De ser auténticos los documentos presentados por Colombres Mármol (p), lo
lógico sería que todos o por lo menos algunos de esos documentos debían encontrarse
en los archivos de los personajes a quienes fueron dirigidos, pero no es así y ello es una
prueba contundente de su apocricidad.
u) El perito calígrafo, Sr. Ángel de Luca, miembro de la Comisión oficial
nombrada por el poder ejecutivo de Argentina para dictaminar sobre los cuestionados
documentos, señaló que ellos eran apócrifos.

Decíamos, al comenzar este breve trabajo, que este fraude constituye uno de los
sucesos más raros de la historiografía americana. La conclusión a la cual se ha llegado
es definitiva: la documentación presentada por Colombres Mármol es apócrifa. La otra
conclusión, que se deriva fundamentalmente de los minuciosos análisis realizados por
los historiadores venezolanos, muy especialmente por Vicente Lecuna, es que esta
masiva falsificación de documentos pretendía un fin en concreto: querer probar la
autenticidad de la llamada Carta de Lafond. Si esa era la finalidad de la falsificación, el
móvil para ello fue, sin lugar a dudas, el chovinismo muy propio, aunque no exclusivo,
de los estados hispanoamericanos. Es innegable que las figuras de San Martín y Bolívar
han creado, en torno de ellas, el muy estudiado culto al héroe. Es fácil darse cuenta de
los enfoques chovinistas que caracterizan a los historiadores venezolanos, colombianos,
ecuatorianos y argentinos cuando tienen que tratar acerca de estos dos personajes. E
incluso entre otras nacionalidades, como la peruana por ejemplo, se nota aún los sesgos
sanmartinianos o bolivaristas de algunos historiadores de la etapa separatista.
Queremos insistir en cómo el deseo de querer presentar una historia que refleje
las simpatías hacia un personaje en desmedro de otro u otros, pueden llevar a
falsificaciones como la analizada. En la historia peruana hay un caso similar, aunque no
ha tenido la trascendencia del caso de los libertadores de América, por las razones
obvias de ser un hecho que corresponde a una historia interna y de un hecho más o
menos anecdótico. Brevemente expondré el caso peruano para que se pueda comprender
las similitudes con el affaire Colombres Mármol.
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2. Falsificación de cartas de personajes peruanos de la guerra del guano y del
salitre

Uno de los puntos que ha dividido a los historiadores, fundamentalmente


peruanos, de la guerra del Pacífico entre Perú, Bolivia y Chile (1879-1883), es el
referente al viaje del Presidente del Perú Mariano Ignacio Prado y Ochoa, en diciembre
de 1879 (la guerra había comenzado el 5 de abril de dicho año). Muchos han presentado
el mencionado viaje como una huida, llegando algunos incluso a señalar que Prado
aprovechó del escape para llevarse dinero del Estado peruano.
En un trabajo relativamente reciente, Emilio Rosario señala que en el increíble
caos político vivido en plena guerra y ante la pérdida de la misma en el mar, como
consecuencia de la victoria chilena en Angamos (08-10-1879), se produjo una doble
reacción en la sociedad peruana. Los sectores populares vieron en la acción de
Angamos, a pesar de la nefasta derrota, una “acción grandiosa por parte de nuestros
héroes”. En cambio, los verdaderos conocedores de los avatares de la guerra, los ligados
a las altas esferas del gobierno, consideraron que era el principio del fin de la guerra.
“Muchos empezaron a abandonar sus puestos, ejemplo de ello es el desbaratamiento del
gabinete ministerial y la huida de Mariano Ignacio Prado”. (Rosario, E., 2010, p. 191)
Este ambiente de caos político en plena guerra también ha sido resaltado por
Fernando Armas Asín. El “viaje de Prado”, para emplear una expresión aséptica para
este acontecimiento histórico, no se puede comprender adecuadamente sin conocer el
contexto político que en diciembre de 1879 va a terminar con la ausencia del Presidente.
Por un lado, la actitud un tanto esquizofrénica del Partido Civil frente al gobierno de M.
I. Prado, que tan magistralmente lo ha estudiado Ulrich Mücke. Por otro lado, el
accionar de Piérola en el sentido de intentar tomar el poder por la fuerza desde antes de
la guerra, para lo cual incluso contaba con armamento en Chile, pero que pareció
cambiar con el estallido de la contienda, de tal manera que el gobierno de Prado le
permitió regresar al Perú (abril de 1879). Desde ese momento comienza una serie de
intentos infructuosos, por parte del gobierno, de neutralizar a Piérola, ofreciéndole
participar en el gobierno, incluso –después del desastre de Angamos- presidiendo el
gabinete. Pero la actitud de don Nicolás de Piérola era de calculada paciencia, según
Armas Asín, porque sólo era cuestión de esperar la pronta caída del régimen de Prado.
Como dice el citado historiador: “Creyeron poder manejar, dominar, al rebelde, y luego
incorporarlo a su sistema de alianzas públicas, pero al final (octubre) no se dejó. Fue un
amargo despertar, pues quisieron escapar del copamiento civilista y terminaron primero
entregados al mismo civilismo (28 al 31 de octubre) y luego quedándose solos” (Armas,
F., 2010, p. 130)
Como se puede apreciar el “viaje de Prado” (18 de diciembre de 1879) es el final
de una serie de desencuentros entre los principales actores políticos peruanos, personas
e instituciones, en un periodo tan convulso como puede ser el de una guerra
internacional y con un enemigo en pleno avance victorioso. Fue el simple
cumplimiento de una muerte anunciada para un régimen al cual se le había ido de las
manos la conducción política del país, la cual venía siendo ambicionada por Piérola
quien de pronto se vio con la mesa servida. Como dice Mücke: “Solo a finales de 1879,
cuando el gobierno había perdido la mayoría de sus instrumentos de poder debido a la
Guerra con Chile, uno de los levantamientos de Piérola, tuvo éxito”. (Mücke, U., 2010,
p. 296). Esto en plena guerra era una verdadera tragedia.
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Formalmente (resolución legislativa del 9 de mayo de 1879 autorizando al
Presidente a salir del país) se puede decir, aunque con ciertos reparos, que el viaje
cumplió con los trámites de ley para su autorización y por lo tanto para su legalidad. Sin
embargo, que Prado considerase que en esos cruciales momentos iba a poder repetir el
éxito que tuvo cuando en 1876 viajó a Europa y logró la firma del contrato Raphael
significa que no sopesaba adecuadamente las circunstancias y contextos, internos y
externos, tan diferentes que estaba viviendo. Algo más, la decisión la tomó contra la
opinión de su Ministro de Hacienda y Comercio, don José María Químper y la de su
propio Vicepresidente don Luis La Puerta, quien tendría que asumir el poder, y que a
decir de Basadre era “un anciano enfermo y casi reblandecido”. La Puerta le señaló
claramente su convicción de que apenas se alejase del país se produciría una
insurrección que terminaría con el gobierno.
En 1881 Quimper publicó su Manifiesto a la Nación, en el cual a nuestro
criterio, se encuentra la mejor defensa de la decisión de Prado:
“Cuando el Presidente Prado á su regreso de Arica, tuvo conocimiento de los
recursos con que el país contaba, de los encargos hechos y de los elementos de todo
orden que tenía preparados, fue irresistible su deseo de marchar personalmente a
Europa y Estados Unidos para acelerar con su presencia y con su acción inmediata la
remisión de armamentos y la adquisición de una escuadra. Me opuse a ese deseo
aduciendo razones que es inútil repetir; pero como el General Prado tuviese en su
apoyo a la mayoría de los miembros del Gabinete, el deseo se convirtió bien pronto en
una resolución tomada. Indudablemente era nobilísimo el móvil del indujo al General
Prado á ausentarse del Perú; pero no fue, a mi juicio, político ni acertado dejar el país
en aquel momento.
Resuelto sin embargo el viaje, procedióse a llenar todas las formalidades de
estilo en tales casos, y se llenaron efectivamente. La marcha del General Prado pudo
no ser oportuna; pero es una infamia calificarla de fuga o abandono del puesto dejando
a éste en acefalía, como lo repitieron á cien voces Piérola y sus cómplices”. (Quimper,
J. M., 1881, pp. 66-67)
Los historiadores más desapasionados, más objetivos, tales como Jorge Basadre,
Percy Cayo Córdova y César Arias Quincot, para poner sólo tres ejemplos, concluyen
que dicho viaje en plena guerra y en la crítica situación que se encontraba el Perú, fue
totalmente desacertado e impolítico. Basadre escribe: "La historia independiente no
puede menos que censurar el viaje de Prado". (Basadre, J. 1969, tomo VIII, p.178).
Percy Cayo Córdova, en su trabajo "La Guerra con Chile" señala: "Acertado o no, el
juicio de la historia mayoritariamente se ha inclinado por censurar acremente la
actitud del presidente y aunque la página final de tal juicio puede quedar por
escribirse,..."(Cayo, P. 1981, tomo VII, p. 200). Y César Arias Q., en su "Historia
Política del Perú. Siglos XIX – XX, nos dice: "...el presidente Prado tomó la trágica
decisión de embarcarse rumbo a EE.UU. para, con su presencia, activar las gestiones
para lograr que el país recibiera esos barcos de guerra. La decisión fue lamentable e
irresponsable, porque, dada la naturaleza de nuestra vida política, caracterizada por
instituciones débiles, la presencia física del mandatario era vital para mantener la
estabilidad política. Además, como la mayoría de la opinión pública desconocía este
problema, la actitud del presidente fue entendida como una «fuga» que lindaba con la
«traición»"(Arias Q., C. 1998, tomo VII, p. 275)
En cuanto a la acusación referente a que Prado se llevó dinero, Basadre escribe:
"La versión de que Prado se llevó consigo el dinero destinado a la compra de nuevos
12
barcos es calumniosa". (Basadre, J., 1969, tomo VIII, p. 180). Felipe Portocarrero
Suárez en su obra "El Imperio Prado: 1890 -1970" muy bien señala que "...ese viaje fue
vivido por el país como un episodio traumático que envolvió a la población en un
profundo sentimiento de abandono y desmoralización, agudizado todavía más por la
cercana pérdida del Huáscar" (Portocarrero, F. 1995, p. 22). Y más adelante continúa
Portocarrero: "Cuando el general Mariano Ignacio Prado y Ochoa viajó fuera del país
en las dramáticas circunstancias bélicas en que lo hizo, desencadenó «sospechas
inquisitoriales» entre sus contemporáneos. Estos últimos sintieron su partida como una
fuga vergonzosa, como una evasión de sus responsabilidades producto del temor y la
cobardía difícilmente excusables en un militar y, menos aún, en quien había sido
depositario del fervor popular y tenido como héroe (se refiere a su destacada actuación
en la lucha contra España en 1866, que llevó incluso a la formación de una Cuádruple
Alianza conformada por Perú, Ecuador, Bolivia y Chile)”. (Portocarrero, F. 1995, p.
235).
Felipe Portocarrero ha analizado, en la obra que hemos mencionado, el
"complejo reparativo" que debió actuar entre los descendientes de M. I. Prado (su hijo
Manuel Prado y Ugarteche llegó a ser presidente del Perú en dos oportunidades: de
1939 a 1945 y de 1956 a 1962), los cuales llegaron a crear un poderoso imperio
económico, el denominado Imperio Prado, estudiado por Felipe Portocarrero y desde
otra óptica por Dennis L. Gilbert en su obra "La oligarquía peruana: historia de tres
familias".
Ahora sí estamos en condiciones de poder entender con claridad la aparición de
documentos apócrifos con relación al período de la guerra del Pacífico. Esos
documentos tenían (he aquí una semejanza con los documentos presentados por
Colombres Mármol) un único objetivo: justificar la salida, del territorio peruano, que
hizo el Presidente Prado, falsificándose misivas en las cuales personajes como Miguel
Grau, Andrés A. Cáceres, Francisco García Calderón y Lizardo Montero, aparecían
aconsejándole al Presidente Prado viajar a Europa. En una supuesta carta de Cáceres a
Francisco García Calderón, fechada desde Arica a 8 de noviembre de 1879, leemos: "Un
sentimiento patriótico me impulsa a dirigirle estas breves palabras de acuerdo con
Montero, para pedirle animar al Presidente Prado a un viaje a Europa a conseguir los
refuerzos de material de guerra que el Perú necesitará mañana para hacer frente quizá
a una larga campaña con Chile". Y en una pretendida carta nada menos que de Miguel
Grau dirigida a Lizardo Montero, fechada desde Iquique el 22 de mayo de 1879,
leemos: “...En reciente correspondencia de Lima, me impongo de las dificultades de los
emisarios peruanos en Europa para comprar barcos de guerra. Se me dice que sus
gestiones no inspiran confianza y que se pide con urgencia la presencia del Presidente
Prado para garantizar los préstamos y obtener los armamentos de mar y tierra que
exige la guerra. Yo te ruego hablar con el Presidente Prado y mostrarle esta carta. Es
el momento de asumir una situación, ahora que Chile después de perder la Esmeralda
necesita tiempo para reponerse. Así como los buques chilenos me han buscado
inútilmente desde el 5 de abril que estalló la guerra y al encontrarme han sufrido un
golpe fatal, puedo perfectamente seguir dando la impresión de estar perdido en el mar
y mientras tanto dejar el Pacífico y marchar a Europa con el Presidente Prado, con el
fin de que firme los empréstitos el Perú y regresar con barcos que sirvan para ponernos
en igualdad de fuerzas con Chile".
En otra supuesta carta de Grau, suscrita desde Arica y con fecha 26 de mayo de
1879, dirigida a Francisco García Calderón, le dice: "...le ruego hablar con el
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Presidente Prado y decidirlo a viajar a Europa conmigo en el Huáscar sin que el
enemigo sospeche, para negociar los empréstitos y regresar con los armamentos y los
buques que necesitamos para vencer a Chile"
Otra de las cartas apócrifas es la de Lizardo Montero al Presidente Prado,
fechada en Cajamarca el 18 de junio de 1879 y donde le dice: "Permítame le haga
llegar la carta que me remite para Ud. Miguel Grau. Yo comparto con él sus
opiniones,...”
Lo que vemos claramente en este affaire, es la intención de querer librar a
Mariano Ignacio Prado y Ochoa de la mancha de "prófugo, ladrón y asesino de Miguel
Grau", con lo que, en forma hiperbólica pero reflejando el sentir colectivo de un sector
muy grande de peruanos, se llegó a caracterizarlo en un folleto publicado por vez
primera en 1936, titulado ¿Puede ser un Prado Presidente del Perú?, aprovechándose la
candidatura presidencial de Jorge Prado y Ugarteche, como nos lo recuerda Felipe
Portocarrero. Y no se vaya a pensar que ese panfleto, donde se lanzan tan duros epítetos,
fuera obra de algún dirigente político del sector popular. Se sospecha que sus autores
fueron Pedro Beltrán y Manuel Mujica Gallo, dos connotados miembros de la burguesía
peruana. Innegablemente esa posición tan dura se explica, como lo señala Portocarrero,
porque "...el objetivo de la aparición de dicho follero era extraer dividendos políticos
de corto plazo intentando apuntalar la candidatura de Manuel Vicente Villarán tras la
que se encontraban José de la Riva Agüero, Pedro Beltrán y Clemente Revilla, con sus
respectivos partidos, es decir, la oposición de la reacción enfrentada al candidato del
Frente Nacional, Jorge Prado y Ugarteche , representante del sector más nacional de
la oligarquía y también el políticamente más flexible en relación al
APRA".(Portocarrero, F., 1995, p. 32).
Como bien lo precisa el historiador Antonio Zapata la leyenda negra no sólo
sobre M. I. Prado sino sobre toda la familia surge en el siglo XX como consecuencia de
la actuación en la política peruana de los hijos de Mariano Ignacio. “… con la
participación en política de sus hijos Jorge, Manuel y Javier. Desde 1910, ellos están
actuando en política, vinculados a Benavides, y ayudan a restablecer el poder
oligárquico, ganándose muchos enemigos. En 1936 Jorge Prado será candidato a la
presidencia y sus opositores serán la Unión Revolucionaria, que es el partido fascista, y
Eguiguren. Más adelante, en 1939, vuelven a haber elecciones y esta vez el hermano de
Jorge, Manuel Prado, será elegido presidente. Fueron, pues, los opositores de los
Prado quienes montaron la leyenda negra de que su padre era un traidor y un ladrón”
(Paredes Laos, J., 2010).
Esta posición política tiene su correlato en el siglo XIX, porque la llamada
"leyenda negra sobre la familia Prado" tuvo sus patrocinadores en los enemigos
políticos de M. I. Prado, como consecuencia de la política de estatización de las
salitreras de Tarapacá que realizara Prado, continuando con el proceso iniciado durante
el gobierno de Manuel Pardo, el primer presidente civil del Perú.
Una pregunta que de seguro surge a estas alturas del análisis es la referente a la
identificación del Colombres Mármol peruano. El personaje, tenemos la sospecha, es el
historiador peruano Luis Humberto Delgado, uno de los más fervorosos defensores de la
figura histórica de M .I. Prado. Entre otros defensores Portocarrero nos recuerda a Pedro
Irigoyen y a Federico More. Pero L. H. Delgado, en su obra titulada "Guerra entre Perú
y Chile – 1879", consigna las cartas que hemos reseñado y cuyo punto medular es
presentar a Grau como el de la idea del viaje del Presidente Prado a Europa en búsqueda
de armamento. Sí, nada menos que «El Caballero de los Mares» (Miguel Grau) era el
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que sugirió al Presidente la necesidad del viaje, entonces qué se le podía reprochar a
Prado. Y es por ello que algunos de sus defensores señalan que fue “víctima de la
adversidad, de la calumnia y de la insidia". Y el propio Prado, en su «Manifiesto del
general Prado a sus ciudadanos» suscrito desde Nueva York con fecha 7 de agosto de
1880, nos dice:

"Sin buques cada día se acentuaba más la gravedad de esta situación, y era
desesperante para mí resignarme a ella, si hacer de mi parte el mayor esfuerzo, el
mayor sacrificio (el subrayado es nuestro) para conjurarla y dominarla.
Fue entonces cuando acogí después de larga y madura reflexión, el proyecto de
salir personalmente en busca de cuanto necesitábamos como el medio más seguro,
eficaz y salvador". (Ahumada, P., 1884-1891. tomo III, pp. 382 y sgtes.).

Similar a lo que ocurrió con la denominada «Carta de Lafond», en un primer


momento las cartas exculpatorias de M. I. Prado no fueron objeto de reparos en cuanto a
su autenticidad, o, para hablar con mayor precisión, no se le dio realmente la
importancia adecuada y no hubo preocupación para someterlas a ningún tipo de análisis.
Los historiadores más serios sólo preferían ignorarlas. Pero, como señala Percy Cayo,
fue el eximio historiador peruano Rubén Vargas Ugarte quien las avaló como
verdaderos documentos históricos, en 1971, al escribir: "Es preciso afirmar que Prado
emprendió el viaje después de muchas vacilaciones y que lo alentaron a hacerlo así
jefes, como Grau, Andrés A. Cáceres y Montero, como se desprende de las cartas
publicadas por Luis H. Delgado en su obra: Estampas de la guerra, Perú y Chile.
1879".
Vargas Ugarte jugó, en cierta manera, el papel que en las controvertidas misivas
presentadas por Colombres Mármol desempeñara Rómulo Carbia. Vargas Ugarte era,
como lo hemos señalado, un prestigiosísimo historiador especializado en diversos temas
y periodos de la historia peruana. También incursionó en el tema de la guerra con
Chile, justamente aportando documentos inéditos como la Memoria del General
Buendía, para lo cual utilizó el archivo de dicho personaje, y luego en su obra "Guerra
con Chile. La campaña de Tacna y de Lima" hizo uso de documentos del archivo de
Nicolás de Piérola.
Causa extrañeza que un historiador de la calidad de Rubén Vargas Ugarte
avalara los controvertidos documentos presentados por L. H. Delgado, toda vez que
poseía una muy larga experiencia con documentos manuscritos, fruto de sus
investigaciones en gran cantidad de archivos del Perú, América y Europa. Resulta un
tanto enigmático que no reparara en el fraude, del cual si creemos que debió estar
informado Luis H. Delgado. Sin embargo, consideramos que es justo precisar que Luis
Humberto Delgado era un historiador prolífico, que incluso realizó trabajos muy serios
de tipo documental, como son, por ejemplo, los "Anales del Congreso del Perú".
También realizó trabajos biográficos como la "Historia del general Mariano Ignacio
Prado", "La obra de Francisco García Calderón", "Comentarios históricos. Miguel
Grau" y su voluminosa "Historia de Antonio Miró Quesada 1875-1935". A la guerra
con Chile le dedicó varios trabajos, aparte del mencionado donde aparecen los
documentos apócrifos. Entre estos otros trabajos podemos mencionar "Todo el proceso
de Tacna y Arica", "Tres glorias: Angamos, Arica y Zarumilla". También a la guerra
con España le dedicó una obra titulada "Guerra entre el Perú y España –1866"(Lima,
15
1965) donde también aparecen importantes documentos, la mayoría suscritos por M. I.
Prado. Esto si marca una notable diferencia con E. L. Colombres Mármol (p).
Tenemos la sospecha, y lo adelantamos líneas arriba, que don Luis H. Delgado
tuvo que ver con las falsificaciones, aunque no podemos estar seguros que él fuera el
falsario. Lo evidente es que alguien tuvo que encargar o encargarse de la fabricación de
esas misivas, las cuales serían utilizadas para tratar de vindicar la memoria de Mariano
Ignacio Prado. Recordemos que Guillermo Billinghurst, presidente del Perú depuesto en
1914 por un golpe de Estado en el cual participaron los hermanos Prado (Jorge y
Manuel), nos cuenta el siguiente hecho: "El joven Prado en extenso y patético discurso
me expuso en síntesis, lo siguiente: Que todos ellos (los amotinados) reconocían mi
patriotismo, probidad y preparación para el gobierno. Que yo había equivocado, sin
embargo el rumbo que debía imprimir a la política interna (lo cual no hablaba, por
cierto, muy alto a favor de mi preparación) y, por último; que los hijos del expresidente
Prado tenían que «vindicar la memoria de su padre»"(Gilbert, D., Lima, 1982; pp.157-
158).
¿Pudo algún miembro de la familia Prado, más de medio siglo después del
incidente relato en 1915 por Guillermo Billinghurst, tener un interés en terminar con el
«complejo reparativo» tratando de recurrir al veredicto de la propia historia aunque
fuera falseándola? No lo sabemos. Como dice Felipe Portocarrero: "Para ellos (la
familia Prado), la cuestión era cómo desterrar hacia las regiones del olvido colectivo
la pesada sombra del pasado. Pero, al mismo tiempo, de lo que se trataba también era
de conjurar el traumatismo psíquico de la familia. Desde este punto de vista, la
«pavorosa tragedia» del general Prado, como lo llamó Basadre en uno de sus últimos
trabajos, nos permite comprender mejor el leit motiv que más tarde induciría a sus
descendientes a reivindicar la memoria de su antepasado, a partir de su conversión en
un poderoso clan familiar que reclamaba para sí el ser reconocido como un grupo
económico de carácter nacional".(Portocarrero, F. Op. Cit; p.38)
Jorge Basadre señala que el archivo de don Nicolás de Piérola estuvo en manos
de su hijo Amadeo Piérola y, al morir éste, en manos de su esposa Consuelo, que por
motivos de su religiosidad donó el citado archivo a Rubén Vargas Ugarte, sacerdote
jesuita y acucioso historiador. En la importantísima obra "Conversaciones. Jorge
Basadre, Pablo Macera", Basadre expresa: "Él (Vargas Ugarte) es ahora el propietario
de tan valioso tesoro. Pero la enorme cantidad de fuentes que don Nicolás recopiló y
ordenó tan cuidadosa y tan pacientemente, no obstante los trajines de su vida llena de
exilios y de persecuciones, es utilizado por un enemigo suyo únicamente para atacarlo".
(Basadre – Macera, 1974, p. 166)
Por allí podría encontrarse la pista para investigar la gran falsificación de
misivas que presentara Luis Humberto Delgado, quien no escondía sus simpatías hacia
M. I. Prado. Al igual que en el caso de San Martín, en el cual se buscaba explicar su
abandono del Perú en momentos tan difíciles, presentándolo como un acto de
desprendimiento total, para evitar una lucha fratricida y dejarle abierta las puertas a
Bolívar, quien no lo había comprendido o no lo había querido comprender, en su intento
de unir totalmente las fuerzas de los ejércitos libertadores del sur y del norte, que ellos
capitaneaban, para terminar con el enemigo común: las fuerzas realistas situadas en el
Perú. En el caso peruano lo que se pretendía era presentar al M. I. Prado como un
personaje que intenta realizar un acto que pudo haber cambiado el curso de la guerra,
porque con su viaje pretendía solucionar los obstáculos para la compra de armamentos
para el Perú. Y ello, por lo demás, era consecuencia de los consejos dados por
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personajes tan señeros de la historia peruana como Miguel Grau, Andrés A. Cáceres,
Francisco García Calderón y Lizardo Montero. Si en el caso de los libertadores de
América el personaje mezquino, egoísta, ambicioso era Simón Bolívar, en el caso
peruano el personaje nefasto era nada menos que don Nicolás de Piérola y Villena.
Percy Cayo ha señalado varios factores que indican la inautenticidad de las
cartas utilizadas por vez primera por L.H. Delgado. P. Cayo escribe: "La crítica
histórica, por otra parte, no puede dejar de llamar la atención sobre otros aspectos: la
redacción que difiere de la de otros escritos de nuestro gran marino (se refiere a
Grau); el uso constante de letra minúscula para hincar la escritura del mes en que se
datan las fechas, cuando es usual en la correspondencia de Grau el uso de mayúsculas;
el uso común de tildar la preposición a, que también encontramos en otras cartas,
resulta ausente en estas dos de que nos ocupamos (se refiere a las cartas enviadas por
Miguel Grau a Francisco García Calderón de fechas 26 de mayo y 5 de junio de 1879);
la simple comparación de las firmas del almirante con otros muchos autógrafos suyos
conocidos, aportan elementos de juicio suficientes como para declarar que por lo
menos estas dos cartas de don Miguel Grau a don Francisco García Calderón, deben
ser consideradas apócrifas." (Cayo, Percy, 1981, tomo VII, p.203).
También Percy Cayo señala que esas cartas son apócrifas porque la suscrita el 26
de mayo de 1879 desde Iquique, no corresponde a la verdad porque ese día Grau se
encontraba en Antofagasta. Lo propio ocurre con la misiva del 5 de junio de 1879
firmada desde Iquique cuando, por documentos auténticos, sabemos que ese día el
almirante Miguel Grau se encontraba en Mollendo.
Por nuestra parte consideramos que existe otro argumento, y de gran peso, que
refuerza la posición que señala la apocricidad de las cartas presentadas por Luis
Humberto Delgado. Nos explicamos. Ni Mariano Ignacio Prado ni los personajes más
cercanos de su entorno (por ejemplo el Vicepresidente Luis La Puerta o su Ministro José
María Químper) en ninguno de sus documentos incontrovertibles hacen referencia a que
la decisión de viajar fuera sugerida por personaje alguno. Basadre, al analizar la
correspondencia de Prado a Montero con relación al viaje, que es la del 18 de diciembre
de 1879, nos dice: "Del texto de esta carta se deduce claramente que la resolución de
viajar a Europa la tomó «desde mi arribo a esta capital»". Y líneas más adelante,
Basadre escribe: "Que el viaje de Prado a Europa fue proyectado por él mismo después
de su regreso a Lima, aparece también en el manifiesto de José María Quimper, su
ministro...". Y, lo que es más contundente, el propio ministro Quimper ha dejado su
testimonio en el sentido de que cuando el Presidente le hizo conocer su proyecto de
viajar a Europa y los Estados Unidos, "para acelerar con su presencia y con su acción
inmediata, la remisión de armamentos y la adquisición de una escuadra", él (Químper)
le hizo saber su oposición al proyecto, pero sin lograr convencerlo. Ya hemos visto que
a pesar de ello, el juicio de Químper sobre la decisión de Prado es sumamente
benévola.
En la carta circular del General M. I. Prado suscrita a bordo del Paita, en
Guayaquil el 22 de diciembre de 1879, tratando de explicar su «intempestiva salida de
Lima», dice: "Por las últimas comunicaciones venidas de Europa, veíamos con
sentimiento que, debido en gran parte a competencias y rivalidades de nuestros
comisionados, nada se podía hacer ni conseguir respecto da la adquisición de buques".
(Ahumada Moreno, P., t. II, pp. 273-274). Aquí la explicación de su salida radica en las
comunicaciones venidas de Europa.
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De haber sido ciertos los consejos recibidos por Prado de parte de personajes
como Grau, García Calderón, Cáceres y Montero, para que viajase a Europa para la
compra de armamento, resulta inconcebible que personajes como La Puerta y Químper
no lo supiesen, porque de haber tenido conocimiento de ello, hubiesen tenido que
sopesar cuando le expusieron al Presidente su oposición a dicho viaje y lo hubiesen
mencionado en algún documento. Es muy importante saber que el propio
Vicepresidente, General Luis La Puerta, le expresó a Prado su disconformidad con el
viaje, según lo refiere el propio La Puerta en misiva dirigida a M. I. Prado, fechada en
Lima el 11 de marzo de 1880, en la cual le recuerda, agriamente: "En la noche en que
Ud. se resolvió ir a Europa, le dije que podía yo montar a caballo, viviría 6 u 8 días,
pues no tardaría más en estallar la revolución; me equivoqué en 2 días..." (Vargas
Ugarte, 1971, tomo X, p. 70).
Por otra parte, en el extenso Manifiesto del General Prado a sus ciudadanos,
fechado desde New York y con fecha 7 de agosto de 1880, no hay referencia alguna a
sugerencia de algún personaje de su entorno referente a la imperiosa necesidad de un
viaje al extranjero. Prado señala, que después de la pérdida del Huáscar (8 de octubre de
1879) “quedamos reducidos a resistir y operar en tierra, y aunque podíamos sostener
la campaña terrestre, ella se presentaba con todas las desventajas y probabilidades en
contra… Para aliviar tan graves inconvenientes y contener al enemigo no había otro
medio que proporcionarnos sin demora los recursos marítimos que nos faltaban;… Fue
entonces cuando acogí, después de larga y madura reflexión, el proyecto de salir
personalmente en busca de cuanto necesitábamos como el medio más seguro, eficaz y
salvador. … Se presentaba una oportunidad para conseguir un poderoso blindado, y
además una combinación que podía proporcionarnos recursos: la negociación debía
conducirse en el extranjero; si fracasaba, se perdía en ella toda esperanza.” (Ahumada
Moreno, P., tomo III, 382).
Consideramos que este testimonio personal es contundente. Si Prado hubiese
recibido sugerencias de algunos personajes importantes de aquel momento en el sentido
de la necesidad de un viaje al extranjero para conseguir armamento, él lo hubiera
consignado, toda vez que estaba siendo duramente atacado y él estaba perfectamente
informado de ello. Todo esto no significa que podamos estar totalmente seguros que por
allí alguna persona de su entorno familiar o político conociera y apoyara esa idea. Pero,
de ninguna manera las personalidades que aparecen en las cartas apócrifas. Pensamos,
por otra parte, que el o los falsarios consideraban que la “larga y madura reflexión”, de
la cual nos habla Prado, pudo haber estado influenciada por conversaciones y consejos
con algunos miembros del entorno personal del Presidente. El siguiente paso era pensar
en fraguar documentos exculpatorios, pero haciendo figurar personalidades que
realmente cumpliesen dicho objetivo.
Otro punto analizado por Percy Cayo tiene que ver sobre la legalidad o
ilegalidad del viaje. Casi todos los historiadores, entre ellos Jorge Basadre, reconocen
que fue legal porque el decreto del 18 de diciembre que autorizaba su salida se basaba
en la resolución legislativa del 9 de mayo de 1879, autorizando para que el Presidente
de la República pueda mandar las fuerzas de mar y tierra, y además salir del territorio
nacional, si fuese necesario. Cayo señala, sin embargo, y en ello tiene toda la razón, que
los legisladores al dar dicha autorización debieron estar pensando en la posibilidad de
que pudiera pasar a Bolivia o a Chile. Cayo, escribe: "El espíritu de esa autorización,
indudablemente, no estuvo dirigido a que el presidente abandonara el territorio
nacional como lo hizo siete meses más tarde. Mas parece haber estado, definitivamente
18
dirigida dicha autorización al viaje al sur, que emprendería once días más tarde,
a«mandar las fuerzas de mar y tierra»" (Cayo, Percy, p. 201). Sin embargo,
consideramos que el uso que se hizo de esa autorización del mes de mayo ya en
diciembre no ilegaliza el viaje, lo que no significa que pretendamos justificarlo, porque
a todas luces fue una decisión totalmente impolítica y realmente sin pies ni cabeza.
Ya hemos mencionado la seria advertencia que La Puerta le hizo a Prado cuando
este le informó de su viaje. Si a pesar de ello Prado tomó la decisión de emprender
viaje, a como diera lugar, tuvo y tiene que asumir la responsabilidad histórica de su
actitud irreflexiva. Exorcizar el pasado no debe significar justificaciones tibias ni mucho
menos el olvido. La comprensión cabal de los hechos es lo único que realmente permite
asimilar y superar los problemas, los traumas personales y colectivos.

3. Bibliografía

Introducción

Chartier, Roger: Las verdades de las falsificaciones, en “El juego de las reglas:
lecturas”, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000.

Parte 1

• Academia Nacional de la Historia de Venezuela. "Cartas Apócrifas sobre la


Conferencia de Guayaquil (Caracas, 1945).
Contiene: Dictamen de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela de 7 de
noviembre de 1940
Lecuna, Vicente. "Refutación y mentís al libro del Sr. Colombres Mármol. Cartas
apócrifas publicadas como auténticas por el Sr. E. L. Colombres Mármol, ex embajador
de la Argentina en el Perú, en un libro intitulado «San Martín y Bolívar en la Entrevista
de Guayaquil a la luz de nuevos documentos definitivos»"
Lecuna, Vicente."Contestación al Sr. Rómulo Carbia, defensor de las cartas apócrifas
del Sr. Colombres Mármol"
Millares Carlo, Agustín. "Apocricidad de los documentos presentados por Colombres
Mármol"
Dictamen de la Comisión Nacional Argentina.
Carta del Sr. José M. González Alfonso, de 15 de octubre de 1941.

• Academia Nacional de la Historia de Venezuela. "Sobre las cartas falsas de Colombres


Mármol. Acuerdos de la Academia". (Boletín de la ANHV, abril-junio 1958).

-Carbia, Rómulo "San Martín y Bolívar frente al hallazgo de nuevos documentos "
(Buenos Aires, 1941)

-Colombres Mármol, E. L. (p) "San Martín y Bolívar en la Entrevista de Guayaquil a la


luz de nuevos documentos definitivos" (Buenos Aires, 1940)
19
-Colombres Mármol, E. L. (h). "En defensa de las discutidas cartas del general San
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-Mendoza, C. L. "Nota Editorial" (Boletín de la Academia Nacional de l Historia de


Venezuela, N° 130, abril-junio 1950; pp. 139-143)

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