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Antes de que se vayan

Luli Delgado
Antes de que se vayan
©Luli Delgado

Crónicas de
Luli Delgado
Asesoría Legal No sé de qué me siento más orgullosa, si de ser nieta
María Elena Ponte de Ángela Ninfa, hija de Lulú o mamá de Cecilia.
Libro diseñado y editado en Colombia por A ellas tres, con todo mi amor
Taller de Edición Ltda.
www.tallerdeedicion.com
Dirección editorial
Adelaida Del Corral S.
Diseño
Mariana Álvarez U.

Ilustraciones, fotos y reproducciones


tomadas de El Cojo Ilustrado,
fotos de archivo familiar
Revisión de créditos
Jorge Atilio Parra

ISBN 978-980-12-4596-4
Depósito Legal LF07620108003248

Todos los derechos reservados por el editor


Primera edición, noviembre de 2010

Impreso en Lito Formas,


San Cristóbal, estado Táchira, Venezuela
Contenido
Introducción
Para empezar 11
Luli y el tiempo coriano, por Ramón J. Velásquez 17

La familia
Juana Josefa 25
Ninfa limón 31
Virginia 34
Victorio 37
Cuatro corazones 40
Mis dos nietas, Blanca y Lulú 45
Los Diez 48
Para que tú te llames Clara 54

Ángela Ninfa
Julio 59
Moisés 66
Teresa Medina llegó con el hambre de 1912 70
Cosas del pupileo 73
Tinta roja 74
Ocho veces en cinco años 76
Belarmino 81

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Introducción

Ni él viudo, ni yo soltera 85
Celosa de Alfonso 89
Cinco abortos 92
Yo no sé cómo había gente viva 95
La sentencia de Alfonso 100
El doctor Parra 102

Pequeñas historias Para empezar


Una sociedad bien diferente 109
El mejorcito merece la horca 114
Las De Lima
¿Cómo se hace?
117
118 E l germen que desembocó en este libro, fue el compendio
de anécdotas de mi abuela Ángela Ninfa, que de pequeños
oíamos sin entender mucho, y a veces hasta con omisiones deli-
Y ni te cuento de las Fonsequita 119
beradas de su parte, por considerar que a nuestros oídos infantiles
Hijos naturales 120 no les había llegado el momento de escuchar ciertas “verdades”.
Los masones no pudieron 122 El caso es que, a pesar de no haber conocido nunca a nues-
El dueño del cajón 125 tros mayores, crecimos familiarizadísimos con ellos, invitados
Entre Coro y La Vela 126 eternos a las tertulias de la familia y, como siempre pasa, a los
La Mona 128
nietos más viejos les tocó la mejor parte y a los más pequeños
les correspondieron apenas las sobras. A mí, diríamos que el
El reloj de la abuela 129
eternamente feliz término medio.
En aquella época no me daba cuenta, como ahora, de que
esos relatos me servían para entender que aunque los tiem-
pos y los códigos hubieran sido otros, nuestra esencia siem-
pre fue la misma. Sin saber, estábamos nada menos que en
pleno proceso de herencia de una manera de ser que, mez-
clando anécdotas de abuelos lejanos con la cotidianidad de
nuestros mayores presentes, fuimos absorbiendo, sin que ni

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Antes de que se vayan Introducción

remotamente nos pasara por la cabeza que


más adelante, como felizmente nos pasó, nos
llegaría nuestro turno de tener hijos a quienes
contarles esas historias.
Me puse a estudiar comunicación social y más
adelante a trabajar en producción de cine. Me
acuerdo de que cuando le contaba a mi abue-
la que trabajaba a veces diez horas por día, me
contestaba solidaria: “¿Tú sabes lo que es pasarse
diez horas tomando dictados y escribiendo cartas
en una máquina?”, porque para ella las mujeres o
eran maestras, o eran secretarias, no había mucho
más donde escoger.
Pero bueno, el caso es que un día quise hacer
un documental con ella, pero demasiado verde por
un lado, y con tecnología todavía inalcanzable por
otro, el proyecto se redujo a unas sencillas sesiones
de grabación en las que mi abuela fue poniendo en
cinta magnética lo que mil y mil veces habíamos oído en las
meriendas de familia.
“¿Tú sabes lo que es Se quedó de ese tamaño, la abuela se fue apagando y un
pasarse diez horas día nos llamaron para darnos la noticia. Las cintas rodaron de
tomando dictados clóset en clóset, y por último se quedaron en el de la casa de
y escribiendo cartas mi mamá cuando Cecilia y yo nos vinimos a vivir a Brasil.
en una máquina?” El año pasado volvieron a aparecer en uno de mis viajes a
Caracas y resolví traérmelas a San Pablo y transcribirlas a un
CD. Ya había pasado suficiente tiempo como para poder tra-
bajarlas de otra manera. Un documental no tenía más chance,
me faltaba Ángela Ninfa, la patica principal, pero un libro de Cuatro generaciones: La bisabuela Ángela,
crónicas sí estaba a mi alcance. sus hijas Lulú e Irene, su nieta Luli, y su bisnieta Cecilia.

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Antes de que se vayan Introducción

Me puse a escribir y Alfredo, mi marido, a leer los primeros bo- Bisbal, de la Fundación Andrés Mata del Diario El Universal, fue
rradores y animarme a seguir escribiendo. Cuando me encontré escaneando uno a uno de los taquitos que resultaron de esta in-
con relatos de mujeres, me puse en sus zapatos y los trabajé vestigación, todo para que Adelaida Del Corral y Marta Sierra, con
en primera persona. Cargar durante dos días a Virginia muer- esta utilería original, pudieran armarles un escenario de época.
ta sobre la barriga de un segundo hijo, Y como soy irreverente y todavía no he terminado de
me hizo llorar tal vez lo que mi bisabuela aprender a ocupar mi sitio, un día le conté al doctor Ramón J.
Ninfa no lloró en su momento, y esperar Velásquez lo que estaba haciendo y le mandé algunos de los
a mi abuelo Alfonso en la piel de Ánge- textos. No sólo que no le pareció tan desbocado, sino que me
la Ninfa sin saber si estaba con otra, me dijo que la de mi familia era la historia de nuestro país del siglo
hizo sentir unos celos que no conocía. XIX y que tanto le gustaba el proyecto que con todo cariño
El caso fue que meterme disfrazada de me escribiría la introducción. Creo que ése fue el día que la
primera persona en sus vidas constituyó existencia de este libro quedó garantizada.
una de las experiencias más densa y bo- Por el camino comenzaron a circular algunos borradores y
nita que me ha tocado vivir. no faltó un primo que dijera que no había sido así sino asado,
Ya con los varones, como siempre y que en vez de hacia la derecha, había sido para la izquierda,
me pasa con los hombres, que no ter- o que en vez de verde era morado, pero yo lo que hice fue
mino de entenderlos, no me atreví a aferrarme a la versión de mi abuela, a la forma como ella lo
nadar para lo hondo y opté por la ori- vio, que por último fue la idea original de este proyecto.
llita de la tercera persona, siempre mu- Mi papá decía que nadie se muere de verdad mientras haya
cho más tranquila. quien lo recuerde. En lo que a mí respecta, meterme en la piel
Colándose por los palos de mi propio de mis mayores, sufrir junto con ellos sus infortunios, aplaudir
día a día, poco a poco se fueron dibujan- sus decencias y admirarlos por lo bien que sobrellevaron las
do unos personajes que, mientras con- mil y una que les tocó vivir, los ha hecho inolvidables, más que
taban sus peripecias, yo inevitablemente nunca parte de mí, por eso me parece que nada mejor que
ubicaba en la Venezuela que El Cojo congregarlos en estas páginas y compartirlos con ustedes...
Ilustrado, que circuló entre 1892 y 1915, antes de que se vayan.
ya me había mostrado por otras razones.
La biblioteca de nuestro consulado
en San Pablo tiene una colección que
gentilmente me dejaron consultar, y Luis San Pablo, 19 de julio de 2010

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Introducción

Luli y el tiempo coriano


Ramón J. Velásquez

U na de las características de la gente que ha nacido en


la Provincia de Coro, que yo, en conferencia de uno de
sus días históricos, significativos, llamé “Raíz de Venezuela”,
es la riqueza del anecdotario coriano, que recoge en episodios
modestos o trascendentales, esta característica de tierra fun-
dadora de un país.
Yo recuerdo que en los tumultuosos, volcánicos años se-
senta del siglo XX, los corianos de las más distintas tendencias
ideológicas y políticas se reunían en la casa de Ernesto Silva
Tellería, coriano, jurista, escritor, orador y vehemente comu-
nista, para hacer un alto en aquella lucha que los separaba y
preparaba para una imposible guerra “federal”. Allí estaban
los Arcaya, en los que sólo faltaba el sabio doctor Pedro Ma-
nuel, maestro de lealtades, junto con los Diez, los Graterol,
los Tellería, los Zárraga, los Salcedo, los Chirinos, los Torres,
los Hermoso, los García y todos esos apellidos de gente secu-
larmente coriana, políticos, abogados, periodistas, médicos y
gente sin título, pero con sabia información.

17
Antes de que se vayan Introducción

Esos relatos que cubrían toda la También otras escenas del centenario vivir coriano, la de la
historia venezolana desde los días solemnidad de las misas que se ven interrumpidas por las mi-
en que los navegantes europeos radas taladrantes e indiscretas de quienes, futuras parejas, se
se encontraron con la península lo dicen todo por sobre la muralla de las diferencias sociales.
de Paraguaná y el lago de Coqui- O aquel secuestro de la niña que desafió todas las amenazas y
vacoa, no han dejado de crecer un peligros para tener un hijo que vivirá por muchos años dentro
instante y acompañar al coriano de un escondite que es misterio y con un sobresalto de todos,
en su presencia nacional, en todas para que no se vaya a descubrir lo que todos saben.
las horas de esa gran lucha que ha El ir y venir de una sociedad que cuida las fórmulas del siglo
sido la vida de los venezolanos. XVII, constituye en las páginas en que Luli la evoca, argumen-
Una periodista de origen co- tos para una novela que ella misma debe escribir.
riano, de excepcional talento, Luli En las cartas de Eustoquio Gómez, que encontré y publiqué
Delgado, hoy señora de Behrens, en el “Boletín del Archivo Histórico de Miraflores”, al referirse
vive en San Pablo, del inmenso el terrible jefe tachirense a la lucha que tiene empeñada en su
Brasil, y para que las gigantescas tierra contra los grupos guerrilleros liberales amarillos de Juan
dimensiones brasileras no aho- Pablo Peñaloza, en el año de 1919 y luego en 1922, siempre le
guen su recuerdo coriano, decidió dice a Juan Vicente: “Mándeme soldados corianos, porque son
poblar su mundo con los personajes que en los que resisten y no buscan atravesar el río para irse a Colom-
su tierra materna poblaron su historia, con bia”. Y repetía luego Eustoquio: “Son los únicos que no se van”.
episodios que ratifican cada una de las lí- Cuando se oyen las centenares de anécdotas que se han
neas de comportamiento, que desde antes amontonado como señales de referencia en las crónicas de la vida
de los Welsers marcaron su presencia. de esta provincia, resalta la existencia de un valor en los compro-
Es interesante leer los partes de guerra o misos, valor que no se alardea y un duro ejercicio de lealtades
las cartas, o los papeles confidenciales so- que van mucho más allá del simplemente político, pero que en-
bre los episodios militares más diversos en la vuelven la vida de toda esa gente, como si la manera de cumplir
historia venezolana, para encontrar siempre la palabra estuviera en la sangre y se respirara en el aire coriano.
la referencia a la audacia y lealtad de la gen- Cuenta Luli la historia de la mujer que ante la llegada de la
te coriana que se juega siempre, en los más peste que invadió a Coro, y para salvar a su niña decidió lle- “...la solemnidad
diversos episodios, como si fueran compro- varla a la Sierra para que se librara de la mortal infección, pero de las misas”
misos en que está de por medio la vida. andando el camino descubrió que la niña había muerto en

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Antes de que se vayan

sus brazos y decidió regresar a la ciudad, al Coro de siempre,


trayendo entonces la peste escondida en los brazos maternos.
Páez, Monagas, Guzmán Blanco, Castro tenían preferencia
por los hatos del Guárico, las haciendas de Miranda o de Ara-
gua y Juan Vicente Gómez descubrió que el cielo, el paisaje
y la gente de Maracay se parecían mucho, eran casi iguales
a las tierras de San Antonio del Táchira, de Ureña, de Rubio
y también por el ganado, el verdor de sus paisajes y el calor
de su tiempo a la cercana Cúcuta colombiana, y allí se quedó
para erigir su trono y morir entre gentes que lo querían. Alega
el biógrafo del mariscal Juan Crisóstomo Falcón, el historiador
y jurista Tomás Polanco, que la actuación de Juan Crisóstomo
Falcón, máximo General Federal y Presidente de la Repúbli-
ca, se distingue de todos los anteriores y posteriores Jefes del
Estado por su permanencia en Coro, cinco años como jefe de
la Revolución, cinco años hasta 1868 como Primer Presidente
Federal de la República. De esos cinco años presidenciales no
llega a un año el tiempo que vivió en Caracas, y la Asamblea Mariscal Juan Crisóstomo Falcón
Nacional Constituyente de 1864 tuvo que viajar a Coro para
que la firmara allí y se proclamara la primera ley de la Re-
volución Federal. Polanco decía que el amor de su esposa a
su tierra coriana era la causa de esa imperturbable decisión.
Otros dicen que el mundo de los amigos corianos ataba su
silla presidencial a la histórica ciudad.
Muchas son las razones del amor de los corianos por su ciudad
y su región. Tal vez en cada uno de ellos está presente que Coro
es la raíz de Venezuela. Y en Luli Delgado resuena y vibra esa raíz.

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La familia
La familia

Juana Josefa

E n La Victoria por lo menos tenía a mis papás, y aunque


habíamos llegado de España con poco dinero a ver cómo
nos iba, los tenía a ellos.
Después que se murieron, ni yo ni nadie sabíamos lo que
me iba a pasar. Había quien decía que ya era una mujer y
quien suspiraba pensando que era apenas una niña. Yo me
sentía tan perdida que no sabía por fin quién era.
Hasta que no sé cómo se supo que había unos parientes en
Coro. Quedaba lejos, pero yo no tenía mucho dónde escoger.
Así que con lo poco que tenía, me mandaron a lomo de bestia
para esa casa de gente extraña por la que se afirmaba que
corría mi misma sangre.
Eran de apellido Tellería y cosían uniformes para vendér-
selos al cuartel. Mi tía era una tirana y me recibió con aire de “...se supo
quien hacía una caridad y no le quedaba más remedio. Poco que había
a poco fui aprendiendo yo también a coser la ropa de los sol- unos parientes
dados, pero no fue lo que más me costó. en Coro”

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Antes de que se vayan La familia

Lo que no se me salía de la cabeza eran las cocina, pero mi tía me pidió que le hiciera café al señor que
ganas de aprender a escribir. No sabía mucho estaba de visita y ya no pude esconderme más.
ni por qué ni para qué, pero esas letras juntas Comenzó a frecuentar la casa, ya no sólo se asomaba a las
me quitaban el sueño y no quería morirme ventanas sino que entraba, y un día que estaba terminando unos
sin poder escribirlas yo también. pantalones, mi tía me llamó serísima. Yo pensaba en cuál regaño
Así que un día, con un pedazo de sería el que me esperaba, porque siempre había algo que no le
carbón comencé a copiarlas en el piso gustaba, y me quedé sin entender cuando me dijo que Victorio
de ladrillos de la cocina. Me salían muy me pretendía. ¿Me pretendía cómo? Ahí me dijo que era que se
feas, pero yo después les echaba agua quería casar, y como ni era negro ni era borracho, yo dije que sí.
con un tobo para que nadie las fuera a La boda fue muy sencilla, pero yo estaba feliz con el anillo de
descubrir y se burlara de mí. oro que me trajo. Me llevó a vivir cerca, en una casita pequeña
Después me encontré un pedazo de lá- donde vivía con su mamá, y al poco tiempo me puse a vomitar
piz y así se me hizo más fácil, a pesar de que y mi suegra me dijo que era que estaba en estado.
con la costura de los uniformes no me quedaba mu- Fue el primero de tres varones. Los tuve seguiditos y mi marido
cho tiempo. Pero logré lo que quería y aprendí a que cada una estaba feliz de que sólo le paría hombres. Después nació Ninfa,
tenía un sonido y que si las juntaba aparecían palabras. que era la que yo más quería, porque era mi
“Pobre”, fue una de las que supe primero cómo se escribía. muchachita y pensaba en que así se había “Poco a poco fui aprendiendo
Y mientras me acordaba de mis padres, y de que cuando esta- debido sentir mi mamá cuando nací yo.
ba pequeña los problemas los resolvían ellos, me daba cuenta Por las tardes jugaba con ella mientras los
yo también a coser
de que mi juventud era lo único que me quedaba. Además de varones corrían por el patio y se perseguían la ropa de los soldados...”
joven tenía la piel blanca, y eso ya era bastante. unos a otros. Se trataba del mundo de ellos,
No tenía otra salida. “Con el primero que me lo pida, que que me respetaban mucho, pero yo sentía que la linda era mi niña.
no sea ni negro ni borracho, me caso”, ése era mi consuelo, Cuando tenía veintiocho años me quedé viuda. Mis hijos
porque vivir así no era vida. estaban todavía chiquitos, el mayor con trece, los del medio
Apareció Victorio. Ni feo ni bonito, pobre pero muy bueno, con once y nueve, y Ninfa con siete.
venía por las tardes y se asomaba a las ventanas a verme co- Una escalerita de hijos y sin mucho con qué mantenerlos,
ser. Yo hacía que no lo veía, pero lo esperaba desde que salía pero yo sabía coser y me iba defendiendo.
el sol y me levantaba. Un día, a las seis de la mañana, camino de la iglesia, vi a un
Un día entró con el pretexto de saber el nombre de una hombre de una familia que nosotros conocíamos, tirado en la
mata del patio y yo, muerta de miedo, me fui a esconder a la acera durmiendo una borrachera.

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Antes de que se vayan La familia

Me horrorizó tanto verlo así en plena calle, que pensé en


mis hijos, pensé en su mamá, y sentí ni sé qué de sólo ima-
ginarme que un día pudiera ser uno de mis varones el que
estuviera tirado así en la acera.
Apenas entré en la iglesia, antes de que el padre saliera
al altar, me puse a rezar con todo mi corazón: “Dios mío, si
alguna vez uno de mis hijos llegara a este estado… no, Dios
mío, prefiero que te lo lleves”. Se lo dije porque soy muy apa-
sionada, pero no se lo he debido decir, porque Dios me oyó y
allí vino mi desgracia.
Llegó la peste y primero se me fue el del medio, después el
mayor y por último mi muchacho pequeño.
No sé a quién le duele más, si a la madre del borracho con
la vida hecha trizas, o a mí, con mis tres hijos enterrados en
urnas blancas, sin derecho a ver la luz del día.
Fue la voluntad de Dios, pero yo tuve la culpa. Me queda
Ninfa, es lo único que me queda, y no me siento con fuerzas
para atenderla, porque no soportaría enterrarla a ella también.
Por eso le pedí a mi vecina que me la cuide, porque además
creo que como madre le puedo hacer daño si se me vuelve a
ocurrir pedirle a Dios lo que no conviene.

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Antes de que se vayan La familia

Ninfa Limón

Y o estaba bien chiquita, pero no tanto como para no


acordarme. Se me iban muriendo mis hermanos y mi
mamá no se estaba quieta un minuto, y yo me sentía mal, me
dolía el cuerpo, tosía mucho y no quería comer.
La vecina me llevó para su casa y me dijo que me iba a
quedar con ella un tiempo. Yo quería estar con mi mamá, no
en esa casa, no con esa mujer que casi no conocía.
Pero me tuve que quedar, porque cuando uno es chiquito
no le queda sino hacer caso, además de que me sentía mal.
Me daban bebedizos de limón a toda hora, me metían en
una tina con agua de limón también, pero lo peor eran los
lavados, que me ponían agarrándome entre dos, a pesar de
que yo gritaba y lloraba todo lo más fuerte que me salía. Era
como un infierno todos los días.
Pero se fue pasando la peste y me fui quedando yo.
Así fui creciendo y un buen día, cuando tenía dieciocho
años, me pretendió Augusto del Ciervo Tellería, con quien
me casé muy jovencita.

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Antes de que se vayan La familia

Éramos medio parientes, y Augusto, un hombre bueno y cris-


tianísimo, me adoraba, pero después de cinco años de luna
de miel le salió la herencia de su familia: unos celos locos y
desmedidos que acabaron con mi felicidad. No me podía ni
lavar el pelo en paz, que ahí venía con la gritadera de que me
lo estaba lavando para lucírselo a otro. ¿A quién?, si yo no
salía de mi casa, ni era mujer de la vida.
En ese tiempo se acostumbraba en todas las casas de Coro
a tener un anteportón y un zaguán, y en la parte de arriba del
zaguán cada familia ponía el santo de su devoción, que por lo
general era el Corazón de Jesús.
Resulta que había un viejo, muy, muy viejo, con un garro-
te, que cada vez que pasaba frente a mi casa se paraba en el
medio de la calle a santiguarse.
Dio la mala suerte de que Augusto lo vio un día y se le me-
tió en la cabeza que ése era un pretexto del viejo para ver si
me veía. ¡Fue un zaperoco de días!
Pero los celosos son así, no ven las cosas como son y siem-
pre creen que los van a traicionar. Yo se lo ofrecía a Dios y le
daba las gracias porque nada más era eso de los celos, porque
en todo lo demás Augusto era bueno y responsable. Uno o
dos años antes de morirse, me escribió una carta en la que me
pedía perdón y me decía que en mi cara de tristeza había visto
reflejado el rostro de Nuestra Señora de los Dolores.
Tuvimos diez hijos, con la desgracia de que como era un
tiempo tan atrasado, la mayoría se murió. La primera que se “Me daban bebedizos de limón a toda hora,
murió fue Virginia, mi hija mayor, de la que echo el cuento me metían en una tina con agua de limón también”
en capítulo aparte.

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Antes de que se vayan La familia

se me ocurrió cantarle lo poco que recordaba de mi infancia.


No sé ni cómo, pero a pesar del calor y de los movimientos se
quedaba dormida.
Más adelante, la temperatura y la ve-
getación atisbaron un dejo de esperanza.
Estábamos llegando, y según me explicó el
peón, en las poquísimas palabras que pro-

Virginia nunció durante el viaje, ya estábamos cerca.


Nos estaban esperando. Tras dos días
de un viaje polvoriento y triste, encontra-
mos comida caliente, agua para el baño de

L a muerte se había instalado en la casa de enfrente y ya


no se hablaba de la peste como de una amenaza lejana.
Con el miedo de perdernos, Augusto amaneció un día con
la niña y chinchorros acabados de colgar.
Pasaron dos o tres días de relativa paz,
hasta la tarde en que Virginia comenzó a
la determinación de mandarnos a mí y Virginia a las tierras tiritar de fiebre y con una diarrea inconteni-
de la Sierra. Quedaba a dos días a lomo de mula por caminos ble. Compresas, hierbas, consejos de la gen-
poco transitados, pero aun así le pareció mejor opción que te de por ahí de que no le fuera a dar agua,
exponerse a que la muerte se antojara de su casa. a pesar de que era lo que con sus palabritas
Nos vio salir al amanecer. Virginia soñolienta, sin entender pedía y pedía. Yo le veía la misma expresión
en su cabecita de catorce meses qué pasaba, y yo conforme con de la vecina de enfrente, justo antes de que
la determinación de mi esposo, a pesar de la barriga que ya me la muerte llegara a llevársela y sabía que era
empezaba a crecer. Salimos sin despedida ni fecha de regreso. eso lo que le esperaba.
A medida que nos íbamos alejando, el Y fue lo que llegó. Impasible, la colerina
calor y la tierra seca se apoderaban de no- le arrancó de cuajo a la niña la mirada de
sotros como si quisieran derretirnos. Pero sus ojos enormes y la posibilidad de devol-
había que continuar. Era difícil mantener vérsela viva al padre.
a Virginia en equilibrio. Los vaivenes de la Yo ya ni sabía más cómo
mula, la barriga, el calor: tenía que apre- era eso de llorar. La veía
tarla contra mi regazo para que no se me como dormida y acaso es-
resbalara. A ratos se ponía impaciente, y peraba que un milagro la

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Antes de que se vayan La familia

hiciera respirar otra vez, pero no había nada que hacer. Como si
estuviera soñando y sin apartar los ojos de Virginia, me puse
a pensar: "Si mando al peón a buscar a Augusto, se tarda dos
días para ir y dos para regresar. Si la entierro aquí, ni flores le
voy a poder poner".
Las ideas venían sin rabia ni dolor, apenas como una ráfa-
ga de lo que tenía que hacer. Por fin dije en voz alta: “Me la
llevo”. Las mujeres que rezaban a mi lado, se voltearon inte-
rrumpiendo sus avemarías.
Victorio
La amortajé como mejor pude, no quise que nadie me ayuda-
ra, y emprendimos el viaje de regreso. Esta vez Virginia no per-
día la paciencia, ni se resbalaba, ni había que cantarle canciones
olvidadas. Yo la apretaba contra mi pecho a modo de despedi-
da, tratando de sentirla lo más cerca de mí, porque después no
F ue varón y quise que se llamara Victorio como su abuelo. Bue-
no, en parte por eso y también porque sentía que le había
ganado a la muerte, así que se lo pedí a mi marido y me complació.
tendría más chance de abrazarla. El camino se hizo tal vez corto, Su nacimiento me ayudó mucho a consolarme de la pena
mucho más triste, más callado. Era procesión de muerto. de no tener más a Virginia. Es que madre es madre, y aunque
"Aquí te la traigo para que la enterremos juntos", fue lo es muy fácil que se le mueran a uno los hijos chiquitos, no
único que se me ocurrió decirle a Augusto cuando llegamos, por eso deja de ser doloroso.
pero ni aun así pude llorar. En mi vientre el niño no se estaba Victorio vino sanito y terminó volviéndoseme un hombre. A
quieto. Yo sabía que la muerte había decidido respetarlo y tal ése no lo tuve que enterrar, por lo menos echándole tierra, pero
vez era eso lo que me mantenía con fuerzas. igualito lo lloré con lo que pasó después, a pesar de que lo llo-
raba callada y por fuera lo que mostraba era una furia desatada.
No se puede ser tan apasionada, pero yo soy así.
Su papá lo mandó con nuestro sobrino Carlos Diez a es-
tudiar en Curazao, pero no dio la talla y tampoco teníamos
dinero para seguir manteniéndolo, así que se regresó a mi-
tad de curso. Tenía una letra muy bonita, pero era
muy flojo para estudiar.
El pobre no tenía mal carácter, pero era como
abobado y cuando iba a contar una cosa, hablaba

36 37
Antes de que se vayan La familia

en el mismo tono. Mi hija Ángela siempre decía que su her- pre me las arreglaba para saber de él, a pesar de que nunca cam-
mano le daba sueño. bié mi postura de que para mí se había muerto. Uno es raro, ¿no?
Yo creo que como estaba en estado de él cuando tuve la En vez de parir como Dios manda, la María Nebrus, esa
gran pena de la muerte de Virginia, se me debe haber echado que se sacó, no hacía sino abortar uno detrás del otro. Por fin
a perder desde la barriga. tuvo dos hijos, Moisés y Blanca, que más le habría valido que
Ahora, de lo que sí estoy segura es que en el Purgatorio hubiera abortado también, pero de esos no quiero ni hablar,
Dios me va a poner como suplicio oír un eterno cantar de primero porque fueron otra desgracia en mi vida y después
gallos. Ya lo empecé a padecer en vida, porque cada vez que por el ataque de lobanillo que tengo y que no me deja en paz
cantaba un gallo fino, Victorio salía como un poseso a ver de de tanto que me duele.
dónde venía el canto. Era lo único que lo sacaba de la silla y
de su eterno mirar al vacío y no decir nada.
Digo que era, porque nunca se está tan mal que no se pue-
da empeorar, y yo que le echaba pestes por lo de los gallos y
porque no había querido estudiar, ahora veo que no era nada
comparado con lo que hizo después.
No se le ocurrió nada mejor que
sacarse a la ahijada de la vecina de
“...cada vez que cantaba un gallo enfrente, una morena buena moza
fino, Victorio salía como un poseso a llamada María Nebrus que había sido
ver de dónde venía el canto” criada en alta estima.
No me explico cómo fue que la ena-
moró, si casi no hablaba ni salía, pero
lo cierto es que una mañana amanecimos yo buscándolo por
un lado y la vecina buscando a su ahijada por otro, hasta que
nos dimos cuenta de que se habían ido juntos.
Se la llevó para Paso Real, muy cerca de Coro, y yo le mandé a
decir que para mí se había muerto, sin urna ni lápida, pero que ésa
no se la iba a perdonar, y que ni se me presentara más por aquí.
No sé si ese recado le llegó o si fue la vergüenza que en el fondo
sentía, pero lo cierto es que no lo vi nunca más. Madre al fin, siem-

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Antes de que se vayan La familia

que quería romper formalmente


el compromiso. Que si eso era
de soltera, cómo sería la vida que
le daría después. No explicó mucho
más, y después que se quedó sola ni
lloró ni languideció de tristeza, como mu-
chas otras que no voy a decir quiénes son,
pero que andaban por ahí que parecían es-

Cuatro corazones pantos en pena. Ella no. Se quedó tranquila,


cuidó a su gato y pasaba los días entre bordar
maravillas y animarles las veladas a todos to-
cando el piano. Más adelante, cuando nació
mi nieta Lulú, puso en ella todo el amor de

L a vida sentimental de mis hijas María, Gala, Ángela y


Mercedes me dio mucha lidia, porque aunque eran mu-
chachas de su casa, decentísimas e incapaces de un único des-
una maternidad que desde el día de la rup-
tura sabía que no sería posible jamás. María
siempre fue mi ángel de los ojos azules.
liz, siempre hija mujer da problemas en ese sentido. Lo de Gala, mi otra hija, no fue la bebida,
De María, Yeyé como la llamábamos por cariño, se ena- sino el abandono, que yo diría que es hasta
moró Antonio Tirado, hermano de Carmen, muy buen mozo, peor. En pleno noviazgo, ya declarado y acep-
de gente de primera, y al poco tiempo de frecuentar la casa, tado, le dio una fiebre tifoidea que casi se la
un día sin más la pretendió. Su problema, como el de muchos lleva. Tan alta era su fiebre que le pusimos un
hombres en Coro, era que bebía. huevo en la cama, que se empolló y un buen
María, después de mucho pensarlo, aceptó el compromi- día rompió la cáscara un pollito amarillo como
so, con la condición de que dejara de beber. Los amores se el sol, a quien ella en su convalecencia resolvió
formalizaron y se fijó boda para dos años después. Pero a los “La vida sentimental de mis hijas poner Piramidón, en honor del remedio que
pocos meses, las malas juntas son una cosa seria, Antonio se María, Gala, Ángela y Mercedes durante semanas había estado tomando.
emparrandó una noche y el chisme de su borrachera le dio la me dio mucha lidia” Todos la cuidamos mucho, ¿no ve que la sombra de la
vuelta a la ciudad. muerte no se le despegaba de la cabecera?, pero Claudio Her-
María apretó la boca y no dijo nada. Rezó mucho más moso, que así se llamaba, apenas si vino a visitarla. Novio de
que de costumbre ese día, y cuando el mozo vino a visitar- respeto no hace eso. No la olvida así, nada más que porque está
la, sin aspavientos, serena, dulce como fue siempre, le dijo enferma. Gala resolvió que no quería saber nada más de él, y

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Antes de que se vayan La familia

yo en eso sí que no me meto. Más me vale una hija soltera que


con una borra de marido, que de esos ya ha habido bastante.
Ahora lo de Ángela sí fue más complicado. Jovencita y bella
como siempre fue, viajó a temperar a Pueblo Nuevo, donde las
primas Diez. Yo la dejé ir tranquila, porque sabía que iba para
una casa decente, de mujeres piadosas y de gente de bien.
Una tarde se sentó al piano y comenzó a tocar los valses
que le encantaban y allí le cambió el destino. Alfonso Osorio,
que era paraguanero y estaba por esos lados, la vio desde la
ventana y se las arregló para que lo dejaran entrar en la casa
y así conocer a mi muchacha.
Era viudo y tenía un hijo de seis años. Otro bemol que
tenía era que era de Paraguaná, así que tuve que ponerme a
averiguarle la parentela, porque no la iba a dejar casarse con
cualquiera. Pero era gente decente, estaba resuelto a hacerla
su segunda esposa y así acabó siendo.
Ángela no fue más feliz en su matrimonio por esos celos ho-
rrorosos que sacó de su papá, que en paz descanse. Celaba a
Alfonso hasta del viento. Y en cambio, Alfonso era tranquilo, no
se ponía bravo por nada. A mí me impresionaba mucho
que cada vez que peleaban, Alfonso ponía un papel en “Alfonso ponía un papel
el espejo donde se afeitaba: “Estoy peleado con Ánge- en el espejo donde se afeitaba:
la”, porque si no se le olvidaba. ‘Estoy peleado con Ángela’,
Por último, Mercedes, mi chiquitina, resolvió ena-
morarse de un muchacho muy correcto, pero que era
porque si no se le olvidaba”
hijo de un escándalo, no porque su santa madre hu-
biera pecado, sino porque el padre, en una borrachera la mató
Galita y Yeyé de un tiro. Ese no podía ser jamás el hombre que la llevara al
altar. ¡Por sobre mi cadáver! Así que se acabaron los amores.

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Antes de que se vayan La familia

Mercedes, parece que sufrió mucho, eso me contaban sus


hermanas, porque ella a mí no me decía nada, ¿no ve que
sabía lo que le iba a decir? Sin embargo, andando el tiempo,
llegó a Coro Marcos Troconis, un maracucho muy bien pare-
cido que vino a representar un banco que era de gente de por
allá de su tierra. Conocerla y enamorarse como un chino fue
la misma cosa. Y en menos de lo que canta un gallo, le propu- Mis dos nietas,
so matrimonio. Ella lo aceptó y parecía muy feliz, aunque mi
hija Ángela decía que su hermana se estaba casando por des-
pecho. Yo en eso no me meto porque no me consta. El caso
Blanca y Lulú
es que la casé como Dios manda, con un hombre trabajador
y decente, y yo hasta diría que fue muy feliz, ¿no ve que ese
hombre la adoró de hinojos la vida entera?
C ontrario a lo que le pasó a casi todas las familias en el
18, en mi casa no se murió nadie, y a mí en cambio me
nacieron dos nietas.
El sol y la luna, la legítima y la bastarda, la que quería pre-
sentar y la que prefería ignorar.
Lulú nació sietemesina, a consecuencia de que la peste es- “el sol y la luna
pañola se le metió a mi hija Ángela en el cuerpo. Fueron días la legítima
de mucho miedo, porque yo sentía que de un minuto a otro y la bastarda”
se me iban sin remedio.
A la muchachita, pequeñita y sin mucho chance de sobre-
vivir, la bautizamos en volandas y la dejamos en una silla es-
perando la voluntad divina.
María, mi ángel de ojos azules, se ocupó de cuidarla, de
meterla en una cajita de zapatos y alimentarla con leche de
chiva disuelta en agua, ayudándose con un gotero y sin dejar
de rogarle a Dios que se la salvara. La dejamos hacer porque
hubiera sido absurdo pedirle que la dejara en paz, pero nadie
daba nada por ella.

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Antes de que se vayan La familia

Mientras, Ángela se recuperaba con mucho esfuerzo. Estaba machete contra la acera, le fue advirtiendo: “No se le acerque a
muy débil y para colmo le dio flebitis. En la casa todo el mundo mi hija, porque si lo vuelvo a ver por aquí, lo mato”. El hombre
aguantaba la respiración. Alfonso, mi yerno, no se consolaba cogió miedo y nunca más apareció.
pensando que iba a quedarse viudo por segunda vez. Blanca lloraba desconsolada, pero para Victorio estaba más
Pero no se cumplió ninguno de los malos presagios que que decidido. Soltera se quedaba y encerrada viviría mientras
tanto nos atormentaron. La niñita comía y dormía bien y cre- dependiera de él que fuese así. ¿No ve que lo mataba la culpa
ció sin que nadie terminara de entender cómo, pero creció. Mi de saber que ella nunca sería una señorita de primera sociedad?
hija Ángela también fue superando su gravedad poco a poco, Yo mientras tanto me fui enfermando y cada día me preocu-
a punta de caldos reforzados de gallina y todos los cuidados paba menos de los otros y más de mi pierna. Sufría mucho.
que le podíamos ofrecer. En medio de mis dolores, sentía que mi nieta Lulú jugaba
Esa era la parte de mi vida que comentaba con mis amigas y calladita debajo de la mesa del comedor y como todos en la
por la que me preguntaba todo el que se encontraba conmigo. casa respetaba mis poquísimas horas de descanso.
La otra nieta supongo que nació sin contratiempos, pero de De Blanca no tuve más noticias, pero las dos iban creciendo
ella me vine a enterar cuando ya habían pasado varios días del mientras yo me apagaba. Mi nieta estrella y mi nieta indesea-
parto. La pusieron Blanca y Victorio no la reconoció, así que da, cada una fue escribiendo su historia, y la vida las llevó por
más lejos todavía de mi parentela. caminos diferentes, hasta que mucho más adelante las volvió
Lulú Su mamá la fue criando con mucho es- a unir, pero ése ya es un capítulo que no puedo contar, por-
tímulo y a pesar de que era hija natural, que pasó mucho después que yo me fui.
“Esa era la parte de mi vida que comentaba la terminó poniendo en la escuela para
con mis amigas y por la que me preguntaba señoritas de la señora Irausquín, donde la
todo el que se encontraba conmigo” enseñaron a leer y a escribir y a tejer, que
era lo que se enseñaba en esa época.
La niña fue creciendo y cuando tenía
como quince años comenzó a merodear un mozo dueño de una
finca en la Sierra. Quedó en evidencia que era por Blanca que
frecuentaba la calle.
Mi hijo Victorio, que sabía de sobra de lo que un hombre es
capaz, porque para ejemplo él mismo, un día se puso a esperar
al sujeto en la puerta de su casa con un machete en la mano.
Cuando el mozo pasó, Victorio lo llamó, y mientras afilaba el

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Antes de que se vayan La familia

“Para que mi querida Lulú


la conserve como recuerdo mío,
después de mi muerte
Yeyé, enero del 58”

Los Diez

D e su propio puño y letra, Francisca Del Ciervo Tellería


reseñó en una libretita los momentos más importantes
de su vida, a los que más tarde su tercera hija, María de los
Santos, Yeyé, añadió algunos comentarios:
“Hizo Carlos su pretensión en junio de 1874, y nos com-
prometimos en julio del mismo año de 1874.
Nos casamos el 21 de julio del año 1875 civilmente, y por
la Iglesia el 22 al amanecer del mismo mes y año, día jueves.
Nació María Matilde, nuestra primera hija, hoy 14 de mar-
zo de 1877, día miércoles, a las 5:30 de la mañana.
Carlos Apolinar, nuestro segundo hijo, nació el 23 de julio
de 1878, día martes, a las 3 de la tarde.
Noviembre, 1 de 1882. Hoy día miércoles a las 10 y media
de la mañana, nació nuestra tercera hija, María de los Santos”.
Más adelante, María de los Santos, Yeyé, escribió:
“Mi santa madre murió el día 4 de noviembre del 89, cuan-
do sólo tenía yo 7 años y Carlos Diez, 11 años y cuatro meses.

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Antes de que se vayan La familia

Huérfanos a tan tierna edad, ¡pero no nos falló


Dios!, pues en padrino Augusto y Ninfa encontra-
mos nuestros padres… ¡Benditos sean!
Nuestro buen padre, Carlos Diez Pachano,
había muerto cuando sólo tenía yo seis me-
ses de edad, el 8 de mayo del 83.
No tuve la dicha de conocerle y gozar
de su amor de padre. ¡Dios lo quiso así!
Padrino Augusto del Ciervo Tellería
era hermano de mi madre, Francisca,
por tanto mi tío carnal, y su esposa
Ninfa Fernández del Ciervo, de la misma
parentela. Ellos fueron nuestros padres adop-
tivos. De allí que sus hijos: Victorio, Gala, Julio
Simón, Ángela y Mercedes fueron nuestros her-
manos, por la sangre y por la crianza.
Todo eso pasó igual a lo que escribieron Francisca Del Cier-
vo, hermana de papá, y después Yeyé, su hija menor, que era
mi prima, pero para mí siempre fue como mi hermana.
Cuando papá aceptó a Carlos Diez, mi padrino, cuando te-
nía nueve años y Yeyé, su hermana, seis, recuerdo que siem-
pre nos decía: ‘La única diferencia que puede haber en esta
casa es que entre ustedes entre sí se quieran menos, pero que
“...en padrino Augusto y Ninfa todos quieran más a Carlitos y a María’.
encontramos nuestros padres... Y te explico más: esos niños le tocaron a papá porque el
¡Benditos sean!” primero que se murió fue Don Carlos Diez Pachano, y la que
Yeyé
quedó viuda fue Pancha Del Ciervo, hermana de papá.
Cuando ella después también se murió, según la ley que regía en
esa época, los hijos huérfanos le quedaban a la familia de la viuda.

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Antes de que se vayan La familia

Entonces papá se los trajo a vivir con nosotros y nombró de


tutor de los bienes que le quedaron a Don Juancho Recao, ca-
sado con una prima hermana de papá llamada Julia Hermoso
Tellería de Recao.
¿Te das cuenta ahora de dónde vienen nuestros lazos con
los Diez? Eran mucho más que primos hermanos, ¿no ve que
nos criamos juntos? Éramos un familión. Y si para Yeyé y pa-
drino fue providencial que mis padres los acogiesen como hi-
jos en su casa, yo siempre he pensado que para mis padres,
sobre todo para mamá, no fue menos providencial tener dos
hijos más para criar después de haber perdido algunos de los
que tuvo. Ella siempre recordaba a sus hijos muertos con gran
dolor, especialmente a Virginia, que fue su primogénita, así
que creo que Dios fue bueno con todos nosotros”.

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Antes de que se vayan La familia

Clara después se casó con José Ruiz, pero


eso pasó cuando ya yo me había muerto.
Dio a luz a su primer hijo, Carlitos, pero la
muerte se la arrancó de las manos a su padre
médico y no hubo qué hacer.
Carmen nunca más logró ser feliz. Con Clara

Para que tú te llames Clara se fueron sus ilusiones, y a pesar de que crió a
Carlitos con devoción, su corazón de madre
no alcanzó la recuperación. Ni el de ella, ni
el de nadie. El dolor de todos fue tan grande
y les quedó a todos tan marcada su ausencia,

M i hermana Teotiste se casó muy joven con Julio Tirado


y tuvo varios hijos. Yo la acompañé siempre, en cada
uno de sus partos, después durante la crianza de mis sobrinos
que cuando empezaron a casarse sus varones,
comenzaron a nacer nuevas Claras: Clara María,
Clara Helena, Clara Aurora, en cada una de ellas
y finalmente en las semanas que precedieron su muerte. el recuerdo de la hermana muerta y, vete tú
Creo que murió tranquila, porque sabía que yo me queda- a ver que sin acordarse, de la tía lejana.
ba para cuidar de sus hijos. Así se lo prometí en sus últimas Por eso tú te llamas Clara, como testi-
horas, y así fue siempre. monio del amor que a pesar de que nunca
Mi cuñado, para arrebatarle a las malas lenguas el chisme tuve como madre, sentí en piel propia a tra-
servido en bandeja, me pidió en matrimonio. Ya estábamos vés de mis sobrinos.
muy viejos para esas cosas, y ambos sabíamos que era una Tú te llamas Clara porque el amor no se
fórmula social, pero aceptamos por los niños, a quienes siem- apaga, no desvanece, y se cuela a través de
pre quise como míos. las generaciones y encuentra sus caminos,
Más adelante Carmen, mi sobrina preferida, se casó con el por mucho que la vida se interponga.
doctor Carlos Diez del Ciervo y al nacer su primera y única hija Tú te llamas Clara como prueba de todo
mujer no tuvo dudas en llamarla Clara como yo, retribuyendo esto. Y yo, que ya muchas veces ni existo en
así el cariño profundo que nos teníamos. los recuerdos de las nuevas generaciones,
Además de la niña tuvo cuatro varones, a los que vi nacer sigo cuidándolas, fiel a la promesa que le hice
y crecer felices, y a quienes les preparaba dulces y tortas con a mi hermana Teotiste en su lecho de muerte.
relleno cada vez que cumplían años.

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Ángela Ninfa
Ángela Ninfa

Julio

M i hermano Julio era muy orgulloso. Tenía un carácter


templado y tuvo un fin tristísimo.
Yo hasta me enfermé y me dio fiebre cuando se murió.
Mi padrino Carlos Diez, que era el alma de la gente, le con-
siguió un puesto de maestro de escuela en Curimagua, para
sustituir al que estaba desde hacía años, que ya era muy viejo.
Desde que llegó, Julio cayó muy mal, porque iba a reempla-
zar a uno que creía que tenía el monopolio.
Cómo es la vida.
Yo estoy en Las Ventanas de Hierro criando a Yoyita, y llega
un señor. Como yo soy atenta y pendeja, el hombre me dice
que tiene que hablar con un señor Suárez, pero que no sabe
la dirección. Entonces le doy las señales, pero él me contó que
acababa de llegar a Coro y no conocía nada, aparte de que las
calles y casas estaban sin número. Yo soy como soy, mando a
que le sirvan café y le digo a Paula: “Vístase y lleve al señor a
la casa del señor Suárez”.
Él me lo agradeció muchísimo.

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

Yo no sabía que él venía con un pues- Lo que tenía era un tronco de enemigo en Cleandro Arocha,
to, nada menos que de Jefe Civil de Curi- el hombre ése que yo atendí.
magua, pero eso lo supe mucho después. El Jefe Civil se alió con Cleandro. Julio le dijo entonces a
Resulta que Julio estaba muy bien allá su negrito: “Ese hombre me va a poner preso. Si acaso me
y yo tenía negocios con él. Le mandaba vienen a buscar, tú pones este telegrama”.
cachivaches, porque yo he sido comer- En Curimagua no había teléfono, y la señora que ponía
ciante toda la vida. telegramas los mandaba por teléfono a San Luis e inmediata-
Tenía un negrito que le hacía los man- mente de allí los mandaban a Coro.
dados allá en Curimagua, que andaba en Me pone Julio el telegrama y le pongo yo el que te dije.
un burro con las encomiendas, y Julio lo Le llega a Julio en la prisión Cleandro y le dice: “Mire,
mandaba a Coro a llevar recados y eso. ¿cómo supo su hermana que usted está preso?”.
Julio llamaba a mi padrino Carlitos. “Ah, porque yo le puse un telegrama”.
“Recibo yo Cuando quitaron a padrino, porque se acabó la Secretaría Ge- Y el hombre le contesta: “¿Usted no sabe que por lo más
un telegrama...” neral, Cleandro le decía: “Ahora no tenés a Carlitos en Coro”, ligero come el tigre?”.
y le tomaba el pelo.
Cleandro Arocha, se alió en compañía de uno que era muy ami-
go del Urbina, a quien Julio reemplazó, para ir en contra de Julio.
Recibo yo un telegrama de Julio mi hermano, donde me
dice: “Estoy preso”.
Entonces le mando yo un telegrama al hombre a quien le
había dado café cinco o seis meses antes en mi casa, en el que
le decía: “Acabo de saber que Julio mi hermano está preso.
Agradézcole muchísimo lo que pueda hacer por él”.
Lo que pasó fue que Julio se estaba lavando las manos en
su salón, ya había despachado a todos los niños, y llega un
hombre y le dice: “Vengo a pasarle revista a la escuela. ¿Por
qué está desolada?”.
“Se comprende”, le dijo Julio, que era volado así como yo,
“que usted no sabe nada de colegios”. Los niños se despa-
chan a las 11 y son las 11.30 a. m.

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

Julio dice que recogió todas sus fuerzas y pensó: “Este hombre era de allá, y ella me dice: “Ángela, no se te ocurra ir a Pedregal,
me viene a vejar; pero antes de eso, yo lo voy a estrangular”. que es muy enfermizo”.
No te puedo decir porque no sé, si lo soltó ese mismo día o Yo no me fui, pero Alfonso se llevó a Julio en los cachos
lo dejó a dormir allí, pero lo cierto fue que lo soltó. para que lo ayudara con el negocio.
Al día siguiente se presentó Julio en Coro. No respiraba. Se Estaban en un campo cerca de Pedregal, y le dio paludismo
iba a casa de mamá, y se venía de casa de mamá, yo com- a Alfonso.
prendo que era exagerado, pero la pasión que uno siente tie- Pero como Alfonso tenía mujer. Yo había oído decir: “¡Niña!,
ne que exteriorizarla, porque si no uno se muere. Él caminaba tenía tanta fiebre que yo me acercaba a la hamaca y le sentía
por los corredores de Las Ventanas de Hierro, día y noche. el fuego del cuerpo”.
“Yo tengo que ir a matar a ese hombre”. Y mamá, que Yo siempre había pensado que eso era embuste, pero des-
había dicho siempre: “Yo prefiero que me traigan a un hijo pués que me acerqué a la hamaca donde estaba Alfonso, sen-
muerto a que lo pongan preso por criminal”. tí como si se abriera un horno.
Esas eran las ideas de antes. Y así fue, porque jamás estu- ¿Qué resultó? Que Julio quedó hecho cargo del negocio y
vieron presos. la carta que le hizo a Santiago Davalillo, hace poco la rompí,
Victorio nunca estuvo preso, con todo y lo retardado men- porque daban ganas de llorar. Le decía: “No voy a tu casa,
tal que era. porque no tengo zapatos. Ando de alpargatas”. Santiago no
Entonces padrino le decía: “Julio, no puedes”. Julio de- me la quería enseñar. La vi ahora, no hace mucho.
cidió: “Entonces yo renuncio”. “Y no hemos podido quitar el negocio, porque me siento
Y ahí vino su muerte. Estaba tan bien en Curimagua. responsable por él”.
Renunciar y firmar su decreto de muerte fue lo mismo. Hasta que cayó con la fiebre, llamó a Santiago y Santiago
¿Qué pasó? Que a mi pobre marido, que estaba de lo asistió, le buscó médico en pleno carnaval en Caracas. El 21
Registrador Principal de Coro, también lo habían quitado. de febrero se murió Julio, mi hermano.
Como él era negociante se fue para Pedregal;
y yo no me morí, por una amiga que me quería
mucho, que era gente muy decente de Pedregal.
Se fue a traer de allá arreos y burros cargados
de maíz para venderlos en Coro, ganándose cuatro
lochas. Este era el negocio.
Pedregal y todos sus alrededores era un paludis-
mo de locos. Entonces voy a casa de mi amiga, que

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

Pero la novia del jefe le coqueteaba y lo llamaba para que le


hiciera cualquier mandado. Es que mujeres casquivanas ha
habido toda la vida. Un día, el jefe, por una zoquetada, le dio
un castigo de mucho rejo, amarrado en un cepo, y Moisés
sabía que era por celos de la novia. Tan duro fue para él que
resolvió dejar la Marina. Cuando se fue, le dijo al jefe: “Yo
me voy de esta escuela, carajo, pero cuando sea un hombre
de verdad, me las vas a pagar”.

Moisés Por contactos de padrino se puso a trabajar de oficinista en un


telégrafo. De esa gente que escribía los telegramas que llegaban
a poner. Un día vio al jefe que lo había castigado que atrave-
saba la plaza. No dijo nada, pero en la cara se
le hubiera comprendido que estaba resuelto a “Era buenmocísimo,

M amá no quiso hablar nunca de él porque se moría de la


vergüenza, pero ¿cómo quieres que lo recordemos con
orgullo si se murió en plena noche de año nuevo en el prostíbu-
matarlo. Y así fue. Esperó que entrara y pusiera
su telegrama, y apenas volteó la espalda para
eso sí, porque tiró
salir, le voló encima con el punzón de almace- para este lado...”
lo más sucio de Curazaíto, con la barriga abierta de un navajazo nar papeles que estaba encima del mostrador.
y en vez de rezar, gritando improperios y jurando venganza? No hubo nada que hacer, porque como era un hombrote, le
¿Qué va a valer la pena acordarse de un ser que no tenía metió el punzón con todas sus fuerzas y le perforó el pulmón.
oficio definido y que no se murió en su cama, sino en la de Fue un escandalazo, porque lo mató delante de mucha
una mujer de la vida, que se la prestó de favor con la esperan- gente y tampoco hizo mucho por salir corriendo, así que se lo
za de que no le fuera a manchar mucho su lugar de trabajo? llevaron preso ahí mismo.
Fue el único hijo varón que le dio a mi hermano Victorio la Los Diez lo lograron sacar, y entonces andaba por ahí sin
mujer con la que se fue. oficio y pasó un tiempo relativamente bien, pero ya tenía un
Era buenmocísimo, eso sí, porque tiró para este lado de muerto encima y eso marca mucho.
Victorio, pero con un temple y un carácter así como el mío, Después no mató a nadie más, pero hirió a otro, cuando
no bobo como su papá, sino voladísimo. supo que uno de los abogados de un juzgado le había hecho
Jovencito, como de dieciocho años, Victorio lo mandó a la una crítica a Victorio en un comercio de zapatos que tenía.
Escuela Naval para que aprendiera cosas de marina y parecía El abogado tenía un revólver y Moisés se lo quitó. Hizo unos
que iba por buen camino. tiros al aire y ahí lo terminó hiriendo.

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

para dar la cara. Se formó la riña, pero esta vez no de gallos


sino de hombres, y Moisés terminó hiriendo al hombre que lo
insultó, pero a él también le tocó un navajazo feo, con la mala
suerte de que se lo metió muy cerca del hígado y fue mortal.
Como te contaba, se murió en la cama de una meretriz.
¿Tú crees que hay derecho? Que aunque no fuera del todo
de buena sangre, mal que bien era hijo de Victorio, que era de
esta casa y fue criado igual a los demás.
A nosotros nos vinieron a avisar, en los pueblos chiquitos
todo se sabe, pero mamá, que le había puesto la cruz a Vic-
torio y que no quería saber nada de sus nietos bastardos, le
trancó la puerta en las narices al que fue a avisar y dijo alto
para que oyeran todos que nos vistiéramos para salir más tar-
de a desearle el feliz año a los parientes y amigos, que era
como se hacía entonces.
Lo volvieron a poner preso, por supuesto, y otra vez los Diez
intercedieron por él hasta que salió libre.
Más adelante, viviendo en Coro con mi hermano Victorio,
su mamá y su hermana Blanca, se agarró a pelear con un ve-
cino por un agua que salía de un albañal. Le hizo unos tiros al
viejo. No lo hirió, pero el vecino lo denunció a la policía.
Otra vez preso, pero padrino dijo que hasta aquí llegaba
y que no lo volvía a ayudar, así que pasó preso como ocho
meses, hasta que por fin lo volvieron a soltar.
De su papá había heredado la maldición de los gallos, a los
que les apostaba en medio de unas borracheras que daban
muchísimo que hablar. ¿No ve que los hombres regresaban a
sus casas contando?
Y entonces, un 31 de diciembre, borracho como una cuba
en una riña de gallos, se agarró con uno que le gritó delante de
todo el mundo que era un tramposo y además poco hombre

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

espantos, atravesando tierras agrietadas; caminaban hasta


que los pies les sangraban; pero no les quedaba más remedio
que llegar a algún lado donde por lo menos hubiera agua.
Durante esa hambruna fue que llegaron a nuestra casa Jua-
nita y su hija Teresa, que estaba bien chiquita, no me acuerdo

Teresa Medina llegó qué edad tenía, siete, ocho años, pero llegaron pidiendo traba-
jo a cambio de que les diéramos de comer. Es que en aquella

con el hambre de 1912 época la gente trabajaba por la comida, porque la garantía de
tres platos por día era un lujo que no todo el mundo se daba.
Nosotros no era que tuviéramos mucho, pero por lo me-
nos teníamos una casa y comida sencilla, pero comida al fin
y al cabo, y donde comen

U na de las peores tragedias que me tocó vivir fue lo que


pasó en 1912, cuando la famosa hambruna. Me lo con-
taron, porque no lo vi, de una pobre mujer que encontraron
dos, se las arreglan tres, y
mamá, que era generosa,
madre al fin, le comprendió
muerta con el hijo pegado a la teta. la desesperación a esa mu-
Salieron de Paraguaná y se vinieron caminando, esperando jer en la cara y las dejó a las
no sé qué, pero era como una desesperación que les entró dos viviendo con nosotros.
por encontrar qué comer. Es que fueron meses y meses en los Después, cuando mi her-
que no caía ni una gota de agua y no se veía ni una mana Mercedes se casó, y
nube para un remedio. Parecía cosa del diablo y el ya Teresa era una mujercita,
infierno. ¿Tú puedes imaginarte que algo así pueda se la llevó y la ayudó a
pasar? Pues pasó. Y era tanta el hambre y la falta criar a toda la Trocone-
de agua que se volvieron como locos y salieron a ra, que la llamaba Tita.
ver cómo se salvaban. Salieron buscando la Sierra, o Pero eso fue mucho
con la idea de llegarse hasta Coro, lo que fuera, con más adelante.
tal de no quedarse ahí esperando que la muerte se los
siguiera llevando, porque estaban vueltos locos, y has-
ta agua salobre terminaban bebiendo, porque la sed y
el calor los estaban matando. Caminaban como unos

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

Cosas del pupileo

P ara que tú veas cómo era la gente de mi tiempo y cómo


eran los enamoramientos, uno nunca hablaba directamen-
te con los hombres. A lo más que llegábamos era a “pupilear-
nos” con ellos los domingos en misa, que era cuando uno tenía
ocasión para encontrarse.
Por cierto que tengo un cuento de atrás. Había un señor, que
no era casado en ese tiempo, y resulta que yo me sentaba en
un banco justo detrás del de una señora casada pero alegrona,
de ésas que les brincan a los hombres, que se sentaba adelante.
Al mucho tiempo, creo que ya hasta estaba viuda, me dijo
una amiga mía que ya se murió: “Yo tengo un cuento que
siempre estoy por echarte”. Fulano de Tal, ni me acuerdo en
este momento, pero yo sabía quién era, estaba loco enamora-
do de ti. Se paraba en el pilar, pero por delante del banco de
ustedes estaba el banco de Fulana de Tal, que creyó que él se
paraba allí para verla a ella y empezó a pupilearse con él. Del
tiro, el hombre acabó poniéndose de amores con ella. ¿Tú me
quieres hacer el favor de explicarme qué devoción era ésa? El
diablo se los debe haber llevado a todos en los cachos, te digo.

72 73
Antes de que se vayan Ángela Ninfa

Los copié y los guardé en


mi cartera y allí se quedaron
un buen tiempo.
Un día, a la salida de misa, se me ocurrió decirle a mi gran

Tinta roja amigo Raúl Salcedo que se los hiciera llegar al mozo de quien
más adelante voy a hablar mal y por eso prefiero no nombrar.
Raúl, muy extrañado de mi osadía, los guardó en el bolsillo
de su paltó y no me hizo mayores comentarios.
Después, en mi casa, me puse a pensar que como se le ocu-

E n la época de mi juventud, eso de bolígrafos y plumas


con cartuchos ni soñaban con existir.
Cada familia se preparaba su propia tinta con colorantes
rriera a este hombre abrir el poema enfrente de cualquiera, se
iba a saber de dónde venía. Se me fueron poniendo los nervios
de punta sólo de imaginarme la ira que desataría en mamá sa-
naturales, que sacábamos de hojas de árbol machacadas y ber que yo le estaba mandando esquelas a un extraño.
aceite vegetal, el onoto con el que se cocinaba, inclusive hasta Pasé varios días de verdadera agonía, me sentía la más cul-
con el azul de metileno, de ése que venden en las boticas. pable de todas las muchachas de Coro y las cosas llegaron a
La tinta de mi casa era roja, la de los Tellería, verdosa y así tal extremo que resolví pedirle a Raúl que hablara con el mozo
sucesivamente, de manera que nada más verle por encima el y le pidiera que me devolviera mi poema.
color a un escrito, y ya más o menos se sabía de dónde era. A los pocos días, y, de nuevo, sin mayores comentarios,
Había un mozo, que no voy a nombrar porque más adelan- Raúl se presentó a mi casa, como era su costumbre a finalcito
te le voy a hablar mal y no me parece elegante decir cómo se de tarde, y en un descuido me lo puso en el costurero.
llamaba, que me pupileaba en la iglesia. Eso de mirarse desde Yo me hice la que no había visto, pero sentí que los cache-
lejos era ya casi una promesa de romance, porque lo correcto tes se me habían puesto rojos de tanta rabia, rojos como la
era dedicarse a la devoción de la misa y no andarse haciéndo- tinta con la que había escrito el poema devuelto.
le ojitos a nadie. Pero es que miraba tan bonito, que llegó un Ese domingo en la misa ni me volteé a ver a ese imbécil,
momento en que era difícil resistirme. porque una cosa es que yo hubiera cumplido con pedírselo,
Por esos días yo me había encontrado unos versos que me pero bien pendejo él que me lo había devuelto.
tenían encantada, y una tarde después del almuerzo resolví Un hombre así de débil definitivamente no vale la pena,
copiarlos con mi propia letra, que modestia aparte era una ¿a ti no te parece?
belleza porque para eso practicaba bastante caligrafía.

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

Yo en esas trampas no caía, pero en cambio lo que siempre me


entusiasmó muchísimo fue bailar y para mí, la desgracia más gran-
de que podía sufrir una muchacha era que la privaran de un baile.
¿Tú sabes lo que es, que en mi vida de soltera bailé apenas
ocho veces? ¿Tú sabes lo que es nada más que ocho veces?
Mamá no me dejó bailar sino hasta los dieciocho años y me

Ocho veces en cinco años casé a los veintidós, así que en cinco años bailé nada más que
ocho veces. Eso sí, con música de orquesta, en los bailes que
organizaba la Sociedad Tersícore de Coro, a la que yo perte-
necía, por supuesto. Lo demás era furruco que uno mismo
ponía. Yeyé tocaba el piano y uno llamaba a tres o cuatro

E n mi época de soltera el cine era mudo, pero no fue de


ahí de donde a mí me vino el poco entusiasmo por las
películas. Ahora me he puesto a pensar que era por aquella
muchachas y tres o cuatro muchachos y hacía baile
de furruco, pero eso no cuenta como baile, por-
que los de verdad se hacían con instrumentos
orquesta, que la ponían tan bella para que la gente no se de viento: clarinete, cornetín, todas esas cosas
fastidiara tratando de adivinar las morisquetas que hacían los de viento. La orquesta que había en Coro era
artistas, mientras yo me moría pensando: “¡Ay, cómo se pier- la de Francisco Martínez. Había otra, de un señor lla- “No puede haber una pena
de esa música, Dios mío!. ¿Por qué será que no ponen bailes mado Mundo Medina, pero cuando las fiestas eran con él, no más grande en la vida,
aquí en el teatro?”. Y sufría horrores. se entusiasmaba mucho la gente. ni que se le mueran a uno
Mis amigas se morían por ir al cine, para verles a esas mu- Cada vez que había una fiesta y estaba invitada, mamá
jeres los peinados, los vestidos, que la verdad eran preciosos, mandaba a averiguar quién más iba, porque si no era gente
veinte hijos, que dejar
para después coserse ellas unos lo más parecido que se acor- de primera yo no podía ir, porque en ese tiempo había mucha de ir a un baile”
daban y salir por ahí echándoselas de artistas de cine. Mi prima diferencia y uno no se mezclaba, como si yo fuera rica o no sé
Leonorcita, sin ir más lejos, no sé si te acuerdas, gorda, aindia- qué, pero era así que se usaba.
da, fea la pobre, aunque, eso sí, simpatiquísima, salía de pava, No puede haber una pena más grande en la vida, ni que
que era uno de los sombreros que se usaban en las películas, a se le mueran a uno veinte hijos, que dejar de ir a un baile.
pasear por las calles de Pueblo Nuevo y, como ella misma de- Nunca se me va a olvidar el día en que a una hermana de
cía, a imaginarse que estaba igualita a Greta Garbo. Es decir, la Margarita Tellería, mi amiga del alma, se le murió una hija,
morena entre Leonorcita y Greta Garbo…, pero ella se lo creía. una muchachita como de 13 ó 14 años, que yo ni siquiera

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

conocía. El caso es que ya tenía como diez días de muerta recosté a una de las ventanas de la casa de las mujeres de
cuando llegó la noticia a Coro, justo la víspera de un baile en enfrente, a llorar, a sollozar, delante de Víctor y todo, pero no
casa de las Capriles, de esos rimbombantes, porque ninguna me importaba nada.
gente pobre ponía bailes, sino la gente adinerada, Llegué a mi casa llorando y me acosté. Galita, mi hermana,
sobre todo los judíos. que tenía doce años más que yo y que ya había pasado a la his-
Y a mi mamá no se le ocurrió idea peor que toria, porque en ese tiempo las mujeres de más de treinta años ya
plantarnos luto cerrado a cuenta de que era so- no contaban, me tendió una sábana por encima y me decía: “In
brina de Margarita, tan cercana a nosotros. Pax Requiem”. Yo pocas veces he sido tan desgraciada, te digo.
La casa de las Capriles quedaba atravesada. Después dio la mala suerte de que ya comprometida, po-
Enfrente había una casa muy alta, que tenía unas nen un baile en los salones del teatro. Y yo no pude ir, porque
ventanotas, y todos los Capriles, uno de ellos, por Alfonso, mi prometido, estaba en Paraguaná.
cierto, enamoradísimo de mí, fueron a hablar con Otra vez, ya recién casada, hubo otro baile, pero mamá
mamá “Misia Ninfa, déjela ir”. tampoco me dejó ir. Yo sabía que Alfonso no se iba a poner
–No puede, porque una sobrina de Margarita se bravo, porque él tenía una confianza enorme en mí, pero por
murió y la familia está de luto. las apariencias aquello no se veía bien, y no me dejó ir para
A mí no me alcanzaba la respiración, parecía que la gente no fuera a hablar mal de mí en el baile. ¡Y yo que
que tenía asma. hubiera bailado con todo el mundo, así más nunca nadie en
Al ratico de irse los Capriles, llegó Víctor, Coro ni la mirada me volviera a dirigir!
el hijastro de Margarita. Y eso porque no te he contado que tu pobre abuela, cuan-
–Te mandan a decir Margarita y Carme- do conseguía un trapito para estrenarlo en un baile, venía
lina que vayas para allá. mamá, que estaba en la menopausia, le daba una hemorragia
Mamá me dijo: y yo no iba, porque no podía ir sola, sino con mamá atrás
“...ninguna gente pobre –¿Te fijas? Ellas no pensaron ni por un momen- como un policía. Así que me quedaba con el calembe hecho.
ponía bailes to que tú ibas para el baile y por eso te mandan a buscar. Donde sí me acuerdo que bailé fue en casa de mi padrino,
sino la gente adinerada” Cuando pasé por la casa de la fiesta, estaba la venta- Carlos Diez, en una casa muy bonita que tenían. Le pidieron
na abierta, pero todavía no había nada de baile, porque la casa prestada para un baile, creo que de carnaval, y ahí sí,
era muy temprano. claro, pude ir sin problemas. Fue una de las piches ocho veces.
Me quedé con Margarita como hasta las nueve y
media, y me vino a traer Víctor. Cuando venía, ahí sí
ya estaba el baile andando y las ventanas abiertas. Me

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

Belarmino

B elarmino Vásquez era boticario y de soltera fue el único


hombre que me simpatizó.
No te puedo decir que lo quería, porque a quien no se tra-
ta, pues no se puede querer. Era simpatía de ojo, enamorada
de ojo y de lástima, porque comprendía que él me considera-
ba a mí una reina, y él estaba en el suelo.
Era hijo natural, e hijo único de una mujer que lo tuvo y
después se murió, pero valía mucho y era el hombre más
correcto del mundo.
Yo lo conocí porque era íntimo, como hermano, de Raúl
Salcedo y de Nano Graterol, gente decentísima de Coro, igual
a uno, y tocaba cornetín con Raúl, que tocaba piano.
En las misas de aguinaldo, Belarmino me mira-
ba y después hasta me llevó varias serenatas, pero
como mi casa quedaba en una esquina, me las daba
en el medio de la calle para que no se supiera para
quién eran. Pero yo sabía que eran para mí, porque
en las otras casas vivían unas pobres diablas.

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

Un día comencé a echarlo de menos en la iglesia, y le pre- que tengo ya no estaba enamorada de él ni pizca. Y fue por
gunto a Nano: medio de ese amigo que supe que apenas duró tres meses
–Nano, tengo como dos misas de aguinaldo que no veo a de casado, porque encontró que a la mujer ya se la habían
Belarmino, ¿qué se hizo? pasado por el filo. Se acostó con ella creyendo que era virgen
–Se fue para Barquisimeto. y se dio cuenta de que no era, pero de todas formas siguió la
Pero yo que soy tan volada, y que tenía con él amores de función y resulta que la mujer salió embarazada.
pupileo, me puse furiosa. Cuando le preguntaban sus amigos íntimos, que están todos
–¿Se fue para Barquisimeto y no me dijo nada? ya muertos y por eso no los nombro, por qué había hecho esto,
Todavía furiosa con él, como a los dos meses me fui a Para- él les decía: “Porque en Mapararí me recibieron como a un rey,
guaná, conocí a Alfonso, y el resto de la historia tú la conoces. y como era músico, me recibieron con toda la orquesta”.
Pero, te digo, la culpa de que no me haya casado con él, Él se casó una mañana y se fue en la tarde para San Luis, donde
la tuvo él mismo, porque si me hubiera mandado a decir “me le tenían una cena preparada. Ella se llamaba Céfora, y te estoy
voy, pero que me espere”, yo lo habría esperado, aunque diciendo el nombre para que veas que parecen cosas de novela.
hubieran sido diez años y aunque fuera de segunda. No me Total es que vamos en el vapor, que en ese tiempo tenía
habría importado. vista al mar, y uno se sentaba en unos corredores que tenían
Yo llevé la cuenta entre la fecha en que me lo dijeron y la unas barandas de metal.
fecha en que se murió mamá y fueron diez años justos. Había una mujer recostada y yo estaba sentada enfrente.
Después se casó con una muchacha muy blanca, y yo, Belarmino me pregunta:
como te dije, con Alfonso. Pasó el tiempo y no supe más –¿No encuentras a esa señora parecida a Céfora?
nada de Belarmino. Y yo que ni me acordaba de la Céfora con la que se había
Muchos años más tarde, ya viuda, iba a viajar a Nueva York casado, sino de Céfora Curiel, otra señora de Coro muy boni-
en vapor y me dice Nano: “Pero, Ángela, qué coinciden- ta, que después se hizo católica, le digo:
cia. ¿Tú te vas a Nueva York en el vapor Santa Rosa? –¿A Céfora Curiel? ¿Cómo se va a parecer una mujer con
Pues nada menos que Belarmino, que ahora está ri- la cara tan fina a esta muchacha?
quísimo, va a viajar en ese mismo vapor”. Y él me contesta:
Yo creo que esos millones los hizo pensando en al- –No, no es a Céfora Curiel que te digo que se parece. Es a
gún día darme la cara, pero esas son conjeturas mías. la Céfora con la que yo me casé.
Lo cierto del caso es que terminamos viajando jun- Y yo que a veces tengo una manera de contestar que pare-
tos. Él llevaba a un amigo íntimo que sabía inglés, Carlos ce cosa del Espíritu Santo, le dije:
García, un muchacho muy bueno, pero yo con este carácter –No la conozco.

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

Se lo respondí de intento, ya con la mala intención, para que


supiera que yo no había figurado con ella. ¿De dónde me salió
esa respuesta? Porque pudiera haberle dicho “no la conocí”,
pero le dije “no la conozco”, para darle a entender que no
había estado nunca donde estaba ella, ni ella donde estaba yo.
Aquí entre nos, en honor a la verdad, sí la vi en la iglesia
algunas veces, pero no puedo decir que la conocí y ni muerta
se lo hubiera dicho. ¿Quién lo manda? Ni él viudo, ni yo soltera

Y a casada por el civil, Emelina se levantó a buscar no sé


qué en la cocina y Alfonso aprovechó para darme un
beso de esos de piquito. Fue la primera vez que me besó y
yo después no hacía sino mirarme en el espejo, a ver si se me
notaba algo raro en la boca.
Es que como te decía, el amor en mis días de joven crecía
a punta de pupileo y suspiros, y estaba más en nuestras ca-
bezas que en la vida real.
La gente se veía en la misa, de lejos, sin perder la devoción, y
nada más de verse se montaba una novela de la otra persona,
pero siempre en la cabeza. Cuando las co-
sas empezaban a ponerse más en serio, que “Fue la primera vez que me besó
el mozo se presentaba oficialmente, que y yo después no hacía sino mirarme
era aceptado para hacer la visita, en fin,
que ya no era puro suspiro, ahí daba hasta
en el espejo, a ver si se me notaba
pena enseñarle todos los recortes con poe- algo raro en la boca”
mas y la partida de sentimentalismos que
uno había coleccionado suspirando por un ser que ahora era de
carne y hueso y que hablaba y decía lo que pensaba y trataba
Ángela Ninfa a la familia ya pensando en que pasaría a formar parte de ella.

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

Al año nació Lulú, con la gravedad que mamá ya contó en otra


parte. Más adelante nacieron Carmelina y Augusto, y después, al
poquito tiempo, me di cuenta de que estaba otra vez en estado.
Debe de haber sido porque eran muchos embarazos seguidos
y ya tenía el vientre cansado, pero el caso es que me desperté
una madrugada con una hemorragia de miedo y la sensación
de que me estaba muriendo.
Llamaron al médico y dijo que era un aborto. Tenía que
cuidarme mucho y guardar reposo absoluto, porque había
Eran dos mundos diferentes, y las mujeres nos enamorábamos perdido mucha sangre. Fueron varios días en los que el sueño
de los escritos de los poetas, de las letras de las canciones, de se me mezclaba con la realidad. Oía voces que a veces eran
las fantasías que nos hacíamos como cosa de juventud, pero en de afuera y a veces eran del sueño, me sentía livianita, como
el fondo sabíamos que eso de casarse era cosa de que la familia si de un minuto a otro fuera a flotar.
aceptara, y que después el cobre se batía bien diferente. Emelina dio la orden estricta de que nadie hiciera bulla en la
Cuando alguien se casaba contrariando a la familia, que era casa, para que pudiera descansar. Los niños andaban en planta
rarísimo que pasara, pero hubo varios escándalos así, siempre de media y nadie levantaba la voz. Yo apenas me daba cuenta.
terminaba por irle muy mal y la historia en tragedia. ¡Es que En medio de esta especie de limbo en el que estaba, una
uno no puede vivir feliz en el disparate! tardecita oí en el cuarto de al lado unos sollozos, que inme-
Pero volviendo a Alfonso. Me conoció y pretendió ya viudo diatamente identifiqué que eran de Alfon-
y con un hijo grandecito. Me pidió en matrimonio y yo dije so. Me resultaban tan difíciles de creer que
que sí, primero porque tenía unos ojos preciosos, era muy buen no sabía si eran del cuarto de al lado que “Pero por lo menos me quedó
mozo, y segundo porque yo sabía que si no lo aceptaba, muy venían o si era de mis sueños de enferma. la satisfacción de que un día
probablemente me quedaba soltera, porque así eran esas co- “Si Alfonso está llorando, debe ser porque mi marido lloró por mí,
sas. Uno no se casaba con ilusión por el matrimonio, sino por- me quiere… ¿Será por eso que llora, o es por
que ése era el destino lógico y había que embarcarse en él. el miedo a volverse a quedar viudo?”.
como en los escritos románticos”
Total que nos casamos en Coro y la luna de miel la pasamos No llegué a saberlo nunca, y ni loca se lo iba
en Paraguaná, después de viajar dos días a lomo de mula y a preguntar. Pero por lo menos me quedó la satisfacción de que
pasar la primera noche del viaje en La Enramada, una posada un día mi marido lloró por mí, como en los escritos románticos.
que había a mitad de camino. Fue un pellizquito de fantasía en la realidad de mi matrimonio.

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

Celosa de Alfonso

M e acuerdo una vez Alfonso se demoró más de la cuenta


y en vez de llegar como a las doce, doce y media, que
era su costumbre, se apareció como a las tres.
Yo estaba furiosa.
–¿En dónde estabas? –le pregunté.
–Me quedé conversando –me contestó.
Pero yo no le creí, y como los celos son cosa de locos, de
inmediato pensé que seguramente era que se había quedado
con alguna mujer, y ahí me dije para mis adentros: “Por si
acaso es verdad, te voy a amargar la cita de la que vienes”.
Y entonces le formé un fostrón, y se puso tan bravo que se
fue para la calle.
Como dos días después, que todavía no había regresado,
estuvo de visita en mi casa José Demetrio Leáñez y yo lo aten-
dí como si nada. Nos despedimos y al rato regresó y me dijo:
“¡Chica, a ti no se te conoce nada!”. Tú me hablaste tanto,
hasta de la bodega que Alfonso tiene por la Plaza Bolívar, y
Boda de los abuelos Ángela y Alfonso saliendo de aquí paso por allá y siento que alguien me llama.

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

Era Alfonso, que me dice: “José Demetrio, estoy muy con-


trariado. Hace dos días Ángela me formó una pelotera y del
tiro me vine para acá, y total es que tengo dos días fuera de
mi casa. Hazme el favor de volver a mi casa y pídele a Ángela
que me perdone”.
Resulta que ya había estado en la casa al día siguiente del
pleito. Las casas eran largas y tenían una especie de pieza al
entrar, que uno llamaba la camareta. Sin atreverse a seguir,
había llamado a Emelina y le había pedido que le trajera a Ju-
lio Ricardo, mi muchachito que después se murió. Emelina me
vino con el cuento y yo le dije: “Pues no se lo lleves”.
Después, cuando vio que no lo iba a dejar ver a los hijos, y
que con mandar el recado con José Demetrio no iba a lograr
gran cosa, se armó de coraje y se presentó en la casa. Yo lo
recibí con cara de burro, por supuesto.
Entonces me dice: “Vamos a dejar esa pelotera que tienes.
¿No quieres ir conmigo al cine?”. Yo por último le dije que
sí, pero salí hecha una cascabel. Me acuerdo que me llevó
al Rialto, cerca de la Plaza Bolívar, y que estaban dando El
harem del Zar. Cuando vi el nombre de la película, me paré
en mis treinta. “Yo para esa película no voy. Ni que me lleves
amarrada entro a ese teatro”. Y con la misma nos devolvimos. Ángela Del Ciervo
De eso hará más de sesenta años, digo yo, porque ya el cine
era hablado, pero todavía me acuerdo y todavía me dan celos,
sobre todo porque nunca me dijo dónde era que estaba.
Alfonso O
“Hazme el favor de volver a mi casa sorio
y pídele a Ángela que me perdone”

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

la voz. “Unas mujeres echándose agua en la


quebrada, con el pelo como cera derretida, y
otras muertas. Lo que he visto es horroroso, no
sé cómo estoy vivo. Ponme esto”, me dio una
papeleta, “y me voy a acostar”.

Cinco abortos No tenía ni media hora poniéndole los pa-


ños, cuando le digo: “Alfonso, no puedo se-
guir, porque tengo una hemorragia”. Así que
en una cama me acosté yo y en otra Alfonso. Y
seguía sangrando. Como a los quince días vino

Y o tuve cinco abortos, porque como tenía el hígado en-


fermo, salía en estado y cuando me dolía el hígado me
daban remedios que me hacían abortar. Uno de ellos, ya fue
el doctor Razetti y me dijo que tenía que inter-
venirme. Me metió la mano y Alfonso me decía:
“¡Mi amor, no llores, no grites tanto!”. Ahí Ra-
en Caracas y me vi al borde de la muerte. Estaba ya con tres zetti sacó como un muñequito pequeño, con la
meses cumplidos y Alfonso salió a pasear en un autobús que iba palomita del tamaño de la cabeza de un alfiler.
Lulú y sus hermanos:
para La Vega y se incendió y los horrores que vio daban miedo. Ni te cuento cómo quedé después Carmelina, Augusto y Yoyita
Fíjate en mi sensibilidad. Yo estoy sentada y hay un patio de por de esa hemorragia, pero a los pocos
medio, un patio largo que había en la casa donde vivíamos, y meses estaba otra vez embarazada, “...a los pocos meses estaba otra vez
después del patio había un anteportón y el zaguán. Le digo a porque yo era un pájaro para agarrar embarazada, porque yo era un pájaro
Emelina: “Alfonso llegó”. Estaba hablando con un hombre en la hijos. Es que te digo. Irene tenía tres para agarrar hijos”
calle y yo no sabía nada de lo que había pasado. “Si Alfonso to- meses de nacida y yo estaba crián-
mara”, le comento a Emelina, “yo diría que está borracho, por- dola y no me vino el período. Le dije
que es él el que está hablando, pero tiene una voz diferente”. a Alfonso, mi marido: “Me arde el pecho y no tengo ni una
Cuando entra, viene con la cara amarilla de la pomada ésa gota de leche”. Nada, estaba otra vez embarazada y fue de
que le ponen a la gente cuando se quema. Me dice: “Es- mi último hijo, que nació cuando ya Alfonso se había muerto.
toy vivo de milagro. El autobús se incendió y yo no sé cómo
me logré tirar. Me alcanzó una ráfaga de fuego y me quemó
esto por aquí”. Los horrores que vio los tenía en el tremor de

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

Yo no sé cómo
había gente viva

D e verdad, no sé cómo había gente viva. Cuando una


mujer quedaba en estado, los demás decían: “Ay, po-
brecita, está embarazada”, porque eso significaba un pie en
la tierra y otro en la sepultura.
Muchas se morían de infección, porque no había antibióti-
cos, y a la que le daba, se moría. A mi mismo marido, Alfonso,
se le murió la primera mujer cuando dio
a luz a Enrique. El muchachito se salvó,
pero ella no quedó para echar el cuento.
Y que la madre se salvara no quería
decir que el hijo se iba a salvar también.
¿Cuántos angelitos no enterramos? Las
mujeres sabían que así tuvieran un mon-
tón de hijos, alguno se le iba a quedar
por el camino. A mi se me murió Julio
Ricardo chiquitico. Uno lo cuenta fácil,
sobre todo ahora después de vieja, pero
no te imaginas el dolor que se siente, “Ay, pobrecita, está embarazada”

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

porque se iban sin que uno pudiera hacer nada para salvarlos. a dar miedo. Pero si una simple aspirina, que hoy venden en
Sólo quien es madre puede entender. cualquier farmacia, vino llegando casi con la primera guerra.
Ahora, con las gentes del pueblo, no sé cómo, pero era A la gente que le daba una simple gripe, o una apendicitis, o
diferente. una diarrea ya tenía suficientes motivos para morirse, porque
Imagínate tú que papá tenía una hija natural, llamada no teníamos ni suero, ni antibióticos, ni nada.
Rosa Durán, que después se casó con un hombre blanco y de Y esas eran las causas naturales, pero no eran las únicas,
cierta educación, no era un peón pues, llamado Temístocles porque la otra peste era la de la matadera. El revólver para
Chávez, que tenía una huerta. allá y el revólver para acá, y en la gente más del pueblo, el
Rosa Durán trabajaba como un hombre. machete suelto. A cada rato nos enterábamos de una des-
Cortaba la hierba y a veces se iba con uno gracia. La gente ajustaba sus cuentas con su propia mano, y
de los hijos en los brazos. A otro cuando cualquier motivo, linderos, infidelidades, pleitos en la familia,
lo parió le cortó la placenta machacándo- era pretexto para salir matando.
sela con una piedra. Esa tuvo como diez Te cuento todo esto para que veas cómo era la vida en
hijos. No sé cuántos se le llegaron a morir, aquellos tiempos. Los que quedamos, llegamos a esta edad
pero era una máquina de parir. de puro milagro, te digo.
¿Y de tifoidea? ¡Cómo se moría la
gente! Es que el que se enfermaba, de
lo que fuera, lo trataban con brebajes y
“¿Y de tifoidea? compresas de cuanto te puedas imagi-
¡Cómo se moría la gente!” nar. En Caracas a veces había más re-
cursos, no muchos, porque la medicina
estaba muy atrasada en todos lados,
pero por lo menos era un poco menos
malo. Imagínate lo que quedaba para
nosotros, perdidos en la provincia. Y si
te pones a ver para atrás, aquello vuelve

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

“A la gente que le daba una simple gripe,


o una apendicitis, o una diarrea ya tenía
suficientes motivos para morirse...”

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

La sentencia de Alfonso

A lfonso, mi marido, andaba en bestia, porque casi no ha-


bía automóviles en esa época. Resulta que un día la mula
en la que andaba vio un carro, y creyó que era el diablo que se “...la mula en la que andaba vio un carro,
había salido del infierno y dijo a dar brincos el animal –no sé si y creyó que era el diablo
mula o caballo– por el monte. Y entonces aquel animal era un que se había salido del infierno”
puro brincar y correr, y a pesar de que Alfonso era lo que se
llama un jockey, no podía dominarlo. Se agachaba tanto que
la cabeza le daba en el pico de la silla, y aquel animal como un de algodón, algodón del que se hila, no de seda. Me dijo que
loco desatado. En una de ésas, en la desesperación de aquella se la pusiera fuerte, y me pasé buena parte de la noche asistién-
bestia desbocada, se tiró del animal corriendo y al tirarse en dolo, pero por tanto tormento se me precipitó el parto y al día
aquel monte firmó su sentencia. siguiente nació Carmelina, nuestra segunda hija.
Sintió un dolor horrible en el riñón, y como pudo llegó hasta A pesar de que era fuerte como un toro y siguió viviendo
la casa de Diógenes su hermano, que tenía una hacienda cerca. así todo el tiempo, Alfonso siempre tenía problemas en los
Cuando fue a orinar lo que le salió fue un chorro de sangre riñones, hasta que se murió el 13 de marzo de 1932. Yo tenía
viva. Eso fue un 18 de julio. Yo estaba esperando para dar a luz treinta y seis años y estaba en estado de mi último hijo, al que
a Carmelina el próximo mes. Se vino para Coro en el colmo del puse Alfonso, en memoria del padre que no llegó a conocer.
dolor, y consulté con el doctor y dijo que le pusiera una cosa
donde se pudiera sentar y bañarle la cintura con agua de hojas

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

En aquella época no había hotel y aunque mi casa era muy


buena, no tenía luz eléctrica. Así que me fui a casa de Fran-
ciscana Tellería y le quité la lámpara de gasolina. Después le
dije a Emelina: “Mátame dos gallinas, y mientras les tuerces el
pescuezo, corre a calentar agua para hacer un consomé”. Yo
tenía carne que había sobrado del almuerzo, así que me llevé

El doctor Parra a los seis chivatos para mi casa.


Así que me acuerde, estaban el doctor Hederich, que era el
médico de Las Piedras y todavía estaba vivo y funcionando;
Ismael Cordero, que ya se murió;
José Demetrio Leáñez, que en esa “Mátame dos gallinas, y mientras les tuerces

Y o ya tenía como dos años de viuda y


las circunstancias hicieron que me fuera
para Paraguaná.
época estaba jovencito y estaba el pescuezo, corre a calentar agua
empleado como secretario de Pa-
rra, pero que también ya se murió,
para hacer un consomé”
Estando allá, venía de Punto Fijo el se- además del doctor Parra, que ya se
cretario general de Coro, el doctor Francisco murió. Es que yo nada más echo cuentos de gente que ya está
Parra, y otros más. muerta. Si acaso quedará vivo uno que otro, pero no creo.
Llegaron a Pueblo Nuevo como a las cin- Total. Les puse la lámpara de gasolina, y como era tiempo
co de la tarde, y había un club en el cen- de lluvia, los cocos andaban, esos coquitos de monte que sa-
tro, para hombres nada más, por supuesto, y len cuando llueve.
se pusieron a tomar mientras caía un aguacero Me acuerdo que el doctor Hederich me preguntó:
como de dos horas y no podían salir. –Señora Osorio, ¿se podrá repetir este consomé?
Mandaron al chofer a que viniera y el chofer les –Cuantas veces, quiera –le dije yo.
dijo: “Imposible pasar para Coro, la carretera está inundada Eran dos gallinas y repitieron. Comieron arroz blanco, se
y no se pueden pasar carros”. hizo una palangana y Emelina la mezcló con la carne que
A todas éstas allí lo único que había era licor, de comer no había sobrado.
había nada y eran como seis personas. Entonces yo con esa au- Después que comieron, los acomodé en el cuarto grande,
dacia que siempre he tenido, cuando lo supe le mandé a decir que era grandísimo, en unos chinchorros y en la cama que
que no se preocupara, que en mi casa podían comer y dormir. había. Todo esto ya pasada la media noche.

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Antes de que se vayan Ángela Ninfa

Al día siguiente, el doctor Parra me dio un billete de cien bo-


lívares, que en aquella época era una fortuna, pero yo le dije
que ni loca, que no se los cogía.
Entonces le metió el billete en el bolsillito del pantalón de Alfon-
so, que tenía como dos años, pero yo me di cuenta y se lo devolví.
Ahí me dijo: “Señora Osorio, es que me gustaría retribuirle
su hospitalidad”, y me ofreció que si un colegio y una pila de
cosas, pero yo insistí en que no quería aceptarle nada.
Pasado un tiempo, yo llego a Coro y recibo una notificación
de una pensión del doctor Parra. Cuando voy a cobrarla en
el Banco de Venezuela, me dijeron que tenía otra, como de
trescientos bolívares, para la educación de mi hijo Augusto.
Lo que hice fue que la pedí en monedas de a bolívar y a
cada pobre que me encontraba, que eran muchísimos, le iba
dando un bolívar, que para los pobres era un dineral, porque
lo que estaban acostumbrados a recibir era una centavo, y
con eso compraban medio cobre de papelón y medio cobre
de cualquier otra cosa, queso, arroz, qué sé yo.
¡Que Dios tenga al doctor Parra en su Santa Gloria!

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Pequeñas
historias
Pequeñas historias

Una sociedad bien diferente

E n el Coro de mi época las cosas de sociedad eran diferen-


tes y había que respetar las reglas. Si eras de familia de
primera, decente, que se llamaba entonces, y además tenías
la piel blanca, pues había que mantener ese color a como die-
ra lugar. ¿Tú sabes lo difícil que era en Venezuela mantener
blanca una familia?
Antes de seguirte contando y que se me olvide: eso tan ha
sido así de toda la vida y tan así sigue siendo, que hace unos
años, antier no más comparado con la época de la que estamos
hablando, tu primo Víctor se fue a vivir en mi casa de Paragua-
ná, mientras le acomodaban donde vivir en la petrolera en la
que trabajaba. Bello, blanco, con los ojos verdes y de paso, nie-
to mío, dos días después de que llegó ya nadie hablaba de otra
cosa. Y las más viejas suspiraban:”¡Tan buenmozo y blanco el
nieto de doña Ángela, tan bueno que está para cogerle cría!” “¡Tan buenmozo y blanco
Pero sigo con el cuento de mi época. Había gente de pri- el nieto de doña Ángela,
mera y de segunda sociedad. Los que llamábamos de segunda tan bueno que está
era gente muy estimada, muy buena, que iba a los velorios de para cogerle cría!”

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Antes de que se vayan Pequeñas historias

nuestras familias, porque eran decentes, gente de educación, pobres y además miserables, porque por lo menos sabíamos leer,
que iba a la iglesia, que pertenecía a las Hijas de María y se conversar con altura, tocar instrumentos, en fin, era otra cosa.
ponían su medalla, muy católicas y todo, pero no era la gente A ellos se los llevaba cualquier peste, se les caían los dientes
que iba a bailar con uno, ni iba a nuestros matrimonios, ni no- como si los tuvieran pegados con otra cosa, y eso sí, parían que
sotros a los de ellos. Algunas veces, por alguna no hay más allá. Se les morían los hijos como a todos nosotros,
circunstancia, tenían un deber de obligación y pero en lo que volvías a ver, ya estaban pariendo otra vez.
de gratitud y lo invitaban a uno. No como aho- Sufrían mucho, te digo, pero a la vez no parecían darse
ra, que todo el mundo nace igual y no le hacen cuenta de su desgracia. Si nosotros nos reuníamos a tocar pia-
caso de dónde viene quién, ni de qué color tiene no y bailar, así, entre nosotros mismos, no te quiero ni contar
la piel. Te digo, era una cosa horrible. lo que eran los parrandones que esa gente ponía. Claro, to-
Como te conté, mamá primero mandaba a mando una caña barata y mala, porque la borrachera andaba
preguntar quién iba antes de dejarnos ir o no a un suelta, y sin modales de ningún tipo. ¡Sólo Dios sabe cuántas
baile, y cuando yo conocí a Alfonso y me comen- barrigas no habrán salido de esos bailes!
zó a enamorar, lo primero que hizo fue averiguar Te cuento todo esto para que te hagas una idea de lo que
de dónde había salido y si era como nosotros. a mí me pasa por el corazón cuando veo esas cosas de ahora,
Cuando eran extranjeros, había cierto rece- donde se casa la gente sin preguntar. El mundo cambia, y uno
lo, porque no se sabía de dónde venían, pero no se da ni cuenta, pero cambia. Debe ser por eso que uno se
si eran blancos y gente correcta, acababan por tiene que morir, digo yo, para que vengan otros a quienes les
integrarse a nuestra sociedad, sobre todo los dé lo mismo una cosa que otra.
americanos y los alemanes, que salían tan tra-
bajadores y buenos maridos.
Y con los judíos era otro tema. Muchos se
bautizaron y entonces, ahí sí, se podían mezclar
con uno, pero a los que se mantenían en su re-
ligión, los tratábamos con mucha amabilidad y
todo, pero cada quien en su lugar.
Después había la gente del pueblo, para quienes
agua limpia y comida caliente eran cosas de ricos.
Ellos nos llamaban así, aunque éramos pobres
como unas ratas. La diferencia era que no éramos

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Para estar
a la última moda

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Ahora, nada comparado con mi amiga María Jesús. Tenía un


marido que era todo lo peor que tú te puedas imaginar: bo-
rracho, mujeriego, tarambana, una joyita montada al aire,
pues. Y resulta que un día se muere y llego yo al velorio y en-
cuentro a María Jesús forrada de
“El hombre tiene que casarse, negro desbaratada al lado de la
y la mujer lo mismo...” urna, llorando a su porquería de
El mejorcito merece la horca marido. Y yo, que no me puedo
aguantar a veces y que soy muy volada, le dije: “¡Niña, por qué
lloras así, si Dios te hizo el favor de por fin quitártelo de encima.
Yo que tú, me vestía de rojo vivo y me ponía a tocar en

M amá decía que el mejorcito de los hombres merece la


horca, y yo creo que es verdad, aunque a uno no le
quede más remedio que casarse.
el cuatro todo lo que me supiera cantar!”. No me dijo
nada, pero pero me torció los ojos.
Otra también de mi época, te echo nada más
El hombre tiene que casarse, y la mujer lo mismo, pero es algunos de los cuentos, porque son muchísimos,
una vaina, ¿oíste? se casó con un hombre de hacienda que tenía
Y uno se la tiene que tragar, aunque sea amarga hay que una educación muy distinta a la de ella, porque
tragársela, porque la otra opción es quedarse para vestir san- uno por pobre que fuera, vivía en la ciudad.
tos, que es tan triste. Entonces ella se enamoró y se casó con su ha-
Dígame yo, con mi carácter. ¡Qué hubiera sido yo soltera! cendado y se fueron para unas tierras que
Queriendo mandar en las casas ajenas, porque no me hubiera él tenía en la Sierra, en Curimagua. No
quedado sin la mandarria, y no hay nada peor que una solte- era ningún pueblo, era una hacienda.
rona mandando, que donde quiera estorba. Dicen que ella fue muy desgracia-
Yo lo reconozco: es la ley de Dios, pero que es una vaina, es da, porque él le decía cosas así como:
una vaina, tanto para el hombre como para la mujer. ¿Qué ne- “Mira, esta carne de panela se la
cesidad tiene uno de buscarse un dueño? Y eso que mi marido llevas a Fulana”, que era su que-
era…, es decir, ¿no?, pero eso no quiere decir que no me haya rida y ella lo sabía.
hecho muchas, que no voy a contarte, porque está muerto y si Echó a parir esa pobre mu-
uno no les puede faltar en vida, después de muertos hay que jer. Cinco hijos, creo que fue
respetarles la memoria. Además, es tu abuelo y no sería correcto. que tuvo. Por fin se murió de

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sufrir, yo no la conocí. Jamás la vi, ni la conocí, ni la quise


conocer, porque ella se metió en ese monte de cabeza, como
hacía la gente antes, y era su esclava, sabiendo que el marido
era un pedazo de perro.
Y dígame el fulano que dejó a su mujer después de que ya
tenían seis hijos, que cuando le preguntaban que por qué la
había dejado, ponía cara de carnero moribundo y decía: “Es
que me di cuenta de que ella no era para mí”.
“¿Y ahora fue que te viniste a dar cuenta? No es por nada,
pero ¡eres bien bruto!”
He echado ese cuento tantas veces que ya no me acuerdo
si se lo llegué a decir o si fue que lo pensé. ¡Sinvergüenza!
Las de Lima
Pero a pesar de todos esos horrores, para las mujeres de
mi época la locura por casarse era tal que se les quedaba en
la cabeza hasta después de viudas y viejas. Figúrate tú cómo
será, que misia Conchita Leáñez, ya viejita y senil, cuando uno
iba a visitarla, lo recibía a uno con la siguiente noticia:
H abía en Coro dos hermanas feísimas de apellido
De Lima, que en nuestros días de juventud nos
divertían mucho por la forma como se trataban.
–¿Sabes que me voy a casar? “Niña, hoy amaneciste de un semblante estupendo”.
Y cuando uno por seguirle la corriente, le preguntaba: “El color de este vestido te queda famoso”.
–¿Ah sí?, ¿y con quién te vas a casar? “Qué bien te ha sentado la crema de la cara”, y así su-
Y ella contestaba, extrañadísima de que no supiéramos: cesivamente.
–Pues con Juan de Ampíes, ¿con quién más va a ser? Ambas se quedaron solteras, porque no hubo quien se
Y resulta que Juan de Ampíes, no sé si sabes, fue nada me- casara con ellas, pero eso sí, fueron dos solteronas feli-
nos que el fundador de Coro, allá por mil quinientos y pico. císimas, que hasta el fin de sus días no dejaron ni por un
momento de floripondearse.

“Niña, hoy amaneciste


de un semblante estupendo”

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Antes de que se vayan Pequeñas historias

Y ni te cuento
¿Cómo se hace? de las Fonsequita

S in embargo, no todas tuvieron la suerte de las De Lima de con-


tar con quien las halagara, aunque fuera su propia hermana.
Había una señorita vieja, que cuando muchos años más
U nas hermanas de apellido López Fonseca que había en
Coro, que las llamaban las cinco postales, porque cada una
era más bonita que la otra. Te digo, preciosas. Pero eran de ori-
tarde le preguntaban que por qué nunca se había casado, gen judío, de los que no se convirtieron sino después, y en aque-
respondía, no sin un dejo de tristeza: lla época no había gente de la comunidad con quien casarlas, así
“Mijita, porque los que me dijeron no me gustaron y los que, como te lo cuento, preciosas como unos soles, se quedaron
que me gustaron no me dijeron”. Así pasaba a veces. solteras. No se casó ni una sola. ¿Tú sabes lo que es eso?
Y dígame que un día me pregunta Neptalí Jesús, mi médico
de Paraguaná: “Ángela, yo que te conozco de hace añales y
sé que eres muy apasionada, ¿no te volviste nunca a enamo-
rar, si te quedaste viuda tan joven?”.
“¿Cómo que no me volví a enamorar?”. Se enderezó en la
silla y me preguntó: “¿Y de quién te enamoraste?”
Pues nada menos que Carlos Gardel, por quien me volví
como loca cuando vino a Caracas, dos años después de que
Alfonso se había muerto.

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Antes de que se vayan Pequeñas historias

Hijos naturales
Casadas o viudas, al quedar demos- “La vergüenza de la familia
trado el desliz, a las esposas no nos fue de tal magnitud que la madre

S i la tortura de nuestros maridos era nuestros celos incontrola-


bles, la nuestra en cambio era los fulanos hijos naturales, que
aparecían como fantasmas cuando uno menos se lo esperaba.
quedaba más que resignarnos, por la enclaustró en su cuarto
aquello de que el pobre infeliz no te-
nía ninguna culpa, pero eran como
para el resto de la vida”
Algunos formaban parte de los secretos que los novios ca- una nube oscura que se instalaba
bizbajos les contaban a sus prometidas, y eran hijos que en para siempre sobre nuestras cabezas y la de nuestros hijos legíti-
más de una oportunidad fueron llevados a la familia oficial y mos, a quienes cómo le íbamos a negar el trato con sus hermanos.
criados en la mejor estima. Casi siempre era de hombres que salían a meterse con mujeres
Otros, engendrados en los viajes de los maridos al interior, del pueblo, pero esporádicamente se daba el caso de niñas de la
se mantenían en el más riguroso sigilo durante mucho tiempo, mejor sociedad que metían la pata también.
hasta que invariablemente las caras los terminaban poniendo Una que no voy a nombrar porque ya la pobre sufrió bastante,
en evidencia, porque no hay nada que se parezca más a su apareció un día con una barriga que no había manera de justifi-
padre que un hijo negado. car. La vergüenza de la familia fue de tal magnitud que la madre
Eso por no mencionar los que aparecían de la nada cuando la enclaustró en su cuarto para el resto de la vida y sólo cuando
los maridos se morían, y cuya presencia cambiaba en segun- el fruto del pecado llegó a la mediana infancia, como la gran
dos el llanto inconsolable de la viuda por una ira post mortem excepción, la dejaba estarse un rato en la cocina, eso sí, siempre
“Los fulanos contra el cónyuge, que si se salvaba del escándalo era nada y cuando las ventanas estuvieran cerradas y no hubiera visita.
hijos naturales” más que porque ya estaba bajo tierra.

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Antes de que se vayan Pequeñas historias

Mientras las mujeres rezaban, una partida de hombres raros, de


esos con los que él andaba, se apostaban en absoluto silencio,
marcando una presencia como de brujos del otro lado del corre-
dor, justo enfrente de la puerta del moribundo, en una especie de
duelo entre Dios y el diablo.
El moribundo mientras tanto, yacía inquieto en su cama de
enfermo, luchando a brazo partido con el desenlace fatal, que
presentía con toda razón que sería en asunto de horas.

Los masones no pudieron Y así se les fueron dos días con sus noches, y mientras más
las mujeres rezaban, más los hombres, de paltó de paño
a pesar del calorón, hacían acto de presencia, en una
especie de velorio con el difunto todavía vivo, ambos
bandos redoblándose y negados a darles tregua a sus

S iempre sacaban que Bolívar había sido masón, y eso los


exoneraba un poco de esa imagen de secta rara que te-
nían. Pero Bolívar o no Bolívar, de todas formas eran hom-
respectivos empeños.
De repente se oyó como un trueno una voz que venía
del cuarto del enfermo.
bres a los que uno tampoco les tenía mucha confianza, por “¡Dios de bondad, apiádate de mí!”.
ese misterio que siempre los acompañaba y esas reuniones de Se hizo un silencio de miedo y todos se parali-
noche a puertas cerradas. La gente decía que esas ideas las zaron, menos la esposa, a quien no le faltaron los
habían traído los judíos, que a su vez se las habían metido en pies para salir corriendo a buscarle el cura. No más
la cabeza los curazoleños, vaya uno a saber. entró el padre, los hombres, cabizbajos, salieron en
Yo era muy niña, pero recuerdo como si fuera cosa del fila sin decir palabra.
sol de hoy, que las amigas de mamá contaban que cuando, Esa tarde se murió y ya con las cuentas del alma ajus-
¿cómo era que se llamaba?…No me acuerdo, porque, ¿no ve tadas, se hizo merecedor de cristiana sepultura.
que cuando uno se va poniendo más viejo se le olvidan las Es que por muy guapo que se sea
cosas? Bueno, el caso es que este hombre, que era masón, en esta vida, a la hora del vamonós
se estaba muriendo, y su esposa, una santa devotísima de nadie se la juega así no más, no vaya
María, se había instalado en el corredor de la casa, rezando a ser que el mismísimo demonio sea
rosario tras rosario junto con las mujeres cercanas a la familia, el que lo esté esperando del otro lado.
pidiéndole a Dios que no se lo llevara sin el olor de santidad.

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Antes de que se vayan Pequeñas historias

El dueño del cajón

T e podrá parecer mentira, pero en Paraguaná había un


señor que era el dueño del cajón de su pueblo, y cada
vez que alguien se moría se lo iban a “prestar”. Él siempre
muy amable lo ponía a la orden, y después del velorio y de
que enterraban al muerto amortajado y cubierto de cal, se lo
devolvían hasta la próxima ocasión. ¿Tú has visto?

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Antes de que se vayan Pequeñas historias

Entre Coro y La Vela

C omo presidente del estado Falcón, a León Jurado le tocó


inaugurar la carretera que unía Coro a La Vela. Le pidió
a su amigo Alejandro Salcedo que lo acompañara y al amane-
cer emprendieron camino. Parece que les pasó de todo en la
carretera precaria, bajo un sol de derretir acero, y tras horas
de percances y malos ratos, por fin lograron llegar a destino.
En La Vela, lo primero que hicieron fue irse al te-
légrafo a ponerle un cable al Benemérito. Tras va-
rios borradores, el texto destinado a Maracay decía
más o menos lo siguiente: “Impresionante obra,
prueba inequívoca del adelanto del país en materia
vial. Compláceme comunicar la constatación de la
magna gestión. Fiel servidor y compatriota. LJ.”.
A renglón seguido, Alejandro le pidió al telegrafis- “Impresionante obra, prueba inequívoca
ta: “ahora ponele uno a mi mujer, que diga. ‘Llega- del adelanto del país en materia vial”
mos de vaina, Alejo’”.

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Antes de que se vayan Pequeñas historias

El reloj de la abuela
Dedico a mi hija Luli, en el umbral de mis ochenta años.

T engo bastante clara memoria de mi casa y mi familia,


desde que contaba dos años de edad. El reloj de mi abue-

La Mona la que marcó mis primeras y tranquilas horas, debió de estar


en sitio relevante en la pared que da acceso al comedor al
que se entra por un arco.
El corredor de entrada está adornado con una enreda-
dera de jazmín. Con su verdor y perfume da la bienvenida

A sí sería de fea la casa de las Thielen en Pue-


blo Nuevo, que la llamábamos la Mona,
porque a pesar de lo cuidadas de las matas, el orden im-
y cubre todo el muro del frente. Es uno de los sitios más
vivos en mis recuerdos. Frente a esa enredadera me ense-
ñó Yeyé, reclinada en sus rodillas, las primeras letras de La
pecable y la escoba que no paraba un segundo, la pobre casa Cartilla, y Galita, los primeros puntos de una cadeneta. Las
no tenía remedio. Es que aunque se vista de seda, mona se queda. tejí de varios colores en pabilo y las colocaba en el jazmi-
nero pensando que eran gusanitos que pronto caminarían.
En este mismo corredor tengo presente la piñata que ce-
lebró mis primeros dos años. Representaba un barquito de
azul con sus velas blancas. Primera estampa que me sugirió

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Antes de que se vayan Pequeñas historias

Por cierto que ese gatico protagonizó una de las anécdotas


de las que tengo conciencia: ya siendo yo más grandecita,
nos tocó mudarnos a otra casa, propiedad de Yeyé, en la calle
Toledo. De esa casa guardo también exactos recuerdos, así
como del drama del gato: varias veces lo llevamos a nuestra
nueva habitación y varias veces desapareció por las noches
para volver a su puesto habitual en la ventana del comedor
donde solía pasar la mayor parte de su vida. No recuerdo el
“Mi traje de cumpleaños fue epílogo, pero sí mi disgusto de niña que quería el gato y se me
de encaje amarillo, con un hermoso escapaba por las noches.
cuello que cubría todo el talle” La sala de la casa que vengo reseñando, supe, por referencia
de mi familia, que fue donde nací. Corría el mes de noviembre de
1918. En esta fecha el mundo celebró el armisticio de la primera
guerra mundial y España y América sufrían una de sus conse-
cuencias: la epidemia viral que dieron en llamar peste española.
Mi mamá dio a luz padeciendo esta enfermedad; por con-
secuencia, tuvo un parto prematuro –soy sietemesina–, debió
Lulú guardar cama por tres meses con una flebitis, y por eso me
cuidaron mis tías Yeyé y Galita y por eso en mi primera infan-
el mar que casi no había visto. Mi traje de cumpleaños fue cia permanecí en el hogar de la abuela.
de encaje amarillo, con un hermoso cuello que cubría todo el Pero volvamos a la sala como yo la conocí: amplia, con
talle. Me lo confeccionó Yeyé y fue la primera vez que tuve puerta al corredor de entrada y con dos ventanas altas, con
conciencia de sentirme vestida con elegancia. poyos, que daban a la calle. Sus muebles eran un sofá, dos
Pasando al comedor, un detalle imborrable son sus dos poltronas y sillas de Viena, color negro y con asientos de este-
ventanas ojivales, una de las cuales era el lugar permanen- rilla color amarillo. En una esquina, como mueble principal, el
te donde dormía un hermoso gato blanco, que pertenecía a piano de Yeyé. Era el alma de la casa; me hacía feliz su música
mi tía Mercedes. Fue ese recuerdo, tal vez, el responsable de de valses y las animadas reuniones bailables de los amigos
que, en mi infancia, fuese siempre un gato de peluche blanco que venían a visitarnos. Fueron las primeras emociones con
mi juguete favorito. que sentí la música en mi infancia.

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Antes de que se vayan Pequeñas historias

Ángela Ninfa y Cecilia


La pared izquierda de la sala estaba decorada con un gran
número de postales artísticas, colocadas simétricamente en
forma de un gran abanico. A falta de pinturas famosas, cum-
plían igual función.
Otro vivo recuerdo de esta casa es el árbol de cerezas ver-
des, ubicado en el patio grande detrás del jazminero. Disfruté
mucho de su sombra y sus frutas agridulces, pues fue el mar-
co de mis primeros recreos.
Estas pinceladas de las horas en que comencé a tomar con-
ciencia de mi vida, fueron marcadas por el compás del tictac
del reloj de la abuela y tuvieron de fondo las claras campana-
das que marcaban el tiempo.
Ese mismo reloj ha de marcar en tu hogar muchas horas
serenas y tranquilas, como las de mi infancia.

Con todo el gran amor de tu mamá.


Lulú

Caracas, 25 de noviembre de 1998.

Ángela, Cecilia y Luli

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