Los antidepresivos ocupan en la atención a la salud mental un lugar mucho mayor que
su modesta eficacia en una serie de cuadros relativamente infrecuentes en atención
primaria: las depresiones catalogadas como mayores, le harían merecer. De hecho la
mayoría de las prescripciones se dan “off-label” es decir en cuadros en los que su
indicación es más que dudosa como la distimia, las depresiones leves y los trastornos
adaptativos.
Por lo tanto, tenemos que seguir pensando estos fármacos en la gran mayoría de las
depresiones como tratamientos más dirigidos a determinados síntomas, como una
herramienta más para tratar la respuesta del sistema nervioso a distintos factores
psicosociales y a conflictos psicológicos y no tanto a una diana bioquímica específica
considerada como supuesta génesis del trastorno.
La cuestión de cómo como y cuando se utilizan los antidepresivos (como todos los
psicotropos) tienen una dimensión ética y filosófica y implica la propia concepción que
mantenemos del ser humano y de la naturaleza de la atención de salud. Detrás de su
utilización actual existe una concepción deshumanizante y alienante de la persona. El
síntoma ha dejado de ser visto como algo con un sentido dentro de biografía del
individuo, como una llamada a reconsiderar su visión de si mismo y del mundo que le
permita vivir de una forma más plena, sino un mero proceso bioquímico
.
El discurso centrado en la enfermedad no solo a “conquistado” a la mayoría de los
profesionales sino a la propia población. Los “desequilibrios en los neurotransmisores”
se ha convertido en una perspectiva que sirve para evitar que los pacientes se cuestionen
su propia “responsabilidad” en los problemas que les afectan, imprescindible para una
psicoterapia exitosa.
Como resumen podemos decir que el “éxito” los fármacos antidepresivos o más bien la
utilización que se hace de ellos, constituye el resultado, no de su limitada efectividad,
sino de una orientación biomédica de la medicina de la que nuestra especialidad no ha
logrado escapar y de la medicalización de la sociedad uno de cuyo componentes es la
“narcotización” del sufrimiento psicológico.
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