ediciones
Diseño y diagramación: Marco Antonio Rocha Yllescas
Edición no venal
HAYA DE LA TORRE EN SU
ESPACIO Y EN SU TIEMPO
NOTA PRELIMINAR
BIBLIOGRAFÍA
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NOTA PRELIMINAR
Hemos intentado emprender una investigación del pensamiento de Haya distinta a las
usuales. No nos limitamos a abstraer entre un enjambre de citas un presunto pensa-
miento hayista preciso y definitivo. Damos a las ideas del fundador del aprismo toda su
importancia como ideas directamente relacionadas con una lucha política, pensadas y
escritas en función de situaciones y objetivos muy concretos. No es posible definir un
pensamiento político, mucho menos el de Haya de la Torre, con criterios escolásticos.
A partir de allí, los capítulos siguientes se ocupan de los cambios radicales que Haya
introduce en su propia doctrina desde 1931. Nociones claves como «imperialismo»
y «capitalismo de Estado» cambian de contenido y de significado político, al mismo
tiempo que Haya de la Torre abandona sus raíces marxistas y su admiración por la
Rusia soviética de Lenin. Demostramos cómo el discurso doctrinal hayista de 1931
significa política e ideológicamente una retractación del aprismo auroral, expresada en
la explícita sustitución del «Estado antiimperialista» por un «Estado técnico», cuyo eje
sería el famoso «Congreso Económico Nacional» donde también debería participar
el capital extranjero. Este nuevo aprismo distinto al de 1928 seguirá su propio curso
evolutivo hasta reemplazar el ideal «indoamericanista» por el «interamericanismo de-
mocrático sin Imperio» y manifestar una profunda admiración por el New Deal roose-
veltiano como el modelo a considerar para América Latina.
7
Nuestra ambición ha sido contribuir al debate siempre vigente sobre el pensamien-
to de Haya de la Torre y ensanchar éste con nuevos elementos y nuevas perspectivas
de análisis. Haya de la Torre es una personalidad con una importancia singular en la
vida latinoamericana de este siglo y su aporte al pensamiento político contemporáneo
merece un estudio orgánico, desapasionado y cuidadoso. Al cumplirse el décimo ani-
versario de su fallecimiento, bien podemos ir sentando las bases de una interpretación
definitiva de su vida y sus ideas. Al ubicar sus propuestas en el contexto histórico pre-
ciso, señalando las influencias recibidas en cada espacio y en cada tiempo, y contras-
tando rigurosamente las variaciones ocurridas en su discurso doctrinal, pretendemos
finalmente encontrarnos con el verdadero legado ideológico de Haya de la Torre, el
político real, de carne y hueso, dejando atrás un Haya que, por descontextualizado, fue
incomprendido e indebidamente mitificado.
8
INTRODUCCIÓN
Mirar la vida y la realidad tal cual es. Sin anteojeras, verla en su mayor amplitud [...]. Con ese criterio
he vivido y he luchado 1.
Este epígrafe resume cabalmente el propósito de Haya de la Torre al fundar el movimiento aprista
a mediados de la década del veinte: sentar las premisas de una doctrina latinoamericana de cambio
social, sin anteojeras dogmáticas, recogiendo creativamente experiencias políticas de otros conti-
nentes (Lenin en Rusia, el Kuo Min Tang en China, etcétera), y sin dejar de estar atento a las nece-
sidades de rectificación impuestas por la realidad social.
A lo largo de cincuenta años de intensa brega por desarrollar y conservar el movimiento aprista,
Haya siguió siendo un ejemplo viviente del político realista, pragmático, con estatura natural de
estadista, sin por esto dejar de lado su dedicación a la forja doctrinal del APRA.
En medio de una realidad nacional y mundial siempre esquiva y de difícil análisis, Haya de la To-
rre personifica al líder e ideólogo que no se anquilosa, que no pierde el paso ante la marcha de los
acontecimientos. Como lo prueba su extensa producción bibliográfica, Haya fue un auscultador
minucioso y puntual de la realidad social, de la política e inclusive del quehacer cultural y científi-
co de su tiempo. Como escritor reflexivo, como periodista testimonial, como propagandista de la
unidad latinoamericana, como viajero inquieto y curioso, Haya de la Torre sigue siendo, al mismo
tiempo, un ideólogo y un político en incesante innovación.
Sin embargo, debemos decir que en el fundador y líder máximo del aprismo han coexistido dos
férreas personalidades. Uno es el Haya coloquial, deliberativo, que se prepara cuidadosamente para
la acción. Este entendía la política como «ciencia y arte de posibilidades»2, y no como el fiel cum-
plimiento de una doctrina preestablecida. Para este Haya de la Torre la política se anticipa constan-
temente a la doctrina y la corrige. Para el otro Haya, el ceremonial y de los momentos apoteósicos,
cada dato nuevo de la realidad confirma el ideario aprista y cada decisión política tomada por el
Partido Aprista tiene una clara justificación doctrinal. «No hemos cambiado desde que insurgimos
a la vida política»3, era la frase favorita de este Haya en las ocasiones solemnes.
Para el estudioso desprevenido resulta desconcertante encontrar en los textos, discursos y entrevis-
tas de Haya de la Torre la súbita aparición de una u otra personalidad. A mitad de un párrafo o en
una misma intervención polémica, surge de repente el Haya «oficial» desmintiendo con rudeza –y
sin admitirlo– al Haya reflexivo y confidente. Sin embargo, es un hecho que a lo largo de más de
cinco décadas, frente a un país y un mundo cambiantes, Haya tuvo que bregar para llevar la nave
partidaria a puerto seguro, cambiando más de una vez en forma radical el curso y la velocidad de
navegación. A pesar de la terquedad triunfalista del Haya «oficial» han habido varios aprismos.
Como veremos a lo largo de este estudio, no son etapas políticas distintas solamente, son también
diferentes etapas ideológicas, fases políticas que han implicado cambios sustanciales en la doctrina.
1 HAYA DE LA TORRE, V. R.: Haya de la Torre en 40 reportajes (CR), p. 292. Entrevista del 19 de febrero de 1970.
2 «La verdad del aprismo», junio de 1940. En: HAYA DE LA TORRE, V. R.: Obras completas (OC), t. I, p. 285.
3 Hoy, Santiago de Chile, julio de 1978. En: CR, p. 421.
9
Uno es el aprismo partidario de la lucha de clases y las nacionalizaciones4, que de-
nuncia acremente al «imperialismo yanqui», otro es el partidario de una «constructi-
va convivencia interamericana», aduciendo que «el imperialismo es problema que se
soluciona con la coordinación»5. Uno es el aprismo primigenio, defensor de la acción
armada como única vía válida hacia el poder, que tiene como lema doctrinal «de la
pugna florece la nueva sociedad, fruto de la violencia»6. Otro es el aprismo maduro,
parlamentario, que adopta como lema un directo mentís a Marx: «La violencia es la
sepulturera de la historia» y ya no su «partera»7.
Haya de la Torre encabeza gallardamente, cada nueva etapa del aprismo, siempre de-
safiante y desconcertante. En 1926 dirá que «el poder político debe ser capturado por
los productores [y] la producción debe socializarse»8, mientras en 1962 afirmará cate-
góricamente: «No hemos jamás declarado nuestra filiación socialista»9. En un célebre
folleto de 1931 escribirá: «Aceleraremos el alumbramiento de la etapa capitalista in-
dustrial, bajo el contralor del Estado, organizando la producción y la circulación de la
riqueza hacia el socialismo, que vendrá más tarde»10. En 1940 dirá: «El aprismo no es
comunismo ni es fascismo ni es socialismo [...] el aprismo [...] preconiza el nacionalis-
mo económico [...] el cooperativismo [...] la organización del Estado sobre la base de
la democracia funcional y la elevación del espíritu nacional [...]. El aprismo no es ni
comunista ni socialista porque mantiene el principio de la propiedad privada»11.
4 «El poder político debe ser capturado por los productores; la producción debe socializarse y América Latina debe constituir
una Federación de estados. Este es el único camino hacia la victoria sobre el imperialismo» (¿Qué es el APRA? (QA), diciembre
de 1926). En: El antiimperialismo y el APRA (AA), p. 37.
5 La Tribuna, Lima, 31 de mayo de 1948. El primer viraje hacia esta posición data del I Congreso del PAP: «Nuestro plan-
teamiento programático admite la necesidad y reconoce los beneficios del capital extranjero que llega trayendo adelantos,
pero condiciona y exige medidas de control para sus posibles excesos» (1931); en: HAYA DE LA TORRE, V. R.: Antología ICI
(ICI), p. 87. Un año atrás Haya escribía: «El aprismo plantea [...] la nacionalización de las fuentes de producción realizada por
el Estado. Pero demanda que el Estado represente a las clases productoras [...]. O pretendemos la independencia económica
latinoamericana con miras al sostenimiento del sistema capitalista o tratamos de obtenerla teniendo en cuenta la posibilidad de
su destrucción» (OC, t. I, p. 155-156).
6 OC, t. I, p. 163. Texto de una conferencia de noviembre de 1927, publicado por Mariátegui en Amauta, N° 12, febrero de
1928. En el artículo «Sentido de la lucha antiimperialista», aparecido en Amauta, N° 8, febrero de 1927, Haya escribe: «El
nuevo patriotismo es luchar contra el conquistador económico extranjero y contra sus cómplices de dentro. Luchar contra el
imperialismo es luchar contra el capitalismo». Y líneas más arriba Haya sentencia: «El imperialismo sólo puede ser arrojado
por las armas».
7 OC, t. I, p. 343. Texto de 1959.
8 QA en AA, p. 37.
9 CR, p. 213. Conferencia de prensa en TV, 25 de enero de 1962.
10 «Aprismo no es comunismo» (1931), En: El Plan del aprismo (PA), p. 31.
11 ICI, p. 95, 98 y 100.
12 CR, p. 187. Conferencia de prensa en TV ya citada.
13 Ver El APRA como credo civil de nuestra América (1930). En: OC, t. I, p. 192. Haya admite en 1943: «El aprismo cree en el
misticismo social y político como expresión colectiva del invívito fondo religioso del individuo» (Ib., p. 273).
10
La norma en la evolución ideológica del APRA no es la coherencia sino la imperfec-
ción. En el principio no está el Verbo sino la acción, la política. Debemos comprender
que el aprismo no es una secta de anacoretas doctrinales sino un organismo vivo, que
lucha por crecer y abrirse paso tratando de preservar lo que considera su ser esencial
y aferrándose fuertemente a la personalidad de su líder, en medio de grandes desafíos,
presiones y riesgos. En cada etapa aprista se conjugan, moldeando la doctrina, la ne-
cesidad, la oportunidad y el celo personal de su jefe indiscutible. El Haya «oficial» dirá
muchas veces que el suyo es un «partido sin caudillo ni nombres propios [...] un parti-
do de principios y no de personas»14, pero lo cierto es que es en el plano doctrinal don-
de sólo Haya tiene voz y voto. Allí es juez y parte, impulsando unas veces y frenando
otras, la renovación de conceptos y fórmulas políticas. La organización aprista podrá
ser una obra colectiva pero la doctrina aprista es sin lugar a dudas netamente hayista15.
Balance de resultados
Por la mitificación y politización del pensamiento hayista resulta difícil trazar un retra-
to exacto del resultado final de esta evolución. Pese al tiempo transcurrido y la inmensa
bibliografía dedicada al aprismo, sigue siendo un desafío lograr un consenso sobre el
verdadero legado ideológico de Haya de la Torre.
11
I. DELIMITANDO LAS ETAPAS INICIALES
Hasta entonces –1927– nuestra ideología había pasado por una necesaria etapa de defi-
nición y de estudio18.
HAYA DE LA TORRE, 1928
¿En qué año nace el aprismo? ¿En 1924, en 1926, en 1928? El primer documento pro-
gramático aprista es el artículo de Haya de la Torre What is the APRA? (¿Qué es el
APRA? QA) publicado en inglés en la revista laborista londinense The Labour Monthly
(Vol. 8, N° 12, p. 756) en diciembre de 1926 . El primer organismo político con las siglas
apristas es la «célula de París», dirigida por Eudocio Ravines, fundada el 22 de enero
de 192720.
Desde un punto de vista muy general, puede decirse que entre 1926 y 1931 transcurre
la gran etapa «literaria» del aprismo. No hay una verdadera acción política sino un
esfuerzo germinal, basado en el agrupamiento de intelectuales y políticos peruanos
exiliados –ya que el propio Haya era uno de ellos– y en la toma de contacto con perso-
nalidades, grupos de opinión y partidos de diferentes países.
Ahora bien, este distingo entre la etapa «literaria» y aquélla «política» no equivale a
una similar designación de períodos ideológicos. Antes de 1931 el aprismo no pasa de
ser un cenáculo, emblemas e ideas... pero ideas políticamente definidas y con un grado
de difusión internacional nada desdeñable.
18 AA, p. 118.
19 Este artículo es al mismo tiempo una declaración de principios, un resumen programático y una reseña sobre el origen
del aprismo. Habría sido escrito en París en octubre de 1926. Su primera traducción al español apareció en Buenos Aires en
mayo de 1927 bajo el título Los métodos y propósitos del APRA (PLANAS, P.: Los orígenes del APRA, el joven Haya, p. 51).
20 Antes de esa fecha el APRA existe sólo como proyecto mencionado en cartas y reuniones informales. El testimonio
epistolar más antiguo data de 1925 (Carta a un universitario argentino, en OC, t. I, p. 81). Sin embargo, Haya contaba con
una red latinoamericana de amigos y simpatizantes, animados por la reforma universitaria de Córdoba de 1918, el agraris-
mo mexicano y las «Universidades Populares». Desde el exilio europeo y desde México, Cuba, Buenos Aires, Bogotá, etc.,
muchos de ellos se harán apristas entre 1927 y 1929, pero todavía no en 1924.
21 Se refiere a un mundano café de París. SÁNCHEZ, L. A.: Apuntes para una biografía del APRA, t. I, p. 62 y OC, t. VII,
p. 207.
22 MARIÁTEGUI, J.C.: Correspondencia, t. II, p. 537. Entre 1927 y 1929 Ravines fue un importante promotor del aprismo
bajo la línea de QA. Haya le dio todo su respaldo al constituirse el grupo de París: «Nuestro compañero Ravines, como
secretario general, es el director de este movimiento» (OC, t. I, p. 147). En 1928 Ravines encabezó una rebelión antihayista
en el naciente aprismo, bajo posiciones explícitamente procomunistas, proponiendo la disolución del APRA en las «Ligas
Antiimperialistas» promovidas por Moscú. (MARTÍNEZ DE LA TORRE, R.: Apuntes para una interpretación marxista
de historia social del Perú, t. II, p. 341-342). Casi lo consigue. En el Perú, en 1930, Ravines dirigirá la conversión del PSP
de Mariátegui en Partido Comunista. Ravines era un viejo conocido de Haya y Mariátegui. Fue dirigente del gremio de
empleados de comercio durante las huelgas de 1918-1919 en Lima, estuvo en la Universidad Popular González Prada y
formará parte del grupo Claridad, surgido de esa experiencia. Haya escribirá en 1955 que Ravines fue desde su afiliación
al APRA un «personero solapado» del comunismo, que «apenas» le había visto en París y que «nunca le había conocido en
Lima» (OC, t. I, p. 419).
12
2. Las verdaderas etapas
En el joven Haya, entre 1926 y 1931 podemos distinguir tres fases fundamen-
tales: la primera, representada por QA, inaugura el programa «general» de
cinco puntos 23 y adelanta la definición del proyecto aprista como un parti-
do de frente único 24, trazando una estrategia revolucionaria muy cercana a
las posiciones comunistas de entonces y que gozará del interés de la Tercera
Internacional o Internacional Comunista (Komintern) 25; la segunda, repre-
sentada por las posiciones desarrolladas en el libro El antiimperialismo y el
APRA (AA), escrito en 1928 (inédito hasta 1936), se caracteriza por un dis-
tanciamiento –político pero no ideológico– entre aprismo y comunismo, de-
finiendo la doctrina aprista en función del «Estado antiimperialista» como el
modelo de transición al socialismo marxistamente válido para «Indoamérica»;
la tercera, a las puertas de la gran lucha política de 1931, modifica de hecho
el «antiimperialismo» radical de las dos breves etapas anteriores, tomando la
forma de un entendimiento con el capital extranjero 26, a la vez que presenta
dentro del «programa mínimo» aprista la propuesta de un Congreso Econó-
mico Nacional 27 componente medular de un «Estado técnico y funcional»
sustitutorio y antagónico –como veremos– del «Estado antiimperialista» de
1928. Aquí Haya de la Torre le dirá «adiós» a su famosa tesis del «Estado
antiimperialista» para iniciar un paulatino proceso de «revisionismo» de su
propia elaboración doctrinal.
23 «1° Acción contra el imperialismo yanqui. 2° Por la unidad política de América Latina. 3° Por la interna-
cionalización de tierras e industrias. 4° Por la internacionalización del Canal de Panamá. 5° Por la solidaridad
con todos los pueblos y clases oprimidos del mundo» (QA en AA, p. 33).
24 «El APRA [...] viene a ser el Partido Revolucionario Antiimperialista Latinoamericano [...]. El APRA orga-
niza el Frente Único Antiimperialista [...]» (QA en AA, p. 34).
25 «Recibí una amistosa carta de Lozowski, el presidente de la Internacional Sindical Roja o Profintern, quien
me comunicaba que después de haber leído el artículo de The Labour Monthly traducido al ruso por una re-
vista de Moscú, ‘daba la bienvenida al nuevo organismo’ [...]» (AA, p. 46).
26 En AA Haya plantea nacionalizaciones y severas restricciones a cada forma de inversión extranjera porque
«aún los pequeños contratos [...] implican para nuestros países [...] peligros reales» (p. 162). Y añade: «Es el
Estado y sólo él –el Estado Antiimperialista– el que debe controlar las inversiones de capitales bajo estrictas
condiciones» (p. 159). En 1931 su posición será otra: «Nosotros podremos vivir en buena relación con el ca-
pital extranjero [...] haciendo del capital extranjero un cooperante en el desarrollo económico» (PA, p. 12).
27 Asegura Carlos Manuel COX que la tesis del Congreso Económico Nacional fue «lanzada» por el «fundador
y jefe» aprista «cuando aún se encontraba en Europa», en 1930, en la dura etapa posterior a la ruptura con
los comunistas en las filas del APRA. Apareció por primera vez dicha posición en un reportaje en el diario La
Noche, de Lima, «el 30 de octubre de 1930». Ver: COX, C. M.: Dinámica económica del aprismo, p. 6.
28 «Hacer en América exactamente lo que se hace en Europa es traidor del más elemental principio socialista
y marxista que impone ‘no inventar’ sino ‘descubrir’ la realidad» (1927). En: OC, t. I, p. 137.
29 «He aquí [...] el contenido doctrinario del APRA: dentro de la línea dialéctica del marxismo interpreta la
realidad indoamericana. En lo que [...] tenga que negar o modificar los preceptos que se creyeron universales
o eternos, se cumplirá la ley de las contradicciones del devenir: la continuidad condicionada por la negación»
(AA, p. 118).
30 Se trata del ensayo «Sinopsis filosófica del aprismo», publicado en 1935 en la revista Claridad de Buenos
Aires.
31 Espacio-tiempo histórico (1945) en OC, t. VI, p. 407-421.
13
3. Precisiones necesarias
Por mucho tiempo se creyó que 1924 fue el año inicial del aprismo. Precisamente
Haya de la Torre en QA, indica que «fue fundada en diciembre de 1924, cuando
los cinco puntos generales de su doctrina fueron enunciados» 32, sin dar indicio
alguno que lo corrobore. El conocido libro de L. A. Sánchez de 1934 sobre Haya
dice solamente que «el 7 de mayo de 1924 Haya [...] enunció la idea del APRA,
cuyos 5 puntos quedaron concretados sólo a fines de año, en el mes de diciem-
bre»33. No se menciona ningún documento ni evento político. Haya dará otra
versión posteriormente, que es la más difundida en forma «oficial» por el apris-
mo: el 7 de mayo de 1924, en una ceremonia exenta de ánimo partidista realizada
en México, Haya hará entrega de «la bandera indoamericana» al recién electo
presidente de la Federación de Estudiantes de México; es un gesto de fraternidad
estudiantil latinoamericana y Haya dirá en el discurso respectivo que dicha ban-
dera «no presume originalidades recónditas, [que es un] blasón vasconceliano
[...] hecho pendón»34. Este fue considerado equivocadamente como el «acto de
fundación» del APRA35. Como ya ha sido demostrado 36, en la ceremonia del 7 de
mayo de 1924, «no se habló en ningún momento de ningún movimiento nuevo
denominado APRA ni se pensó en ningún emblema aprista»37. La fecha no tiene
valor histórico sino en todo caso un valor simbólico, como otros tantos sucesos
que fueron expresión de una inquietud estudiantil latinoamericanista de avanza-
da de la cual participó Haya de la Torre. Pero si el APRA no se fundó entonces,
¿Qué obligó a Haya a adelantar su partida de nacimiento? ¿Por qué eligió 1924?
32 AA, p. 34.
33 SÁNCHEZ, L. A.: Haya de la Torre o el político, p. 110. Sánchez resume allí mismo la tesis hayista sobre el «imperialis-
mo» de AA como si fuera de 1924: «Los puntos de partida de Haya eran claros. Si el imperialismo es, dentro del marxismo-
leninismo, última etapa del capitalismo en los países industriales, resulta que en los países semicoloniales o coloniales, esa
es la primera etapa» (p. 110). Hasta 1927 Haya defenderá la tesis clásica marxista leninista, tal como estaba entonces en
boga: «El problema del indio en Perú como en cualquier país americano es problema económico, es problema de justicia
social y ésta no podrá realizarse mientras el imperialismo ‘última etapa del capitalismo’, amenace la soberanía política de
nuestros países» (OC, t. I, p. 191).
34 PLANAS, P.: Op. cit., p. 135.
35 No obstante la clara indicación del artículo de 1926 sobre «diciembre de 1924», Haya se corregirá a sí mismo adelantan-
do la fecha. Sin embargo, ningún texto, de los muchos consultables, se percata de este conflicto de fechas.
36 Principalmente PLANAS, P.: Op. cit., y VALDERRAMA et al.: El APRA: un camino de esperanzas y frustraciones.
37 VALDERRAMA et al.: Op. cit., p. 9. Esta afirmación pasó desapercibida en 1980. La polémica sobre la fecha de funda-
ción del aprismo se desarrolló a raíz del artículo «El APRA, señores, ya no existe», de PLANAS, en Oiga, N° 175 (14 de
mayo de 1984), dedicado a este tema. Este artículo aparece como apéndice en la obra ya citada del mismo autor.
14
Haya quiere aparecer ante la historia como poseedor de una cuajada posición antiimperialista aprista
durante el período de surgimiento de estas «Ligas» entre 1924 y 1925, bastante antes de la reunión «an-
tiimperialista» mundial de Bruselas, de febrero de 192738, donde deberá luchar a brazo partido por el re-
conocimiento de su naciente posición política como una corriente organizada latinoamericana digna de
respeto. En este caso la lucha política y el esfuerzo por defender una determinada hegemonía lo motivan
a insistir en una «fundación» que tome como fecha base el año 1924 y la principal objeción estriba en la
cuestión doctrinal ya que en mayo de 1924 Haya todavía no asumía el aprismo. La fundación ideológica,
programática y a partir de allí, organizativa, del movimiento aprista, tiene como hito clarísimo el artículo
QA de diciembre de 1926.
5. No «saltar» etapas
Un error demasiado repetido en quienes sitúan el inicio del aprismo en 1924 –sobre todo entre quienes
tienen una actitud «mítica» hacia el APRA– es tratar de negar cercanía o afinidad entre aprismo y comu-
nismo en esos años. No perciben tampoco una diferencia fundamental entre la doctrina aprista de 1926-
1928 y el discurso hayista de 1931. En lo que se refiere al proceso de 1926-1928 dicha óptica prolonga en
Haya de la Torre influencias ideológicas anteriores al APRA, que desechó radicalmente entre 1923 y 1924.
Esta mitificación nos presenta unas veces un aprismo milagroso, sin historia, que surge de repente, «ya
listo», mientras que en otros momentos el aprismo se reduce a una suma utópica de influencias en verdad
contrapuestas –un híbrido derivado de la teoría del imperialismo de Lenin, del agrarismo mexicano y de
la «revolución de los espíritus» de Henri Barbusse– entendidas como factores siempre presentes en un
Haya de la Torre, en este caso, reducido a una caricatura injusta, ajena por completo a la realidad.
El aprismo es el resultado de un proceso político-ideológico que desarrolla ideas para lograr resultados po-
líticos, en contextos cambiantes y muchas veces adversos. No puede analizarse ni juzgarse al aprismo ni
a Haya de la Torre como si su doctrina fuese una simple asimilación libresca de influencias de uno u otro
signo.
6. Otras etapas
El programa electoral de 1931 señala la primera gran rectificación doctrinal hayista. Luego, entre 1935 y
1940, toma forma la concepción relativista histórica conocida como teoría del «espacio-tiempo histórico»,
que acentúa la independencia de acción respecto a la doctrina general y hace más flexible esta misma
doctrina frente a la realidad de mitad de siglo. El Congreso del PAP de 1942 incorpora en calidad de «sexto
punto» del programa general aprista la tesis del «interamericanismo democrático sin Imperio», que llama a
un entendimiento y cooperación sobre nuevas bases, sobre todo a la solidaridad interamericana «contra el
totalitarismo». Y en cuanto a la política peruana, vendrán pronto los años de la llamada «convivencia», de
repliegue drástico del aprismo en lo que se refiere a su programa de reforma social, con miras al fortaleci-
miento de la democracia peruana, inexperta y «falta de músculo» según Haya39.
¿Cambios arbitrarios? ¿Evolución sin rumbo fijo? Es un largo proceso en el cual Haya va redefiniendo la
función histórica del aprismo, tan cambiante como su doctrina.
38 «En el año 1924 la Primera Liga Antiimperialista Panamericana fue fundada en México y en 1925 la Unión Latinoamerica-
na en Buenos Aires» (QA en AA, p. 34-35). El Congreso de Bruselas, «aparte de otras resoluciones de menor importancia [...]
acordó la celebración de un Congreso Antiimperialista Continental Americano [frente al cual el APRA] firmó con reservas [...]
y continuó sus trabajos al margen» (MARTÍNEZ DE LA TORRE, R.: Op. cit., t. II, p. 282). Luego «quedaban frente a frente la
Liga Antiimperialista de las Américas [o «Panamericana»], de largo historial, y el APRA de reciente fundación» (L. cit.). Como
puede verse, Haya requería de una «imagen política» que le diera autoridad y capacidad de convocatoria frente a las «Ligas»,
adelantando por eso la fecha de fundación del APRA. De esta forma su joven organización podría reivindicarse como inmediata
continuación de las Universidades Populares y otras iniciativas estudiantiles «antiimperialistas». En el Perú, el grupo de todos los
adherentes locales a la LADLA «se transformó en APRA» (L. cit.). Integraba este grupo, por supuesto, José Carlos MARIÁTE-
GUI.
39 Ver por ejemplo el Discurso del reencuentro del 20 de mayo de 1945 en OC, t. V, p. 345-348.
15
II. EL ANTIIMPERIALISMO DE ¿QUÉ ES EL APRA?
El Estado, instrumento de opresión de una clase sobre otra, deviene arma de nuestras
clases gobernantes nacionales y arma del imperialismo, para explotar a nuestras clases
productoras y mantener divididos a nuestros pueblos40.
HAYA DE LA TORRE, 1926
El primer indicio textual de la conversión del joven Haya al marxismo son los artícu-
los sobre sus impresiones en la Rusia soviética. No se trata de una adhesión general o
romántica al socialismo o a la gesta bolchevique de 191741, sino de una defensa política
del régimen soviético. La aparición de estos artículos en El Tiempo de Lima, el 9 de
octubre de 1924, motivó una condena escrita de un sector de la Federación Obrera de
Lima42, entidad que tenía gran afinidad con el Haya recién exilado de 1923, influido
todavía por el anarcosindicalismo y el iluminismo barbussiano43.
En Inglaterra, durante 1925, realizará estudios intensivos de marxismo bajo una orien-
tación –según el propio Haya– «inspirada en [...] conclusiones y puntos de vista cien-
tíficos muy próximos a los de las actuales universidades rusas»44. En esos meses Haya
zanjará campos duramente con la II Internacional, la socialdemocracia, representada
en Inglaterra por el Partido Laborista. Se sentirá fuertemente impactado por las huel-
gas obreras y rabiará ante la pasividad de los líderes laboristas británicos representantes
para Haya de un «socialismo no revolucionario»45. En una carta de junio de 1925 ex-
pondrá severas criticas a la Revolución mexicana tomando como referencia la Revolu-
ción de los soviets y mencionando fraternalmente el nombre de Lenin46. En esa carta,
extensa y conceptuosa, comparando ambas revoluciones, Haya mencionará la idea de
«formar un partido», que pueda llamarse «Alianza Popular Revolucionaria America-
na». No un Partido Comunista pero sí «un partido internacional de trabajadores, de
acción de energía, de disciplina [...] un partido revolucionario»47.
1. De Londres a Bruselas
Este joven Haya entusiasmado por unir las experiencias de las revoluciones rusa y
mexicana y gran admirador de Lenin, es el que empieza a desarrollar vínculos episto-
lares y de debate político con miras a dar forma al proyecto del A.P.R.A. En el plano
doctrinal, el punto de llegada a este esfuerzo es QA, publicado en Londres en diciembre
de 1926.
40 QA en AA, p. 37.
41 «El individualismo ha muerto y todo individualista es un burgués o es reaccionario. Hay que acabar con los que no saben sentir
su responsabilidad de células dentro de sus organismos [...] si queremos realizar una verdadera revolución hay que ser como los
rusos que triunfaron por su formidable organización» (Primer mensaje del destierro (1923), en OC, t. I, p. 20).
42 Con fecha 2 de abril, en homenaje al «militante ardoroso y abnegado de la causa de la redención de los trabajadores», estando
Haya en el destierro, fue «ungido» como «personero genuino de la vanguardia revolucionaria del Perú» por la FOL, con motivo
de su próxima visita al país del soviet. (SÁNCHEZ, L. A.: Op. cit., p. 109). Haya agradece la distinción en un telegrama del 30 de
abril. Luego se divulgó en la prensa de Lima que «en Rusia Haya fue invitado a ingresar al movimiento comunista» (MURILLO,
P.: Historia del APRA 1919-1945, p. 58). El Tiempo publicó entonces una nota sobre el vocero anarcosindicalista La Protesta del 14
de noviembre de 1924, donde ese grupo, presente en la FOL, dice «desmentir categóricamente que el proletariado del Perú haya
enviado delegado alguno», a raíz de un artículo de Haya del 9 de setiembre, donde «se ensalza, se glorifica, el régimen bolchevista.
Es pues libre Haya de la Torre para alabar un Estado que está de acuerdo con su tendencia socialautoritaria» (ROUILLON, G. La
edad revolucionaria, p. 289). El «desmentido» de La Protesta es en verdad una retractación.
43 «Represento un principio, un credo, una bandera de juventud [...]», escribe HAYA el 3 de octubre de 1923. (Carta desde la
prisión, OC, t. I, p. 10).
44 PLANAS, P.: Op. cit., p. 29.
45 Ib., p. 33.
46 «La cuestión esencial de la revolución es la cuestión del poder, decía Ilich, que fue grande como técnico revolucionario y como
conocedor genial de la realidad» (1925), en OC, t. I, p. 86.
47 Ib., p. 87.
16
El artículo londinense servirá de base a los primeros núcleos apristas –todos constituidos
entre 1927 y 1928, no antes– y es la carta de presentación de Haya como representante
de una corriente internacional en el Congreso Antiimperialista de Bruselas de febrero de
1927. Cuenta Haya que QA causó una buena impresión en los líderes soviéticos, recibien-
do una «amistosa carta» del presidente de la Internacional Sindical Roja o Profintern,
Lozowski, que «no oponía objeción alguna» al programa aprista ni a su vocación de auto-
nomía y le «daba la bienvenida»48. El gesto no era individual ni meramente diplomático.
Luego de la impresión favorable dejada por Haya durante su visita a Rusia en 1924, la
declaración programática de 1926 lo confirmaba como un aliado político preferencial. Lo
que queda mucho más claro analizando directamente el documento.
2. A la izquierda de la Komintern
Después del Congreso de Bruselas, las críticas a la novísima APRA irán subiendo de
tono pero todas tienen todavía como punto de partida el reconocimiento de una afinidad
básica entre el programa aprista y el comunismo. Se acusa a Haya de una «desviación
de derecha» en un documento del secretariado sudamericano de la Komintern del 15 de
agosto de 1927, tal como se acostumbra hacer al polemizar entre comunistas50. El líder
comunista cubano Julio A. Mella atacará duramente al «ARPA» en 1928, entre otras ra-
zones porque «el arpista se dice comunista pero no se llama así por táctica»51. Y en los
debates del VI Congreso Mundial de la Komintern, en octubre de 1928, se reprochará
al «arribista peligroso» Haya de la Torre «cubrir con el manto del comunismo un movi-
miento esencialmente no comunista»52.
48 AA, p. 46. Además del programa de 1926, es indudable que Haya, por su trayectoria y por su influencia en la «vanguardia
estudiantil» de América Latina, resultaba de gran interés para la Komintern, carente entonces de líderes y organizaciones serias
en el continente.
49 AA, p. 49. «Existían contra el movimiento muchas discrepancias, pero aún salvables si el peruano se afiliaba a la IR [Internacio-
nal Comunista o Komintern]», asegura BARBA, J.: Haya de la Torre y Mariátegui frente a la historia, p. 143.
50 MARTÍNEZ DE LA TORRE, R.: Op. cit., t. II, p. 354.
51 Ib., p. 287.
52 Ib., p. 356.
17
Pese a la polémica y las gruesas diferencias políticas, hay una proximidad ideoló-
gica indirectamente admitida. Los comunistas «ortodoxos» acusan a Haya de no
someterse a sus rígidos cánones y Haya, por su parte, con QA en la mano, instruirá
a sus todavía pocos partidarios en «dar a nuestro movimiento un carácter realmente
comunista, marxista-leninista [...] sin decirlo [...] procediendo como tales»53. Una
clásica frase suya de esta etapa es la siguiente: «Los nombres y las adhesiones no
significan nada. Hay que preparar la revolución y esto es lo único marxista»54.
Cualquier duda sobre esta fase firmemente basada en el marxismoleninismo del jo-
ven Haya –un marxismoleninismo, claro está, de tipo metodológico, ya que Haya
siempre será hostil a los PC subordinados a Moscú– queda disipada analizando QA,
el artículo-programa fundacional.
En este texto todavía no aparece la tesis característica del APRA sobre la existencia
de una dicotomía entre una «última etapa» capitalista europea y una «primera eta-
pa» capitalista indoamericana. Tampoco estamos ante una distinción de inversiones
extranjeras «mal negociadas» («imperialistas») y «bien negociadas» («soberanas»).
La posición de Haya sobre el imperialismo se ciñe a los célebres enunciados leninis-
tas y luxemburguistas en boga desde mediados de la primera década del siglo.
La premisa del «antiimperialismo» hayista de este período, signado por QA, es in-
transigente, condena toda forma de inversión extranjera y la alternativa propuesta
es expropiatoria. Veamos: «La soberanía nacional se pierde en América Latina pro-
porcionalmente al aumento de las inversiones del capitalismo yanqui en nuestros
países. La nacionalización de la tierra y de la industria y la organización de nuestra
economía sobre las bases socialistas de la producción es nuestra única alternativa.
Del otro lado está el camino del coloniaje político y de la brutal esclavitud econó-
mica»55.
53 Carta a Esteban PAVLETICH de abril de 1926 en PLANAS, P.: Op. cit., p. 140.
54 Ib., p. 66. Carta a César Mendoza de 1929.
55 QA en AA, p. 39.
56 OC, t. I, p. 174. El texto es de febrero de 1927.
18
Respecto a este tema, la II Internacional de Mac Donald, Viktor Adler, etc. y la so-
cialdemocracia de «centro» de Karl Kautsky, estaban en el campo contrario. Para
estos últimos el problema del «imperialismo» era un problema de actos militares
o presión económica –es decir, actos estrictamente políticos o político-militares–
complementarios a la inversión extranjera en las «colonias». Kautsky, por ejemplo,
afirmaba en 1915: «Como mejor puede realizar el capital su tendencia a la expan-
sión [...] no es por medio de los métodos violentos del imperialismo sino por la
democracia pacífica»57, manifestándose desde entonces a favor de una expansión
ordenada y humanitaria del capital hacia las «colonias». Similar es en esos años la
posición del movimiento estudiantil arielista y vasconcelianos58 de América Latina
desde el cual emerge, rechazándola, el joven Haya.
Para Lenin es inadmisible aquella posición que «separa la política del imperia-
lismo de su economía [...] oponiendo a ella otra política burguesa posible, sobre
la misma base del capital financiero»59. Para el «imperialismo», según Lenin, es
imposible «el modo de obrar no monopolista, no violento, no anexionista en polí-
tica». En su celebérrimo libro de 1916, «imperialismo» es sinónimo de «capitalis-
mo monopolista» o «capitalismo agonizante»60 que, no obstante expandirse ma-
sivamente mediante la «exportación de capitales» hacia las «colonias», sufre una
«tendencia al estancamiento» que precipita en algún momento del ciclo expansivo
«situaciones revolucionarias»61. La posición de Lenin admite un proceso de creci-
miento capitalista «colonial» pero bajo una modalidad siempre agresiva, inacep-
table, que obliga a una lucha intransigente contra esta «inversión monopolista».
5. El comunismo en 1924
57 LENIN, V. I.: El imperialismo, fase superior del capitalismo. En: Obras escogidas (OE), t. I, p. 785.
58 MARTÍNEZ DE LA TORRE, R.: Op. cit., De la Reforma Universitaria al Partido Socialista, t. II, p. 212-230.
59 LENIN, V. I.: Op. cit., p. 768.
60 LENIN incide en la irracionalidad «multiplicada» del «capital monopolista» y sólo secundaria y muy condicionalmente
alude a un progreso técnico o productivo.
61 Esa es su crítica a HOBSON y HILFERDING, que no avizoran la «creación de mayores condiciones revolucionarias»
detrás del «monopolismo» capitalista.
62 LUXEMBURG, R.: La acumulación del capital. Libro que desagradó a Lenin.
63 BUJARIN, N. y R. LUXEMBURG: El imperialismo y la acumulación del capital, p. vi, 197, 198 y 95.
64 OC, t. I, p. 191.
19
Sin embargo, sería injusto atribuir a Haya de la Torre un luxemburguismo económico, ya que
sus tesis «indoamericanas» se mueven en un terreno esquemático y de conclusiones sobre
el tema del imperialismo, sin rozar siquiera los complejos debates sobre la «reproducción
capitalista a escala mundial» y la validez o no del esquema reproductivo del tomo III de El
Capital de Marx, tan llevados y traídos entre 1915 y 1930. La posición de Haya en 1926-1928
no expresa todavía un matiz heterodoxo en cuanto a la idea global de «imperialismo». Re-
coge las posiciones más divulgadas provenientes de la intelectualidad comunista entre 1923
y 1925.
Cuando Haya de la Torre visita Rusia en 1924 y toma contacto con la problemática del mo-
vimiento comunista, impera una revaloración –discreta en la forma pero real en la práctica–
de las teorías económicas de Rose Luxemburg, antes marginada del santuario comunista
por sus críticas a la Revolución rusa y muy particularmente al liderazgo de Lenin65. Como
parte de esta nueva actitud, entre 1924 y 1925 el prestigiado Nicolai Bujarin –el «delfín» de
Lenin según la prensa occidental de 1920– publicará una serie de densos artículos, muy
venerados entonces, dedicados al examen del luxemburguismo económico. Bujarin preten-
derá demostrar, por otra vía deductiva, que la conclusión de la polaca era justa: si bien «es
un hecho que imperialismo significa catástrofe, no lo es menos que hemos ingresado en el
período de colapso del capitalismo [...]. El capitalismo se vuelve una imposibilidad econó-
mica. La necesidad histórico-económica se abre paso a través de la revolución»66. Este será
el ángulo «antiimperialista» de la Komintern en este período, que no corresponderá a la
óptica algo más flexible de Lenin. El ideólogo bolchevique jamás aceptará la posibilidad de
una «crisis general» que haga más fácil la «tarea revolucionaria» a los comunistas de todo el
mundo. Para Lenin el «imperialismo» no es un «frágil cascarón» que pueda romper «cual-
quier polluelo»67.
Toda la folletería popular comunista de esos años difundirá este punto de vista de manera
monocorde. Ya hemos entrado en la época del comunismo fuertemente disciplinado y cen-
tralizado. Stalin, hombre fuerte del gobierno soviético, pero todavía estrella literaria menor
en la Komintern, remarcará en un folleto de 1924 que «el imperialismo es la antesala de la
revolución [vaticinando la] inevitabilidad de la coalición de la revolución proletaria de Eu-
ropa con la revolución colonial»68.
Curiosamente –cosas de la Komintern– las ediciones europeas «oficiales» del libro de Lenin
sobre el «imperialismo» tendrán todas, sin excepción, el título cambiado: «última etapa» del
capitalismo y no «etapa superior»69, corrección que sin duda habría enfurecido a su enton-
ces recién fallecido autor. Las directivas urbi et orbi de la alta jefatura de la Komintern ten-
drán el mismo tinte apocalíptico: «No hay que esperar ni siquiera un breve intervalo de tran-
quilidad» una apariencia de pacificación [...]. Europa entra en una fase de acontecimientos
decisivos» enuncia Zinoviev en febrero de 192470. La Komintern está realmente a la espera
del «colapso final» y no cree en «expansión» alguna del capitalismo o el «imperialismo» en
ningún rincón del planeta.
65 LUXEMBURG, R.: Crítica de la Revolución rusa (1918). En: Obras escogidas, t. II.
66 BUJARIN, N. y R. LUXEMBURG: Op. cit., p. 198-199.
67 La teoría de LENIN sobre el «imperialismo» ostenta una flagrante contradicción. Vaticina una flexible «tendencia» a la crisis o al «estan-
camiento», pero le asigna –a diferencia de LUXEMBURG– un ritmo de progreso y renovación tecnológica sin precedentes en la historia
económica, lo cual no permite a Lenin suponer, en el caso de las «colonias», que el capital extranjero sea un factor conservador de lo «feu-
dal» en términos absolutos. «Donde más rápidamente crece el capitalismo es en las colonias y en los países de ultramar» dice en su célebre
libro de 1916 (OE, t. I, p. 772). «En su conjunto, el capitalismo crece con una rapidez incomparablemente mayor que antes» (Ib. 795).
68 STALIN, J.: Los fundamentos del leninismo, p. 28.
69 Ver los prólogos de HAYA a AA en OC, t. IV, p. 51 y MARTÍNEZ DE LA TORRE, R.: Op. cit. t. II, p. 244. Ambos citan ediciones de
Lenin, con ese título, que no era el original del autor.
70 TROTSKI, L.: La Internacional Comunista después de Lenin, p. 165.
20
Es una época convulsionada, bajo la cual se va gestando la gran crisis econó-
mica de 1930-1932 –que afectará fuertemente el destino europeo y norteame-
ricano– y la segunda guerra mundial. Europa no vive una «última etapa»
capitalista en cuanto a bienestar y desarrollo industrial se refiere. Campean el
desempleo, la pobreza y el militarismo. La Komintern belicosa y conspirativa
pertenece típicamente a esta época, como también el fascismo. Algo de este
espíritu quedará en Haya de la Torre en la primera etapa del aprismo. Haya
exige lucha organizada, radical y disciplinada contra el «imperialismo». Esta-
mos ante la «inminencia» de la revolución total y purificadora.
21
Haya, el tema impulsor de una crítica aún más radical –económica y «antiim-
perialista»– defendida en forma coordinada por los países de la región. Este
es un indicio de la inquietud práctica de Haya, pues su idea no es «esperar»
a una vinculación latinoamericana posrevolucionaria sino impulsar ya esa
unión como marco para la construcción de «secciones del APRA» en cada
país.
22
III. EL PARTIDO DE FRENTE ÚNICO: APRA Y
KUO MIN TANG
71 «Sentido de la lucha antiimperialista», en Amauta, N° 8, febrero de 1927, p. 39. Dice en otro pasaje: «El
imperialismo sólo puede ser arrojado por las armas. China nos acaba de ofrecer la lección. El Kuo Ming Tang
nos ha dado la más extraordinaria demostración de lo que puede la unidad y la rebelión organizada de un
pueblo» (L. cit.). El mismo artículo, en Teoría y táctica del aprismo (1931), aparece con las frases de elogio al
KMT suprimidas.
72 El KMT se forma en 1912, como ampliación de una federación de partidos chinos independentistas. La co-
rriente «de izquierda» de este movimiento, dirigida por SUN Yat-sen, formaba parte de la Liga Revolucionaria
(Tungmengjui), que tuvo un lugar destacado en la revolución de 1911. El KMT se escindió en 1914, llamándo-
se la corriente de Sun el Partido Revolucionario de China (Chungjua Kemingtang). Una segunda constitución
del KMT ocurre en 1921 y en 1924 tiene su primer Congreso. Es muy usual asociar las ideas de Sun con todo
el KMT. En realidad, Sun Yat-sen condujo sólo un sector, en guerra permanente contra «derechistas» y «feu-
dales», cediendo terreno y recuperándolo sucesivamente, en la región comprendida entre Shanghai y Cantón,
sin poder extender su influencia.
73 Numerosas investigaciones han establecido que la severa represión del Kuo Ming Tang contra el comunis-
mo chino en 1927 y 1928 tuvo como causa principal el viraje violentista de éste, respaldado logísticamente
por la Komintern. Una fuente valiosísima es la Carta abierta a los comunistas chinos, de diciembre de 1929,
escrita por Chen Du-siu, máximo dirigente del PC chino en esa crucial etapa. Al ser «purgado» por la jerar-
quía kominteriana en virtud de sus críticas a los métodos organizativos estalinianos, Chen denuncia con lujo
de detalles la directa inter vención de las autoridades de Moscú en la política del PCCh y las responsabiliza por
el trágico «putschismo» puesto en práctica. BROUE, P.: La Question chinoise dans l’Internationale Communiste
(QCh), p. 441-463.
23
Haya, sin proponérselo, no obstante defender una posición «antiimperialista» situada a la izquierda
de las «Ligas Antiimperialistas» de la Komintern, será absurdamente acusado por sus oponentes
«rojos» como un «desviado de derecha», defensor de un partido «burgués» que «masacra obre-
ros», etc. El ejemplo práctico del Kuo Min Tang llegaba tarde en auxilio de Haya como argumento
en favor del «partido de frente único».
Suele pensarse que Haya empezó a mirar con buenos ojos la experiencia kuomintanista apartán-
dose de sus simpatías hacia la gesta bolchevique de 1917, pero no es así. Entre la política del gobier-
no soviético de 1917-1924 y la política de la Komintern de esos mismos años habrá cierto desajuste
que Haya habrá percibido con profundidad. El análisis hayista de la Revolución china no tiene
como referencias metodológicas el nacionalismo o el liberalismo sino la teoría marxista de la «lu-
cha de clases» y la crítica marxista del «imperialismo». Haya quiere continuar una interpretación
de la experiencia china favorable al Kuo Min Tang iniciada en primer lugar por Lenin y el gobierno
de los soviets y cubierta después bajo una cortina amnésica por funcionarios de la Komintern.
Este es un tema muy poco estudiado en nuestro medio. El lector deberá disculpamos el exceso
explicativo dedicado a su clarificación en este ensayo.
1. Burocratismo kominteriano
Entre el Congreso Mundial de 1920 y el de 1924, la Komintern radicaliza su posición frente a los
demás partidos «socialistas y obreros». En 1920 se aprueban las «21 condiciones» de admisión en
el comunismo mundial y en 1924 se declara «concluido» el proceso de definición y «desenmas-
caramiento» de las demás corrientes afines al marxismo. De este modo toma carta de oficialidad
la tesis del Partido Comunista como el único partido revolucionario posible, idea equivalente al
monopolio político de este partido en la Rusia soviética74.
La Komintern, bajo esta nueva orientación, reemplazó la antes tan repetida «toma de conciencia de
las masas» como condición sine qua non para la «lucha por el poder» por la simple acumulación
de medios organizativos y logísticos –número de «cuadros» capacitados, red sindical, «células»
clandestinas, municiones y vehículos, etc.– para llevar a cabo intentonas aventureras de «asalto al
poder» literalmente decretadas desde Moscú y organizadas con apoyo secreto del gobierno sovié-
tico75.
Se trata, claro está, de anticiparse al «colapso final» del capitalismo mundial, según los ideólogos
de la Komintern. Demás está entrar en detalles del trágico saldo de esta serie de operaciones aven-
tureras. Ahora bien, esta sectarización y burocratización del comunismo –que ya existe en estos
años– tendrá un proceso más lento y complejo en las «colonias», donde tanto Moscú como los PC
dependen totalmente de alianzas con organizaciones «democrático-revolucionarias» para poder
echar raíces.
74 Después del V Congreso mundial comunista de 1924, al que asiste HAYA, ocurre un cambio organizativo im-
portante, poco antes del Congreso Mundial siguiente –el VI– de 1928: «Se proclamó a la Internacional Comunista
partido internacional unificado, subordinando completamente a éste todas las secciones nacionales [...]. El Comité
Ejecutivo fue proclamado Comité Central con plenos poderes en el partido mundial único» (TROTSKI, L.: La IC
después de Lenin, p. 18). Así se inicia la época de los PC satélites del Kremlin, con «comisarios» impuestos sobre
ellos con directivas políticas y... rublos. Haya expresará gran afinidad por la doctrina de Lenin pero nunca acepta-
rá esa «disciplina internacional» de la Komintern.
75 Por ejemplo, la insurrección de Cantón (11 de diciembre de 1927), dirigida a «derrocar al Kuo Min Tang», fue
«organizada directamente por dos enviados de la IC, el dirigente comunista alemán Heinz Neumann y el anti-
guo dirigente del Komsomol (Juventud Comunista soviética) Besso Lominadzé, georgiano. Ambos eran entonces
hombres de confianza de Stalin» (CLAUDIN, F.: La crisis del movimiento comunista, p. 629; pueden consultarse allí
más ejemplos). Precisemos de paso que los métodos de STALIN no eran demasiado distintos a los de LENIN. Los
estatutos de la IC –aprobados en 1920, con participación de Lenin– señalan como primer objetivo kominteriano
«la lucha armada por la liquidación de la burguesía internacional y la creación de la república internacional de los
soviets, primera etapa en la vía de la supresión total de todo régimen gubernamental» (INTERNACIONAL CO-
MUNISTA: Los cuatro primeros congresos (CPC), parte I, p. 104). Bajo Lenin la IC organizaba igualmente acciones
armadas en diversos países.
24
2. Marxismo para las «colonias»
3. Los «europeístas»
El «europeísmo» comunista –que tanto atribuye Haya de la Torre a todos los co-
munistas de 1927 en adelante– sí existía, sin embargo, en los pequeños grupos
de intelectuales bohemios autoproclamados como PC en América Latina. Una
de sus posturas características era apoyarse en la definición de estos países como
«semicoloniales», con «cierto grado de desarrollo capitalista», para pretender una
estrategia comunista urbana y obrera, no rural y democrática. La «revolución so-
cialista» era su consigna máxima, que no era del agrado de la Komintern por
su vaguedad. El socialismo supone ser la etapa «superior», sin clases, previa al
«comunismo», de la revolución proletaria, en los países capitalistas, o de la revo-
lución democráticonacional en las «colonias». Para un leninista riguroso, «revo-
lución socialista» equivale a una necedad: eliminar las clases de un día para otro.
76 LENIN, V. I.: Informe ante el II Congreso Comunista de los pueblos de Oriente (diciembre de 1919). OE, t.
III, p. 308.
77 «Resolución del II Congreso Mundial» de 1920 en CPC, parte I, p. 160.
78 BUJARIN, N. y E. PREOBRAZHENSKI: ABC del comunismo, p. 128.
25
A los comunistas «europeizantes» no les agradaba sentirse «orientales» y eran un
dolor de cabeza para los rusos al debatir la «línea general» para las «colonias» en los
Congresos de la Komintern79. En este contexto, la estrategia hayista de QA –saluda-
da con interés por Lozowski, como ya hemos citado– tenía el mérito de empujar a
los «revolucionarios antiimperialistas» a la acción con un punto de vista más acorde
con la predominancia del problema agrario y democrático en la realidad latinoame-
ricana. En este aspecto, si hacemos abstracción del problema de la creación de un
«partido-frente» o un PC, la línea de Haya era más próxima a la concepción básica
del comunismo mundial de esos años que el abstracto «socialismo» de los «europeís-
tas». Haya llamaba a hacer política y no retórica a estos grupos80.
Ahora bien, hemos hecho este largo rodeo antes de ocupamos del Kuo Min Tang pre-
cisamente por la marcada diferencia existente entre la política del gobierno comunis-
ta ruso, vale decir, del Partido Comunista ruso, y la política del resto del movimiento
comunista, frente a la Revolución china.
El caso de los procesos «de Oriente» fue tomado muy en serio por el gobierno bol-
chevique, como un asunto de Estado de primer orden, manejando sus aspectos más
delicados completamente al margen de los debates y resoluciones de la Komintern.
La cuestión china fue atendida personalmente por Lenin desde los primeros días de
la Revolución rusa y luego de su muerte por su directo sucesor Stalin81.
De hecho, el cliché de «burgués» no calzaba con exactitud en el caso del Dr. Sun. Este
tenía una ideología peculiar, con muchos puntos de contacto con el bolchevismo,
como veremos más adelante.
79 Luego de señalar «desviaciones anarcosindicalistas» y en otros casos «socialdemócratas», indica Rudolf SCHLE-
SINGER que «en este período, en América Latina nos encontramos con organizaciones de intelectuales y de obreros
de formación europeoamericana, distantes del proletariado autóctono», basándose en los informes quejumbrosos de
los altos líderes soviéticos. (SCHLESINGER, R.: La IC y el problema colonial, p. 67).
80 De los escritos de HAYA es fácil deducir que nunca tuvo simpatía por los métodos controlistas de la Komintern
sobre sus partidos afiliados, pero a todo, lo largo de 1926-1930 no encontrarnos argumentos zahirientes ni golpes
bajos –que sí los hubo contra el aprismo de mediados de 1927 en adelante– sobre este problema. La polémica de
Haya de la Torre con los comunistas y muy especialmente con la élite kominteriana, será muy alturada en estos años:
«Este comunismo, alejado más del marxismo en el orden ideológico que de la sede de la Tercera Internacional en el
orden material [...]», es lo más duro que podemos encontrar (Ver facsímil de la revista aprista cubana Atuei de 1928
en Haya de la Torre, peregrino de la unidad continental, p. 148.
81 Una de las primeras medidas de acercamiento hacia los nacionalistas chinos es la propuesta diplomática de 1918
de «renunciar a todos los derechos territoriales de nuestros ciudadanos en China. Y estamos dispuestos a renunciar
a todas las indemnizaciones», algo no realizado por los soviets con otros países limítrofes. El Kuo Min Tang asistió
en enero de 1922 en calidad de «organización nacional-revolucionaria» al Congreso Comunista de Oriente de ese
año, pero la prensa no seguía la misma política del gobierno central: «La burguesía china, que lucha por el poder
bajo la dirección de Sun Yat-sen y defiende la ideología de un orden capitalista mitigado por un vago programa de
nacionalizaciones [...]», afirma con inocultable antipatía hacia el KMT un artículo aparecido en Izvestiya el 15 de
diciembre de 1921 (CARR, E. H.: La Revolución bolchevique 1917-1923, t. III, p. 514-536-537).
82 CARR, E. H.: Op. cit., p. 508.
83 Sun Yat-sen es un «demócrata revolucionario, pleno de nobleza y entusiasmo», escribe LENIN, en 1912 (Ib., p.
508). «El Este ha tomado al fin el camino del Oeste [...] en Asia hay todavía una burguesía capaz de levantarse por
una democracia sincera, enérgica y consistente, un valioso camarada de los grandes maestros y revolucionarios de
fines del siglo XVIII en Francia», escribe igualmente Lenin saludando la revolución de Sun Yat-sen (Ib., p. 244).
26
Moscú desarrolló una intensa política de acercamiento a China que tomó incluso for-
ma en el terreno ideológicopolítico por iniciativa de Lenin. Luego de tres años de ayu-
da diplomática y económica a una república aún dividida y parcialmente ocupada por
el Japón84, se intentó consolidar una alianza permanente entre ambos países utilizando
como «prenda» de lealtad el ingreso individual –es decir, disolviendo su organización–
de los comunistas chinos al Kuo Min Tang en 1922. La «prenda» tenía un valor más
que nada simbólico por el escaso número de miembros del PC chino, fundado apresu-
radamente en 192185.
Los comunistas chinos trabajaron como corriente de opinión dentro del Kuo Min
Tang. No estaban privados de la libertad de difundir sus ideas, aunque debían respetar
los acuerdos y directivas de la dirigencia nacional. Este precedente fue difundido por
Moscú con gran satisfacción pero no trascendió mayormente en Occidente, donde los
medios de difusión influidos por el Kremlin hablaban de una «alianza» entre el KMT
y el PCCh y no de un «ingreso» de éste al KMT. Sí trascendió, en cambio, en los países
orientales, como un medio de impulso a la diplomacia soviética. El caso chino sin duda
llamó la atención del joven Haya durante su asistencia al V Congreso de la Komintern
en 1924.
84 En 1919 la relación entre ambos países avanzó pero se deterioró repentinamente en 1920, pese a los esfuerzos
soviéticos, por la inestabilidad interna de China y la suspicacia hacia la Rusia soviética por sectores opuestos a
Sun en el KMT (Ib., p. 515-519).
85 El ingreso de los comunistas chinos al KMT fue primero acordado por el «plenipotenciario» Maring –seu-
dónimo del holandés H. SNEEVLIET, alto dirigente kominteriano– con Sun Yat-sen y luego comunicado a los
implicados, que aceptaron el hecho consumado «de peor o de mejor gana» (Ib., p. 544 y SCHLESINGER, R.: Op.
cit., p. 59).
86 En el IV Congreso Mundial de la IC (1922), el delegado chino informó que su política dentro del KMT era
«agrupar a las masas en tomo nuestro y dividir el Kuo Min Tang». RADEK, líder bolchevique, perdiendo la calma,
acusó a los comunistas chinos de «haberse encerrado en sus habitaciones para estudiar a Marx y a Lenin, como
ya una vez estudiaron a Confucio [y señaló que] ni el socialismo ni una república soviética estaban en el progra-
ma por el momento» (CARR, E. H.: Op. cit., p. 545). No sería el último incidente de este tipo. Un segundo caso
importante ocurrió en junio de 1926, cuando el Comité Central del semioculto PCCh «había decidido pasar de la
afiliación a la política de cártel [o ‘bloque’] en relación con el KMT y tener una política propia, independiente y
clara. La IC consideró errónea esta decisión y no fue aplicada» (CLAUDIN, F.: Op. cit., p. 628, nota 206).
87 CARR, E. H.: Ib., p. 545.
88 QCh, p. 39-40.
89 QCh, p. 41-43. El documento fue redactado y sustentado para su inmediata aprobación en el PCCh por los
«comisarios» de la Komintern.
27
En enero de 1924 el Congreso del KMT respalda esta alianza con el gobier-
no soviético e incluye en su alta dirección a algunos comunistas, entre ellos
un joven activista en el movimiento campesino llamado Mao Tse-tung como
suplente del Comité Central Nacional 90. En reciprocidad, el V Congreso de la
Komintern por exigencia del PC ruso y sin que esta decisión tenga algo que
ver con la línea oficial –el Kuo Min Tang estaba muy lejos de las «21 condicio-
nes» del estatuto kominteriano– proclama al KMT «partido simpatizante» de
la Internacional, esto es, miembro con derecho a voz pero aún sin voto. Haya
de la Torre sería testigo presencial de este hecho 91.
De esto se deduce con toda claridad que los comunistas rusas otorgaban al
KMT la jefatura incondicional de la «revolución». Además del apoyo econó-
mico y técnico a su organización político-militar, el gobierno ruso defendía
públicamente la línea del Dr. Sun.
¿Cuál era la línea política de este líder chino? Sun muere en 1925 pero sis-
tematiza su doctrina ante el I Congreso del Kuo Min Tang en 1924. El lema
central del partido era la «revolución agraria», bajo el principio de «la tierra
para el que la trabaja». Planteaba además una «democracia de tipo naciona-
lista» que incluía un programa de nacionalizaciones: «El sistema democrático
es un bien común de toda la gente sencilla y no se permite que sea propiedad
exclusiva de unos pocos». El KMT, autodefinido como «frente de clases» bajo
un programa «antiimperialista y antifeudal», señalaba que en China, «todas
las empresas [...] de carácter monopolista o demasiado grandes [...] serán
administradas por el Estado, con el fin de que el capital privado no pueda
dominar la vida del pueblo» 92.
A lo largo de 1924 la dirigencia comunista del Kremlin dedica todos sus es-
fuerzos a consolidar la alianza ruso-china y revestirla de justificaciones ideo-
lógicas. Entre este año y fines de 1926 las «lecciones de la experiencia china»
darán forma a una estrategia comunista peculiar para Oriente.
90 El informe, las actas y toda la documentación de la época indican claramente que el PCCh ingresó al KMT «en
la modalidad de afiliación individual», equivalente a una disolución y no a una «alianza» como será dicho años
después. La «alianza» propiamente dicha era entre el gobierno moscovita y el gobierno regional de Sun. El ingreso
del KMT a la Komintern como «simpatizante» apareció en el diario oficial del Partido Comunista soviético, Prav-
da, el 25 de junio de 1924 (TROTSKI, L.: Op. cit., p. 185).
91 Cuando HAYA DE LA TORRE visita Rusia en 1924 ya hay una oficina política del KMT en Moscú y ya ha sido
puesta en marcha la constitución en Cantón de la Academia Militar de Juangpu –o Whampoa según otras traduc-
ciones del nombre chino– donde Chou En-lai, Chiang Kai-shek y muchos otros importantes líderes del KMT serán
entrenados por militares soviéticos. (MAO: OE, t. II, p. 242).
92 MAO: Ib., p. 340 y t. III, p. 236.
93 MAO: OE, t. II, p. 241-242, notas 7 y 8.
28
De hecho, el Partido Comunista ruso acentúa el carácter no socialista de la revolución
«oriental», precisando que es inevitable que tome la forma –sobre todo en China– de
una transición gradual, una «transformación [...] a través de una serie de grados prepa-
ratorios [...] de crecimiento de la revolución democrático burguesa»94. Tal es el dicta-
men doctrinal de febrero de 1924. El mismo documento condena los impulsos levan-
tiscos y antikuomintanistas del grupo comunista chino representado en la Komintern.
Otro aspecto importante de línea política es considerar la «toma del poder» y las eta-
pas «cumbre» del «proceso revolucionario» como resultantes de la «unidad férrea»
del llamado «frente único» de clases y partidos revolucionarios, recordando que en la
Revolución rusa fueron los «consejos» o soviets los que tomaron el poder y no el PC en
forma exclusiva95.
Pero había algo más importante y más peculiar todavía. La «gradual transformación»
de la «revolución democrática» quedará mucho más clara al proclamar Stalin en el
diario Pravda la línea de los «partidos obreros y campesinos bipartitos para Oriente»96.
La línea era ésta: «Los comunistas deben pasar de la política del frente único nacional a
la del bloque revolucionario de los obreros y de la pequeña-burguesía. En tales países,
este bloque puede adquirir la forma de un partido único, un partido obrero y campesi-
no, del tipo del Kuo Min Tang»97. ¡Esta es la «desviación de derecha» que la Komintern
reprochará a Haya de la Torre en 1927!
Esta política significaba descartar al PC en «los países de Oriente» como el factor indis-
pensable y decisivo del «triunfo revolucionario». Otra idea copartícipe de esta política,
que sin duda también impresionará al joven Haya, es la diferenciación de los «intereses
de clase» del campesinado «oriental» de aquellos del campesinado europeo. En el caso
de China y países similares, no existiría un «abismo de clase» entre el campesinado y
los «proletarios socialistas»98.
Precisamente entre 1924 y 1926, el PC soviético intentó desarrollar esta línea a un ra-
dio bastante amplio de países «coloniales». Antes de que finiquite la experiencia china
al lado del KMT, hubo una experiencia menor en Indonesia, donde los comunistas
ingresaron al partido nacionalista musulmán Sarekat Islam99. En otros países –Corea,
Filipinas, etc.– la línea de los partidos «bipartitos» tuvo cierta difusión pero escasos
resultados por el dogmatismo obrerista y la falta de audacia –no les entusiasmaba mu-
cho «ir a las masas»– de los pequeños cenáculos comunistas. En China, sin embargo, –
además de Indonesia– la línea kuomintanista significó la diferencia entre vivir o morir
para el naciente PC. Sólo entonces pudo incorporarse a las «luchas de clases» reales100.
29
Los desmemoriados líderes comunistas suramericanos que atacarán a Haya en
1927, también intentaron aplicar esta línea en América Latina en 1925, pero en
forma «europeísta», impulsando en Panamá, Ecuador, Bolivia y Perú partidos
de «frente único», de tipo laborista o socialista, es decir, obrerista, donde los
comunistas eran sólo un componente «promotor»; y en Brasil, donde se intentó
formalmente una estrategia «a lo KMT» pero esquemática, abstracta y destinada
al fracaso 101.
Hemos hecho este largo rodeo ilustrativo para poder desarrollar dos impor-
tantes argumentos: 1. El problema de fondo de la estrategia comunista para los
países «coloniales» no será el «europeísmo» sino la idea autoritaria, burocrática,
sectaria, violentista que esconde la tesis del PC como «único partido revolu-
cionario» y líder exclusivo del «proceso histórico». Esta concepción, debemos
reconocerlo, el comunismo querrá derivarla a la práctica elaborando un mar-
xismo «para las colonias», distinto al «europeo». Los PC tratan de fundirse con
las luchas sindicales o nacionales típicas de cada país para coparlas y darles el
sentido político deseado. Ya sea en su forma «europea» o «colonial» el problema
será el mismo. El «europeísmo» será en todo caso, en América Latina, una forma
temporal –una «enfermedad infantil»– de «hacer mal» la tarea escolar comunis-
ta para sus núcleos de jóvenes aprendices. 2. El APRA como «partido de frente
único» de Haya, no es una idea original puramente imaginativa o intelectual
sino parte de una experiencia importante de ese tiempo, de la cual tampoco pudo
sustraerse el comunismo oficial para intentar crecer en «Oriente». Haya con-
firma así una característica de su método de elaboración doctrinal: desarrollar
conceptos y proyectos políticos a partir de realidades.
¿Quiere esto decir que el «partido de frente único» es, en todo caso una idea
«extraída» simplemente del contexto chino? Los textos de Haya dedicados a este
tema prueban efectivamente que no. Haya toma de la experiencia china un pun-
to de partida, una premisa, para desarrollar un proyecto político de más largo
aliento.
101 Ver los documentos del debate comunista suramericano de junio de 1929 en MARTÍNEZ DE LA TORRE, R.:
Op. cit., t. II, p. 424.
102 Ver Carta abierta... de CHEN Du-siu en QCh, p. 441-463.
30
Recordemos que el KMT tendrá como fundamento una concepción «antiimperia-
lista radical», partidaria de una «justicia social y económica» pero sobre una base
teórica puramente populista, democratista. Es, como su nombre lo indica, «nacio-
nal» y «popular», atiende las necesidades correspondientes a la etapa presente de la
«lucha popular» china, pero no tendrá conciencia de la etapa inmediatamente fu-
tura. El KMT tendrá valor para Haya como idea organizativa: «un bloque o frente
único de obreros, campesinos, clases medias, organizado bajo la forma y disciplina
de partido, con programa y acción política concretos y propios»103. Y será una
prueba, una verdad de a puño, contra las controvertidas «Ligas Antiimperialistas».
Haya no quiere pronunciarse sobre las desavenencias entre KMT y PC, se queda en
el hecho de la posibilidad organizativa, probada elocuentemente en China, de unir
fuerzas antiimperialistas muy amplias con un objetivo de poder político.
El APRA empieza a gestarse como una entidad política que acude a las «clases
sociales» con un mensaje global, que es primero propagandístico (desde el exilio)
y luego organizativo y práctico. No necesita reunir fuerzas ya organizadas sino
ayudarlas a organizarse y expresarse políticamente. Por sus características, el KMT
tiene la posibilidad de variar de línea en función de sus compromisos internos.
Tendrá en su seno las políticas rivales que no podrían ser imaginadas como inte-
grantes de un mismo partido salvo por las circunstancias de la guerra civil y la ocu-
pación. El APRA tendrá por su parte un programa más preciso y de mayor plazo
de realización, asegurándose así un factor de cohesión y homogeneidad política.
Los comunistas objetarán la idea hayista del Kuo Min Tang «indoamericano» vien-
do sólo la superficie: un bloque nacionalista chino de intereses contrapuestos, cau-
dillos militares, sociedades secretas, partidos, sindicatos, etc. Haya verá más lejos.
Percibirá el aspecto social: dar a todos esos grupos sociales capaces de unirse, un
terreno común, algo que hagan suyo. Y esos compromisos temporales y episódicos
de la vida cotidiana del KMT los reemplazará por un programa máximo en el cual
se vertebran los objetivos correspondientes a la «etapa antiimperialista» de la «re-
volución»104.
31
Haya dirige su programa de unidad de fuerzas sociales al choque frontal contra el
orden establecido: las «clases gobernantes» deben ser «derribadas», «castigadas»,
etc. Este es el aspecto episódico, ligado a un capítulo de su pensamiento demasia-
do gravitado por la metodología marxista de análisis histórico y social. Lo valioso
y duradero para el futuro es salir al encuentro de estos grupos sociales concretos
y elaborar un programa y un medio organizativo que responda a sus intereses y
puedan fácilmente –millones de seres, no un pequeño núcleo de «iluminados»–
identificarse con él.
¿Qué tipo de marxista y leninista fue entonces el joven Haya de 1926-1928? Ante
todo, un marxista audaz en el terreno práctico y siempre atento a justificarse ideo-
lógicamente. Dejemos que él mismo lo explique en este artículo publicado en El
Estudiante de La Habana, el 1° de julio de 1927, que disipa todas las dudas sobre
una supuesta ambigüedad ideológica en el joven Haya de estos años:
32
Nosotros tenemos que empujar la obra de nuestro «kuomintang»,
de nuestro frente único antiimperialista, de nuestra lucha impla-
cable contra las clases dominantes cómplices del imperialismo
y por la unión latinoamericana bajo el gobierno de los produc-
tores. Cuando la revolución antiimperialista llegue, los «orto-
doxos» nos gritarán como Kautsky a los bolcheviques: «¡Eso no
es revolución! ¡Eso no es marxista!» [...]. Nosotros haremos la
revolución social y antiimperialista y llevaremos a los trabajado-
res al poder mientras los nuevos kautskis, tan renegados como
él, vociferarán porque su comodidad burocrática ha sido pertur-
bada. ¡Pero si Lenin viviera, repito, estaría con nosotros! [...].
Nuestro grito de orden ¡abajo el imperialismo y abajo la buro-
cracia del «revolucionarismo oficial» es grito de juventud, grito
proletario y grito vencedor» 106.
Este es el Haya de What is the APRA? No es más un «arielista» ni un «vas-
conceliano». No es todavía un «relativista dialéctico». No puede ser agrarista
mexicano ni sandinista. El joven Haya es en esta etapa, como quería Lenin,
un «traductor» latinoamericano del marxismoleninismo.
33
IV. PLAN DE MÉXICO: ¿REFORMA O REVOLUCIÓN?
El Movimiento Libertador del Perú desconoce desde la fecha en que suscribe el presente Plan el
actual régimen político que ha usurpado el poder en el Perú.
HAYA DE LA TORRE, 1928
El «Plan de México» significó una primera iniciativa en «la aplicación al Perú de los lemas
del APRA»108. Su propósito nacional no implicaba una contradicción con el objetivo conti-
nentalista, ya que dicho Plan incluía directamente esa meta aludiendo en forma expresa al
APRA: «El Movimiento Libertador [...] tenderá a cumplir tan pronto como sea posible el
postulado de la unión política y económica de los pueblos indoamericanos, proclamados
por el programa del APRA».
Tampoco había una marcha atrás respecto al programa de 1926 en las demás reivindicacio-
nes. Allí leemos: «Aplicando el postulado del APRA sobre nacionalización de la tierra y de
la industria, proclamamos como primer principio económico del Movimiento Nacionalista
y Libertador del Perú, que la riqueza que hoy existe o puede existir dentro de los límites
del país, pertenece a la Nación». También podemos leer: «Devolución de la tierra al pue-
blo peruano, entregándola a quien la trabaja, destruyendo el gamonalismo»; «renovación
del sistema de producción de la tierra [...] sobre bases científicas». Y más allá: «El PNL [...]
reivindicará económica, política e intelectualmente a las clases obreras, elevándolas íntegra-
mente al lugar social que les corresponde [...]. El PNL [...] comprenderá en su programa
reivindicador a los trabajadores intelectuales y a las clases medias [...] llevará adelante la obra
de la educación laica de la escuela a la Universidad moderna, gratuita y para todos [...]. El
PNL reorganizará radicalmente el sistema político nacional, poniendo término al odioso
centralismo [...]», etc.
El problema agrario tiene en el «Plan de México» un lugar muy destacado, a tal punto que
Haya escoge como lema revolucionado central «Tierra y Libertad», tal como ocurrió en la
Revolución mexicana y en la Revolución rusa. El plan –que también es un proyecto de ma-
nifiesto o llamamiento revolucionario– no está dirigido a la nación o al pueblo en abstracto
sino a «todos los trabajadores manuales e intelectuales del Perú, campesinos, estudiantes,
obreros, empleados, soldados, marineros [...] y a todos los que en una forma u otra dan sus
energías a las diversas actividades de la vida colectiva nacional y sufren explotación».
107 MARTÍNEZ DE LA TORRE, R.: Op. cit., t. II, p. 289-293. El «Plan» fue suscrito el 22 de enero de 1928 por Esteban Pa-
vletich, Magda Portal, Serafín del Mar, Nicolás Terreros, Jacobo Hurwitz, Carlos Manuel Cox y Manuel Vásquez Díaz, todos
integrantes de la «sección mexicana» del APRA y todos, por cierto, peruanos.
108 Todos los entrecomillados corresponden al texto del «Plan de México», salvo indicación contraria.
109 Ib., p. 290. En el «Plan de México» Haya no se priva de dar detalles: «La bandera del PNL será la bandera del APRA: fondo
rojo con un continente indoamericano en oro encerrado en un círculo de oro también. El emblema central de la bandera y
los colores rojo y oro, así como el lema Tierra y Libertad quedan adoptados como los oficiales del Movimiento en todas sus
actividades» (Ib., p. 292).
34
Pero lo más importante de este Plan-Programa es la cuestión política, la cuestión del poder: «El Mo-
vimiento desconoce desde la fecha en que suscribe el presente Plan el actual régimen político que ha
usurpado el poder en el Perú y desconoce asimismo la Constitución y las leyes nacionales y extran-
jeras representadas por el gamonalismo y el imperialismo, proclamando los principios del presente
plan como base definitiva para la futura Constitución del Perú que dictará el pueblo soberano al rei-
vindicar con las armas [...] y el derecho a gobernarse».
¿Cómo puede ser posible que este manifiesto-programa provocase en líderes experimentados como
Mariátegui y Ravines acusaciones de reformismo contra el joven Haya? Los argumentos de Mariá-
tegui contra el plan son más conocidos que el plan mismo: «No hay ahí una sola vez la palabra so-
cialismo», comenta en una carta de abril de 1928, pero no contra el plan, sino contra el «Manifiesto
de Abancay» basado en él. En todo caso, ese es el primer punto de las discrepancias. Luego, durante
el debate del «Plan de México» en las «células» del APRA, donde participan tanto «hayistas» como
«mariateguistas», al tema ideológico se añade una divergencia crucial con los puntos tres y cuatro
–aquellos referidos a la «jefatura» de Haya, el carácter «político-militar» del PNL y su carácter insu-
rreccional– por constituir, en el caso del sector «mariateguista» de la «célula de París», «la prohibición
terminante de tratar de organizar un partido genuinamente proletario». Agregan que «asumir una
tendencia antiproletaria es consagrar una tendencia fascista», pero luego mitigan el argumento: «Sos-
tenemos los principios de organización del APRA, es decir, de una Alianza, dentro de ella cabrá per-
fectamente un partido de clase [...] así como cualquier otro organismo político de clase oprimida [...].
El órgano único que habrá de llevar a cabo la revolución en el Perú, será el APRA»110. Este documento
lo suscriben, en setiembre de 1928, Eudocio Ravines, Armando Bazán y J. J. Paiva.
Es muy usual referirse a esta polémica como una batalla ideológica contra el APRA –contra el apris-
mo de 1926– pero vemos con toda nitidez que se trata de una lucha contra el «Plan de México»,
contra sus consecuencias políticas insurreccionales frente al régimen de Leguía. Si los «principios de
organización» –especialmente lo de «partido de frente único»– del APRA, no son cuestionados, salta
a la vista una incoherencia. Se pretende mantener el APRA como «alianza» pero, ¿era en ese momen-
to una «alianza»? ¿No firman el documento connotados líderes de una «célula» aprista, es decir, de un
típico organismo partidario? ¿No señala claramente el programa de 1926 que el APRA «viene a ser
el Partido Revolucionario Antiimperialista Latinoamericano», que llama a un «frente único interna-
cional de trabajadores manuales e intelectuales»? ¿No dice lo mismo el célebre artículo de Haya Sobre
el papel de las clases medias... publicado por el propio Mariátegui en 1927, en el N° 9 de Amauta?111.
El aprismo estuvo concebido como un «frente-partido» desde inicio, con un proyecto de «alianza»,
pero «alianza de clases», bajo un comando político disciplinado dentro del cual podían defenderse
otros planteamientos ideológicos «de clase oprimida»... como fue el caso del PC chino dentro del Kuo
Min Tang. Cuando los procomunistas del APRA plantean «mantener la alianza» están en verdad
tergiversando todo el debate. Proponen en realidad transformar el APRA en un bloque de corrientes
partidariamente organizadas –una «Liga Antiimperialista»– abandonando la condición de «partido-
frente». Pretenden colocar a Haya en una situación de aparente herejía frente a los principios apristas
cuando lo que está en el fondo es una reorientación política de los «mariateguistas» (o «ravinistas»).
110 Ib., p. 318-319. Allí se señala: «La creación de un partido único, sobre las bases de los puntos 3° y 4° del Plan de México, es la prohibición terminante de
tratar de organizar un partido genuinamente proletario» (L. cit.). En una carta a Luis E. Valcárcel del 19 de octubre de 1928, queda claro que MARIÁTEGUI
estaba al corriente de toda esta documentación, incluyendo la polémica sobre el «Plan». Escribe Mariátegui: «Empiezo por acompañarle la copia de una carta
colectiva, acordada en abril [...] irá enseguida la copia de una carta mía [...] y otros papeles más que le harán saber los términos, contrarios también al proyecto
de los de México, en que se han pronunciado en este debate los compañeros de Buenos Aires y París» (MARIÁTEGUI, J. C.: Correspondencia, t. II, p. 459).
111 QA en AA, p. 34. Diversos comunicados y acuerdos apristas de 1927 y 1928 autodefinen al movimiento como «APRA, Partido Antiimperialista de
Frente Unico» (Ver por ejemplo facsímil del Acuerdo de la Unión Latinoamericana de diciembre de 1927 en Haya de la Torre, peregrino de la unidad conti-
nental, p. 129). En cuanto a publicaciones peruanas de la época, basta consultar la colección de Amauta. En el N° 9 (1927), en el artículo «Sobre el papel de las
clases medias...», Haya inicia el último acápite –que tiene como subtítulo «Toda la América Latina de pie»– de este modo: «Nuestro partido antiimperialista
es una Alianza Popular [...] Alianza o Frente Único de las clases productoras [...]. Nuestra APRA implica pues un partido de Frente Único nacional, popular.
Así fue fundado [...]» (p. 7). Como vemos, la revista de José Carlos MARIÁTEGUI era la principal difusora de este carácter partidario del APRA. No era una
idea difusa ni un proyecto aún «sin definirse» como anotaba Mariátegui en sus cartas. El APRA tenía un programa –QA de 1926– y organizaba «células» y
«secciones» con publicaciones explícitamente apristas en La Habana, México y Buenos Aires.
35
Por lo pronto, en lo que respecta al programa de 1926, resulta insostenible darle una aureola «anta-
gónica» con las posiciones de los comunistas peruanos –y de la Komintern– como lo atestigua esta
carta de Mariátegui de mayo de 1927 (un año antes de la «gran controversia»). Allí aconseja a su
amigo Miguel Ángel Urquieta: «Le recomiendo considerar atentamente el programa de la APRA.
Pienso por mi parte que nos toca participar en su acción sin renunciar a la organización de un
movimiento más específicamente peruano que encuadre dentro de nuestras filas a los que no son
capaces de elevarse a un plano continental. La APRA, además, está aún por precisarse y definirse.
Esto se conseguirá sólo a través de la acción»112.
Es verdad que el «Manifiesto» se limita a condenar moralmente al gobierno y tiene largos párrafos
de exaltación hayista que seguramente repugnaron –política y estéticamente– a Mariátegui: «El
nombre de Haya de la Torre es en el Perú una bandera de la juventud, de honradez, de sacrifico y
de enérgica capacidad directora». También hay eso de «bluff electoral»: «Al anunciar su designa-
ción [se refiere a la candidatura de Haya] decenas de miles de peruanos de todas las regiones del
país han desafiado los peligros de la represión para expresamos su adhesión y su apoyo decidido»,
lo cual no tenía un ápice de verdad. Allí podemos leer también: «Sin consultarle siquiera [la can-
didatura] queremos imponerle un sacrificio más por la causa del Perú [...]. Estamos seguros de
su aceptación y de su adhesión a nuestro partido que cristaliza las doctrinas antiimperialistas y
nacionalistas del joven maestro». Como quien atiza el fuego, el «Manifiesto» apela a todo lo que
pueda ganar sentimientos hostiles al régimen: provincialismo contra «limeñismo», plebeyismo
contra «oro civilista», juventud contra «tiranía decrépita», patriotismo indígena contra «venderse
al extranjero», gente «nueva y limpia» contra la gente «manchada en el fango de la vieja política»; el
112 Carta a Miguel Angel URQUIETA del 2 de mayo de 1927. No está incluida en los volúmenes de la Corresponden-
cia. Fue publicada y reproducida en facsímil en Oiga, N° 398, año VIII, 6 de noviembre de 1970, p. 3 y 5).
36
«Perú de los Incas» contra «la sensual y sometida Lima que maldijo Bolívar», la de los «mar-
queses» y «mercaderes de la patria»; estamos frente a la «imposición de la Nación» y –no
faltaba más– «es un provinciano de estirpe serrana» el «joven líder», cuya «palabra de acusa-
ción ha sido la palabra de la verdadera Patria gritando por su boca la acusación implacable:
¡Se esta vendiendo el Perú al yanqui y el vendedor es Leguía!»113.
Este «Manifiesto» es sensible a muchos calificativos pero dista de ser «literatura elecciona-
ria». Era en manos de cualquier ciudadano de la época casi como empuñar un arma: comités
electorales para un partido ilegal, cuyo candidato no tiene edad para postular –y está pros-
crito del país– acusando al gobierno de «traición a la Patria». Resulta risible exigirle además
«la palabra socialismo». ¿Qué quería lograr Haya? En una carta explicativa a Eudocio Ravi-
nes, el «joven líder» precisa su estrategia: «El Partido de masas [...] para agrupar a todas las
gentes sin excepción en un Frente Único de iniciación es e1 Partido Nacionalista Peruano,
adherido al APRA, típicamente de clase media. Ese partido ha lanzado mi «candidatura» a
la presidencia para las elecciones de 1929. Como no voy a hacer tal cosa porque ni edad ten-
dría, debemos aprovechar de ese pretexto para dar un aspecto «legal» al movimiento y reco-
mendar una activísima agitación en el sentido de la candidatura a todo el mundo. Muchísi-
ma gente que no entraría por otros caminos con nosotros, entrará por éste de la candidatura
[...]. Realizadas las elecciones que elegirán a Leguía ya tenemos base para el movimiento que
será automático [...]. Todo debe concretarse a esta propaganda: Leguía vende al país y hay
que impedirlo; el «candidato» representa la reivindicación de la soberanía nacional. Nada
más [...]. Bandera antiimperialista y furiosamente nacionalista. Nosotros mientras tanto ya
tenemos el plan de la revolución con sus fines sociales, etc.»114.
En otra carta dice a Ravines: «Se ha formado ya, secreto, el Comité organizador y director del
Partido Nacionalista [...]. Libertador del Perú adherido al APRA. Lo formamos peruanos y,
mexicanos y en su seno hay varios generales zapatistas [...]. La revolución en el Perú ahora ya
no es un caso remoto. Se acerca [...]. El Plan de México será la base ideológica del movimien-
to sobre el programa del APRA. Lo he redactado ya y esta noche quedará aprobado. Este
plan no será público. Ahora estamos combinando los programas, las reglas disciplinarias,
etc. Todo de estricta base militar»115. En la segunda parte de su biografía sobre Mariátegui,
Guillermo Rouillón anota un extenso testimonio de Esteban Pavletich, entonces partidario
de Haya en la organización del «PNL» en México quien señala «Víctor Raúl [...] a la sombra
de esta formal actitud legalista preparaba febrilmente un levantamiento cívico-militar en el
Perú. Incluso, dentro de estas condiciones totalmente inciertas [...] perseveraba para conse-
guir el amparo del gobierno mexicano»116. El testimonio de Pavletich permite establecer que
la conspiración era cierta, aunque los métodos de Haya de la Torre fueran sumamente dis-
cutibles. Es llamativo en la segunda carta citada que incluya «generales zapatistas» presun-
tamente convencidos de apoyar una empresa de este tipo, mientras el «Plan de México» aún
no estaba aprobado... ni leído. Pavletich alude a una «guerra de papel» de Haya, y otras cartas
dan a entender que los demás apristas no compartían con mucho entusiasmo la aventura:
«Falta fe en los muchachos. Se desalientan y se declaran vencidos a cada paso»117.
37
5. El asunto de fondo: Leguía
118 Ver «El movimiento revolucionario venezolano», publicado en Mundial, 30 de agosto de 1929, en MARIATE-
GUI, J.C.: OC, t. XII, p. 159-161.
119 Carta de J.C.M. a RAVINES del 31 de diciembre de 1928 (MARIÁTEGUI, J. C.: Correspondencia, t. II, p. 492).
38
Haya tiene una imagen totalmente distinta del gobierno de Leguía. Calcula
mal el descontento hacia él y proyecta una operación política sólo admi-
sible en condiciones excepcionales de «repudio nacional» a un gobierno
«vendepatria». Se equivoca igualmente en esos métodos de autoproclama,
sin respaldo efectivo dentro del país. Pero Mariátegui tiene una imagen
casi benévola: es un gobierno «pequeño-burgués» –lo cual, en el léxico
marxista de la época, es casi un cumplido– cuyas raíces sociales son su-
mamente sólidas y ajenas a la «burguesía», que quiere arrinconar y anular
su «política social». No importa para nada su carácter antidemocrático. La
dura condena al proyecto fallido del «Plan de México» ofrece pues en el
fondo una severa divergencia política sobre cómo actuar frente al gobierno
de Leguía. Para Mariátegui, en esa misma carta, la tarea es trabajar «sobre
bases netamente socialistas [...] cualquiera sea el sesgo que siga la política
nacional». Es una función ideológica, sindicalista y de lento nucleamiento
de una «vanguardia» pero no una real lucha política 120 . Para Haya, como
lo señala en una carta de octubre de 1926: «Debemos apresurarnos a com-
prender y a realizar aquella máxima de Lenin, ‘la cuestión esencial de la
revolución es la cuestión del poder’ [...]. Rechace Ud. [...] toda idea refor-
mista, evolucionista o perezosa acerca de nuestra revolución» 121 .
120 Ib., p. 490-492. Este punto de vista tiene importantes consecuencias: da un rostro muy radical a la propa-
ganda ideológica pero priva de iniciativa política a los «socialistas». Por otro lado, si bien no estábamos ante
un gobierno «decrépito» y «repudiado» por «toda la Nación», tampoco era cierto lo de «cinco de cada diez»
(¡50% de aceptación en la clase media!) afirmado por Mariátegui. Es demasiado. Un polémico libro de 1926 de
J. A. ANDIA: El tirano de la jaula: Augusto B. Leguía, agente de Chile, profesional en siniestros y disgregador del
Perú, incluye opiniones de importantes personalidades adversas a Leguía, representativas de la «clase media»,
como Víctor Andrés Belaunde, Luis Fernán Cisneros, Alberto Seguín, David Samanez Ocampo y Pedro Ruiz
Bravo –este último amigo de Mariátegui, exdirector de El Tiempo y cofundador del efímero Partido Socialista
de 1919, donde participara Mariátegui– para quienes era muy importante que la política peruana cambiara de
«sesgo» cuanto antes. Belaunde habla de «muerte moral» del Perú en política exterior; Cisneros protesta contra
esa «dictadura detestable»; Seguín acusa al gobierno de «atentados y crímenes» de «afrenta para la civilización»;
Samanez denuncia su «alta traición a la patria», etc.
121 Carta de HAYA a RAVINES del 17 de octubre de 1926. PLANAS, P.: Op. cit., p. 206.
122 Ib., p. 227.
123 LUNA VEGAS, R.: Op.cit., p. 189. Dice Haya: «Hurwitz y Terreros [...] obligados por mis enemigos no han
vuelto. Son dos sometidos a la intriga», en clara alusión a la oposición comunista dentro del APRA. Existen más
evidencias epistolares al respecto.
124 MARTÍNEZ DE LA TORRE, R.: Op. cit., t. II, p. 343.
39
Frente al Haya del «Plan de México» hay una consigna rupturista y de condena ya
prevista, cuyo primer tramo es el pedido de «mantener el APRA como alianza».
El punto de partida de la condena, es precisamente la gran jefatura comunista: la
Komintern. Desde el Congreso Mundial Antiimperialista de Bruselas de febre-
ro de 1927, hay una divergencia creciente por la oposición de Haya a las «Ligas
Antiimperialistas». Se exige a Haya de la Torre «definirse». La respuesta de Haya
es persistir en la construcción del APRA invitando a los comunistas a integrarla.
Pero la situación internacional cambia en el primer semestre de 1927 para la Ko-
mintern. El fracaso de su política en China y otros países «orientales», desemboca
en un giro de extrema izquierda en la cúpula internacional y en los principales
PC. En cuanto a América Latina la condena pública –o semipública– al aprismo
no se hace esperar. La Correspondencia Sudamericana, órgano del Secretariado
Sudamericano de la Komintern, sostiene en su N° 29 del 15 de agosto de 1927: «La
línea del APRA es la siguiente: constituir un partido revolucionario, so pretexto
de frente único antiimperialista, distinto y hasta opuesto al partido comunista,
integrado por los obreros, los campesinos, los estudiantes, la burguesía media,
etc. Este block realizaría la revolución [...]. El APRA da forma orgánica a una
desviación de derecha, que comporta una concepción pequeño-burguesa y que
constituye una concesión que se hace a los elementos antiimperialistas no revo-
lucionarios »125.
Estas líneas son de agosto de 1927, no son una respuesta al «Plan de México» –que
es de enero de 1928– sino a What is the APRA? representando por tanto una re-
tractación de la política obsequiosa hacia Haya de pocos meses atrás, en Bruselas.
Viene a ser a su vez, una crítica dirigida contra toda la agrupación de Mariátegui,
quien, como ya hemos visto, defendía el programa aprista y recomendaba su lec-
tura. Son, además, frases deliberadamente falsas, ya que en esos años Haya define
textualmente su «lucha antiimperialista» como una «lucha de clases». Y aunque su
concepto de «clases medias» resulte poco claro, no ofrece la menor duda su defi-
nición de las «clases gobernantes», que incluye a «todas [las] burguesías».
Por otra parte, Haya criticaba las «Ligas» por su falta de beligerancia y su falta
laxa amplitud social. Se encuadraban dichas «Ligas» en los lineamientos de las
«Tesis sobre Oriente» del IV Congreso de la Internacional Comunista de 1922,
reafirmadas en el V Congreso de 1924. En buen romance, tales tesis indican que
el Partido Comunista se dirige a la «burguesía» para realizar el «Frente Antiimpe-
rialista», cumpliendo una misión impulsora dentro de él. Según las mismas tesis
–y muchos documentos más– se trata de «acuerdos temporarios [con las] burgue-
sías nativas [reservando] para el proletariado [es decir, para el PC], una posición
de factor revolucionario autónomo en el frente antiimperialista común»126. Tales
«acuerdos temporarios» no son de poca monta. No son para reclamar la libertad
de un revolucionario preso ni para publicar un aviso de protesta en un diario.
Tienen como finalidad la «lucha por la solución radical de los problemas de la
revolución democrático-burguesa», lo cual quiere decir, luchar con la «burguesía
[dentro del] frente común [por elecciones, reforma agraria y] organización de las
masas para permitirles luchar por los intereses particulares de su clase, [o sea por
los sindicatos]».
40
Salvo la «autonomía» del PC en cuanto a etiquetas y discursos, la política descrita es
perfecta alianza y entendimiento con las «burguesías medias» haciendo un «block». Es
la época de los «amigos» de la U.R.S.S., los «aliados» y la búsqueda de pactos y lazos
políticos a todo nivel en «Oriente». Frente a este «antiimperialismo» supeditado a las
«burguesías», la posición de Haya, incluyendo su propuesta de un «Kuo Min Tang lati-
noamericano», es más fiel a esta definición sustentada por Lenin en el II Congreso de la
Internacional Comunista en 1920: «Muy a menudo, tal vez en la mayoría de los casos, la
burguesía de los países oprimidos, aunque apoya los movimientos nacionales, al mismo
tiempo lucha de acuerdo con la burguesía imperialista, es decir, juntamente con ella,
contra todas las clases revolucionarias»128. Haya como Lenin, no confía en las burguesías.
El cambio es drástico. Ya no hay «frente común» con la «burguesía». No hay que «apli-
car» la política seguida en China. No hay que seguir un trecho de la mano de los «otros»
sectores «antiimperialistas». El PC debe, «desde un primer momento», lanzar consignas
radicales alertando sobre la «conducta ulterior» de la «burguesía». Algo así como un gran
agitador apocalíptico que vaticina desengaños y se presenta como la «única» alternativa.
A esto se agrega la llamada «táctica del frente único solamente desde abajo, [que incluye
sólo pactar con] organismos de base [para] acciones de lucha»130.
7. La polémica no habida
Todo el intercambio epistolar entre Haya y Mariátegui refleja un gran diálogo de sor-
dos. Haya exige «acción» y «realismo» desde los marcos del APRA, dando siempre por
hecho que está al comando de un movimiento mucho más numeroso y fuerte de lo que
en realidad es. Haya también supone muchos puntos en común con sus antagonistas.
Mariátegui, por su parte, alude a un APRA que era «apenas un proyecto» o «una idea».
128 «Informe de la Comisión para los problemas nacional y colonial», julio de 1920, II Congreso de la Komintern (LENIN, V. I.:
La política exterior del Estado soviético, p. 239). Esta es otra idea interesante de Lenin, citada por Haya de la Torre en otros textos
como coincidente con el aprismo: «La revolución en las colonias, en su primer estadio, no puede ser una revolución comunista [...]
pero eso no significa necesariamente que la dirección de la revolución deba ser abandonada en manos de la democracia burguesa»:
(CPC, parte I, p. 160).
129 INTERNACIONAL COMUNISTA: VI Congreso de la IC, p. 39. Informe central de Nicolai BUJARIN.
130 Ib., p. 42-43.
41
Pero entre las ideas cursadas entre Mariátegui y otros «camaradas» suyos, figura algo muy impor-
tante, nuevo en el siempre mesurado y flexible marxismo mariateguiano: «No suscribo, por otra
parte, la esperanza en la pequeña-burguesía, supervalorizada por el aprismo»131. Y en otro texto:
«Del APRA, concebida inicialmente como frente único, como alianza popular, como bloque de
las clases oprimidas, se pasa al APRA definida como el Kuo Min Tang latinoamericano [...]. ¿Qué
cosa puede oponer a la penetración capitalista la más demagógica pequeña-burguesía? Nada, sino
palabras. Nada sino una temporal borrachera nacionalista»132.
El viraje de Mariátegui es sorprendente. Primero por su radical descalificación de toda «lucha po-
pular» que no esté «dirigida» por «el proletariado» o no tenga «claras banderas» marxistas. Esto
asombra en Mariátegui como marxista y como político, ya que la Revolución mexicana, con todas
sus «insuficiencias», no puede ser calificada de «borrachera nacionalista». Segundo, sorprende que
acuse al APRA de querer ir hacia un «kuomintanismo», cuando ambos, Haya y Mariátegui, esta-
ban convencidos de ese «kuomintanismo» y también lo estaba la Komintern. Más aún, Mariátegui,
antes del viraje de la Komintern. escribía notas de apoyo fervoroso al Kuo Min Tang, pecando
incluso de clamorosa desinformación. En Variedades del 2 de abril de 1927, Mariátegui elogiaba a
Chiang Kai-shek por haber tornado Shangai, sin enterarse que allí estaba ocurriendo una sangrien-
ta represión a los comunistas133.
En su folleto contra el «ARPA», Mella apunta hacia lo mismo: «Las burguesías y pequeñas burgue-
sías nacionales [...] no luchan contra el imperialismo extranjero para abolir la propiedad privada
sino para defender su propiedad [...]. De progresistas se convierten en reaccionarios [...]. Liberación
nacional absoluta sólo la obtendrá el proletariado y será por medio de la revolución obrera»134.
Es evidente que esta posición equivalía a una automarginación de los comunistas respecto a los
fenómenos nacionalistas o populistas de la época. Otro concepto directamente ajeno a la platafor-
ma programática aprista lo tenemos en la «respuesta» de Ravines al «Plan de México»: «El punto
5° [del Plan de México] enuncia, es cierto, un plan de nacionalización revolucionaria [...]. A ella
seguirá, o la nacionalización burguesa [...] o la socialización progresiva, realizable únicamente por
el proletariado y factible sólo en el Estado Socialista [...]. El PNL [...] se lo impide y se lo veda»135.
Así tenemos que del «frente común» con la «burguesía», el marxismo kominteriano pasa a una
posición de aislamiento ideológico y rechazo a toda política de acción «de masas» contra «el impe-
rialismo». Siguiendo disciplinadamente este viraje de Moscú, todos los comunistas latinoamerica-
nos –Mariátegui incluido– variarán apresuradamente de política. No es el joven Haya pues, quien
variará de posición. De un lado al otro, los comunistas dóciles a Moscú mantienen una actitud
contraria al apotegma leniniano de «luchar por el poder». Allí estará la raíz de su destino minori-
tario en América Latina.
42
V. EL ANTIIMPERIALISMO Y EL APRA: HAYA,
MARX Y LENIN
Entre 1928 y 1936 el manuscrito original tuvo muy pocos lectores. Algunos de sus plantea-
mientos fueron difundidos en diversas ponencias y artículos pero no puede decirse que sirvie-
ran de base para agrupar sólidamente a quienes fundaron el Partido Aprista Peruano en 1931.
Aún así, las tesis de AA dieron a Haya claridad para dirigir la conversión del aprismo en una
efectiva fuerza política, dejando atrás la etapa grupuscular y «literaria».
En el libro editado en 1936 y en todas las ediciones siguientes140 aparece como primer capítulo
el breve programa escrito en 1926 para el Labour Monthly. En el capítulo segundo, el inefa-
ble Haya triunfalista advierte que el libro se limitará a «explicar y ampliar la significación de
algunos de sus puntos principales, especialmente los que se refieren al concepto aprista del
Estado»141. No habría, pues, evolución ni cambio alguno en la doctrina aprista, sólo una mayor
ilustración de los ítem programáticos ya conocidos.
43
Hay, sin embargo, ajustes y progresos doctrinales importantes. Para reconocerlos bas-
ta una lectura cuidadosa del texto de 1926 –el primer capítulo– y el libro de 1928. El
programa de 1926 –que ya hemos examinado en el segundo capítulo– definía la «lucha
antiimperialista» como una «lucha de clases». Luchar contra el «imperialismo yanqui»
era, al mismo tiempo, luchar por el «derrocamiento» de las clases gobernantes crio-
llas, por ser todas ellas «aliadas» del «imperialismo». No quedaba resquicio alguno.
Dicho documento incluso enfatiza que «las incipientes burguesías nacionales», esto
es aquellos estratos de clase media alta todavía distantes de la élite político-económica
de entonces, eran igualmente «auxiliares y cómplices» del «imperialismo». La lucha
planteada por el APRA para todo el continente en 1926 se realiza en forma simultánea
contra «los enemigos de dentro y de fuera». Este radicalismo era un fiel reflejo del
contexto latinoamericano del momento, de agresiva política exterior de los EE.UU.
y endurecido panorama político al sur del Río Grande, con dictaduras e «invasiones
armadas de los soldados y marineros del imperialismo» en Panamá, Nicaragua, Cuba,
Santo Domingo y Haití, convertidos en «verdaderas colonias o protectorados yanquis»,
según denuncia allí mismo Haya de la Torre142.
En el libro de 1928 –esto es del capítulo segundo en adelante– encontramos una im-
portante enmienda a esta tesis de dos años atrás, al definirse la «lucha antiimperialis-
ta» como una lucha «nacional» y «de pueblos», que según Haya «impone subordinar
temporalmente todas las otras luchas que resulten de las contradicciones de nuestra
realidad social a la necesidad de la lucha común143. Ya no estamos ante un idílico «fren-
te único de trabajadores manuales e intelectuales», carente de intereses particulares
internos. El «frente único antiimperialista» implica ahora para Haya una determinada
articulación de «intereses de clase» dentro de una gran lucha común. Y así como re-
conoce a cada integrante del «frente único» como una «clase social» –de acuerdo a los
cánones marxistas– se permite admitir alianzas eventuales con «las burguesías», sin
por esto dejar de considerarlas ajenas al gran proyecto «revolucionario». Leamos: «La
lucha contra el imperialismo es también una lucha nacional [...]. Así como hay clases
sociales permanentemente atacadas y explotadas por el avance imperialista, las hay
que son sus víctimas temporales. Una gran parte de nuestra burguesía en formación
presenta ese carácter [...] el APRA puede aliarse con ellas en un frente transitorio»144,
Haya dixit. Esta es una rectificación importante, que expande los márgenes-de juego
político para el aprismo, permitiendo por ejemplo «alianzas tácticas» de tipo económi-
co o para la defensa común de ciertas libertades, con algunos rangos de la «burguesía
en formación» pero sin subordinarse a ella.
44
Ya no estamos ante un rechazo seco al «imperialismo». Estamos ante una propues-
ta económicosocial «antiimperialista», es decir un modelo de régimen, el «Estado
antiimperialista», basado en un «capitalismo de Estado» singular, que tendrá como
tarea básica «la organización del nuevo sistema económico estatal de base coopera-
tiva que controle las industrias, destruya los monopolios imperialistas y asegure el
dominio nacional de la riqueza»147. Un régimen que «desarrollará el capitalismo de
Estado como sistema de transición hacia una nueva organización social»148. E1 «Es-
tado Antiimperialista [implica la] emancipación nacional y política indoamericana,
[como camino previo a la] revolución proletaria, socialista [que], vendrá después [...]
cuando nuestro proletariado sea una clase definida y madura para dirigir por sí sola
la transformación de nuestros pueblos»149.
45
Además de este «capitalismo de Estado» de «base cooperativa», el libro de 1928
introduce una serie de precisiones en las relaciones «interclasistas» dentro del
«Frente Único Antiimperialista» en el caso de llegar al poder. Cada una de las
«clases directoras del Estado Antiimperialista» tiene espacio y posibilidades para
defender sus intereses, dentro del marco general del «programa antiimperialista
común». De estas tres «clases», la prioridad la tiene el campesinado pobre y sin
tierras. Las «clases medias» tienen la categoría de una «clase social» específica,
«oprimida por el imperialismo» pero cuyos intereses deben subordinarse a los del
campesinado y la clase obrera. El sindicalismo obrero tiene a su vez «derechos de
organización, de educación, de reunión, de huelga, de participación progresiva
en el usufructo de las industrias estatizadas». Pero Haya advierte claramente con-
tra el error que significaría dar ventajas desmedidas al sindicalismo obrero: «Es
absurdo improvisar en nuestra realidad [...] himnos triunfales de advenimiento
de un gobierno exclusivamente proletario, bien ajustado a los marcos de las teo-
rías ortodoxas del socialismo puro [...]. El Estado es pues, fundamentalmente, un
instrumento de las clases campesina, obrera y media unidas, contra el imperia-
lismo que las amenaza. Todo conflicto posible entre esas clases queda detenido o
subordinado al gran conflicto con el imperialismo, que es el peligro mayor»154. Y
agrega: «La influencia de la clase obrera será tanto mayor cuanto más efectiva sea
su importancia como clase definida»155.
Este equilibrio de fuerzas entre las «clases sociales» del «frente único» y entre ellas
y el resto de la sociedad, estaría administrado dentro del «Estado antiimperialis-
ta» de tal manera que éste «canalizará eficiente y coordinadamente el esfuerzo de
las tres clases representadas en él»156. Sin embargo, Haya añade algunos detalles:
«El Estado Antiimperialista [...] coartará la libertad económica de las clases ex-
plotadoras y medias y asumirá [...] el control de la producción y del comercio pro-
gresivamente [...] en beneficio de las clases productoras, a las que irá capacitando
gradualmente para el propio dominio y usufructo de la riqueza que producen»157.
Este complejo juego de relaciones políticas entre las «clases productoras» y de
restricción «progresiva» a la «libertad económica» de los «explotadores», resulta
un enorme paso adelante en cuanto a definición programática del aprismo, ya que
en 1926 el esbozo de programa se limitaba a reclamar la dictadura omnímoda del
«partido-frente».
La abortada polémica con Mariátegui y el sectarismo sin límites de los voceros co-
munistas de entonces –como R. Martínez de la Torre, que en sus Páginas antiapristas
de 1933 define el capitalismo de Estado aprista como «fascismo en potencia»– han
fundado una tradición literaria, frondosa en páginas y en inexactitudes, de condena
a AA desde posiciones marxistas. Muchos nombres se han sumado a esta tradición en
los últimos quince años, con el indudable propósito de convalidar la «excomunión»
46
que Mariátegui dictara contra Haya en 1929, al denunciar su presunto «viraje
a la derecha» con motivo del «Plan de México»158. Estos críticos de AA con-
centran toda su artillería argumental en tres puntos: 1) Haya defendería en
este libro un «modelo mexicano» de revolución, centrado en la promoción
de la «clase media»159; 2) Haya defendería intereses de «burguesía nacio-
nal» y de «reforma», dejando de lado sus posiciones radicales anteriores160;
3) Haya habría abandonado en AA toda simpatía por el «socialismo» como
destino final del proceso «antiimperialista» 161 .
158 «En cuanto a Haya, ninguna duda es posible respecto a su viraje a la derecha [...]. Hay que ser demasiado recal-
citrante o tener un deliberado propósito de ruptura, para no comprenderlo [...]. No se trata, pues, de discrepancias
entre marxistas», escribe MARIÁTEGUI, en una carta a PAVLETICH del 25 de setiembre de 1929, con indudable
injusticia, como hemos visto en capítulos anteriores (MARIÁTEGUI, J. C.: Correspondencia, t. II, p. 633-634).
159 Julio COTLER en Clases, Estado y Nación en el Perú, afirma que «la imagen más próxima de lo que vendría a
ser el Estado antiimperialista la percibe Haya de la Torre en el Estado post-revolucionario mexicano» (COTLER, J.:
Op. cit., p. 213), omitiendo olímpicamente las duras críticas –«mesocratismo», entre otras– que Haya dedica al caso
mexicano y su explícita admiración por la «genial» y de «valor universal» NEP rusa. Haya precisa con toda claridad,
para quien acostumbre leer algo más que las solapas, que la tesis del «Estado antiimperialista» le ha sido «sugerida»
por la experiencia mexicana (AA, p. 145), pero a partir de sus limitaciones, «por negación» (AA, p. 154).
160 César GERMANA, autor de La polémica Haya de la Torre-Mariátegui, reforma o revolución en el Perú, interpreta
de este modo la controversia epistolar de 1928: «No se centró en algunos problemas tácticos, como el carácter del
partido [...] sino [...] entre las alternativas programáticas de dos clases sociales [...]. La perspectiva de Mariátegui
sobre la burguesía nacional es opuesta a la de Haya de la Torre en la medida que no la considera una clase oprimida
por el imperialismo y la feudalidad sino orgánicamente articulada con ambos [...]. La burguesía nacional no puede
llevar adelante una lucha antiimperialista» (p. 26, 34-35). Curiosa opinión. ¿Dónde están los textos de esa «gran
polémica» programática entre Haya y Mariátegui? ¿Por qué hasta octubre de 1928 Mariátegui publicaba en Amauta
artículos de «exponentes programáticos» de la «burguesía nacional» como el Manifiesto del APRA sobre el proyecto
mexicano de ciudadanía continental aparecido en el N° 18 (octubre de 1928), p. 86-87? ¿Acaso no definiría clara-
mente Haya de la Torre en 1928 la imposibilidad de una «vía burguesa» de industrialización por existir en América
Latina «criollas burguesías incipientes que son como las raíces adventicias de nuestras clases latifundistas» (AA, p.
51)?
161 Mariano VALDERRAMA en El APRA un camino de esperanzas y frustraciones, no obstante citar profusamente
AA y diseñar un interesante esquema evolutivo de la doctrina aprista, hace un comentario asombrosamente inexac-
to: «El leit-motiv de El antiimperialismo y el APRA es la afectación de los sectores medios por el imperialismo que
frustraba su conversión en burguesía nacional [...]. La experiencia de la revolución mexicana terminará por conven-
cerlo de la potencialidad de las clases medias. Haya abandonará su identificación inicial, un tanto romántica, con
el socialismo» (Ib., p. 22-23). Reducir AA a una simple ambición de «burguesía nacional» y atribuirle un abandono
del «socialismo romántico» en nombre de un «mexicanismo», ofende sin duda la inteligencia de cualquier lector
atento del libro del joven Haya.
162 AA, p. 140-141.
163 AA, p. 151.
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Pregunta: ¿Sigue el libro de 1928 el modelo mexicano en oposición a una estrategia dirigi-
da al socialismo marxista? Respuesta: «La falta de una organización científica y econó-
mica del Estado, la falta de una estructura integral del aparato político revolucionario,
consecuencia del carácter instintivo e improgramado del movimiento, ha introducido
la preponderancia de la clase media en el México post-revolucionario [...]. La Revo-
lución Mexicana, en la práctica, no ha utilizado a las clases medias sino que éstas han
utilizado en gran parte a la Revolución [...]. La cuestión era estructurar el nuevo Estado
como aparato científicamente construido sobre el principio económico de afirmar el
predominio de las clases productoras»164.
164 AA, p. 153-154. Un extraño caso de sumisión intelectual, desde las filas del aprismo, a los detractores del libro de 1928 nos
lo ofrece Raúl Arístides HAYA en «El antiimperialismo y el APRA y la izquierda aprista», quien atribuye un «encuadramiento
mesocrático» a la doctrina de su partido en 1928 y afirma que «Víctor Raúl Haya de la Torre elabora la doctrina aprista desde su
perspectiva de clase media [y] una posición muy cercana al marxismo» (CENTRO REALIDAD Y CAMBIO: El antiimperialismo
y el APRA: a 60 años, p. 108 y 109).
165 BASADRE, J.: Historia de la República del Perú, t. IX, p. 4.
166 OC, t. I, p. 155-156-158: Este artículo apareció en Atenea de Santiago de Chile, en julio de 1930, y en Claridad de Buenos Aires
en 1931. En el Perú se publicó con el título «¿Qué es el APRA?» en el N° 1 de la revista APRA del 12 de octubre de 1930 y con su
título original en las antologías Teoría y táctica del aprismo e Ideario y acción aprista, en 1931.
48
Esta concepción completa admirablemente el aprismo eufórico de QA y,
sin lugar a dudas, es la gran estrategia subyacente al audaz «Plan de Mé-
xico» de 1928. Como teoría y como práctica ambos son contemporáneos,
coligados e indivisibles. No viene al caso, en este punto, que Haya y el
aprismo no aplicaran esta concepción y la política que de ella se dedu-
ce en el programa electoral peruano de 1931 –lo que estudiaremos en
el capítulo VIII– ya que lo esencial es entender con exactitud, antes de
aventurar calificativos, qué era el aprismo de 1928 y qué aprismo fue el
rechazado enérgicamente por los comunistas peruanos y suramericanos.
3. Sobre el «aprismo-leninismo»
167 Víctor HURTADO comparó en 1985-1987 el Haya de 1928 con el Lenin de la primera época del partido
bolchevique, el de 1902-1905. Afirmaba Hurtado que «el joven Haya planteó [...] el acceso del socialismo en
dos etapas [...]. Haya fue leninista, su síntesis dialéctica, las tesis de Lenin de 1905 aplicadas a América, fue
el hayismo-leninismo». (HURTADO, V.: Hayismo-leninismo, p. 92). La comparación, inusual en el medio iz-
quierdista, fue en su momento impactante y tonificante para el debate en las filas «marxistas-mariateguistas»,
pero pecó de imprecisión. El leninismo de 1905 es inferior al hayismo de 1928 por el simple hecho de ser un
republicanismo radical sin programa económico. No es ese el caso del leninismo del período 1917-1920. En
1988 Hurtado se desplaza hacia la opinión opuesta: «En El antiimperialismo y el APRA [...] Haya coincide con
Lenin en que una etapa presocialista es necesaria, pero luego Haya difiere de Lenin y postula el comienzo del
socialismo en esa misma etapa» (HURTADO, V.: «Actualidad y problemas de un libro fundador». En: CEN-
TRO REALIDAD Y CAMBIO: Op. cit., p. 21). La inexactitud de estas frases es todavía mayor. Resulta absurdo
suponer que Haya fue «más socialista» que Lenin. En AA Haya sustenta, como Lenin en 1917-1920, un «mode-
lo» de «transición» al «socialismo». Ni uno ni otro postuló jamás un «socialismo» inmediato.
168 AA, p. 59, 63.
49
Lenin apoyaba partidos como el Kuo Min Tang y «traducir» el marxismo
a cada realidad, pero fue también el gran teórico y el gran arquitecto de la
Internacional Comunista, el «partido mundial» perfectamente vertebrado
y centralizado. A diferencia del comunismo ramplón posterior, Lenin tenía
gran preocupación por mantener siempre una «ligazón con las masas», una
cercanía a sus inquietudes, dándole tiempo al partido comunista para surgir
poco a poco, con nombres diversos, allí donde no podía ser aceptado de in-
mediato o donde necesitaba aliados 169. Su convicción era que, tarde o tempra-
no, de una forma u otra, cada proceso nacional iría tomando características
similares 170, de tal suerte que correspondería a los comunistas buscar ese ca-
mino «original» hasta llegar a la típica «revolución proletaria».
Haya no pensaba así. Para Haya el APRA no podía ser un nombre «transito-
rio» hacia la formación de un partido comunista, como sí lo era según algu-
nos autores el PSP de Mariátegui. Haya veía a los comunistas como artesanos
necios que quieren empezar una casa por el tejado, declarando la abolición
de las fronteras y la supremacía «proletaria» en su pequeña hermandad in-
ternacional, sin entender que tales ideas, si no surgen poco a poco de un
proceso social masivo, se convierten en una etiqueta extraña y sólo apta para
minorías. Haya no acepta supeditarse a una «estrategia internacional» es-
tereotipada, él acentúa el aspecto «indoamericano» y «de frente único» del
partido «revolucionario» como cuestión esencial y de largo plazo, hasta ese
«socialismo que vendrá después». De haber ocurrido una revolución aprista
en el período 1928-1930, ¿se hubiera constituido allí posteriormente un par-
tido comunista en reemplazo del Partido Aprista? El joven Haya, sin duda,
no lo habría permitido, por su desagrado con el tinte sovietista y el régimen
monolítico, supeditado a Moscú, asociado con ese nombre. Pero quién sabe si
un Lenin más longevo hubiera estado de acuerdo con promover partidos «del
tipo aprista» en América Latina, tal como estuvo de acuerdo con promover
«partidos tipo Kuo Min Tang» («herejía» continuada por la Komintern en los
años 1924-1927, como hemos visto en el capítulo III). La experiencia poste-
rior demostró que la idea del partido «de frente único» y de sólida identidad
nacional era más viable en términos «revolucionarios» que la organización de
«secciones de la Komintern» inmaculadas y disciplinadas 171.
169 LENIN cuidó de no denominar «comunista» a su partido hasta después de la toma del poder y sus escritos
dirigidos a un público verdaderamente masivo carecían de retórica marxista. «Bolchevique» era un apelativo orga-
nizativo –la mayoría del partido, escindida de la minoría «reformista» o «menchevique»– pero en la propaganda
dirigida a obreros y campesinos significaba partido «de las mayorías». Esto es fácil de consultar en las obras de
Lenin. HAYA se ocupó del asunto en varias ocasiones (por ejemplo: «Política y semántica» de 1955 en Víctor Raúl
en El Tiempo, t. I, p. 142).
170 LENIN era cauto en cuanto a la revolución «en Oriente», pero creía posible generalizar el modelo soviético en
Europa occidental: «Una vez más quedó demostrado que el curso general de la revolución proletaria es idéntico en
todo el mundo. Primeramente constitución espontánea, elemental de los soviets, luego su ampliación y desarrolló,
luego la aparición en la práctica de la disyuntiva: soviets o asamblea nacional constituyente o bien parlamentarismo
burgués, confusión total entre los jefes y finalmente revolución proletaria» (Ponencia de Lenin en el I Congreso
Mundial de la IC, 1919; ver: CPC, parte I, p. 47). Lo de «todo el mundo» se refiere a todo el mundo «desarrollado» o
«imperialista», aunque hay quienes tomaron esto al pie de la letra y quisieron constituir «soviets» en los Andes o en
China hacia 1930. Sorprende de todos modos el cerrado esquema previsto por Lenin para Europa, creyendo posible
la repetición de «soviets» o algo parecido más allá de Rusia.
171 Del mismo modo que la línea de ingreso al Kuo Min Tang dio más resultado que exhibir un típico PC en la
China de 1921-1927, las intentonas revolucionarias comunistas de tipo «clásico» –desde Alemania en 1919 hasta
los «putschs» del período 1928-1932 en numerosos países– fracasaron irremediablemente. Las únicas revoluciones
comunistas triunfantes posteriores a la rusa –la de Mao, la de Castro, la vietnamita, etc.– han sido procesos atípicos,
de tipo nacionalista y no de «lucha de clases», copados por organizaciones de rostro no comunista. Ni siquiera en
Europa oriental, ocupada militarmente por la U.R.S.S., les ha sido posible prescindir de una retórica moderada. Se
recurrió a «repúblicas populares» y eufemismos similares para revestir de una aureola menos dictatorial e imperial
las que en verdad eran auténticas «dictaduras proletarias» (dictaduras del «proletariado» soviético, encarnado ple-
nipotenciariamente en Stalin).
50
4. «Estado antiimperialista» y «dictadura proletaria»
La concepción de Haya se inscribe dentro del concepto leniniano de «dictadura proletaria», es una «tra-
ducción» del concepto a la realidad «indoamericana» pero tiene particularidades importantes, que bien
podrían ser críticas al régimen de Lenin. La «hegemonía» de los «productores» no es absoluta como en
el caso soviético175. Es «negociada» mediante los mecanismos que ofrece a las «clases medias» el «Estado
antiimperialista». ¿Y ese tipo de mecanismos no eran igualmente necesarios en el país soviético? ¿Por qué
Haya no enfila hacia allí sus críticas, como sí lo hace con el «mesocratismo» mexicano? La respuesta, en el
plano estrictamente ideológico, es evidente: Haya está de acuerdo con ser restrictivo con las «clases medias» y
comparte las premisas leninianas de un «Estado revolucionario» que no se ata de manos con clases propieta-
rias urbanas y rurales. Haya, en 1928, tiene como propósito «utilizar» a las «clases medias» pero no piensa
gobernar para ellas, ni pretende darles un lugar protagónico dentro del «frente único»176. Aún no estarnos
ante el Haya de la Torre que sí se adhiere sin reservas al «modelo mexicano» contra el «modelo soviéti-
co»177. Estamos todavía ante el Haya de la Torre «traductor» del marxismo, propagandista del «ejemplo
universal» leninista y que de hecho tiene en mente un «frente único» con el país de los soviets ante un
eventual triunfo de una revolución aprista.
172 La abolición de los «pequeños nacionalismos» reclamada por HAYA en América Latina nada tiene que ver con el «internacionalismo» bolchevique. La
«unión política y económica de los países latinoamericanos» tiene como punto de partida empezar a vincular estos países, con todas sus limitaciones y dife-
rencias, entre ellas su «diversidad de etapas de desarrollo del Estado». Los grandes objetivos del «Estado antiimperialista» y la «federación de Estados indoame-
ricanos», ocupan el lugar de una meta común en el proceso de integración continental: no son una condición para iniciarlo. «Mientras se alcanza tal objetivo,
la tendencia a coordinar una dirección política común, base de la unidad económica y paso hacia la unidad integral, aparece como la tarea inmediata» (AA, p.
163). Para el comunismo es al revés: la unidad latinoamericana lleva el prerrequisito de «socialista». Dicho sea de paso, MARIÁTEGUI era muy hostil a la idea
de la unidad latinoamericana: «Es una quimera [...] me parece más bien descentrada, desviada [...]. No nos es posible cortar los nexos que nos unen a las clases
explotadas de los países imperialistas» (BAZÁN, A.: Mariátegui y su tiempo, p. 114). Para Mariátegui no era quimérico ni descentrado contraponer a la unidad
latinoamericana el «internacionalismo» de cúpulas entre partidos comunistas.
173 AA, p. 146.
174 Por ejemplo, HAYA se solidariza en 1956 con los partidos laboristas y socialdemócratas europeos en tomo a «que las clases medias, tan perseguidas en el
país de los soviets, puedan tener acceso a la vida polític a por medio de partidos izquierdistas de frente único de clases». Este Haya de la Torre ya no defiende sus
tesis de 1928. Afirma a renglón seguido: «Modelos de partidos gobernantes de izquierda son los escandinavos» («Frentes Populares y partidos de frente único»
(1956) en Víctor Raúl en El Tiempo, t. I, p. 246).
175 La Constitución de la Rusia soviética de 1918 –estamos en plena época de Lenin, no de Stalin– excluyó del derecho de sufragio en los «soviets» a «los que
emplean a otros por mor de su provecho», «a los que viven de rentas que no se originan de su propio trabajo», «a los negociantes privados», «a los monjes y
sacerdotes», así como a «los criminales y los imbéciles». Para dar privilegio a los obreros, en la ciudad había un delegado electo a los «soviets» por cada 25 mil
electores, mientras en el campo había uno por cada 125 mil. La «clase media», como puede verse, carecía de derechos políticos (CARR, E. H.: Op. cit., t. I, p. 160).
176 El «Estado antiimperialista» de 1928 tiene también, a su modo, una noción de «hegemonía trabajadora» contra las «clases medias». Leamos: «Nuestros
países feudales, al emanciparse, tienen que dar preeminencia a la clase campesina, a la clase productora de la tierra, planteando en primer término su reivin-
dicación. Luego a la clase obrera industrial y a la clase media. Es claro que si invirtiéramos este orden, caeríamos de nuevo en el Estado burgués, rueda de la
máquina imperialista» (AA, p. 149).
177 HAYA en 1961: «Es la revolución mexicana, a pesar de lo que se considera como su estancamiento, la normativa en América. Y no la rusa, mucho menos
la cubana, pues la vesanía del paredón y el delirio de la mandarria para destruir, no es revolución» (CR, p. 150). Aquí el Haya maduro refuta totalmente al joven
Haya de 1928, ese brillante crítico del «estancamiento» y el «mesocratismo» de la Revolución mexicana.
51
El programa «antiimperialista» de 1928 es, con todo derecho, una interpre-
tación «indoamericana» de ese marxismo del Lenin estadista, «oportunista
genial» según Haya, no atado a dogmas y al mismo tiempo defensor de obje-
tivos claros. Si estudiamos al verdadero Lenin, ese que fustiga «infantilistas»
y «repetidores de citas», la comparación con el aprismo de 1928 resulta no
sólo cierta en líneas generales sino, sobre todo, interesante. Si entendemos
por «leninismo» la caricatura kominteriana de 1928 hasta mediados de los
treinta, caricatura repetida por los grupos comunistas en trance de radicali-
dad insurreccional, la comparación es de hecho imposible.
178 Desde el «deshielo» de Kruschev existen muchas evidencias de la política económica de LENIN que desdicen
la imagen propagandística clásica, lindante con la autarquía. Empero, subsiste cierta omisión de los aspectos poco
gratos de su política hacia los obreros. Según afirma BRINTON, en diciembre de 1918 los veinte «glavki» o direc-
ciones generales de gobierno más importantes, estaban en manos de «antiguo personal de dirección, los técnicos
y los especialistas», sin ingerencia obrera. Meses antes, el 28 de abril de ese año, Lenin fundamentó en el diario
Izvestiya (en el artículo «Las tareas inmediatas del poder soviético»), la necesidad de «medidas y decretos» para
«elevar la disciplina del trabajo», defendiendo igualmente «lo mucho que hay de científico y progresivo en el sistema
Taylor» y «la subordinación incondicional de las masas a la voluntad única de los dirigentes del proceso de trabajo».
Al aplicarse esta política se incluyó un decreto de control y censura a las decisiones de los sindicatos. En las actas
del II Congreso panruso de sindicatos de enero de 1919, un desilusionado líder obrero expresa: «El derecho que se
concede a la clase obrera es el de hacer el ridículo. Tiene derecho, claro está, de elegir a sus representantes, pero el
poder, con su derecho a ratificar o no la elección, hace lo que quiere». Aquello de «los obreros tomaron el poder en
Rusia» es a fin de cuentas un mito (BRINTON, M.: Los bolcheviques y el control obrero 1917-1921, p. 99, 85 y 102).
señalemos, para concluir, que sobre el tema del «pueblo en armas», Lenin y Haya coinciden en un ejército con «con-
ciencia revolucionaria» pero sobre todo profesional y técnico.
52
VI. MITO Y REALIDAD DE EL
ANTIIMPERIALISMO Y EL APRA
53
1. El marxismo del joven Haya
Haya pretende sentar las bases de una actitud metodológica clara como punto de
partida de su libro y expone lo siguiente: «Existe una profunda diferencia entre el
marxismo interpretado como dogma y el marxismo en su auténtico significado de
doctrina filosófica [...]. La línea normativa de la filosofía marxista es inseparable
de la del desarrollo de sus teorías económicas y sociales. Movimiento, contradic-
ción, negación y continuidad, presiden el devenir universal y humano [...] en la
concepción marxista el principio de la ‘negación de la negación’ es primordial y
permanente»184.
A continuación Haya sitúa de este modo su propia teoría política: «La doctrina
del APRA significa, dentro del marxismo, una nueva y metódica confrontación de
la realidad indoamericana con las tesis que Marx postulara para Europa [...]. He
aquí el sentido, la dirección, el contenido doctrinario del APRA: dentro de la línea
dialéctica del marxismo interpreta la realidad indoamericana». Y agrega: «En lo
que la interpretación de una realidad nueva, característica, complicada, como es
la nuestra, tenga que negar o modificar los preceptos que se creyeron universales
y eternos, se cumplirá la ley de las contradicciones del devenir: la continuidad
condicionada por la negación»185.
Aquí hay un típico caso de falta de rigor. Haya define al marxismo como «doctrina
filosófica» cuando en verdad es una teoría de la historia y un método de análisis
de los hechos históricos; se define como seguidor de la dialéctica, entendiéndola
como el instrumento de interpretación de la realidad aplicado por el marxismo,
cuando considerada en abstracto, fuera del esquema de evolución histórica mar-
xista, es filosofía hegeliana pero no marxismo; y anuncia la reformulación de los
«preceptos» marxistas cuando su propósito es realizar un clásico análisis de in-
terpretación marxista de la realidad latinoamericana, sin objetar para nada los
esquemas instrumentales de Engels y Marx. En verdad objeta la aplicación que
hacen los «comunistas criollos» de análisis marxistas europeos para estereotipar
la realidad suramericana y la conversión de esos análisis en «preceptos» y «dog-
mas». Pese a estas frases confusas, el hecho es que Haya no objeta el marxismo en
este libro sino, todo lo contrario, se apoya demasiado en él186.
54
2. Haya y la dialéctica
Ahora bien, la confusión está hecha. La forma de presentar sus ideas da a Haya la imagen de
un marxista sumamente herético y la forma en que destaca el principio de la «negación de la
negación» como base «primordial» del marxismo, permitirá más adelante, cuando Haya se
define como relativista, empalmar ambas doctrinas. Haya dirá muchas veces que el aprismo
es marxista porque «lo niega dialécticamente». Pero lo que en 1928 es una forma poco clara
de defenderse como marxista, de 1935 en adelante será una forma de negar validez global a
los esquemas marxistas, entre ellos aquél de la violencia como «partera de la historia».
Sin embargo, hay un elemento de enlace entre esta definición de 1928 sobre la «negación»
del marxismo y su expresión posterior. Más allá de confundir «línea dialéctica del marxis-
mo» con materialismo histórico y «negación de la negación» con análisis de la realidad, Haya
se aferra a ciertas reglas o principios lógicos de la dialéctica, los considera «línea normativa
de la filosofía marxista», tomando como eje de la dialéctica dicha «negación de la negación».
Este «principio de la negación» servirá para establecer una idea importante, que el propio
Haya todavía evitará desarrollar en 1928: la imposibilidad de establecer modelos universales
de desarrollo económicosocial para «todas las latitudes». En otros escritos Haya recurrirá
a una cita de Engels187–impidiendo comparar Inglaterra con Tierra del Fuego– para pre-
sentarse todavía como seguidor del marxismo, pero olvidando que Engels se refiere a rea-
lidades económicosociales inconexas y no a realidades intercomunicadas y con vínculos de
dominación entre sí, como América del Norte y Europa respecto a América Latina. Haya ha
aplicado la «negación de la negación», entendida en este caso por él como la priorización de
los elementos reales dados respecto a cualquier marco de análisis referencial, para objetar la
generalización marxista allí donde se supone que debe hacerse.
Lamentablemente, la idea no es llevada a sus últimas consecuencias. Dice Haya: «No se repi-
te en Indoamérica, paso a paso, la historia económica y social de Europa [...]. Sin abandonar
el principio clasista como punto de partida de la lucha contra el imperialismo, consideramos
cuestión fundamental la comprensión exacta de las diversas etapas histórica de la lucha de las
clases»188. Como vemos, la objeción resulta solamente una segmentación de dos realidades,
tratando Haya, muy ortodoxamente marxista, de medir con rasero «dialéctico» –léase mate-
rialista histórico– en qué «etapa histórica de la lucha de clases» se ha quedado «Indoaméri-
ca». Haya sigue aferrado a una noción dogmática: cree en un esquema evolutivo rígido para
todas las sociedades. Aquí falta precisamente una investigación sobre las particularidades
de la evolución histórica latinoamericana, para saber de qué forma concreta no se cumplen
«paso a paso» las «fórmulas europeas». La admirada Revolución rusa, a la que Haya de la
Torre atribuye «valor universal» como «revolución antiimperialista» en este mismo libro189,
no se organizó en base a un «vigoroso esquema» ni se apoyó en la simple «rebeldía». Estuvo
precedida de un debate de varias décadas (con muchos kilogramos de trabajo teórico, en-
cuestas económicas, etc.) dirigido a comprobar si se cumplía o no en Rusia el esquema clási-
co de evolución capitalista. Haya es todavía aquí el joven Haya, preocupado por la urgencia
política, aún al precio de no poder formular, como debiera, una interpretación realista –no
esquemática ni extremadamente genérica– sobre la peculiaridad latinoamericana.
187 «Quien quiera subordinar a las mismas leyes la economía política de la Tierra del Fuego y la de Inglaterra actual, evidentemente
no produciría sino lugares comunes de la mayor vulgaridad», dice ENGELS en el Anti-Dühring en forma visiblemente poco feliz,
ya que para el marxismo esas «leyes económicas» tienen que ser las mismas, sólo que en distinta fase de desarrollo. Haya cita esta
frase de Engels en AA, p. 25.
188 AA, p. 51 y 119.
189 «Hay hechos de valor universal que implican lecciones y ejemplos para todas las latitudes y para todas las épocas. Y Rusia
ofrece al mundo el primer caso de liberación económica antiimperialista de la historia contemporánea» (AA, p. 76). No es corto el
elogio. Además de ubicar a la orgullosa Rusia entre los países «oprimidos» o «coloniales» da a su Revolución un «valor universal»
sin limitaciones de espacio o tiempo.
55
3. Marxismo y dialéctica de Hegel
El propósito de todas estas explicaciones es más político que filosófico. Permite al Haya
maduro polemizar contra el dogmatismo comunista defendiendo formalmente el mar-
xismo –en nombre de la «dialéctica»– al mismo tiempo que le niega validez política en
términos de «espacio-tiempo». Tenemos entonces como resultado que la «negación
de la negación» sería el nexo entre todas las etapas filosóficas de Haya, incluyendo por
cierto AA. De esta forma Haya cree poder mostrar un pensamiento básicamente uni-
forme a los largo de los años.
Empero, la «dialéctica» confusa del joven Haya de 1928 no es la misma del Haya relati-
vista posterior a 1935. En 1928, Haya entiende la «dialéctica» como una «línea norma-
tiva» que es, para el marxismo, «inseparable de sus teorías económicas y sociales». Para
Haya hay una «dialéctica de la vida y de la historia»192. Para el Haya posterior, la «dia-
léctica viene a ser un instrumento abstracto de razonamiento que puede ser adoptado
de un sistema filosófico a otro: «El aprismo arranca filosóficamente del determinismo
histórico de Marx y de la filosofía hegeliana adoptada por él para su concepción del
mundo»193.
Por cierto, ninguna de estas opciones corresponde a Hegel o a Marx. Para ambos, no se
trata de contemplar o describir la eternidad del cambio sino de definir, mediante una
interpretación de ese cambio, de ese movimiento viviente e infinito, el sentido histó-
rico del mismo. Para Hegel la «negación de la negación» no es replanteo doctrinal, ni
una verificación empírica de la doctrina, ni un «volver a empezar». Es uno de los tres
momentos –afirmación, negación, negación de la negación– de la definición de los
conceptos como filosóficamente válidos. Ya se trate de la Idea Absoluta de Hegel o del
progreso histórico hacia la sociedad sin clases de Marx, el propósito de la «doble nega-
56
ción» o «síntesis» es ubicar el concepto dentro de un sistema universal194. El principio común
a ambos sistemas es contrario a la búsqueda de lo excepcional o lo particular: «todo lo que es
real es racional y todo lo que es racional es real»195. Ambos son sistemas dogmáticos.
Hegel y Marx, a la vez que se oponen a lo excepcional en la historia, no creen en una «dialéc-
tica» relativista. Los entes no son una cosa y otra al mismo tiempo, no tienen ambivalencia,
no son contradictorios en sí mismos. El «movimiento perpetuo» obliga a una constante de-
puración de la «aparente» o momentánea ambivalencia196. Las posiciones del Haya maduro
están más cerca del kantismo y el positivismo que del rancio dogmatismo filosófico hegel-
marxiano197. Finalmente, en el caso de Marx, no existe un «instrumento dialéctico» de tipo
universal sino una historia universal dialécticamente razonada, con sus propias leyes.
Examinemos a la luz de estos comentarios la tesis básica sobre el «imperialismo» del libro de
Haya de la Torre. Dice Haya que «el imperialismo es una etapa del capitalismo [...] la etapa
culminante. Nuestros países están en las primeras etapas del capitalismo o van hacia ellas,
buscando su liberación del feudalismo [...]. Nuestros países y el imperialismo están, pues,
dentro de la misma órbita, aunque en diferentes planos históricos. Encadenamiento de un
mismo sistema, ruedas de una misma máquina –ruedas de diámetro diferente– que engra-
nan dentro de la mecánica de un movimiento dado»198.
194 Así lo explica LENIN citando al propio HEGEL en sus notas de estudio sobre el filósofo alemán: «El resultado de la negación de la ne-
gación, ese tercer término, ‘no es un tercer término en reposo, sino que, como esa unidad de contradicciones, es un movimiento y actividad
que se median consigo mismos’ [...]. El en esa ‘tercera’ etapa, ha encontrado ya el ‘contenido’ del conocimiento y el método es ampliado en
un sistema [...]. De tal modo, el conocimiento se va desarrollando de contenido en contenido [...]. Comienza a partir de determinaciones
simples, mientras las subsiguientes se hacen cada vez más ricas y más concretas [...]. Que esta unidad, como también toda la forma del
método, sea una triplicidad, es por cierto sólo el lado superficial y exterior de la manera del conocimiento [...]» (Lenin cita el cap. II de la
sección III del volumen V de la Ciencia de la Lógica de Hegel, en LENIN, V. I.: Cuadernos filosóficos, p. 148-150). Hegel, en esos pasajes,
critica con dureza a quienes reducen la dialéctica a un simple movimiento repetitivo «tesis-antítesis-síntesis». La «tríada» hegeliana corres-
ponde al proceso de transición de «lo abstracto a lo concreto», sabiendo de antemano que la realidad tiene un movimiento más complejo
y de difícil interpretación. De este modo, la «negación de la negación» del marxismo es simplemente hacerlo «concreto», ya que el primer
paso ha sido la «afirmación», es decir, la aceptación de sus premisas. Al dar ese primer paso, hemos asumido a plenitud el marxismo. Luego
«negamos» o enjuiciamos críticamente sus conceptos, para finalmente «negar lo negado» o reafirmarnos en el marxismo, pero luego de
«desarrollarlo de contenido en contenido». De este modo, «negación de la negación» equivale a una segunda afirmación, una ratificación
y ramificación del sistema de conceptos previamente asumidos.
195 HAYA DE LA TORRE entremezcla a HERÁCLITO, HEGEL y MARX. El «todo fluye, todo cambia» de Heráclito, es algo muy distinto
al «todo es racional» de Hegel. La filosofía de los sabios milesios (entre los años 600 y 500 a.C.) como TALES, HERÁCLITO y ANAXI-
MANDRO, llamada también hilozoísta, era un «procedimiento de investigar los acontecimientos naturales [...]; era científico en sus prin-
cipios y racional en sus métodos [...]. Dieron cada uno respuestas algo distintas a la cuestión de cuál era la forma específica de la materia,
cuál era ‘el elemento y el principio de las cosas’ [...]» (NOVACK, G.: Los orígenes del materialismo, p, 84). Estos milesios eran matemáticos,
astrónomos, naturistas, etc., que asumían como principio el «todo fluye, todo cambia» como rechazo a todo dogma racional sobre los fe-
nómenos de la naturaleza. El hegelianismo va precisamente por el camino opuesto: Hegel y Marx creen en «leyes de la historia» y un racio-
nalismo directamente verificable. Dice Hegel: «En los acontecimientos de los pueblos domina un fin último [...], en la historia universal hay
una razón» (HEGEL, G.W.F.: Lecciones sobre filosofía de la historia universal, p. 44). Y ENGELS, a nombre de Marx, señala un fundamento
similar: «Nada acaece sin una intención [...] sin un fin [...], el curso de la historia se rige por leyes generales de carácter interno [...]. En la
superficie de las cosas parece reinar la casualidad» (ENGELS, F.: Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. OE, t. III, p. 385).
196 HEGEL en su Introducción a la historia de la filosofía y MARX en Miseria de la filosofía, condenan extensamente a quienes se quedan
en la «apariencia» de los fenómenos y dan por definitivo su aspecto «en primera instancia» contradictorio, paradójico o de «doble natura-
leza». Para Hegel y Marx los fenómenos «en sí» jamás son «relativos» o de «doble carácter». Todos son susceptibles de clasificación y ca-
tegorización. Marx es aún más radical, atribuye a quienes confunden «ambivalencia» con «dialéctica» un comportamiento social indigno
del «proletariado»: «Para el señor Proudhon, cada categoría económica tiene dos lados, uno bueno y otro malo. Considera las categorías
como el pequeño-burgués considera a las grandes figuras históricas: Napoleón es un gran hombre; ha hecho mucho bien pero también ha
hecho mucho mal» (MARX, K.: Miseria de la filosofía, p. 91-92).
197 Esta es una de las pocas veces que HAYA DE LA TORRE admite haberse alejado por completo del marxismo: «Quien conoce al APRA
sabe que es relativista y quien conoce al marxismo sabe que es determinista. Y quien conozca algo de filosofía sabe que estas dos escuelas
son antagónicas» (CR, p. 253). Muy bien dicho. Es una entrevista de febrero de 1963.
198 AA, p. 125.
57
Y agrega: «En estos países la primera forma del capitalismo moderno es la del capital ex-
tranjero imperialista [...]. Con el capital inmigrado se insinúa en nuestros pueblos agrícola-
mineros la era capitalista [...]. Es difícil distinguir, a primera vista, el capital nacional del
capital extranjero y sus líneas de separación originarias [...]. Nuestras clases gobernantes
y el Estado –su instrumento político de dominio– en sus formas elementales o relativa-
mente avanzadas de organización, expresan fielmente esta modalidad indoamericana del
capitalismo que coexiste en la gran mayoría de países con el poderío aún invicto del lati-
fundio»199.
Estas citas son muy conocidas y son casi la médula de lo que se define en algunos autores
como el aprismo «clásico», siempre vigente, etcétera. Pues aquí también tenemos, como
en los pasajes ya analizados, el mismo problema de rigor: conclusiones importantes cuyas
premisas no son claras y son además sumamente dependientes de un marxismo puesto en
aprietos por el propio pensamiento de Haya.
Veamos en forma breve. La tesis sobre las «etapas última y primera», dice el propio Haya en
otros pasajes y escritos que es una «refutación» a la tesis «clave» del marxismo-leninismo.
Es al revés. Desde el punto de observación de «Indoamérica» el joven Haya de 1928 con-
firma la concepción de Marx y Lenin. Confirma la de Marx al reconocer, ortodoxamente,
que es indispensable una «etapa capitalista» de desarrollo en América Latina para sentar
las bases materiales de un posterior «socialismo». Una sociedad «jamás podrá saltar ni
descartar por decreto las fases naturales de su desarrollo»200 establecerá axiomáticamente el
viejo Karl Marx en El capital. Y confirmará a Lenin al definir claramente que esa «primera
etapa» capitalista impuesta desde fuera, no produce modernidad sino, por el contrario,
refuerza el «feudalismo» y subordina a «las criollas burguesías incipientes». En el prólogo
de la edición de 1936 esta concepción es ampliada por Haya: «Para los países de economía
primitiva o retrasada [...] el capitalismo llega bajo la forma imperialista, ésta es su «primera
etapa». Ella se inicia bajo peculiarísimas características. [...]. No son las necesidades de los
grupos sociales que habitan y trabajan en las regiones donde aquéllas se implantan las que
determinan su establecimiento: son las necesidades del capitalismo imperialista las que
prevalecen y hegemonizan. La «primera etapa del capitalismo» en los pueblos imperializa-
dos no construye la máquina ni siquiera forja el acero o fabrica sus instrumentos menores
de producción. La máquina llega hecha y la manufactura es siempre importada»201.
¿Propone Lenin algo distinto en su célebre libro de 1916? ¿Avizora acaso una «última eta-
pa» capitalista generalizada, que haga innecesario un desarrollo industrial en las colonias?
Cuando Lenin define una «última etapa» o «etapa superior» –esta última es su verdadera
definición– lo hace igual que Haya, a nivel de los países industriales centrales. Esta «eta-
pa superior» no significa modernidad ni auge económico precisamente. Recordemos que
estamos en un período de gran inestabilidad económica en Europa y, más aún, hacia una
gran crisis a fines de los años veinte. Según Lenin, la «etapa imperialista» del capitalismo
«prepara» condiciones para la revolución «mundial» por su irracionalidad, injusticia, gue-
rrerismo, etc. Leamos: «El capital financiero y los trusts no atenúan sino que acentúan la
diferencia entre el ritmo de crecimiento de los distintos elementos de la economía mundial
[...]. Las particularidades políticas del imperialismo son la reacción en toda la línea y la
intensificación del yugo nacional [...]. Los monopolios, la oligarquía, la tendencia a la do-
minación en vez de la tendencia a la libertad, la explotación de un número cada vez mayor
de naciones pequeñas o débiles por un puñado de naciones riquísimas o muy fuertes: todo
esto ha originado los rasgos distintivos del imperialismo»202.
58
La observación leniniana sobre la «intensificación del yugo nacional» bien
puede traducirse como la «primera etapa» sojuzgante y afianzadora de la «feu-
dalidad» descrita por el joven Haya. Cuando Lenin, en su libro de 1916, repro-
cha al «dulzón Kautsky» propugnar la «vulgar fantasía pequeño-burguesa» de
un «desarrollo armónico de las distintas empresas, trust, ramas industriales y
países», Haya retoma el mismo argumento desde el sitial latinoamericano en
1928: «El imperialismo ha creado el fetiche del capital extranjero mesiánico,
redentor e infinitamente generoso [...]. Es la cantiga vacua y mil veces repetida
de los devotos del imperialismo, prosternados, convencidos y, no lo olvidemos,
bien pagados» 203. Debemos decir, entonces, que la «última etapa» capitalista
europea, guerrerista y expoliadora, así como la «primera etapa» capitalista co-
lonizante de América Latina, son dos componentes de un mismo fenómeno
sólidamente articulado y sin fisura alguna de «espacio» o de «tiempo». Aquí sí
puede hablarse, por lo menos hasta 1928, de una complementariedad ideológi-
ca entre la teoría del «imperialismo» de Lenin y la del joven Haya 204.
5. El concepto de «imperialismo»
Muchos críticos del aprismo reprochan a Haya de la Torre haber variado suce-
sivamente su concepto de lucha «antiimperialista». Por supuesto, Haya se afe-
rrará siempre al «antiimperialismo» como distintivo primordial del aprismo.
Pero las diferencias entre el «antiimperialismo» de 1928 y el de 1931 en ade-
lante son demasiado severas. No obstante la prédica sobre «programa mínimo»
y «programa máximo», que sitúa el gran programa radical como una culmina-
ción futura de los objetivos del programa inmediato, existen de hecho varios
«antiimperialismos» apristas, cada vez. más lejos del «programa máximo».
59
Luego desarrolla, varias décadas más tarde, la idea del «carácter ambivalente del imperialismo, [con]
un aspecto positivo y progresista y otro negativo y destructor»207. En el libro de 1928 se afirmaba que
«hay capitales necesarios y buenos y otros innecesarios y peligrosos», pero según existan o no «estric-
tas condiciones» sobre ellos. Haya se encontrará años después en la posición opuesta, defendiendo
«la cándida tesis de los gobernantes feudales súbditos del imperialismo que proclaman ‘todo capital
es bueno’»208. Luego Haya contrapone el «imperialismo totalitario» soviético al «imperialismo demo-
crático»209 de los EE.UU., solidarizándose con el segundo. El viejo lema radical del libro de 1928 «pa-
namericanismo es imperialismo», de tajante rechazo a la «política del buen vecino» de Roosevelt, fue
sustituido en los años cuarenta por el «interamericanismo democrático sin Imperio»210, cuyo sesgo
«antiimperialista» es casi imperceptible y está en abierta contradicción con el joven Haya de 1928.
60
De aquí deduce Haya –como Lenin– que, en efecto, hay «capitales buenos» y «capitales ma-
los», pero considerados no como capitales en el sentido real del término sino simplemente
como tecnología. El «Estado antiimperialista» o la «dictadura del proletariado» son la alter-
nativa, da barrera a este capital «imperialista», en tanto cumplan su finalidad monopolista
de Estado y reguladora de toda inversión exterior. Esta definición del «imperialismo» como
sinónimo de «capital monopolista» y sinónimo de «política anexionista» del «capital mo-
nopolista» –esto es, sustantivo y adjetivo al mismo tiempo– sólo tendrá visos de coherencia
mientras se cumplan dos requisitos: a) una invariable política expansionista y de conquista
de los regímenes «monopolistas», esto es, ausencia de variación en el sistema político de esos
países o, lo que es lo mismo, «los monopolios, la oligarquía, la tendencia a la dominación en
vez de la tendencia a la libertad [...] la reacción en toda la línea»215 como indicara Lenin; y
b) un invariable efecto «expoliador» y contrario a toda «modernización» de parte del capital
«imperialista» afincado en los países «coloniales»216. Es decir, el apelativo de «imperialista»
–o «anexionista», «expoliador», «dominador», etc.– sólo se justifica si puede mantenerse in-
móvil este cuadro, correspondiente precisamente a la apocalíptica «etapa superior» europea-
leniniana y la oligárquico-latifundista «primera etapa», «indoamericana»-hayista.
Este cuadro no se mantuvo. La dinámica interna de los países «monopolistas» impuso cam-
bios a su «exportación de capitales» y también ocurrieron cambios sociales y políticos «en las
colonias», relacionados en gran parte con el efecto económico del capital «imperialista». La
imposibilidad de un progreso democrático en las «metrópolis» (según Lenin) y en las «colo-
nias» (según Haya y Mariátegui), era la base de lodo este esquema ideológico217. Al cambiar
la política norteamericana hacia mediados de los años treinta Haya descubre con sorpresa
sectores de opinión aparentemente «progresistas» en el parlamento de los EE.UU. –como
parecía ser el senador Borah en 1927–218, pero aún mantiene su esquema leniniano «antiyan-
qui» hasta 1930; así como al encontrar que pueden darse diversas modalidades de inversión
extranjera como resultado de cambios sociales que poco o nada tienen que ver con suprimir
o confiscar los «capitales monopólicos», Haya tendrá que variar de posición, aunque con-
serve la vieja retórica. Los EE.UU. e Inglaterra seguirán adoptando posturas internacionales
hegemonistas, seguirán «exportando capitales» y no descuidarán sus lazos protectores hacia
ciertos regímenes «atrasados», pero el típico esquema leniniano-hayista de 1928 sólo podrá
aplicarse –no sin dificultad– a los regímenes del nazifascismo (los menos «monopolistas»
desde el punto de vista de la expansión económico-empresarial internacional). El «capital
monopólico», lejos de tener vida propia, será siempre un recurso económico inmerso en un
contexto político susceptible de cambios. Si el «capital monopólico» es «anexionista» o no,
será el resultado de un contexto político, como también ocurriría con cualquier otro recurso
económico219.
61
Lejos de reprochar a Haya haber cambiado, habría que reprocharle, desde la ventajosa dis-
tancia de nuestros días, no haber ensayado nuevos términos para el nuevo tipo de hege-
monismo económico posterior al «big stick» wilsoniano. Algunos sociólogos han intentado
redefinir la condición del país receptor de capitales extranjeros: de «semicolonia» a «neoco-
lonia», «país dependiente», «periferia», etc.; pero la noción tradicional de «imperialismo»
–cuyo único significado posible es «expansión imperial»– ha sido mantenida, con buena
dosis de ese patriotismo barato y xenófobo que el mismo Haya denostaba en su libro de
1928.
Visto todo esto, resulta por demás incongruente hacer disquisiciones sobre un «antiimpe-
rialismo» aprista siempre vigente en los mismos términos ideológicos desde 1928, cuando
el propio capitalismo cambió, las relaciones interhemisféricas también cambiaron y final-
mente el propio Haya dio contenidos totalmente diferentes al controvertido vocablo.
Pero queda todavía otra incongruencia. Haya asume en 1928 sin rigor alguno la teoría «an-
tiimperialista» de Lenin. Dice que es «válida sólo para Europa» en cuanto a sus conclusio-
nes pero le da de hecho valor universal para analizar las peculiaridades de «Indoamérica»,
empezando por su concepto básico, el «capital monopolista» con ineluctable «personali-
dad» opresora221. Le sigue en el esquema la condena a toda vía de desarrollo «burguesa»,
neoliberal o «negociada», «mesocratista», de tipo mexicano. Y culmina con la absoluta-
mente leninista doctrina del «capitalismo de Estado de base cooperativa», definido como
«Estado antiimperialista», para la «transición al socialismo», que «vendrá después».
220 El «antiimperialismo» de HAYA se reduce en este caso (1961) a plantear «dialoguemos con ellos frente a frente, sin complejos
de inferioridad [...] sin alardes altaneros de prepotencias [...] vamos a buscar nuestra coexistencia», ICI, p. 141. Para entonces, el
viejo programa máximo estará revisado y entremezclado con nuevas influencias. En 1955, por ejemplo, propondrá a «las Américas
[todas, la del Norte, la del Centro y la del Sur] la superación de los decadentes nacionalismos, parroquiales y coloniales [...;] la
transformación del sistema capitalista decimonónico e imperialista en un gran cooperativismo democrático [...;] y la formación
de una gran comunidad estatal y civil continental indoamericana a fin de posibilitar su acción coherente con la Federación del
Norte sin despotismo ni desequilibrios hegemónicos» («Los signos de las civilizaciones», marzo 1955, en Víctor Raúl en El Tiempo,
t. I, p. 130).
221 En el prólogo de la «primera edición» de AA HAYA prosigue: «cuando el capitalismo tramonta es que se extiende y desplaza:
deviene imperialista [...] son los intereses de ‘sus’ empresas y el provecho y prosperidad de ‘su’ sistema lo que fijamente les obsede»
(AA, p. 20). Este es un «monopolismo» que «deviene» imperial por el simple hecho de emigrar y que, como vemos, tiene obsesio-
nes y fijaciones. En el prólogo para la edición de AA de 1970, Haya atribuye vigencia a las teorías de LENIN para el propio caso
soviético: «Aún hoy mismo no solamente se han restaurado y prevalecen las normas económicas del sistema capitalista estatal en
la Unión Soviética, sino que debido a ellas su gran desenvolvimiento industrial ha culminado en la superior y ‘más alta etapa’ del
capitalismo que es la imperialista» (AA, p. XLIII de la edición de 1986).
62
Pero librémonos de Lenin. El centro de la discusión es el celebérrimo libro de Lenin,
El imperialismo fase superior del capitalismo de 1916. Existen tres grandes errores,
muy difundidos, entre quienes defienden la teoría leniniana del «imperialismo». Son
los siguientes: 1) Equiparar el libro de 1916 a las teorías de J. A. Hobson (1902) y
R. Hilferding (1906); 2) Suponer que el libro de Lenin es un análisis económico de
rango científico; 3) Suponer que ese libro es la médula de la teoría de Lenin. Por cier-
to, a diferencia de los socialistas y comunistas peruanos contemporáneos de Haya,
debemos reconocer el dominio que el fundador del aprismo tenía sobre todos estos
temas.
Veamos brevemente. Lenin alude en 1916 al libro de Hobson Estudio del imperialis-
mo (1902) como «una descripción excelente y detallada de las particularidades eco-
nómicas y políticas fundamentales del imperialismo» y al libro del socialdemócrata
austríaco Hilferding El capital financiero como un «análisis teórico sumamente va-
lioso de la fase última de desarrollo del capitalismo»222. Esas menciones y el continuo
citar de ambos trabajos en el conocido folleto de Lenin, han creado una impresión
de similitud entre todos estos puntos de vista, protegiendo al propio Lenin de los
sólidos argumentos contra su doctrina expuestos en su momento –sin tener noticia
alguna de Lenin– por Hobson y por Hilferding.
A esto hay que agregar como aspecto fundamental –mencionemos de paso que Hob-
son fue un autor admirado por el nada marxista Keynes– que Estudio del imperialis-
mo no cuestiona ni denuncia la «estructura económica» capitalista ni su presencia
allende los mares. Aboga por limitar sus excesos y cree posible su aprovechamiento
positivo en las regiones coloniales. Hobson es el gran iniciador de la teoría de la
«doble naturaleza» de la inversión extranjera en una «colonia» y seguramente Haya
releyó con agrado y provecho este libro después de 1930. Para Hobson «la clave eco-
nómica del imperialismo» no son los monopolios en sí mismos sino «el deseo de
poderosos y bien organizados círculos industriales y financieros de asegurarse y po-
tenciar, a expensas de los fondos públicos y utilizando las fuerzas armadas del país,
mercados privados para sus excedentes de bienes y capital. La guerra, el militarismo
y una ‘política exterior enérgica’ son los medios que se precisan». Y agrega que «no
habrá solución [...] si no se aplica el hacha a la raíz del mal económico, si no se priva
a las clases sociales beneficiarias del imperialismo del exceso de ingresos que busca
salida en el imperio»223. Además de aplicar «el hacha» a ese «exceso de ingresos»,
Hobson apuesta a esa posibilidad de reforma democrática del «imperialismo» britá-
nico y los años posteriores empezaran a darle la razón, al modificarse radicalmente
el sistema del Commonwealth desde mediados de los años veinte (obtuvieron auto-
nomía Irlanda, Canadá, Australia y Nueva Zelandia, se dieron nuevas leyes para la
India y otras colonias, etc.).
63
Por su parte, el libro de Hilferding no se ocupa del «imperialismo», salvo en unos
pocos párrafos finales, repitiendo apretadamente algunas tesis de Hobson. El capi-
tal financiero trata de describir el proceso de fusión en Alemania de los capitales
bancario e industrial, dándose la hegemonía de grupos monopólicos «fusionados»,
comparables según Hilferding a los sindicatos obreros. El libro tiene varios defectos
que Lenin repetirá en su opúsculo. Primeramente, pretende generalizar el caso ale-
mán a nivel de toda sociedad capitalista «avanzada». En segundo lugar, confunde sus
deseos –un hipotético monopolismo perfecto y absoluto– con la realidad. En tercer
lugar, presupone, por ese monopolismo perfecto y supremo, un rápido «tránsito al
socialismo»224. Lo más valioso del trabajo de Hilferding es precisamente aquello que
Lenin no aprovecha: prevé, por la versatilidad del capital financiero, un crecimiento
capitalista aún mayor, la expansión de una «nueva clase media» y un eventual «abur-
guesamiento» (este término no es de Hilferding) de los sindicatos225.
Esta imagen política tenía algún impacto durante la primera guerra mundial ante el
militarismo y la precaria situación de las instituciones democráticas, pero ha careci-
do totalmente de cientificidad. La economía capitalista desarrollada no ha conocido
precedente alguno de monopolio privado absoluto. Los trusts y cárteles se basan en
sociedades accionarias que guardan relaciones competitivas entre sí y si bien mues-
tran rasgos monopolistas y ambiciones de poder, sólo es factible su efectivo domi-
nio («suprimiendo» la competencia) en una estrecha fusión con el Estado, lo cual
ocurrió durante la guerra en forma sectorial –producción de acero, por ejemplo– en
Alemania como política de emergencia. No ha existido ese capitalismo «monopóli-
co» compacto, impenetrable, situado por encima de la sociedad copándolo todo y
anulando las instituciones políticas. Como bien decía Kautsky (tildado por Lenin
como «traidor al marxismo» en su folleto): «el imperialismo no es el capitalismo
contemporáneo sino solamente una de las formas de la política del mismo»229.
Pero Lenin no expuso toda su doctrina allí. Hubo de suprimir una parte debido a la
censura zarista230 y sólo pudo completarla en ponencias y artículos breves posteriores.
Un aspecto que no hubiera gustado a la censura zarista en medio de la guerra era la
germanofilia de Lenin. Así como Marx tipificaba a Inglaterra como el país capitalista
224 HILFERDING, R.: El capital financiero, p. 398, 416, 417 y 382. Según Hilferding «la cartelización unifica el
poder económico [...y] unifica también los intereses políticos del capital [...;] el capital crea así, en cuanto a la orga-
nización, las últimas condiciones para el socialismo, políticamente facilita también la transición» (p. 382 y 417). El
lector no llega a enterarse si eso es una posibilidad, un deseo o una realidad ya presente.
225 HILFERDING, R.: Op. cit., cap. XXIII y XXV.
226 LENIN, V. I.: OE, t. I, p. 764, 765 y 783.
227 Respecto a Asia y América, por ejemplo, LENIN es tajante: «Es sabido que el capital financiero de los cuatro o
cinco Estados capitalistas más importantes ordena y manda allí de un modo absoluto» (Ib., p. 772). Dice además que
el «imperialismo [implica una] política colonial de dominación monopolista» (Ib., p. 764).
228 Ib., p. 699 (prólogo de 1920).
229 Ib., p. 768.
230 Ib., p. 693 (prólogo de 1917).
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«modelo», Lenin veía en el sistema de guerra alemán, con su vasta red de empresas estatales y su
gran oligarquía financiera, otra forma de «modelo» del desarrollo capitalista. Así compara Lenin al
país germano con los EE.UU. en 1919: «Alemania, modelo de país capitalista adelantado [...] en lo
que respecta a la organización del capitalismo financiero, en lo que respecta a la transformación del
capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado [...] era superior a Norteamérica»231.
El «socialismo» era más factible para Lenin allí donde «maduraba» ese «capitalismo monopolista de
Estado»232 y es ése precisamente el punto nodal de su doctrina, incompleta en el libro de 1916: el
«inevitable», «capitalismo monopolista de Estado» creado por esa fusión de trust dominando política
y economía. Un «espejismo alemán», elevado por Lenin al rango de «ley» del desarrollo capitalista
mundial y usado a su vez, como veremos en el capítulo siguiente, como modelo básico de la «dic-
tadura proletaria» rusa. Esa era la «fase superior» del capitalismo, que no se generalizó en Europa ni
en los EE.UU. dejando sin asidero científico todo ese radicalismo banal y xenófobo difundido entre
nosotros por el comunismo «criollo». La teoría del «imperialismo» de Lenin, fracasó.
Pero el punto más débil de AA no está en la polémica contra comunistas y socialistas sino en sus ar-
gumentos contra los conservadores de la época. Haya definirá una estrategia de utilización tamizada
del capital extranjero que tenga como premisa un fuerte «Estado antiimperialista» y «capitalista de Es-
tado». Contra su propuesta los comunistas kominterianos plantearán la pura y simple «expulsión sin
pago» o «confiscación», encogiendo los hombros cuando se les pregunte cómo conseguirán recursos
nuevos de capital para desarrollar el país. La tesis aprista mostrará su superioridad fácilmente. Ahora
bien, es cierto que la estrategia aprista permitiría negociar contratos de capital en forma soberana y
cauta, pero también es cierto que ante un «férreo contralor» estatal, un sistema planificado y reglas de
juego inestables, contrarias a todo «mesocratismo», la propuesta no sería viable, a menos que –como
hizo Lenin con varios empresarios occidentales– se establezcan tratos preferenciales en ítem econó-
micos aislados. Pero esto significaría, como significó en Rusia, un privilegio desmedido para cierto
tipo de inversión, repitiéndose lo que ocurría frente al capital extranjero en muchos otros países sin
«Estado antiimperialista».
Haya dirá en su libro de 1928: «Nadie puede negar [...] que la inmigración de capitales no sea abso-
lutamente indispensable, [pero] ¿hay que darles entrada vengan de donde vengan y vengan cómo
vengan?». A continuación Haya expone su respuesta, agregando: «La emigración del capital se pro-
duce obedeciendo a una ley económica tan imperiosa como la que impele a recibirlo a los pueblos no
económicamente desarrollados», habiéndose burlado poco antes de quienes se oponen a poner con-
diciones a la inversión alegando que «el capital extranjero no vendrá nunca y entonces el país quedará
sumido en la barbarie». Estos argumentos son para Haya «fetichismo e ignorancia»233.
Sin embargo, ¿todo se resuelve apelando a una «ley económica»? ¿Cómo es posible, para el joven
Haya, que a ese «capitalismo imperialista» opresor, expoliador y sanguinario le sea indiferente dónde
y cómo invierte, simplemente porque le es «imperioso» hacerlo? La argumentación no es sólida y es,
además, impracticable. Haya lo advertirá y enmendará el rumbo. «Negociar» inversiones, requerirá
necesariamente «negociar» este radical programa máximo tanto a nivel interno –las «clases propie-
tarias»– como a nivel externo –el imperialismo «enemigo» de la soberanía «indoamericana»– de tal
suerte que la actitud realista, constructiva y nacionalista, que brotará con fuerza de las raíces radicales
del joven Haya, convertirá sus planteamientos de 1926-1928, incluido AA, a partir de 1931, en una
deslumbrante utopía.
231 LENIN, V. I.: OE, t. III, p. 168. Informe al VIII Congreso del partido, marzo de 1919.
232 «La guerra, al acelerar extraordinariamente la transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Es-
tado, pone de este modo a la humanidad extraordinariamente cerca del socialismo». LENIN, V. I.: La catástrofe que nos amenaza y
cómo combatirla (1917). En: OE, t. II, p. 277 . Paralelamente a esta teorización, LUXEMBURG expuso su doctrina del «derrumbe»
inevitable del capitalismo, reforzada y redefinida luego por BUJARIN. Ambos objetaban que el hipermonopolismo descrito por
Lenin significara un «acelerado crecimiento industrial [y una masiva y constante] exportación de capitales». Una visión aún más
apocalíptica.
233 AA, p. 156-157.
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VII. CAPITALISMO DE ESTADO Y NUEVO
IMPERIALISMO
Rusia es sólo una variante del sistema capitalista afirmado en el mundo bajo dos
aspectos claros: el capitalismo privado y el capitalismo de Estado. El capitalismo
de muchos proletarios y muchos patrones y el capitalismo de uno solo y tremendo
patrón234.
HAYA DE LA TORRE, 1961
Para el joven Haya, como ya hemos visto, el APRA debía construir en «Indoamé-
rica» un «Estado antiimperialista» que realizaría, bajo el «férreo contralor» de
las clases productoras y sin dirigirse hacia la promoción del capitalismo privado,
un pujante sistema de «capitalismo de Estado de base cooperativa». Esta sería la
forma singular de recorrer en América Latina la «etapa capitalista» aún pendiente.
Haya de la Torre afirmaba con toda razón que esta orientación se basaba firme-
mente en el marxismo y en la experiencia de la Revolución rusa. En efecto, pro-
poner una etapa capitalista de desarrollo económico, en la forma política que sea,
como «paso necesario, período inevitable» para el socialismo, sobre todo en una
América Latina acechada por el «imperialismo», era indiscutiblemente marxista.
El propio Marx, en el prólogo a la primera edición alemana de Das Kapital, adver-
tía que las etapas económicas no pueden saltarse ni acelerarse por decreto. Más
aún, él mismo propiciaba el empuje capitalista en los países coloniales y celebraba
la violenta erradicación de la economía agraria tradicional en la India por la ac-
ción inglesa como una verdadera «revolución social»235.
66
Sin embargo, Marx no llegó a reflexionar con claridad sobre la función del Estado
y las relaciones económicas durante una eventual «transición» del capitalismo al
socialismo en Europa. Tampoco, evidentemente, pudo prever la posibilidad de
una «revolución social, no socialista» en un país de capitalismo incipiente. Podría
decirse que el hirsuto filósofo comunista dejó más problemas que soluciones. Ha-
ciendo el análisis de la célebre «Comuna de París» de 1871, Marx definía su ideal
«dictadura proletaria» como una «revolución permanente», basada en «el pueblo
de armas», cuyos funcionarios percibían salarios de obreros y eran revocables en
cualquier momento. Esta increíble dictadura de las masas en armas, debía además
cumplir voluntariamente, sin coacciones, la siguiente indicación: «La totalidad de
las asociaciones cooperativas debe regular la producción nacional a partir de un
plan común, tomándola así bajo su propia dirección y poniendo fin a la anarquía
constante y a las convulsiones periódicas que son el destino ineluctable de la pro-
ducción capitalista»236.
¿Cómo conciliar esta forma anárquica y temeraria de ejercer el poder con la idea
de la eficiencia productiva y el «plan común»? El asunto quedó postergado por
los partidos marxistas de fines del siglo pasado para los que la idea de la revolu-
ción había tomado un cariz sumamente genérico y romántico. Su preocupación
se centraba en lograr mejoras salariales, derechos sindicales y legalidad política.
Aun así, ante una pregunta comprometedora del líder socialista alemán A. Bebel,
después de la muerte de Marx, el leal camarada Engels dejó sentada en forma casi
casual una orientación que subrayaría con firmeza Lenin al leerla algunos años
más tarde: «Ni Marx ni yo hemos dudado nunca que, en el momento del paso al
comunismo, deberemos usar la explotación cooperativa a gran escala como etapa
intermedia [reza la carta de 1886, pero] será necesario apañárselas para que la so-
ciedad, y por consiguiente en primer lugar el Estado, conserve la propiedad de los
medios de producción, de modo que los intereses particulares de las cooperativas
no podrán afirmarse en su totalidad ante la sociedad»237 El Estado deberá enton-
ces imponerse sobre las cooperativas, dirigiéndolas. Un Estado que no podía ser
«el pueblo en armas» sino «el partido», fomentando enérgicamente la producción.
236 Ver MARX, K.: La guerra civil en Francia (1871). En: MARX, K. y F. ENGELS: OE, t. II, p. 237.
237 Además de esta carta, F. ENGELS, en la parte final del folleto Del socialismo utópico al socialismo científico, introduce el tema
de las nacionalizaciones de BISMARCK, definiéndolas como «un progreso económico, un paso de avance hacia la conquista de la
sociedad de todas las fuerzas productivas aunque esta medida sea llevada acabo por el Estado actual». Serían «el medio formal, el
resorte para llegar a la solución». Es otro texto posterior a la muerte de MARX (Ib., t. III, p. 152-153).
67
cola o «populista», que simplemente reparta y cooperativice la pobreza y
el atraso sin desarrollar la industria. No obstante su fraseología marxista,
este «bolchevismo» de los primeros años fue en buena cuenta un tardío ja-
cobinismo revolucionario austeramente industrialista, terror gubernamental
incluido. El estudio atento del célebre folleto de Lenin sobre las Dos tácticas
de 1905, permite ver cómo su estrategia, más allá de la retórica socializante,
era una suerte de desarrollo capitalista con fórceps, con «burgueses» ame-
drentados y privados de derechos políticos por una «dictadura democrática
de obreros y campesinos» 238 encargada de «crear condiciones» para el so-
cialismo.
Una segunda etapa –la que aquí más nos interesa– coincidente con la Gran
Guerra (1914-1918), le sirve a Lenin para recoger de la experiencia eco-
nómica alemana el modelo de «capitalismo de Estado» como un eslabón
insustituible entre capitalismo y socialismo, como una verdadera «antesala
del socialismo» 239 .
Una tercera etapa, posterior a febrero de 1917 –caída del zarismo por la de-
rrota en la guerra e instauración del débil Gobierno Provisional de Kerens-
ki–, permite a Lenin proponer en forma práctica el «derrocamiento» de la
«democracia burguesa» y, luego de la toma del poder, dar inicio a la «dicta-
dura del proletariado» (forma política, representada por el dominio bolche-
vique), que administre la instauración de ese capitalismo de Estado (forma
económica) que asegure las «condiciones materiales» para el «socialismo».
La Gran Guerra fue para Lenin una «guerra imperialista» que tuvo la virtud
de forzar la «maduración» del capitalismo y preparar la llegada del socia-
lismo, de modo tal que el líder bolchevique se ufanó en anunciarla como
«víspera de la revolución socialista» para toda Europa. Su principal refe-
rencia fue la «economía de guerra» alemana: control de precios, control de
la inversión extranjera, monopolio estatal del comercio, nacionalizaciones
y planificación rigurosa de la producción. Sólo hay que sustituir al gobier-
no de los junkers y terratenientes alemanes por un «gobierno proletario» y
tendremos, asegura Lenin en un folleto de 1918, un «sistema de capitalismo
de Estado» que servirá de fundamento económico para edificar el socialis-
mo: «Nuestra tarea consiste en aprender de los alemanes el capitalismo de
Estado, en implantarlo con todas las fuerzas, en no escamotear métodos
dictatoriales para acelerar su implantación, más aún que Pedro I cuando
aceleró la implantación del occidentalismo por la bárbara Rusia, sin reparar
en medios bárbaros de lucha contra la barbarie» 241 .
238 «En estos momentos no hay ni puede haber otro medio de acercar el socialismo que [...] la dictadura democrático-revolu-
cionaria del proletariado y de los campesinos [...]. Quien quiera ir al socialismo por otro camino [...] llegará infaliblemente a
conclusiones absurdas y reaccionarias» (LENIN, V. I.: Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática (1905). En:
OE, t. I, p. 561 y 489).
239 LENIN, V. I.: La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla (1917). En: OE, t. II, p. 277.
240 Ib., t. II, p. 276.
241 LENIN, V. I.: El infantilismo izquierdista y el espíritu pequeño-burgués (1918). Ib., t. II, p. 729.
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No se trata –agrega– de «prohibir, agarrotar el desarrollo del capitalismo sino de tratar de diri-
girlo por el cauce del capitalismo de Estado»242. El sistema de capitalismo de Estado «no sería
todavía el socialismo, pero ya no sería el capitalismo. Representaría un paso gigantesco hacia el
socialismo»243. Lenin da una gran importancia doctrinal a esta tesis. Señala que ese «capitalismo
monopolista de Estado es la preparación material más completa para el socialismo, su antesala,
un peldaño de la escalera histórica entre el cual y el peldaño llamado socialismo no hay ningún
peldaño intermedio»244. De este modo acopló a la doctrina y construyó en la realidad rusa el
modelo práctico de transición al socialismo que Marx no pudo diseñar. Todo esto debemos
tener presente cada vez que analicemos la propuesta del «Estado antiimperialista» en el joven
Haya de la Torre.
En todo momento el líder bolchevique fue consciente de que «el socialismo» no podía ser im-
plantado al día siguiente de la Revolución por el simple hecho de significar el pleno empleo y la
desaparición de las clases sociales: «Rusia [explica Lenin] es un país campesino, uno de los más
atrasados de Europa. En Rusia, el socialismo no puede triunfar directa e inmediatamente»245.
Así lo reafirmó en el punto octavo de sus famosas Tesis de Abril: «No implantación del socialis-
mo [...] sino pasar únicamente a la instauración inmediata del control de la producción social y
de la distribución de los productos»246. «Todo el mundo está de acuerdo [llegó a sostener en ju-
nio de 1917, meses previos a la toma del poder] en que la implantación inmediata del socialismo
es imposible»247. Y es necesario subrayarlo: jamás argumentó Lenin ni en 1917 ni en 1924 –año
de su muerte– que el «socialismo» estaba plasmado o podía plasmarse a corto plazo en Rusia.
Fue Stalin quien, en 1936, contrariando directamente toda lógica, decretó la «culminación del
socialismo» esto es, la desaparición de las clases sociales en la militarizada y jerarquizada Unión
Soviética. Así quedó plasmado en la célebre constitución soviética de 1936.
242 LENIN, V. I.: Sobre el impuesto en especie (1921). Ib., t. III, p. 615.
243 Ib., t. II, p. 278.
244 Ib., t. II, p. 277.
245 NOVE, A.: Historia económica de la Unión Soviética, p. 45.
246 LENIN, V. I.: Tesis de abril (1917). Op. cit., t. II, p. 37.
247 Citado por NOVE, A.: Op. cit., p. 45. LENIN escribe también en esos días: «No hay insurrección capaz de instaurar el socialismo si
no han madurado las condiciones económicas para él» (OE, t. II, p. 277), refiriéndose a la necesidad de un régimen «de transición» no
precisamente para la «aplicación del socialismo» sino para crear esas «premisas materiales». Queda claro entonces que «la dictadura pro-
letaria [es decir, el régimen de ‘transición’] no significa ningún reparto de los medios de producción y de transporte. Por el contrario, su
tarea es realizar una mayor centralización de los medios y la dirección de toda la producción de acuerdo con un plan único [...]. Sólo una
vez cumplida esa etapa de desarrollo económico acelerado procede iniciar la «socialización», incluido el «reemplazo del comercio por un
justo reparto de los productos» (Plataforma de la Internacional Comunista (1920). CPC, parte I, p. 66-67). Sin embargo, debemos anotar
que para el caso de la Europa «desarrollada», sobre todo Alemania, ya sea por concesión al radicalismo comunista europeo o por pura
y simple demagogia, la «transición» es presentada por los propagandistas kominterianos de la época como más corta y más fácil. De esa
fuente propagandística –excesivamente general y que sobreestimaba el desarrollo industrial europeo de comienzos de siglo– bebieron los
comunistas «oficiales» suramericanos, expertos en folletos baratos de Bujarin pero ignorantes en cuanto a Lenin.
248 AA, p. 75.
249 AA, p. 76. Es curioso que en ninguna edición posterior de AA HAYA DE LA TORRE haga mención a este evidente desliz. La expe-
riencia rusa ofrece similitudes con América Latina por su relativo atraso industrial pero no se trataba de un país que tuvo que «vencer»
o «expulsar» al «imperialismo». Rusia era «imperialista» y miembro de la Entente durante la primera guerra mundial. Era «imperialista»
en un doble sentido: el económico o «capitalista monopólico» y el político, como «imperio feudal». Rusia ejercía ambos dominios sobre
diversas naciones eslavas y orientales. En el prólogo para la edición de AA de 1972, Haya reincide curiosamente sobre este punto: dice que
en 1928 teníamos a «Rusia, emancipada del imperialismo capitalista extranjero pero lejos aún del verdadero régimen socialista ‘científico’
definido por Marx» (AA, edición de 1986, p. LXIV).
69
Esa «inobjetable experiencia para el mundo» es para Haya una supuesta «liberación del
imperialismo» como consecuencia de la implantación por Lenin no del «socialismo»
sino de un rígido capitalismo de Estado de industrialización acelerada. Pues bien, como
tampoco en «Indoamérica» era posible implantar de la noche a la mañana «el socialis-
mo» porque «no hemos llegado aún a la madurez burguesa de un sistema industrial que
permita a nuestra clase proletaria en formación asumir exclusivamente la dictadura de
nuestros destinos »250, se tornaba imprescindible adaptar al continente un modelo seme-
jante de «capitalismo de Estado»: «La etapa capitalista [dice Haya] debe, pues, cumplirse
en nuestros países bajo la égida del Estado Antiimperialista [para un] socialismo [que]
vendrá después».
El nexo de esta concepción con la Revolución rusa es clarísimo: «El antiimperialismo im-
plica una etapa previa de transición y de lucha larga y difícil. Corresponde a la que sería la
dictadura proletaria en los países industriales, en tránsito al socialismo. La organización
del mecanismo económico y político antiimperialista en un Estado tal [...] es un estadio
anterior e ineludible al del socialismo. Mi tesis del Estado Antiimperialista se basa en esta
concepción»253. De esta forma el joven Haya incorpora el modelo leninista de transición
al socialismo a la realidad «indoamericana».
70
Además del litigio sobre el «modelo» de organización «antiimperialista» para América Latina,
cuyo hito fue el Congreso de Bruselas, y de las divergencias interpretativas en tomo al «frente úni-
co», el ejemplo del Kuo Min Tang, el papel de las «clases medias» y la actitud hacia las «burgue-
sías», hay un aspecto fundamental de las divergencias del aprismo con sus críticos de los primeros
años (Mella, Mariátegui, Ravines, etc.), que reside precisamente en calificar la aceptación hayista
del «capitalismo de Estado» en calidad de etapa «indispensable» para «Indoamérica», como una
«herejía», como una abominable ofensa a los fueros doctrinales marxistas.
A diferencia de Mella o de Mariátegui, que se dejaron arrastrar por la propaganda vulgar de la Ko-
mintern que incidía, simplistamente, en la contraposición «capitalismo o socialismo», Haya tuvo la
oportunidad no sólo de visitar la Rusia soviética (Mella también lo hizo) sino de seguir en Moscú
un curso de materialismo histórico, conversar autónomamente con algunos líderes bolcheviques y
estudiar a fondo –pensando en «Indoamérica»– el proceso de construcción económica en Rusia.
No le interesaba mayormente al joven Haya si su «Estado antiimperialista» era considerado o no
un alegato «anticapitalista». Su propósito era dar a su diagnóstico económicosocial del continente,
cual remedio eficaz, un modelo de Estado que pudiera considerarse «científico» desde la perspec-
tiva del materialismo histórico. Por eso, no obstante que en 1926 y aún en 1927 encontramos que él
se autotitula «socialista» o propone medidas «socialistas», aunque sea esporádicamente; su plantea-
miento se ve obligado a obviar la dicotomía famosa entre capitalismo y socialismo, echarle mano a
la propuesta del «capitalismo de Estado» y buscar un nuevo nombre, autóctono y proselitista, para
su programa «antiimperialista» exclusivamente «indoamericano». Ese nombre fue, precisamente,
el aprismo.
Al acuñar este término, y lanzarlo como aplicación de Marx y Lenin para «Indoamérica», Haya
no cometía ligereza alguna ni incurría en un capricho intelectual. Ya sabemos que Lenin reiteró
permanentemente que no se podía contraponer simplistamente los términos «capitalismo» y «so-
cialismo» y en su texto, El capitalismo de Estado y el impuesto en especie (de gravitante influencia en
el joven Haya), el líder bolchevique acusó de cometer un «error imperdonable» a quienes limitan
su análisis a una «contraposición abstracta del capitalismo al socialismo, no calando hondo en
las formas y fases concretas de esa transición hoy en nuestro país»254. Precisamente Mariátegui,
preocupado por no encontrar la palabra «socialismo» en el «Manifiesto de Abancay» del PNP de
febrero de 1928, rechazó de plano la concepción del «aprismo» como remedio social para «Indo-
américa». «En la lucha entre dos sistemas [escribió Mariátegui en alusión al aprismo] no se nos
ocurre [...] inventar un tercer término [...]. Capitalismo o socialismo. Este es el problema de nuestra
época». Su discrepancia, o su incomprensión, bien podríamos decir hoy, fue con Lenin más que
con el propio Haya de la Torre255.
La mejor prueba de este desfase –hoy felizmente reconocido por nuestra intelectualidad «maria-
teguista»– es la ausencia en la reflexión tan vasta y diversa del autor de los 7 ensayos de un modelo
de «transición hacia el socialismo», tópico que el joven Haya consideró con sobrada razón como el
prioritario. Otro «error imperdonable», podría haber sentenciado Lenin. Y detrás de esta incom-
prensible carencia se encuentra un rechazo a incorporar en su óptica socialista la propuesta del «ca-
pitalismo de Estado». Acaso habría que sindicar como responsable de esta inadecuación –mayor
en el caso de Mella, fundador del PC cubano– al tono enfático y simplista usado por la propaganda
soviética para difundir el ideario «leninista» y su doctrina de «construcción del socialismo».
71
Mientras Lenin en la Rusia soviética gastaba sus últimas energías advirtiendo que
el «capitalismo de Estado» no se opone al «socialismo» sino al capitalismo priva-
do256; en El ABC del comunismo, escrito por Bujarin y Preobrazhenski en 1919 y
que sirvió de manual de adoctrinamiento de los agitadores comunistas en todo
el mundo durante trece años, se dedicaba un capítulo a cuestionar el «capitalis-
mo de Estado [por ser] un formidable refuerzo para la gran burguesía [en el que
los obreros se convierten] en los esclavos del Estado opresor257, marginando por
completo la teorización doctrinal de Lenin que servía de pauta al propio sistema
soviético. No en vano Martínez de la Torre, quien fuera secretario de Mariátegui,
al publicar en La Noche (junio de 1931) una réplica al líder aprista Manuel Seoane,
utiliza expresamente el folleto ABC del comunismo para concluir afirmando que
el «capitalismo de Estado» propuesto por el APRA «representa un engaño para
frenar, en beneficio del imperialismo, el libre desenvolvimiento de las fuerzas eco-
nómicas y la victoria de los obreros y campesinos revolucionarios»258. Todo esto,
por supuesto, sin presentar un planteamiento programático realmente alternativo
al aprista.
256 «No es el capitalismo de Estado el que lucha contra el socialismo sino la pequeña-burguesía más el capitalismo privado los
que luchan juntos, de común acuerdo, tanto contra el capitalismo de Estado como contra el socialismo» (LENIN, V. I.: OE, t. III,
p. 603).
257 BUJARIN, N. y E. PREOBRAZHENSKI: ABC del comunismo, p. 116-117.
258 MARTINEZ DE LA TORRE, R.: Op. cit., t. I, p. 199. Antes de citar el ABC del comunismo, Martínez de la Torre escribe: «Aquí
llegamos a otra de las tesis ‘marxistas’ del señor Seoane: el capitalismo de Estado [...]. ‘Dentro del ciclo capitalista –nos dice– antes
de llegar al socialismo, a la socialización, es indispensable crear primero el capitalismo de Estado’ [...]. ¿Qué es capitalismo de
Estado? [...]. Significa [...] un esfuerzo formidable de la capacidad de represión, de explotación [a menos que] los obreros y cam-
pesinos [hayan] tomado el poder y desalojado de sus mejores posiciones al feudalismo, al capitalismo, a la pequeña-burguesía».
A renglón seguido el desinformado Martínez de la Torre toma el «capitalismo de Estado» de LENIN como un componente del
régimen «proletario» idóneo pero en una fase avanzada de la «transición», próxima a la implantación del socialismo» (Ib., t. I, p.
200). El error es mayúsculo puesto que Lenin sustentaba su célebre propuesta desde 1917, reclamando al gobierno «burgués» de
Kerenski que la aplique.
259 Esto no debe tomarse como la apología de una económica mixta. Se refiere a contratos específicos a plazo fijo. A diferencia de
una economía mixta –y tal como lo plantea HAYA para su «Estado antiimperialista»– el régimen bolchevique supone la ausencia
de reglas estables. Es una «economía de guerra» con «limitación del derecho de propiedad», que según los objetivos de la planifi-
cación económica irá variando. En el folleto de LENIN tan citado por Haya, sobre el impuesto en especie, abundan las referencias
al «férreo contralor» estatal en su cruda versión bolchevique: «[Hay que] juzgar y fusilar en el acto, sin contemplaciones [...] a los
viejos funcionarios, terratenientes, burgueses y demás canalla [...] que cometen a veces repugnantes arbitrariedades y vilezas [...].
Que se vayan al extranjero los que quieran jugar al parlamentarismo, a la Constituyente» (LENIN, V. I.: OE, t. III, p. 625 y 631).
72
La política hacia las «clases medias» del joven Haya de 1928 –consideradas en bloque como
una clase «cooperante» pero siempre subordinada a las «clases productoras»– y su acepta-
ción de «compromisos» aislados con capitalistas que acepten las «condiciones» del «Estado
antiimperialista», remarquémoslo, proviene del ejemplo vivo de la Rusia de Lenin y no de
canteras ajenas al marxismo.
El joven Haya vivió la euforia –compartida por muchos intelectuales de vanguardia latinoa-
mericanos no marxistas como Ingenieros– ante la Revolución rusa y la asumió con total
entrega, pero mirando siempre hacia «Indoamérica». Estudió el proceso de transformación
económica, descubrió a Lenin en su integridad (como teórico, líder de multitudes, propa-
gandista y político pragmático) y supo rescatar el «capitalismo de Estado» como la base del
modelo «científico» e «indoamericano» de «transición al socialismo». Por lo demás, el único
modelo digno de imitarse en esos momentos. Y construyó su propuesta del «Estado anti-
imperialista» amparándose en Lenin y adaptando a «Indoamérica» el tal «capitalismo de
Estado». Ese era el eje de su planteamiento doctrinal en 1928.
Es natural, por lo tanto, que Haya siguiera muy atento el proceso soviético a fin de aumentar,
complementar o rectificar las premisas de allí extraídas. Mal habría hecho en cruzarse de
brazos, ignorando que la historia avanza, y que toda teoría –por más perfecta que parezca–
puede ser vulnerada por la cambiante realidad.
Ya hemos visto que cuando Haya escribe AA aplaude en la Revolución rusa la nacionali-
zación de las industrias y el monopolio del comercio exterior, fundamentos de lo que él
considera la «primera victoria» sobre el «capitalismo en su forma imperialista» y elogia la
NEP (Nueva Política Económica), implantada por Lenin en 1921 como una «rectificación
necesaria», fruto de un «genial oportunismo». Pero Rusia –lo reconoce Haya– no es todavía
socialista. «Día llegará en que el socialismo impere en Rusia. Mientras tanto ha de ser ne-
cesario un largo proceso de capitalismo de Estado que suprima, progresivamente, la NEP
y cumpla la misión histórica de industrializar al país, tarea que la pesada burguesía rusa
no alcanzó sino a iniciar»261. Es decir, el modelo de transición, el «capitalismo de Estado»,
aplicado en sus inicios, sigue a prueba, su efectividad no está garantizada: debe confirmar
en la realidad –en el proceso soviético– que es la vía adecuada para sentar las bases de una
sociedad «socialista».
260 Afirma LENIN que, además del «capitalismo de Estado», «si pudiéramos organizar en las cooperativas a toda la población
[sobre todo a los campesinos] ya estaríamos con ambos pies en el suelo socialista» (Sobre la cooperación (mayo de 1923). OE, t.
III, p. 784).
261 AA, p. 75. Remarquemos una vez más cuál es el nexo conceptual entre el «capitalismo de Estado» de LENIN y el de HAYA:
ambos suponen una exclusión «revolucionaria» del poder de las «clases propietarias» y un régimen de nacionalización y coo-
perativización «progresivas» y planificadas. Ambas son «economías de guerra» y no hay forma de atribuirles características de
economía mixta o de coexistencia de intereses «de clase».
73
A la muerte de Lenin, y peor aún con la subida de Stalin al poder, los métodos se
toman más rígidos: policía secreta, severa disciplina laboral, eliminación de opo-
sitores y críticos dentro del partido único, colectivización forzosa y masacre de
campesinos en 1931-32, inicio de un burocrático sistema de planificación quin-
quenal, etc.
Aquí está la gran cuestión. Sin ninguna duda Rusia obtuvo la deseada rápida in-
dustrialización, pero, ¿podría afirmarse lo mismo respecto al «objetivo final» del
«socialismo»? ¿Llegó a cumplir su «misión histórica» esa fase de «transición» de-
nominada por Lenin «capitalismo de Estado»?263 ¿Se ha elevado la U.R.S.S. a un
nuevo tipo de organización social, que merezca el calificativo de «socialismo»? Si
así fuera, ¿cual es la diferencia sustancial en cuanto a calidad de vida –económica,
social y política– que puede establecerse entre la Rusia de Lenin, la del «capita-
lismo de Estado» y esa Unión Soviética que con Stalin se proclama ante el mundo
como el «primer país socialista»264.
262 La nueva Constitución fue aprobada en diciembre de 1936 por el VIII Congreso de los soviets. Entonces el gobierno de
STALIN proclamó que «gracias al cumplimiento de los dos primeros planes quinquenales, en la U.R.S.S. fueron liquidadas por
completo las clases explotadoras, suprimidas las causas que engendraban la explotación del hombre por el hombre y construida
en lo fundamental la sociedad socialista» (PCUS: Compendio de historia del PCUS, 1970, p. 246). El partido recién pudo oficializar
esta línea a nivel ideológico en el XVIII Congreso; en marzo de 1939. Allí Stalin expuso que la U.R.S.S. estaba «libre de conflictos
de clase [y sin peligro interno de] restauración capitalista [por ser una] «sociedad socialista sin clases» (PC(b): Historia del PC(b)
de la Unión Soviética, 1939, p. 401).
263 En PCUS: Op. cit., de 1970, se confunde deliberadamente economía estatal con «propiedad socialista» y se hace referencia
al «capitalismo de Estado» de LENIN como simple capitalismo privado supervisado: «Lenin [...] consideraba posible y útil apro-
vechar en bien del socialismo, para acelerar su edificación, el capitalismo de Estado, es decir, el capital privado controlado por el
Estado soviético» (Ib., p. 151). De esta forma, la «victoria definitiva e irreversible del socialismo» no era más que la ampliación
colosal de ese «capitalismo de Estado» rebautizado como «propiedad socialista».
264 Veamos apretadamente algunos datos sobre el proceso real del régimen soviético antes y durante la «proclamación» del «socia-
lismo triunfante» por STALIN. La hiperburocratización, el «monolitismo» partidario y el culto al líder enmarcaban una economía
incapaz de crecer en forma sostenida. Según R. HUTCHINGS, el índice de precios aumentó en 100% anual entre 1928 y 1930; en
1931 se elevó en 179% y en 1932 en 251% sólo en un semestre; el precio de los alimentos perecibles aumentó en el mercado libre
quince veces respecto al precio oficial entre 1928 a 88.6 en 1932 (HUTCHINGS, R.: El desarrollo económico soviético 1917-1970,
p. 113-114). Antes de la proclamación del «socialismo triunfante» no sólo hubo represión contra opositores políticos. Las estadís-
ticas soviéticas señalan que en 1930, de casi un millón de familias kulak –pequeños y medianos propietarios– sólo 240 mil fueron
«reubicadas» en «campos colectivizados», todo el resto –casi 4 millones de personas– «desapareció» física y estadísticamente
(NOVE, A.: Op. cit., p. 173). Hasta 1940 el crecimiento económico fue lento, costoso y sumamente desigual, en contradicción con
los principios de la planificación. En ese año, en pleno «socialismo», el gobierno soviético aprobó su legislación laboral más severa.
Toda falta laboral y absentismo fueron considerados delito sujeto a las sanciones del Código Penal sobre vagancia, con penas que
iban desde «seis meses de trabajo forzado en su puesto laboral [...] con pérdida del 25% de su salario» hasta prisión efectiva. Se
estableció un servicio laboral obligatorio para todos los estudiantes de segunda enseñanza. «La jornada laboral se alargó de siete a
ocho horas y la semana de cinco días cada seis a seis días cada siete [...] sin ningún pago adicional [...y] por decreto del 10 de agosto
de 1940 [los juicios por delito laboral] ‘habrían de ser fallados por un sólo juez, sin asesores y sin ninguna investigación previa’»
(Ib., p. 274-275; esto último es cita textual del decreto). Desde el punto de vista de las libertades políticas, la eficiencia productiva
y el derecho, el «socialismo» de Stalin era sumamente inferior al promedio occidental y eso sin duda fue estudiado seriamente por
HAYA DE LA TORRE.
74
6. Haya replantea su posición sobre la U.R.S.S.
Ante esta realidad, Haya no titubea y, como en 1928, hace a un lado la propaganda
oficial y redefine sus ideas examinando la estructura económica y social de la Unión
Soviética. Coincidiendo con los críticos y analistas mas serios. Su conclusión es que no
hay «socialismo» ni mucho menos «comunismo». La Unión Soviética es «un mono-
lítico capitalismo de Estado que ha convertido a la casi extinta propiedad privada en
un gigantesco trust o monopolio de producción nacional, pero. dentro de los moldes
del sistema capitalista mismo, la supervivencia de las desigualdades económicas de los
salarios y, por consecuencia, los desniveles determinadores, si no de clases, de nuevos
estamentos sociales»265. Lejos, pues, del anuncio victorioso de Stalin o del «socialismo
triunfante» que la propaganda soviética pregona, la Unión Soviética ha consolidado,
explica Haya, «un colosal y monolíticamente centralizado imperio totalitario regido
por un cada día más poderoso sistema de capitalismo de Estado».
265 HAYA DE LA TORRE, V. R.: «Capitalismo y comunismo», artículo publicado en Bohemia, La Habana, 1959. En: ICI, p. 129.
266 HAYA DE LA TORRE, V. R.: «Problemas e imperativo de unidad continental», (1960), ICI. P. 133.
267 Ib., p. 134.
268 L. cit.
269 Ib., p. 129.
75
En consecuencia, esta perpetuación del sistema de «capitalismo de Estado» en la Unión
Soviética exige a Haya repensar las relaciones internacionales, toda vez que la U.R.S.S. se
ha convertido en una potencia industrializada de proporciones similares a los Estados
Unidos. Es necesario explicar, afirma Haya, que «el mundo de hoy no está dividido entre
países anticapitalistas o no capitalistas, y países capitalistas. Simplemente está dividido
entre países donde predomina el régimen de capitalismo privado y en donde predomina
el régimen de capitalismo de Estado. Pero el capitalismo está vigente en ambos lados del
mundo». Y la diferencia primordial entre ambos tipos de capitalismo estriba en que en
uno, el privado, hay «muchos proletarios y muchos patrones», y en el otro, el perpetua-
do «capitalismo de Estado» soviético, es el «capitalismo de uno solo y tremendo patrón
totalitario»270.
De 1935 en adelante, esa crítica se volvía más actual y necesaria que nunca y describía
a cabalidad el nuevo rostro de la Unión Soviética. Respecto al «capitalismo de Estado»
alemán el ABC del comunismo decía textualmente: «En el capitalismo de Estado todas
esas organizaciones independientes se funden con el Estado [...], se convierten en su-
cursales de él, siguen sus planes y se subordinan a su ‘mando supremo’. En las fábricas y
en las minas se ejecutan las órdenes del Estado Mayor; en las iglesias se predica lo que
manda el Estado Mayor; se pinta, se compone, se canta lo que prescribe el Estado Mayor;
se inventan cañones, proyectiles y gases que hacen falta al Estado Mayor». Y respecto a la
condición obrera la descripción es aún más elocuente: «Los obreros, bajo el capitalismo
de Estado, se convierten en los esclavos del Estado opresor. Se les privó del derecho de
huelga, se les movilizó y militarizó. En muchos países los obreros perdieron el derecho
de libre elección del trabajo y del lugar de residencia. El ‘libre’ proletario asalariado se
convirtió en propiedad del Estado, se le obligó a dejarse matar en los campos de batalla,
no por la propia causa, sino por la de sus enemigos, y a extenuarse en el trabajo, no en su
interés, sino en el de sus explotadores»271.
¿No es ésta una perfecta síntesis del grado de inhumanidad al cual condujo la experien-
cia del provisional «capitalismo de Estado» en la Unión Soviética? Por cierto, Bujarin o
Martínez de la Torre, quienes criticaron estas características por nefastas, no pudieron
señalar críticamente el derrotero seguido por el autodenominado «primer país socialista
del mundo». Lo que es evidente es que a estas alturas era imposible suscribir la primige-
nia tesis de que «el socialismo vendrá después». La ilusión de los años juveniles tenía otro
nombre: engaño. Haya lo comprendió y por eso denunció la perpetuación en la U.R.S.S.
del «capitalismo de Estado».
El país de los soviets no sólo no llegó al «socialismo» sino que, como nueva potencia
industrial, tuvo su sistema de «capitalismo de Estado» la necesidad de colocar y con-
trolar excedentes en el exterior y tornarse país «imperialista». Para Haya pareció cum-
plirse allí la «ley básica» señalada por Lenin: «En su carácter de empresa monopolista
270 HAYA DE LA TORRE, V. R.: «Capitalismo democrático y capitalismo autoritario», discurso del «Día de la Fraternidad» de
1961; ICI, p. 139.
271 BUJARIN, N. y E. PREOBRAZHENSKI: Op. cit., p. 115 y 117.
76
gubernamental el capitalismo de Estado ruso ha efectuado velozmente todo el proceso
del sistema capitalista originario del cual sólo es una variante. Y al consumar su evolu-
ción industrializadora, hasta coronarla cumbre de su superdesarrollo, también ha de-
bido entrar por los caminos del ‘imperialismo económico’ que tipifican a esa forma de
producción y cambio de la riqueza. Por tanto –y esto no necesita mucho esfuerzo para
demostrarlo–, el capitalismo soviético busca campos de inversión y conquista mercados
más allá de su dilatado ‘pueblo-continente’». Son las mismas leyes del «imperialismo»,
explica Haya, el mismo mecanismo de dependencia financiera basada en préstamos,
créditos y pagos, influencia política y, como consecuencia, el control de una zona de in-
fluencia cuya órbita, la Rusia «imperialista», desea extender. Aun cuando el capitalismo
soviético «regale y no venda», aun cuando las condiciones de los préstamos sean mejo-
res o no, su «modalidad de penetración financiera en las regiones pobres del mundo que
demandan y reciben ayuda, cae dentro de la definición leninista de imperialismo»272.
En consecuencia, Rusia el primer país que, según el joven Haya, logró «vencer» al impe-
rialismo, había devenido con el tiempo en «potencia imperialista». Y había otra razón
–plenamente «indoamericana»– para tomar prudente distancia respecto a este super-
centralizado e «imperial» capitalismo estatal soviético: su interés expansionista, expre-
sado en una lucha política por ganar zonas de influencia en la pobre e incipiente región
«indoamericana».
La manera como se expresó este carácter «imperialista» es vista por Haya como más
férrea y absoluta que la de su similar el «imperialismo yanqui». La mejor prueba –desde
la segunda guerra mundial– está en la imposición de gobiernos obedientes amparados
en el poder militar soviético, en Europa oriental, transfiriendo a estos países la condi-
ción de apéndices económicos y políticos de Rusia. Son célebres las famosas «econo-
mías mixtas» instauradas en los años cincuenta por los soviéticos en Yugoeslavia y que
motivaron gran escándalo en la tecnocracia de ese país por la forma como succionaban
capitales hacia Rusia. Milovan Djilas detalló convincentemente esta faceta del «imperia-
lismo soviético, [concluyendo que su] tipo de explotación [era] más brutal e inhumano
[que] el otro imperialismo»273. Haya estudió cómo Stalin fundó un sistema de «división
internacional del trabajo» respecto a producción y consumo entre la U.R.S.S. y los países
de Europa oriental, que en los hechos significó manejar desde Moscú la economía de
todos los países del bloque soviético para crear un mercado cautivo, en el cual los demás
países de la «comunidad socialista» proveían productos básicos o manufacturas sin ob-
tener 1a cotización más justa y sin poder acudir libremente a otros países compradores.
La conditio sine qua non del «imperialismo soviético», estudiado por Haya es la total
dependencia política del país conquistado a través de préstamos, subsidios condicio-
nados y control militar, eliminando de su faz la soberanía institucional y el sistema de
libertades, repitiendo en cada país dominado el ejercicio dictatorial del poder por parte
de una casta burocrática adherida al partido comunista con sede en el Kremlin y aleja-
da, siempre, del pueblo local y de la inmensa masa de trabajadores en cuyo nombre dice
gobernar.
77
Así se produce también el desengaño de Haya respecto a la Revolución cubana,
a la cual inicialmente apoyó. Explica Haya en una entrevista concedida en 1975:
«No somos partidarios de la Revolución cubana por su epílogo, su desenlace. Ve-
mos que Cuba ha terminado en un nuevo coloniaje, viviendo con una subvención
diaria de un millón 300 mil dólares, que Rusia le paga. De manera que es un
protectorado y ha perdido su validez revolucionaria original. [...]. Como somos
opuestos a todo tipo de dictadura le retiramos nuestro apoyo»274.
De este modo puede ser más sistemático en su contraste entre «los dos capitalis-
mos imperantes» –el estatal y el privado– y su «secuela imperialista». Dice Haya:
«Con el imperialismo económico totalitario viene el totalitarismo. Y con el im-
perialismo económico democrático viene la democracia. Para los totalitarios la
organización sindical y las huelgas son crímenes; para las democracias la organi-
zación sindical y las huelgas, son legítimos derechos del trabajador. Nadie en la
Unión Soviética se atreve a gritar: ‘¡abajo el imperialismo soviético!’, pues lo desti-
nan a Siberia. Del otro lado, en los países del capitalismo privado, se puede gritar
sin consecuencias: ‘¡abajo el imperialismo norteamericano y vamos a la huelga!’,
con la posibilidad incluso de que le aumenten el sueldo»275.
De este modo constatamos una evolución ideológica en Haya, desde 1924 –que
visita la Rusia soviética– hasta 1936 cuando Stalin declara en la U.R.S.S. un su-
puesto «socialismo» concluido y maduro, y luego hacia 1962, cuando Fidel Castro
acepta ser parte de la órbita de influencia soviética.
274 Entrevistas de 1975 y 1972 en CR, p. 380 y 363. Por ser la Cuba comunista una «amenaza» para «la democracia», HAYA
DE LA TORRE fue partidario de la intervención «interamericana» en ese país en 1962: «Cuando la quinta columna en
un país del continente la constituye el mismo gobierno, compete a los pueblos el solicitar la ayuda y la cooperación de los
demás pueblos hermanos para exterminarla [...]. Si no, ¿para qué sirve un organismo internacional como la OEA? [...].
Saludo a los demócratas cubanos que luchan por la libertad de su pueblo que sufre» (entrevista para Avance, N° 95, 13 de
abril de 1962, publicación semanal editada en Miami, EE.UU. por refugiados cubanos anticastristas; CR, p. 221, 222 y 223).
275 Reportaje de Bohemia Libre, 16 de abril de 1961; CR, p. 149.
276 HAYA desarrolla sus propias ideas glosando a Milovan DJILAS: «El capitalismo de Estado es, a no dudarlo, la vigorosa
revitalización del sistema capitalista en su forma de explotación más reaccionaria y dura del trabajador [...]. El capitalismo
de Estado regresa a la identificación del explotador económico con el opresor político» (Víctor Raúl en El Tiempo, t. II, p.
616-617).
78
Ahora bien, reparemos en el significado de este cuestionamiento conceptual. El «capitalis-
mo de Estado» en el Haya auroral es una forma económica, un concepto programático de
largo plazo y también una forma jurídica. Ese «capitalismo de Estado», como ya hemos vis-
to, se basa en la nacionalización de las grandes empresas y se yergue a largo plazo como el
gran poder económico central y mayoritario, tendiendo al poder absoluto, a crecer en forma
«progresiva» e ilimitada. Implica de suyo, en lo jurídico, como también hemos visto, una li-
mitación de la libertad económica, de las relaciones de mercado y del acceso a la propiedad.
En esa limitación277, reside la posibilidad del «tránsito socialista». Es un régimen sin reglas
de juego económico estables y bajo una permanente ofensiva política estatista y planificado-
ra del partido «antiimperialista» en el poder. Consiguientemente, la democracia «funcional»
que Haya propone en 1928 es exactamente lo opuesto a un Estado «libre».
Al no reparar en esta importante y decisiva evolución, los exégetas mitificadores del pensa-
miento de Haya pierden de vista lo siguiente: que ni en el primer ni en el segundo caso esta-
mos frente a un dogma sino frente a una crítica de las relaciones entre economía y Estado,
tal como se presentaban en ese momento en América Latina, y que el gran objetivo subya-
cente al debate sobre el «capitalismo de Estado» de los años cuarenta, cincuenta y sesenta es
de proseguir esa crítica y darle nuevos derroteros aunque sobre premisas diametralmente
opuestas a las de 1928.
El aprismo de 1928 postula una alternativa que pretende resolver desde una óptica mar-
xista, la problemática planteada por el «Estado latifundista» de comienzos de siglo y en los
años cincuenta y sesenta, Haya quiere que el APRA coadyuve como partido democrático al
proceso de industrialización y «urbanización» que cambia muchos aspectos del panorama
de 1928 –a tal punto que hasta los comunistas «renegaban» entonces de los 7 ensayos de
Mariátegui278 –dándole al aprismo peruano una función de factor de enlace entre objetivos
e intereses nacionales contrapuestos.
Pero sucede que el primer «capitalismo de Estado» fue nada menos que el modelo histórico
que sirvió de base para formular el «Estado antiimperialista», planteamiento central de la
doctrina aprista de 1928. Al condenar el «capitalismo de Estado», Haya condenó igualmente
el «Estado antiimperialista». Esto es inobjetable.
277 HAYA describe en AA, p. 138: «Después de derribado el Estado feudal, el movimiento triunfador antiimperialista organizará su
defensa estableciendo un nuevo sistema de economía, científicamente planeada y un nuevo mecanismo estatal que no podrá ser el de
un Estado democrático ‘libre’, sino el de un Estado de guerra, en el que el uso de la libertad económica debe ser limitado para que no
se ejercite en beneficio del imperialismo».
278 Por ejemplo: «La burguesía nacional está en proceso de transformación [...]. No tiene las taras de la burguesía surgida a raíz de
los grandes negociados del guano y del salitre. Prácticamente está dejando de ser ‘una planta raquítica sobre un suelo feudal’ como
justamente la llamara Mariátegui» (I Conferencia Nacional del PCP, setiembre de 1944; PCP: Documentos para la historia del PCP,
p. 66-67).
279 Las tesis apristas sobre imperialismo y desarrollo (agosto, 1972); HAYA DE LA TORRE, V. R.: 130 artículos y una sola idea sobre
el APRA, p. 29.
79
VIII. ADIOS AL ESTADO ANTIIMPERIALISTA
Así, corresponde a este Primer Congreso fijar nuestras líneas principistas. To-
das las opiniones precedentes de cada uno de nosotros que no concuerden con
las supremas decisiones democráticas de esta magna asamblea quedan fuera de
la línea ideológica del enfoque peruano de la Alianza Popular Revolucionaria
Americana 280.
HAYA DE LA TORRE, 1931
Algo hemos adelantado sobre este cambio al ocupamos del concepto de «im-
perialismo» en el capítulo VI; se trata, en efecto del Programa electoral de
1931, definido también como «programa mínimo» o «Plan de Acción» 281. Es
en 1931, con la llegada de Haya de la Torre al Perú y la fundación del Partido
Aprista Peruano, que el movimiento iniciado entre 1926 y 1927 deja su etapa
«literaria» y desarrolla su gesta política, desde entonces siempre protagónica
en la vida peruana. Pero es también 1931 el año de la revisión de la doctrina
primigenia. Las revisiones «clásicas» de los años cincuenta y sesenta tanto
en la política («convivencia» con el pradismo, «coalición nacional» con el
odriísmo 282); como en la doctrina (al publicar Treinta años de aprismo en
1956 283) serán en verdad la culminación del camino iniciado en 1931 con el
«Plan de Acción». Un camino de rumbo muy distinto al señalado por el breve
manifiesto-programa de 1926 (QA), el libro programático de 1928 (AA) y el
«Plan de México».
80
1. 1931: El vacío doctrinal
A todo esto hay que añadir que Haya tampoco publicó en 1930 o 1931 un trabajo que tradujera
a la situación peruana de entonces las tesis de AA. Es más, en toda la vasta literatura dedicada a la
campaña electoral y en sus folletos de tipo doctrinario de fundamentación de los planteamientos
electorales, no hay mención alguna al «Estado antiimperialista». No cita ni menciona el inédito li-
bro de 1928 ni publicó alguno de sus capítulos. Ni en el Discurso-Programa (DP) de agosto de 1931,
ni en el mensaje al I Congreso del PAP de setiembre, ni en los discursos ni en folletos ideológicos
como Aprismo no es comunismo, Haya alude indirectamente siquiera al «Estado antiimperialista»,
omitiendo además sus precondiciones: una amplia nacionalización y cooperativización de tierras
e industrias, especialmente aquellas pertenecientes al «imperialismo»286. Tampoco hay mención
alguna, ni marginal ni retórica, en su Mensaje desde la clandestinidad, de febrero de 1932, cuando
Sánchez Cerro aplica sobre el APRA su implacable Ley de Emergencia, luego de desaforar a los
constituyentes apristas287.
284 En una carta de mayo de 1928, HAYA se dirige a MARIATEGUI cifrando esperanzas en el poder convincente de AA: «Está
listo mi libro El antiimperialismo y el APRA, que define al APRA como partido [...]. El APRA es partido, alianza y frente. ¿Impo-
sible? Ya verá Ud. que sí. No porque en Europa no haya nada parecido no podrá dejar de haberlo en América» (MARIÁTEGUI, J.
C.: Correspondencia, t. II, p. 378).
285 Durante el período 1930-1933 circularon en el Perú varios libros que compendiaban la etapa más radical de HAYA. Por ejem-
plo: Por la emancipación de América Latina (1927), Teoría y táctica del aprismo (1931), Ideario y acción aprista (1931), Constru-
yendo el aprismo (1933), Impresiones de la Inglaterra imperialista y la Rusia soviética (1932), etc. Se publicaron además materiales
nuevos, no sólo de Haya, relacionados con la etapa electoral. Esta profusión bibliográfica hace resaltar aún más la negativa de Haya
a publicar AA hasta 1936.
286 AA enfatiza la necesidad de «estructurar el nuevo Estado como un aparato científicamente construido sobre el principio eco-
nómico de afirmar el predominio de las clases productoras» (AA, p. 154). El Discurso-Programa de 1931 y toda la literatura que lo
complementa excluye la necesidad de un nuevo Estado y suprime igualmente el vocablo «revolución», consustancial al joven Haya
desde los días de QA. El Haya de 1931 propone en reemplazo «modernizar» y «tecnificar» el Estado ya existente.
287 A nombre de HAYA DE LA TORRE, el delegado de la secretaría general del APRA –con «secciones en Buenos Aires, México,
La Paz y París»– Luis Eduardo ENRIQUEZ, llega en abril de 1930 para constituir la «sección peruana». Primero es apresado, luego
de la caída de Leguía, en agosto de 1930, prosigue su misión reuniendo el 21 de setiembre de 1930, en un taller de ebanistería
de Lima a los sesenta firmantes del Acta de Fundación de la «sección peruana del APRA». En noviembre de 1930 llegan al Perú
SEOANE y COX. En marzo de 1931 se constituye el PAP y aparecen APRA, vocero oficial y La Tribuna, órgano oficioso de mayor
tirada. Haya llega al país el 12 de julio de 1931, como candidato presidencial, iniciando de inmediato su campaña en el norte. El
23 de agosto expone en la Plaza de Acho su célebre Discurso-Programa y en setiembre se realiza el I Congreso del PAP. Las elec-
ciones generales presidenciales y constituyentes se realizarán el 11 de octubre. El aprismo obtiene 106 mil votos y 23 diputados
al Congreso Constituyente. Haya denuncia fraude a favor del general Sánchez Cerro que tiene adjudicados 152 mil votos. El
nuevo presidente juramenta en un clima de inminente enfrentamiento social. Sánchez Cerro dicta en febrero de 1932 una Ley de
Emergencia que proscribe al PAP y le permite deportar a sus diputados. Haya es apresado en mayo. En julio de 1932 ocurren los
enfrentamientos de Trujillo, que culminan en fusilamientos de insurgentes apristas. En abril de 1933 Sánchez Cerro es asesinado.
Haya seguirá preso hasta agosto de ese año.
81
Para Haya, durante 1931, la tesis del «Estado antiimperialista», equiparable según
su propio autor a la «dictadura proletaria» de Lenin, simplemente no existe. Resul-
ta evidentemente inconveniente para el proyecto político que Haya ha concebido
para la contienda electoral. La lealtad de la masa aprista hacia el joven caudillo y
todo el vertiginoso y trágico desencadenamiento de acontecimientos que ocurrirá
en 1932, no se basará en un aprismo radical, intransigentemente «antiimperialis-
ta», como el aprismo de 1926 o 1928, sino en otro discurso ideológico, distinto
y distante de AA288. Desde el punto de vista programático, doctrinal e inclusive
retórico, ocurre en 1931-32 un vacío indiscutible, que sólo se hace comprensible
a la hora de analizar la propuesta política aprista, radicalmente diferente a la del
«Plan de México».
2. Haya se retracta
288 Cierta literatura antiaprista –específicamente la «mariateguista»– presenta la paradoja de un joven HAYA «a la derecha» de
MARIATEGUI en 1928 y sorpresivamente en la «extrema izquierda» en 1931. Otros autores presentan la política hayista de 1931
como la perfecta aplicación de AA. Dice por ejemplo COTLER: «Tal como se desprende de El antiimperialismo y el APRA y de los
sucesivos textos que el Partido se encargó de divulgar, los líderes apristas pretendían (en la campaña electoral de 1931) renegociar
las condiciones de la explotación imperialista a fin de ‘desenclavar’ el capital, que al favorecer el crecimiento del mercado interno
permitiría, a su vez, la expansión de la pequeña y gran burguesías nacionales y la del proletariado» (Clases, Estado y Nación en el Perú,
p. 242). El Haya maduro de Treinta años de aprismo habría agradecido a Cotler esas palabras, pero el joven Haya de 1928 las habría
rechazado airadamente.
289 J. C. MARIÁTEGUI falleció el 16 de abril de 1930. Su partido, el PSP, adoptó el nombre de Partido Comunista en mayo de ese
año, con E. RAVINES como secretario general. Se afilió, obviamente, a la Internacional Comunista. El PCP participó en huelgas muy
violentas en setiembre de 1930, que dieron lugar a la proscripción de la central sindical –la CGTP– que era su medio fundamental
de intervención política. Frente a las elecciones de 1931 el PCP se autoexcluye, proclamando la vía violenta hacia el poder, la «auto-
determinación de las nacionalidades quechua y aymara» y un antiaprismo visceral: «Los comunistas no vamos al frente único, com-
batiremos al APRA sin cuartel y sin tregua [...]. No podemos sellar un pacto cobarde con un bando burgués, con un caudillo traidor.
Hacerlo sería traicionar a nuestra clase» (Volante del PCP sobre las elecciones de 1931, Biblioteca Nacional, Lima). Ravines, quien en
1929 se atreviera a vaticinar la «extinción» del aprismo, mantuvo al bisoño PCP en la condición de una reducida secta.
290 El Comercio, representando posiciones conservadoras, libró una durísima campaña contra la sorprendente –para el Perú de
entonces– capacidad organizativa aprista: «Se explica que un partido que ha comenzado por sustituir la bandera y el himno patrio
quiera reemplazar también el ejército de la Nación por un ejército propio» (17 de agosto de 1931). ¿Un partido político no debía tener
banderas y símbolos?
82
El I Congreso es, explica Haya, «la culminación de un largo período de acumulación
de ideas; de acopio de iniciativas; de difusión de plurales opiniones enunciadas li-
bremente por todos los apristas». Haya prosigue: «Durante el período anterior a este
Congreso, repito, han podido formularse diversas opiniones y adelantarse diferentes
interpretaciones de lo que es el aprismo, como yo mismo lo he hecho. Pero de aquí en
adelante, lo que esta magna asamblea resuelva será indesviablemente para todos no-
sotros nuestro ideario, nuestra norma de pensamiento y de praxis». Haya finalmente
sentencia: «Todas las opiniones precedentes de cada uno de nosotros que no con-
cuerden con las supremas decisiones democráticas de esta magna asamblea quedan
fuera de la línea ideológica del enfoque peruano de la Alianza Popular Revolucionaria
Americana»291.
Queda atrás entonces, en 1931, esa formulación del aprismo definida por Haya en
1928 como «correcta interpretación» de la realidad «indoamericana» y queda atrás
también el presunto carácter «científico» de todos sus enunciados. Ante los delegados
apristas reunidos en el I Congreso el líder diluye su teoría anterior en una suerte de
«edad de piedra» del aprismo.
Formalmente, el líder aprista «baja al llano» ante el I Congreso del PAP y le confiere la
delicada tarea de definir ideológicamente el aprismo y darle una serie de metas y polí-
ticas. Pero no ocurre en los hechos esta suerte de talante hiperdemocrático. El propio
mensaje inaugural fija las pautas, antes de todo debate, del rumbo partidario, ya que
además de desautorizar al aprismo primigenio, Haya expone los fundamentos de la
83
nueva versión de su doctrina, colocando de hecho a sus partidarios entre un sí o un
no294. A esto hay que agregar el encuadramiento público, establecido por el DP pro-
nunciado por Haya en la Plaza de Acho el 23 de agosto de 1931, antes que el I Con-
greso del PAP –esa «magna asamblea»– iniciara sus deliberaciones. Dicho discurso
fijó todo el marco conceptual, el programa y la política inmediata del nuevo aprismo,
correspondiendo al congreso solamente convalidarlo. Ni los documentos del congre-
so ni la proclamación programática posterior a él tuvieron el grado de amplitud y
precisión del DP. Esta es la primera gran retractación ideológica de Haya de la Torre –
cuyos detalles veremos de inmediato– pero no será la última. Será el punto de partida
de un proceso de rectificación permanente, combinado con la hábil conservación de
ciertos enunciados generales que tendrán distinta significación política en cada etapa
posterior. El líder partidario, el «compañero jefe», insistirá en su postura de ideólogo
invicto, pero en los hechos, el aprismo seguirá buscando su derrotero. Por lo pronto,
tenemos en 1931 el inicio de una rectificación que apunta a un aprismo responsa-
blemente electoral, partidario del cambio social ordenado, que quiere ahuyentar las
sospechas de «comunismo embozado» que le achacan sus enemigos.
Leamos el «Plan del Aprismo» de 1931, expuesto el 23 de agosto –antes del Congreso
del PAP– en la Plaza de Acho, cuyo texto tuvo un carácter programático central en
toda esta etapa. Dice Haya que debemos reconsiderar «este nuevo vocablo que muchos
toman como algo siniestro: imperialismo». Haya pide mirarlo con buenos ojos y luego
cita a Hobson y Culverston, autores ajenos a la doctrina «antiimperialista» de Lenin,
añadiendo: «El imperialismo representará, por consecuencia, en nuestro país, la etapa
del capitalismo, la etapa de la industria, etapa fatal [...]. Nos proponemos, aprovechan-
do la experiencia histórica del mundo, obtener todos los beneficios de la industria,
294 HAYA pone a sus adherentes ante una situación consumada: «queda a la consideración de este primer Congreso Nacional de
nuestro partido la tarea de discutirlas y aceptarlas o no [...] en sus históricas sesiones a las cuales no podré asistir frecuentemente por
perentorias obligaciones de campaña electoral» (Ib., p. 92). La campaña electoral y la política desarrollada en ella –iniciada por Haya
apenas baja del barco en Talara, en julio de 1931– ya están en curso, quedando la decisión del Congreso partidario a remolque de los
acontecimientos y sin contar siquiera con el ideólogo y fundador en todas sus sesiones.
295 QA en AA, p. 39.
296 AA, p. 140.
84
procurando amenguar, en cuanto se pueda, todos sus dolores y todos sus aspectos de cruel-
dad»297. Estamos, de pronto, ante la necesidad de una coexistencia negociada, no sólo con el
«imperialismo» que esté por venir sino –lo más importante– con el ya presente en el Perú, aquél
que en 1928 ponía en peligro la soberanía nacional. Haya lo remarca: «Lo fundamental en el
gran problema económico y político del país [...] es [...] la falta de un Estado representativo [...],
Estado que no excluya, sea dicho con toda claridad, la intervención de los intereses extranjeros
en el país, porque esa intervención, por propugnar una técnica superior, significa progreso, im-
pulso y aliento para el desarrollo de nuestra economía»298. Es perfectamente comprensible que
del «Estado antiimperialista» de 1928 se «transite» a una economía totalmente «socializada» y
«planificada», pero no hay forma de entender un «tránsito» al «Estado antiimperialista» a partir
de esta política, como no sea dando un viraje político irracional y suicida que destruya todo el
camino recorrido bajo ese modelo de desarrollo «negociado».
Al cambiar las prioridades de la lucha «antiimperialista» –o ponerlas al revés, las primeras y más
radicales en el rango de metas lejanas y la negociación de inversiones extranjeras en el rango de
primer punto– Haya de la Torre también ha cambiado la naturaleza del programa «mínimo».
En el libro de 1928 y en toda su obra escrita anterior a las elecciones de 1931, Haya definía la re-
lación entre programa «mínimo» y «máximo» igual que las corrientes comunistas: el programa
«mínimo» es de denuncia y organización inmediata de la protesta social contra el «orden esta-
blecido», y el programa «máximo» es el programa que se cumple apenas tomado el poder. Justa-
mente la gran disputa entre comunistas y socialdemócratas en las décadas del diez y el veinte era
la acusación a estos últimos de convertir los programas «mínimos» en programas de gobierno,
de tal suerte que los programas «máximos» quedaban postergados y abandonados299.
Recordemos que en el «Plan de México» de 1928 se proclamaba como «primer principio econó-
mico del Movimiento Nacionalista y Libertador del Perú que la riqueza que hoy existe o puede
existir dentro de los límites del país pertenece a la Nación y que es ella quien debe explotarla o
hacerla explotar sin sacrificar jamás su soberanía»; esto significaba dar primera prioridad polí-
tica a la «emancipación económica [del país], aplicando el postulado del APRA sobre la nacio-
nalización de la tierra y de la industria»300. El «Plan de México» implicaba entonces, poner en
práctica con urgencia una vez tomado el poder, el «programa máximo», esto es, los cinco puntos
del programa de 1926, incluyendo una política de unidad latinoamericana contra las dictaduras,
los gobiernos «títeres» y los casos de ocupación militar por los EE.UU. más allá del río Grande.
En AA encontramos la misma insistencia: «Las actividades actuales del APRA están orientadas
hacia dos grandes propósitos: la propagación de su doctrina y programa máximo revolucio-
narios y la organización de todas las fuerzas antiimperialistas de Indoamérica en agrupaciones
partidarias nacionales, que en cada uno de nuestros países estudiarán y adoptarán sus progra-
mas mínimos, planeando su acción inmediata». Esta «acción inmediata» es inequívoca: ir hacia
la toma del poder, «no limitándolo a la faz negativa y efímera de derribar al enemigo, ya que
nuestro primordial objetivo debe ser la reorganización eficiente e integral de la producción»301.
85
Haya mantendrá intactos estos párrafos fundamentales de AA al publicarlo en 1936,
pero ya para entonces todo este aspecto de la doctrina será «generalidades». En
1931, en el DP, la concepción programática resulta muy distinta. En primer lugar,
el programa «máximo», afirma Haya, «tiene un significado continental», denomi-
nándolo en lo sucesivo «programa máximo continental» a secas, esto es, programa
que únicamente tiene vigencia en función del progreso de la unidad latinoamerica-
na. Ya no tiene utilidad como instrumento «que oriente nuestra rebeldía [...] hasta
la lucha y hasta el poder», como escribía en 1928. Este programa «continental» ha
dejado de ser marxista «indoamericano» y tampoco es mexicanista. Es apenas «la
cristalización modernizada del viejo ideal bolivariano» para «incorporamos a la
marcha de la civilización mundial».
Dice además Haya, haciendo un símil entre el aprismo y ese «socialismo marxista»
europeo: «Aceleraremos el alumbramiento de la etapa industrial [...]. Esta etapa de
transición, de acuerdo con nuestra realidad social y económica y con su grado de
evolución, trata de cumplirla el aprismo en el Perú. Pero esto no es comunismo.
Marxismo sí y marxismo auténtico [...]. Los apristas somos antiimperialistas, no
comunistas. La Revolución mexicana fue antiimperialista, no comunista. Ghandi
es antiimperialista; no comunista [...]. Muchos otros autores escriben sobre el im-
perialismo, interpretándolo marxistamente, pero no todos coinciden con el punto
de vista comunista»303.
De pronto se han hecho lejanas las duras críticas al laborismo inglés que hiciera
Haya en 1926 y la comparación de los comunistas criollos hostiles al «Plan de
México» de 1928 con los «socialistas-reformistas» condenados por Lenin, como el
líder alemán Karl Kautsky. Ahora es Haya el defensor de Kautsky, Hilferding, Hob-
son e inclusive Ghandi, en oposición al radicalismo comunista. Y es que el aprismo
primigenio ha pasado a ocupar el lugar del Manifiesto Comunista en la socialdemo-
cracia –una «enunciación máxima de un máximo ideal político»– y se ha entrado
de lleno en una etapa gobernada por el «minimalismo», el «evolucionismo» y la
colaboración en busca de «reformas sucesivas»304.
86
4. El Estado «técnico» y la «mesocracia»
A todo lo largo del discurso, Haya centra la cuestión del Estado en un plano de carencias
técnicas y culturales, de tal suerte que los usuales motivos de severas denuncias contra las
«clases explotadoras», antes tan atacadas por él, devienen simples constataciones exentas
de culpabilidad: «No hemos tenido nunca en el país partidos de principios [...]. A noso-
tros nos faltaron espíritus directores. Nosotros fuimos un pueblo donde los obreros de la
independencia vinieron de afuera [...]. De allí que nuestra concepción de la organización
política del Estado haya tenido que ser elemental; haya tenido que ser absolutamente
primitiva».
Haya insiste: «No sabemos cuántos somos, no podemos determinar qué necesitamos,
no podemos saber qué producimos con exactitud. El único censo del Perú es de 1876;
hay un cálculo de 1896 y una estimativa al ojo, de 1923. No ha habido pues, en nuestra
política, noción de economía y de allí deriva, sin duda, la forma como hemos sido go-
bernados»305. De este nuevo diagnóstico de la problemática peruana Haya concluye: «El
aprismo de un lado levanta la bandera del gobierno científico, del gobierno basado en
la economía, del gobierno basado en la investigación, del gobierno basado en la capaci-
dad y de otro lado levanta la bandera del movimiento político afirmado en la emoción.
Nosotros somos los que, al mismo tiempo, proclamamos la necesidad de un gobierno
científico, de un gobierno de método, de un gobierno de disciplina, pero somos también
los que invocamos emoción, entusiasmo, fe y decisión en aquellos que están llamados a
imponer tal tipo de gobierno306.
305 PA, p. 15. La denuncia de HAYA DE LA TORRE es excesiva. Existía una insuficiente difusión de la realidad económica del
país, sin embargo, a partir de la primera década del siglo, con el reingreso de la banca internacional y el nuevo ciclo de inversio-
nes «imperialistas» aflora una estadística bastante completa, muy citada por MARIÁTEGUI en sus ensayos sobre la economía
republicana. Podemos mencionar el Extracto estadístico del Perú (llamado posteriormente Anuario estadístico) con cifras y datos
económicos desde 1897 y publicado desde 1918: Desde 1903 hay boletines ministeriales de Fomento, de Hacienda y Comercio,
Minería, Comercio Exterior, etc. No es exactamente de lo «técnico» o lo «estadístico» que adolecía el Estado peruano, sino de
escasa representatividad, hipercentralismo y autoritarismo, como Haya denunciaba en 1928 con el «Plan de México».
306 PA, p. 15 y 9.
307 Ib., p. 10.
87
Dice Haya que «debemos tender, fundamentalmente, a organizar un Estado con
servidores capaces, con servidores especializados, con servidores técnicos». Y
agrega: «Nos encontramos con problemas de administración y de técnica estatal
que merecen nuestra atención inmediata en un país que ha descuidado su cul-
tura política, su cultura general, su cultura propiamente económica». Y señala
finalmente: «El Estado, servido por empleados independientes, moral y econó-
micamente, nos dará un Estado que responda verdaderamente a los anhelos del
país»308. ¿Es acaso una observación tangencial referida a los trabajadores de rango
y fila del aparato del Estado? No. Es el planteamiento de fondo del DP en relación
a la crisis nacional. Es el camino de solución al «empírico» modo de gobernar
imperante entonces, es la alternativa al «Estado-yugo», inoperante y atrasado que
Haya describe. La tarea central que el aprismo se propone es «reorganizar el Es-
tado sobre la base del concepto económico de la política y naturalmente, para
reparar los errores del pasado, sobre la base del técnico»309.
308 Ib., p. 9.
309 L. cit.
310 PD, p. 30. Esta defensa de la «participación» del capital extranjero dentro de las instituciones políticas es radicalmente
antagónica a la doctrina del joven Haya. Para el nuevo Haya, en 1931, ya no se cumplía una presunta «colonización» o
«pérdida de soberanía» por la «penetración imperialista». Por el contrario, debía ampliarse esa «penetración».
88
5. «Imperialismo» y Congreso Económico Nacional
Va quedando así mucho más claro el contorno del nuevo «Estado técnico», un
Estado que sería previo a cualquier opción ideológico-política. Como ya hemos
mencionado, no es posible suponer un tránsito coherente de este tipo de Esta-
do plurisocial y pluripartidista a un «Estado antiimperialista», equivalente a
la «dictadura del proletariado». Este nuevo aprismo supone todo un esfuerzo
político organizativo y su ejecución –con todas las medidas económicas y
sociales incluidas en el DP y en el «Plan de Acción»– no sólo abarca larga-
mente un período electoral: implica institucionalizar el Partido Aprista y dar
una determinada función a todo el contingente político aprista en ese curso
de reformas. Es un partido que se alista para una participación estable en la
vida democrática. La tesis maniquea del «comunismo encubierto» no tiene
asidero, pero tampoco –insistimos– la suposición de un posible viraje hacia
un «Estado antiimperialista» al final de toda esta etapa. Lograr tal «Estado
técnico» supondría un grado de evolución democrática en la vida peruana
que haría innecesaria la «Revolución antiimperialista».
311 PD, p. 45. El «tecnocratismo» de este nuevo HAYA es de hecho una revaloración de las «clases medias», un mesocratismo. Mien-
tras en AA estas «clases medias» eran subordinadas a las «clases productoras», aquí acaparan todos los privilegios. En el «Manifiesto»
de febrero de 1932 esto se hace explícito al tipificar a esta «clase media» como «clase culta, con cierta experiencia, técnica y con un
grado apreciable de conciencia política». La «clase proletaria» es para Haya «joven, en formación, sin la cultura ni la conciencia» que
le permitirían aspirar al poder, mientras la «clase campesina» forma «las grandes masas analfabetas del país» (PD, p. 105).
89
6. Mito y realidad del Congreso Económico Nacional
Para Haya, como hemos detallado, el CEN –Congreso Económico Nacional– aflora en la doc-
trina aprista ante el inmenso atraso del país. Un grado de atraso y «desequilibrio» económicos,
incultura política, etc., que hace imposible cualquier propuesta ideológica seria y moderna, ya
sea de «izquierda», de «derecha» o de «centro». Implica, como hemos visto, una reorganización
negociada y pluripartidista del Estado «burgués» o «semifeudal» ya existente.
Este CEN se organiza a nivel nacional y también a nivel regional y local en base a los municipios.
Sigamos leyendo el «Manifiesto» de 1932: «El Programa del Partido Aprista Peruano considera
la reorganización de nuestro sistema municipal y parlamentario como complemento esencial
de la organización técnica del Estado y como base experimental de la democracia funcional».
Continúa: «Organizados los municipios funcionalmente, conservando el derecho legal que hoy
tienen los extranjeros para integrarlos, serian entidades técnicas de gobierno local, con cono-
cimiento inmediato de la región en que desenvuelven su actividad y con autonomía suficiente
para actuar eficazmente».
Los municipios equivalen de este modo a gobiernos regionales pero Haya no propone autono-
mías regionales. Defiende «técnicamente» un criterio centralista aunque poco rígido. Sobre este
regionalismo económico afirma Haya que el CEN, «representativo de todos los grados, aspectos
y regiones de la economía nacional sería la única entidad capaz de afrontar esta cuestión de
importancia tan esencial para el futuro del país». Y añade: «Así como el municipio funcional
representaría el gobierno local inmediato de una región económica o parte de ella, el parlamento
funcional representaría el total de las regiones económicas o sea la Nación»312. Los gobiernos
municipales regionales dependerían directamente del CEN, aunque «cada uno de los poderes
regionales organizados funcionalmente, asumirá las facultades administrativas que actualmente
ejerce el Ejecutivo, en los asuntos que atañen exclusivamente a la circunscripción que represen-
tan.
El CEN es pues, una cámara única depositaria de la soberanía de la nación. Partirían de allí todos
los poderes. Es un organismo estatal de tipo matriz, basado «en el principio de la democracia
funcional». Es «una nueva asamblea en la que ya no se pronunciarán discursos elocuentes sobre
la democracia pura ni se lanzarían promesas más o menos bellas de reconstrucción, sino en la
que se erigiría la cifra como garantía de todo lo que se pretende hacer en la política y en la ad-
ministración»313.
Siendo un organismo transitorio, «técnico», pluriclasista y pluripartidista, que debe crearse ante
la falta de modernidad y de conocimiento científico de la realidad nacional, resulta sorprendente
que con el correr del tiempo el CEN, sea reivindicado como una entidad «revolucionaria», «an-
tiimperialista» o en todo caso de valor permanente para el ideario aprista. Ni siquiera era una
idea enteramente original de Haya, como él mismo reconocerá posteriormente. La recoge de la
experiencia del Volk Wirtschaftsrat –Consejo Económico Popular– del gobierno conservador de
Bismarck en la Alemania de fines del siglo pasado. Esos consejos fueron, explica Haya en 1945,
«la primera sistematización de una organización económica [que] después trataron de conver-
tirse en la República de Weimar, [en los años veinte, en] «el Parlamento Económico». Luego «en
el campo del laborismo inglés, fue Sidney Webb quien publicó libros sobre este propósito»314.
312 PD, p. 113, 111, 114, 115. El CEN, aclara HAYA, será «una asamblea de carácter económico en la cual estén representados todos
los que intervienen en alguna forma en la producción de la riqueza: capital y trabajo, nacionales y extranjeros» (PD, p. 45). El CEN
de 1931 no es pues un «Estado antiimperialista».
313 PD, p. 46.
314 PD, p.145 y CR, p. 202. HAYA dice además en una entrevista de 1972: «Las ideas de esto no son originalmente mías. Esta idea tuvo
su origen en un personaje conocido que se sintió estupefacto por el tránsito de ese industrialismo alemán que apareció violentamente
a sus ojos y éste fue Bismarck (CR, p. 354). También sostendrá Haya, respecto al Congreso Económico Nacional: «[Nosotros no lo]
proponíamos, como se ha creído, para que los negocios privados interviniesen en la vida del Estado» (CR, p. 203)
90
La idea, de raíz germánica imperial, desarrollada como propuesta política por
los socialistas fabianos ingleses y por los socialdemócratas alemanes para países
industrialmente desarrollados, fue defendida para el Perú por Haya en nom-
bre del argumento opuesto: la ausencia de un desarrollo industrial nacional.
A diferencia de sus antecedentes europeos, que proponían estos «parlamentos
económicos» o «consejos de productores» como órganos complementarios a los
demás poderes constitucionales, correspondió a Haya el mérito de sustentar una
instancia de este tipo como único poder, integral, matriz y funcional, del Estado.
La inercia del combate partidario en el Perú de 1931 y 1932 condujo a una dog-
matización de esa política «temporal». El «Estado funcional» ocupó de hecho
un lugar programático de alto rango en el aprismo, al mismo tiempo que fue
variando su significado en las décadas siguientes.
315 En cuanto a las primeras ideas sobre «democracia funcional» debatidas en el Perú, tenemos que en 1907 escribió GARCÍA
CALDERÓN: «Existen universidades, organismos provincianos, centros intelectuales, fuerzas organizadas de la industria y del
comercio [que] carecen de esta acción conservadora y progresiva que una Cámara representativa podría darles en la vida nacio-
nal». (GARCÍA CALDERÓN, F.: El Perú contemporáneo, p. 193-194). Y pocos años después José de la RIVA AGÜERO sustenta-
ba que para no «duplicar» la Cámara de Diputados, el Senado debía ser el «representante de los intereses sociales permanentes y
corporativos». Conste que éste era el periodo liberal de Riva Agüero. Asumirá la ideología fascista avanzada la década del treinta.
RIVA AGÜERO, J.: OC, t. XI, p. 39).
316 CONGRESO CONSTITUYENTE 1931: Diario de debates, t. II, p. 1138. SEOANE, M.: Izquierda aprista, p. 125. BELAUNDE,
V. A.: El debate constitucional, p. 106.
91
Tenemos primeramente la adopción del «Estado funcional» como panacea en el de-
bate constitucional de 1931. Así lo confirma C. M. Cox en su Dinámica económica del
aprismo: «En cierta oportunidad se afirmó que al Congreso Económico se le había
presentado como una panacea. Sí, es la panacea de nuestros males, desaciertos y des-
conocimiento de la realidad peruana»317. Esta defensa apasionada del Congreso Eco-
nómico persistirá en los duros años de proscripción política del aprismo posteriores
a 1934. Pero en 1945 ocurrirá un cambio importante en esta tesis. Haya de la Torre ya
no propone ese cambio radical plurisocial y técnico del Estado sino una complemen-
tación «funcional» del sistema bicameral, inspirada en el «New Deal» de Roosevelt318.
92
atrás que debe permitir posteriormente dar dos o más pasos hacia adelante320.
320 A pesar de todas las evidencias, hay quienes insisten en identificar al HAYA de AA (1928) con el HAYA del CEN (1931) e
incluso con el HAYA del «New Deal» (1945) como VÁSQUEZ BAZÁN en La propuesta olvidada, p. 90. Vásquez Bazán intercala
citas sin previo análisis, asumiendo que el pensamiento de Haya no tuvo variación alguna. El resultado es una asombrosa con-
fusión de conceptos hayistas correspondientes a distintas etapas. Dice así: «Si se desea comprender a cabalidad la iniciativa del
Congreso Económico Nacional debe partirse del reconocimiento de la vital importancia del Parlamento Funcional Unicameral
en la construcción de la estructura del nuevo Estado Antiimperialista» (Ib., p. 82). La única cita de Haya que Vásquez tiene a
mano, identificando el CEN con «ese Estado que llamé antiimperialista», no corresponde a AA –donde se fundamentó el «Es-
tado antiimperialista»– ni a PA –donde se fundamentó el «Estado técnico» en sustitución del anterior– sino a Treinta años de
aprismo (libro escrito en 1954 y publicado en 1956), donde el Haya maduro sustenta la versión del Congreso Económico como
«cuarto poder», es decir, cámara colegisladora, admitiendo un Poder Legislativo o Congreso Político paralelo, que no es por
cierto, la propuesta de 1931, encarnada por el «Parlamento Funcional Unicameral» al cual se refiere Vásquez Bazán. Y sobre
el supuesto «tránsito al socialismo» a partir del CEN –objetivo indiscutido del «Estado antiimperialista» mas no del Congreso
Económico Nacional– recomendamos a Vásquez releer la sustentación que hizo Carlos Manuel COX en su discurso del 26 de
marzo de 1946 al defender la iniciativa del CEN: «Pero no es cierto, señores, que la planificación desemboque en el colectivismo
y en el socialismo. Expresado en la forma que lo acabo de hacer, la planificación es el orden dentro de la libertad y el hecho
de canalizar las fuerzas sociales no significa que las conduzcamos a determinada meta u ordenamiento social» (COX, C. M.:
Dinámica económica del aprismo, p. 13).
321 Ver por ejemplo la polémica entre el semanario católico Verdades y la revista APRA. Gerardo ALARCO publicó en los
números 23, 24 y 25 (en octubre de 1931) un largo alegato sobre «La conversión de las izquierdas», señalando a partir de la
llegada de HAYA DE LA TORRE al Perú una «conversión» del aprismo hacia una política más moderada, precisamente por la
tesis del Congreso Económico y la del «Estado técnico». Rómulo MENESES respondió en los números 14 y 15 de APRA con
«La conversión de las derechas», comentando los planteamientos reformistas de algunos críticos no «izquierdistas» del PAP. El
fondo del debate era cierto. El programa del PAP tenía un perfil radical por su propuesta de un Estado «funcional integral» pero
no por sustentar medidas económicas radicales. De hecho, el programa de gobierno de la Acción Republicana –que respaldó la
candidatura de José María DE LA JARA, ocupando un lejano tercer lugar con 21 900 votos– suscrito por nombres ilustres como
Raúl Porras, Jorge Basadre, José Gálvez, Martín Adán, Alberto Ulloa y muchos otros, planteaba que «el Estado debe reservarse
el derecho de nacionalizar grandes fuentes de riqueza natural expropiándolas si el interés social lo recomienda» (Manifiesto
fundacional de AR del 1° de enero de 1931). A su vez el programa de Sánchez Cerro, aunque pecaba de vaguedad, proponía en
su lista de medidas económicas un control estatal de la economía aparentemente más severo que el PAP, incluyendo el «con-
dicionamiento de la inversión de capitales extranjeros en el futuro; participación del Estado en los capitales que se exporten;
prohibición de habilitaciones y contratos en moneda extranjera; reglamentación de las instituciones de crédito y compañías
aseguradoras extranjeras». Todos los puntos citados no estaban en el programa del PAP o tenían un enunciado de sentido polí-
tico opuesto, situado en el terreno del estímulo al capital extranjero o en la más incomprensible ambigüedad como el siguiente
punto del programa mínimo: «Dictaremos legislación especial sobre inversiones y rentas del capital extranjero» (OC, t. V, p.
17), que bien puede ser interpretado a favor o en contra.
93
IX. CONCLUSIONES
Cuando las ideologías se convierten en utopía y en fanatismo, cuando se olvidan que cada
realidad es diferente, fracasan322.
HAYA DE LA TORRE, 1978
1. Haya de la Torre surge como líder político e ideológico de las filas del movimiento
estudiantil «neoarielista» de los años veinte pero rápidamente se autonomiza. Después
de visitar la Rusia soviética en 1924, Haya asume posiciones críticas frente al México
posrevolucionario y recoge de la experiencia soviética las líneas maestras para una
propuesta «antiimperialista» radical, intransigente y de alcance continental. El apris-
mo ideológico ve la luz en diciembre de 1926 con el artículo programático ¿Qué es
el APRA? En 1927 constituye sus primeras organizaciones y publicaciones. Esta es la
etapa «grupuscular» y «literaria» del aprismo pero la más rica en ideas y la más carac-
terizada por un esfuerzo doctrinal con deseo de vigencia a muy largo plazo. El APRA
se presenta como un «partido de frente único», inspirado en la orientación leniniana
de «traducir» el marxismo a la realidad de los países «coloniales». Entre 1926 y 1928
el aprismo vive su fase ideológica radical, pero todavía genérica y de énfasis denuncia-
tivo. Con El antiimperialismo y el APRA, y la tesis del «Estado antiimperialista» (símil
«indoamericano» del «capitalismo de Estado» de Lenin para el «tránsito al socialis-
mo»), esta etapa cobra verdadera proyección programática y con el «Plan de México»
de 1928, se cierra un esfuerzo decididamente «antiimperialista revolucionario», ba-
sado en una interpretación audaz a la vez que ortodoxa de la doctrina de Marx y de
Lenin, programa y política apristas que fueron paradójicamente, malinterpretados y
denostados por el siempre fallido «comunismo criollo» suramericano, entonces auspi-
ciado por la Komintern estaliniana.
322 CR, p. 422. Entrevista en el diario Hoy, Santiago de Chile, julio de 1978.
94
3. Hemos detallado los aspectos más importantes de dicha metamorfosis. En pri-
mer lugar, la base doctrinal modifica sus referencias. Ya no dependerá del esque-
ma conceptual marxista. Confrontará y asumirá influencias diversas y hasta cierto
punto contradictorias como el «New Deal» de Roosevelt y el socialismo fabia-
no. En segundo lugar, los conceptos instrumentales fundamentales cambiarán de
sentido político. El «antiimperialismo» originario, expropiatorio y contrario a la
expansión empresarial del capital internacional, devendrá un «antiimperialismo
constructivo y de cooperación», que otorga una participación decisiva al capital
extranjero en el desarrollo industrial; el «Estado antiimperialista» basado en un
«capitalismo de Estado» de estilo sovietista es sustituido por un «Estado técnico
y funcional», neutral y multiparticipatorio, convertido años más tarde en un falso
sinónimo de «Estado antiimperialista» o «Estado aprista»; ese «capitalismo de
Estado» antes reivindicado pasa a convertirse en el prototipo del camino negativo
del desarrollo económico y el antiguo «antiimperialismo» de «lucha de clases» de-
viene una política de pacto social y defensa de la democracia formal. En el curso
de esta evolución, Haya cambia la metodología y las prioridades. El problema del
«imperialismo» ya no es cuestión urgente en América Latina y el «frente único»
de clases «productoras» es reemplazado por una mesocracia. Durante la segunda
guerra mundial criticará con dureza los regímenes fascistas y dejará atrás la «de-
mocracia funcional» de 1931 para asumir con resolución las «cuatro libertades»
de Roosevelt.
95
que alguna vez Haya de la Torre le recriminó atribuirse los fueros de una «nue-
va generación» aprista. Cuenta Roca: «Me corrigió cuando dijo: ¿Qué es eso de
nueva generación? Solamente nueva promoción. Nueva generación será cuando
ustedes creen algo y en ese esfuerzo de creación debemos empeñarnos todos»323.
Brillante observación del viejo líder. Quizás, no sólo el APRA sino el país ente-
ro ha sido pródigo en buenas «promociones», faltándole el aporte de verdaderas
nuevas «generaciones», como aquélla correspondiente a Víctor Raúl Haya de la
Torre y Mariátegui. La tarea del presente es afrontar con actitud creadora –libre
de dogmatismos e ingenuas mitificaciones– la nueva realidad nacional que asoma
ante nuestros ojos.
96
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PERIÓDICOS
103
104
ADVERTENCIA AL LECTOR:
VEINTE AÑOS DESPUÉS
Hugo Vallenas
105
106
Tiene el lector en sus manos la primera edición autónoma del ensayo «Haya de la Torre
en su espacio y en su tiempo», escrito en 1990 por el destacado politólogo y periodista
Pedro Planas Silva (nacido en Lima en 1961 y tempranamente fallecido el año 2001) y
por quien escribe estas líneas, el historiador Hugo Vallenas Málaga.
Además de ofrecer una información minuciosa sobre las ideas y el accionar político de
Haya de la Torre en las distintas etapas de su evolución doctrinal, el ensayo aportó una
nueva metodología de caracterización de los protagonistas políticos y sociales, dando
prioridad al contexto –al «espacio-tiempo» respectivo– con el fin de precisar orígenes,
influencias y la mutua interacción.
El aprismo contextualizado
Describiendo dicha metodología los autores indicaron en el ensayo: «No nos limita-
mos a abstraer entre un enjambre de citas un presunto pensamiento hayista preciso y
definitivo. Damos a las ideas del fundador del aprismo toda su importancia como ideas
directamente relacionadas con una lucha política, pensada y escrita en función de si-
tuaciones y objetivos muy concretos. No es posible definir un pensamiento político,
mucho menos el de Haya de la Torre, con criterios escolásticos».
Podemos leer en este ensayo que «dejando a un lado el comunismo oficial burdamente
dogmático de la era estaliniana [...] el APRA no comparte con el leninismo verdadero
–el del mismo Lenin– varios puntos importantes. [...] Haya defiende la idea de una fu-
sión del marxismo con la peculiaridad regional, impregnándose de sus características
culturales». Esta es una idea fundamental que años después será el fundamento del
relativismo aprista, cuya orientación básica es la siguiente: la particularidad nacional o
regional es la que impone la norma y no un paradigma.
107
De ahí que el aprismo sea definido en este ensayo como una teoría política de
alcances variables, como se indica en el siguiente párrafo: «La norma en la evolu-
ción ideológica del APRA no es la coherencia sino la imperfección. En el principio
no está el Verbo sino la acción, la política. Debemos comprender que el aprismo
no es una secta de anacoretas doctrinales sino un organismo vivo, que lucha por
crecer y abrirse paso tratando de preservar lo que considera su ser esencial y afe-
rrándose fuertemente a la personalidad de su líder, en medio de grandes desafíos,
presiones y riesgos».
108
Esto es lo que comentó sobre el ensayo en Venezuela: «Al examinar el aprismo de
1930, los autores –Pedro Planas y Hugo Vallenas– observaron cómo Haya armó
tempranamente al APRA de una concepción ideológica que, dejando atrás la in-
fluencia estalinista, le permitió anticiparse a la crisis actual del socialismo real, al
cuestionar radicalmente su capitalismo de Estado», reseñó la revista venezolana
Nueva Sociedad en el número 111 de enero-febrero de 1991.
«Si (la fundación del APRA) fue en 1924, 1926 o 1928 es algo que los autores (Pla-
nas y Vallenas en «Haya de la Torre en su espacio y en su tiempo») definen desde
documentos programáticos escritos por Haya, quien tampoco aparece aquí como
el perfecto creador de una verdad absoluta, sino más bien como imperfecto y con-
tradictorio precursor de iniciativas de sorprendente evolución», afirmó la revista
Sí número 189, semana del 30 de setiembre al 6 de octubre de 1990.
«Es destacable el esfuerzo de una nueva generación intelectual que estudia con
rigor crítico el pensamiento de un hombre importante en el desarrollo de las ideas
políticas de nuestro país. Sobre todo si no tienen el corsé partidario y por el con-
trario, se muestran sumamente interesantes y ricos en un tema aparentemente
agotado. Vale el esfuerzo», reseñó el diario La República del domingo 23 de se-
tiembre de 1990.
«El ensayo de Planas y Vallenas bien podría titularse varios Hayas y un solo APRA.
Afirmar que Haya cambió de posición no es, claro está, ninguna novedad. Lo que
logran estos jóvenes autores es ubicar en su contexto cada uno de los cambios
emprendidos por Haya en la doctrina que él creó. Tan meticuloso es este trabajo
que hasta la propia etapa del joven Haya la subdividen en tres períodos», expuso
en un denso artículo editorial Jorge Paredes Pérez en el diario Expreso del 7 de
febrero de 1991.
Nueva edición
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