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No se si la humanidad conocerá nunca el comunismo, aquella visión escatológica de

Marx. Lo que sé en cualquier caso es que el socialismo, la transición forzada de la que


hablaba Marx, es la “mierda” como proclamé en 1978 en Italia y en España ante
auditorios desconcertados por la violencia de mi lenguaje. También allí contaba una
“historia”. El socialismo es un río muy ancho, de travesía muy ancha. Tendremos muy
pronto una inmensa barca en la arena: la de organizaciones políticas y sindicales
donde todo el mundo puede subir. Pero para atravesar los remolinos, es preciso un
“timonel”, el poder del Estado en manos de los revolucionarios, y en la gran nave es
necesario que reine el dominio de clase de los proletarios sobre todos los remeros a
sueldo (existe aún el salario y el interés privado), ¡si no esto se vuelca! El dominio
debe ser del proletariado. Se echa al agua la inmensa nave, y durante todo el recorrido
hay que vigilar a los remeros exigiéndoles una estricta vigilancia, retirarlos de su
puesto si vacilan y reemplazarlos a tiempos, incluso sancionarlos.
Pero si aquel inmenso río de mierda se atraviesa finalmente, entonces en el infinito
está la playa, el sol y el viento de una primavera naciente. Todo el mundo baja, ya no
hay más lucha entre los hombres y los grupos de interés puesto que no hay ya
relaciones mercantiles sino una profusión de flores y frutas que cada uno puede coger
para su deleite. Estallan entonces las “pasiones gozosas” de Spinoza e incluso el
Himno a la alegría de Beethoven.
Mantuve entonces la idea de que los “islotes de comunismo” existen desde hoy, en los
“intersticios” de nuestra sociedad (intersticios, palabra que Marx aplicaba –a imagen
de los dioses de Epicuro- a los primeros núcleos mercantiles en el mundo antiguo),
allá donde no reinan relaciones mercantiles y, por tanto, de relaciones de explotación
de clase y de dominación de Estado. Creo que existen verdaderamente en nuestro
mundo presente muy numerosos círculos de relaciones humanas de las que toda
relación mercantil está ausente. ¿Por qué vía aquellos intersticios de comunismo
pueden ganar el mundo entero? Nada puede preverlo: en cualquier caso no puede ser
a través del ejemplo de la vía soviética. ¿Será por la toma del poder del Estado? Sin
duda, pero este acto introduce el socialismo (de Estado, necesariamente de Estado)
que es “la mierda”. ¿Será entonces por el debilitamiento del Estado? En efecto, pero
en un mundo capitalista-imperialista cada vez más asentado en sus bases y que
convierte la toma del poder del Estado en precaria, si no ilusoria, ¿cómo considerar un
debilitamiento del Estado? No son seguramente la descentralización de Gaston
Defferre ni las consignas estúpidas de nuestros nuevos liberales a lo Reagan o a lo
Chicac las que nos desembarazarán de un Estado indispensable para la dominación
de la hegemonía capitalista-internacionalista burguesa.
Si hay esperanza está en los movimientos de masas, en los cuales (gracias a Helène,
entre otros) siempre he pensado que reside la primacía sobre sus organizaciones
políticas. Ciertamente vemos desarrollarse en el mundo movimientos de masas
desconocidos e impensados por Marx (por ejemplo, en la América Latina, incluso en el
seno de una iglesia tradicionalmente reaccionaria, bajo los auspicios del movimiento
de la teología de la liberación, o en la misma Alemania con los Verdes, o en Holanda,
que se negó a recibir al papa como a él le hubiera gustado).
¿Pero acaso estos movimientos no corren el riesgo de caer bajo la ley de
organizaciones sin las que ciertamente no pueden pasarse pero que no parecen haber
descubierto aún –insertas como están en la tradición y los modelos marxistas-
socialistas existentes- una forma adecuada de coordinación sin dominación
jerárquica? En cuanto a esto, no soy optimista, pero me remito a esta frase de Marx:
de todas maneras, “la historia tiene más imaginación que nosotros mismos”. No, no
me adhiero a la frase de Sorel recogida por Gramsci: el escepticismo de la inteligencia
más el optimismo de la voluntad. No creo en el voluntarismo en la historia. Por el
contrario, creo en la lucidez de la inteligencia y en la primacía de los elementos
populares sobre la inteligencia. A ese precio, puesto que la inteligencia no es la
instancia suprema, puede seguir a los movimientos populares, fundamentalmente y
ante todo para evitarles caer en las aberraciones pasadas y ayudarles a encontrar
formas de organización verdaderamente democráticas y eficaces. Si, a pesar de todo,
podemos concebir alguna esperanza de ayudar a desviar el curso de la historia, sólo
será por eso y nada más que por eso. En cualquier caso, nunca mediante los sueños
escatológicos de una ideología religiosa que está a punto de hacernos estallar a todos.

Louis Althusser, el porvenir es largo, pag. 253-255.

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