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Josefina
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González de
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la Garza
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Artículos periodísticos
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(mayo de 1984- diciembre de 1985)
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La tragedia de Clipperton, la isla de la Pasión
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Josefina González de la Garza
(1925-1999)
Artículos publicados en el periódico ―El Diario‖ de Nuevo Laredo,
Tamaulipas
Cupidos de plaza
Casi todos los habitantes del Nuevo Laredo de los cuarenta sabrán a qué se
refiere el título que antecede a estas líneas. La figura de los cupidos de aquel
entonces en la Plaza Hidalgo distaba mucho de la de los cupidos de las
pinturas antiguas: rubios, regordetes, portando un arco y una flecha. Los de
Nuevo Laredo eran niños mexicanitos de la clase baja, morenos,
platicadores, mal vestidos, algunos hasta descalzos y en lugar del arco y la
flecha traían un ramo de gardenias.
¿Qué muchacha que iba a la serenata de la Plaza Hidalgo los jueves y los
domingos no recibió una o varias gardenias? Las gardenias, que en otros
lugares se usan para adornos mortuorios, en Nuevo Laredo eran emisarios
del amor. Traían prendido un papel de china blanco con algunas palabras
escritas en una vieja máquina: "te quiero", "eres mi amor", "siempre te
amaré".
Franqueza norteña
La proverbial franqueza norteña tiene sus bemoles. No me negarán que la
aprovechamos para decir nuestras verdades, algunas veces antecedida por
aquello de que: "Como yo soy muy franca..." y zácatelas, ahí va el
ramalazo. Sobre todo cuando una vive lejos del terruño, antes de hacer uso
de este privilegio de decir las cosas tal cual, lo anuncia para que su
interlocutor se prepare: "Ya sabes que yo soy de Laredo, así que soy muy
franca por lo que..." como "sobre aviso, no hay engaño", ya la gente sabe lo
que le espera.
Ahora bien, ¿cómo ven nuestra franqueza norteña desde fuera? ¿Qué
piensan de nosotros, "la gente franca y sencilla del norte", como nos dicen?
Creo que, en general, confían en nosotros, dicen: "Los norteños no son
hipócritas, con ellos sí sabe uno a qué atenerse pues dicen lo que piensan.
Son muy derechos y lo que dicen, lo dicen de corazón, no de dientes para
afuera".
Sin embargo, hay gente que se ofende por esta forma directa de expresarse
de los norteños. Una amiga capitalina mía -esto es cosa aparte- una vez que
en un restaurante pedí la carne asada término medio, pero más bien
crudona, me dijo "me había olvidado que tú eres de los bárbaros del norte",
bueno, pues ella, con su fina ironía, me comentó hace poco:
"¡Gente franca y sencilla del norte! Lo que pasa es que son ustedes unos
malvados para decir las cosas. ¿Sabes qué me dijo una sobrina política de
Torreón? Pues me dijo: Oye tía, ¡tenemos que ir a una barata en una
zapatería de Av. Revolución, donde hay unos zapatos que te van a encantar
porque son de ese tipo antiguo, antiguo que a ti te gustan". Ella opina que
una gente del sur no habría dicho cosa tal.
Y yo pienso, pues sí, sí somos distintos pero nos gusta como somos, con
nuestra franqueza y con nuestro modo directo de decir las cosas; así pues,
que nos tomen tal y como somos o nos dejen ya que no tenemos intenciones
de cambiar.
24/IV/84
Cuando yo era chica pensaba que las estrellas eran algo particular de
Nuevo Laredo pues se veían tan cerquita que hasta parecía que las podía
una tocar con la mano. Más tarde, aunque me di cuenta que no eran de
nuestra exclusiva propiedad, las sentía muy mías. Como mamá nomás me
dejaba salir los jueves y los domingos (de ocho a diez de la noche para ir a
la Plaza Hidalgo a la serenata) muchas noches que los demás salían, me
quedaba yo en la casa y me acostaba a ver las estrellas. El cielo estaba tan
lleno de estrellas que no era posible contarlas y a la que una se quedara
mirando en particular, ésa, en respuesta, lanzaba destellos especiales. A
veces caían aerolitos, en cuyo caso una debía pedir un deseo que por lo
general no se cumplía. Parece tonto decirlo pero yo establecía un diálogo
con las estrellas; pensaba y pensaba cosas mientras las veía y me respon-
dían resplandeciendo más. Yo no platicaba de esto a nadie en ese tiempo
porque lo que les decía a las estrellas era y sigue siendo un secreto entre
ellas y yo. Lo que sí decía era que estaba segura que en ningún otro lugar del
mundo podían tener más brillo las estrellas ni podían estar más cerca de la
gente.
En ese tiempo, yo creía que nunca iba a salir de mi Laredito -así le decía yo
al Nuevo Laredo de entonces- pero sí salí y de eso hace muchos años.
Después he estado en muchos lugares y he comprobado que, en realidad, la
impresión que yo tenía sobre las estrellas es cierta. Las estrellas brillan más
en Nuevo Laredo. ¿O será cuestión mía? ¿O tendremos los de Laredo un
pacto secreto con las estrellas y por eso allí son más brillantes? Si no lo
creen, fíjense cuando vayan a otra parte y verán que en Laredo las estrellas
brillan más.
Los bailes allí eran muy lucidos, no porque el local fuera elegante, sino por la
concurrencia. Nuevo Laredo siempre ha tenido fama de tener muchas
muchachas bonitas así que era todo un espectáculo ver tanta muchacha
vestida de gala. En aquel tiempo, para los bailes formales, se usaba el
vestido largo. Los había de tul, de brocado, de tafeta, de encajo, de tela
metálica, etc., por su parte, los muchachos no se quedaban atrás: había
cada muchacho guapo que cuando iban muchachas de fuera nos moríamos
de celos pensando que nos iban a birlar a nuestros galanes, "nuestros",
porque eran "local boys".
¡Cuántos tipos de bailes diferentes nos tocó bailar en el Casino!: entre otros,
el "sing", el danzón, la conga, la bamba y la raspa con la raspa retumbaba
el casino en forma tal que parecía que se iba a venir abajo.
Alcancía de amor
Últimamente ha habido una serie de "consejos" publicitarios, principalmente
radiofónicos, con un objetivo muy claro y definido: mejorar la actitud de los
padres hacia los hijos. Tal vez ustedes han escuchado algunos como: "Platica
con tus hijos", "dedica tu tiempo libre a jugar con tus niños‖, "haz un
esfuerzo por comprender a tus hijos", ―tus hijos son lo más importante" y otros
más. Todos ellos de "TÚ", pues ahora, en la capital, les ha dado por tutear a
los destinatarios de algunos anuncios en un intento de acercamiento y eso no
a todos les cae bien. Piensan que con tutear a la gente van a ganarse la
confianza y la credibilidad de quienes los leen o los escuchan. Como esos
anuncios de: "Gana ciento veinte mil pesos mensuales en tus tardes libres,
acude a…" Luego resulta que se trata de venta de libros a comisión, que la
cifra prometida es pura engañifa y que el hablar de tú es solo para dorar la
píldora…
Con esto no quiero decir -que quede claro- que los integrantes de la clase
media pretendamos que nuestros hijos sean una inversión para nuestro sostén
económico en la vejez. Rudyard Kipling lo explicó en unos versos a su hijo:
―Nunca en mis afanes por verte contento he trazado signos de tanto por
ciento‖. Más adelante, el poeta dice lo que de acuerdo con las leyes de la
vida sucederá: ―Un agente mío llegará a cobrarte, será un hijo tuyo, sangre
de tu sangre, y a él, hijo mío, deberás pagarle‖.
Estoy de acuerdo con Kipling en que no hacemos cuentas de tanto por ciento
al educar a nuestros hijos, pero no me negarán que consciente o
inconscientemente, sí sentimos que son una inversión de cariño, algo así
como una alcancía de apoyo y de amor.
Entonces, hay que cuidar nuestra alcancía; que nadie demerite nuestro papel
de padres, que no se menosprecie el esfuerzo, que en cumplimiento de
nuestra obligación, realizamos día con día.
Que no nos destruyan el cochinito que debe contener monedas de amor para
los padres
16/V/84
El día que cumplí diez años amaneció como cualquier otro día frío de fines
de noviembre en Nuevo Laredo, pero no era un día como cualquier otro: era
un día muy particular porque en esa ocasión el número de mis años iba a
constar, por primera vez, de dos cifras. Al abrir los ojos, me pareció un
enorme caramelo el vestido a rayas que mi madrina había terminado el día
anterior y había colgado cerca de mi cama. Encontré, también, un regalo,
recuerdo con agrado el crujir del papel de china al romper la envoltura para
ver el contenido que ya olvidé.
JOSEFINA
10
Así que, los chicles los mascamos y algunos los pegamos indebidamente
debajo de la mesa del comedor; los envoltorios multicolores que le daban a
mi nombre un aspecto festivo y alegre, los tiramos y el cartón, cuando al fin
quedó desposeído de todos los chicles, fue a dar a la basura, pero el
presente, en esencia, quedó presente para siempre en mi memoria.
JOSEFINA
10
24/V/84
Los “traga-fuego”
El subempleo impera no sólo en la capital, sino también en algunas
provincias. En la Ciudad de México hay infinidad de hombres y mujeres en la
calle que, durante los altos de los semáforos ofrecen en las esquinas las
chácharas más variadas que pueden ser accesorios para coche: espejitos,
tapetes; juguetes para niños: pizarrones, caleidoscopios; juguetes para
grandes: monitos para colgar en el coche, ranitas que brincan; material
informativo: periódicos, revistas; guías para desplazarse por la ciudad:
mapas, guías Roji; chicles; cosas de comer como paletas, morelianas,
muéganos y hasta aguacates. Ya llegando al reino vegetal, no hay que
olvidar la diversidad de plantas que venden, con o sin maceta y ramos de
flores que van desde la exóticas orquídeas a las incomparables rosas y hasta
las modestas margaritas. Luego, llegamos al reino animal: en la calle le
ofrecen primorosos cachorritos, albos conejos y hasta pollitos recién salidos
del cascarón; bueno, ya nada más falta que vendan bebés de verdad, de
esos que traen las peyorativamente llamadas "Marías" en el rebozo.
Así que, los conductores ven de reojo a los tragafuego que tienen una
mirada de reto; por un momento se quedan pensando en lo terrible de esta
situación; luego siguen su camino y al llegar a la comodidad de su hogar ya
no les resta un solo pensamiento para los tragafuego porque ¿verdad que
uno solo no puede arreglar el mundo?
Hace como dos años vi una entrevista en televisión con un doctor que
advirtió sobre la alta peligrosidad de esta práctica de tragar fuego y dijo
que necesariamente daña al organismo en forma irreversible. Luego se
publicó en la prensa que el gobierno había prohibido tal exhibición
tercermundista y que no se permitiría nunca más.
Allí quedó la cosa. Los tragafuego siguen ardiendo, los conductores siguen
viéndolos de reojo y el sistema aparentemente se olvidó de ellos en aras de
otros asuntos más importantes.
Palabras y cosas
En cada región del país hay diferentes particularidades de habla, no
solo en cuanto a entonación sino con respecto a expresiones y a
vocabulario. Esto causa problemas o simplemente hilaridad por las
confusiones que genera. Hace tiempo una sobrinita mía, norteña ella,
fue a comprar algo en un "estanquillo" en México (tendajo en Laredo) y
como no le entregaban el dinero que le sobraba, preguntó: "Oiga,
señor, ¿y la feria? A lo que el hombre le contestó, muy serio: "No,
niña, la feria en este barrio es hasta el día de San Juan".
Un famoso lingüista suizo dice que la unión formada por un signifi cado
y el nombre que le damos es como una moneda: una cara repre senta
la imagen o la idea que tenemos de una cosa y la otra cara, la palabra
que usamos para nombrarla. Palabra y cosa son elementos diferentes
entre sí, pero el hombre, al dar un nombre a una cosa, establece una
relación entre ellos. Lo que sucede es que esta legislación se nos
escapa cuando nos cambian una cara de la moneda.
Una vez que dije que iba a hacerle la bastilla a un vestido me dijeron:
"Para nosotros, la bastilla está en Francia. Aquí eso se llama
dobladillo". No entendían la palabra matitas por plantas, ni tampoco,
género, por tela, ni calcetín por lo que allí llamaban tobilleras. Ustedes
deben recordar muchas otras palabras más que se siguen usando en
forma diferente a pesar de que ahora, con la televisión se ha unificado
más el vocabulario en el país.
Por eso, no me sorprendí un día, no hace mucho, que uno de mis hijos -ellos
nunca han vivido en Laredo— llegó a la casa y me dijo: "Qué bonitas están
tus matitas, mamá". Yo sonreí ante el uso norteño de "matitas" y me quedé
pensando que no sólo son las expresiones lo que se transmite sino las formas
de ser y que los hijos de norteña, algo de norteño habrán de tener.
8/VI/84
Un destello de desilusión brilló en sus ojos pero sin perder del todo la
sonrisa dijo: "Mañana vengo".
La avenida Ocampo tenía ese día una apariencia inusitada: por lo general
tranquila y transitada más o menos por gente conocida, ese día nuestra
cuadra estaba completamente llena de hombres. Parecía como si hubieran
sembrado semillas de hombres en Ocampo y hubieran brotado rápidamente
pues se veían así, plantados, salidos de la tierra. De tantos que eran, a
primera vista daban la impresión de una masa compacta pero en realidad
eran como un sembradío, con surcos bien trazados. Sucedía que en la
esquina de la casa estaba la C.T.M. y habían llevado a estos hombres a
alguna manifestación o la verdad no sé a qué. El caso es que después de
horas plantadas allí, languidecían, se secaban por momentos... el sol
implacable reverberaba sobre sus cabezas y sobre la mía.
La obra del metro frente a la casa duró dos años y medio; constituyó, como
me temía, una serie de molestias y problemas: estacionar los coches a cinco
cuadras de la casa, caminar entre piedras, arena, escombro y lodo, pasar la
calle por un puente endeble sobre un hoyo de 24 metros de profundidad,
tener la casa salpicada de lodo, estar sometidos a los ruidos ensordecedores
de las gigantescas máquinas, de día y de noche y muchas otras molestias
más. Había detalles chuscos, también, como por ejemplo que los
trabajadores, no solo les chiflaban a mis hijas cuando llegaban, sino todos
en coro, a mi esposo cuando salía a correr en "shorts" a los Viveros. En
tiempos de lluvia, como el lodo estaba muy resbaloso, yo salía con unas
botas viejas y los zapatos en la mano; había un muchacho jarocho, jefe de
una cuadrilla, que en cuanto me divisaba comenzar a patinar, me gritaba:
"Espéreme, señito, ahí voy por usted".
Hubo sucesos trágicos también: cerca de la casa hubo dos accidentes en los
cuales murieron varios trabajadores. Por lo general, eran gente del campo
que había venido por primera vez a la gran ciudad: muchos de ellos
pernoctaban en unos cuartos preconstruídos instalados en terrenos de los
Viveros. Los domingos lavaban su modestísima ropa y la tendían en los
árboles. Hablaban su idioma entre ellos y reían muy orgullosos de tener
trabajo y de tomar "Pepsi-Cola‖ en lata.
Así que, no resulta inexplicable que, después de dos años y medio durante
los cuales estuve viendo de enreja la construcción del metro, se me hiciera un
nudo en la garganta al descender las escaleras de la estación Viveros y
pensar en todos aquellos que trabajaron, rieron y murieron en la construcción
de la línea tres del metro que, para fortuna de muchos, llega ahora hasta
nuestra amada Universidad.
6/VII/84
Pero jamás volvió. Y por eso se quedó grabado en mi mente como un retrato
antiguo, de esos que causa dolor ver: el marchante de blanco, no muy
blanco, ofreciendo zámano frente a mi ventana, un retrato que sólo existe en
mi imaginación pues ¿quién ha visto que se retraten los marchantes?
13/VII/84
Mi Perrito es Plateado
Desde hace milenios de años, el perro ha buscado la compañía del hombre.
Tal vez esto se inició debido a que este noble animal no contaba con
elementos suficientes para defenderse de algunos animales salvajes y pensó
que el Rey de la Creación lo ampararía o, tal vez él, en su nobleza, quiso
proteger al hombre. El caso es que ha sido su compañero fiel durante tanto
tiempo que se ha ganado el ser considerado "el mejor amigo del hombre‖.
La compañía entre estos dos seres del reino animal se observa en todos los
niveles: desde los perros de casa rica entrenados especialmente para
defender a sus amos hasta los pobrecitos perros desnutridos que recorren la
ciudad cojeando penosamente, por haber sido atropellados alguna vez,
siguiendo a sus paupérrimos amos en su trabajoso peregrinar. En fin, lo que
puede decirse de los perros es que siempre conocen y cumplen con su
obligación, que es más de lo que puede decirse de muchos seres humanos.
Todo esto viene a colación para contarles de mi perrito que es un primor. Para
empezar, es de color plateado, con ojos del color de la miel cuando está
oscura y unas pestañas tan grandes que ni las más exageradas pestañas
postizas se atreverían a tener tamaño tal. Es muy juguetón, ¡le encanta correr
por el pasto! De pronto, se para: "sniff, sniff" -a oler las flores- ¡eso le gusta!
Cuando siente el perfume de las flores, se estremece todo, en una imagen
perfecta de vida y al mismo tiempo como una prueba de la existencia de Dios,
pues a él también lo hizo Dios.
"En Japón, nombre perrito, no problema: así color perrito, así nombre.
Ejemplo: perrito blanco, Blanquito; perrito negro, Negrito". Ante inferencia
tan práctica, yo me quedé pensando que con razón les queda mucho tiempo
libre a los japoneses para estar ideando calculadoras y otras cositas más. El
caso es que de acuerdo a la teoría nipona, le deberíamos de haber puesto
"Plata" o "Plateado" o algo así. Pero no, le pusimos Melville, como el autor
de Moby Dick.
Bueno, pues Melville es muy obligado: no se duerme hasta que todos los
miembros de la casa llegan en la noche lo que no deja de ser un problema los
viernes y los sábados que mis hijos regresan más tarde. Cuando yo llego en
mi coche, sale a la banqueta y les ladra a los que pasan para que sepan que
él me cuida. En la noche duerme a mis pies con la cabeza reclinada en una
almohada de bebito.
Melville ha tenido muchas peripecias; una vez quise pescar a una rata y
esta le mordió una pata y no lo soltaba; otra vez, saltando en el pasto, se
lastimó un ojito con una rama; otra ocasión, muy temerario, se brincó del
carro en plena Av. Miguel Ángel de Quevedo; todos los carros se
detuvieron y recogimos a Melville sano y salvo.
Melville es muy fiel y muy alegre; lo que pasa es que es un tontuelo que no
sabe que los carros matan. Ya uno lo mató y ahora está acostadito, con su
cabeza reclinada, en su almohada de bebé, pero no en mi cama, sino en un
hoyo, bajo un pastito donde le gustaba correr. Ya no me cuida.
19/IX/84
La juventud se va
La juventud se va y se va de prisa como el viento... así comenzaba
una canción de los años cuarenta y en aquel tiempo la idea me
parecía una falacia. Solo al paso de los años, al recordar la brevedad
de esta etapa, nos damos cuenta de la fugacidad de la juventud, ese
"tesoro divino" que no siempre es apreciado por sus poseedores. Más
tarde, hay quienes darían todo lo que tienen por ser jóvenes y lozanos
de nuevo. "¡Cómo quisiera encontrarme parado en una esquina, sin
nada, con lo puesto nada más, pero joven!" me confió en una ocasión
una persona entrada en años y poseedora de una considerable
fortuna. No sé qué tan sincero haya sido su deseo pero es una
realidad que mucha gente suspira por la juventud perdida.
Diversiones de antes
Una cosa que les llama la atención a mis alumnos extranjeros es la
capacidad del mexicano para divertirse. En cada esfera social se las
ingenian para tener actividades que les proporcionen esparcimiento. Las
diversiones varían también, según la época, de acuerdo a lo que esté de
moda. No sé qué tanto hayan variado las costumbres en este aspecto en
Nuevo Laredo pero las diversiones de antes (hace treinta o cuarenta años)
eran sencillas y al mismo tiempo encantadoras.
Los días de campo a Sabinas eran una diversión favorita para buena parte
de la población de Nuevo Laredo. Nos levantábamos de madrugada para
aprovechar el día y nos íbamos en grupos de familiares, amigos y vecinos.
Unos se iban en carro pero también había gente que se iba en "troca" lo que
resultaba muy divertido; la gente cantaba por el camino y al llegar al Ojo de
Agua, hasta aguacates se podían cortar desde la ―troca‖.
Hasta las telenovelas, tan criticadas, tienen su punto bueno. En los Estados
Unidos se refieren a ellas como "soap operas" (óperas de jabón) por los
dramones que escenifican y por los anuncios de detergentes que las
acompañaban casi exclusivamente cuando aparecieron en la televisión.
Ahora ya se ha superado esa etapa y anuncian diversas toallas femeninas,
uno que otro desodorante y toda suerte de artículos para animar a las amas
de casa a trabajar con más ahínco.
Hay quienes se mofan de las personas que ven telenovelas por el contenido
que generalmente tienen (o que no tienen) pero lo importante es que cada
persona esté contenta con sus actividades —ella— no lo que opinen las
demás. La buena literatura o la buena música no pueden recetarse como la
única forma aceptable de diversión ya que a muchas personas no les
divierten.
Este afán per adherir a los niños a la televisión ha dado como fruto el horror
de programas con niños "vedettes". Da pena, en algunos casos, ver a las
criaturas contorsionándose con grotescos movimientos eróticos aprendidos
para atraer al público. El resultado es: los niños artistas explotados, extraídos
de su medio ambiente normal y sintiéndose, además, lo máximo, los felices
padres de los artistas acumulando ganancias, los niños televidentes
embobados y contorsionándose en la misma forma desagradable y los
televidentes adultos, cambiando canales furiosamente, en su afán por
escapar de estos "enanos". En fin, creo que la televisión está ya demasiado
saturada de este tipo de espectáculos y conste que esto no incluye los
programas infantiles realizados con profesionalismo.
¿No creen?
14/X/84
Desde luego, hay otros vicios más feos porque perjudican a t erceros,
como el de fumar o el de dar golpecitos al interlocutor al platicar para
darle más énfasis a la conversación. Recuerdo a una conocida en
Orizaba que tenía esa costumbrita y cuando se quedaba junto a mí me
dejaba el brazo adolorido; qué bueno que no me daba los golpecitos
en la espalda pues me hubiera dejado tuberculosa.
“Mamá decía…”
―El fruto del espíritu es amor, gozo, paz...." Ga. 5:22.
Mamá convirtió su vida en una cátedra del "buen vivir". Supo dis frutar
de las pequeñas cosas y alzarse ante las grandes penas. Se enfrentaba
con alegría a este reto cotidiano que es el vivir y daba gracias a Dios
cada mañana por el regalo grandioso de un nuevo día: "Todas las
mañanas, al despertar, pienso qué maravilla es vivir un día más".
Una cosa que aconsejaba mamá era realizar las cosas buenas y
agradables y empequeñecer las malas y molestas, tanto en las
personas como en los sucesos. Cuando conocía a una per sona, le
buscaba alguna cualidad hasta encontrarla: "¡Qué bonitos ojos tiene
ésta muchacha! ¿Verdad hija?" o "¡Qué hermoso pelo!" o "¡Qué buen
cutis!" Yo no siempre veía los ojos tan bonitos o el pelo tal hermoso
como lo veía ella. Lo más admirable de esta faceta del carácter de
mamá era su afán por encontrarles aspectos positivos a las personas.
Sobre los sucesos, cuando se trataba de algo molesto, decía que había
que hacer todo lo posible por hacerlo a un lado, olvidarlo, y cuando
era algo doloroso decía que había que tratar de sobreponerse: "No es
bueno rumiar las penas, no se gana nada, lo único que saca la gente
es mortificarse más".
Mamá fue una admiradora de las bellezas naturales. Salir con ella
era tomar consciencia de las bellezas inesperadas que se pueden
encontrar casi en cualquier lugar: "Mira, hija, qué precioso se ve ese
árbol, lleno de follaje", o "fíjate en éstas florecitas silvestres, no por
humildes dejan de ser hermosas". Disfrutaba, enormemente de los
viajes, reteniendo en la memoria las imágenes de los lugares que
conocía. Le molestaba que algunas personas, cuando ella regresaba,
se interesaran, más por saber qué había comido durante el recorrido.
"¿Por qué le dan tanta importancia a la comida? Lo interesante es
conocer nuevos lugares". Su opinión con respecto a la comida es muy
explicable pues, era muy parca para comer. Jamás mostró, ante un
platillo, el entusiasmo desbordante que demostraba, por ejemplo,
ante una flor.
¡Qué cosas!
"Cosas que suceden, que suelan pasar, cosas que ni el alma se puede
explicar…"
En fin, la cosa es que las cosas, aún siendo inanimadas, tienen un lugar
preponderante en nuestras vidas. ¡Qué cosa! ¿Verdad?
19/II/84
Pensando eso, observé a las mujeres pero no parecían sentirse dueñas ni del
País ni de nada, sino que daban la impresión de querer disculparse por estar
ocupando un lugar en el andén y por atraer las miradas de tanto "meshica".
LLegó raudo el Metro y perdí a las mujeres con sus multicolores atuendos.
Subí presurosa a un carro que iba lleno y me así al tubo con ambas manos.
Junto a mí estaba parada una joven con el pelo chino alborotado y unos
pantalones a rayas muy ajustados. Con un equilibrio maravilloso, utilizó
ambos manos para proceder a maquillarse, yo temía que en un frenón
cayera sobre mí pero en la siguiente estación se desocuparon unos asientos y
ambas nos sentamos.
Mientras yo, con mis ojos de viajera del Metro poco experta, me dediqué a
observar a la gente, la niña siguió maquillándose. Subió una muchachita que
vendía agujas americanas de "falluca" a cien pesos el paquetito. No sé
cómo le hacen para vender la "falluca" tan barata. Después de ella, pasó un
hombre: "Perdonen la molestia, señores pasajeros, soy de la huelga de
Refrescos Pascual, bla, bla, bla". La verdad es que la gente ya está cansada
de que "boteen" los de los Refrescos Pascual y pocas personas le dieron
dinero.
Luego subió un hombre que vendía un folletito con chistes picantes que estuve
a punto de comprar pero me contuve pensando en ―qué dirán‖ los del Metro
si lo compro.
Así comenzó el primer día de pánico, muerte y dolor para los capitalinos.
Aún los que no lamentamos desgracias familiares, tenemos el dolor del
sufrimiento ajeno, de aquellos que han perdido a sus seres queridos. Esta
tragedia, principalmente, ha enlutado a la sufrida clase media, a la clase
que lucha por tener un nivel de vida decoroso, que labora incansablemente
y, por lo general, con el fruto del trabajo de toda su vida, logra tener la
seguridad de un apartamento o casa propia. Y ahora, muchas de estas
personas, además de la dolorosa pérdida de sus familiares, han sufrido la de
sus hogares y sus pertenencias.
Dentro de dos horas va a cumplirse una semana del primer temblor; todavía
hay algunos sobrevivientes bajo los escombros. Los socorristas, los bomberos
y los voluntarios han demostrado un valor y una entrega a toda prueba. La
gente ha tendido su mano amiga a los que sufren tratando de aliviar un poco
su dolor. Sin embargo, esto no fue suficiente. Hizo falta coordinación y
organización de parte de las autoridades para las labores de rescate. La
ayuda al extranjero se pidió muy tarde. "The Mexicans are very proud
people", dijeron en cablevisión desde Estados Unidos pero la magnitud de la
tragedia no era para asuntos de orgullo sino de acción rápida y efectiva,
viniera de donde viniera. El gobierno debió haber actuado como un padre
de familia. Si un hijo suyo está en peligro, pide ayuda inmediata a quien sea
para salvarlo. ¿No es así? ¿Por qué en este caso hubo lentitud que resultó en
pérdidas de vidas? ¿Por qué, si había miles de voluntarios haciendo cola
para ayudar, hubo edificios pequeños en donde no se realizaron labores de
salvamento?
En esta gigantesca ciudad de las colas, colas para comprar las tortillas, colas
en los bancos, colas para los espectáculos, para recoger los carros de los
estacionamientos y ahora, en la tragedia, colas de voluntarios dispuestos a
arañar los escombros con las manos, en busca de sus hermanos caídos y por
otro lado la silenciosa cola de los deudos afuera de las improvisadas
morgues para identificar a sus seres queridos y poder darles cristiana
sepultura. El veinte por ciento de los muertos no fueron identificados y fueron
a dar a la fosa común; todos tenían familiares, pero si familias enteras fueron
arrasadas, ¿cómo pueden los muertos reclamar a los muertos?
Los que sí podemos reclamar somos los vivos. Podemos reclamar los
derechos que como ciudadanos nos deben asistir. Toda la gente habla
indignada de algo que fue decisivo en la tragedia: la criminal falta de
cumplimiento de los requisitos mínimos de seguridad en la construcción de
muchos de los edificios derrumbados. ¡Castigo a los responsables!
Eje Central después del terremoto
Una historia
Los primeros días que siguieron a la tragedia que nos enluta
fueron un rosario de historias entrelazadas por las voces, por las
conversaciones sostenidas con familiares y amigos. Cada
persona tenía al menos un amigo, algún conocido o algún
pariente, alguien que milagrosamente se había salvado o que
había sido víctima del terremoto. Cada per sona narraba una
historia.
Mayor la desconfianza
El decreto expropiatorio dictado por el Presidente de la República, Lic.
Miguel de la Madrid Hurtado, el día 11 de octubre que afecta siete mil
predios en diversas colonias de la Ciudad de México ha venido a acrecentar
en gran medida la desconfianza en el gobierno que ya privaba en la
ciudadanía. Mucha gente se pregunta quién va a ser, de ahora en adelante,
el insensato que invierta un sólo peso en construir casas o departamentos
para alquilar y quiénes, de los que ya lo tienen, van a gastar en reparar los
inmuebles teniendo sobre sus cabezas la amenaza de una expropiación.
"Desinformación": engaño
En su poema "Elogio de la lengua castellana‖ Juana de Ibarbourou
habla de nuestra lengua, a la que llama "habla de p l a t a y c r i s t a l ‖ ,
como la lengua de los cantares, del romancero, la lengua en la que el
p u e b l o c a n t a a l amor, la f e , el hastío, el desengaño; la lengua
en la q u e rezamos, la lengua de l o s osados g r i t o s de guerra, la
que acompaña mejor, l a s quejas de la guitarra…
Por ejemplo, las cifras de muertos y desaparecidos que se nos han dado
como resultado del terremoto que nos asoló el mes pasado son ridículas. Esto
provoca que se rumoren cantidades muy altas de víctimas, más elevadas tal
vez que el número real. La cuestión es que se nos oculta la cifra verdadera.
Tal vez el día de los muertos lo sepamos. Dicen que el día dos de noviembre
el Zócalo se va a iluminar con multitud de tenues luces -una veladora por
cada muerto por los temblores del 19 y 20 de septiembre-. Si en todos los
casos quedaron vivos para llevar una veladora por sus muertos, ¿cuántas
llamas diminutas se podrían contar representando las almas de los que se
fueron?
Sin embargo, hay algunos funcionarios que piensan que los mexicanos -tal
vez por el promedio tan bajo de escolaridad que tenemos- no manejamos la
aritmética más simple. El día 19 de septiembre en la noche en una aparición
en la televisión (esperábamos la presencia del Presidente que nos había sido
anunciada para esa noche, pero nada) el regente de la Ciudad, Ramón
Aguirre Velázquez, dijo que se habían "colapsado" 250 edificios y estaban
atrapadas mil personas. ¿Cuatro personas por edificio? ¡Inadmisible!
Se pasa por alto que los ciudadanos mexicanos tenemos derechos y uno de
ellos es el de obtener información fidedigna en todo lo que nos concierne.
También se olvida que la función primordial del Estado es servir al pueblo. La
"desinformación" de que somos objeto ni siquiera logra engañarnos -no
somos tan ingenuos- lo que se logra es aumentar nuestra desconfianza y
nuestra inseguridad. Esto no debe seguir así. Queremos ser informados con
la verdad. Queremos que nuestra bella lengua castellana -"la altanera, la
bizarra"- sea, en boca de quienes deben ser nuestros servidores, vehículo de
la verdad y no portadora de viles engaños.
La tragedia de Clipperton, la isla de
la Pasión
Cuando llegamos mi esposo y yo recién casados a Orizaba en 1948, antes
de alquilar una casa, vivimos, como huéspedes, con una familia de apellido
Arnaud. Su casa estaba en el centro de la ciudad, en la calle Poniente 3 no.
4. Era una típica casa orizabeña de ese tiempo con sus rojos tejados e
inclinados aleros para protegerse de la lluvia; tenía el patio en medio con
una fuente de azulejos al centro y las piezas alrededor de tal manera que
todas daban al patio y a la encantadora fuente. La familia Arnaud estaba
formada por Don Ramón, el jefe de la casa, su esposa, su hija Teresita, una
dulce muchacha de 14 años que tocaba el piano, y Ramoncito, un bebé de
seis meses. Aparte de nosotros, sólo había un huésped más, así que
convivíamos como una familia. Tomábamos los alimentos juntos y
platicábamos mucho.
Resulta que, en el año de 1900 el gobierno del General Porfirio Díaz destacó
a once soldados a la isla de Clipperton. El objetivo era no sólo cuestionar la
isla sino demostrar de esta forma que México ejercía soberanía sobre ella.
Como jefe del destacamento se escogió al valeroso teniente orizabeño,
Ramón Arnaud Vignon, padre de Don Ramón, a quien se extendió el
nombramiento de Gobernador de Clipperton.
Dejé de ver a la familia Arnaud durante muchos años pero para siempre
quedó ligada en mi recuerdo la isla de Clipperton, la de la inquietante
historia, con Don Ramón. Un día, hace como dos meses, al llegar a mi
Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM me llamó la atención la palabra
Clipperton en un anuncio en la puerta de entrada. Se trataba de la
presentación de un libro titulado La tragedia de Clipperton, la isla de la
Pasión por su autora Ma. Teresa Arnaud. Tan pronto como terminé mi clase
me dirigí al Aula Magna de la Facultad donde tuve oportunidad de abrazar
a Teresita y enterarme de que Don Ramón y su esposa viven en Puebla y se
encuentran bien.
Ese mismo año de 1914, después de abandono sufrido por el valeroso grupo,
llegó a la isla un barco norteamericano, el ―Cleveland‖. El comandante de
ese barco le ofreció al Capitán Arnaud llevarlos a Acapulco; él se negó
diciendo que ―la patria había depositado en él el sagrado deber de velar
por la integridad de su territorio‖ y que mantendría nuestro pabellón sobre la
isla mientras tuviera vida. Después de esto, el Capitán Arnaud llamó a la
pequeña colonia incluyendo a su esposa, a los soldados y a sus mujeres, les
explicó la situación y les pidió que el que deseara irse diera un paso al
frente. Ninguno se movió.
Sobre los niños, el comandante observa que visten una áspera funda de lona
y que ―les hemos obsequiado cajas de dulces, pero no tienen la menor idea
de qué hacer con ellos. Me he divertido mucho viendo cómo el pequeño
logró abrir una caja de malvaviscos, se acercó a la orilla del barco y los tiró
uno por uno al mar‖.
Como epílogo, cabe agregar que en 1980 Don Ramón regresó a la isla que
lo vio nacer después de más de sesenta años de haber salido de allí. Lo invitó
la Sociedad Francesa Cousteau y lo acompañó el propio comandante
Jacques-Yves Cousteau. Al llegar a la isla de los pájaros marinos, el corazón
estuvo a punto de salírsele del pecho a Don Ramón al ver que ―casi el mismo
sitio en que mi padre la izara hace años, ondeaba ahora la bandera
mexicana. ¿Cómo era posible?‖. ―En su honor‖, le explicó el comandante
Cousteau, ―sabemos que así se sentirá verdaderamente en su tierra‖.
Don Ramón termina su relato con estas palabras: ―¡México, querida patria
mía, cuántas atrocidades se han cometido en tu nombre!‖
Sobrevivientes de la isla de Clipperton, 1917