Desde la época de Hipócrates, existen referencias que sugieren que desde entonces, eran re-
conocidos los trastornos asociados al que hoy conocemos como síndrome de choque.
Esta entidad que ocupa gran parte del interés de la medicina crítica y sobre la cual existe
hoy una gran cantidad de información, sigue siendo, sin embargo, quizás tan etérea en su de-
finición, como aparece en las citas que encabezan este artículo. Los autores, por ejemplo, in-
cluyen con frecuencia la palabra “severo” como parte de su definición, pero nunca nos res-
ponden la pregunta que Edgar Jiménez hace en su capítulo sobre “shock” del libro de Civetta:
“Cuan severo es severo?” (1).
Por otro lado, las múltiples definiciones existentes sobre este síndrome, bien sea basadas en
sus efectos sobre la presión arterial o sobre la perfusión de los órganos, son difíciles de trasla-
dar a conceptos prácticos útiles en el manejo de los pacientes.
Si definimos, por ejemplo el choque como “un síndrome clínico agudo iniciado por una per-
fusión inefectiva que resulta en una disfunción severa de órganos vitales”, encontramos que
esta definición parece muy alejada del contexto clínico de un paciente moribundo.
Si además, nos adentramos en las discusiones semánticas en las que se intenta cambiar el tér-
mino de “perfusión inefectiva” por el de “ineficiente perfusión”, continuaremos divagando
por tópicos teóricos, cada vez más alejados del paciente.
Pareciera oportuno en este momento alejarnos de las definiciones para hacer algunas conside-
raciones fisiológicas que nos permitan desembocar en una mejor comprensión del síndrome
de choque.
En términos prácticos, la primera ley de la termodinámica implica que los organismos vivien-
tes pierden constantemente su energía al medio. Es decir, que tienden a perder su orden inter-
no, necesariamente mantenido por un monto determinado de energía (2).
Podríamos expresar esto diciendo que el ser humano, para poder mantener su ordenamiento,
es decir la vida, necesita reponer la energía perdida en virtud de la inexorable primera ley de
la termodinámica.
1
partir del medio, de la energía perdida.
La energía que ingresa al organismo, viene contenida en los enlaces químicos de los diferentes
nutrientes que ingerimos. Una particularidad del organismo es su incapacidad para utilizar la
energía almacenada en esos enlaces químicos de los alimentos. El organismo solo es capaz de
utilizar la energía contenida en los enlaces químicos del compuesto denominado adenosina tri-
fosfato (ATP) y por tanto, para que el organismo pueda aprovechar la energía contenida en los
alimentos para sus propósitos de supervivencia, el
“aparato biológico” TIENE QUE TRANSFORMAR
los enlaces de los nutrientes en enlaces de ATP.
La transformación de la Energía
La construcción de ATP:
Se escapa al alcance de este artículo, una discusión detallada sobre el tema. Sin embargo, con-
sideramos necesario el análisis de los conceptos centrales que nos apoyarán en la comprensión
del síndrome de choque.
2
Una vez ingresadas a la célula, estas pequeñas mo-
léculas de Carbohidratos,Lípidos y Proteínas, son H2 H+
sometidas a un procesamiento bioquímico que se A
e-
conoce como el ciclo de Krebbs. El resultado de
este proceso es la producción de hidrógeno, que a T P
su vez, es transportado hacia la cadena respiratoria,
al interior de la mitocondria. Ca 3 e -
e-
Una vez dentro de la cadena respiratoria, se realiza
O2 H 2O
un proceso muy interesante. El hidrógeno pierde
un electrón, es decir se “protona” y es lanzado fue-
ra de la mitocondria, creándose una diferencia iónica entre el exterior e interior de la mitocon-
dria, lo que origina una corriente eléctrica. El electrón “sobrante” es transportado a través de la
cadena respiratoria, que está constituida por una serie de “sustancias transportadoras de electro-
nes”, que “lo van bajando” hasta llegar al último miembro de la cadena, la Citocromo a3 o Cito-
cromo Oxidasa. A nivel de la citocromo oxidasa confluyen tres elementos: el electrón “que ve-
nía bajando”, el Hidrógeno protonado y el Oxígeno transportado por el torrente circulatorio. De
la “unión” de estos tres elementos, resulta agua (H2O) (3).
La corriente eléctrica producida por “el lanzamiento” del hidrógeno y el transporte del electro-
nes por la cadena, crean las condiciones necesarias para ensamblar ATP a partir de ADP y Pi
(3).
Debe señalarse que, para que el proceso se realice con éxito, los electrones deben fluir constan-
temente y “ser descargados” continuamente al aceptor final, el Oxígeno. Si esto no ocurre, es
decir, si no existe el Oxígeno, la cadena “se atranca”, los transportadores quedan reducidos y no
pueden aceptar nuevos electrones y en consecuencia no se produce ATP.
En suma, la producción de ATP es el resultado final del procesamiento de los nutrientes. Re-
quiere, en primer lugar, de un “preprocesamiento” en el tubo digestivo y en el ciclo de Krebbs
que origina hidrógeno, de cuyo tratamiento,
en la cadena respiratoria, resulta el ATP, a
condición de que se disponga de suficiente H +H + A
oxígeno para aceptar los electrones.
C T
El consumo de Oxígeno (VO2).
R P
Si retomamos la producción de ATP, podre-
mos observar que, para completar el trans- O2 H 2O
porte de los electrones, la cadena respiratoria
se los entrega al Oxígeno, el cuál, en conjun-
to con el H+ produce agua. Nótese que, en
este proceso, el Oxígeno molecular “desaparece” para “transformarse” en H2O, es decir que “se
consume el oxígeno”. Nótese además que cuando “se consume el Oxígeno”, se produce ATP,
3
puesto que este consumo de oxígeno es el paso final del proceso de transporte que origina el
ATP.
Cuando hablamos de consumo de oxígeno, nos referimos al oxígeno utilizado por el organismo
en sus funciones metabólicas. La mayoría del oxígeno utilizado por el organismo (85%-90%),
se consume en el proceso de generación de ATP en la cadena respiratoria y el 10% a 15% es
utilizado en otras reacciones no relacionadas con la producción de ATP.
Si por alguna razón (ejercicio, fiebre, etc.) se aumentan los requerimientos energéticos del or-
ganismo, se “activan” las reacciones productoras de ATP, tal como lo demostró Atkinson hace
ya más de 2 décadas (4,5). En estos casos, se aumenta el VO2, porque, al aumentar el flujo de
electrones a través de la cadena respiratoria, se aumenta la cantidad de O2 utilizado para reci-
birlos. Por el contrario, cuando las necesidades se disminuyen (la anestesia, el dormir, la hipo-
termia, etc), se “frenan” las reacciones productoras de ATP y por lo tanto, se reducirá el consu-
mo de O2.
En resumen, el VO2 puede entenderse como una medida indirecta de la cantidad de ATP pro-
ducido en una determinada célula u órgano, e incluso en el organismo como un todo. Cuando
el VO2 se encuentra aumentado, es muy probable que esté aumentada la producción de ATP y
viceversa.
Para poder mantener su orden interno, el organismo debe reponer la energía perdida. Esta ener-
gía es “aportada” al medio en forma de calor y este calor perdido depende a su vez de las cir-
cunstancias en las que se desarrolla el proceso vital.
Se ha estimado que un poco más de la mitad del ATP producido es utilizado por el organismo
para desarrollar funciones mecánicas, es decir para procesos fundamentales de translación. La
base para ello, es la necesaria ruptura de ATP para el desarrollo de la contracción muscular.
Cuando un individuo aumenta la actividad mecánica, como sucede durante el ejercicio, aume n-
ta el consumo de ATP, se disminuyen las reservas de éste y se “activan” las reacciones que lo
producen (8,9). Este aumento, obviamente, produce un aumento del VO2. Por el contrario,
cuando el individuo está en completo reposo, la ausencia de actividad mecánica reduce las ne-
cesidades de ATP y el organismo “responde” reduciendo su producción, lo cual se traduce en
4
una reducción del VO2.
De la anterior discusión podemos colegir la noción de que la producción de ATP está coordina-
da “desde adentro”, de acuerdo a los requerimientos del organismo. Según Atkinson, el meca-
nismo “disparador” o “atemperador” de la producción de ATP es la relación entre las cantidades
de ATP, ADP y AMP, que el describió a través de su famosa ecuación energética (4,5). Según
este concepto, cuando la cantidad de ATP disminuye, se aumenta su producción y viceversa. Por
supuesto, son estos factores los que determinan el VO2.
En resumen, el VO2 del organismo es una medida indirecta de la producción de ATP y está de-
terminado por las necesidades del organismo.
Hemos visto una cadena respiratoria que aumenta o disminuye la producción de ATP de acuerdo
a los requerimientos del organismo, en condiciones de normalidad y un VO2 que varía paralela-
mente con esta producción de ATP.
Consideremos ahora algunos estados patológicos. Si por alguna razón se disminuye la cantidad
de O2 que llega a la mitocondria, se disminuye proporcionalmente la “descarga” de electrones
en la cadena respiratoria, por falta de este sustrato aceptor final. Este fenómeno restringe a su
vez la producción de ATP, pero no ya como fruto de una reducción de las necesidades del orga-
nismo, sino como consecuencia de la falta de O2. Como es de esperarse, en estos casos también
se reduce el VO2.
La gran mayoría de las definiciones del síndrome de choque incluyen una alteración de la perfu-
sión tisular, como uno de sus elementos centrales. Podemos ahora entender este término, como
una disminución del aporte de O2 a la mitocondria, que produce una reducción de la producción
de ATP, y obviamente del VO2. La característica principal de esta disminución de la transferen
cia energética es la de que no es originada en un mecanismo autorregulador del organismo por
5
disminución de sus necesidades metabólicas, sino que se trata de una reducción perversa que
amenaza el funcionamiento celular.
Este déficit de perfusión, reduce la disponibilidad de ATP y, por este mecanismo, disminuye la
actividad metabólica celular y su función de mantenimiento de membranas.
H
NAD NADH
Aprovechemos este momento para discutir algunos ele-
H
mentos secundarios al déficit de perfusión.
FAD FADH
e -- Cuando se limita el aporte de O2 a la mitocondria, se
CoQ CoQ reduce la producción de ATP, por bloqueo de los trans-
e -- portadores de electrones. Aparte de las consecuencias
Cit Fe+++ Cit Fe ++ sobre el equilibrio energético ya discutidas, existen
e --
otros 2 elementos secundarios que consideramos im-
O2 H 2O
portante analizar.
El primero
H
H
de ellos se refiere a la producción de radicales libres
NAD NADH
y el segundo a la producción de ácido láctico. HH
La Coenzima Q (CoQ), el tercer miembro de la cade- FAD FADH
na respiratoria, recibe el electrón “sustraído” al --
ee
Radical
hidrógeno y mediante este mecanismo, se convierte CoQ CoQ Libre
en un radical libre. Por fortuna, existen los demás --
ee
Cuando esto no sucede, por “bloqueo” de la cadena (estado reducido del citocromo), la CoQ no
encuentra quien reciba su electrón sobrante, se mantiene como radical libre y puede producir pe-
roxidación lipídica en la membrana mitocondrial, produciendo daños que pueden ser irreversi-
bles. Este mecanismo, muy bien descrito por Cotrell y Tundorf en su libro de neuroanestesia, no
es discutido por otros autores (8).
Otro factor que tiende a aumentar la producción de ácido láctico, es el intento del organismo de
6
satisfacer sus necesidades energéticas a través de
la glicólisis (10). En efecto, como este proceso no
LLaa bbaassee ddee llaa LLaa ppeerrffuussiióónn
requiere de O2, la célula lo acelera. El problema, ssoobbrreevviiddaa ttiissuullaarr
no solo radica en el menor rendimiento energético C P L
de esta vía, puesto que produce una cantidad sus- ++
H H ++
En resumen, cuando leemos que el choque se caracteriza por una dismi nución de la perfusión
tisular, su traducción en la práctica sería: “Una disminución del VO2, debida a una limitación de
O2 a la mitocondria, cuyas principales consecuencias son una reducción de la producción de
ATP y un aumento en la producción de ácido láctico”.
Ozawa señala que el concepto de CARGA ENERGÉTICA (6), acuñado por Atkinson (4,5), es
muy útil para comprender la regulación de los procesos metabólicos. Atkinson definió matemá-
ticamente la carga energética como:
(ATP + ½ ADP) / (ATP + ADP + AMP) y estableció que su valor normal es entre 0.85 y 0.90
(5).
La carga energética es el principal factor de regulación de las vías que producen y utilizan com-
puestos de alta energía y su valor refleja el balance energético entre los procesos generadores de
ATP y los procesos que lo utilizan. Cuando la carga energética disminuye de su valor normal, se
aceleran las reacciones generadoras de ATP y se lentifican las reacciones que lo consumen. Lo
contrario sucede cuando la carga energética se incrementa. Por otro lado, se ha demostrado que
la viabilidad celular se disminuye cuando cae la carga energética (4,5,6).
Algunos estudios en modelos de sepsis en animales han mostrado que la mortalidad se eleva con
la severidad de la reducción de la carga energética, enfatizando la necesidad de aumentar la acti-
vidad mitocondrial para asegurar el balance energético y lograr la supervivencia. Esta expansión
mitocondrial, fundamental para la sobrevida, es inducida “por una necesidad categórica de res-
ponder al aumento de los procesos utilizadores de ATP” (7).
7
casi ningún animal sobrevive (7).
La caída de la carga energética se asocia con una disminución del estado de oxido reducción en
la cadena respiratoria, presumiblemente por una disminución en la fosforilación oxidativa. Co-
mo se inhibe el sistema de transporte electrónico, se acumula NADH y esto trae algunas conse-
cuencias metabólicas: a) El NADH deprime la actividad de la citrato sintetasa, lentificándose la
velocidad del ciclo de krebbs; b) la disminución del estado redox mitocondrial induce una dis-
minución de la relación oxalacetato a malato, con lo que se inhibe el ciclo de krebbs; c) como el
NAD se requiere para el adecuado funcionamiento del complejo de la piruvato deshidrogenasa,
su disminución disminuye a su vez el paso de piruvato a acetil CoA, acumulándose el piruvato;
e) el NADH es utilizado en el paso de piruvato a lactato, resultando un aumento de éste último.
El resultado final será entonces una disminución en la producción de ATP y una acidosis láctica
(6).
Por otro lado, la disminución de la carga energética depende de la disminución del ATP, acom-
pañada de un aumento en las concentraciones de ADP y AMP (ver fórmula) y experimentalmen-
te se ha visto que las concentraciones de ADP aumentan durante el shock y disminuyen cuando
se recupera.
Los cambios en la carga energética durante el choque hemorrágico no son iguales en los diferen-
tes órganos. Los más afectados inicialmente son el hígado, el riñón y el intestino. El corazón y el
cerebro mantienen su carga energética hasta las etapas críticas. Esta capacidad para mantener su
reserva energética se debe a dos fenómenos: a) su capacidad para aumentar la tasa de extracción
de oxígeno y b) a la respuesta catecolamínica refleja que redistribuye el flujo sanguíneo muscu-
lar, adiposo, renal, hepático y en general esplánico, hacia el corazón y el cerebro. Por otro lado,
el miocardio hipóxico puede obtener su energía oxidando ácidos grasos libres, en lugar de glu-
cosa.
En el shock séptico, la secuencia metabólica inicial es un poco diferente puesto que no se regis-
tra la disminución de la carga energética observada en etapas tempranas del choque hemorrági-
co. Sin embargo, cuando se limita la cantidad de oxígeno a la mitocondria aparece, como conse-
cuencia de la disminución de la producción de ATP, una disminución de la carga energética con
8
consecuencia similares a las descritas arriba (6).
En resumen, el concepto de carga energética nos permite apoyar aún más la noción de que la su-
pervivencia del animal esta fuertemente ligada a su capacidad para producir el ATP necesario
para satisfacer las necesidades metabólicas impuestas por la lesión. Es claro que el manteni-
miento de la carga energética esta a su vez relacionada con el VO2 y por tanto su preservación
es una medida prioritaria en el manejo de los pacientes en estado de choque.
9
“apelotonamiento” reversible de la cromatina nuclear y que constituye la etapa I. Este fenómeno
también puede ser la consecuencia de la pérdida de los puentes de K y su principal efecto es una
disminución reversible de la síntesis de RNA nuclear. Esta disminución de la síntesis de RNA,
no tiene sin embargo consecuencias inmediatas para la célula.
La persistencia del déficit de perfusión y de la limitación
Ca
Ca
en la disponibilidad de ATP, altera el funcionamiento de
Ca Ca
CaCa
Ca CaCa la ATPasa Na/K, con acumulo de Na intracelular y ede-
Ca
Ca
Ca ma secundario, manifiesto en la mitocondria y el retículo
Ca Ca
Ca endoplásmico, lo que constituye la etapa II. Esta etapa,
Ca
Ca
durante la cual comienzan a aparecer algunas bulas en la
pared celular y una pérdida de los gránulos mitocondria-
En resumen digamos que, los insultos isquémicos o hipóxicos ocasionan una disminución del
VO2 y de la producción de ATP, que, si son lo suficientemente intensos, conducen a la muerte
celular a través del desarrollo de 7 etapas. La etapa IV o etapa de no retorno, identifica el mo-
mento en el cual, la lesión celular se hace irreversible.
10
El VO2 es un concepto central para la comprensión de las consecuencias del choque. La dismi-
nución de la perfusión tisular que es capaz de producir una disminución del VO2 que puede lle-
var a la muerte celular, tal como se ha discutido. De ello, debe quedar claro que, la medida tera-
péutica más importante que debemos emprender es intentar restaurar el aporte de O2 a la mito-
condria, de tal manera que se reanude la producción de ATP, es decir que se restablezca el VO2.
Por otro lado, ha quedado bien establecido que los requerimientos de ATP y por tanto el nivel de
VO2 requerido por un paciente, están determinados por el balance energético celular. Es decir,
es el estado interno del organismo quien establece su nivel óptimo de VO2 para asegurar su fun-
cionamiento armónico y en consecuencia, nuestra función terapéutica será la de proveer esa can-
tidad de O2. En ese sentido, nuestra obligación es “cumplir el mandato del organismo”.
Esta concepción nos permite zanjar una vieja discusión, que a la luz de estos conocimientos, es a
todas luces bizantina. Nos referimos a la “pelea” entre quienes dicen que hay que aumentar el
aporte O2 a los tejidos por encima de los parámetros basales y quienes se niegan a aceptar este
principio terapéutico. En efecto, no es el médico quien establece el VO2 óptimo, ni quien deter-
mina el aporte óptimo de O2. El paciente, “conocedor” de sus necesidades metabólicos, estable-
ce una necesidad de O2 y determina, de acuerdo a su capacidad para utilizarlo, la cantidad que
debe aportarle su sistema circulatorio. La labor del médico es, en primer lugar, tratar de identifi-
car el parámetro óptimo para cada paciente y obrar en consecuencia con el apoyo cardiopulmo-
nar necesario para cumplir con esa meta. Como se verá más adelante, existen formas para identi-
ficar las necesidades del paciente y cuantificar así el aporte necesario.
Una segunda aplicación a la clínica de estos conceptos, tiene que ver con la introducción de la
variable “tiempo” dentro de las consideraciones terapéuticas. Los trabajos de Trump nos permi-
ten concluir que las medidas terapéuticas que implementemos para favorecer el aporte de O2 a
la mitocondria, deben ser realizadas antes de que se traspase la etapa de no retorno (11). No en
vano, muchos autores insisten en la necesidad de actuar con prontitud frente a un cuadro de cho-
que. Los trabajos de Wilson son claros en advertir sobre un gran aumento en la mortalidad final
(a 25 días), cuando el período de hipotensión dura más de 30 minutos. Debe señalarse que, co-
mo la muerte frecuentemente sucede distante en el tiempo de la reanimación inicial (25 días),
rara vez se reconoce como consecuencia de un fallo temprano en el proceso de aumentar el VO2
del paciente. (12)
En la práctica entonces, la reanimación del paciente en estado de choque, debe incluir las nocio-
nes de intensidad y tiempo. Es decir, dejemos desde ahora planteado que la intervención tera-
péutica debe ser lo suficientemente intensa como para lograr restaurar el VO2 en el menor tiem-
po posible. La traducción en acciones de este principio se verá más adelante.
Los sistemas de defensa del ser humano frente a la lesión, están compuestos por una serie de
mecanismos adquiridos evolutivamente y que tienen como propósito fundamental el logro de la
supervivencia. Al mirar el desarrollo evolutivo de la respuesta al estrés, se encuentra informa-
ción, a nuestro juicio muy útil, para comprender el desarrollo y consecuencias del estado de cho-
11
que.
En el proceso de vivir, el animal está sometido a múltiples amenazas por parte de su entorno y la
primera defensa necesaria para sobrevivir es enfrentar la lucha o emprender la huída. Conse-
cuente con ello, la evolución comenzó dotando a los organismos vivientes de la época, con un
instrumento metabólico capaz de prepararlos para la defensa o la huída. Surgieron así las cateco-
laminas, sustancias estas que son utilizadas como un “código” universal, para despertar reaccio-
nes múltiples.
Una vez liberadas a la circulación como respuesta a un estímulo estresante, las catecolaminas
producen en el organismo una serie de cambios que, en su conjunto, están destinados a elevar el
aporte de O2 a los tejidos. Es “como si el organismo supiera” que se avecina un aumento impor-
tante en sus necesidades de ATP y en consecuencia se prepara para ello.
El corazón estimulado aumenta su contractilidad y su frecuencia, aumentando así el gasto car-
díaco (GC). El aumento en la intensidad y frecuencia de la respiración ofrece la cantidad de aire
suficiente para satisfacer el GC aumentado y así proveer del Oxígeno necesario para el aumento
que se avecina en el VO2. La piel sufre vasoconstricción intensa que disminuye notablemente
las pérdidas energéticas. Las pupilas dilatadas proveen de un mejor campo visual. La supresión
de la contractilidad intestinal ofrece un ambiente libre de la presión de la eliminación, para po-
der “dedicarse enteramente a la defensa”. El riñón se “constriñe” supuestamente para evitar una
pérdida innecesaria del volumen intravascular, en momentos en los que éste es prioritario.
Desde el punto de vista metabólico, los cambios producen un aumento de sustratos energéticos
circulantes, que complementan el aumento del aporte de O2 (10):
12
compatible con la vida, llevaba al animal a la muerte, pocas horas después del insulto inicial.
El problema era entonces, encontrar un mecanismo que permitiera una mayor supervivencia y
que necesariamente implicaba una provisión más prolongada de glucosa para preservar la fun-
ción cerebral. De nuevo, la evolución “saca un as de la manga” y crea la fase Péptido – Esteroi-
dea, que comienza simultánea con la fase catecolamínica, pero que tiene sus efectos en etapas
más tardías del estrés.
Las hormonas de esta fase son ACTH, Cortisol y Hormona del crecimiento. Estas sustancias,
además de sus acciones directas, estimulan la síntesis de 5 enzimas que producen una rápida
proteolisis y una reversión de la glucólisis. Magistral!. No había otra solución. Con el glucógeno
agotado y con una incapacidad para transformar lípidos en azúcar, la única solución era recurrir
a las proteínas, como sustrato para producir glucosa (gluconeogénesis). Las enzimas sintetiza-
das son:
13
En síntesis, la fase péptido esteroidea asegura la producción continuada de glucosa a través de la
gluconeogénesis y provee así del principal sustrato para la supervivencia a más largo plazo. Co-
mo la vida media de las enzimas sintetizadas es mucho mayor que la de las catecolaminas, con-
tinuarán actuando incluso después de que han bajado los niveles de las hormonas que indujeron
su síntesis y su acción se extiende por varios días. Debe señalarse, sin embargo que, a pesar de
que la fase péptido esteroidea fue y sigue siendo una solución para la supervivencia, impone un
importante riesgo para el organismo. En efecto, la proteolisis continuada, que se hace a costa de
la masa muscular, es en realidad un proceso de autofagia. Por otro lado, dadas las inevitables in-
eficiencias metabólicas, el balance energético de la proteolisis es deficitario. Se estima que por
cada 400 Kcal teóricamente derivadas de la proteolisis de 100 gramos de proteínas, se recuperan
222 en glucosa y 135 en grasa, con una pérdida neta de alrededor del 10% de la energía. Si estas
dos “colaterales” no son corregidas, la fase péptido esteroidea acabará, paradójicamente, produ-
ciendo lo que inicialmente impidió: la muerte del animal (10).
En resumen, la evolución dotó al organismo viviente de los mecanismos necesarios para sobre-
vivir después de una injuria. Estos mecanismos pueden clasificarse en dos grandes etapas. La
Fase I o Catecolamínica a través de sus mediadores (Catecolaminas e insulina) provee de los
instrumentos necesarios para la supervivencia a corto plazo. La fase II o Péptido esteroidea que
actúa a través de sustancias de vida media más larga, permite prolongar dicha supervivencia por
varios días.
Debe señalarse que la ruta trazada por la evolución para lograr la supervivencia del organismo
es el aumento de la disponibilidad de O2 y nutrientes, todos ellos destinados a incrementar la
producción de ATP, para satisfacer las necesidades metabólicas incrementadas. En términos clí-
nicos, la evolución nos ha mostrado que la única forma para lograr la supervivencia, es asegu-
rando el VO2 del organismo y que para ello, la vía es el aumento del aporte de O2 y otros sus-
tratos a la célula.
Un homenaje a Cuthberston.
La primera fase o fase ebb es una etapa de depresión metabólica general, en la cual el fenómeno
energético central es una disminución en el VO2. Esta depresión, ante la cual el organismo pone
14
en marcha la respuesta inicial de alarma, descrita arriba como fase catecoláminica, es conse-
cuencia de las pérdidas ocurridas durante la hemorragia y tiene una duración variable, pero
que en general se relaciona con la intensidad y duración del insulto.
A la fase ebb, le sucede la fase flow, que como su nombre lo indica aparece como una etapa
de expansión, durante la cual la característica fundamental es un aumento del VO2 y del
aporte de sustratos a la célula.
Nos impresiona ver la vigencia actual de los planteamientos de Cuthberston. Nuestra propia
experiencia clínica nos ha permitido constatar, paciente tras paciente, que estas fases se re-
producen. Por otro lado, en la medida en que la investigación avanza, se han agregado expli-
caciones bioquímicas y fisiológicas que, lejos
de contradecirlo, lo confirman. Un ejemplo de
ello, se puede observar en las siguientes figu- Fase Flow
ras, en las cuales esquematizamos nuestra
propia elaboración sobre los conceptos más IÓ
N AB
C AT
actuales. IV
A IM
T IE
AC NT
O
La fase flow sigue una progresión en el tiem-
0 1 2 3 4 5 6
po. Su activación sucede en el momento de la
injuria, pero, como se discutió a propósito de
la fase pétptido—esteroidea, se manifiesta un
poco más tarde que la fase catecolamí nica
(ebb), dado que actúa induciendo algunas en-
zimas, cuya síntesis toma un tiempo. Además, la vida media de estas enzimas inducidas es
mucho mayor y por tanto, la respuesta persiste en el tiempo, aunque haya cesado el estímulo
inicial. Así, podemos encontrar una primera etapa, que denominamos de Activación y que
corresponde a la inducción enzimática que, en la medida en que va aumentando su concentra-
ción, va aumentando también su acción. Una
vez llegado el pico de concentración—acción,
Fase Flow si no hay un estímulo adicional, disminuye su
2 concentración, produciéndose un abatimiento
IL IL
L1
, 8, de la respuesta (17, 18).
I IL
F, 10
TN
En esta figura hemos resumido la relación
0 1 2 3 4 5
existente entre los mediadores de inflamación,
6
15
acuerdo con Pinsky, se trata de un “escape” de
la respuesta inflamatoria local, que se disemina Fase Flow
en todo el sistema, produciendo la llamada MARS
“Inflamación Intravascular Aguda Malig- S
CA
R RS
na” (19). SI
0 1 2 3 4 5 6
Finalmente, nos parece que la propuesta re-
ciente, en un artículo póstumo, propuesto en
homenaje a Roger C Bone, puede también se
analizada a la luz de la fase flow (20). La acti-
vación inicial, se asocia con las citoquinas proinflamatorias y que ocasiona una respuesta in-
flamatoria sistémica (SIRS). Cuando aparecen las citoquinas anti—inflamatorias y todavía
persisten las proinflamatorias, la respuesta se “balancea” (MARS). Finalmente, el predominio
de las anti-inflamatorias hace que la respuesta disminuya progresivamente (CARS).
Esta comprensión de las complejas interacciones que se producen en etapas avanzadas del
choque, es la que nos ha impulsado a titular esta sección como un homenaje a Cuthberston.
En efecto, los cambios producidos por la lesión inicial pueden no ser adecuadamente
compensados por la respuesta catecolamínica inicial, de tal manera que el organismo
no logre, por sí mismo, restaurar, con la prontitud que se requiere, la carga energética
disminuida. Si este fuera el caso, la única forma para evitar la muerte del paciente, es
interviniendo directamente con el objeto de ayudar al paciente a lograr el equilibrio
energético perdido.
16
claridad que la restauración de la producción de ATP es la forma más adecuada de su-
perar la crisis. En consecuencia, el clínico debe implementar las medidas necesarias
para restaurar el VO2 con el propósito de restaurar la carga energética.
Los estudios de Trump sobre los cambios celulares, los estudios de Ozawa y de At-
kinson sobre la carga energética y la experiencia clínica, nos dan el apoyo suficiente
como para asegurar que si la restauración del VO2 se hace demasiado tarde, no se lo-
grará rescatar al paciente de las consecuencias de la lesión. En términos clínicos esto
significa que si la recuperación del estado de choque no se logra dentro de los prime-
ros 30 minutos, se disminuye grandemente la probabilidad de vida del paciente. En
consecuencia, a la recuperación de la carga energética, debemos agregarle un apelli-
do: PRONTA.
La evolución nos ha trazado la ruta para ayudar a los pacientes en choque. En efecto,
el análisis de los fenómenos fisiológicos y metabólicos ocurridos durante las fases ini-
ciales del estado de choque nos muestran que el éxito evolutivo se logró impleme n-
tando medidas que conducen a restaurar la producción de ATP. La respuesta del orga-
nismo es un incremento en la disponibilidad de O2 y nutrientes a la célula y en conse-
cuencia, una buena aproximación terapéutica es seguir la “línea evolutiva”: Apoyar el
aparato cardiopulmonar.
Los estudios de Trump sobre los cambios celulares muestran que una vez iniciada la
lesión, la disfunción de las bombas iónicas generan un edema celular, por su incapaci-
dad para extraer el Na. Si vamos un poco más allá del simple concepto patológico,
nos daremos cuenta de que el líquido que produce el edema celular, proviene del in-
tersticio y que este a su vez, se nutre del espacio intravascular. Este fenómeno puede
ocasionar una disminución del volumen circulante, por virtud de esta “fuga hacia
adentro” y reducir de nuevo el VO2. La consecuencia más peligrosa sería un nuevo
deterioro en la carga energética, con grave amenaza de la supervivencia.
17
esta pérdida neta de energía y apoyar al organismo para que “salga de esta” con el
menor compromiso posible.
“Una pausa momentánea en el acto de morir, caracterizada por un pulso periférico impercep-
tible o filiforme y un sudor frío y pegajoso”. (John Collins Warren- 1895)
“Falla circulatoria periférica resultante de una discrepancia entre el tamaño del lecho vascular
y el volumen de líquido intravascular” (21).
El choque existe cuando “el gasto cardíaco es insuficiente para llenar el árbol arterial con
sangre a suficiente presión, para proveer un adecuado flujo sanguíneo a los órganos y a los
tejidos” (Simeone – 1964) (22).
“Una respuesta desordenada del organismo a un balance inapropiado del aporte de sustratos y
la demanda, a nivel celular” (Cerra – 1983) (23).
“Un estado en el que una profunda y generalizada reducción de la perfusión tisular efectiva,
lleva primero a una lesión celular reversible, y luego, si se prolonga, produce lesión celular
irreversible” (Kumar y Parrillo – 1995) (25).
“Es un síndrome clínico agudo, iniciado por una perfusión inefectiva que resulta en un dis-
función severa de órganos vitales para la supervivencia” (Jiménez – 1999) (1).
Estas, y posiblemente muchas otras definiciones de choque, intentan, según cada autor, enfa-
tizar lo que es para ellos el elemento central del síndrome de choque. En todas ellas, el énfa-
sis está en una alteración de la perfusión.
Por otro lado, cuando evaluamos “la definición de choque” preestablecida en muchos, si no
todos, los artículos sobre estudios del síndrome, constantemente leemos: “Se tomaron pacien-
tes con una Presión arterial sistólica < 90...”. En estos, el énfasis está en la presión como ele-
mento definitorio.
Aunque parezca superfluo, creemos oportuno hacer algún comentario. En efecto, el fenóme-
no predominante en el estado de choque es la alteración de la perfusión tisular con deterioro
del VO2. Si examinamos con algún detalle la perfusión tisular, rápidamente notaremos que
en ella influyen varios factores: El volumen transportado, La fuerza con la que es transporta-
do y La distribución periférica del mismo. Es decir, que la perfusión insuficiente incluida en
la definición de choque puede ser causada por uno o varios de los condicionantes señalados.
Ahora bien, dependiendo del autor, este puede o no incluir, dentro de la definición alguno de
estos condicionantes de la perfusión y por tanto, puede haber diferentes definiciones, de
acuerdo al tópico que el autor quiera resaltar.
18
Pensamos que el elemento central de una adecuada definición de choque es la alteración de la
perfusión, sea que se denomine “inefectiva”, “deficiente” o “inadecuada”.
Por otro lado, si se quiere incluir dentro de la definición el rasgo fisiopatológico que ocasiona
la alteración de la perfusión, entonces pensamos que se deben incluir todos ellos. Un ejemplo
podría ser: Una alteración de la perfusión tisular, causada por disminución del flujo o una
disminución de la presión o por una alteración de la distribución periférica del flujo.
La discusión que hasta el momento hemos desarrollado describe lo que podríamos llamar la
“vía final común”. En efecto, hemos tomado como punto de partida una disminución ya esta-
blecida de la perfusión tisular y, a partir de ella, hemos establecido sus consecuencias y me-
canismos de respuesta frente a las mismas. Sin embargo, estos fenómenos, comunes a toda
forma de choque, no nos permite enfrentar, con solvencia, el diagnóstico de la génesis de la
hipoperfusión y por tanto, no nos facilita la labor de estructurar una estrategia terapéutica
apropiada en las etapas tempranas.
Es útil entonces, intentar separar las causas del síndrome de choque, de tal manera que nos
permita hacer un reconocimiento temprano y emprender un tratamiento causal del fenómeno.
Debe señalarse, sin embargo, que no es infrecuente encontrar superposiciones, que deben te-
nerse en mente, para no dejar pasar desapercibidos fenómenos asociados, que eventualmente
nos hagan fracasar en nuestro intento de producir un resultado satisfactorio. Este sería el ca-
so, por ejemplo, de un choque iniciado por una hipovolemia, que secundariamente afecta la
perfusión miocárdica y desencadena una falla cardíaca asociada, que de no ser reconocida,
nos puede llevar a persistir innecesariamente en el tratamiento con volumen frente a una in-
suficiente respuesta del paciente. Con esta salvedad, intentemos ahora aproximarnos a una
clasificación de los estados de choque.
El problema que encontramos a esta clasificación es el de dejar por fuera algunas formas, que
aunque menos frecuentes, no son menos importantes, como la anafilaxis, el choque neurogé-
nico y la falla suprarrenal. Sin embargo, concordamos en la apreciación de Kumar y Jiménez
19
(1,25) en que, es sencilla y clínicamente útil. Invito al lector a revisar brevemente los ele-
mentos centrales de cada una de las formas de cho-
que establecidas en esta clasificación.
Choque Hipovolémico
El choque de origen hipovolémico.
Disminución
Característica del Retorno
El elemento característico central es una disminu-
Venoso
ción del retorno venoso, originado en una disminu-
Sangre ción del volumen intravascular efectivo.
Causas Pérdida Agua
Tono Esta disminución del volumen intravascular, puede
ser analizada a la luz de 3 grandes pérdidas: a) La
pérdida de sangre; b) La pérdida de agua (y electrolitos) o, c) La pérdida del tono vascular
(principalmente venoso) (25).
La sepsis produce una alteración de la permeabilidad capilar que promueve el paso de agua y
electrolitos hacia el espacio intersticial, depleta el espacio intravascular y ocasiona una hipo-
volemia.
El choque de cualquier etiología, que produce una disfunción de las bombas iónicas celula-
res, produce secundariamente una “corriente de salida” desde el espacio intersticial hacia el
intracelular, ocasionando así el edema celular descrito por Trump (11). Esta salida de agua
del espacio intersticial disminuye la presión hidrostática del intersticio y promueve la salida
de agua y electrolitos desde el espacio intravascular, produciendo la hipovolemia.
Estos dos últimos procesos imponen un reto diagnóstico para el clínico, porque, como podrá
comprenderse, cursan con edema intersticial y/o celular. El paciente entonces podrá aparecer
edematizado, incluso severamente, pero su espacio intravascular se encuentra escaso de volu-
men. La presencia de edema generalmente orienta al clínico a suponer un exceso de volumen
circulante y a proceder con medidas de restricción del aporte y promoción de la diuresis
20
(frecuentemente con diuréticos), lo que agrava la hipovolemia existente y puede poner en
grave riesgo la vida del paciente.
La pérdida del tono vascular venoso, se conoce como “aumento de la capacitancia” y no pro-
duce una pérdida “real” del volumen circulante, pero si ocasiona una disminución del retorno
venoso. En estos casos, el problema radica en un aumento del continente, sin aumento del
contenido y produce una disminución de la presión que ejerce la circulación periférica para
impulsar el retorno venoso, la llamada presión circulatoria media (Pcm), que se discutirá más
adelante. Esta disminución de la Pcm produce una caída del retorno venoso, ocasionando un
efecto “hipovolémico”. Los agentes vasodilatadores venosos y la lesión raquimedular, son
ejemplos de causas comunes de este fenómeno. Vale la pena señalar que en la sepsis se pro-
ducen agentes vasodilatadores que pueden agravar la hipovolemia producida por alteración
de la permeabilidad capilar. Este es un ejemplo de la “superposición etiológica” de la que
hablamos al comienzo de esta sección (1,25).
Resistencia
21
El choque de origen cardiogénico.
Choque Cardiogénico La característica básica es una falla del corazón
Disminución como bomba.
Característica de la Fuerza
Esta disminución de la función de bomba puede
Ventricular
analizarse a la luz de 4 grandes grupos de compro-
Isquemia Aguda misos: a) El compromiso agudo de la masa ventri-
Cardiomiopatías cular, cuyo ejemplo por excelencia es el infarto
Causas agudo del miocardio (IAM); b) El compromiso
Valvulopatías
crónico de la masa ventricular, ejemplificado en
Depresores las cardiomiopatías crónicas de cualquier origen
que, al avanzar, desencadenan el estado de hipo-
perfusión; c) El compromiso mecánico del aparato cardíaco, cuyos principales representantes
son las valvulopatías, las malformaciones cardíacas y las comunicaciones intracardíacas no
compensadas y d) El efecto de agentes depresores sobre el corazón, como bloqueantes beta y
del calcio, o agentes endógenos como el factor depresor del miocardio (25).
Existe una condición capaz de originar choque de origen cardiogénico, pero que rara vez se
considera como tal. Me refiero a un grupo de pacientes quienes, en el curso de la enfermedad,
desarrollan una disminución de la presión de perfusión coronaria. En estos pacientes, la baja
perfusión coronaria produce una disminución del aporte de O2 al miocardio y puede originar
un desacople entre el aporte y consumo de O2 del miocardio, con isquemia subsiguiente. Esta
isquemia, generalmente larvada, ocasiona una depresión de la contracción cardíaca que puede
llevar al choque cardiogénico.
22
El patrón hemodinámico característico es un aumento de las presiones de llenado asociado a
una disminución del gasto cardíaco y una elevación de las resistencias sistémicas tal como se
resume en la siguiente figura.
Choque Cardiogénico
Patrón Hemodinámico
Llenado
(PVC, PcP)
Vaciado
.
(IS, IC)
Resistencia
Como su nombre lo indica, el elemento genético central es una obstrucción al flujo ventrcular
y, al menos en su fase inicial, no existe una de-
presión cardíaca primaria (1, 25).
Choque Obstructivo
Podemos evaluar la causa del proceso obstructivo
Obstrucción en 2 grandes grupos: a) Alteraciones al flujo de
Característica al flujo entrada a la cámara ventricular, dentro de las cua-
ventricular les encontramos, entre otros, el taponamiento car-
díaco, el neumotórax a tensión, las grandes masas
Al ingreso del Flujo
mediastinales y los derrames pleurales de gran
(Restricción) magnitud, cuyo efecto se produce por restricción
Causas
Al egreso del Flujo del llenado diastólico ventricular, y b) Las obs-
(Ostrucción) trucciones al flujo de salida, dentro de las cuales
encontramos, entre otras el embolismo pulmonar,
la hipertensión pulmonar no embólica, las obstrucciones arteriales importantes (Síndrome de
Leriche agudo) y la disección aórtica.
El efecto fundamental es una disminución del gasto cardíaco. Cuando la obstrucción es al in-
greso del flujo, la disminución del gasto cardíaco es secundaria a una disminución del retorno
venoso, por reducción del gradiente entre Pcm - Pvc; sin embargo, a diferencia del choque
hipovolémico en el que el desorden primario es una reducción de la Pcm, en este caso la dis-
minución del gradiente es causado por un aumento de la PVC.
Por otro lado, cuando la obstrucción es a la salida del flujo ventricular, la disminución del
23
gasto cardíaco se origina en una reducción de la fracción de eyección, causada por la obstruc-
ción al flujo, reducción ésta que, al menos en su fase inicial, no cursa con una disminución de
la contractilidad (ver más adelante). Ahora, como la disminución de la fracción de eyección
produce un aumento del volumen de fin de sístole y esto a su vez incrementa el volumen
diastólico, este tipo de choque puede ser fácilmente confundido con el choque cardiogénico y
retrasar así el control de la génesis.
Por otro lado, como se aumenta el volumen de llenado y se reduce el gasto cardíaco, se puede
comprometer la perfusión del miocardio y ocasionar una isquemia que a su vez, deprime la
contractilidad, agregando “un componente cardiogénico” que puede confundir aún más el
diagnóstico.
El choque distributivo.
24
la “sensibilidad” de los receptores periféricos a la acción catecolamínica, con una vasodilata-
ción subsiguiente. Debe señalarse, sin embargo que, las lesiones raquimedulares (dentro de
las cuales se incluye la anestesia espinal y peridural) también pueden producir vasodilatación
venosa, produciendo un cuadro de choque de origen mixto (distributivo e hipovolémico).
Preámbulo.
Para comenzar digamos que el control de la causa desencadenante del síndrome de choque es
una condición necesaria para asegurar la sobrevida. Las medidas terapéuticas que usualmente
implementamos, son en esencia acciones de soporte, con el objetivo de proveer las condicio-
nes óptimas de supervivencia, pero, de no controlarse la causa, no darán los resultados espe-
rados.
25
En casos de trauma asociado con choque hipovolémico, el retraso de la intervención quirúrgi-
ca para controlar el sangrado, aumenta la mortalidad, así el retraso sea para reanimar al pa-
ciente. Esto ha llevado a la recomendación actual de que, si el hospital está a una distancia
“menor de 15 minutos”, es preferible llevar al paciente directamente a la sala de cirugía e im-
plementar allí, simultáneamente, las medidas de soporte y de control de la hemorragia.
En igual forma, en casos de choque cardiogénico por infarto del miocardio, se ha demostrado
que, independiente de las medidas de soporte implementadas, la reperfusión temprana del
miocardio disminuye la mortalidad.
El análisis de las respuestas evolutivas a la lesión, nos han enseñado que la supervivencia de-
pende de un VO2 que asegure una producción de ATP, capaz de restaurar la carga energética.
Este mismo análisis nos muestra que el organismo actúa aumentando el aporte de O2 (DO2)
y que éste mecanismo, resultado de varios intentos de la naturaleza, fue el que finalmente tu-
vo éxito en la restauración de las condiciones óptimas para la supervivencia.
26
de transportar 1.39 ml de O2 (1.34 o 1.36 según el autor que se consulte). En otros términos,
la Hb total transporta 1.39 x Gramos de Hb presentes en el plasma. Adicionalmente, una pe-
queña cantidad de O2 es trasportada por fuera de la Hb, en la forma de O2 disuelto y cuya
cantidad se relaciona con la pO2 y su coeficiente de solubilidad (0.003).
El siguiente paso en el proceso es enviar esta “masa de O2”, con la suficiente fuerza y veloci-
dad, hacia los tejidos periféricos, para que estos puedan utilizarlos en la producción de ATP.
De este paso se encarga el aparato cardiovascular. El gasto cardíaco (GC) representa la velo-
cidad con la que el torrente sanguíneo “recorre” el organismo y por lo tanto determina la can-
tidad de O2 que llega al entorno celular. En ese sentido, si multiplicamos la cantidad de O2
contenida en un litro de sangre (CaO2) por la velocidad con la que esta fluye (GC) obtendre-
mos la cantidad total de O2 que llega a la célula.
Podemos ahora decir que la base fundamental para el manejo del paciente en estado de cho-
que es el mantenimiento del DO2, es decir, asegurar que el funcionamiento pulmonar y car-
diovascular, en conjunto con una “dosis adecuada de Hb”, sean capaces de mantener el apor-
te de O2 para satisfacer las necesidades incrementadas del organismo.
Como podrá comprenderse, el papel del aparato cardiovascular es vital para el adecuado
mantenimiento del DO2. Por esta razón, dedicaremos los siguientes párrafos a su considera-
ción más detallada.
27
Bases Hemodinámicas para el manejo de los estados de choque.
El funcionamiento celular depende de una relación expedita con el medio que la rodea. En
los comienzos de la vida, el ingreso de nutrientes y el egreso de desechos, se realizaba me-
diante interacción directa e inmediata con el medio extracelular, a través de la membrana ce-
lular. En aquella época, “el espacio extracelular” era el mundo que rodeaba a nuestros unice-
lulares ancestros.
Esta forma de intercambio con el medio externo no se ha modificado a través del desarrollo
evolutivo. Las células actuales, nuestras células, dependen para su subsistencia de este inter-
cambio continuado e inmediato con el medio externo. Sin embargo, en la medida en la que
aumentó la complejidad del organismo, las células fueron separadas del medio externo y fue-
ron “enclaustradas” al interior del organismo, con lo que, se impedía su interacción directa e
inmediata con el medio externo y, en consecuencia, se amenazaba su supervivencia. Para
subsanar este impedimento, la evolución creó el aparato cardiovascular.
Podemos concebir al aparato cardiovascular como una estructura conformada por una bomba
impulsora y varios circuitos. El circuito pulmonar es un “aparato” de intercambio con el me-
dio. El circuito arterial que tiene funciones de distribución. El “circuito capilar” que tiene la
función de asegurar el intercambio con el intersticio. Y el circuito venoso que tiene funciones
de “recolección”. Así, en una labor continuada, minuto a minuto, día tras día, la bomba car-
díaca envía la sangre con O2 por el circuito arterial, con la velocidad y presión necesarias pa-
ra asegurar la renovación permanente del espacio intersticial, renovación esta que re-crea las
condiciones originales que aseguran el normal funcionamiento celular. El retorno venoso re-
28
tira los desechos celulares, los lleva al corazón quien, a través de la circulación pulmonar los
envía a la primera “estación de intercambio” (los pulmones) en donde se renueva el aire, lo
regresa al corazón izquierdo quien, por un lado se encarga de “renovar el aire” del intersticio
y por otro lado, envía los demás desechos al riñón e intestinos para su eliminación final.
El papel del aparato cardiovascular es entonces determinante para la vida y como tal, nos pa-
rece oportuno profundizar un poco en su funcionamiento.
El intercambio adecuado con el intersticio requiere que la sangre llegue a la periferia con la
velocidad y presión necesarias para asegurar su permanente renovación. En otros términos, la
función cardiovascular óptima debe incluir los conceptos de Presión y Flujo, en forma simul-
tánea. Si la presión es “buena” pero el flujo bajo, se deteriora la función. En forma similar, si
el flujo es bueno, pero la presión es insuficiente, también se deteriora la función.
Un componente importante del circuito de distribución es la presión dentro del mismo. Con
mucha razón en la mayoría de los órganos se habla de “la presión de perfusión” y que se en-
tiende como la mínima presión necesaria para lograr la perfusión del órgano (25).
29
menta la resistencia y reduce la perfusión de órganos para él menos prioritarios, como el le-
cho esplánico, el riñón y la piel, dirigiendo el flujo hacia las áreas prioritarias.
En consecuencia con lo anterior, en el manejo del choque, la presión, como tal, debe incluirse
dentro de los objetivos terapéuticos.
Los capilares se encargan de crear las condiciones para que llegue líquido “nuevo” al intersti-
cio y salgan de él los desechos celulares. En el lado arterial, la presión hidrostática dentro del
capilar supera a la intersticial y se crea una corriente de salida del líquido desde el capilar
hacia el intersticio. Esta salida de líquido desde el lado arterial produce una disminución de la
presión hidrostática en el lado venoso del capilar y un aumento de la concentración proteica.
Ambos fenómenos favorecen el paso de líquido desde el intersticio hacia el capilar. Este me-
canismo establece entonces un proceso de ingreso y egreso permanente del líquido intersti-
cial, de tal manera que se cumplan las exigencias de la célula (30).
Existen factores capaces de alterar esta dinámica capilar. Por ejemplo, la contracción excesi-
va de los esfínteres precapilares, por efecto de las catecolaminas, puede alejar el flujo de zo-
nas metabólicamente activas, ocasionando hipoperfusión local. Desde otro ángulo, la contrac-
ción excesiva del esfínter postcapilar puede ocasionar acúmulo de sangre en el lecho capilar,
promueve la salida de líquido hacia el intersticio y produce una disminución del retorno ve-
noso, generando el cuadro denominado estancamiento periférico, descrito en etapas avanza-
das del choque.
La activación del endotelio capilar es otro proceso que puede alterar la dinámica capilar nor-
mal. Por efecto de la lesión, el endotelio capilar cambia su patrón normal anticoagulante, por
otro procoagulante, tal como se discutirá en detalle más adelante. Este cambio endotelial es
capaz de promover la agregación de plaquetas que ocasionan oclusión del capilar. Por otro
lado, este cambio endotelial favorece el deslizamiento lento de leucocitos y su fijación al en-
dotelio y su diapedesis al intersticio, en donde los PMN son capaces de producir lesión a tra-
vés de proteasas y producción de radicales libres. La consecuencia de ello es una obstrucción
capilar y un daño tisular que agrava la hipoperfusión y, como se verá, es capaz de producir
falla multisistémica (19,20).
El retorno venoso es un condicionante fundamental del gasto cardíaco. En efecto, por bien
que funcione la bomba cardíaca, si no se le provee flujo de retorno, no será capaz de mante-
ner el flujo hacia la periferia (31).
El gasto cardíaco y el retorno venoso son equivalente en términos de Litros por minuto. Así,
si un paciente tiene un gasto cardíaco de 5 Litros por minuto, su retorno venoso será igual-
mente de 5 Litros por minuto. Por otro lado, un paciente, quien, por efecto del tratamiento,
30
aumenta su gasto cardíaco de 3 L/min a 4 L/min, también aumenta el retorno venoso de 3 a 4
L/min. Con frecuencia, no se tiene presente esta noción cuando se plantea un esquema tera-
péutico para un paciente. Por ejemplo, escuchamos que un paciente en falla cardíaca
“requiere medidas para aumentar el gasto cardíaco y reducir su retorno venoso”, para dismi-
nuir la “congestión”. Esta propuesta es francamente contradictoria, pues, como se dijo, cuan-
do aumenta el gasto cardíaco, también lo hace el retorno venoso, o mejor, para que aumente
el gasto cardíaco tiene que aumentar el retorno venoso.
Por ser de importancia capital, dedicaremos las siguiente líneas a explicar un poco la dinámi-
ca del retorno venoso.
Para que un líquido fluya a través de un
tubo, es necesario crear un gradiente de
El Flujo en un tubo presión entre los dos extremos del tubo,
es decir, establecer una diferencia de
Pi Pe presión entre los extremos del mismo.
La magnitud de este gradiente, definido
Pe - Ps como Presión de Ingreso – Presión de
egreso (Pi-Pe), determina la cantidad de
flujo que atraviesa el tubo.
El Retorno Venoso
Este principio, aplicado al circuito veno-
Pcm PVC so implica que, para promover el retor-
no venoso, es necesario establecer una
diferencia de presión entre “los dos ex-
Pcm - PVC tremos del circuito”. El “extremo de en-
trada” está ubicado en las venas periféri-
cas y el “extremo de salida” se encuentra en la aurícula derecha. A la presión de “entrada” la
denominamos Presión Circulatoria Media (Pcm) y a la presión de “salida” la denominamos
Presión Venosa Central (PVC). El retorno venoso entonces será proporcional a la diferencia
entre la Presión Circulatoria Media y la PVC (Pcm – PVC) (25, 30, 31,34).
La Pcm se define como la presión dentro del circuito cuando se suspende (o bloquea) el efec-
to de la sístole. El paro cardíaco o el clampeo de la aorta eliminan el impulso sistólico y la
presión ejercida por la sangre “remansada” es la Pcm. Su valor se ha estimado en 7 mm Hg
en experimentos animales y al parecer, este valor es similar en el humano.
Por otro lado, si la Pcm se aumenta y la PVC no varía, se aumentará el gradiente y por tanto
lo hará el retorno venoso. No sobra aclarar que, cuando hablamos de Pcm nos referimos a la
presión ejercida por la pequeñas venas que recolectan el flujo capilar.
31
La gráfica resume los conceptos
enunciados. En ella, la Pcm perma-
R nece fija en 7 mm Hg.
e 5
t 4 Cuando la PVC es 7 mm Hg
o (números en cuadros azules, del eje
3
de x), el gradiente entre Pcm y PVC
r 2 es 0 (números en cuadros amarillos,
n 1 del eje de x) y por lo tanto el retorno
o 0 venoso también es 0 (números en
cuadros rojos, del eje de y). En el
PVC 0 1 2 3 4 5 6 7
otro extremo, cuando la PVC es 0,
Pcm-PVC 7
Pcm- 6 5 4 3 2 1 0 es máximo el gradiente entre Pcm y
PVC (de 7 mm Hg) y, en conse-
cuencia, el retorno venoso también
es máximo (5 L/min). En conclusión, a Pcm constante, el retorno venoso guarda una propor-
ción inversa con la PVC, lo que se representa en la línea amarilla. Cuando la PVC aumenta,
el RV disminuye y visceversa.
En resumen digamos que el RV guarda una relación directa con el gradiente Pcm-PVC y que
en virtud de ello, su relación con la PVC es inversa. Cuando la PVC aumenta, produce una
disminución proporcional del RV y viceversa. Por otro lado, cuando cambia la Pcm, se ma n-
32
tiene la misma relación inversa del RV con la PVC, pero como cambia el gradiente, origina
un desplazamiento de la curva de RV, a la derecha y arriba cuando aumenta la Pcm y a la iz-
quierda y abajo cuando disminuye.
Estos conceptos nos permiten entender algunos efectos que observamos en clínica. En pa-
cientes en falla cardíaca, por ejemplo, la administración de inotropos aumenta la eyección
ventricular, disminuye el volumen diastólico y por tanto la presión de llenado y con ello, au-
menta el gradiente Pcm-PVC y por tanto el RV. Por otro lado, cuando administramos volu-
men, el efecto principal es sobre la Pcm que, al aumentar, incrementa el RV.
En este ejemplo observamos que para generar presión al interior del globo, primero tuvimos
que llenarlo, con un volumen que si bien es cierto no origina la presión, si separa las paredes
hasta el punto máximo de su estiramiento pasivo. Por otro lado, una vez administrado este
volumen, cualquier volumen adicional comenzará a estirar el caucho y obviamente comenza-
rá a generar presión al interior del globo.
Al primer volumen, es decir aquel que utilizamos para “llenar primero” la bomba, lo llamare-
33
mos Volumen no Tensionado (VnT), para significar que no produce efecto de presión. Al se-
gundo volumen lo llamaremos Volumen Tensionado (VT), por su propiedad de generar pre-
sión.
Con estas definiciones podemos ahora decir que para poder crear condiciones de presión al
interior del globo, deberemos primero llenarlo con un Volumen no Tensionado (VnT) , para
luego “producir la presión” con un Volumen Tensionado (VT) (32).
34
Finalmente se debe agregar el efecto de la resistencia impuesta por las grandes venas (Rv) al
retorno venoso. Si retomamos la ecuación del retorno venoso descrita al comienzo de esta
sección como Pcm – PVC, le podemos agregar el efecto de la resistencia así: Retorno venoso
= (Pcm – PVC) / Rv. Con ésta última ecuación, comprendemos que la resistencia de las gran-
des venas tiene un efecto reductor sobre el retorno venoso. La ubicación de esta resistencia
está en las grandes venas y quizás un buen ejemplo de ella, sea la compresión que el útero
grávido pueda ejercer sobre la cava, reduciendo el retorno venoso (34).
A título de resumen digamos que el retorno venoso está determinado, directamente, por la di-
ferencia entre la Pcm y la PVC e inversamente por la resistencia venosa. La Pcm está a su
vez determinado por el radio del sistema venoso y el volumen contenido dentro de él. La ve-
nodilatación produce una disminución de la Pcm, aumentando proporcionalmente el VnT y
reduciendo el VT. La constricción, por el contrario, reduce el Vnt y aumenta proporcional-
mente el VT, con lo que aumenta la Pcm (25, 34).
La Bomba Cardíaca.
Para efectos del presente artículo, nos parece improcedente realizar un análisis detallado del
funcionamiento de la bomba cardíaca. Para ello, remitimos al lector a una de las múltiples y
excelentes fuentes disponibles.
Sin embargo, creo conveniente efectuar una revisión somera de las interacciones entre la
bomba cardíaca y el retorno venoso. Invitamos al lector a revisar un excelente documento pu-
blicado en el libro de cuidado crítico de
los doctores Parrillo y Bone (25).
En esta figura se muestra la estrategia tradicional que utilizábamos para intentar comprender
las relaciones entre la presión de llenado y el gasto cardíaco. Sin embargo, en este enfoque se
35
omite el papel del retorno venoso, cuya incorporación dentro del análisis nos da una visión
mucho más integral y nos permite comprender la verdadera dimensión de la dinámica de las
relaciones entre el retorno venoso y el gasto cardíaco.
En la siguiente figura hemos trazado la relación existente entre la curva del retorno venoso y
la curva del gasto cardíaco.
36
hay una elevación del retorno venoso y del gasto cardíaco, con una PVC resultante baja. De-
be ser claro que si omitimos las curvas, como lo hace la interpretación usual, podríamos con-
cluir erróneamente que el paciente presenta una hipovolemia.
37
sistólico y el diastólico, originándose una nueva curva, desplazada hacia la derecha. Estos
conceptos se esquematizan en la siguientes figuras.
En la siguiente figura, mostramos dos interpretaciones de los datos observados en estos dos
pacientes hipotéticos.
38
En la siguiente gráfica hemos agregado la curva del retorno venoso en las dos condiciones
descritas: Falla cardíaca y obstrucción al flujo. Nótese que en ambos se reduce el volumen
eyectado y se aumenta el volumen de llenado, cuando la Fe baja del 60% (línea amarilla) al
30% (línea roja). Sin embargo, en la falla cardíaca, (Figura A) hay una depresión contráctil
mientras que en el segundo (Figura B) se presenta una obstrucción a la eyección.
Es muy importante tener presente el diagnóstico diferencial dadas sus implicaciones terapéu-
ticas. Por ejemplo, en casos de hipertensión pulmonar, frecuentemente vista en la Enferme-
dad Obstructiva Crónica (EPOC), este aumento de la resistencia ocasiona un patrón de dismi-
nución del gasto con elevación de las presiones de llenado que, al menos en su fase inicial, no
cursa con depresión contráctil; en estos casos, el uso de digital, no solo no mejora la sintoma-
tología de “falla”, sino que puede aumentar la frecuencia de efectos tóxicos.
El diagnóstico diferencial constituye un reto importante para el clínico. Nótese que frente a
una depresión contráctil que ocasiona una disminución del gasto cardíaco, el organismo res-
ponde aumentando la resistencia. Por otro lado, cuando el fenómeno primario es un aumento
de la resistencia, esto ocasiona una disminución del gasto. En consecuencia, el patrón hemo-
dinámico, per se, es incapaz de diferenciar las dos condiciones y nos ubica en el dilema “del
huevo y la gallina”. Quizás la clave diagnóstica está en la historia clínica.
Cuando se disminuyen las resistencias periféricas, las consecuencias son exactamente las
opuestas a las descritas para el caso de su aumento. Esto se muestra en las siguientes figuras.
39
La figura B de la gráfica
muestra una disminución
de la resistencia periférica,
en comparación con “el
AAo
AAo CAo
CAo
individuo normal” (figura
AAo
AAo CAo
CAo
A).
40
Fe 80% Fe 80%
Fe 60%
Fe 60%
A B
Dedicaremos algunos párrafos a tratar de comprender lo que sucede, en cada una de las for-
mas de choque, a través de la integración de las curvas de retorno venoso y de gasto cardíaco.
Para tal efecto, utilizaremos varias figuras, en las cuales, en el eje de Y siempre estará el re-
torno venoso y el gasto cardíaco. En el eje de X encontraremos siempre la presión de llenado.
El choque hipovolémico.
En el choque hipovolémico puro, el fenómeno primario es una disminución del retorno veno-
so. La causa de esta disminución del retorno venoso es una reducción de la Presión Circulato-
ria media, ocasionada por una disminución del volumen efectivo, sea por pérdida de volumen
o por pérdida del tono venoso.
En la siguiente figura, esquematizamos la dinámica que ocurre durante este tipo de choque.
41
En la figura A se muestra el
Choque Hipovolémico efecto de la disminución en
la Pcm sobre el retorno veno-
so y el gasto cardíaco. La re-
G ducción de la Pcm “desvía”
la curva de retorno hacia la
C
izquierda y abajo y produce
R una disminución del volumen
V sistólico y del volumen de
llenado y en consecuencia de
la presión de llenado. En la
Presión de llenado Presión de llenado figura B, se observa la res-
A B puesta inicial del organismo.
Las catecolaminas liberadas
aumentan la contractilidad
(curva roja). A la vez, la constricción venosa aumenta la Pcm y con ello desvía la curva de
retorno un poco hacia la derecha (curva de retorno en rojo). Las dos respuestas aumentan un
poco el volumen sistólico y el volumen de llenado. Este conocimiento permite prever que el
patrón hemodinámico del paciente con hipovolemia y respuesta catecolamínica, puede subes-
timar la magnitud del insulto inicial. En efecto, de la comparación de las dos figuras podemos
concluir que la compensación inicial, al elevar el volumen sistólico y la presión de llenado,
nos impide “ver” que el grado de hipovolemia inicial en efecto era mayor. Durante la terapia,
la compensación catecolamínica lleva a una respuesta inicial favorable con medidas que, a la
postre, se demuestra que son insuficientes. Esto se discutirá en detalle, en una sección poste-
rior.
El choque distributivo.
42
mento del GC y una disminución de la presión de llenado.
Debo señalar que, si en la evaluación del paciente solo tenemos en cuenta la presión de llena-
do, correremos el riesgo de diagnosticar una hipovolemia inexistente.
Es importante aclarar que, en el caso del choque séptico, puede agregarse una depresión mio-
cárdica que discutiremos a propósito de la sección sobre manejo del choque. En esta sección
hemos analizado a los “fenómenos puros”, pero reiteramos nuestra advertencia inicial de que,
rara vez encontraremos este cuadro aislado.
Choque Cardiogénico.
43
Las metas del tratamiento.
Una primera consideración hace referencia a la carga energética disminuida y sus con-
secuencias. En efecto, como se discutió, la disminución sostenida de la carga energéti-
ca puede ocasionar que el organismo atraviese la "etapa de no retorno", después de lo
cual el tránsito hacia la irreversibilidad es inevitable. La noción práctica de este conoci-
miento se constituye en la primera meta terapéutica: RESTAURAR LA CARGA ENER-
GETICA EN EL MENOR TIEMPO POSIBLE.
Esta meta implica que nuestros esfuerzos, si son exitosos, evitarán el deterioro progre-
sivo que la hipoxia/isquemia ocasionan a la célula. Para ello, es imperativo considerar
el tiempo dentro del cual implementamos nuestras medidas terapéuticas. Así, como lo
estableció Wilson, un período de choque con hipotensión (PAS < 90) que dura más de
30 minutos conlleva una mortalidad inaceptablemente alta.
Las descripciones de Cuthberston sobre la fase ebb y flow nos llevan a una considera-
ción adicional. En efecto, una vez superada la fase ebb, el desarrollo de la respuesta
de supervivencia muestra que el desenvolvimiento de una adecuada fase flow es otro
de los condicionantes del éxito final. En otros términos, una vez salvada la primera
amenaza, nuestra actitud terapéutica se orientará al adecuado soporte de la fase flow,
hasta cuando su abatimiento nos indique la superación completa de la crisis.
Este conocimiento nos conduce a una segunda meta en el tratamiento del choque,
cual es la de FAVORECER EL DESARROLLO DE UNA ÓPTIMA FASE FLOW, y nos
indica que el tratamiento se extiende mucho más allá de la reanimación inicial y nos
obliga a continuar las acciones terapéuticas hasta cuando, al abatir esta respuesta, el
paciente nos indique que ha salido definitivamente de su crisis.
Hasta aquí hemos establecido las metas del soporte del paciente, pero es necesario
advertir que si no logramos controlar la causa desencadenante del choque no lograre-
mos evitar la muerte del paciente. Por obvio que parezca, debe señalarse que debe-
mos incluir dentro de nuestras metas terapéuticas el CONTROL DE LA CAUSA DE-
SENCADENANTE.
El conocimiento del proceso que siguió la evolución para dotar al organismo de las res-
puestas adaptativas necesarias para lograr la supervivencia ante una lesión, nos orien-
ta en la estrategia que debemos seguir para ayudar a nuestro paciente.
Podría ser oportuno reiterar aquí que la terapéutica debe ser individualizada buscando
que el paciente satisfaga sus necesidades metabólicas. Es decir, el enfoque terapéuti-
co no solo debe limitarse al aumento del DO2 sino que debe propender por aumentar
efectivamente el VO2, para lograr seguir la ruta trazada por “la madre naturaleza”.
En los pacientes críticos con o sin sepsis los resultados de la literatura son aparente-
mente contradictorios. Hayes en 1994, utilizó Dobutamina para aumentar el DO2 en
pacientes que no habían respondido adecuadamente a la infusión de volumen. En su
estudio aleatorio controlado, no logró mostrar beneficio alguno con la terapia y por el
contrario sugirió que podría ser deletérea (48). Gattinoni en 1995, tampoco pudo de-
mostrar, en un estudio aleatorio controlado, ningún beneficio con una terapia tendiente
a aumentar el índice cardíaco o la saturación venosa mezclada de oxígeno (49). A su
vez, Alia y Colaboradores en un estudio aleatorio con un menor número de pacientes
no demostraron reducción en la mortalidad
45 ni en la morbilidad con un tratamiento que
llevó, en el grupo de intervención a aumentar el DO2 a niveles superiores de 600 mL/
m2/min (50). Por otro lado, Tuchschmidt y colaboradores mostraron que en un grupo
de pacientes críticos, aquellos que espontánea o terapéuticamente elevaron su IC y su
DO2 tuvieron una menor mortalidad que aquellos que no lo lograron (40% vs 74%, p <
0.05) (51). Vallet y colaboradores, en un estudio multicéntrico realizaron una prueba
con Dobutamina a dosis de 10 mcg/kg/min en pacientes sépticos que habían recibido
previamente una carga de líquidos y encontraron que podían detectarse dos grupos:
Los que respondieron con un aumento del DO2 y del VO2 y aquellos que no lo hicie-
ron. La mortalidad en los “respondedores” fue sustancialmente menor que en los “no
respondedores” (8.7% vs 44.4%), (52). Hayes y colaboradores en un estudio retros-
pectivo evaluaron los pacientes de un estudio prospectivo aleatorio realizado para eva-
luar el riesgo de falla multisistémica y llegaron a conclusiones similares a las estableci-
das por Vallet, en el sentido de que se observa una menor mortalidad en paciente sép-
ticos que logran aumentar su VO2 (53). Rodes y colaboradores practicaron, una prue-
ba con dobutamina a pacientes sépticos y de nuevo encontraron que los
“respondedores” tuvieron una menor mortalidad (14% vs 91%, p < 0.05) (54). En igual
forma, Yu y colaboradores en un estudio aleatorio controlado también demostraron
una reducción en la mortalidad en quienes aumentaron, terapéutica o espontáneamen-
te su VO2 (14% vs 56%) (55).
Tomados en conjunto, los datos sugieren que en efecto, los pacientes quirúrgicos y los
pacientes críticos, aumentan la supervivencia cuando son capaces de “montar” y sos-
tener una respuesta hiperdinámica (léase una adecuada fase flow). Además que,
cuando el pacientes por si mismo es incapaz de aumentar el VO2 frente al insulto, el
apoyo terapéutico con volumen y/o vasoactivos permite que muchos de ellos lo au-
menten y logren superar con éxito la crisis. Por supuesto, aquellos pacientes que es-
pontánea o terapéuticamente no logran aumentar el VO2, tendrán una evolución más
tórpida y una menor supervivencia. Quizás esta consideración de los pacientes entre
respondedores y no respondedores que la explicación para los resultados contradicto-
rios que se encuentran en la literatura.
No está claro en la literatura médica el nivel de presión óptima al cual debe llevarse un
paciente es estado de choque. Sin embargo, de la fisiología es claro que los niveles de
presión por debajo de 60 pueden comprometer el funcionamiento renal. Además, una
presión de perfusión cerebral por debajo de 50 altera el funcionamiento cerebral. Por
otro lado, una presión sistólica que persiste por debajo de 90, define el estado de cho-
que. Estos parámetros nos han llevado a establecer, para nuestros residentes, una fra-
se coloquial que define una presión arterial adecuada y que recomienda aquella que
"le alcanza al paciente para pensar y para orinar". En términos numéricos los patrones
son: Una presión sistólica > 90 y una presión media nunca menor de 60, y con base en
algunas sugerencias de la literatura (42,43,44) tratamos de mantener una PAM no me-
nor de 80, aclarándose que en pacientes hipertensos, este objetivo se extiende a una
PAM no menor del 20% de aquella que usualmente maneja el paciente.
La acidosis metabólica, detectada por medio de los gases arteriales, puede ser un indi-
cador adecuado de hipoperfusión oculta. Como se discutió, la base fisiológica para es-
ta noción se encuentra en la producción de ácido láctico, secundaria a un "bloqueo" de
la cadena respiratoria ocasionada por una disminución del aporte de O2 a la mitocon-
dria (57).
Existen dos grupos de conocimiento que deben tenerse en cuenta antes de sugerir
que una acidosis metabólica detectada por los gases arteriales es indicadora de una
hipoperfusión. El primer concepto, que se discute ampliamente en el capítulo de equili-
brio ácido-base de esta publicación, nos muestra que existen otras causas de acidosis
metabólica, que incluso, pueden ser más frecuentes que la acidosis láctica y que de-
ben ser descartadas antes de sugerir la presencia de hipoperfusión. Remitimos al lec-
tor al respectivo capítulo (58).
Por otro lado, cada vez tomamos más conciencia de que la acidosis láctica no es sinó-
nimo de reducción del aporte de oxígeno a la mitocondria. En efecto, es posible que un
aumento de la glicólisis, sin alteración de la cadena respiratoria, pueda aumentar los
niveles de piruvato y presionar así la producción de ácido láctico, en cuyo caso la ca-
racterística fundamental es el mantenimiento de una relación normal entre el piruvato y
el lactato. Además, se ha reconocido el papel del lactato como transportador de equi-
valentes reductores hacia áreas del organismo que lo puedan incorporar al metabolis-
mo intermediario (57, 59, 60).
La llamada tasa de extracción tisular de oxígeno ha sido utilizada como indicador glo-
bal del acople entre el aporte de oxígeno y su consumo. En forma similar, la presión
venosa mezclada de oxígeno también ha sido señalada como parámetro evaluador de
la perfusión general del organismo. El inconveniente de evaluar la perfusión general
radica en la posibilidad de que pasen desapercibidas zonas locales de hipoperfusión,
quedando entonces el paciente insuficientemente reanimado.
Esta hipótesis ha sido sugerida por quienes han utilizado la medición del CO2 gástrico
y quienes, mediante la tonometría, han demostrado una reducción del pH gástrico co-
mo indicador de hipoperfusión local (61,62, 63, 64, 65). Debe señalarse, sin embargo
que recientemente se ha cuestionado la utilidad
48 de la tonometría gástrica. En efecto
Creteur y colaboradores no pudieron demostrar ninguna correlación entre la diferencia
mucosa – arteria de CO2, con otros índices de perfusión esplánica (64). A pesar de
ello, parece ser claro que el fenómeno existe (66), aunque es necesario quizás utilizar
otros marcadores como la saturación de oxígeno en la vena suprahepática o la diferen-
cia de CO2 entre esta y la arteria (66).
El cálculo del VO2 y del DO2 requiere de la colocación de un catéter de Swan Ganz y
por tanto rara vez se utiliza como instrumento de medida en las etapas iniciales de la
reanimación. En efecto, lo utilizamos, si necesario en las etapas avanzadas. Sin em-
bargo, hemos reiterado que los valores absolutos tanto del DO2 como del VO2 no son
de mayor utilidad, salvo que las cifras estén francamente por debajo de los patrones
normales establecidos o que dichos valores cursen con una tasa de extracción tisular
aumentada.
Frente a una reducción en el aporte de oxígeno que causa disminución del consumo
nuestra actitud terapéutica se orienta a aumentar el DO2.
Como se discutió, los componentes centrales del DO2 son la hemoglobina (Hb), la sa-
turación de oxígeno (SaO2) y el gasto cardíaco (GC).
Cuando la SaO2 es menor del 90%, tratamos de asegurar un valor superior a esta cifra
mediante acciones que tienden a promover el ingreso de oxígeno al torrente circulato-
rio, la primera de las cuales es aumentar la fracción inspirada de oxígeno (FiO2) al
50%. Por supuesto, emprendemos medidas tendientes a establecer la causa y a con-
trolarla.
El tercer componente del DO2 es el GC. Frente a una hipoperfusión que cursa con una
SaO2 mayor del 90% y una Hb igual o mayor de 12 gm/dL la propuesta terapéutica
que se impone es la promoción del GC. En este caso la modulación del volumen, de la
inotropía y de las resistencias periféricas, constituyen las medidas terapéuticas centra-
les.
El volumen.
El manejo del volumen ha sido objeto de gran controversia, hasta el punto de casi divi-
dir el mundo “crítico” entre los abanderados de los coloides y los de los cristaloides.
La conclusión, a nuestro juicio más importante de esta evidencia es que, aún en el me-
jor de los casos, los resultados terapéuticos son similares con ambos grupos de sus-
tancias y que el costo hace inclinar la balanza hacia el lado de los cristaloides.
Los inotropos.
Por ejemplo, por mucho tiempo se enfatizó el uso de Dopamina por su ventaja de tener
un “efecto vasodilatador renal” con características protectoras. A pesar de que aún
existen quienes persisten en este concepto, la verdad es que no existen evidencias de
un tal efecto protector (75) . Por otro lado, la controversia sobre si usamos dosis “dopa”
o “beta” o “alfa”, también ha sido recientemente cuestionada. En efecto MaCGregor y
col mostraron que los niveles sanguíneos de dopamina y por tanto su efecto farmaco-
dinámico, no correlaciona bien con la dosis administrada con base en el peso corporal
(76). Nuestra apreciación es que la dopamina sigue siendo una herramienta de prime-
ra línea cuando se trata de promover la contractilidad ventricular, titulando su dosis
hasta obtener el efecto deseado. a la dosis necesaria para titular su efecto. Incluso, en
casos de choque cardiogénico, seguimos las recomendaciones del Task Force de la
AHA/ACC quines sugieren iniciar la terapia con dopamina (67).
La adrenalina es un vasoactivo con una buena actividad inotropa y posee un efecto va-
soconstrictor dependiente de dosis. Aunque no existen referencias bibliográficas
“fuertes”, si podemos decir que es el medicamento de primera línea empleado por la
evolución cuando inició su programa de ensayo y error para dotar a los seres vivientes
de mecanismos de supervivencia. Y lo interesante es que, después de millones de
años, la sigue usando. Nuestra apreciación es que la adrenalina es una droga de 2ª lí-
nea en el manejo de pacientes en choque. Sin embargo, algunos autores sugieren su
utilización como medicamento de primera línea. En efecto, en un estudio ya menciona-
do sobre el aumento del DO2 como medida profiláctica perioperatoria, los autores la
utilizan como único inotropo (47). También se ha utilizado como droga de 1ª línea en
pacientes de difícil destete de la bomba de circulación extracorpórea.
Vasoconstrictores.
Para nosotros, este es un capítulo aparte. En el último lustro hemos asistido a pro-
puestas terapéuticas que involucran el uso de vasoconstrictores puros (estimulantes
alfa) en el manejo de pacientes en estado de hipotensión. Como se discutió arriba, en-
contramos un riesgo importante en la utilización de estos agentes por su efecto sobre
la resistencia periférica que puede desencadenar una reducción de la fracción de
eyección y del índice sistólico y un aumento del volumen de fin de sístole y de fin de
diástole. La consecuencia sería una desviación de la curva de función ventricular iz-
quierda hacia la derecha y un riesgo importante
52 de hipoperfusión miocárdica. Nuestra
apreciación entonces es que se trata de una medida riesgosa, cuya implementación, si
es que se hace, debe ser muy cautelosa. En efecto, hasta el momento, nunca hemos
visto la necesidad de utilizarla y nuestros resultados terapéuticos no difieren de los es-
perados (81). Quizás podamos encontrar un espacio para estos agentes en casos de
vasodilatación severa ocasionada por el bloqueo espinal.
Vasodilatadores.
El manejo durante esta etapa debe ser intenso y oportuno y puede ser orientado a tra-
vés de una secuencia de pasos que han constituido nuestra orientación en los últimos
años.
Para una mejor descripción del proceso, procederemos a separarlo en cada una de las
categorías generadoras de choque, discutidas arriba.
El choque hipovolémico.
Hay una razón fisiopatológica que permite comprender el porqué, a pesar de una pér-
dida sustancialmente superior, podemos lograr una recuperación inicial con la adminis-
tración de una cantidad inferior a la perdida.
54
La figura muestra el sistema circulatorio dividido en un compartimiento central y uno
periférico los cuales se comunican a través de los circuitos arterial y venoso represen-
tados en el “tubo” central. El llenado del compartimiento central se realiza gracias al re-
torno venoso, impulsado por la presión circulatoria media.
Este conocimiento nos permite asegurar que si, gracias a el mecanismo descrito, lo-
gramos recuperar la presión arterial rápidamente, esta recuperación no será sostenida
si no se ha logrado administrar el volumen perdido.
Sea cual fuere el mecanismo, parece haber consenso en que la cantidad de líquido ne-
cesaria a administrar supera con mucho las expectativas inciales. Los estudios de Lu-
cas son apoyan esta noción (88), aunque este autor supone que el estado de choque
produce un cambio conformacional en el intersticio que impide la reposición vascular
de la albúmina que normalmente sale de él. Este fenómeno, descrito como la
“enfermedad intersticial” podría ser otra explicación para el aumento observado en clí-
nica, del volumen necesario para una adecuada reanimación.
Este “pequeño” paréntesis nos permite entender entonces que, una vez recuperada la
presión arterial es necesario continuar con la terapia intravenosa hasta cuando se lo-
gre la estabilidad del paciente. Ahora bien, no es infrecuente que con la administración
inicial de volumen no se logre una respuesta completamente satisfactoria. En estos ca-
sos, “se nos van agotando los 30 minutos” sin lograr recuperar la presión arterial. Aquí
se impone la administración de vasoactivos. Esta propuesta, anteriormente inaceptable
para nosotros por tratarse de casos de hipovolemia, encuentra su explicación en las
medidas adoptadas por el organismo en estos casos y que han mostrado ser útiles pa-
ra la supervivencia. En efecto, el organismo libera adrenalina que como se dijo, “lo
ayudan a sostenerse mientras tanto”. En igual forma procedemos cuando, a pesar de
la infusión de volumen, no logramos recuperar la presión arterial. En nuestro esquema
iniciamos dopamina a dosis de 5 mcg/kg/min y la modificamos a necesidad.
Una medida que nos ha sido útil y que utilizamos cada vez con mayor frecuencia, es la
administración de solución salina hipertónica. En muchas ocasiones hemos sido sor-
prendidos por su efecto terapéutico. La explicación de su rápida acción está, a nuestro
juicio en los trabajos de Gann, descritos arriba (87) y en los estudios de Svensen y
Hahn que sugieren un volumen de distribución mucho menor para la salina hipertónica
que para el ringer lactato (85). Para su implementación utilizamos solución al 7.5%, en
bolos de 20 ml hasta una dosis máxima de 4 ml/kg, aunque debe señalarse que este
uso no ha recibido el aval de la FDA.
Es común escuchar entre los aficionados al boxeo que, para los jueces, son las últimas
imágenes del combate las que más los impresionan. Espero que esto sea aplicable a
la lectura y por ello, quiero dejar esta última
57 imagen: SI NO SE LOGRA CONTROLAR
OPORTUNAMENTE LA CAUSA DESENCADENANTE, no serán de mayor utilidad
nuestras medidas terapéuticas ni los conocimientos fisiopatológicos.
El choque cardiogénico.
Es importante agregar que cuando uno de nuestros pacientes requiere de un tan inten-
so apoyo cardiovascular, no dudamos en avanzar un catéter a la arteria pulmonar para
guiarnos en la terapia.
Por no ser del ámbito de esta publicación no consideramos la terapia fibrinolícia, pero
es claro que tiene un papel en la terapéutica actual del IAM (69, 70).
Vale la pena pensar que es posible que, en el curso de un IAM ocurra una complica-
ción mecánica por daño valvular o ruptura del tabique o de la pared misma del miocar-
dio que deterioran severamente la función y desencadenan un choque cardiogénico.
En estos casos el diagnóstico oportuno y los resultados de las medidas de soporte
orientarán al clínico a utilizar o no inmediatamente el recurso quirúrgico.
Finalmente, si el choque cardiogénico se desarrolla fuera del contexto del IAM, se im-
plementarán las medidas de soporte descritas y solo se recurrirá a la cirugía cuando el
estudio del paciente muestre que es posible recuperar la función por este medio.
Cuando el choque se desencadena por una obtrucción a la entrada del retorno venoso,
la medida terapéutica de soporte será la de incrementar la presión circulatoria media y
para ello la herramienta principal son los líquidos. Para tal efecto, procedemos a infun-
dir cristaloides, como se señaló en el choque hipovolémico. Debe señalarse que en es-
tos casos las medidas de soporte tienen como objetivo lograr una estabilización básica
para proceder a controlar la causa. En casos, por ejemplo, de taponamiento cardíaco,
si no se logra liberar la presión intrapericárdica, no podrá aliviarse la restricción de la
cámara y por tanto no lograremos los resultados esperados.
Vale la pena aquí señalar que no es infrecuente que se considere fracaso terapéutico
después de un apoyo insuficiente. En efecto, algunos clínicos se abstienen de proveer
un aporte decidido de líquidos, por temor a producir o a aumentar un edema pulmonar.
En realidad no se trata de fracasos terapéuticos, sino de una terapia restringida y cu-
yos obvios resultados disminuyen la posibilidad de supervivencia del paciente.
Con frecuencia la etapa de choque ha sido de suficiente intensidad como para alterar
el funcionamiento de las bombas iónicas, de tal manera que continua produciéndose
edema celular a expensas del espacio interstiticial y por supuesto del intravascular.
Puede suceder también que las alteraciones durante la etapa previa hayan ocasionado
cambios de la permeabilidad capilar, que mientras revierten, ocasionan una disminu-
ción del volumen intravascular.
El papel del médico durante esta fase es "acompañar" al paciente durante ella y "velar"
para que pueda transitarla completamente. En términos menos coloquiales el médico
debe constatar permanentemente que el paciente mantiene su patrón de respuesta y,
cuando detecte alguna alteración, la corrige. Debe señalarse que una hipoperfusión
durante esta fase puede redesencadenar de nuevo la respuesta esta vez con mayor
intensidad y poner al paciente en riesgo de desarrollar falla multisistémica. También es
importante anotar que para ello no es necesario que se presente un franco estado de
choque, sino que, puede ser ocasionada por períodos relativamente larvados de hipo-
volemia o falla cardíaca que de no ser corregidos tienen las consecuencias descritas.
El mantenimiento del volumen circulante es uno de los pilares terapéuticos. Como pue-
de derivarse de las discusiones fisiopatológicas, la mayoría de estos pacientes tienen
un requerimiento de volumen que supera con mucho las necesidades basales.
61
Con mucha frecuencia el clínico no tiene en su mente las consideraciones fisiológicas
descritas y decide, al finalizar la etapa de choque, reducir drásticamente la administra-
ción de volumen. El cuadro clínico característico que hemos observado en estos casos
puede ser caricaturizado en la siguiente forma: "doctor, al paciente se le esta bajando
la diuresis, dice la enfermera y el médico responde pásele un bolo. Algún tiempo más
tarde la enfermera de nuevo alerta sobre oliguria y/o taquicardia y/o hipotesión y el mé-
dico con frecuencia responde pásele otro bolo".
La técnica "del bolo" muy utilizada en las unidades de cuidado intensivo confirma la
presunción del requerimiento líquido aumentado en estos casos. Sin embargo, debe
notarse que se trata de un procedimiento intermitente y que en efecto debe interpretar-
se como un error en la cuantificación del volumen requerido por el paciente.
Nuestra práctica, una vez recuperado el paciente del choque inicial, aplicamos crista-
loides a una tasa constante que fijamos entre 300 y 500 mL/hora y cuyos resultados
vigilamos cercanamente durante las primeras 2 horas. Las presiones de llenado, la
diuresis, la presión arterial, la tasa de extracción y la presión venosa mezclada de oxí-
geno nos indican la pertinencia de esta tasa de infusión y nos permiten hacer las modi-
ficaciones necesarias, hacia arriba o hacia abajo.
En este momento se impone una reducción drástica del apoyo con volúmen y permitir
que el organismo proceda a la eliminación de los excedentes acumulados.
En consecuencia, nuestro papel se orienta a evaluar el equilibrio entre los dos ventrí-
culos, denominado "homogeneidad ventricular" para modificar la velocidad de infusión
de acuerdo a su estado. La corrección de este fenómeno puede incluir medidas de so-
porte inotropo o modificaciones en la resistencia periférica y con frecuencia permite
continuar el aporte líquido hasta lograr la reanimación completa.
Durante la fase post choque, existen también riesgos a considerar. Durante ella caben
las mismas anotaciones hechas para la etapa de choque. Sin embargo, en nuestra ex-
periencia, el principal riesgo lo constituye lo que hemos denominado "el síndrome de la
eternización terapéutica". Se trata de una 63 falta de reconocimiento por parte del médico
de que el paciente ha transitado correctamente por las fases descritas y se encuentra
en franca recuperación.
La caricatura de este cuadro podría ser la siguiente. El paciente comienza con una diu-
resis profusa y el médico responde aumentando el volumen administrado. La conse-
cuencia es un aumento progresivo en las presiones de llenado y una disminución,
eventualmente por isquemia, de la función ventricular, ante la cual el médico responde
aumentando los inotropos. Esto conduce a un aumento del GC y de la diuresis con re-
ducción de las presiones de llenado que el médico puede interpretar como "un estado
hiperdinámico" y una "poliuria séptica" que requiere aumento en el volumen adminis-
trado y por tanto vuelve a comenzar el ciclo. El resultado generalmente es un paciente
sano, hinchado, con Dopa full, con infiltrados pulmonares y un desesperado médico
hablando de "sepsis oculta", "falla multisistémica" y no se cuantas otras cosas más.
La mejor forma de evitar este riesgo es el análisis juicioso de los eventos que se suce-
den en el paciente. El médico debe estar siempre buscando los indicadores descritos
de abatimiento. Incluso debería formarse un estimado del tiempo normal de respuesta
a la lesión. Por ejemplo, un paciente que durante la cirugía presenta un episodio transi-
torio de hipotensión que es manejado correcta y rápidamente con la administración de
volumen, bien pudiera iniciar su redistribución al finalizar la cirugía. En forma similar,
un paciente con severo choque hipovolémico que es controlado en urgencias antes de
30 minutos, puede recuperar su función de bombas iónicas dentro de las siguientes 6
a 12 horas, e incluso antes, sobreviniendo la redistribución durante este período. Por el
contrario, un paciente sometido a un intenso y prolongado estado de choque que oca-
siona alteraciones severas y sostenidas de la perfusión, puede tardar 48 a 72 horas o
más para recuperar la permeabilidad alterada. Estos conocimientos, le permiten al clí-
nico formarse un juicio sobre el tiempo al final del cual podría esperar, razonablemen-
te, que el paciente inicie la redistribución.
La evaluación juiciosa del paciente permite descubrir una falla cardíaca larvada, cuyo
manejo es aumentando el soporte inotrópico y con ello, generalmente se soluciona el
problema.
Cuando podemos descartar la falla cardíaca, hemos recurrido a una explicación que
nos ha parecido teóricamente plausible, aunque no hemos logrado una prueba contun-
dente de ella en la literatura. Se trata del supuesto de una persistencia de la redistribu-
ción del flujo intrarrenal que se ocasiona durante el estado de choque. Es decir, que
una vez se supera el estado de choque, persisten64 los cambios vasculares que, durante
este estado, privilegian el flujo medular sobre el cortical que tiene, como propósito apa-
rente, una disminución de la pérdida hídrica a través de la irrigación predominante de
las nefronas yuxtamedulares, “ahorradoras de sodio”.
Con esta hipótesis en mente, nuestra primera aproximación a una “redistribución blo-
queada” es la administración de un agente con propiedades vasodilatadoras renales.
Para ello, utilizamos furosemida en dosis de 2.5 mg. Lo que nos ha parecido coherente
en la hipótesis descrita es la observación de una profusa diuresis que comienza muy
rápidamente (5 a 10 minutos) después de la administración de ésta dosis. Esta rápida
respuesta nos parece que se ajusta con las propiedades vasodilatadoras de la furose-
mida, cuyo efecto se presenta muy rápidamente después de su administración, puesto
que la acción sobre el asa de henle toma mucho más tiempo para producirse.
Cuando observamos diuresis aumentada, la evolución del paciente puede tomar dos
vías. La primera de ellas es un deterioro del estado del paciente después de la diure-
sis, con aumento de la tasa de extracción y signos de hipovolemia. En estos casos,
suspendemos la administración del diurético y reponemos los líquidos eliminados para
recuperar la hemodinamia y suponemos que nos hemos equivocado en el diagnóstico
de “redistribución bloqueada”.
En algunos casos, hemos observado que la causa del problema puede ser explicada
por una baja depuración de creatinina. Debo aclarar que no es infrecuente encontrar
este signo de disfunción renal en pacientes en quienes los niveles de creatinina se en-
cuentran en cifras normales o muy discretamente aumentadas. En estos casos, es pro-
bable que la dosis de 2.5 mg de furosemida no ocasione una respuesta mayor. La res-
puesta característica en ellos es un discreto aumento de la diuresis que aparece más
tardíamente (30-50 minutos) y que rara vez persiste. Si esta fuera la condición, aumen-
tamos la dosis de furosemida a 5 o 10 mg y observamos la respuesta.
En pacientes con falla renal aguda oligúrica, la situación es más compleja. En ellos, el
diagnóstico de distribución es difícil y su mejor aproximación es mediante la hemodiáli-
sis o la hemofiltración continua.
Puede suceder que nos enfrentemos a un paciente en quien, después de un tiempo ra-
zonable, no sobrevenga la “redistribución” y que podamos comprobar que no se trata
del fenómeno hemos optado por denominar “redistribución bloqueada”.
Por otro lado, es importante reconocer que la dinámica del paciente crítico es de tal
magnitud que, “lo que es cierto en la mañana, puede no serlo en la tarde”. Por ejem-
plo, un paciente puede presentar un episodio de hipotensión que requiere la adminis-
tración de volumen y ante cuya corrección debe responderse restringiendo el volumen.
Este ejemplo muestra que la terapéutica del paciente crítico puede verse superficial-
mente como “primerazos” y “reversazos” en secuencia, que el observador externo pue-
de entender como errores o contradicciones entre los miembros del equipo.
En resumen, la mejor recomendación que podemos hacer para asegurar una adecua-
da conducción del proceso del manejo titulado, es que antes de emprenderlo, el médi-
co haya sido entrenado con solvencia, en el manejo de la reversa.
Procedemos así en cada uno de los casos y con cada disfunción detectada, repitiendo
el ciclo hasta lograr los objetivos terapéuticos finales.
Últimos comentarios.
Durante esta revisión hemos tratado de exponer los principales elementos fisiopastoló-
gicos y terapéuticos que nos han guiado en el manejo de los pacientes en estado de
choque. Las estrategias propuestas hacen parte de lo que hemos estructurado para
nuestros servicios y que utilizamos en el práctica en ellos.
Una primera evaluación de nuestros resultados con estas estrategias fue publicada en
la Revista Colombiana de Cirugía en donde puede ser consultada y comparada con
otras Unidades. Para ello, utilizamos el APACHE II, a partir del cual calculamos la mor-
talidad esperada mediante la fórmula descrita por Knaus y colaboradores: ln (R/(1-R)
= -3.57 + (0.146 x APACHE II) + (0.603 si cirugía de uregencias) + Puntaje de enfer-
medad. Con esta metodología Knaus evaluó 13 Unidades de cuidados intensivos en
USA y encontró que la relación entre mortalidad observada y mortalidad esperada
(MO/ME) se encontraba entre 0.56 y 1.59. En esta primera evaluación realizada con
estos protocolos en el Hospital San Juan de Dios de Bogotá, encontramos que nues-
tros resultados se encontraron dentro del rango esperado.
Estas evaluaciones nos han dado el aval para continuar el proceso terapéutico como lo
hemos descritos en este capítulo. 68
Finalmente, deseo agradecer a los doctores Carlos Ordoñes y Ricardo Buitrago por
haberme invitado a participar en esta excelente obra y al doctor Gilberto Fernández
por la revisión del manuscrito.
69
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