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La Teología de la Reforma

LA TEOLOGÍA DE LA REFORMA
INTRODUCCIÓN

En todos los asuntos de fe y moral la autoridad final es solamente la Biblia (Sola


Scriptura Nº 1). Delante del Santísimo Dios, de acuerdo a la Biblia, la persona es salva
sólo por gracia (Sola Gratia Nº 2), solamente por medio de la fe (Sola Fide Nº 3), en
Cristo Jesús solamente (Solo Christo Nº 4). A partir de esto, toda la gloria y la alabanza
son sólo para Dios (Soli Dei Gloria Nº 5).

El Señor Dios ha usado estos cinco principios bíblicos para producir un gran
avivamiento en el cuerpo de Cristo conocido como la Reforma. Históricamente, estos
cinco principios han estado en la base de todos los avivamientos genuinos en el cuerpo
de Cristo porque el mensaje del Evangelio es el nudo de todo verdadero avivamiento en
el cuerpo de Cristo, como lo fue en la Reforma.

Los reformadores vieron que el problema radical de la humanidad es una culpa legal
frente a un Dios Santo que es, antes que nada, una situación legal o forense más que
una sencilla contaminación moral, consecuencia de la culpa legal. Bíblicamente, los
reformadores vieron que la expiación encara antes que nada la culpa legal de la
humanidad frente a un Dios Santo más bien que la simple mejora de la condición moral
del hombre. Aunque una mejor condición moral sigue a la declaración legal de rectitud
delante del Santo Dios, la mejora de la condición moral del hombre le sigue como un
fruto, y también es parte del mensaje Divino. El verdadero avivamiento viene cuando el
individuo salvado confía plena y solamente en el cumplimiento de la Ley por Cristo
Jesús; luego, unido a él, se arrepiente de su pecado. De esa manera la gracia de Dios
puede fluir abundantemente y sólo él recibe la gloria.

Los reformadores de los siglos 16, 17 y 18 comprendieron unánimemente estos cinco


principios como básicos a la verdadera reforma, o avivamiento, en el cuerpo de Cristo.
Aplicaron estos principios a la sede de Roma. En consecuencia la gente pudo ver
claramente el sistema falso por el que estaban esclavizados. Como resultado, la
abandonaron en tropel. Estos principios son la medida de la verdadera doctrina y por
ende, la medida del verdadero avivamiento, que es un avivamiento de los engaños de
Satanás y de las insensateces de Gálatas capítulo tres.

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La Teología de la Reforma

Cinco Principios Bíblicos de Avivamiento


Richard Bennett

(ex-sacerdote católico)

Salvación por la gracia sola (Sola Gratia)

En la Biblia, la justificación es el regalo de Dios al creyente, a quien le es acreditada


en base a la obra acabada de Cristo en la cruz.[7] Sencillamente, la justificación es el fallo
justo de Dios del creyente, por el que lo declara sin culpa en relación al pecado, y recto
en cuanto a su posición moral en Cristo frente al Dios Santo. Este juicio de Dios es
legalmente posible gracias a la muerte sustitutiva y a la resurrección de Cristo Jesús en
lugar del creyente. La justificación es primero y principalmente el juicio legal de Dios del
creyente.

Como lo declaró Cristo: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este
mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí
mismo”.[8] La justificación es el fallo justo de Dios para demostrar en palabras de
Romanos 3:26 que El es: “justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. Este juicio
justo de Dios es el centro de la predicación apostólica de la buenas nuevas de la Biblia.
Es un juicio justo otorgado por Dios gratuitamente.

“Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él;
porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado. Pero ahora, aparte de la ley,
se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley, y por los profetas; la justicia
de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay
diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo
justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a
quien Dios puso por propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su
justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, lo pecados pasados, con la
mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que
justifica al que es de la fe de Jesús”.

Claramente, de acuerdo con este pasaje, toda persona que está bajo la ley ha sido
destituida de la gloria de Dios y por lo tanto tiene un expediente malo a causa de sus
pecados personales. La buena nueva afirmada en el versículo 24 es que la justificación
de una persona delante de Dios se basa en la redención de Cristo y es gratuita, ya que
no consiste en nada que la persona pueda hacer por sí misma. Dios mismo provee por
gracia la justificación del creyente. “Por gracia” significa su don gratuito. La gracia de
Dios a expensas de Cristo. Este es el nudo mismo de las buenas nuevas del Evangelio.
El Evangelio tiene que ver primero y principalmente con Quien es Dios en su Santa y
Justa naturaleza. El Evangelio muestra que a causa de Quien es Dios, solamente El
justifica al creyente. Romanos 3:26 afirma: “Con la mira de manifestar en este tiempo su
justicia, a fin de que él sea justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”.

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La Teología de la Reforma
Bajo la ley, que Dios el Padre declare justo a un pecador, implica que este haya
vivido una vida perfecta bajo la ley perfecta. Solamente el Dios-Hombre Cristo lo podía
hacer, y lo hizo. Lo ha cumplido.

En eso se ha mostrado el amor de Dios por medio de su Hijo, Jesucristo, en que este
don de justicia, que le costó a Cristo Jesús la vida es un obra completa y la obtenemos
gratuitamente. Porque ¿a quién le debe Dios algo? Y ¿quién puede alcanzar Su patrón
bajo la ley? ¿Quién puede negociar con Dios o con Jesucristo, con la idea de ofrecer
algo a cambio de la declaración de justicia de parte de Dios? Hacer una oferta tan natural
y ridícula como esa sería intentar un soborno del más alto grado. Una y otra vez la Biblia
afirma, por eso, que Dios acredita gratuitamente, o por la gracia de Dios solamente (Sola
gratia), la justicia de Cristo al creyente.

Efesios 2:7-9 “Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su
gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos
por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que
nadie se gloríe”.

Romanos 11:6 “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es


gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra”.

Efesios 2:5 “. . . por gracia sois salvos”.

Tito 2:11 “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los
hombres”.

Tito 3:7 “Para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a
la esperanza de la vida eterna”.

1 Timoteo 1:14 “Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el
amor que es en Cristo Jesús”.

Efesios 1:7 “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según
las riquezas de su gracia”.

La herejía pelagiana
Pelagio fue un monje británico nacido a mediados del siglo 4 (354-418). Tenía un
gran celo por la moralidad, la autodisciplina ascética y la auto superación "cristiana".
Pero carecía de la comprensión bíblica del principio de la sola gracia. Sostenía que la
naturaleza humana tiene la capacidad de vivir una vida santa delante de Dios, es decir,
que un hombre puede ser justificado guardando la ley de Dios. Esto es imposible en
realidad. Sin embargo, la herejía pelagiana, contra la que luchó Agustín, entró como un
cáncer en la iglesia Cristiana.

El conflicto entre el Evangelio y esa herejía giraba alrededor del asunto de la muerte
espiritual del hombre y del don absolutamente gratuito de Dios de la justificación como la

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verdadera solución a ese problema mortal. El conflicto se reduce a la pregunta de si la
redención es obra de Dios o del hombre. Para Pelagio, el hombre necesitaba
simplemente mejorar, mientras que bíblicamente, el hombre es declarado “muerto en
[sus] delitos y pecados” (Efesios 2:1).

Esta herejía está extendida hoy en los cultos, el catolicismo romano y en algunas
partes del mundo evangélico. Los reformadores del siglo 16 insistieron en que sobre la
base de los claros textos bíblicos (once veces en Romanos capítulo cuatro, por ejemplo),
el don de Dios de la justificación es por gracia sola y está acreditado legalmente al
individuo por Dios el Juez. Esto fue lo que hizo pedazos la posición pelagiana de Roma.
El principio bíblico de que la justificación es por la sola gracia de Dios es lo que destruirá
el semipelagianismo de Roma en la actualidad.[10]

Los intentos de Roma de reducir el “poder de Dios para salvación” a una “ayuda”

El poder de Dios para salvación del que habla Pablo es el Evangelio en Romanos
1:16. Está aclarado en el versículo 17 como la “justicia de Dios” que “se revela”.

La justicia de Dios acreditada al creyente a expensas de Cristo está verdaderamente


en la raíz del significado de la expresión “temor reverencial”. El creyente se siente
inundado una y otra vez por el temor reverencial, adoración y alabanza al Santo Dios que
ha provisto la obra acabada y permanente de justificación del pecado. Esta justificación
reside solamente en la justicia de Cristo (Solo Christo) y está acreditada
irrevocablemente al creyente que ha sido puesto en El por Dios mismo. Esta justicia no
puede ser menguada; tampoco aumentada. El creyente es justificado por acreditación de
la "justicia perdurable"[11] de Cristo, y por lo tanto es para siempre. Con el apóstol Pablo,
entonces, el creyente puede proclamar valientemente “Ahora, pues, ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la
carne, sino conforme al Espíritu”.[12] El propósito primero y último de Dios se ve
claramente en este libro.

Siguiendo a la “no condenación” está la liberación del pecado y el andar en el camino


del Espíritu Santo, no en el de la carne. Cuando la persona convertida peca, su acción
causa un conflicto que debe ser resuelto por la relación entre Dios el Padre y ella.[13] No
significa que haya perdido su posición de hijo de Dios en Cristo, porque esa posición le
ha sido conferida irrevocablemente por el Dios Juez. Más bien Dios el Padre trata con
sus hijos precisamente porque son legalmente sus hijos. Esta es la razón por la que
como personas verdaderamente salvas, Dios castiga a los suyos, porque están
realmente en Cristo. “Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido
participantes, entonces sois bastardos, y no hijos”.[14]

La enseñanza Católica Romana


Contrariamente a todo esto, la enseñanza Católica Romana sobre la gracia está en
franca contradicción con la naturaleza legal de la gracia de Dios. Esto se ve claramente
por la flagrante mentira en su sumario sobre la gracia en el Catecismo:

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La Teología de la Reforma
Nº 2021 “La gracia es el auxilio que Dios nos da para responder a nuestra vocación
de llegar a ser sus hijos adoptivos. . . ”[15]

En las Escrituras, la adopción no es algo que uno tiene como meta o vocación. Más
bien es totalmente asunto de Dios: “Según nos escogió en él antes de la fundación del
mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos
predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro
afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo
aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados
según las riquezas de su gracia”.[16]

A la luz de Efesios capítulo uno, la definición de la gracia que aparece en el Nº 2021


es una lamentable y consumada herejía. En lugar de que el hombre tenga la vocación, la
adopción como hijos es algo que Dios mismo ha predestinado. En lugar de merecer la
adopción por buenas obras del hombre, la adopción como hijos de Dios es por medio de
Jesucristo, según la buena voluntad de Dios. El propósito de Dios en la adopción es “por
su voluntad”, “para alabanza de la gloria de su gracia”. Intentar definir la gracia de Dios
como simple "ayuda" a la respuesta del hombre a su “vocación de ser sus hijos
adoptivos” es presentar una visión totalmente distorsionada y herética de la gracia de
Dios. Es la permanente mentira de Roma enseñar que la justicia inherente o interior es la
base de la justificación en lugar del verdadero evangelio de la obra acabada de Cristo
Jesús. La bondad interior nunca ha sido y nunca será la base de la justicia de nadie
delante del Santísimo Dios. Más bien, la base sobre la que cualquier persona es
justificada delante de él es y siempre será sólo la obra consumada de Cristo Jesús.

Si la definición de gracia de Nº 2021 fuera cierta, y con la ayuda de Dios un hombre


pudiera “responder a nuestra vocación de llegar a ser sus hijos adoptivos”, entonces el
hombre se justificaría a sí mismo. Pero Romanos 11:5-6 parte directamente por el medio
esa visión engañosa: “Así también en este tiempo ha quedado un remanente escogido
por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia.
Y si por obras, ya no es por gracia; de otra manera la obra ya no es obra”.

Si Dios estuviera meramente ayudando a alguien a “responder” a su vocación de ser


hijo de Dios, nadie estaría en condiciones, porque la ley de Dios requiere absoluta
perfección y sólo una Persona la ha podido cumplir.

El mérito

Bajo el mismo encabezamiento general de “Gracia y Justificación”, Roma enseña de


los méritos de la persona: Nº 2025 “Podemos tener méritos delante de Dios solamente
por el libre plan de Dios de asociar al hombre con la obra de su gracia. El mérito se debe
adjudicar, en primer lugar, a la gracia de Dios, y en segundo lugar, a la colaboración del
hombre. El mérito del hombre se debe a Dios”.

Pero como lo muestran constantemente los capítulos tres y cuatro de Romanos y


muchas otras partes de la Biblia, Dios afirma específica y claramente que la gracia es
obra suya sola y es dada a la persona como un don gratuito. La gracia de la salvación
del hombre por parte de Dios delante de su Ley Santa es la justicia de Cristo acreditada

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La Teología de la Reforma
por Dios el Juez al creyente. En lugar de "asociar al hombre a la obra de su gracia" la
enseñanza bíblica correcta es que la justicia de Cristo se acredita al creyente. Esta
acreditación es obra de Dios solamente: “ . . . cambiaron la verdad de Dios por la
mentira”.

La misma herejía pelagiana se enseña en Roma en el nuevo Catecismo bajo el título


de "Nuestra Participación en el Sacrificio de Cristo",

Nº 618 “La cruz es el único sacrificio de Cristo,‘único mediador entre Dios y los
hombres’. “Pero, porque en su Persona divina encarnada, ‘se ha unido en cierto modo
con todo hombre’, El ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo
conocida, se asocien a este misterio pascual”. ‘El llama a sus discípulos a "tomar su cruz,
y a seguirle”, porque El sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus
huellas. El quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son
sus primeros beneficiarios. Esto lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más
íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor”.

Este párrafo es totalmente perverso en tanto que sobre una base falsa sutilmente
ofrece falsas esperanzas al hombre. No hay ninguna base escritural para la idea de “ser
hechos socios de Cristo en el misterio pascual”. Tal concepto es una mentira total y
niega las repetidas afirmaciones de la verdad de Dios en las Escrituras de que la obra de
redención es “por sí mismo” [17], “sin las obras de la ley” [18], “no de vosotros, pues es don
de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.[19], “nos salvó. . . no por obras de justicia
que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia”.[20]

El tal llamado “evangelio de obras”, que en realidad es otro evangelio, es justamente


lo que monjas y monjes católicos romanos realizan en sus monasterios (Romanos 11:6,
Gálatas 2:21). Antes de la Reforma, la justificación del hombre se veía en las
penitencias, la flagelación, la confesión pública de pecados, las peregrinaciones y otras
obras basadas en el concepto no bíblico de nuestra “participación en el sacrificio de
Cristo” de la Iglesia Católica Romana. De acuerdo a la enseñanza bíblica, la persona
verdaderamente salva efectivamente se purifica, pero esto basado solamente en la
fidelidad de Cristo Jesús, y en ser llamados legalmente hijos de Dios. “Porque habéis
muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios . . . Haced morir, pues, lo
terrenal en vosotros” [21].

Salvación por la fe sola (Sola fide)

La Biblia enseña claramente que el creyente es justificado mediante la fe, Romanos


5:1 “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo”.

Gálatas 3:6, “Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia”.

Filipenses 3:9, “y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley,
sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe”.

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La Teología de la Reforma
Los reformadores se aferraron a este principio bíblico por encima y en contra del
misticismo de Roma y sus llamadas “escaleras de ascenso” de los así llamados santos
que practicaban la “contemplación”, la confesión de pecados pública y privada, la auto
punición, los ayunos, y otras obras que se supone conducen, finalmente, a la unión con
Dios. Esto significa que la obtención de la propia salvación está íntimamente ligada con
lo que la Iglesia Católica Romana llama el “tesoro de los santos”, tanto en la época de los
reformadores como ahora. El nuevo Catecismo de la Iglesia Católica enseña este
concepto no bíblico como sigue:

Nº 1477 “Pertenecen igualmente a este tesoro el precio verdaderamente inmenso,


inconmensurable y siempre nuevo que tienen ante Dios las oraciones y buenas obras de
la Bienaventurada Virgen María y de todos los santos que se santificaron por la gracia de
Cristo, siguiendo sus pasos, y realizaron una obra agradable al Padre, de manera que,
trabajando en su propia salvación, cooperaron igualmente a la salvación de sus
hermanos en la unidad del Cuerpo místico”..

Un ejemplo del pelagianismo se ve aquí en la afirmación del Catecismo: “todos


aquellos que . . . por Su gracia han santificado sus vidas . . . ” La fórmula pelagiana es
que gracia + obras = salvación. Esto es completamente herejía, lisa y llanamente. Más
bien la fe se define sistemáticamente en la Biblia como fe en Cristo, como lo resume
Pablo en Hechos 20:21, “. . . testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento
para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo”.

Fe en la iglesia romana

Sin embargo en la iglesia Católica a “los fieles” (los que en general llamaríamos
laicos) se les enseña sistemáticamente que deben poner su fe en la Iglesia Católica
Romana. En la práctica Roma enseña a “los fieles” a poner su fe en su clero. El nuevo
Catecismo afirma:

Nº 983 “La catequesis se esforzará por avivar y nutrir en los fieles la fe en la


grandeza incomparable del don que Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia: la misión y
el poder de perdonar verdaderamente los pecados, por medio del ministerio de los
apóstoles y sus sucesores”.

Roma cita a San Juan Crisóstomo como autoridad en esta sección cuando dice: "Los
sacerdotes han recibido de Dios un poder que no ha sido dado ni a los ángeles ni a los
arcángeles . . . Dios arriba confirma lo que los sacerdotes hacen aquí abajo".

Aquí se enseña claramente que “los fieles” deben mirar a sus sacerdotes y al poder
del sacerdote. No es solamente que “los fieles” deben tener fe en la Iglesia Católica
Romana y sus sacerdotes, sino más todavía que están sujetos en obediencia a seguir a
sus “sagrados pastores”. El Código del Derecho Canónico lo afirma así: Canon 212 “Los
fieles cristianos, conscientes de su propia responsabilidad están sujetos por obediencia
cristiana a obedecer lo que sus sagrados pastores, como representantes de Cristo,
declaran como maestros de la fe o determinan como guías de la iglesia [Católica
Romana]”.[22]

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La Teología de la Reforma
Pretender fe y obediencia a los “sagrados pastores” en asuntos tan importantes como
el perdón de pecados y la justificación delante del Dios Santo es volver a la gente hacia
la idolatría, porque degrada totalmente al Hijo de Dios y su obra completamente
suficiente en la cruz. Un ejemplo de la arrogancia que degrada a Cristo, tomado del
nuevo Catecismo Nº 982:

“No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia [Católica Romana] no pueda
perdonar”. Más adelante la lectura del Catecismo aclara que, de acuerdo a Roma, el
perdón delante del Santo Dios se dará a aquellos a quienes ella determine, cuyo
derecho, afirma, le ha sido dado por Cristo.[23]

Roma ha tratado de usurpar la posición de Dios el Juez, declarando quién será


justificado delante de él, y por qué medio será justificado. Su falso evangelio niega la
doctrina bíblica de la acreditación de la justicia de Cristo al creyente por medio de la fe
sola; en consecuencia, sustituye la verdad bíblica por todo su sistema sacramental,
incluyendo las penitencias y las indulgencias. Al hacerlo produce “otro evangelio”.

La absoluta autoridad de la Biblia (Sola Scriptura)

La Biblia está llena de afirmaciones que sostienen el hecho singular de que la Palabra
escrita de Dios es la base final de verdad para la humanidad. Se evidencia en cientos de
referencias en el Antiguo Testamento como por ejemplo, Isaías 8:20, “¡A la ley y el
testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido”.

De la misma manera en el Nuevo Testamento es a la Palabra escrita de Dios y sólo a


ella a la que se refieren el Señor Jesucristo y sus apóstoles como autoridad final. Por
ejemplo, en Mateo 4:4 Jesús repelió tres veces a Satanás diciendo “Escrito está”, “El
respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios”. Al refutar los errores de los saduceos el Señor dijo: “Erráis,
ignorando las Escrituras y el poder de Dios”.[24] La aceptación total del Señor, de la
autoridad del Antiguo Testamento, se ve en sus palabras de Mateo 5:17 y 18: “No
penséis que he venido para abrogar la ley y los profetas, sino para cumplir. Porque de
cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la
ley, hasta que todo se haya cumplido”. La noche antes que fuera crucificado Jesús oró a
su Padre con palabras muy claras, “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”.[25]

Cristo Jesús también dijo que “la Escritura no puede ser quebrantada”. [26] La Biblia
testifica de su propia verdad esencial, a saber, “La suma de tu palabra es verdad, y
eterno es todo juicio de tu justicia” [27], “Jehová Dios, tú eres Dios, y tus palabras son
verdad".[28] La Palabra escrita de Dios es la “palabra de verdad”.[29] Dios dice respecto de
su Palabra escrita, “Estas palabras son fieles y verdaderas”.[30] La Palabra escrita de Dios
es infalible e inequívoca en todas las esferas, tanto terrenales como espirituales.[31] Negar
la verdad y exactitud inherente de la Biblia es llamar a Dios mentiroso. [32] “Llevando
cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”.[33]

Los reformadores en los siglos 16 y 17 vieron que Cristo mismo, los apóstoles y las
Escrituras declaraban que la Palabra escrita de Dios es la autoridad, no en lugar de Dios,
sino como la Palabra misma lo declara, como expresión de la mente misma de Dios.

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La Teología de la Reforma
Fariseísmo consumado

La Iglesia Católica Romana declara oficialmente su autoridad absoluta como sigue:

Canon 750: “Todo lo que está contenido en la palabra escrita de Dios o en la


tradición, es decir en el depósito único de la fe confiado a la Iglesia [Católica Romana] y
también propuesto como divinamente revelado ya sea por el solemne magisterio de la
iglesia [Católica Romana] o por su magisterio ordinario y universal, debe ser creído con
fe divina y católica . . .”. Roma sostiene sistemáticamente el fatal sincretismo de
equiparar la tradición a las Escrituras, una práctica condenada por el Señor Jesucristo.
Ella enseña en su nuevo Catecismo:

Nº 80 “La Tradición y la Sagrada Escritura ‘están íntimamente unidas y


compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo
y tienden a un mismo fin’. Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia [Católica
Romana] el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos ‘para siempre hasta
el fin del mundo’.”

Nº 81 “La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiraciuón


del Espíritu Santo”.

Nº 82 “De ahí resulta que la Iglesia [Católica Romana], a la cual está confiada la
transmisión y la interpretación de la Revelación, ‘no saca exclusivamente de la Escritura
la certeza de todo lo revelado. Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de
devoción’.”

El fariseísmo consumado de la Iglesia Católica Romana queda demostrado aquí. En


total contraste con Roma, en cuestiones de autoridad, el Señor siempre se refirió a la
palabra escrita de Dios (por ejemplo, “Escrito está”, o bien, “¿Nunca leísteis en las
Escrituras. . .?”). De la misma manera el apóstol Pablo afirmó claramente que Cristo
“murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras”.[34] Sin embargo, a pesar del
ejemplo de Cristo, la Iglesia Católica Romana intenta, como lo hicieron los fariseos en el
tiempo de Jesús, igualar sus tradiciones a la palabra de Dios, “invalidando la palabra de
Dios con vuestra tradición . . .”.[35] La palabra escrita de Dios como está en la Biblia es la
autoridad absoluta del cuerpo de Cristo. “Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad”
(Juan 17:17).

Salvación solamente en Cristo Jesús (Solo Christo)

Bíblicamente, la salvación del creyente está en Cristo, como hemos afirmado antes.
Todas las bendiciones del creyente se basan en Cristo, ninguna se basa en el creyente
mismo.[36] Los Reformadores proclamaron la largamente perdida enseñanza paulina de la
justificación por medio de la justicia de Cristo Jesús solamente, acreditada al individuo
por el Santo Dios Juez. Es un acto judicial legal, objetivo, del soberano Santo Dios a
cuya derecha se sienta Cristo Jesús. Como resultado de la enseñanza bíblica por los
hombres de la Reforma, surgió un abandono extendido del subjetivismo religioso por
medio del cual la Iglesia Católica Romana había mantenido a Europa
Occidental,Inglaterra y Escocia esclavizadas durante siglos.

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La Teología de la Reforma
Roma transige con la necromancia (comunión con los difuntos)

En los términos bíblicos no hay más que un mediador: “Porque hay un solo Dios, y un
solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”. [37] Sin embargo, Roma se
vale de otros mediadores como María y sus santos. La iglesia de Roma vuelve a la gente
hacia los difuntos, como a quienes pueden ayudarlos e interceder por los vivos. La frase
comunión con los muertos es usada oficialmente por Roma, con se ve en su nuevo
Catecismo:

Nº 958 “La comunión con los difuntos. La iglesia peregrina, perfectamente consciente
de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos
del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por
ellos oraciones; ‘pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se
vean libres de sus pecados’... Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles,
sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor".

La convocatoria de los muertos, es decir, la necromancia, está estrictamente


prohibida en la Biblia. En Deuteronomio 18:9-11 se la llama abominación delante del
Señor.

El Cristo Divino, quien es el Mediador de todos creyentes, tiene “todos los tesoros de
la sabiduría y del conocimiento”.[38] Cualquier cosa afable, tierna o amable que haya
habido en los santos, estaba allí a causa de él que tiene todo. . . El creyente está
completo en Aquel que como Cabeza ‘tiene todos los principados y poderes’.[39] Así como
la justicia de Cristo satisface las exigencias de la ley de tal manera que no hay lugar para
ningún otro intercesor, como lo afirma Hebreos 12:1, “. . . habiendo efectuado la
purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la
Majestad en las alturas”.

El intento por justificar la necromancia

Para justificar la convocatoria a los santos muertos e invocar su intercesión en el cielo


a favor del fiel Roma cita versículos como Hebreos 12:1 y Mateo 25:21 como lo hace el
nuevo Catecismo:

Nº 2683 “Los testigos que nos han precedido en el reino [Hebreos 12:1],
especialmente los que la iglesia [Católica Romana] reconoce como ‘santos’, participan en
la tradición viva de la oración, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus
escritos y por su oración hoy. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de
aquellos que han quedado en la tierra. Al entrar ‘en la alegría’ de su Señor, ha sido
constituidos 'sobre lo mucho' (Mateo 25:21). Su intercesión es su más alto servicio al
plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo
entero".

Así el nuevo Catecismo, como las otras fuentes católicas romanas oficiales,
contradice abiertamente la Palabra escrita de Dios. La Biblia enseña no a trabajar, sino a
descansar en relación a aquellos que murieron en el Señor. Por ejemplo Apocalipsis
14:13, “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí,

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La Teología de la Reforma
dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”. El
tiempo entre ir al Señor en espíritu en la muerte y la resurrección general nunca está
puesto como un tiempo de actividad para aquellos que murieron en el Señor, según lo
confirman diversas Escrituras.[40] En oposición a esto, en cuerpo y alma todo el pueblo de
Dios reinará con El en la nueva Jerusalén (Apocalipsis 22:5).

Una María que no pertenece a la Biblia

María es la fuente de la santidad según el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica. En


este sentido, la importancia del principio de Solo Christo para la verdadera reforma y el
avivamiento no puede ser sobrestimada, especialmente en relación con el nuevo
Catecismo que afirma:

Nº 2030 “De la Iglesia [el católico bautizado] recibe la gracia de los sacramentos que
le sostienen en el camino. De la Iglesia [Católica Romana] aprende el ejemplo de
santidad; reconoce en la Bienaventurada Virgen María la figura y la fuente de esa
santidad...”.

Como lo afirma mejor la Biblia, la justificación del creyente es sólo en Cristo [41] que
está a la derecha de Dios.

Más aun, sólo Dios es el modelo y la fuente de la santidad. Invocar a María y a los
santos es del principio al fin idolatría, y las bendiciones que se les solicitan sólo Dios las
puede otorgar. Los atributos divinos de omnisciencia y omnipresencia, que pertenecen
sólo a Dios, se suponen pertenecientes a los así llamados intercesores. Sin el principio
de Solo Christo una persona puede quedar entrampada en el politeísmo del sistema
romano de María y los santos. En consecuencia, uno debe sostener, en base al firme
terreno escritural “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el
cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

A Dios solamente sea la gloria (Soli Dei gloria)

El quinto principio del avivamiento bíblico sigue en forma lógica a los primeros cuatro.
Siendo la justificación por la sola gracia por medio del don de fe de Dios y solamente en
Cristo bajo la autoridad escrita de Su Palabra, ¡a Dios solamente sea la gloria! Este
principio, a Dios solamente sea la gloria, es la maravillosa respuesta propia del creyente.
El creyente ha sido predestinado por Dios para la “alabanza de la gloria de su gracia,
con la cual nos hizo aceptos en el Amado”.[42]

Soli Dei gloria, resume el segundo mandamiento

El segundo mandamiento dado por Dios se resume en la palabras “a Dios solamente sea
la gloria”. Sin embargo, la fabricación y el uso de imágenes en la Iglesia Católica
Romana y en otras iglesias se tolera a causa de la falta de comprensión de estos cinco
principios de avivamiento bíblico.

En la historia de la iglesia cristiana este principio se tomó seriamente. Había muy


pocas imágenes en la iglesia antes del siglo VI. El debate central, por llamarlo así, es la

11
La Teología de la Reforma
“controversia iconoclasta” del siglo 8 que resultó en el Segundo Concilio de Nicea, con la
aprobación de figuras que se besan y honran en las iglesias (787 d.C.). El Concilio
Católico Romano de Trento (1564) confirmó esto y avanzó en la aprobación de
imágenes. Todo esto se reafirma nuevamente en el Catecismo de la Iglesia Católica
(1994). La mayoría de los líderes de la Reforma se aferraron firmemente al principio de
prohibir el uso de imágenes. Sin embargo, Lutero fluctuaba y permitió en ciertas
circunstancias el uso de imágenes.

Lo que está prohibido en el segundo mandamiento es hacer imágenes a semejanza


de Dios. Moisés recuerda a los hijos de Israel en Deuteronomio 4:12, “Y habló Jehová
con vosotros de en medio del fuego; oísteis la voz de sus palabras, más a excepción de
oír la voz, ninguna figura visteis”. Es el intento de hacer cualquier semejanza o similitud
de lo divino lo que está prohibido en el segundo mandamiento.

El Catecismo enseña idolatría

Racionalizar como lo hacen los católicos romanos en su nuevo Catecismo, que la


encarnación de Cristo trajo una “nueva economía de imágenes”[43] o que ahora está
permitido tener figuras, íconos o imágenes de Cristo, es elevar la racionalización humana
a un plano superior a la Palabra escrita de Dios. La razón que se da es que “el honor
rendido a las imágenes pasa al representado”.[44] Tal aceitada terminología es
burdamente humanística en su entendimiento oscurecido, porque lo que se supone aquí
es que todo lo existente es lo mismo como en la filosofía de Platón. El punto mismo de la
Biblia es que el ser del Santo Dios es totalmente diferente del de sus criaturas; en
consecuencia, no debe fabricarse ni usarse ninguna semejanza. Exodo 20:23 afirma “No
hagáis conmigo dioses de plata, ni dioses de oro usaréis”. En Exodo 20:5 Dios llama a
aquellos que quebrantan este mandamiento “los que me aborrecen”, y a quienes lo
guardan, “los que me aman” (versículo 6). El castigo por iniquidad se promete a aquellos
que quebrantan los mandamientos, mientras que se promete bendiciones a quienes los
guardan (ver mapas del mundo en las diferentes etapas de la historia para ver cómo esto
se ha cumplido).

Pablo fue movido a una ira justa contra el uso de imágenes.[45] Muchos de los grandes
hombres de avivamiento en la Biblia—Moisés, Elías, Josías, Ezequías—fueron
destructores de imágenes. Isaías[46] y Elías[47] se burlaron sarcásticamente de las
imágenes y de quienes hicieron uso de ellas. En la Palabra escrita Dios mandaba
constantemente a los judíos a destruir las imágenes de barro. Es el mandamiento final
del Señor en 1 Juan 5:21: “Hijitos, guardáos de los ídolos”.

La apelación de los testimonios

Los testimonios de este libro (1) han sido sinceras apelaciones a ustedes los católicos
a ver y estar de acuerdo con los principios bíblicos de Dios. Expresado de muy diferentes
maneras, estos hombres han hecho el mismo toque de clarín de la verdad bíblica en el
mensaje que proclama la vida eterna.

El mensaje central de la Biblia es reconocer que por naturaleza toda persona tiene un
mal prontuario y un mal corazón, como lo muestran los siguientes pasajes: “Por cuanto

12
La Teología de la Reforma
todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23); “Engañoso es el
corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?””(Jeremías 17:9).

Sólo Jesucristo pagó el rescate por el pecado de su pueblo “. . . habiendo efectuado


la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la
Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3).

No solamente el Señor Jesucristo ha pagado plenamente el precio requerido por su


Padre por la totalidad del pecado de una persona, sino que cuando uno ha sido unido a
El por el Dios Juez, la justicia de Cristo es acreditada a la persona, como lo explica tan
claramente 1 Corintios 5:21, “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado,
para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.

La salvación viene por fe en Cristo solamente “El Padre ama al Hijo, y todas las
cosas ha entregado en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que
rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan
3:35,36).

Las Escrituras muestran que por naturaleza toda persona tiene un mal prontuario y un
mal corazón. Delante de Dios cada uno está muerto en su pecado. Por sí mismo nadie
puede hacer nada para ganar la salvación. Está claro, de acuerdo con las Escrituras, que
Cristo ha reemplazado a cada una de su ovejas en la cruz de una vez y para siempre:
“Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero . . .” (1 Pedro
2:24). Su gracia es suficiente para cambiar su corazón para que pueda confiar en él. Él
pondrá luego en usted la voluntad de arrepentimiento. Nacerá de nuevo en él. “Lo que es
nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).

Fue con total sinceridad y devoción que estos hombres (norteamericanos,


canadienses, irlandeses, franceses, ingleses, españoles e italianos) vivieron el
catolicismo. Por la gracia de Dios buscaron conocerlo en espíritu y en verdad. El
profundo deseo de nuestro corazón es que a través de todo lo dicho usted escuche su
voz, la voz del Buen Pastor que ha dado su vida por sus ovejas.

Aquellos de ustedes en el sacerdocio católico, o como hermanas religiosas con votos,


que afirman ser salvos por la gracia sola y que afirman depender solamente de la justicia
de Cristo Jesús, deben comprender ahora por qué miles dejaron los monasterios y los
conventos en el tiempo de la Reforma. Conocerán el Canon 702 tan bien como yo,
“Aquellos que han dejado legítimamente una institución religiosa o han sido rechazados
legítimamente no pueden solicitar nada de ella por cualquier trabajo que hayan realizado
en la misma . . . "”

Desde dentro del sistema parece imposible enfrentar el futuro. Este es el punto en
que estos testimonios de la fidelidad del Señor son preciosos. Nuestro Padre cuida de
cada uno. Nos llama por nombre y provee para nosotros. El, el poderoso Dios, nuestro
Padre, nos dice “Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartáos, dice el Señor, y no
toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me
seréis hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso” (2 Corintios 6:17,18). “El tiempo se ha

13
La Teología de la Reforma
cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”
(Marcos 1:15).

[7]. Romanos 4:5-8; 2 Corintios 5:19-21; Romanos 3:21-28; Tito 3:5-7; Efesios 1:7; Jeremías 23:6;
1 Corintios 1.30-31; Romanos 5:17.19

[8] Juan 12:31-32

[9] Romanos 3:20-26

[10] El semipelagianismo da cierto crédito a Dios en cuanto a iniciar y apoyar los esfuerzos del
hombre por lograr su propia salvación. Al negar la gracia soberana de Dios, sin embargo, es un
pelagianismo corrupto y floreciente. Somos bien conscientes del hecho histórico de que ciertos
concilios condenaron el pelagianismo y el semipelagianismo. Como Roma nunca se ha
retractado de su aprobación de estos concilios, hoy puede afirmar oficialmente que también
ella condena incluso el semipelagianismo. Pero estas afirmaciones oficiales no significan nada,
porque en oposición a la condenación del semipelagianismo, otras de las doctrinas y prácticas
oficiales de Roma muestran concluyentemente que ella vive un semipelagianismo, como lo
demuestra la siguiente sección.

[11] Daniel 9:24

[12] Romanos 8:1

[13] 1 Juan 1:8-10

[14] Hebreos 12:8

[15] Catecismo de la Iglesia Católica (Publicaciones Ligorio, 1994). (La negrita en las citas indica
énfasis agregado por este autor). Las citas en las páginas siguientes sobre las enseñanzas
católicas romanas oficiales son del mismo catecismo, con la excepción de las citas del Código
del Derecho Canónico.

[16] Efesios 1:4-7

[17] Hebreos1:3

[18] Romanos 3:28

[19] Efesios 2:9

[20] Tito 3:5

[21] Colosenses 3:3,5

[22] El Código del Derecho Canónico, Edición Latín-Inglés (Canon Law Society of America,
Washington, DC 20064) 1983. Todos los cánones están tomados de este volumen.

14
La Teología de la Reforma
[23] Ver Nº 976-987, Nº 1434-1498 que incluye penitencias e indulgencias.

[24] Mateo 22:29

[25] Juan 17:17

[26] Juan 10:35

[27] Salmo 119:160

[28] 2 Samuel 7:28

[29] Salmo 119:43; 2 Corintios 6:7

[30] Apocalipsis 21:5

[31] Juan 3:12

[32] 1 Juan 5:12

[33] 2 Corintios 10:5; Proverbios 3:5

[34] 1 Corintios 15:3

[35] Marcos 7:13

[36] Efesios capítulo 1

[37] 1 Timoteo 2:5

[38] Colosenses 2:3-10

[39] Colosenses 2:10

[40] Mateo 7:22-23, 10:32-33, 25:34-46; 2 Corintios 5:9-10; Gálatas 6:7-8; 2 Tesalonicenses 1:8-
10. Hebreos 9:27

[41] Colosenses 2:6-3:3; Efesios 13-9 y otras partes

[42] Efesios 1:6

[43] Nº 2131

[44] Nº 2132

[45] Hechos 17:16

[46] Isaías capítulos 40,42,46,48

15
La Teología de la Reforma
[47] 1 Reyes 18:27

LECCIÓN I.

SOLA GRACIA (Sola Gratia)


Salvos Por Gracia
Por Prof. Robert D. Decker

Profesor de Teología en las Iglesias Protestantes Reformadas


Traducción en inglés por Paula Meagher
para la Primera Iglesia Protestante Reformada
en Holland, Michigan, USA

¿Es Usted salvo? Esa es la pregunta crucial en la vida. ¿Cuál es su respuesta? Qué
vivimos en tiempos terribles es bien sabido. Estamos viviendo en días que el mundo nunca
ha visto. Esta es una época cuando los mismos fundamentos están siendo sacudidos. Un
tiempo en que abunda la falta de ley, lo cual se revela a misma en una rebelión terrible y
en derramamiento de sangre. Nuestras ciudades son inseguras. No hay estima por la ley
ni el orden. La estructura entera de nuestra civilización moderna e ilustrada está al borde
del colapso total.

Y en todas partes los hombres están desesperadamente buscando respuestas. El


problema es que los hombres buscan en los caminos incorrectos y en la fuente incorrecta.
El hombre se niega a contar con el hecho de que la raíz del terrible problema del mundo
es el pecado. Pecado es contra el Dios viviente del cielo y de la tierra, y Él no excusará ni
ignorará el pecado, pero Él es quien ejecuta su venganza y su Santa ira contra de los que
hacen iniquidad. Rechazando contar con Dios, el hombre busca en sí mismo el consuelo,
paz y esperanza en un mundo problemático. El nunca encontrará estas cosas. Su fin será
una desesperación completa en el infierno.

¡La Biblia tiene la respuesta y esa respuesta es la Salvación del pecado y de la muerte en
Jesucristo por la gracia de Dios! Aquellos que están salvos por gracia a través de su fé
como un don de Dios, no están turbados por los terribles eventos del día. Ellos ven estas
cosas y se alegran. Se alegran porque saben que a través de estos eventos, Jesús está
viniendo rápidamente otra vez para efectuar la salvación que El ha comprado para ellos en

16
La Teología de la Reforma

la gloria de los nuevos cielo y tierra. Y estos son los que tienen consuelo, paz y esperanza.

Básicamente, este es el mensaje de este pequeño panfleto que queremos exponer para
usted. Está tomado de Efesios 2:8 y dice así: "Por gracia son salvos, por medio de la fé; y
esto no de vosotros pues es don de Dios".

Debemos enfatizar que la pequeña palabra "Por" al comienzo del texto significa "Porque" é
indica que este texto es la razón para algo, es una explicación de lo que el apóstol Pablo
ha declarado en el contexto que le precede.

Esto implica que la declaración de este texto no esta solitario. No es una verdad aislada
que uno puede aceptar o rechazar sin ningún efecto sobre el resto del contenido de su fé.
Porque gracias sois salvos... la salvación es por gracia y por gracia solamente. Y es el
fundamento indispensable, o elemento sin el cual ninguna otra cosa puede mantenerse.
Negar la verdad de la salvación por gracia, significa la destrucción del verdadero
fundamento de la Palabra de Dios.

Es por eso que esta declaración es la razón expresada en el verso que dice: "Que en los
tiempos venideros, Él (este es, Dios) mostrará las abundantes riquezas de su gracia en su
bondad para con nosotros en Cristo Jesús". Aprendemos de los versos precedentes, que
estamos muertos en nuestros pecados y transgresiones, que en estos pecados en los que
caminábamos siguiendo al diablo, que nuestra conversación de la vida en el pasado
consistía en la llenura de nuestros deseos y codicias pecaminosas. Entonces, éramos
hijos de ira. Pero Dios que es rico en misericordia y está lleno de amor por nosotros y aún
cuando estábamos muertos en el pecado, Él hizo que su amor nos alcanzara, aguzando
nuestras mentes, dándonos la vida en Cristo Jesús, por gracia. Y Él nos hizo sentar en
lugares celestiales en Cristo. El propósito de todo esto es que Él demostrará las
abundantes riquezas de su gracia. En otras palabras, Dios nos salvó exactamente de
manera que, a través de esa nuestra salvación, las riquezas de Su gracia sean expuestas.
Y esto es posible simplemente porque la salvación es por gracia! Aquí hemos puesto
nuestro dedo sobre el corazón del mensaje del Evangelio. Un mensaje bellamente
recapitulado por el mismo apóstol Pablo en Romanos 11:36, "Porque de Él, y por Él, y
para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén"...

Volcando nuestra atención al próximo texto nos damos cuenta de que dice 3 cosas acerca
de la salvación: La salvación es por gracia, es a través de la fé y es un regalo de Dios.
Consideremos brevemente cada uno de estos pensamientos.

17
La Teología de la Reforma

¿La salvación es por gracia. Qué es la salvación? Una idea recientemente popular de la
salvación es que es un mejoramiento social y moral. Jesús no es un Salvador en el sentido
de que Él sufrió y murió en la cruz y por lo tanto hizo expiación y trajo la reconciliación por
los pecados a los hijos de Dios. Se dice que Jesús, es nuestro ejemplo. Él nos demostró
en Su vida cómo vivir en paz con todos los hombres, cómo efectuar la hermandad de la
humanidad bajo la paternidad de Dios. Si los hombres solamente siguieran el ejemplo de
Jesús, habría paz en la tierra, todos nuestros problemas serían removidos, el Reino de
Dios estaría acomodado y todos los hombres en todas partes podrían disfrutar de la buena
vida. Usted pensaría de esto como nada, pero el antiguo Evangelio social es tan
prevalente hoy en día como siempre lo fué. La iglesia está urgida a ir al mundo y hacer
algo acerca de las relaciones raciales, la contaminación, la superpoblación, el control de la
población y muchas otras cosas más. La iglesia no debe predicar una salvación que
basada en la sangre del Cordero que quita los pecados del mundo. Esta NO es la
salvación y predicando esta tipo de salvación no es predicar el evangelio de Jesucristo, de
acuerdo a las Escrituras que son infalibles. Esta tipo de predicación tampoco rendirá los
preciosos frutos de consuelo, paz y esperanza para la gente que cree en Dios.

La salvación en el sentido Bíblico es un concepto muy rico. El término usado en nuestro


texto literalmente significa: sanar, hacer bien. Está usado algunas veces en referencia a
las sanidades que Jesús efectuó en varias personas. En el sentido espiritual, la idea es
que estamos sanados de la mortal enfermedad del pecado y restaurados a una sanidad
espiritual. También tiene el significado de: rescate del peligro o destrucción. Y en este
sentido el énfasis está en el hecho de que Dios nos rescata de la destrucción del infierno,
donde Su ira santa y feróz arde eternamente.

La salvación por lo tanto contiene dos elementos esenciales: 1) Es la liberación de la


miseria más profunda y, 2) es una elevación a una gloria superior.

Esto es obvio por el mismo contexto en el que encontramos esta Palabra de Dios. Pablo
comienza el capítulo diciéndonos que fuera de la Gracia de Dios estamos muertos en
transgresiones y pecados. Lo primero que Dios habló a nuestros padres en el paraíso ha
sido ejecutado: "El día que comiereis de él, con toda seguridad morireís". Ellos comieron
del fruto prohibido y por lo tanto se revelaron en contra de Dios e inmediatamente murieron
y nosotros fuimos muertos en ellos. Nosotros nacemos muertos en pecado. Lo único que
hacemos siempre es pecar. Nosotros odiamos a Dios y a nuestro vecino. Vivimos y
caminamos de acuerdo al curso que sigue el mundo, de acuerdo al príncipe del poder del

18
La Teología de la Reforma

aire, el espíritu que ahora trabaja en los hijos de la desobediencia. Muertos en nuestras
transgresiones y pecados tenemos nuestras conversaciones con los deseos de nuestra
carne, nosotros llevamos a cabo los deseos de nuestra carne y de nuestra mente y somos
por naturaleza hijos de ira lo mismo que otros.

¡Esta es nuestra miseria! ¡La muerte Espiritual! ¡Y en lo que nos concierne no tenemos
esperanza! No podemos salvarnos a nosotros mismos, ni siquiera podemos desear
salvarnos y menos hacer nada para conseguir nuestra salvación. Así como un cuerpo
muerto no puede levantarse del ataúd, tampoco nosotros podemos salvarnos. ¡Es desde
esa profunda miseria que somos liberados cuando Dios nos salva!

¡Y somos elevados a una gloria superior! En términos de este contexto, somos vivificados
junto con Jesucristo. Nosotros que por naturaleza estamos espiritualmente muertos,
somos hechos vivos en Cristo; esta es la salvación. No solamente eso, pero somos
elevados a una gloria superior al ser hechos vivos en Cristo, también somos elevados de
nuestra muerte y podemos sentarnos juntos en lugares celestiales en Cristo Jesús... Esa
es la salvación.

¿Cómo se efectúa esta salvación? ¿Poniéndolo de manera personal, cómo soy salvo? La
Biblia contesta, "¡Por gracia!"

La gracia tiene varios significados en la Biblia. El principal de ellos significa "belleza".


Algunas veces es traducido como "gracias". Pero más a menudo se lo utiliza en el sentido
de un favor inmerecido de Dios demostrado a Su gente en Cristo por cuyo poder El los
salva. Este es el significado obvio en nuestro texto.

La gracia es, no debemos dejar de hacer notar primeramente un atributo de Dios, una
característica de Su Persona. Dios es el Dios de toda gracia; El es el Dios afable. Dios es
en Sí mismo hermoso; hermoso en todas Sus adorables virtudes. Eso quiere decir que
cuando la Biblia lo dice como en este texto, que la salvación es por gracia; es lo mismo
que decir que la salvación es del Señor. ¡Cuan absolutamente necesario! ¿De qué otra
manera los pecadores muertos y perdidos podrían ser salvos, sino lo es por el Dios
Todopoderoso mismo? A menos que Dios mismo ponga vida nueva en nosotros,
permaneceremos muertos y por siempre esclavizados en la prisión de nuestro pecado.

¡Esta es la belleza y el consuelo del Evangelio! Dios quiso darnos vida por el poder de Su

19
La Teología de la Reforma

maravillosa gracia. Dios quien es rico en misericordia, por medio de Su gran amor con que
El nos amó determinó hacernos hermosos con Su propia belleza.

Por lo tanto, por gracia Él nos escogió en Cristo, antes de la fundación del mundo para que
seamos santos y sin mancha delante de Él. Por gracia Él nos predestinó a ser adoptados
como hijos suyos por medio de Jesucristo. Todo esto, de acuerdo al buen placer de Su
voluntad. Y el propósito de esta afable elección de Su gente en Cristo es "la alabanza de la
gloria de Su gracia", por cuyo poder Él nos ha hecho aceptos en Su amado hijo. Eso es lo
que las Escrituras testifican en Efesios 1:3-6: Por gracia son ustedes salvos, escogidos,
aun antes de la creación del mundo.

Por gracia Dios envió a su único Hijo al mundo para buscar y salvar aquello que estaba
perdido. No había otro camino. Eramos pecadores caídos y la justicia de Dios tenía que
ser satisfecha. Y ésta satisfacción solo podía ser hecha por Su Hijo, Dios verdadero y
hombre, como el sustituto de la expiación. Por gracia, Dios dió a Su Hijo a una muerte de
cruz. Por gracia Él derramó toda Su santa ira sobre Él, de manera que El descendió a las
mismas profundidades del infierno y clamó diciendo: "¿Mi Dios, mi Dios, porque me has
abandonado?". El sacrificio fue hecho por nosotros a través del derramamiento de Su
sangre nosotros tenemos redención, el perdón de los pecados. ¡Y nuevamente todo esto
es de acuerdo a las riquezas de Su gracia! (Ef. 1:7).

Por lo tanto, por gracia los hijos de Dios fueron reconciliados a través de la muerte del hijo
de Dios. Ellos ahora están delante de Dios, justos, libres para siempre de la culpa del
pecado y dignos de una vida eterna. Esto es precisamente porque el texto dice: "Ustedes
SON salvos". La salvación para los santos de Dios está completada. En este momento,
ellos están y por siempre serán salvos. La justicia de Dios está satisfecha para siempre.
¡Todo por gracia!

Ahora, usted pregunta: ¿pero cómo una salvación ameritada en la Cruz por Cristo viene a
ser mía? Muchos predicadores le dirán que usted tiene que creer en el Señor Jesucristo.
Eso por supuesto es una verdad. Ciertamente, la Biblia pone en claro que no puede haber
salvación fuera de la fé en Jesucristo. Pero lo que muchos quieren decir con eso de que
usted debe creer, es de que usted debe aceptar la oferta sincera del evangelio. Dios ama
a todos los hombres, dicen ellos. Por gracia Él ha provisto salvación para todos los
hombres a través de Su Hijo en la Cruz. Ahora, esa salvación está toda envuelta en un
bonito paquete y Dios dice que todo lo que usted tiene que hacer es aceptar ese regalo y
usted será salvo. La salvación entonces, no es enteramente por gracia, sino es en partes

20
La Teología de la Reforma

por la gracia y en partes por las obras de los hombres quienes deberán aceptarla. Y
muchos predicadores rogarán y halagarán (¡estoy usando este término a propósito! es una
trampa), a sus oyentes en sus altamente emocionales "llamados del altar" a aceptar a
Cristo y la oferta de la salvación. ¡Si esta fuera la respuesta a la pregunta "cómo recibo la
salvación", entonces le tengo lástima! Le tengo lástima porque usted ha perdido todo el
consuelo del Evangelio. Si tuviera que aceptar la oferta, si tuviera que hacer cualquier cosa
para mi salvación, estoy perdido para siempre. Eso lo sé por mi propia experiencia. Mi
experiencia me dice cada día que soy un pecador muerto en transgresiones y pecados
digno de ser condenado.

Gracias a Dios por el mensaje del evangelio consolador, dador de paz, esperanza y
alentador que nos responde: "a través de la fé y esto no de vosotros; ¡es el regalo de
Dios"!

La salvación es recibida por el pecador, no como deberíamos decir: dada al pecador a


través de la fé. ¡A TRAVES DE LA FE entiéndalo! La fé es el medio por el cual Dios nos dá
la salvación. No es una condición para la salvación que nosotros debemos llenar. No es un
acto que nosotros debemos desempeñar y sobre las bases por las cuales Dios nos
salvará. La fé es un lazo vivo entre la gente de Dios y Cristo. Es la conexión entre nosotros
y Cristo a través del cual Dios nos dá todas las bendiciones de la salvación, las cuales
están en Cristo para que fluyan en nosotros. Por fé estamos unidos a Cristo y vivimos en
Él, exactamente como las ramas viven en la viña (Cf. Juan 15).

A través de la fé nosotros recibimos el conocimiento de Dios. No es solamente un


conocimiento intelectual de la mente, pero el conocimiento espiritual del corazón que de
acuerdo a Juan 17:3 es vida eterna. Por tal conocimiento es que conocemos a Dios como
nuestro Dios, el Dios que nos ama en esta vida, Quién nos salvará un día en la gloria del
cielo. Junto y enraizado con ese conocimiento de la fé está la confianza de la fé por la cual
tengo la seguridad de que todo esto es verdadero. A través de la fé tengo la convicción de
que Jesús murió por mi y que soy salvo por gracia! A través de la fé puedo decir que no
me pertenezco pero que pertenezco en la vida y en la muerte a mi fiel salvador, Jesucristo.
Le pertenezco a El en vida. ESTA vida del siglo veinte con todas sus frustraciones,
temores y ansiedades. Y también pertenezco a Jesús en la muerte. Cuando la mano fría
de la muerte me tome, no estaré solo. ¡Jesús estará conmigo en la sombra del valle de la
muerte para consolarme y recibirme en la casa de muchas mansiones del Padre, donde Él
ha preparado un lugar para mí!

21
La Teología de la Reforma

¡Sí, amigo Cristiano, usted es salvo por gracia a través de la fé! ¡Y eso no de usted - es el
regalo de Dios! Usted no se ganó su salvación ni siquiera la quería. No es debido a sus
obras, ni siquiera al trabajo de la fé. Es el regalo de Dios. La salvación por gracia es el
regalo de Dios! Es un regalo gratuito, no merecido, de Dios Todopoderoso.

¿Está USTED salvado por gracia a través de la fe? La palabra no está simplemente
presentando alguna doctrina objetiva. No dice que la salvación es por gracia, a través de la
fé; y es el regalo de Dios. Escuche, por gracia USTED es salvo... ¿Le dice esto Dios a
usted? ¿Ha sido escogido en Cristo, reconciliado a Dios por Su muerte, unido a El por fé?
Déjeme preguntarle esto: "¿Es usted un pecador?" ¿Se reconoce usted a sí mismo como
una vasija vacía, muerto en pecados y transgresiones? Ese es el fruto del Espíritu de
Cristo en usted.

No se desespere, no tema; más bien alégrese y esté muy contento! Vaya a la cruz de
Jesús y vea ahí la sangre, de Aquél que murió por usted. Vaya a la tumba vacía de Jesús
y vea que Él se levantó victorioso sobre la muerte. Mire hacia el cielo y espere a su
Salvador, porque Él viene pronto y su recompensa está con Él. Usted tiene consuelo, paz
y esperanza. El consuelo de la salvación por gracia, la paz del perdón por gracia y la
esperanza de vida eterna por gracia.

¿Sabe usted esto? Entonces puede usted decir con el mismo apóstol Pablo: "Pero lejos
esté de mi gloriarme, sino en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Gal. 6:14). No hay
cabida para jactarse. La salvación es sólo por gracia. Pero esto también significa que
cualquier terreno para la desesperación ha sido removido. ¡El Dios eterno y fiel nunca
fallará! ¡Gloria sea a Él, de quien, por quien y para quien son todas las cosas!

Esta no es mi palabra, es el bendito Evangelio de Jesucristo.

***

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La Teología de la Reforma

“La Elección Divina”

Por Alexander León J.


Apartado 11579-1000 San José, Costa Rica
alexandr@sol.racsa.co.cr
¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán
incomprensibles son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió
la mente del Señor? ¿ó quién fue su consejero? ¿O quién le dio á él primero, para que
le sea pagado? Porque de él, y por él, y en él, son todas las cosas. A él sea gloria por
siglos. Amén. (Epístola de San Pablo a los Romanos 11: 33-36)
Para empezar asumimos la aceptación de la Biblia como la Palabra infalible de Dios y
afirmamos por lo tanto su superioridad con respecto a los razonamientos humanos.
Antes de empezar este estudio bíblico, es necesario hacer algunas observaciones:
 No rechacemos ninguna doctrina bíblica simplemente porque no la hayamos
comprendido bien. Somos seres finitos que estamos limitados por el tiempo y el
espacio, pero aun así, estamos llamados a conocer al Dios infinito y
Todopoderoso que revela su amor en Jesucristo conforme a las Escrituras.
 Estudiemos el tema con calma y pidiendo la sabiduría necesaria para que Dios
nos ilumine con su Santo Espíritu. (Sería bueno en este momento orar)
 La importancia de la comprensión de esta doctrina radica en las consecuencias de
una correcta actitud del hombre hacia Dios. El hombre debe ser humilde y
agradecido por el don de la Salvación en vez de pensar que él mismo es el autor
de su fe y por lo tanto de su salvación.
 Veremos que la comprensión adecuada de esta doctrina debe producir cristianos
más agradecidos y dispuestos a servir al Señor de corazón llevando su evangelio
a toda criatura.
La Biblia nos revela que por el delito de Adán, él y su descendencia entraron en un
estado de enemistad con Dios que le acarreó la condenación a todos los hombres. (“...
por un delito vino la culpa á todos los hombres para condenación” Romanos 5:18),
y según lo afirma San Pablo, la humanidad entera cayó en un estado de enemistad
contra Dios que solo se supera por medio de Jesucristo: “Porque si siendo enemigos,
fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando
reconciliados, seremos salvos por su vida” Romanos 5:10.
La historia bíblica nos muestra que desde la caída de Adán, todos los hombres con muy
pocas excepciones, siguieron su propio camino, apartados de Dios. Porque como
consecuencia del pecado esto es lo que el ser humano hace por naturaleza, vivir
apartado de Dios y Dios mismo lo confirma: “Jehovah vio que la maldad del hombre
era mucha en la tierra, y que toda tendencia de los pensamientos de su corazón
era de continuo sólo al mal.” Génesis 6:5

23
La Teología de la Reforma
Sin embargo, Dios quiso llamar a un hombre llamado Abraham con el cual ratifica un
pacto perpetuo. Dios prometió que de la descendencia de este hombre formaría un
pueblo al cual Dios tomaría como suyo. Este pueblo apartado inicialmente fue Israel, las
demás naciones fueron dejadas en sus propios caminos para recibir la justa retribución
de sus actos. Luego Dios mostró su misericordia cuando por medio de Jesucristo se
propuso cumplir la promesa hecha a Abraham de bendecir a todas las naciones. De
manera que los escogidos de Dios no son los descendientes de Abraham según la
carne, sino todos los que por la fe en Cristo han alcanzado la promesa.: “... sino más
bien, es judío el que lo es en lo íntimo, y la circuncisión es la del corazón, en
espíritu y no en la letra. La alabanza del tal no proviene de los hombres, sino de
Dios. Romanos 2:29
Como vemos esto no proviene de los hombres, no es algo heredado, sino que viene
directamente de Dios.
Esto nos muestra que la Elección de los Santos es la manifestación de la misericordia de
Dios, por medio de la cual, El determinó rescatar a una multitud de personas de todas
las tribus, naciones y lenguas para que fueran su pueblo y El su Dios. Esta promesa se
escucha en toda la Biblia desde el primer libro Génesis 17:7 cuando Dios dijo a
Abraham, nuestro padre: “Yo establezco mi pacto como pacto perpetuo entre yo y
tú,...,para ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti.” hasta el último libro
Apocalipsis 21:3 : “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de
Dios con los hombres, y morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios
será su Dios con ellos.”
Uno de los grandes problemas que las personas encuentran en la doctrina de la Elección
es que la analizan desde el punto de vista de los que no creen en el evangelio, es decir
de los que van a la perdición. Aquí hay un gran peligro de engaño, pues el hombre en
vez de agradecer humildemente la invitación que se le hace al arrepentimiento y a recibir
la Gracia de Dios, se rebela contra el Soberano Dios y pretende cuestionarle con
respecto a sus designios y hasta reclamarle dudando si los que no reciben el evangelio
merecen la condenación por su pecado o si Dios los envía hacia ella.
En este punto hay que volver al principio de la doctrina del pecado. No hay injusticia
alguna en Dios. Lo que todos los hombres merecemos es la justa condenación del
infierno. Primero, porque Adán (representante del primer pacto de Dios con el hombre)
falló y por lo tanto acarreó condenación a todos; y también porque está claramente
expuesto en la Biblia que “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”.
Romanos 3:23. Adán no fue echado del paraíso después de desobedecer muchas veces,
sino que una sola fue su desobediencia!. Esto nos debe ayudar a entender, la forma en
que Dios aborrece el pecado, a tal punto que un solo pecado acarrea condenación!
Comprendamos entonces de una vez, que todos merecemos la condenación, pero
que Dios mostró su misericordia justificando a los que creen en Jesús.
Cuando un juez perdona a un reo, que es digno de la condena, NO es injusto con los
demás reos, sino que esto debe verse como una grandísima misericordia mostrada para
con el reo que ha sido absuelto. Los creyentes somos reos absueltos.
Esta es la forma como los creyentes debemos analizar la elección de Dios para
Salvación. La Biblia dice que Dios ha elegido, sin hacer acepción de personas, los
salvados claman en el Apocalipsis: “porque tú fuiste inmolado, y nos has redimido
para Dios con tu sangre, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” Apocalipsis 5:9

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La Teología de la Reforma
Los que creemos que la salvación es por pura Gracia de Dios y no por obras debemos
entender que Dios eligió a los santos, no porque en su omnisciencia o su presciencia
haya visto algo bueno en los que habían de ser creyentes, sino por su inmensa
misericordia y su soberana voluntad. No hay una razón comprensible para que los que
hemos creído al evangelio hayamos sido beneficiados con este don... y al reconocer esto
con humildad, ¿NO PRODUCE ESTO EN NOSOTROS EL MÁS GRANDE
AGRADECIMIENTO A NUESTRO PADRE Y LA MÁS PROFUNDA DEVOCIÓN PARA
SEGUIR A CRISTO Y PROCLAMAR SU EVANGELIO?
El ejemplo que da San Pablo en la elección de Jacob y la reprobación de Esaú es muy
claro aunque más duro de lo que algunos pueden aceptar:
“Porque no siendo aún nacidos, ni habiendo hecho aún ni bien ni mal, para que el
propósito de Dios conforme á la elección, no por las obras sino por el que llama,
permaneciese;” Romanos 9:11
Ni siquiera podemos decir que Dios ha previsto la fe que tendrían los escogidos porque
esto sería como decir que Dios nos escogió porque sabía que nosotros lo íbamos a
escoger a El. Pero lo que el apóstol Juan dice es que “nosotros le amamos porque El
nos amó primero” I Juan 4:9 y en otra parte dijo Jesús: “No me elegisteis vosotros a
mí, sino que yo os elegí a vosotros” Juan 15:16 .
Así podemos entonces decir con toda libertad y sin temor a contradicción alguna que:
somos salvos por gracia, por medio de la fe y esto no de nosotros, sino que fue un don
que Dios nos concedió, y que este don no nos fue concedido por causa de alguna cosa
que hayamos hecho ni antes ni después, sino por misericordia y para la gloria de Dios.
Habiendo entendido que el hombre por sí mismo nunca buscaría a Dios, ya que su
inclinación natural es hacia el mal y que es enemigo de Dios por herencia y por decisión,
entonces vemos que el milagro ocurrido en nuestro corazón para que pudiéramos venir a
Dios en arrepentimiento y Fe en Jesucristo, es el cumplimiento del beneplácito y
misericordia de Dios.
Debemos reconocer que esto es un misterio, como lo llama San Pablo, ya que es un
hecho que el hombre debe tener fe y arrepentirse para ser salvo; y nadie podrá ser salvo
si no viene a Jesucristo. El hombre debe venir a Cristo y ningún creyente puede decir
que Dios lo ha obligado a nada, más bien somos llamados amorosamente. Pero aun así,
debemos reconocer que lo que ha ocurrido es que Dios ha hecho un milagro en nuestro
corazón para que pudiéramos venir a El en arrepentimiento puesto que el mismo hecho
del arrepentimiento es algo que Dios nos ha concedido.
Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron á Dios, diciendo: De manera
que también á los Gentiles ha dado (concedido) Dios arrepentimiento para vida!
Hechos 11:18
A este misterio le llamamos la “regeneración”. Aunque algunas veces esta palabra se
interpreta erróneamente, creyendo que regeneración es cuando alguien “se reforma”,
Regeneración es el milagro en el cual Dios da vida a los muertos. Éramos muertos
espirituales y por lo tanto, ciegos y sordos, pero El nos dio vida primeramente y entonces
nuestros sentidos espirituales son habilitados para “oír” la Palabra de Dios y venir a
Cristo y ser salvos.
Si analizamos detenidamente esta situación, veremos que hay otros muchos a los que se
ha predicado el evangelio, pero que su corazón no ha sido abierto a Cristo. ¿Será porque

25
La Teología de la Reforma
nosotros fuimos más buenos que ellos? ¿Será porque nosotros somos más sensibles?
¿O será porque Dios en su Soberanía incomprensible quiso mostrar su misericordia a
nosotros? San Pablo dice:
¿Qué pues? ¿Somos mejores que ellos? En ninguna manera: porque ya hemos
acusado á Judíos y á Gentiles, que todos están debajo de pecado. Romanos 3:9
Y Jesucristo dijo:
Nadie puede venir a mí, a menos que el Padre que me envió lo traiga; y yo lo
resucitaré en el día final. (Juan 6:44)
Y luego Jesús les dice a los incrédulos: “Mas vosotros no creéis, porque no sois de
mis ovejas, como os he dicho.” (Juan 10:26).
No nos avergoncemos de llamarnos los elegidos de Dios, pero tampoco nos sintamos
soberbios ya que que fuimos elegidos por gracia y no por obras.

Algunos desechan esta forma de entender la Elección Divina porque piensan que: O
creemos en la Soberanía de Dios O creemos en la Responsabilidad del hombre. El
hombre natural piensa que si la Salvación es por elección, entonces los hombres no son
responsables, pero esto es una mentira. Ambas cosas son igualmente verdaderas y
ambas están enseñadas en las Escrituras, Dios es Soberano y a la vez el hombre es
responsable. Si no lo podemos comprender plenamente, el problema está en nuestra
mente finita e incapaz de asimilar los misterios de Dios, pero no es porque sea una
contradicción.

Esto mismo ocurre cuando pensamos en el pasaje cuando Pedro hablando de Cristo
dice:

A éste, entregado por determinado consejo y providencia de Dios, prendisteis y


matasteis por manos de los inicuos, crucificándole; Hechos 2:23

Según esto, Cristo fue entregado en manos de los hombres para ser muerto porque Dios
Padre así lo había determinado, pero entonces alguno dirá: ¿qué culpa tienen los que
mataron a Jesús, si esto estaba determinado? Hablar así es no tener sabiduría. Dios en
su omnipotencia y soberanía tiene control de todas las cosas y aun así jamaz es
culpable del pecado en ninguna manera. Si nos cuesta entender esto, es precisamente
para que reconozcamos nuestra incapacidad como seres humanos de comprender los
infinitos designios divinos. Esta debería ser una causa más para postrarnos a los pies del
Dios Eterno, al reconocer lo pequeños que somos.

En cuanto a la predicación del Evangelio, los que hemos recibido la gracia de Dios
tenemos el mandamiento de anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas
a su luz admirable. Y esto lo haremos entonces, sabiendo que la obra no es nuestra sino
de Dios, y que El ha concedido este privilegio a Su iglesia, de que seamos
colaboradores de Dios en el llamamiento de los pecadores. Por esta razón predicamos
a toda criatura, porque tenemos la seguridad de que cuando la semilla caiga en buena
tierra, es porque Dios ha abierto el corazón del pecador a la Verdad.
Los evangelistas que hayan comprendido esta hermosa verdad, sabrán que sus
esfuerzos en la predicación del evangelio no son en vano, puesto que el Espíritu Santo

26
La Teología de la Reforma
es el que abre los corazones y entonces ya no se depende de la pericia del hombre.
Veamos lo que dice la Escritura:
Entonces una mujer llamada Lidia, que vendía púrpura en la ciudad de Tiatira, temerosa
de Dios, estaba oyendo; el corazón de la cual abrió el Señor para que estuviese atenta á
lo que Pablo decía. Hechos 16:14
Y los Gentiles oyendo esto, fueron gozosos, y glorificaban la palabra del Señor: y
creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna. Hechos 13:48
Precisamente uno de los problemas en los que ha caído el Evangelismo, es que los
hombres han dejado de creer que la obra es de Dios y por eso no predican el Evangelio
en su sencillez original, sino que han inventado métodos y nuevas formas para hacer que
el Evangelio parezca atractivo para el mundo. También es por esto que las iglesias van
cambiando la forma del culto y van introduciendo numerosas prácticas de invención
humana con el fin de llamar la atención y de hacer del Cristianismo algo más agradable.
Cuando entendamos de una vez que fuimos encomendados a predicar solamente la
gracia de Dios por medio del evangelio, a anunciar el amor de Dios que salva al más vil
pecador que venga a Cristo arrepentido, entonces entenderemos también que solamente
somos anunciadores, y que los que son de Cristo, definitivamente vendrán a El, entonces
gozaremos de gran bendición y no sentiremos frustración ni angustia cuando realizamos
la gran comisión.
Es un hecho que no todos los hijos de Dios tienen la misma comprensión con respecto a
este tema, pero algo que es inaceptable es no tener una posición al respecto, si se
menciona tan frecuentemente en las Escrituras, de lo cual, doy una pequeña muestra:
Efesios 1: 4 “Según NOS ESCOGIÓ en él antes de la fundación del mundo, para que
fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor;”
Mateo 24:22 " Y si aquellos días no fuesen acortados, ninguna carne sería salva; mas
por causa de LOS ESCOGIDOS, aquellos días serán acortados "
Mateo 24:24 ". . de tal manera que engañarán, si fuera posible, aun á los ESCOGIDOS.
"
Mateo 24:31 ". . . y juntarán SUS ESCOGIDOS de los cuatro vientos, de un cabo del
cielo hasta el otro”
Marcos 22, 27 Y entonces enviará sus ángeles, y juntará SUS ESCOGIDOS de los
cuatro vientos, desde el cabo de la tierra hasta el cabo del cielo.
Lucas 18:7 ¿Y Dios no hará justicia Á SUS ESCOGIDOS, que claman á él día y noche,
aunque sea longánime acerca de ellos? '
Romanos 8.28-33 " ¿Quién acusará á LOS ESCOGIDOS DE DIOS? Dios es el que
justifica. "
Romanos 9:11 " Porque no siendo aún nacidos, ni habiendo hecho aún ni bien ni mal,
para que el propósito de Dios conforme á LA ELECCIÓN, no por las obras sino por el
que llama, permaneciese"
Romanos 11:5, 7 " Así también, aun en este tiempo ha quedado un remanente
ELEGIDO POR GRACIA. ¿Qué pues? Lo que buscaba Israel aquello no ha alcanzado;
mas LOS ELEGIDOS lo han alcanzado: y los demás fueron endurecidos "

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La Teología de la Reforma
Romanos 11:28 ". . . mas cuanto á LA ELECCIÓN, son muy amados por causa de los
padres. "
Col. 3.12 " Vestíos pues, como ESCOGIDOS DE DIOS, santos y amados... "
I Tes. 1:4 " Conociendo, hermanos amados de Dios, vuestra ELECCIÓN: "
II Tes. 2:13 “Mas nosotros debemos dar siempre gracias á Dios por vosotros, hermanos
amados del Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación.. "
II Tim. 2:10 " Por tanto, todo lo sufro por amor de LOS ESCOGIDOS, para que ellos
también consigan la salud que es en Cristo Jesús con gloria eterna. "
Tito 1 ". . . según la fe de los ESCOGIDOS DE DIOS. . . "
II Pedro 1:10 ". . . procurad tanto más de hacer firme vuestra vocación y ELECCIÓN”
Apocalipsis 17:14 “porque es el Señor de los señores, y el Rey de los reyes: y los que
están con él son llamados, y elegidos, y fieles.”
¡Qué maravilla comprender esta hermosa doctrina!
 Los santos somos elegidos por Dios
 Por causa de esta elección pudimos creer en el Evangelio y ser salvos.
 La gran misericordia de Dios que nos alcanzó sin que lo mereciéramos, por lo
tanto procuramos vivir sirviendo a Dios
 La predicación del Evangelio siempre tendrá resultados efectivos, al entender que
la obra no es del hombre sino de Dios
El apóstol Pablo asegura:
Porque á los que antes conoció, también predestinó para que fuesen hechos
conformes á la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos; Y á los que predestinó, á éstos también llamó; y á los que llamó, á éstos
también justificó; y á los que justificó, á éstos también glorificó. Romanos 8:29
¿Duda usted de ser un escogido de Dios?
Hay una garantía maravillosa en el evangelio: Todo lo que el Padre me da, vendrá á mí;
y al que á mí viene, no le hecho fuera. Juan 6:37
¿Ha venido usted a Cristo para ser salvo? Si no es así, venga a El, y se dará cuenta de
que aunque al principio le parecía que usted fue el que buscó a Dios pronto sabrá en su
corazón que realmente es Cristo quien lo ha llamado, porque usted es una de sus
ovejas.
¿Sigue teniendo dudas con respecto al por qué nos escogió Dios?
¿Se ha preguntado alguna vez cuál ha sido la fuerza oculta detrás del pueblo hebreo que
ha pasado por tantas tragedias en la historia? Pues la respuesta es que ellos se sienten
especiales. Como usted y yo si somos creyentes nos debemos sentir privilegiados y
especiales. ¿Sabía usted que todo lo que Dios dijo a Israel tiene un profundo significado
espiritual? San Pablo dice que no son judíos los que lo son en la carne sino en el
corazón. Nosotros somos el Israel de Dios.
Porque tú eres pueblo santo á Jehová tu Dios: Jehová tu Dios te ha escogido para serle
un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la haz de la tierra.

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La Teología de la Reforma
No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová, y os ha escogido;
porque vosotros erais los más pocos de todos los pueblos:
Sino porque Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró á vuestros padres,
os ha sacado Jehová con mano fuerte, y os ha rescatado de casa de siervos, de la mano
de Faraón, rey de Egipto. Deuteronomio 7: 6-8
Y por cuanto él amó á tus padres, escogió su simiente después de ellos, y sacóte
delante de sí de Egipto con su gran poder; Deuteronomio 4:37
Solamente de tus padres se agradó Jehová para amarlos, y escogió su simiente
después de ellos, á vosotros, de entre todos los pueblos, como en este día.
Deuteronomio 10:15
¡Es una gran Verdad y es maravillosa! ¡Dios nos ha escogido para Salvación!!!!
Esta es la mayor prueba de que los que son de Cristo no se pueden perder jamás!
Dios escogió a Abraham y su pacto es perpetuo, los creyentes somos simiente de
Abraham por la fe en Jesús! El Israel carnal invalidó el pacto, pero la promesa miraba
hacia nosotros:
“Y haré con ellos pacto eterno, que no tornaré atrás de hacerles bien, y pondré mi
temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí”. Jeremías 32:40
Este versículo es muy claro pero podemos repetirlo parafraseado: Dios promete hacer
con Su Pueblo un Pacto Eterno, y como en el hombre no se puede confiar, Dios será el
que se encarga de cumplirlo, porque no permitirá que este pacto sea invalidado. El
mismo, por medio de Su Espíritu Santo hace la obra en el corazón de su hijos para que
entiendan Su Ley y vivan de acuerdo a ella y por este amor derramado en los corazones
de los fieles, ellos, aunque débiles e incapaces en sí mismos, no se apartarán de forma
definitiva de El, sino que son preservados por Su poder para Salvación.
Además dice Jesucristo afirma:
Y ésta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de todo lo que me ha
dado, sino que lo resucite en el día final.
Esta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que mira al Hijo y cree en él tenga vida
eterna, y que yo lo resucite en el día final. (Juan 6:39-40)
Y afirmamos con toda confianza que Jesucristo nunca quebrantaría la voluntad del
Padre! Ni uno solo de los elegidos se perderá jamás.
No falta quien en su soberbia afirme que si esto fuera cierto, entonces habría quienes,
aunque desearan amar a Dios, no se salvarían por no ser elegidos, pero este
razonamiento es completamente falso, porque si algún ser humano desea sinceramente
amar a Dios, esto lo puede sentir únicamente por obra del Espíritu Santo, ya que de lo
contrario nunca tendría deseo verdadero de agradar a Dios.
Todo aquel que tenga sed espiritual está llamado a beber de la fuente de vida. En el
último capítulo de la Biblia dice: “El Espíritu y la esposa dicen: "¡Ven!" El que oye
diga: "¡Ven!" El que tiene sed, venga. El que quiere, tome del agua de vida
gratuitamente.” Apocalipsis 22:17
Y cuando alguien ha venido a Cristo y sus pecados han sido lavados por su sangre,
entonces puede sentirse uno de aquellos a los cuales el apóstol Pablo dice:

29
La Teología de la Reforma
Pero nosotros debemos dar gracias a Dios siempre por vosotros, hermanos
amados del Señor, de que Dios OS HAYA ESCOGIDO DESDE EL PRINCIPIO PARA
SALVACIÓN, por la santificación del Espíritu y fe en la verdad. 2 Tesalonicenses
2:13
POR LO CUAL AFIRMEMOS CON EL APOSTOL PABLO
...Porque de él, y por él, y en él, son todas las cosas. A él sea gloria por siglos.
Amén. (Romanos 11: 36)

Un Solo Evangelio
Por Ward Fenley

Han llegado a suponerse muchas cosas en cuanto a lo que llaman "el


pequeño cielo de Ward". Espero que pueda aclarar algunas cosas no solo para los
que han confiado en el Cristo verdadero, sino también para aquellos que son Sus
enemigos.

El cristianismo de muchos se pone a prueba cuando se les confronta con alguna de


las doctrinas esenciales como, por ejemplo, la salvación por gracia. La mayoría de
nosotros creemos que la Deidad de Jesús, el Nacimiento Virginal, la Resurrección
de Cristo, etc., son doctrinas cardinales . Sin embargo, cuando se trata de la
Salvación por Gracia Sola (sola gratia), muchos pierden sus convicciones sobre lo
que es fundamental.

Primero, debo aclarar qué significa la palabra "esencial". Por esencial no considero
que la creencia en el Nacimiento Virginal puede llevar a una persona al cielo. Sin
embargo, cuando se le confronta con la Escritura sobre una doctrinal crucial, ¿cuál
es su reacción? ¿Se opone vehementemente a la doctrina? Jesús habló claramente
sobre esto:

Jn.8:31: Por tanto, Jesús decía a los judíos que habían creído en él: --Si vosotros
permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;

Observen que Cristo hablaba a aquellos Judíos que "habían creído en él".

No obstante, éstos, en el mismo contexto, respondieron así:

Jn.8:41: Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: --Nosotros
no hemos nacido de fornicación. Tenemos un solo padre, Dios.

Los judíos negaron que habían nacido pecadores. Negaron su depravación. Este es
un ejemplo de una doctrina esencial. Y, ¿cuál fue la respuesta de Jesús?:

Jn.8:43: ¿Por qué no comprendéis lo que digo? Porque no podéis oír mi palabra.

30
La Teología de la Reforma
¡Y se suponía que estos Judíos eran creyentes! La audiencia de Jesús sigue siendo
la misma en el contexto. Su fe era como la de Simón el hechicero:

Hch.8:13: Aun Simón mismo creyó, y una vez bautizado él acompañaba a Felipe; y
viendo las señales y grandes maravillas que se hacían, estaba atónito.

Pero, ¿qué dijo Pedro cuando Simon quiso comprar el poder del Espíritu Santo?

Hch.8:20-23: Entonces Pedro le dijo: --¡Tu dinero perezca contigo, porque has
pensado obtener por dinero el don de Dios! (21) Tú no tienes parte ni suerte en este
asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. (22) Arrepiéntete, pues, de
esta tu maldad y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu
corazón; (23) porque veo que estás destinado a hiel de amargura y a cadenas de
maldad.

No puedo creer que esta descripción corresponda a la de un verdadero creyente en


Jesucristo. Hasta el escritor de Hebreos parece haber hecho una distinción entre la
fe y la fe que salva:

Heb.10:38-39: Pero mi justo vivirá por fe; y si se vuelve atrás, no agradará a mi


alma. (39) Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás para perdición, sino
de los que tienen fe para la preservación del alma.

¿Estaba diciendo que ellos podían perder su salvación? Ciertamente, no:

1ª Jn.2:19: Salieron de entre nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubieran


sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros. Pero salieron, para que fuera
evidente que no todos eran de nosotros.

Si hubieran sido verdaderamente Cristianos, entonces habrían seguido creyendo


porque la fe no la genera el hombre sino Dios:

Heb.12:2: puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe; quien por el
gozo que tenía por delante sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se ha
sentado a la diestra del trono de Dios.

Muchos discípulos seguían a Jesús además de los doce. Pero Jesús añadió una
palabra que hizo que se apartaran:

Jn.6:65-55: y decía: --Por esta razón os he dicho que nadie puede venir a mí, a
menos que le haya sido concedido por el Padre. (66) Desde entonces, muchos de
sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él.

¿Por qué se volvieron atrás? Había dos razones: La primera, porque Cristo les dijo
que debían comer Su carne y beber Su sangre para que tuvieran la vida eterna. La
segunda, porque Jesús les dijo que no podían venir a él a menos que el Padre les
diera la fe. Juan el Bautista y Jesús hicieron de esta enseñanza una doctrina
esencial:

31
La Teología de la Reforma
Jn.3:27: Respondió Juan y dijo: --Ningún hombre puede recibir nada a menos que le
haya sido dado del cielo.

Jn.6:37: Todo lo que el Padre me da vendrá a mí; y al que a mí viene, jamás lo


echaré fuera.

Jn.6:44: Nadie puede venir a mí, a menos que el Padre que me envió lo traiga; y yo
lo resucitaré en el día final.

Esta doctrina molesta a aquellos que tienen su fe centrada en el hombre. Así


cuando alguien insiste que su fe es el producto de su libre albedrío, ¿está a la vez
reconociendo la gracia y el don de Dios?

Jn.1:12-13: Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio
derecho de ser hechos hijos de Dios, (13) los cuales nacieron no de sangre, ni de la
voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, sino de Dios.

Rom.9:16: Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que
tiene misericordia.

Me parece que Dios se esfuerza en enseñarnos algo que es "muy esencial".

La pregunta es: ¿es esto esencial, como un requisito previo a la salvación, o es un


fruto de la salvación? Por "salvación" me refiero a los que están bajo el Nuevo
Pacto. Bueno, hay una cosa de la cual no se puede dudar: Si alguien corre al altar
de una iglesia evangélica pensando que la decisión que ha tomado proviene de su
propio poder y que Dios tiene que aceptarle a causa del ejercicio de su propio libre
albedrío, entonces esa persona nunca fue convencida de pecado: La Biblia habla
claro:

Rom.3:10-11: como está escrito: No hay justo ni aun uno; (11) no hay quien
entienda, no hay quien busque a Dios.

Una persona que ha sido convencida de pecado admite que no tiene esperanza en
nada que hayan hecho:

Jn.9:39-41: Y dijo Jesús: --Para juicio yo he venido a este mundo; para que vean los
que no ven, y los que ven sean cegados. (40) Al oír esto, algunos de los fariseos
que estaban con él le dijeron: --¿Acaso somos nosotros también ciegos? (41) Les
dijo Jesús: --Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero ahora porque decís:
"Vemos", vuestro pecado permanece.

Hay quienes creen que cuando se predica el Evangelio y alguno lo acepta y otro lo
rechaza, la diferencia entre haberlo recibido o rechazado radica en el libre albedrío.
Libremente se recibe y libremente se rechaza. Los que sostienen tal idea no han
entrado por las puertas de la ciudad. ¿Por qué?

32
La Teología de la Reforma
Apoc.21:27: Jamás entrará en ella cosa impura o que hace abominación y mentira,
sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.

Pablo enfatiza esta verdad en:

1ª Cor.1:28-31: Dios ha elegido lo vil del mundo y lo menospreciado; lo que no es,


para deshacer lo que es, (29) a fin de que nadie se jacte delante de Dios. (30) Por él
estáis vosotros en Cristo Jesús, a quien Dios hizo para nosotros sabiduría,
justificación, santificación y redención;(31) para que, como está escrito: El que se
gloría, gloríese en el Señor.

Observen que Pablo dijo: "por él están ustedes en Cristo Jesús". No estamos en
Cristo Jesús a causa de nuestro libre albedrío, porque tal cosa no existe.

Jn.8:34: Jesús les respondió: --De cierto, de cierto os digo que todo aquel que
practica el pecado es esclavo del pecado.

Es imprescindible que Cristo nos dé ojos para ver, oídos para oír y un corazón para
percibir:

Deut.29:4: Pero hasta el día de hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni
ojos para ver, ni oídos para oír.

Dios solamente hace esto con sus escogidos basándose en nada que ellos hayan
hecho:

Mat.11:25-27: En aquel tiempo Jesús respondió y dijo: "Te alabo, oh Padre, Señor
del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas de los sabios y
entendidos, y las has revelado a los niños. (26) Sí, Padre, porque así te agradó. (27)
"Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre. Nadie conoce bien al Hijo,
sino el Padre. Nadie conoce bien al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo
quiera revelar.

Jn.5:21: Porque así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también
el Hijo da vida a los que quiere.

Si se basa estrictamente en el beneplácito de su voluntad. Entonces, ¿por qué


creemos?

Hch.13:48: Al oír esto, los gentiles se regocijaban y glorificaban la palabra del


Señor, y creyeron cuantos estaban designados para la vida eterna.

Creemos porque Dios así lo ha ordenado desde la fundación del mundo. Si


atribuimos nuestro creer al ejercicio de nuestro libre albedrío, entonces nunca
hemos confiado en Cristo porque "nadie se jactará en su presencia". Pablo enfatiza
este hecho:

33
La Teología de la Reforma
1ª Cor.4:7: Pues, ¿quién te concede alguna distinción? ¿Qué tienes que no hayas
recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?

Entonces, ¿por qué creen unos y otros no? ¿Por razón de la decisión de su libre
albedrío? No, porque la Biblia dice "¿quién te CONCEDE alguna distinción?". Si nos
gloriamos en nuestra propia decisión por el ejercicio de nuestro libre albedrío
entonces nos estamos gloriando en ello, pero no en su presencia:

1ª Cor.1:29: a fin de que nadie se jacte delante de Dios.

Sé que hay muchos preteristas que son miembros de la Iglesia de Cristo o que
mantienen la doctrina de la regeneración bautismal. La carta a los Gálatas tiene que
ver básicamente con un enorme problema que confrontó a la iglesia primitiva y que
confronta a la iglesia de hoy. Este problema consiste en la convicción de que
tenemos que añadir algo de nosotros a Cristo para poder salvarnos o para
mantenernos salvos. Lo que vemos es que Pablo generalmente se dirigió a toda la
iglesia como a hermanos:

Gál.1:4: quien se dio a sí mismo por nuestros pecados. De este modo nos libró de la
presente época malvada, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre,

Atendamos a lo que Pablo dice: "quien se dio a sí mismo por NUESTROS pecados".
Con todo, Pablo sobrentiende que en la iglesia hay individuos que creen en Cristo y
en sus obras. Y, ¿cómo se dirige Pablo a este tipo de personas?

Gál.3:1-3: ¡Oh gálatas insensatos, ante cuyos ojos Jesucristo fue presentado como
crucificado! ¿Quién os hechizó? (2) Sólo esto quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis
el Espíritu por las obras de la ley o por haber oído con fe? (3) ¿Tan insensatos sois?
Habiendo comenzado en el Espíritu, ¿ahora terminaréis en la carne?

Así estas personas proclamaban a Cristo más sus obras, es decir, a Cristo más la
circuncisión en carne. Y, ¿cómo describe Pablo el estado de estas personas?

Gál.3:10: Porque todos los que se basan en las obras de la ley están bajo maldición,
pues está escrito: Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas
en el libro de la Ley para cumplirlas.

Y en cuanto a la regeneración bautismal, es lo mismo. Esa doctrina pregona que


Cristo más un ritual libran a una persona de sus pecados. Por eso, los de la Iglesia
de Cristo que mantienen esta doctrina están bajo la maldición de la ley. Admito, sin
embargo, que puede haber algunos en la Iglesia de Cristo que no crean en esta
doctrina y que confíen solo en Cristo para salvarse. Y una vez que sean
confrontados con la verdad, verán el peligro y la apostasía de la Iglesia de Cristo y
la dejarán:

Jn.10:1-5: "De cierto, de cierto os digo que el que no entra al redil de las ovejas por
la puerta, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y asaltante. (2) Pero el que
entra por la puerta es el pastor de las ovejas. (3) A él le abre el portero, y las ovejas

34
La Teología de la Reforma
oyen su voz. A sus ovejas las llama por nombre y las conduce afuera.(4) Y cuando
saca fuera a todas las suyas, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque
conocen su voz. (5) Pero al extraño jamás seguirán; más bien, huirán de él, porque
no conocen la voz de los extraños."

Tratar de llegar al cielo por medio de Cristo y el bautismo o la circuncisión es lo


mismo que unirse a los judaizantes y demuestra que se está bajo la maldición:

Gál.1:6-12: El que recibe instrucción en la palabra comparta toda cosa buena con
quien le instruye. (7) No os engañéis; Dios no puede ser burlado. Todo lo que el
hombre siembre, eso mismo cosechará. (8) Porque el que siembra para su carne,
de la carne cosechará corrupción; pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu
cosechará vida eterna. (9) No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su
tiempo cosecharemos, si no desmayamos. (10) Por lo tanto, mientras tengamos
oportunidad, hagamos el bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe. (11)
Mirad con cuán grandes letras os escribo con mi propia mano. (12) Aquellos que
quieren tener el visto bueno en la carne os obligan a ser circuncidados, solamente
para no ser perseguidos a causa de la cruz de Cristo.

Venir a Cristo y creer en el nacimiento virginal son doctrinas esenciales muy


diferentes. Lo primero es un don que se da para que uno pueda ver su
pecaminosidad total, arrepentirse de su auto-justicia y confiar solo en Cristo. Lo otro
es el resultado de haber confiado en Cristo.

Por esto Cristo dijo:

Jn.8:51: Por tanto, Jesús decía a los judíos que habían creído en él: --Si vosotros
permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;

Los que dicen que han confiado en Cristo pero niegan lo que Su Palabra enseña
tocante a la verdad del don de la fe, la inhabilidad del hombre para creer sin Cristo,
y la salvación por la Gracia sola, manifiestan características de una persona no
regenerada. Los que hacen necesario un ritual para la salvación están bajo
maldición. Estas son las personas que debemos animar a que se examinen para ver
si en realidad están en la fe:

2ª Cor.13:5: Examinaos a vosotros mismos para ver si estáis firmes en la fe;


probaos a vosotros mismos. ¿O no conocéis en cuanto a vosotros mismos, que
Jesucristo está en vosotros, a menos que ya estéis reprobados?

2ª Ped.1:10: Por eso, hermanos, procurad aun con mayor empeño hacer firme
vuestro llamamiento y elección, porque haciendo estas cosas no tropezaréis jamás.

Los que son de Cristo se entregarán a la doctrina gloriosa de la salvación por la


gracia sola. Cuando la verdad les llega la reconocerán. Si la niegan y le añaden un
ritual, el libre albedrío o cualquier otra cosa, entonces no debemos aceptarles como

35
La Teología de la Reforma
personas sabias. Y no estamos añadiendo nada a la Escritura cuando los
cuestionamos. Siempre será un proceder correcto instarles a que se examinen
advirtiéndoles con la Escritura y no con un despliegue de palabras condenatorias
basadas en las emociones. La palabra convencerá hasta donde Dios quiere que
convenza:

Isa.55:11: así será mi palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, sino que
hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para lo cual la envié.

Si Dios quiere que la palabra prospere, entonces prosperará. Si Dios quiere que
condene, condenará:

2ª Cor.2:14-17: Pero gracias a Dios, que hace que siempre triunfemos en Cristo y
que manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento por medio de nosotros. (15)
Porque para Dios somos olor fragante de Cristo en los que se salvan y en los que se
pierden. (16) A los unos, olor de muerte para muerte; mientras que a los otros, olor
de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente? (17) Porque no somos,
como muchos, traficantes de la palabra de Dios; más bien, con sinceridad y como de
parte de Dios, hablamos delante de Dios en Cristo.

Ahora, para clarificar: ¿Qué de una persona que no cree de inmediato, pero
demuestra estar abierta y dispuesta a escuchar? Continuamos hablándole la
verdad. Si empieza a negar y deja ver un espíritu de oposición a la verdad, entonces
es tiempo de advertirle. Si muestra signos de gentileza y sumisión a la palabra de
Dios, entonces continuamos presentándole la Gracia hasta que Dios haga que se
entregue a la salvación por Gracia. Solo entonces tenemos la libertad de afirmarles
como hermanos o hermanas. Aún Judas y Pablo hablaron de diferentes maneras de
hacer esto. Pero esto no quiere decir que debemos suavizar el mensaje. Es solo
una adaptación a su cultura o manera de hablar, con el propósito de darles el
mensaje:

1ª Cor.9:19-22: A pesar de ser libre de todos, me hice siervo de todos para ganar a
más. (20) Para los judíos me hice judío, a fin de ganar a los judíos. Aunque yo
mismo no estoy bajo la ley, para los que están bajo la ley me hice como bajo la ley,
a fin de ganar a los que están bajo la ley. (21) A los que están sin la ley, me hice
como si yo estuviera sin la ley (no estando yo sin la ley de Dios, sino en la ley de
Cristo), a fin de ganar a los que no están bajo la ley. (22) Me hice débil para los
débiles, a fin de ganar a los débiles. A todos he llegado a ser todo, para que de
todos modos salve a algunos.

Jud.22-23: De algunos que vacilan tened misericordia; (23) a otros haced salvos,
arrebatándolos del fuego; y a otros tenedles misericordia, pero con cautela, odiando
hasta la ropa contaminada por su carne.

Obviamente debemos ejercer gran discernimiento, no haciéndonos jueces, sino


estableciendo lo que es verdad e identificando el error:

36
La Teología de la Reforma
1ª Jn.4:5-8: Ellos son del mundo; por eso, lo que hablan es del mundo, y el mundo
los oye. (6) Nosotros somos de Dios, y el que conoce a Dios nos oye; y el que no es
de Dios no nos oye. En esto conocemos el Espíritu de verdad y el espíritu de error.
(7) Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Y todo aquel que
ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. (8) El que no ama no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor.

Hay quienes me acusan de no mostrar amor. Pero, ¿qué es una verdadera prueba
de amor? ¿No es avisar a otros de la ira del Dios todopoderoso? ¿Acaso es amor y
bondad ver a una persona morir en sus pecados y no advertirle de los horrores del
lago de fuego? ¿Hizo mal Pablo en advertir a una iglesia por más de 3 años?

Hch.20:31-32: Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día,
no cesé de amonestar con lágrimas a cada uno. (32) "Y ahora, hermanos, os
encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, a aquel que tiene poder para edificar
y para dar herencia entre todos los santificados.

Y, ¿no he demostrado bondad?

Sal.141:5: Que el justo me castigue y me reprenda será un favor. Pero que el aceite
del impío no embellezca mi cabeza, pues mi oración será continuamente contra sus
maldades.

Lev.19:17: "'No aborrecerás en tu corazón a tu hermano. Ciertamente amonestarás


a tu prójimo, para que no cargues con pecado a causa de él.

Eze.33:7-9: "A ti, oh hijo de hombre, te he puesto como centinela para la casa de
Israel. Oirás, pues, la palabra de mi boca y les advertirás de mi parte. (8) Si yo digo
al impío: 'Impío, morirás irremisiblemente', y tú no hablas para advertir al impío de su
camino, el impío morirá por su pecado; pero yo demandaré su sangre de tu mano.
(9) Pero si tú adviertes al impío de su camino para que se aparte de él, y él no se
aparta de su camino, él morirá por su pecado; pero tú habrás librado tu vida.

Eze.33:13: Si digo al justo: 'Ciertamente vivirás', y confiando en su justicia él hace


iniquidad, no será recordada ninguna de sus obras de justicia, sino que morirá por la
iniquidad que hizo.

Hay solamente un Evangelio: el de la Gracia por medio de la fe , el don de Dios. Hay


una sola cruz, la que salva. Cualquiera otra que deja a la gente en el infierno no es
la cruz de Cristo. Por eso, la propiciación universal es una cruz falsa y un Cristo
falso. Son otro evangelio. Cualquier evangelio que enseña que el Padre eligió a su
pueblo porque sabía de antemano la decisión que tomarían, es otro evangelio. Si
Dios basó sus decisiones electivas en lo que sabía de antemano que los elegidos
harían, entonces la salvación es por obras. No hay diferencia entre obras y albedrío
si se cree que ambos no son causados por Dios.

37
La Teología de la Reforma
A la luz de las Escrituras aquí presentadas, debemos hacernos las siguientes
preguntas: ¿Es el libre albedrío otro evangelio? Si la respuesta es negativa,
entonces ¿por qué no lo creemos? Pero si nuestra respuesta es positiva, entonces
¿cómo justificamos el no avisar con urgencia a los hombres que afirman el libre
albedrío aún después de haberles presentado la verdad de las Escrituras? ¿Es la
regeneración bautismal otro evangelio? Si no, entonces ¿por qué no lo creemos?
Pero si es cierto que es otro evangelio, entonces ¿por qué no advertimos del peligro
a los miembros de la Iglesia de Cristo, a los Católicos Romanos, los de la Iglesia
Pentecostal Unida (Jesús Solo), etc..? Y, ¿qué de la redención universal? ¿Deja la
verdadera Cruz de Cristo a la gente en el infierno, aquellos cuya pena por el pecado
ya fue pagada? Si es así, entonces ¿por qué no lo creemos también? Pero si ésta
no es la verdadera cruz de Cristo, entonces tampoco éste es el verdadero
Evangelio.

2ª Cor.11:4: Porque si alguien viene predicando a otro Jesús al cual no hemos


predicado, o si recibís otro espíritu que no habíais recibido, u otro evangelio que no
habíais aceptado, ¡qué bien lo toleráis!

Solamente hay una cruz y un Evangelio. Y este Evangelio es eficaz:

1ª Cor.1:18: Porque para los que se pierden, el mensaje de la cruz es locura; pero
para nosotros que somos salvos, es poder de Dios.

¿Por qué son tan atractivos el evangelio, la cruz y el jesús de la propiciación


universal? Porque deja todo en las manos del hombre. Los hombres aman esta
doctrina porque les permite tener parte en su redención.

¿Por qué son tan repulsivos el Evangelio, la Cruz y el Jesús de la propiciación


particular y eficaz? Porque no deja lugar al poder y la gloria del hombre. Arrasa con
el ídolo del libre albedrío. Asegura que hay ciertas personas que nunca entrarán al
cielo porque esta propiciación no fue hecha por ellas. Aplasta la gloria y la habilidad
del hombre.

Jer.17:5: Así ha dicho Jehovah: "Maldito el hombre que confía en el hombre, que se
apoya en lo humano y cuyo corazón se aparta de Jehovah.

Gál.6:14: Pero lejos esté de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor


Jesucristo, por medio de quien el mundo me ha sido crucificado a mí y yo al mundo.

Gracias por su tiempo. Si aquí no he seguido con lo que he escrito en otros artículos
previos a éste, por favor perdóneme Pero si lo he hecho, entonces le apremio a que
considere su posición. ¿Se encuentra en una situación comprometida como
creyente en la Gracia? O, ¿está todavía confiando en la decisión de su libre albedrío
o en el ritual del bautismo?

Sinceramente y para la gloria del Salvador Soberano,

38
La Teología de la Reforma
Ward Fenley

***

LECCIÓN II
SOLA FE (Sola FIDE)
POR GRACIA MEDIANTE LA FE
(Del libro Solamente por Gracia. Spurgeon)

Creo conveniente insistir en un punto especial, con el objeto de suplicar al lector observe
en espíritu de adoración el origen de la fuente de nuestra salvación que es la gracia de
Dios. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe» (Efe.2:8). Los pecadores son
convertidos, perdonados, purificados, salvos, todo porque Dios es lleno de gracia. No es
porque pueda haber algo en ellos que les recomiende para ser salvos, sino que se
salvan por el amor infinito, por la bondad, por la compasión, misericordia y gracia de
Dios. Detente, pues, por un momento en el origen de la fuente. Contempla el río
cristalino del agua de vida que brota del trono de Dios y del Cordero.

¡Qué profundidad de la gracia de Dios! ¿Quién sondeará su profundidad? Semejante a


los demás atributos de Dios es infinita. Dios es lleno de amor, porque «Dios es Amor.»
(1Juan 4:8). Bondad infinita y amor infinito forman parte de la esencia de la Divinidad.
Por la razón de que «para siempre es su misericordia» (Salmo 107:1), no ha echado a la
humanidad a la perdición. Y ya que no cesan sus compasiones, los pecadores son
conducidos a sus pies y hallan perdón.

Acuérdate bien de esto, para que no caigas en el error fijándote demasiado en la fe que
es el conducto de la salvación, podrías olvidarte de la gracia que es la fuente y origen
aun de la fe misma. La fe es obra de la gracia de Dios en nosotros. Nadie puede decir
que Jesús es Cristo, el Ungido, sino por el Espíritu Santo. «Ninguno puede venir a mi,»
dice Jesús, «si el Padre que me envió, no le trajere» (Juan 6:44). Así es que esa fe que
acude a Cristo es resultado de la obra Divina. La gracia es la causa activa, primera y
última de la salvación; y esencialmente necesaria, como es la fe, no es mas que parte
indispensable del método que la gracia emplea. Somos salvos «mediante la fe,» pero la
salvación es «por gracia.» Proclámense estas palabras, como con trompeta de arcángel:
«por gracia sois salvos.» ¡Cuán buena nueva es esta para los indignos!

Se puede comparar la fe a un conducto. La gracia es la fuente y la corriente; la fe es el


canal por el cual fluye el río de misericordia para refrescar a los hombres sedientos. Será
una gran lástima cuando se haya roto el canal. Una vista muy triste ofrecen muchos
canales costosos en los alrededores de Roma, que ya no conducen más el agua a la

39
La Teología de la Reforma
ciudad, porque los arcos están rotos y esas obras admirables están en ruinas. El canal
debe mantenerse completo para conducir la corriente, y así la fe debe ser verdadera y
sana dirigida en rectitud a Dios y bajando directamente a nosotros para que resulte un
conducto útil de misericordia para nuestras almas.

Otra vez te recuerdo que la fe solo es el conducto o canal y no la fuente, y que no


debemos fijarnos tanto en ella que la elevemos por encima de la fuente de toda
bendición que es la gracia de Dios. No te construyas nunca un Cristo de tu fe, ni pienses
en ella como si fuese la fuente indispensable de salvación. Hallamos la vida espiritual por
una mirada de fe al Crucificado, no por una mirada a nuestra fe. Mediante la fe todas las
cosas nos son posibles; sin embargo, el poder no está en la fe, sino en Dios, en quien la
fe se derrama. La gracia es la locomotora y la fe es la cadena, mediante la cual el
vehículo del alma se ata a la gran fuerza motriz. La justicia de la fe no es la excelencia
moral de la fe, sino la justicia de Cristo Jesús que la fe acepta y se apropia. La paz del
alma no se deriva de la contemplación de nuestra fe, sino nos viene de Aquel que «es
nuestra paz,» del borde de cuyo vestido la fe toca, saliendo de él la virtud que inunda el
alma.

Aprende de esto, pues, querido amigo, que la flaqueza de tu fe no te echará a la


perdición. Aun una mano temblorosa podrá recibir una dádiva de oro precioso. La
salvación nos puede venir por una fe tan pequeña como un grano de mostaza. La
potencia se encuentra en la gracia de Dios, no en nuestra fe. Importantísimos mensajes
se mandan por alambres débiles, y el testimonio del Espíritu Santo que comunica paz,
puede llegar al corazón mediante una fe tan pequeña que apenas merezca tal nombre.
Piensa más en AQUEL que miras, que en la mirada. Es preciso quitar la vista de tu
propia persona y de los alrededores para no ver a otro que «solo Jesús» y la gracia de
Dios en él revelada.

***
¿QUE ES LA FE?
¿Qué es esa fe, de la cual se dice: «Por gracia sois salvos mediante la fe»? Existen
muchas explicaciones de la fe; pero casi todas las que he visto, me han dejado más
ignorante que antes de leerlas. Podemos explicar la fe hasta que nadie la entienda.
Cierto predicador dijo al leer un capítulo de la Biblia que iba a embrollarlo, lo que
probablemente hizo, si bien intentaba decir que iba a explicarlo. Espero que no me haga
culpable del mismo error. La fe es la cosa más sencilla del mundo, y tal vez por esta
misma sencillez sea más difícil la explicación.

¿Qué es fe?: Podemos decir que la fe se compone de tres cosas: conocimiento,


creencia y confianza. Primero, viene el conocimiento. ¿Cómo creerán a Aquel de quien
no han oído? (Rom. 10:14). Necesito saber de un hecho antes de que me sea posible
creerlo. La fe es por el oír (Rom. 10:17). Es preciso oír para saber lo que se ha de creer.
«En ti confiarán los que conocen tu nombre» (Salmo 9:10). Algún conocimiento es
esencial para la fe; de aquí la importancia de conseguir conocimiento. «Inclinad vuestro
oído, y venid a mi; oíd, y vivirá vuestra alma» (Isa. 55:3), tal era la palabra del profeta

40
La Teología de la Reforma
antiguo, y tal es la palabra del evangelio todavía. Escudriña las Escrituras y aprende lo
que el Espíritu santo enseña respecto a Cristo Jesús y su salvación. «Porque es
necesario que el que se acerca a Dios crea que el existe, y que es galardonador de los
que le buscan» (Heb. 11:6). ¡Que el Espíritu Santo te conceda espíritu de conocimiento y
de temor del Señor! Entérate del evangelio: de su buena nueva, de como habla del
perdón gratuito, del cambio de corazón, de la adopción en la familia de Dios, y de
bendiciones innumerables de otras clases. Entérate especialmente de Cristo Jesús, el
Hijo de Dios, el Salvador de los pecadores, unido con nosotros por la naturaleza
humana, no obstante de ser Uno con Dios, siendo así idóneo para actuar como Mediador
entre Dios y los hombres, capacitado para colocar su mano sobre ambos y ser el eslabón
entre el pecador y el juez de toda la tierra. Procura conocer a Cristo Jesús más y más.
Procura conocer de un modo especial la doctrina del sacrificio expiatorio de Cristo, ya
que el punto principal en la fe salvadora se fija principalmente en este: «Dios estaba en
Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus
pecados» (2Cor. 5:19).

Procura saber que Jesús fue hecho por nosotros maldición, como está escrito: «Maldito
todo el que es colgado de un madero» (Gál. 3:13). Aprópiate bien de la doctrina de la
substitución de Cristo; porque en ella está el más bendito consuelo para los hijos de los
hombres culpables, puesto que Dios «le hizo pecado por nosotros, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en él» (2Cor. 5:21). La fe comienza por el
conocimiento.

De aquí pasa el alma a la creencia de que estas cosas son verdaderas. El alma cree que
Dios existe y que oye el clamor de los corazones sinceros, que el evangelio procede de
Dios, que la justificación por la fe es la gran verdad que Dios ha revelado en estos
últimos tiempos con más claridad que antes. Luego, el corazón cree que Jesús en
realidad de verdad es nuestro Dios y Salvador, el Redentor de los hombres, el Profeta,
Sacerdote y Rey de su pueblo. Todo esto lo acepta el alma como verdad cierta y fuera
de toda duda. Pido a Dios que llegues a esta fe en seguida. Afírmate bien en la creencia
de que la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado; que su
sacrificio expiatorio fue perfecto y plenamente aceptado por Dios en lugar del hombre, ya
que el que cree en Jesús, no es condenado. Cree en estas verdades, como crees en
otras afirmaciones, porque la diferencia entre la fe común y la fe salvadora consiste
principalmente en los objetos de la creencia. Cree en el testimonio de Dios, como crees
en el testimonio de tu propio padre o de algún amigo. «Si recibimos el testimonio de los
hombres, mayor es el testimonio de Dios» (1Juan 5:9).

Hasta aquí has ido adelantando en el camino de la fe; solo falta una parte más para
completarla, a saber la confianza. Entrégate confiado al Dios de misericordia; pon tu
confianza en el evangelio de gracia; abandona tu alma confiadamente al Salvador
muerto y resucitado por ti; contempla confiando la limpieza de tus pecados en la sangre
expiatoria de Jesús; acepta cual tuya su Justicia Perfecta, y todo estará bien. La
confianza es la esencia vital de la fe, sin ella no hay fe salvadora. Los puritanos solían
explicar la fe usando la palabra «reclinación,» en el sentido de apoyarse reclinado sobre
algo. Apóyate con todo tu peso sobre Cristo. Me expresaría más claramente, si dijera:
Extiéndete, recuéstate sobre la Roca de los siglos. Abandónate en los brazos de Jesús,
entrégate, descansa en él. Habiéndole hecho así, has puesto la fe en práctica. La fe no

41
La Teología de la Reforma
es cosa ciega, puesto que principia por el conocimiento. No es cosa de conjeturas, por
cuanto la fe se funda en hechos ciertos. No es cosa de sueños, porque la fe encomienda
su destino reposadamente a la verdad de la revelación Divina. Esto es un modo de
explicar la fe. No se si solo he logrado embrollar el asunto.

Permítaseme otra prueba. La fe es creer que Cristo es lo que se dice ser, que hará lo
que ha prometido hacer y esperar que cumplirá lo prometido. Las Escrituras hablan de
Jesucristo como Dios, Dios manifestado en carne humana; como perfecto en su carácter,
como sacrificio expiatorio por nuestros pecados, como quien lleva nuestros pecados en
su cuerpo sobre el madero. Las escrituras hablan de él como de quien ha acabado con la
transgresión, concluido el pecado e introducido la justicia eterna. La Biblia nos dice,
además, que resucitó de los muertos, que vive para siempre intercediendo por nosotros,
que ha ascendido a la gloria, tomando posesión de ella en favor de su pueblo y que
pronto volverá para «juzgar al mundo con justicia y a los pueblos con rectitud» (Salmo
98:9). Debemos creer firmemente que así es, ya que así lo hizo saber Dios el Padre,
diciendo: «Este es mi Hijo amado; a él oíd» (Luc. 9:35). A este rinde testimonio también
el Espíritu Santo, porque él ha testificado de Cristo tanto por la palabra inspirada como
por diversos milagros y su obra en los corazones de los hombres. Nos es preciso creer
que es verdadero este testimonio.

La fe cree también que Cristo hará lo que ha prometido, él prometió no echar a nadie
fuera, de los que acuden a él, es cierto que no nos echará a nosotros si acudimos a él.
La fe cree que, habiendo dicho: «El agua que yo le daré, será en él una fuente de agua
que salte para vida eterna» (Juan 4:14), esto debe ser verdad, de modo que si nosotros
recibimos de Cristo esta agua de vida, permanecerá en nosotros y saltará en nosotros
como corrientes de una vida santa. Cualquier cosa que Cristo haya prometido hacer, la
hará, y debemos creerlo, ya que de su mano esperamos el perdón, la justificación , la
protección, y la gloria eterna, todo según lo prometido a los que creen en él.

Luego, viene el siguiente paso necesario. Jesús es lo que se dice ser, Jesús hará lo que
ha prometido hacer, y por lo tanto debemos cada cual confiar en él, diciendo: «Será para
mi, lo que ha dicho ser y lo que ha prometido hacer, y yo me entrego en las manos del
que se ha encargado de la salvación para que me salve a mi. Descanso en su promesa
confiando en que hará lo que ha dicho.» Tal es la fe salvadora, y quien la posee, tiene
vida eterna. Cualquiera que fuesen los peligros y pruebas, tinieblas y temores,
debilidades o pecados, el que así cree en Cristo Jesús no es condenado, ni vendrá
jamás a condenación.

Deseo que te sirva para algo esta explicación. Confío en que el Espíritu de Dios lo usará
para llevarte lector, a la paz inmediatamente. «No temas; cree solamente» Mar. 5:36).
Confía y reposa en paz.

Pero temo que el lector quede contento con el simple conocimiento de lo que sea preciso
hacer sin nunca hacerlo. Mejor es la fe más pobre actuando que el mejor conocimiento
en las regiones de la fantasía. Lo principal es creer de verdad en Jesús, en este mismo
momento. No te preocupes de distinciones y definiciones. El hambriento come sin
comprender la composición química de los alimentos, la anatomía de la boca y el
proceso digestivo; vive porque come. Otro mucho más sabio comprende perfectamente

42
La Teología de la Reforma
la ciencia de la nutrición, pero si no come, morirá a pesar de su conocimiento. Sin duda,
hay muchos en el infierno que comprendieron bien la doctrina de la fe pero que dejaron
de creerla. Por otra parte, ni uno de los que confiaron en el Señor Jesús perecieron, aun
cuando nunca supieron explicar bien su fe. Querido lector, recibe al Señor Jesús, cual
único Salvador de tu alma, y vivirás eternamente. «El que en él cree tiene vida eterna»
(Juan 3:36).

***

¿CÓMO SE PUEDE ACLARAR LA FE?

Para aclarar aún más el asunto de la fe daré aquí unos cuantos ejemplos. Aunque solo el
Espíritu Santo puede dar vista al ciego tanto mi deber como placer es proporcionar al
lector toda la luz que me sea posible, pidiendo al Señor que habrá los ojos de los ciegos.
Que Dios haga que el lector pida lo mismo.

La fe tiene sus semejanzas en el cuerpo humano. Es el ojo que mira las cosas. Por el ojo
introducimos en la mente los objetos lejanos. Por una mirada podemos en un momento
introducir en la mente al sol y las estrellas lejanas. Así, por la fe o confianza podemos
hacer que Jesús se nos acerque, y que aunque esté en el lejano cielo, entre en nuestro
corazón. Tan solo mira a Jesús, porque contiene la pura Verdad el cántico que dice:

Vida hay por mirar a Jesús...

La mirada de fe al momento la vida te da.

La fe es la mano que toma. Cuando la mano toma y se apropia de algo, hace


precisamente lo mismo que la fe al apropiarse de Cristo y las bendiciones de la
redención. La fe dice: «Jesús es mío.» La fe oye hablar de la sangre mediante la cual
hay perdón y exclama: La recibo para perdón de mis culpas. La fe dice que son suyas los
legados de Jesús, y dice bien porque la fe es la heredera de Cristo habiéndose dado a sí
mismo y todo lo que tiene a la fe. Aprópiate, amigo, lo que la gracia te ha legado. No
resultarás hurtador, porque tienes permiso Divino: «El que quiere, tome del agua
gratuitamente» (Apoc. 22:17) . El que puede conseguir un tesoro sencillamente por
tomarlo con la mano, será loco si permanece pobre.

La fe es la boca que se alimenta de Cristo. Antes de que la comida nos alimente, es


preciso tomarlo. Cosa tan sencilla es comer y beber. De buena gana tomamos en la boca
el alimento permitiendo que baje en el cuerpo, donde se absorbe constituyéndose parte
del mismo. Pablo en Romanos 10:8; dice: «Cerca de ti está la palabra, en tu boca.» Así
es que lo que resta por hacer es permitir que baje al alma. ¡Ojalá que la gente tuviera
hambre espiritual! Pues, el hambriento que ve la comida delante de si, no necesita
aprender a comer. Dame un cuchillo, un tenedor y la oportunidad, dijo alguien. Para los

43
La Teología de la Reforma
demás estaba plenamente preparado. En verdad, un corazón hambriento y sediento de
Cristo, solo necesita saber que esta invitado para recibirle en seguida. Si te hallas en
esta condición, no vaciles en recibirle, puedes estar seguro de que nunca serás
reprendido por hacerlo, porque «a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser
hechos hijos de Dios» (Juan 1:12) El no rechaza a nadie de todos cuantos a él acuden,
sino les recibe y les autoriza a permanecer como hijos eternamente.

Las ocupaciones ordinarias de la vida ilustran también la fe de varios modos. El agricultor


deposita su semilla en la tierra confiando en que no solo viva sino que se multiplique.
Tiene fe en el arreglo del pacto de que la siembra y la cosecha no cesarán, y queda
recompensada así su fe.

El comerciante entrega su dinero al cuidado de un banquero, confiando del todo en su


honradez y en la solidez de su banco. Entrega su capital en manos de otro, y se siente
más tranquilo que si guardara el oro en su propia casa.

El marinero se encomienda al mar ondulante. Al nadar quita los pies del fondo y
descansa en las olas del océano. No podría nadar, si no se abandonara del todo al
elemento líquido.

El platero pone su oro precioso en el fuego que parece ávido de consumirlo, pero lo saca
de nuevo, purificado por el calor del horno.

En cualquier esfera de la vida puedes ver la fe en operación entre hombre y hombre, o


entre hombre y ley natural. Ahora bien, precisamente como en la vida diaria practicamos
la confianza, así debemos hacerlo respecto a Dios, según se nos revela en Cristo Jesús.

La fe existe en diferentes personas según su medida de conocimiento o crecimiento en la


gracia. A veces la fe no es más que un sencillo apego a Cristo; un sentimiento de
dependencia y de voluntad de vivir dependiente. En la orilla del mar verás a ciertos
moluscos pegados a las rocas. Camina suavemente roca arriba, pega al molusco con el
bastón, y verás como queda suelto en seguida. Repítelo con otro molusco cercano. Este
ha oído el golpe, ha quedado avisado, y se pega con toda su fuerza a la roca. No le
soltarás, no. Pégale tanto como quieras. Más bien romperás el bastón a que se suelte el
molusco. El pobre no sabe mucho, pero sabe pegarse a la roca. Sabe pegarse y tiene
algo firme a que hacerlo; esto es todo su conocimiento y lo usa para su seguridad y
salvación. Apegarse a la roca es la vida del molusco, y la vida del pecador es apegarse a
Cristo. Miles de almas del pueblo de Dios no tienen más fe que esta; acogerse de todo
corazón a Jesús, y esto basta para su paz actual y para su seguridad eterna. Jesús es
para ellas un Salvador fuerte y poderoso, una roca inmovible e inmutable; a ella se
aferran vivamente y este apego les salva. Amigo, ¿no podrás tu apegarte a Cristo
también? Hazlo ahora mismo.

La fe se manifiesta cuando una persona confía en otra con motivo del conocimiento de
su superioridad. Esta fe es de más alta categoría: fe que conoce y reconoce la razón de
su dependencia actuando conforme a tal conocimiento. Poco conocerá el molusco de la
roca; pero conforme vaya creciendo la fe resulta más inteligente. Un ciego se entrega a
su guía, porque sabe que este tiene vista y confiando en él, anda por donde él le

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La Teología de la Reforma
conduzca. Si el pobre nació ciego no tiene idea de lo que es la vista, pero sabe que
existe tal cosa, y por lo tanto coloca su mano en la mano del guía dejándose llevar.
(2Cor. 5:7). «Bienaventurados los que no vieron, y creyeron» (Juan 20:29). Aquí
«Andamos por fe, no por vista» tenemos tan buen ejemplo de la fe como puede haber:
sabemos que Jesús posee la virtud, el poder y la bendición que no poseemos nosotros,
y, por lo tanto, nos entregamos a él, para que sea para nosotros lo que no podemos ser
para nosotros mismos. Nos entregamos a él confiados como el ciego al guía, seguros de
que nunca abusará de nuestra confianza, ya que «nos ha sido hecho por Dios sabiduría,
justificación, santificación y redención» (1Cor. 1:30).

Todo niño que frecuenta la escuela ejerce fe al aprender del maestro. Este le enseña
geografía, instruyéndole respecto a la forma de la tierra y la existencia de ciertos países
y grandes ciudades. El niño no sabe que estas cosas son verdaderas, a menos que
tenga fe en el maestro y en los libros que usa. Esto es lo que te toca hacer en orden a
Cristo, si quieres ser salvo. Es preciso que lo sepas porque él te lo dice; que crees que
es así, porque él te lo asegura; que te entregues a él, porque te promete que el resultado
será la salvación presente y eterna. Casi todo lo que tu y yo sabemos nos ha venido por
la fe. Se ha hecho un descubrimiento científico y estamos seguros de ello. ¿Por qué
razón lo creemos? Por la autoridad de ciertos científicos muy conocidos, cuya reputación
ha quedado establecida. Nunca hemos visto sus experimentos, pero creemos su
testimonio. Es preciso que hagas lo propio en orden al Señor Jesús. Ya que él te enseña
ciertas verdades, debes actuar como discípulo creyendo su palabra. Ya que él a
realizado cierta obra magna, debes actuar como recipiente encomendándote a su gracia.
Él es tu superior en grado infinito recomendándose a tu confianza cual Maestro supremo
y Señor de señores. Si le recibes a él y su palabra, de cierto serás salvo.

Otra forma de fe superior es la que nace del amor. ¿Por qué confía el niño en su padre?
La razón es que el niño ama a su padre. Bienaventurados y dichosos son los que tienen
una fe infantil en Cristo, mezclada con profunda afección, porque esta fe y confianza
proporciona verdadera tranquilidad y reposo al alma. Estos que aman a Jesús viven
encantados de la hermosura y de sus atributos, se gozan grandemente en su misión y
son transportados de alegría por su bondad y gracia manifiestas. Así es, que no pueden
por menos de confiar en él, ya que tanto le admiran, reverencian y aman.

Esta confianza en el salvador se evidencia por ejemplo de la esposa de uno de los


primeros médicos de este siglo. Aunque afligida de cierta grave enfermedad y postrada
por su rigor, disfruta ella de calma y quietud admirables, porque su esposo ha hecho
estudio especial de esa enfermedad y curado a miles de afligidos como ella. No se
inquieta en lo más mínimo, porque se siente perfectamente salva en las manos de uno
tan apreciado como el esposo, en quien la habilidad y amor se juntan en sumo grado. Su
fe es natural y razonable y el esposo lo merece de su parte en todos los sentidos.

Esta clase de fe es la que el creyente más dichoso ejerce respecto a Cristo. No hay
médico como él; nadie puede salvar y sanar como él. Le amamos y él nos ama a
nosotros, y por consiguiente nos entregamos en sus manos, aceptamos lo que nos
prescribe y hacemos lo que nos manda. Estamos seguros de que nada erróneo se nos
manda mientras que él sea el Director de nuestros asuntos; porque nos ama demasiado
para permitir que perezcamos o suframos la más mínima pena innecesaria.

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La Teología de la Reforma
La fe es la raíz de la obediencia, y esto puede verse con toda claridad en los asuntos de
la vida. Cuando el capitán confía el buque al piloto para que lo lleve al puerto, este lo
maneja según su conocimiento y voluntad. Cuando el viajero se confía al guía para que
lo conduzca a través de algún lugar difícil, este sigue paso a paso el sendero que el guía
le señale. Cuando el enfermo cree en el médico, sigue cuidadosamente sus
prescripciones y direcciones. La fe que rehusa obedecer los mandamientos del Salvador
no es más que un pretexto y no salvará jamás al alma. Confiamos en Jesús para que nos
salve, dándonos él las indicaciones necesarias respecto al camino de la salvación;
seguimos estas indicaciones y somos salvos. No se olvide de esto el lector. Confíate a
Jesús y dale pruebas de tu confianza haciendo lo que te diga.

Cierta forma notable de fe nace del conocimiento verdadero. Esto resulta del crecimiento
en gracia; y es esta la fe que cree en Cristo, porque le conoce y confía en él, porque
tiene la experiencia de que es infaliblemente fiel. Cierta señora cristiana solía poner P.P.,
en el margen de su Biblia siempre que hubiese puesto a prueba alguna promesa. ¡Cuán
fácil es confiar en un Salvador puesto a prueba y hallado verdadero! No puedes hacer
esto todavía, pero lo harás. Todo requiere un principio. A su tiempo será fuerte tu fe. Esta
fe madura no pide señales y milagros sino cree fuertemente. Contempla al marino
maestro. Muchas veces le he admirado. Suelta los cables, se aleja de tierra. Pasan días,
semanas, acaso meses sin que vea tierra . No obstante, prosigue adelante noche y día
sin temor, hasta que se halle una mañana precisamente al frente del deseado puerto,
hacia el cual se ha dirigido. ¿Cómo ha podido hallar el camino a través del profundo mar
sin rastro de huella? Pues ha confiado en su brújula, en su carta marina, en sus
binoculares, en los cuerpos celestes; y obedeciendo sus indicaciones, sin ver tierra, ha
dirigido su buque tan exactamente que ni un punto tenga que variar el curso para entrar
en el puerto. Es cosa maravillosa, es admirable ese modo de navegar sin vista terrestre.
Espiritualmente es cosa bendita dejar del todo fuera de vista y sentimentalismo las
playas de la tierra, diciendo «Adiós» a los sentimientos interiores, acontecimientos
providenciales animadores, señales y maravillas, etc. Es glorioso hallarse lejos en el
océano del amor Divino muy adentro, creyendo en Dios y dirigiendo el curso
directamente hacia el cielo por las direcciones de la carta marina, la Palabra de Dios.
«Bienaventurados los que no han visto, y sin embargo han creído,» a éstos «será
abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro Señor» y buena
protección en el viaje. ¿No querrá el lector poner su confianza en Dios manifestado en
Cristo Jesús? En él confío yo contento. Amigo, ven conmigo, y cree en nuestro Padre y
nuestro Salvador. ¡Ven sin tardar!

***
¿POR QUÉ NOS SALVAMOS POR LA FE?

¿Por qué se ha escogido la fe cual medio de salvación? Sin duda se hace con frecuencia
esta pregunta. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe» (Efe. 2:8), es sin
contradicción una de las doctrinas de las Escrituras, plan y arreglo de Dios; ¿pero por

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La Teología de la Reforma
qué es así? ¿Por qué se ha escogido la fe y no mas bien la esperanza, el amor o la
paciencia?

Nos conviene la modestia al contestar esta pregunta, porque los caminos de Dios no son
siempre comprensibles, ni se nos permite ser presuntuosos, poniéndolos en duda.
Quisiéramos responder humildemente que, en cuanto comprendamos nosotros, se ha
elegido la fe cual medio de la gracia, porque en la fe hay una capacidad natural propia
para servir de recibidor. Supongamos que voy a dar una limosna a un pobre; la pongo en
sus manos, ¿por qué? No sería lo mismo ponérsela en sus oídos, o en los pies; la mano
parece haber sido hecha a propósito para recibir. Así en nuestra constitución mental, la
fe se ha creado a propósito para recibir: es la mano del alma que tiene la capacidad de
recibir la gracia.

Permítaseme decir esto con mucha claridad. La fe que recibe a Cristo es un hecho tan
sencillo como cuando un niño recibe de ti una manzana, porque tu la das con tu mano
prometiéndosela, si viene a tomarla. En este caso la fe y el recibir se refieren a una
manzana; pero constituyen precisamente el mismo hecho que tratándose de la salvación
eterna. Lo que es la mano del niño en orden a la manzana, esto es tu fe en orden a la
salvación perfecta de Cristo. La mano del niño no hace la manzana, ni la mejora, ni la
merece; solo la acepta. Y la fe se ha elegido por Dios para ser la receptora de la
salvación, porque no pretende crear la salvación, ni ayudar a mejorarla, sino está
contenta de recibirla humildemente. «La fe es la lengua que pide perdón, la mano que la
recibe, el ojo que la ve, pero no es el precio que la compra.» La fe nunca hace para sí su
propia defensa, sino descansa todo su argumento en la sangre de Cristo.. Ella viene a
ser la sirvienta que trae las riquezas del Señor Jesús al alma, pues reconoce de quien
las recibió y confiesa que únicamente la gracia se las encargó.

Por otra parte se escogió sin duda la fe,, porque ella da toda la gloria a Dios. La
salvación es mediante la fe para que sea por gracia, y es por gracia para que nadie se
gloríe, porque Dios no tolera el orgullo. «Al altivo mira de lejos» (Salmo 138:6), y no
desea tenerlo más de cerca. De ningún modo concederá la salvación a nadie sobre un
plan que incluya o fomente el orgullo. Pablo dice: «No por obras para que nadie se
gloríe» (Efe. 2:9). Ahora bien, la fe excluye toda gloria. La mano que recibe la limosna no
dice: «Debes darme gracias, porque he aceptado la limosna;» esto sería un gran
absurdo. Cuando la mano lleva el pan a la boca, no dice al cuerpo: «Dame gracias,
porque yo te alimento.» Cosa muy sencilla es la que hace la mano, sin embargo muy
necesaria, y nunca se atribuye gloria alguna por lo que hace. Así es que Dios ha
escogido la fe para recibir el don inefable de su gracia, por cuanto no puede atribuirse
crédito alguno sino en cambio adorar al Dios de toda gracia que es Dispensador de toda
dádiva perfecta. La fe pone la corona en la cabeza del Digno y por lo mismo Cristo quiso
poner la corona sobre la cabeza de la fe, diciendo: «Tu fe te ha salvado; vete en paz»
(Luc. 7:50).

Además, Dios escoge la fe como medio de salvación, porque esto es un modo seguro de
unir al hombre con Dios. Cuando el hombre confía en Dios, resulta esta confianza un
punto de contacto entre ellos que garantiza la bendición de parte del Señor. La fe no
salva, porque nos hace acogernos a Dios y así nos une a él. Con frecuencia he usado el
ejemplo siguiente que debo repetir por no tener otro mejor. Se dice que, hace años, un

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La Teología de la Reforma
bote volcó sobre las cataratas del Niágara siendo llevados corriente abajo dos hombres,
cuando los espectadores en la orilla llegaron a echarles una cuerda, a la cual los dos se
acogieron. Uno de ellos permanecía agarrado a la cuerda y fue rescatado sano y salvo a
tierra. Pero el otro viendo una viga grande flotando en el agua, dejó imprudentemente la
cuerda y se acogió a la viga que le parecía una cosa más grande y mejor para aferrarse
a ella. Pero, la corriente formidable lanzó la viga con el hombre al abismo, porque no
había contacto entre la viga y la orilla. El tamaño respetable de la viga no hizo bien
alguno al pobre que se tomó de ella; lo que faltaba era contacto con la tierra. Así cuando
una persona confía en sus obras, en sacramentos u otra cosa de semejante naturaleza,
no se salvará, porque no hay unión entre él y Cristo; pero la fe, aun cuando parezca
cuerda delgada, está en las manos de Dios en la orilla; su poder infinito jala de la cuerda
y así se rescata al hombre de la perdición. Gloriosa bienaventuranza es la fe, porque
mediante la misma quedamos unidos a Dios.

Por otra parte, se ha escogido la fe, porque ella toca los resortes de la acción. Aun en las
cosas ordinarias de la vida, cierta clase de fe esta a la raíz de todo. Pienso que acaso no
me equivoco, si afirmo que nada hacemos sino mediante alguna clase de fe. Si atravieso
mi habitación, es porque creo que me llevarán mis piernas. El hombre come, porque cree
en la necesidad de alimentarse; acude a su negocio, porque cree que hay valor en el
dinero; acepta una letra, porque cree que el banco lo protegerá. Colón descubrió
América, porque creía que otro continente había al otro lado del océano; y los puritanos
lo colonizaron, porque creían que Dios estaría con ellos en esas orillas de rocas. Las
obras más grandes han nacido de la fe; para bien o para mal la fe obra maravillas
mediante la persona en que existe. La fe en su forma natural es una fuerza vencedora
que entra en toda clase de obra humana. Es probable que quien más se burle de la fe en
Dios, es el que de ella más tiene de mala calidad; en verdad este es quien cae en una
credulidad que diríamos ridícula, si no fuera tan desgraciada. Dios concede la salvación
a la fe, porque creando la fe en nosotros, toca el resorte principal de nuestros
sentimientos y acciones. Para decirlo así, se apodera de las baterías pudiendo así enviar
la corriente sagrada a todas partes de nuestro ser. Al creer en Cristo, habiéndose
acogido el corazón a Dios, somos salvos del pecado, siendo llevados al arrepentimiento,
a la santidad, al celo santo, a la oración, a la consagración y toda otra forma de la Divina
gracia. «Lo que es el aceite para las ruedas; lo que son las pesas para el reloj, las alas
para el pájaro, las velas para el buque, esto es la fe para los deberes y servicios santos.»
Ten fe, y todas las demás gracias serán el resultado y continuarán viniendo.

Además, la fe tiene la virtud de actuar por el amor; empuja las afecciones hacia Dios y el
corazón hacia las cosas mejores, que agradan a Dios. El que cree en Dios, amará a Dios
sin falta. La fe es cosa del entendimiento, no obstante procede también del corazón.
«Con el corazón se cree para justicia» (Rom. 10:10), y por tanto Dios concede la
salvación a la fe, porque esta vive junto de las afecciones y es pariente cercano del
amor, siendo el amor la madre y nodriza de todo acto y sentimiento santo. El amor a Dios
equivale a obediencia, el amor a Dios es santidad. El amar a Dios y amar al prójimo es
llegar a ser conforme a la imagen de Cristo, lo que significa salvación.

Por otra parte, la fe produce paz y gozo. Quien la tiene, descansa tranquilo y disfruta de
contento y gozo, lo que es cierta preparación para el cielo. Dios concede todos los dones
celestes a la fe, entre otras razones porque la fe actúa en nosotros la vida y el espíritu

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La Teología de la Reforma
que serán eternamente manifiestas en el mundo mejor de la gloria. La fe nos procura la
armadura para la vida presente y proporciona la educación para la venidera. Ella pone al
hombre en condiciones tanto para vivir como para morir sin temor, le prepara tanto para
el trabajo como para el sufrimiento. De aquí que el Señor la ha escogido como el medio
más a propósito para comunicarnos la gracia y mediante la misma asegurarse de
nosotros para la gloria.

Por cierto, la fe nos sirve mejor que cualquier otra cosa proporcionándonos paz y gozo y
descanso espiritual. ¿Por qué procuran los hombre conseguir la salvación por otros
medios? Dice un teólogo de los antiguos: «Un criado necio, a quien se manda a abrir una
puerta, pone su hombro contra la misma empujándola con todas sus fuerzas, pero la
puerta no cede, no se mueve, y no puede entrar por mucho que se esfuerza. Otro viene
con una llave, abre la puerta y entra con toda facilidad. Los que procuran salvarse por
sus obras están empujando las puertas del cielo sin resultado alguno; pero la fe es la
llave que abre la puerta inmediatamente.» Querido amigo. ¿No quieres tu valerte de tal
llave? El Señor te manda creer en su Hijo amado, ¿por lo mismo debes hacerlo, y
haciéndolo así vivirás. ¿No es esta la promesa del evangelio: «El que creyere y fuere
bautizado, será salvo»? (Mar. 16:16). ¿Que podrás tú discutir contra un plan de salvación
que se recomienda perfecto tanto a la misericordia como a la sabiduría del Dios de
gracia?

***
¡HAY DE MI! NADA PUEDO HACER
Después de haber aceptado la doctrina de la reconciliación y comprendido la gran
verdad de la salvación mediante la fe en el Señor Jesús, el corazón atribulado se
inquieta muy a menudo por un sentimiento de incapacidad respecto a la práctica del
bien. Muchos suspiran, diciendo: ¡Hay de mi; nada puedo hacer! Y no lo dicen en sentido
de excusa, sino lo sienten como carga pesada diariamente. Harían el bien si pudieran.
Cada uno de estos podría decir francamente: «Porque el querer el bien está en mi, pero
no el hacerlo» (Rom. 7:18).

Esta experiencia parece hacer todo el evangelio nulo y sin efecto; pues ¿para qué sirve
el alimento, si está fuera del alcance del hambriento? ¿Para qué sirve el río de agua viva,
si el sediento no puede beber? Nos acordamos aquí de la anécdota del médico y del hijo
de la madre pobre. El médico le dijo a la madre que su hijito pronto mejoraría bajo un
tratamiento propio del caso, siendo absolutamente necesario que con toda regla tomara
del mejor vino de Oporto y que pasara una temporada en los baños termales de
Alemania. ¡Receta para el hijo de una madre pobre que apenas tenía pan para llevar a la
boca! Así el evangelio no parece al alma ansiosa cosa tan sencilla al decir. «Cree, y
vivirás,» porque pide al pobre pecador que haga lo que no puede hacer. Para el
verdaderamente despierto, pero poco instruido, parece faltar un eslabón a la cadena. A
lo lejos está el remedio, pero ¿cómo obtenerlo? El alma se siente sin fuerzas y no sabe
que hacer. Está cerca, a la vista de la ciudad de refugio, pero no puede entrar por la
puerta.

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La Teología de la Reforma
¿No se ha tenido en cuenta esta falta de fuerza en el plan de la salvación? ¡Claro que sí!
La obra del Señor es perfecta. Esta empieza por donde nos hallamos, y nada nos pide
para perfeccionarla. Cuando el buen samaritano vio al viajero herido tendido en el
camino medio muerto, no le pidió que se levantara, viniera, montara su asno y se
dirigiera a la posada. No, no. Se le acercó, vendó sus heridas y le puso sobre su
cabalgadura y le condujo al mesón. Así nos trata Jesús en nuestro estado lamentable.

Hemos visto que es Dios el que justifica, que justifica a los impíos y que los justifica
mediante la fe en la preciosa sangre de Jesús. Ahora vamos a ver la condición en la cual
se hallan estos impíos al empezar Jesús a salvarles. Muchas personas listas por ver su
condición, no solamente se hallan atribuladas con motivo de sus pecados sino con
motivo de su flaqueza moral. Carecen de fuerzas para escapar del lodo en que han caído
y de cuidarse del mismo en el porvenir. No solo se lamentan por lo que han hecho, sino
por lo que no pueden hacer. Se sienten sin fuerzas, sin recursos, sin vida espiritual.
Parece extraño decir que se sienten muertos, y no obstante así. En su propia estimación
son incapaces de todo bien. No pueden andar por el camino del cielo por tener las
piernas rotas. Tanto se sienten sin fuerzas. Felizmente está escrito como recomendación
del amor de Dios para con nosotros: «Cristo, cuanto aún éramos débiles, a su tiempo
murió por los impíos» (Rom.5:6).

Aquí vemos la incapacidad consciente socorrida: socorrida por la intervención del Señor
Jesús. Nuestra nulidad es completa. No está escrito: «Cuando aún éramos
comparativamente débiles, Cristo murió por nosotros,» o «cuando solo teníamos un poco
de fuerza,» sino la afirmación es absoluta, sin limitación, «Cuando aún éramos débiles.»
Nos faltaba toda fuerza para ayudarnos en la obra de la salvación. Las palabras de
nuestro Señor eran verdaderas, «Sin mí nada podéis hacer» (Juan 15:5). Podría ir más
allá del texto y recordarte del gran amor con que el Señor nos amó, «aun estando
nosotros muertos en pecados.» El hallarse muerto es aun peor que hallarse sin fuerzas.

El gran hecho en que el pobre pecador sin fuerzas debe fijar su mente y retener
firmemente como único fundamento de esperanza, es la afirmación Divina que «a su
tiempo murió por los impíos.» Cree en esto y toda incapacidad desaparecerá. Como dice
la fábula del Rey Midas, quien todo transformaba en oro por su tacto, así se puede
afirmar de verdad respecto a la fe que todo lo que toca vuelve bueno. Nuestras mismas
faltas y flaquezas se vuelven bendiciones, cuando la fe entra en contacto con ellas.

Fijémonos en ciertas formas de esta falta de fuerza. Ahora, dirá alguien: «Me parece que
no tengo fuerza para concentrar mis pensamientos en los asuntos solemnes en orden a
mi salvación; casi no puedo hacer una breve oración. Acaso esto es así, en parte debido
a mi flaqueza física, en parte por haberme dañado por algún vicio, en parte también por
mis aflicciones de esta vida, de modo que me he incapacitado para los pensamientos
elevados que se requieren para la salvación del alma.»

Tal es una forma de debilidad pecaminosa muy común. ¡Atención ahora! En este punto
te hallas equivocado; y hay muchos como tu. Muchos que serían del todo incapaces de
una serie de pensamientos consecutivos, por mucho que se esforzaran. Muchas
personas pobres de ambos sexos carecen de educación, hallando un trabajo muy difícil y
de presunción tener pensamientos profundos. Otras personas son por naturaleza tan

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La Teología de la Reforma
superficiales que un argumento de raciocinio largo, les sería tan difícil como querer volar
como un ave. No llegarían al conocimiento de ningún misterio profundo, aun cuando
gastaran toda su vida en tal empresa. Por tanto, tú, no necesitas desesperarte, lo que se
requiere para la salvación no es un proceso de pensamiento continuo, sino una sencilla
confianza en Jesús. Únete a este hecho «Cristo, a su tiempo murió por los impíos» Esta
verdad no requiere de tu parte examen profundo, raciocinio lógico, ni argumento
convincente. Allí está, «Cristo, a su tiempo murió por los impíos.» Fija tu mente en ello y
permanece allí.

Mira que este gran hecho glorioso de gracia permanezca en tu espíritu hasta que
perfume todos tus pensamientos y te regocije el corazón, aunque te halles sin fuerzas,
teniendo al mismo tiempo presente que el Señor Jesús ha venido a ser tu fortaleza y
canción, sí, ha venido ha ser tu salvación. Según las Escrituras es un hecho divinamente
revelado que a tiempo debido Cristo murió por los impíos siendo ellos aún débiles, sin
fuerzas. Tal vez hayas oído estas palabras centenares de veces, pero sin haber
comprendido nunca su significado. Son de sabor agradable ¿verdad? Jesús no murió por
nuestra justicia sino por nuestros pecados. No vino a salvarnos porque merecíamos ser
salvos, sino porque éramos enteramente indignos, arruinados, inútiles. No vino al mundo
por alguna buena razón que hubiera en nosotros, sino exclusivamente por las razones
que hallaba en las profundidades de su amor divino. A su tiempo murió por los que él
mismo afirma no eran piadosos sino impíos. Aun cuando tengas tan solo poca
mentalidad, fíjalo en esta verdad tan apropiada a la menor capacidad mental, y que, no
obstante, puede alegrar el corazón más apesadumbrado. Debe este texto ocupar tu
mente cual grato recuerdo hasta encantar tu corazón y dar colorido a todos tus
pensamientos, y entonces nada importara que estos estén tan diseminados como las
hojas dispersas por el viento de otoño. Personas que nunca brillaron en las ciencias, ni
dieron prueba alguna de originalidad mental, han sido muy capaces de aceptar la
doctrina de la cruz y han sido salvas por ella. ¿Por qué no tú?

Oigo a otro lamentarse «Mi falta de fuerza consiste principalmente en no poderme


arrepentir bastante.» ¡Singular idea que algunos tienen de lo que es el arrepentimiento!
Muchos imaginan que se debe derramar tanta lágrima, exhalarse tanto suspiro, sufrir
tanto desespero. ¿De donde nos viene idea tan errónea. La incredulidad y la
desesperación son pecados, y por tanto no veo como pueden constituir parte de un
arrepentimiento que pide Dios. Sin embargo, hay personas que les consideran parte de
la verdadera experiencia cristiana. Pero en esto se equivocan grandemente. No
obstante, comprendo lo que quieren decir, porque en los días en que estaba en tinieblas,
yo sentía lo mismo. Deseaba arrepentirme pensando que no podía hacerlo, y lo cierto es
que todo ese tiempo estaba arrepentido. Extraño como suena. me dolía que no podía
sentir. Solí meterme en algún rincón y llorar, porque no podía llorar, y sufría
amargamente porque no podía sufrir a causa de mis pecados. ¡Cuánta confusión!,
cuando en nuestro estado de incredulidad empezamos a jugar con nuestra condición
espiritual! Nos parecemos al ciego mirando a sus propios ojos. Se me derretía el corazón
de temor, porque creía que mi corazón era duro como una piedra. Mi corazón estaba
quebrantado al pensar que no se quebrantaba. Ahora comprendo que entonces estaba
yo dando muestras de poseer precisamente las cosas que me creía no poseer; más no
sabía donde me hallaba.

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La Teología de la Reforma
¡Ojalá que pudiera ayudar a otros a encontrar la luz que hoy disfruto! ¡Cuánto quisiera
decir una palabra que abreviara el tiempo de trastorno en que te hallas! Desearía decir
unas palabras sencillas, pidiendo al Consolador las aplicara a tu corazón.

Acuérdate de que el hombre verdaderamente arrepentido nunca queda satisfecho de su


arrepentimiento. Tan poco como podemos vivir perfectamente, podemos arrepentirnos
perfectamente. Por puras que sean nuestras lágrimas, siempre queda en ellas alguna
suciedad; queda algo de que arrepentirnos de nuestro arrepentimiento mejor. Pero
escucha. El arrepentirse significa cambiar de mente acerca del pecado, acerca de Cristo
y acerca de todas las grandes cosas de Dios. En esto está incluido el dolor, pero el punto
principal es volverse el corazón, del pecado a Cristo. Si existe en ti esta vuelta, posees la
esencia del arrepentimiento, aun cuando el desespero y sobresalto no echan sombra
alguna sobre tu mente.

Si no puedes arrepentirte como quisieras, hallarás auxilio en el caso, si crees firmemente


que «a su tiempo murió por los impíos.» Piensa repetidas veces en esto. ¿Cómo podrás
continuar con el corazón endurecido teniendo presente que el Cristo de amor supremo,
murió por el impío? Permíteme convencerte a que pienses de ti como «Impío como soy,
aunque mi corazón de piedra no se ablande y en vano me pegue en el pecho, no
obstante él murió por los que son como yo, ya que murió por los impíos. Quiera Dios que
crea en esto y sienta yo su poder en mi corazón endurecido.»

Borra todo otro pensamiento de tu mente y siéntate horas enteras meditando en esta
sola manifestación excelsa de amor sin par, inmerecida e inesperada: «Cristo murió por
los impíos.» Lee cuidadosamente la narración de la muerte del Señor, como consta en
los cuatro evangelios. Si hay algo capaz de ablandar tu duro corazón, será la
contemplación de los sufrimientos de Jesús, considerando que todo lo padeció para bien
de sus enemigos.

Crucificado en un madero,

Manso cordero, mueres por mí;

Por eso el alma triste llorosa

Suspira ansiosa, Señor, por ti.

Miro tu angustia ya terminada,

Hecha la ofrenda de la expiación,

Tu noble frente marchita, inclinada,

Y consumada mi redención.

¡Dulces momentos, ricos en dones

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La Teología de la Reforma

De paz y gracia, de vida y luz!

Sólo hay consuelos y bendiciones

Cerca de Cristo junto a la cruz.

Ciertamente la cruz, es decir lo que simboliza, es el poder milagroso que hace brotar
agua de la piedra. Si entiendes bien el significado del sacrificio divino de Jesús, te
arrepentirás forzosamente de haberte opuesto alguna vez a un Salvador tan lleno de
amor. Escrito está: «Mirarán a mi, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo
unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito» (Zac. 12:10). El
arrepentimiento no te hará ver a Cristo, Pero el mirar a Cristo hará que te arrepientas. No
debes hacerte un Cristo producto de tu arrepentimiento, pero debes mirar a Cristo para
que de ello te resulte el arrepentimiento. El Espíritu Santo, volviéndose de cara a Cristo,
nos hace volver la espalda al pecado. Por tanto, vuélvete del efecto a la causa, a saber
de tu propio arrepentimiento al Señor Jesús quien fue «ensalzado para dar
arrepentimiento.»

He oído a otro decir. «Me atormentan pensamientos terribles. Donde quiera que me
vaya, me asaltan blasfemias. Me acosan tentaciones malignas en medio del trabajo y
aun sobre el lecho me despiertan inspiraciones del maligno. No me puedo librar de esta
tentación espantosa.» Amigo, comprendo lo que quieres decir, porque el mismo lobo me
ha perseguido a mi. Más fácil sería vencer a un ejército de moscas con un sable que
dominar los pensamientos capitaneados por el demonio. El alma tentada, valerosa por
las sugestiones satánicas, se parece al viajero, cuya cabeza, orejas y cuerpo entero fue
atacado por un enjambre de abejas. No les pudo alejar de si, ni pudo huir de ellas. Le
picaron por todas partes, amenazando dejarle muerto. No me maravillo de oír que te
hallas sin fuerzas para poner fin a esos pensamientos horribles y abominables, con los
cuales el diablo inunda tu alma. No obstante quisiera recordarte del texto a la vista:
«Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos» (Rom. 5:6).

Jesús sabía en que estado nos hallábamos y en que estado debíamos estar; veía que no
podíamos vencer al príncipe del poder del aire; sabía que nos molería terriblemente, pero
precisamente entonces, viéndonos en esa condición, murió por los impíos. Echa el ancla
de tu fe sobre este hecho. El mismo demonio no podrá decirte que tu no eres impío;
cree, pues, que Cristo murió por ti. Acuérdate de como Martín Lutero, aplastó la cabeza
de la serpiente con su propia espada. ¡Ah! Le dijo Satanás, «tú eres pecador.» «Cierto,»
respondió Lutero, «Cristo murió para salvar a los pecadores.» Así le venció con su propia
espada. Escóndete en este refugio y quédate en él; «Cristo, a su tiempo, murió por los
impíos.» Si te refugias en esta verdad, los pensamientos blasfemos que tu no puedes
ahuyentar a causa de tu flaqueza, se apartarán de ti por si mismos; porque Satanás verá
que no logra la suya atormentándote con ellas.

Si tu odias tales pensamientos, no son tuyos sino inspiraciones del diablo por los cuales
él es responsable y no tu. Si tu luchas contra ellos, son tan poco tuyos como las
blasfemias y mentiras de los alborotadores en la calle. Por medio de esos pensamientos
el demonio intenta llevarte a la desesperación, o cuando menos quiere impedir que

53
La Teología de la Reforma
confíes en Jesús. La pobre mujer enferma no pudo acercarse a Jesús por causa de la
multitud, y tú estas en condición semejante a causa de la multitud de malos
pensamientos que te oprimen. Sin embargo, ella extendió el dedo y tocó el vestido del
Señor, y quedó sana. Haz tú los mismo.

Jesús murió por los culpables «de toda clase de pecado y blasfemia;» y por lo mismo
estoy seguro de que no rechazará a los que sin quererlo son acusados por los malos
pensamientos. Arrójate confiado sobre él, pensamientos y todo, y verás como es
poderoso para salvarte. Él pondrá fin a esas inspiraciones del maligno y te hará verlas en
su verdadera luz, para que no te atormenten más. Te quiere y puede salvar a su manera,
de modo que por fin disfrutes de perfecta paz. Solamente confía en él tanto respecto a
esto como en orden a todo lo demás.

Desconcierto doloroso es la forma de incapacidad que consiste en la supuesta falta de


poder para creer. No nos es extraña la queja que dice:

Con tal que creer pudiera,

Muy grato mi todo sería:

No puedo, si bien quisiera;

Es tal la miseria mía.

Muchos quedan a oscuras por años y por falta, como dicen, de poder hacer lo que en
realidad no es hacer, sino el abandono de todo poder para entregarse al poder de otro, al
Señor Jesús mismo. Es verdad que todo este asunto de creer es cosa muy singular,
porque las personas que se esfuerzan en sentido de procurar creer, no hallan auxilio en
la empresa. La fe no viene por tratar o procurar creer. Si alguien me relatara algo que
ocurrió esta mañana, no le diría yo que procuraría creerlo. Si no le creyera persona
confiable, no creería naturalmente; pero ningún caso habría lugar para tal cosa como
procurar creer. Ahora bien, declarando Dios mismo que en Cristo Jesús hay salvación,
forzosamente debo creerlo en seguida, o tratarle de mentiroso. Por cierto que no dudarás
respecto a lo que sea el recto proceder en este caso. El testimonio de Dios debe ser
verdadero, y siendo así nos hallamos bajo la obligación de creer sin demora.

Pero tal vez has procurado creer demasiado. No aspires a cosas exorbitantes.
Conténtate con una fe que abarca esta sola verdad «Cristo, cuando aun éramos débiles,
a su tiempo murió por los impíos.» El dio su vida por los hombres cuando aún no creían
en él, ni eran capaces de creer en él. Murió por los hombres no como creyentes sino
como pecadores. El vino para hacer a estos pecadores creyentes y santos; pero al morir
por ellos les miraba como del todo sin fuerzas. Si te afirmas en la verdad de que Cristo
murió por los impíos y lo crees, tú fe te salvará y podrás ir en paz. Si quieres confiar tu
alma al Señor Jesús que murió por los impíos, eres salvo, aun cuando todavía no puedas
creer en todas las cosas, ni mover las montañas, ni hacer otras cosas maravillosas. No
es la gran fe que salva sino la verdadera fe; y la salvación no está en la fe, sino en el
Cristo, en quien la fe confía. Una fe tan pequeña como un grano de mostaza basta para
traernos la salvación. No es la medida de fe la que se toma en cuanta, sino la sinceridad

54
La Teología de la Reforma
de la fe. Ciertamente el hombre puede creer lo que sabe que es la verdad; y como sabes
que Jesús es verdadero, tú amigo, puedes creer en él.

La cruz que es el objeto de la fe es también, por el poder del Espíritu Santo, la fuente de
la misma. Siéntate y contempla en espíritu al Salvador moribundo hasta que brote la fe
espontáneamente del corazón. No hay lugar mejor que el Calvario para producir la
confianza. Quienes ponen su mirada en el significado de ese monte, les ha
proporcionado vigor a su fe. Muchos que allí han contemplado al redentor, han dicho:

Mirándote herido, moribundo

En vil madero como delincuente,

La fe en ti, Señor, en lo profundo

Del corazón nacer se siente.

«¡Ay de mí!» dice otro. «Mi falta de fuerza consiste en que no puedo abandonar el
pecado y se bien que no puedo ir al cielo cargado de pecado.» Me alegro de que sabes
esto, porque es la pura verdad. Es preciso divorciarse del pecado para casarse con
Cristo. Recuerda la pregunta que penetró en la mente de Juan Bunyan ocupado en sus
juegos en el día domingo: ¿Quieres guardar tus pecados e ir al infierno o abandonar tus
pecados e ir al cielo? Esto le dejó confundido. Esta es una pregunta que todo hombre
tendrá que contestar, porque continuar en el pecado e ir al cielo es imposible. Te es
preciso abandonar el pecado o abandonar la esperanza.

Si contestas: «Si, la voluntad no me falta. Tengo el querer, más hacer lo que deseo, no lo
alcanzo. El pecado me domina y no tengo fuerzas,» Ven, pues, si no tienes fuerzas, aún
hay remedio en este texto. «Cristo, cuando aún éramos débiles, murió por los impíos.»
¿Puedes creer esto todavía? Por mucho que otras cosas, al parecer, lo contradigan,
¿quieres creerlo? Dios lo ha dicho; es un hecho, y por tanto, acógete al mismo por amor
de tu alma, porque allí está tu única esperanza. Creélo y confía en Jesús, y pronto
hallarás poder para aniquilar tu pecado; pero aparte de Cristo, el «hombre fuerte
armado» te tratará para siempre como esclavo.» Personalmente nunca podría haber
vencido sobre mi naturaleza pecaminosa. Procuraba, pero fracasé. Mis malas
inclinaciones me eran demasiado numerosas, hasta que, creyendo que Cristo murió por
mi, abandone mi alma culpable en sus brazos, y entonces recibí poder para vencer a mi
propio yo pecaminoso. La doctrina de la cruz puede ser usada para combatir al pecado
como los guerreros antiguos usaban las espadas formidables de dos mangos,
diezmando al enemigo a cada golpe. Nada hay como la fe en el amigo de los pecadores,
esta vence todo mal. Si Cristo ha muerto por mi, impío como soy, sin fuerza como me
encuentro, subsecuentemente no puedo vivir más en el pecado, sino que debo crecer en
amor y servicio del que me ha redimido. No puedo jugar con el mal que ha matado a mi
mejor Amigo. Debo ser santo por amor a él mismo. ¿Cómo puedo yo vivir en el pecado
siendo así que él ha muerto para salvarme del pecado?

Mira cuán glorioso remedio esto es para ti que carece de fuerzas, el saber y creer que a
su tiempo Cristo murió por los impíos como tú. ¿Lo has comprendido ahora? Es tan difícil

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La Teología de la Reforma
para muchas mentes oscurecidas, pervertidas e incrédulas ver la esencia del evangelio.
A veces he pensado al acabar la predicación que tan claramente he declarado el
evangelio que los más torpes lo debieran haber comprendido; sin embargo,, he notado
que aún los oyentes no han comprendido lo que es: «Mirad a mí y sed salvos» (Isa.
45:22). Los convertidos dicen generalmente que hasta tal o cual día no han comprendido
el evangelio. Y esto a pesar de haberlo oído, no por falta de explicación, sino por falta de
revelación personal. El Espíritu Santo está dispuesto a concederla a los que se lo pidan.
Pero, aún después de concedida, la suma total de lo revelado está contenida en las
palabras: «Cristo murió por los impíos.»

Oigo a otro quejarse como sigue: «¡Ay, ay! Mi flaqueza consiste en no poder permanecer
firme. El domingo oigo la palabra y me impresiona; pero durante la semana doy con un
mal compañero y desaparecen mis buenas intenciones. Mis compañeros de trabajo no
creen en nada y dicen tantas barbaridades. Yo no se como contestarles, y así quedo
derrotado. Te comprendo; pero al mismo tiempo, si eres sincero, te diré que hay remedio
para tu flaqueza en la gracia Divina. El Espíritu Santo, tiene poder para echar fuera al
espíritu de temor. Él puede hacer valiente al cobarde.

Acuérdate, amigo, que no debes quedar en ese estado. No conviene de ningún modo
que seas falso para contigo mismo. Aquí no se trata simplemente de un asunto espiritual,
sino de resolución común. Muchas cosas haría para agradar a mis amigos, pero ir al
infierno para darles gusto, eso si que no lo haría. Bueno es hacer algunas cosas para
guardar la amistad, pero muy mal se paga mantener la amistad con el mundo, a costa de
la amistad con Dios. «Eso lo se,» dices, pero a pesar de saberlo me falta ánimo.
Desplegar la bandera, a eso no me atrevo. Me falta fuerza para vivir firme. Ahora bien, te
traigo el mismo texto: «Cristo, aún cuando éramos débiles, a su tiempo murió por los
impíos.»

Si el apóstol Pedro estuviera aquí, nos diría, «El Señor Jesús murió por mí, aún cuando
era yo tan débil que por las palabras de una criada empiece a mentir y jurar que no
conocía al Señor.» Sí; Jesús murió por aquellos débiles que le abandonaron huyendo.
Afírmate en esta verdad, «Cristo, cuando aún éramos débiles, murió por los impíos.»
Graba esto bien en tu alma «Cristo murió por mí,» y pronto tú estarás listo a morir por Él.
Creé que el sufrió en tu lugar, ofreciendo por ti un sacrificio expiatorio, pleno, verdadero y
satisfactorio. Si crees este hecho, tendrás forzosamente que sentir. No me puedo
avergonzar del que murió por mí, La convicción plena de esta verdad, te infundirá valor
irresistible.

Acuérdate de los santos de la época de los mártires. En los tiempos primitivos del
cristianismo, cuando este pensamiento del gran amor de Cristo, brillaba con fulgor infinito
en la iglesia, no solo estaban listos a morir los cristianos, sino deseaban sufrir
presentándose espontáneamente a centenares ante los tribunales de los gobernantes
perseguidores confesando a Cristo. No digo que sea prudencia invitar así la muerte
cruel, pero el caso prueba que un sentimiento del amor de Cristo eleva al hombre sobre
todo temor del daño que el hombre sea capaz de hacer al creyente. ¿Por qué no hará tal
sentimiento lo mismo en ti? ¡Ojalá que te inspire ahora la determinación valiente de
colocarte al lado del Señor y ser su fiel seguidor hasta el fin!

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La Teología de la Reforma
¡Que el Espíritu Santo nos ayude a llegar a este punto por la fe en el Señor Jesús, y todo
será para bien nuestro y para su gloria!

***
AUMENTO DE FE
¿Cómo conseguir que se nos aumente la fe? Esta es una pregunta seria para muchos.
Dicen que desean creer, pero que no pueden. Se proponen muchos absurdos en este
asunto. Seamos prácticos en el caso.

Se necesita tanto sentido común aquí’ como en otros asuntos de la vida. ¿Qué debo
hacer para creer?. Alguien preguntó a una persona cual era la mejor manera de hacer
cierta cosa, y se le contestó que la mejor manera de hacerla, era hacerla, sin demora.
Discutir modos y métodos, cuando se trata de un acto sencillo, es malgastar el tiempo.
Tratándose de creer, el modo más breve es creer en seguida.

Si el Espíritu Santo te ha hecho dócil y sincero, creerás tan pronto como la verdad se te
presente. Y la creerás, porque es la verdad. El mandamiento evangélico dice: «Cree en
el Señor Jesucristo y serás salvo» (Hech. 16:31) Es inútil evadirse de esto preguntando y
reflexionando. El mandato es claro, y debes obedecerlo.

Pero si en realidad te molesta alguna duda, llévala en oración a Dios. Di al gran Padre
Dios precisamente lo que te perturba y pídele que por el Espíritu Santo se te resuelva el
problema. Si no puedo creer las afirmaciones de un libro me es grato preguntar al autor
como él entiende lo dicho, y si es hombre digno de crédito, me dejará satisfecha su
explicación divina de los puntos difíciles de las Escrituras al corazón del verdadero
buscador de la verdad. El Señor desea hacerse conocer a los que le buscan. Acude a él
para conocer la verdad. Acude sin demora a la oración y ruega, «Oh Espíritu Santo,
guíame a toda la verdad. Lo que no comprenda, enséñamelo tú.»

Por otra parte, si la fe parece difícil, es fácil que Dios el Espíritu Santo te haga capaz de
creer, si oyes con mucha frecuencia lo que se te manda creer. Creemos muchas cosas,
porque las hemos oído tantas veces; ¿No has notado en la vida diaria que si oyes una
cosa cincuenta veces al día, por fin acabas de creerla? Por este proceso muchos han
llegado a creer cosas fantásticas, y por tanto no me extraño, si el buen Espíritu bendice
este método de oír la verdad con frecuencia, usándola para producir la fe respecto a lo
que se debe creer. Esta escrito «La fe viene por el oír,» por tanto oye con frecuencia. Si
con sinceridad y atentamente continuo oyendo el evangelio, uno de estos días me
encontraré creyendo el evangelio, uno de estos días me hallaré creyendo lo que oigo,
mediante la bendita operación del Espíritu de Dios en mi mente. Solamente ten cuidado
de oír el evangelio y no lo que esté calculado a despertar dudas en tu mente, ya sea por
discursos o lecturas.

Pero si esto te parece un consejo pobre, añadirá a continuación; toma en cuenta el


testimonio de otros. Los samaritanos creyeron a causa del testimonio de lo que la mujer
les había dicho acerca de Jesús. Muchas de nuestras creencias nacen del testimonio de

57
La Teología de la Reforma
otros. Yo creo que existe un país llamado Japón. Nunca lo he visto, y, sin embargo, creo
que hay tal país, porque otros lo han visto. Creo que moriré, nunca he muerto, pero
machismos de mis conocidos han muerto, y por lo tanto, estoy convencido de que yo
moriré también. El testimonio de muchos me ha convencido del hecho. Escucha, por
tanto, a los que te comentan cómo fueron salvos, cómo recibieron el perdón, cómo se
transformó su carácter. Si prestas atención, notarás que alguien precisamente como tú
ha sido salvo. Si has sido ladrón, hallarás que otro ladrón lavó sus culpas en la preciosa
sangre de Cristo. Si por desgracia has sido desvergonzado, hallarás que personas
caídas como tú han sido levantadas, limpiadas y transformadas. Si te hallas en condición
desesperada y te mueves un poco en el círculo del pueblo de Dios, pronto descubrirás
que algunos de los santos, se han visto tan desesperados como tú, y hallaron verdadero
placer en contarte como el Señor les libró. Conforme vas escuchando uno tras otro de
los que han puesto a prueba la Palabra de Dios, hallándola verdadera, el Espíritu Divino
te conducirá a la fe.

¿No has oído hablar del africano, al cual dijo el misionero que en su país el agua se
volvía a veces tan dura que el hombre podía andar encima de la misma? Muchas cosas
podía creer el africano pero esa, nunca. Cuando el negro vino una vez a Inglaterra, pudo
ver un río helado, pero no se atrevía a meter el pie en el hielo. Sabía que el río era
profundo, y temía ahogarse, si procuraba andar sobre el hielo. No se le pudo convencer
que lo intentara, hasta que viera a su amigo y a otros muchos atravesar el río andando
sobre el hielo. Entonces quedó convencido y anduvo confiado, donde otros le habían
adelantado. As’ puede ser que tú, viendo a otros creer en el Cordero de Dios y notando
como disfrutan de paz y gozo, seas conducido agradablemente a creer. La experiencia
de otros es el camino de Dios por donde nos conduce a la fe. Pero sea como fuere, una
de dos, has de creer en Cristo o morir; no hay esperanza fuera de Cristo.

Pero un plan mejor es este: Fíjate en la autoridad sobre la cual se te manda creer, y esto
te ayudará grandemente. La autoridad no es mía; esta bien la puedes rechazar. Ni es la
de algún dirigente espiritual, que bien podrías sospechar. Es sobre la autoridad de Dios
mismo que te manda creer. El mismo te manda creer en Jesucristo, y no debes ser
desobediente a tu Creador. El capataz de ciertas obras había oído el evangelio muchas
veces, pero se inquietaba dudando que acaso nunca acudirá a Cristo. Un día su buen
patrón le envió una tarjeta diciendo: «Venga usted a mi casa tan pronto termine hoy su
trabajo.» Apareció el capataz a la puerta del patrón; salió este y le dijo en tono brusco:
«Qué quiere usted, Juan, porque me viene a molestar a estas horas? El trabajo del día
se ha terminado, ¿con qué derecho se presenta usted aquí? «Señor,» contestó el
capataz, recibió una tarjeta de usted diciéndome que terminando mi trabajo viniera aquí.»
¿Quiere usted decir que por la sola razón de recibir una tarjeta mía invitándole a mi casa,
debía usted venir y hacerme salir después de terminadas las horas de trabajo del día?
«Bien, Señor,» respondió el capataz. No le comprendo, pero me parece que ya que
usted, envió por mi, tenía yo derecho de venir. Pues entre Juan, dijo el patrón, aquí tengo
otro mensaje de invitación para usted. Y sentándose le leyó estas palabras: «Venid a m’
todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar» (Mat.11:28).
¿Piensas qué, después de recibir este mensaje de Cristo mismo, que harás mal en
acudir a él? Ahora comprendió el pobre capataz todo inmediatamente, y creyó en el
Señor Jesús para vida eterna, ahora sabía que tenía buena autoridad y garantía para

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La Teología de la Reforma
creer. As’ tu pobre alma, tiene la mejor autoridad para creer y por fe acudir a Cristo,
porque el Señor mismo te manda confiar en él.

Si esto no produce fe en ti, piensa en lo que debes creer, al saber que el Señor
Jesucristo sufrió en lugar de los pecadores y es poderoso para salvar a todos los que
creen en él. Por cierto, este es el hecho bendito que la humanidad ha oído y debiera
creer. El hecho más a propósito, más consolador, y divino que jamás a llegado a oído del
hombre. Te aconsejo que pienses mucho en él, que escudriñes la gracia y el amor que
contiene. Estudia los cuatro evangelios y las epístolas de Pablo y comprobarás que es
digno de aceptación, y quedarás convencido a creerlo.

Si esto no basta, medita en la persona de Cristo, piensa en quién es, qué hizo, dónde
esta, y que es. ¿Cómo puedes dudar de él. Es cruel desconfiar del siempre verdadero
Jesús. Nada ha hecho que merezca desconfianza; al contrario, debiera ser fácil confiar
en él. ¿Por qué crucificarle de nuevo con nuestra incredulidad? ¿No es eso coronarle de
espinas y escupir en su rostro de nuevo? ¿Qué? ¿No es digno de confianza? ¿Qué
insulto mayor que este podían arrojarle los soldados? Le hicieron mártir, pero tú le haces
mentiroso, lo que es peor. No preguntes: ¿Cómo podré creer? Pero responde a otra
pregunta: ¿Cómo podré descreer?.

Si ninguna de estas cosas te sirven, hay algo en ti fundamentalmente malo, y mi última


palabra será Sométete a Dios. Prejuicio u orgullo esta en el fondo de tu incredulidad. El
Espíritu de Dios te libre de tu enemistad, haciéndote sumiso. Pues eres rebelde,
orgulloso, necio, y esta es la razón por qué no crees en tu Dios. Cesa tu rebeldía,
entrega las armas, entrégate humillado, sométete a tu rey. Creo que nunca un alma
levantó los brazos desesperada, exclamando «Señor, me entrego,» sin que la fe le
viniera a ser cosa sencilla. La causa de tu incredulidad es que estas en pleito con Dios,
resuelto a seguir tu propia voluntad y tu propio camino. ¿Cómo podéis vosotros creer que
tomáis la gloria los unos de los otros? dijo Cristo. El yo orgulloso es el padre de la
incredulidad. Sométete, entrégate a Dios, y as’ te será fácil creer en el Salvador. Que el
Espíritu Santo intervenga secreta pero eficazmente en tu corazón, llevándote a la fe en el
Señor Jesús en este mismo momento.

***
Un sermón predicado el 17 de Julio de 1881, Por C.H. Spurgeon, En el Tabernáculo Metropolitano,
Newington, Londres, Inglaterra

La Fe ¿Qué es? ¿Cómo se Consigue?


"Porque por gracia sois salvos por medio de la fe" (Efesios 2:8).

En este sermón deseo considerar especialmente las últimas palabras del texto: "por
medio de la fe." Pero llamaré antes la atención sobre el origen de nuestra salvación, el
cual es la gracia divina: "Por gracia sois salvos." Dios abunda en gracia, he aquí por qué
los hombres pecadores son perdonados, son convertidos, son purificados, en suma, son

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La Teología de la Reforma
salvos. Lo son debido, no a alguna cosa de ellos o que pudiera hallarse en ellos, sino al
inmenso amor, bondad, compasión, misericordia y gracia de Dios.

Fijaos bien en lo que acabamos de decir; de otra suerte sufriríais una equivocación.
Fijaos sólo en la fe, la cual es el conducto de la salvación, vendréis a olvidar la gracia
que es el origen y fuente de la fe misma. La fe es la obra de la gracia de Dios en
nosotros. "Nadie puede decir que Jesús es el Cristo sino por el Espíritu Santo" (1 Cor.
12:3). "Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere" (Juan 6:44). Así
es que el venir a Cristo o en otras palabras la fe, es el resultado de la atracción divina.

La gracia es el manantial y la corriente: la fe es el acueducto por el cual el río de la


misericordia fluye, refrescando a los mortales sedientos. ¡Qué lástima que el conducto
llegue alguna vez a romperse! En los alrededores de México se presenta el cuadro triste
de muchos acueductos notables que ya no conducen agua a la ciudad, pues los arcos
están rotos y aquellas obras maravillosas se encuentran arruinadas. Preciso es que el
conducto se conserve integro, a fin de conducir la corriente.

Así también la fe tiene que ser firme y sana, constituyendo un conducto útil y directo
entre Dios que está arriba y nosotros que estamos abajo, y de este modo comunique la
gracia a nuestras almas.

1. Pregunta. ¿QUE ES ESTA FE con respecto a la cual se dice "por gracia sois
salvos por medio de la fe "? Muchas descripciones de la fe han salido a luz, mas casi
todas las que he encontrado me han hecho comprender menos que antes de haberlas
conocido Espero no incurrir yo en la misma falta.

La fe es el más sencillo de los actos mentales. Quizá por esta misma sencillez se nos
hace más difícil explicarla.

¿Qué, pues, es la fe? Contestación: La fe se compone de tres elementos, a saber: el


conocimiento, la creencia y la confianza.

1. Primero el conocimiento. Ciertos teólogos romanos, afirman que el hombre puede


creer aquello que todavía no conoce. Quizá un romanista es capaz de hacerlo, mas yo
no. "Cómo creerán en aquél de quien no han oído?" (Rom. 10:14). Debo estar enterado
de un hecho antes de poder creerlo. Varias son las cosas que creo, pero no puedo
afirmar que creo en multitud de cosas que jamás he oído. "La fe viene por el oír."
Tenemos que oír primero, a fin de sepamos lo que nos conviene creer. "Y confiar en ti los
que saben tu nombre" (Salmo 9:10). Nuestra medida de ciencia es esencial a la fe; he
aquí la importancia de adquirir conocimientos. "Inclinad vuestros oídos y venid a mi: oíd y
vivirá vuestra alma" (Isaías 55:3). Tal fue la palabra del antiguo profeta, y tal es la
palabra del Evangelio todavía. "Escudriñad las Escrituras" y aprended lo que enseña el
Espíritu Santo acerca de Cristo y de la salvación. Procurad saber que Dios existe y que
"Es galardonador de los que le buscan" (Hebreos 11:5). ¡Que él os conceda el espíritu de
conocimiento y del temor de Jehová! Isaías 11:2. Conoced el Evangelio, sabed lo que
son las buenas nuevas, y cómo hablan estas del perdón gratuito y del cambio de
corazón, de la adopción en la familia de Dios y de otras bendiciones incontables.

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La Teología de la Reforma
Conoced a Dios, conoced su Evangelio, y especialmente a Jesucristo el Hijo de Dios,
el Salvador de los hombres, unido a nosotros por su naturaleza humana y unido a Dios,
puesto que es divino, y por lo tanto idóneo para obrar como mediador entre Dios y el
hombre. Jesús sabe colocar las manos sobre los dos, sirviendo de eslabón que une al
pecador con el Juez de toda la tierra.

Esforzaos en conocer más y más a Cristo. Pablo, después de veinte años de


convertido, manifestó a los Filipenses que todavía deseaba conocer más a Cristo. Fijaos
en esto: cuanto más conocemos acerca de Cristo, tanto más entrará el deseo de
conocerle a fin de que aumente nuestra fe. La fe, pues, comienza con la ciencia. De aquí
se deduce la utilidad de ser instruidos en la verdad divina, puesto que el conocimiento de
Cristo es vida eterna. Juan 17:3.

2. En seguida, la inteligencia se dispone a creer las cosas que son ciertas. El alma
cree que hay un Dios y que éste escucha el clamor de los corazones sinceros; que el
Evangelio es de Dios, y que la justificación por la fe es la gran verdad que Dios ha
revelado con suma claridad. Luego el corazón cree que Jesús de hecho y en verdad es
nuestro Dios y Salvador, el Redentor de los hombres, el profeta, sacerdote y rey de su
pueblo.

Queridos oyentes, ruego a Dios que desde luego vengáis a parar en esto y a creer
firmemente que "la sangre de Jesucristo, el querido Hijo de Dios, nos limpia de todo
pecado" (1Juan 1:7); que el sacrificio consumado por él es aceptado por Dios como
cabal y perfecto, por cuyo motivo, aquel que cree en Jesús no tiene condenación.

3. Por las anteriores consideraciones ya hemos hecho avances considerables hacia


la fe. Con todo eso, antes de completar la idea de la fe salvadora, es absolutamente
necesario agregar otro ingrediente, a saber: confianza. Entregaos al Dios misericordioso;
haced que vuestra esperanza descanse en el Evangelio de gracia. Confiad vuestra alma
al Salvador que una vez murió, pero ahora vive. Lavad vuestros pecados en aquella
sangre expiatoria; aceptad la justicia perfecta, y todo estará bien. La confianza es la
sangre vivificadora de la fe. Sin esta confianza la fe deja de existir.

II. LA FE EXISTE EN VARIOS GRADOS, según los conocimientos del Individuo y


otras circunstancias. En algunos casos la fe no pasa más allá de el acto de asistir a
Cristo.

1. Fijaos por un momento en la madreselva que crece en nuestros huertos. Quizá


está caída y tendida desordenadamente sobre el suelo cubierto de cascajo. Haced que la
planta descanse sobre un arbusto, o un enrejado, o una estaquilla. Desde luego se
agarra a estos objetos merced a unos ganchillos provistos por la naturaleza, con los
cuales se une a cualquier objeto que se le ofrece.

De semejante modo, todo hijo de Dios tiene en su alma ganchillos espirituales; es


decir, pensamientos, deseos y esperanzas, por los cuales se une con Cristo y sus
promesas.

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La Teología de la Reforma
Aunque dicha fe es de un carácter sencillo, constituye, sin embargo, un grado
sumamente completo y eficaz.

Podríamos decir que en este caso, el corazón es la esencia de toda la fe. Nos
acogemos a ella al encontrarnos en grandes apuros, o cuando nos hallamos
trastornados por alguna enfermedad, o abatidos en nuestro espíritu.

Y como no nos queda otro recurso, nos colgamos de algún objeto, y eso es el alma
de fe. ¡Oh pobre corazón! si todavía no conoces todo lo que desearías conocer acerca
del Evangelio, apégate a lo que ya conoces. Si hasta ahora te asemejas solamente a la
oveja que penetra un poco dentro del río de la vida, y no llegas a imitar al leviatán, que
hace revolver las aguas del hondo mar hasta sus profundidades, no por eso dejes de
beber. Porque el beber, más que el sumergirse, es lo que te salvará. Afiánzate, pues de
Cristo; únete a él; abrázate a él, que esto es el alma de la fe. Imita a la madreselva.

2. Otra forma de la fe es, cuando un Individuo se asocia con otro en virtud del
conocimiento que tiene de la superioridad de su compañero, y consiente en seguir bajo
su mando. Este grado de la fe requiere mayores conocimientos que el anterior.

Un ciego tiene confianza en su guía, porque sabe que ve. Anda confiadamente por
donde le conduzca su guía. Es tal vez ciego de nacimiento, y desconoce lo que es la
vista, pero sabe que existe, y si su amigo la posee. De consiguiente estrecha con toda
espontaneidad la mano del guía y sigue su dirección.

Esta representación o imagen de la fe, es la más exacta que podemos idear.


Sabemos que Jesús tiene en si méritos, poderes y bendiciones no poseídos por
nosotros. Por lo tanto, nos entregamos gozosamente a El y nos ponemos bajo su
dirección.

El niño que concurre a la escuela está obligado a tener fe en la ilustración de su


maestro. Este le enseña, por ejemplo, la Geografía, instruyéndole sobre los continentes,
los océanos, los diversos países, ciudades y gobiernos. El niño no puede saber por si
mismo que estos datos sean exactos, pero confía en su preceptor y en los libros puestos
en sus manos.

Eso es precisamente lo que tendréis que hacer con relación a Cristo, si es que
deseáis ser salvos. Habéis de saber, porque él lo ha dicho; y habéis de creer, porque él
lo ha asegurado; y habéis de confiar, porque él os promete la salvación. Casi todo lo que
vosotros y yo sabemos, lo hemos adquirido mediante la fe.

Acaba de obtenerse un descubrimiento científico, y confiamos en su verdad. ¿Y en


qué basamos nuestra confianza? En la autoridad de ciertos sabios bien conocidos, y
cuya reputación está bien establecida. No hemos presenciado, ni hemos practicado los
experimentos de estos señores; no obstante, creemos su testimonio.

Así habéis de obrar con respecto a Cristo. Puesto que él os enseña ciertas verdades,
habéis de ser sus discípulos, creer sus palabras y confiar en su persona. El os supera

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La Teología de la Reforma
infinitamente y se presenta a vuestra aceptación como maestro y Señor. Si le aceptáis a
él y sus dichos, seréis salvos.

3. Otro grado de fe, todavía superior es, el que nace del amor. ¿Por qué confía el
niño en su padre? Puede ser que yo o vosotros sepamos más acerca de aquel padre que
el Hijo y no obstante, confiamos menos implícitamente en él. La razón por que el hijo
confía en su padre, se encuentra en el amor que el primero tiene al segundo.

Bienaventurados y felices los que poseen una dulce fe en Jesús, mezcla con un amor
profundo.

Quedan encantados con su carácter, satisfechos con su misión, y arrobados por la


benignidad que siempre ha manifestado. No pueden dejar de confiar en él, puesto que
tanto le admiran, tanto le reverencian y tanto le aman.

Difícil es que alguien nos haga dudar de la persona a quien amamos. Si en último
caso nos vemos obligados a ello, entonces surge la terrible pasión de los celos, que es
fuerte como la muerte y cruel como el sepulcro. Pero antes que venga el
quebrantamiento de corazón, el amor es pura confianza, completa seguridad.

4. La fe realiza la presencia del Dios viviente y del Salvador. Cría en el alma cierta
tranquilidad y reposo parecidos a los que se hallaban en el alma de una niña durante una
tormenta. Su madre se alarmaba, pero la amable niña estaba muy contenta y
palmoteaba en el momento en que el cielo relampagueaba más vivamente, y gritaba con
acentos infantiles:

-¡Mira, mamá! ¡Qué bonito! ¡Qué bonito! su madre contestó: -Niña, quítate de ahí, me
espanta el relámpago. Mas la muchacha pedía que se le permitiera asomarse y
contemplar la luz tan preciosa que Dios producía en todo el cielo. Era que estaba segura
de que Dios no haría ningún mal a la que era su hija.

-¡Pero escucha los truenos tan terribles! -contestó la madre.- ¿No dijiste mamá, que
Dios habla en el trueno? Si, -respondió la madre temblando.

-¡Oh! dijo la niña- ¡qué bonito es oírle!, habla muy serio, pero yo creo que es porque
él quiere que la gente sorda le oiga. ¿No es así, mamá?

Y así seguía charlando, alegre como un pajarito, porque Dios existía para ella, y ella
confiaba en Dios. Para ella el rayo era la luz preciosa de Dios, y el trueno la voz
maravillosa de él, y esto la ponía contenta.

Me arriesgo a decir que su mamá conocía mucho más acerca de las leyes naturales y
de las fuerzas eléctricas que su hija, mas estos conocimientos le traían poco consuelo.
Los conocimientos de la madre serian pretenciosos; en cambio eran mucho más
acertados y consoladores los de la hija.

63
La Teología de la Reforma
Por mi parte preferiría ser otra vez un niño, que llegar a pervertirme con la sabiduría.
La fe nos hace portarnos como niños para con Cristo, creyendo en él como en una
Persona real y presente, que está muy inmediata a nosotros y pronta a bendecimos.

Quizá esto sea un sueño infantil; pero nos conviene llegar a semejante simplicidad, si
deseamos ser felices en el Señor. "De cierto os digo que si no os convirtiereis y os
hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mat. 18:3). La fe acepta la
palabra de Cristo, así como el niño confía en su padre y con toda simplicidad le fía el
pasado, el presente y el porvenir. ¡ Que Dios nos conceda tal fe!

5. Otro grado de la fe proviene de los conocimientos ya comprobados. A esta clase


de fe acompaña el crecimiento en gracia: cree en Cristo puesto que le conoce, y tiene
confianza en él, puesto que Cristo se ha mostrado infaliblemente fiel. Esta fe no busca ni
señales ni notas, sino cree con atrevimiento.

Contemplad la fe del marinero en su jefe. Me causa admiración. El marinero suelta el


cable, y a impulso del vapor el barco se aleja del muelle. Pasan días, semanas y aun
meses, sin que se divise otra embarcación o alguna tierra. Sin embargo, sigue de día y
de noche impávido hasta que cierta mañana se halla frente al puerto deseado, y hacia el
cual ha venido navegando. ¿Cómo ha descubierto la ruta sobre el Océano, en el que se
borra todo rastro? Ha confiado en su brújula, su carta marina, su anteojo y en los
cuerpos celestes. Obedeciendo las indicaciones de estos auxiliares y sin ver la tierra,
navega con sumo acierto. Al terminarse el viaje, no necesita variar un punto para entrar
al puerto. ¡ Cosa maravillosa eso de navegar sin vista!

Hablando ahora espiritualmente, consideramos bienaventurado a aquel que,


abandonando las costas de la vista, dice un adiós a las emociones interiores, a las
providencias consoladoras, a las señales y a todo eso. Cree en Dios, y desde luego se
dirige hacia el cielo. "Bienaventurados los que no han visto, y sin embargo han creído"
(Juan 20:29). A ellos les será ministrada al fin una entrada abundante al cielo, y les será
concedido un viaje próspero en el camino.

III. Concluiremos con el tercer punto. "¿COMO PODEMOS OBTENER Y AUMENTAR


LA FE?"

Esta pregunta es para muchos muy seria. Dicen que desean creer, pero que no
pueden. Nos conviene, pues, tratarlo de una manera práctica y no suscitar cuestiones
absurdas. En vez de preguntar, ¿qué he de hacer para creer?, correspondía creer de
una vez, y no fijarse en pequeñeces. Pronto sabremos lo que es la fe, si desde luego
creemos lo que aceptamos como cierto. Si el Espíritu Santo inspira en vosotros
franqueza y candor creeréis la verdad en el Instante en que esta os sea presentada.
Tenéis el mandamiento de creer en Cristo, y sabiendo que él es seguro, os conviene
confiar en él de una vez. De todas maneras el mandato es firme y claro: "Cree en el
Señor Jesucristo y serás salvo."

1. Si tropezáis con alguna dificultad, presentadla a Dios en la oración. Comunicad


con el Padre vuestra perplejidad, y rogadle que por su Espíritu Santo resuelva la duda. Si
no puedo aceptar alguna afirmación contenida en un libro, me permito interrogar al autor

64
La Teología de la Reforma
sobre el sentido de sus palabras. Con mayor razón, la explicación del Autor divino
satisfará al investigador sincero. El Señor está pronto para hacerse conocer. Acudid a él
y veréis si no es cierto.

2. Después si la fe os parece difícil, se os hará fácil oyendo con frecuencia y con


atención las cosas que se os manda creer. Creemos una multitud de cosas por haberlas
oído tantas veces. ¿No habéis notado que en la vida común, si oís una cosa afirmada
cincuenta veces al día, al fin llegáis a creerla? Algunos por este método han llegado a
creer hasta lo falso. Dios empleará este método para obrar fe en vosotros acerca de lo
que es cierto: "La fe es por el oír" (Romanos 10:17).

3. En caso de que dichos consejos parezcan inadecuados, agregaré el siguiente:


"Oíd el testimonio de otros." Los samaritanos creyeron a causa de lo que la mujer les dijo
acerca de Jesús. Muchas de nuestras creencias estriban en el testimonio de otros. Creo,
por ejemplo, que hay un país llamado el Japón. Nunca lo he visto, y sin embargo, creo
que existe, pues otros han estado allí. También creo que moriré. Jamás he tenido esa
experiencia; pero muchos de sus conocidos han muerto, y tengo la convicción de que yo
también moriré.

El testimonio de muchos convence de la verdad. Escucha, pues, a aquellos que te


cuentan la manera de su salvación, de cómo fueron perdonados, y de cómo tuvieron un
cambio en su carácter. Escuchando descubriréis que otros semejantes a vosotros han
alcanzado la salvación.

Si alguno ha sido ladrón, sepa que un ladrón se regocijó al lavar sus pecados en la
fuente de la sangre de Cristo. El que ha sido deshonesto en su vida, encontrará a otros
que habiendo caído de un modo semejante al suyo, llegaron a purificarse y
transformarse.

Si estáis desesperados, conversad un poco con el pueblo de Dios, inquirid sobre


esto, y comprenderéis que varios que también estuvieron desesperados, podrán deciros
cómo él los salvó. Y al escuchar a varios de aquellos que han puesto a prueba la Palabra
de Dios, el Espíritu Divino os persuadirá a creer.

Quizá habéis oído del africano que oyó a un misionero que, en algunos países, el
agua suele hacerse tan firme y maciza, que un hombre puede andar sobre ella. El
africano declaró que aceptaba muchas cosas que el misionero les había dicho, pero que
jamás podría creer semejante absurdo. Después llegó a visitar a Inglaterra y sucedió, un
día de gran frío, que el río estaba helado; más El africano no se arriesgó a entrar en él.
Pero se dejaba persuadir. Entonces su amigo anduvo sobre él, y el africano le imitó, y
entró donde otros se habían arriesgado.

Así es que, al ver a otros creer, y al notar el gozo y la paz de que disfrutan, nosotros
mismos seréis persuadidos suavemente a confiar en Cristo. Este es uno de los métodos
empleados por Dios para ayudarnos en la fe por su buen Espíritu

4. Otro plan todavía mejor es el siguiente: fijaos en la autoridad que os ordena creer.
Esto os ayudará mucho. La autoridad no es mía; en tal caso podríais con razón

65
La Teología de la Reforma
rechazarla. Ni es la del Papa, porque podríais rechazarla también. La fe es mandada por
Dios mismo. El os manda creer en Cristo y no podéis negar obediencia a vuestro
Creador.

El capataz de cierta fábrica en el norte de Inglaterra había oído muchas veces el


evangelio, pero estaba acosado de temor de que no podría acudir a Cristo. Su jefe un día
le envió una tarjeta en la que decía:

Ven a mi casa luego que acabes el trabajo. El capataz se presentó a la puerta de la


casa de su jefe. Saliendo éste, dijo bruscamente:

--¿Qué quieres, Juan? ¿Por qué me molestas a estas horas? El trabajo está
terminado. ¿Qué haces aquí? Señor dijo su Inferior --recibí una tarjeta de usted
avisándome que viniera después de concluido el trabajo.

-¿Quieres decir que, simplemente porque recibiste de mi una tarjeta, por eso has de
venir a mi casa y venir a molestarme después de las horas de despacho?

-Pues señor -contestó el capataz- no lo entiendo. Mas me parece que al mandar por
mi, yo tenía obligación de venir.

-Entiende Juan, dijo su jefe- tengo otro recado que deseo leerte. Y luego se sentó, y
leyó las palabras siguientes:

"Venid a mi todos los que estás trabajados y cargados, que yo os haré descansar." -
¿Crees que después de recibir semejante mensaje de Jesús, sería una imprudencia
acogerte a tal?

El pobre capataz comprendió de un golpe todo el negocio, y creyó. Entendió que


tenía buena autoridad y facultades suficientes para hacerlo.

5. Si todas estas sugestiones no os afirman en la fe, pensad en lo que habéis de


creer: que el Señor Jesús sufrió en lugar de los hombres, y puede salvar a todos los que
confían en El. Pues este es el hecho, el más precioso, el que se les pide a los hombres
que crean; la verdad más consoladora y divina que jamás se ha puesto a la vista de los
hombres. Yo os aconsejo que meditéis mucho sobre ello, y que escudriñéis el amor y
gracia que contiene.

6. Si al fin no bastan las indicaciones ya hechas, pensad en la persona de Cristo.


Pensad en lo que es, en lo que hizo, en el lugar en que habita, y en la gloria de su estado
exaltado. Pensad mucho y profundamente acerca del Hijo de Dios, y el Espíritu Santo
engendrará la fe en vuestro corazón.

***

66
La Teología de la Reforma

LECCIÓN III
SOLA ESCRITURA (Sola Scriptura)

SOLA ESCRITURA – MINTS – 28 DE FEBRERO, 2003

Eugenio Line

Las Escrituras son solas en el sentido de ser autoridad absoluta. Hay otras autoridades,
pero son secundarias, sujetas también a las Escrituras inspiradas, la Palabra escrita de
Dios. Entre las autoridades secundarias tenemos a los padres de familia con su hijos, los
pastores con los otros miembros de su iglesia, los dirigentes civiles con los otros
ciudadanos, etc. También son "autoridad" en cierto sentido real todos los cristianos los
unos para con los otros, Hebreos 10.25. Los credos o confesiones de fe de las iglesias,
especialmente las del pasado, deben ejercer influencia significativa sobre la fe y la
conducta del pueblo de Dios, pues son el fruto de una reflexión profunda, erudita,
piadosa y comunitaria eclesiástica. Pero, tengamos muy presente que las autoridades
secundarias son secundarias, sujetas a la Biblia. Al no hacerlo, corremos el riesgo
gravísimo de apartarnos en pos de vanidades novedosas.

La Confesión Bautista de Fe de 1689 en su primer capítulo comienza así: "La Santa


Escritura es la única regla suficiente, segura e infalible de todo conocimiento, fe y
obediencia salvadores."

La Confesión de Westminster, en el artículo VI del primer capítulo, igualmente como La


Confesión Bautista, declara: "El consejo completo de Dios tocante a todas las cosas
necesarias para su propia gloria y para la salvación, fe y vida del hombre, o está
expresamente expuesto en las Escrituras, o se puede deducir de ellas por buena y
necesaria consecuencia, y a esta revelación de su voluntad, nada ha de añadirse, ni por
nuevas revelaciones del Espíritu, ni por las tradiciones de los hombres".

La Confesión Belga aporta al tema con las siguientes palabras(Artículo 7): "Creemos,
que esta Santa Escritura contiene de un modo completo la voluntad de Dios... así no les
es permitido a los hombres...enseñar de otra manera que como ahora se nos enseña por
la Sagrada Escritura... Porque, como está vedado añadir algo a la Palabra de Dios, o
disminuir algo de ella(Dt. 4.2; 12.32; 30.6; Ap 22.19), así de ahí se evidencia realmente,
que su doctrina es perfectísima y completa en todas sus formas... Por tanto, rechazamos
de todo corazón todo lo que no concuerda con esta regla infalible, según nos enseñaron
los Apóstoles..."

67
La Teología de la Reforma
¿Para qué los credos si la Biblia es absoluta? ¿Para qué las autoridades secundarias si
Dios es absoluto? La respuesta a estas preguntas es que así Dios mismo ha querido
ordenar las cosas. Por ejemplo, Dios podría educar a los hijos de una familia
directamente, pero ha resuelto hacerlo mediante sus padres. En el mismo sentido, Dios
podría edificar directamente a los creyentes en Cristo, pero le ha placido, según su
infinita sabiduría, valerse de hermanos y pastores-maestros para enseñar y exhortar.

Esto de Sola Escritura es una causa de mucho regocijo. ¡Qué maravilloso el hecho de
tener la Biblia como autoridad absoluta única en todo asunto de creencia y conducta!. Así
nos guía la palabra infalible, completa y suficiente del Dios único, sabio y bueno.

FÍJESE EN LAS SIGUIENTES RAZONES PARA FUNDAMENTARNOS EN SOLA


ESCRITURA:

1. La primera razón: la Biblia es la Palabra de Dios, revelada e inspirada por Él(Mire


las pruebas bíblicas para la inspiración divina de las Sagradas Escrituras en la
páginas 23,24 de MANUAL DE DOCTRINA, Berkhof). Como palabra de Dios, las
Escrituras son perfectas (Véase L. Berkhof, MANUAL DE DOCTRINA
CRISTIANA, el capítulo sobre "Las Sagradas Escrituras", especialmente la
sección sobre "Las perfecciones", y S. Waldrom, EXPOSICIÓN DE LA
CONFESIÓN BAUTISTA DE FE DE 1689, PP. 28-57.

Entendemos y aceptamos el cáracter divino de las Escrituras por razón del


testimonio que Dios mismo da en ellas y con ellas. Ellas, pues, son su propia
autoridad por razón de lo que son. No nos es permitido colocar otra autoridad
como juez sobre ellas. Hacerlo sería colocar una autoridad humana sobre la
divina. Más alta que Dios, no puede haber. Querer que su palabra sea confirmada
por otra es dudar de la palabra de quien no puede mentir y dar más crédito a
quien, sí, puede.

¿No es razonar en círculos comprobar la autoridad de la Biblia valiéndonos de la


Biblia misma? Claro que así es, pero en últimas no es posible razonar de otra
forma. Todo el mundo comienza aceptando como verídica alguna autoridad, sea o
no consciente de estar haciendo así, y, luego, razona desde ese punto de partida
para afirmar que hacer así era correcto, que esa autoridad era válida. Fíjese en LA
VOZ DE AUTORIDAD, G. Marston, pp. 51-55.

Siendo la Biblia la Palabra de Dios, observamos sus perfecciones:

• Su autoridad. Debe ser obvio que si la Biblia es Palabra de Dios, luego sus
criaturas tienen que someterse incuestionable y absolutamente a todo lo que
enseña o manda. El hombre con su intelecto debe entenderla, pero no tiene
derecho a juzgarla. Debe recibir como cierto todo lo que dice porque es Dios que
así lo dice. Claro, deben ser correctamente interpretadas, interpretadas por ellas
mismas.

68
La Teología de la Reforma
o Los profetas esperaban acatamiento de los oyentes porque hablaban bajo
la fórmula "Así dice el Señor". Por ejemplo, Ezequiel 1.3; 3.16; 5.8; 6.1;
7.1,5; 11.14; 12.1; 13.1; 14.2, etc., etc., etc.
o El uso que hicieron Jesucristo y los apóstoles para confirmar con absoluta
seguridad y autoridad la verdad de la enseñanza que presentaban. Fíjese
por ejemplo en Jn. 10. 34,35; Luc. 24.27 y Hc. 15.16-18.

• Su claridad.

o Los autores bíblicos escribían con la seguridad de ser entendidos. 2 Ti 2.7;


2 C.o 1.13.
o El carácter de Dios precluye una literatura confusa, sobre todo cuando el
propósito de Dios era y es instruir para vida y como norma de juicio. Tito
1.2; Ro 2.12,13
o Otros textos que indican la claridad de las Escrituras. Sal 19.7; 119.105; 2
Ti 3.14-17; Pr 6.23; Jn 8.31,32

• Su suficiencia. 2 Ti 3.14-17. Son suficientes para asuntos de fe y práctica delante


de Dios, pero obviamente no son suficientes para aprender matemática, etc. Sin
embargo, si bien no son suficientes para enseñarnos todas las áreas del saber
humano, sí lo son para enseñarnos el uso de las mismas. Piense, por ejemplo, en
cómo el conocimiento de la Biblia lleva a un matemático a entender y usar mejor
su matemática.

Fíjese en los siguientes textos que Pablo confiaba en que los


lectores

mediante las Escrituras tendrían comprensión para hacer toda la


voluntad de Dios. 1 Ti 5.10; 2 Ti 2.21; Tito 2.7; 3.1.

Dos casos que ilustran la suficiencia de las Escrituras:

a. Lucas 24, la entrevista de Jesús con los dos en camino a Emaús


b. Hechos 15, el concilio de Jerusalén

• Su finalidad. Esto es un corolario o conclusión del hecho de la suficiencia de las


Escrituras.

o Son finales porque su tema es Jesucristo. Lc 24:27,,44; Jn 5.39. Cristo es


la culminación de la revelación y de aquella redención que es el tema
básico de la revelación, y por razón de la cual básicamente la revelación
fue dada. Ef 1.10; Gá 4.4,5; Col 2.1-3,9,10; Hc 2.16ss; 3.18-26; Heb 1.1-3.
Es decir, el día de JC, el día de Dios, ya llegó al llegar Él. 2 Co 6.2; Mt
13.11,16,17; 1 Pe 1.20; Heb 9.26,28; 1 Co 10.11; Col 1.16-20. Después de
Cristo, Dios no tiene más que decirnos, Jn 17.3-8, sino lo que ya nos dice
con su Palabra, las Sagradas Escrituras. Las revelaciones directas eran
mediante ciertos hombres escogidos y para cierto tiempo mientras Dios
completara el proceso de la revelación progresiva.

69
La Teología de la Reforma
o Son finales porque ha sido la costumbre de Dios colocar en forma escrita la
palabra entregada. La ley de Moisés, por ejemplo, Dt 4.1,2; 5.22; 9.10;
10.2,4; Es 7.10; 3.2; Neh 8.1; 9:13,14; 10.34; 13.1. Los salmos 1,19,119
elogian esta metodología divina. En los profetas, encontramos lo mismo: Is
5.24; 8.20; 58.2. Las revelaciones directas fuera de la Escritura fueron la
excepción, no la regla.
o Son finales por razón del fundamento apostólico. Apóstol, un personaje
singular, Ef 2.20, Hc 1.21,22 (Sí, la palabra es usada en la Biblia con un
sentido más amplio, Ro 16.7, pero esto no anula el sentido técnico que
generalmente se da al término en Hechos. 1.1,25,26; 2.37,42,43; 4.33,35;
5.2,12,18,40; 6.2; 8.1,14,18; 9.27; 11.1; 15.6,23. Mire también Ap 21.14 y
22.18,19.

1. La segunda razón porque insistir en Sola Escritura es la realidad del ser humano.

a. Es criatura. Sal 103.14,15; Eclesiastés; Job; Ro 11.33-36. Las Escrituras revelan


verdades que la mente humana no es capaz ni de descubrir ni de comprender. El
hombre es finito. Había necesidad de revelación desde el puro principio para que
el hombre supiera vivir rectamente.

b. Es pecador. (La corrupción total del hombre)

o La mente del hombre caído es de tal manera desviada que no le


corresponde juzgar ni de la doctrina ni de la práctica. Ro 1. 28; Col 1.21;
1Co 1.20,21; 2.14.
o La voluntad esclava del hombre no puede ni querer ni apreciar lo bueno.
Toda la Biblia relata el fracaso constante, repetido, y total del hombre.

1. La tercera razón por confesar la norma Sola Escritura es por lo que pasa cuando
esta norma no es respetada.

a. El catolicismo – la tradición
b. El pentecostalismo – la experiencia
c. El liberalismo – la razón

El desafío que lo anterior implica: la atención cuidadosa, abundante y constante, el


estudio diligente y asiduo de la Escritura. La inconsistencia de defender la Biblia y
después no escucharla, no entenderla y no obedecerla. Mt 7.24-29; Deuteronomio;
Jeremías 6.10,19; 7.13,24,26,28; 11.7,8; 13,10,11,17; 16.11,12; 17.23; 18.10; 19.15;
22.21; 25.3,4,7,8; 26.4,5; 29.19; 32.33; 34.14; 35.14,15,17; 44.4,5.

LA AUTORIDAD DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS

70
La Teología de la Reforma
Todos lo sabemos. El mundo moderno ha lanzado un desafió a la fe cristiana. Si
recogemos el guante, una de las primeras tareas consistirá en definir nuestra actitud con
respecto a la Biblia.

Ciertamente, el problema de la autoridad de las Sagradas Escrituras no es nuevo. Desde


los tiempos más antiguos, el cristianismo ha sabido defender la autoridad de la Biblia
contra quienes la criticaban o la negaban. Ha debido defenderla también contra el
descrédito en que llegó a tenerla el catolicismo romano en favor de la tradición. Pero en
los siglos xix y xx la oposición contra la autoridad de la Escritura no ha cesado de
aumentar; y, al cabo de los años, la Iglesia -y muy particularmente las iglesias de
confesión reformada- debe enfrentarse a una corriente muy poderosa de crítica. Cuando
la Iglesia cristiana invoca la infalibilidad de la Biblia, sabe que tiene que hacer frente a
una oposición cuasi unánime; y no se trata simplemente de la oposición de los
librepensadores declarados o la del modernismo tal como lo conocemos en Europa y en
América.

En el siglo xix, el célebre teólogo alemán Wilhelm Herrmann afirmó con energía que la
antigua teoría de la inspiración que confiesa que la Escritura es divinamente inspirada ya
no encuentra aceptación entre los teólogos. Actualmente, un poco en todas partes, tanto
en la iglesia como entre ciertos teólogos, se tiene como evidente que es imposible con-
servar la antigua doctrina de la inspiración y de la infalibilidad de la Biblia. Y la forma
particular que reviste por lo general, hoy, esta actitud crítica en relación con la Escritura
puede resumirse en la siguiente afirmación: No existe identidad entre la Escritura g la
Palabra de Dios. Identificarlas -dicen ciertos teólogos contemporáneos- es simplificar el
problema.

Esta crítica debe conmover no sólo la teología reformada, sino sobre todo a la Iglesia
entera. En nuestros púlpitos, en nuestras cátedras, en nuestros cursos de instrucción
religiosa, en nuestros hogares, la Biblia ocupa un lugar prominente: el que merece el
Libro que nos ha sido dado para la vida y para la muerte. La Iglesia -y especialmente la
Iglesia surgida, renovada, de la Reforma-, ¿concedió acaso antaño una autoridad
demasiado grande a las Escrituras? He ahí una de las cuestiones más importantes a la
que todo miembro de iglesia debe responder en la actualidad. Tenemos que examinar,
pues, esta problemática antes que nada.

Los argumentos de la "tradición crítica"

Los críticos contemporáneos desarrollan sin cesar dos argumentos en contra de la


identificación cristiana tradicional -y reformada, sobre todo- de la Biblia y la Palabra de
Dios.

En primer lugar, según algunos, nuestra doctrina de la inspiración de las Escrituras se


encontraría en notorio conflicto con las conclusiones de la investigación histórica y critica

71
La Teología de la Reforma
de los últimos siglos. El análisis de los textos se ofrece como prueba de la insuficiencia
de la tesis reformada en cuanto a la inspiración de la Biblia.

En segundo lugar, se afirma que la identificación de la Escritura Santa con la Palabra


de Dios excluye la posibilidad de una fe cristiana entendida como confianza viva y
personal. Una fe que tuviera por objeto a la totalidad de la Biblia -pretenden nuestros
críticos- no puede ser ya una convicción real y personal; la fe y la confianza no pueden
entregarse sino a una Persona viva; poner la fe en la Biblia, en lugar de ponerla en Dios,
sería contrario a la esencia de la fe cristiana.

De estos dos argumentos, el uno pretende ser científico a inspirado en las


investigaciones históricas; el otro es de carácter religioso. Ignoro cuál de los dos,
históricamente, ha tenido más influencia; pero el efecto de ambos argumentos
combinados ha sido considerable y las repercusiones se sienten todavía hoy. Forman
parte de un conjunto que se ha convertido a su vez en una nueva tradición, la “tradición
crítica>, y parecen tan evidentes a un número tan considerable de personas -teólogos y
no teólogos que el punto de vista reformado es tenido por una tentativa aislada para
salvar un conservadurismo estéril y para mantener una tradición yuxtapuesta que en la
actualidad es rigurosamente indefendible. Cualquiera que rechaza esta nueva y reciente
tradición -la “tradición crítica”- recibe inmediatamente el apodo de “fundamentalista”, de
ciego voluntario que rehúsa de tomar en consideración hechos simples e irrefutables.

Los representantes contemporáneos de esta “tradición crítica” tienen que admitir, sin
embargo, que la Escritura time un valor particular para la Iglesia y para el individuo, para
la vida y para la muerte, aunque no la acepten como Palabra divina infalible. Para ellos,
la Escritura da testimonio de la Palabra, de la verdadera Palabra de Dios. No es más que
esto: un testimonio de la Revelación divina; pero no puede ser, no puede haber sido
jamás, la Palabra misma, la mismísima Revelación. Se admite que la antigua doctrina de
la infalibilidad contenía un elemento religioso: el ardiente deseo de todo hombre en
cuanto a la certidumbre en materia de salvación. Se le reconoce así su valor, puesto que
la certidumbre es un elemento esencial en la fe cristiana. Pero -añaden- nuestros padres
y la ortodoxia se equivocaron al buscar la certeza allí donde no se encontraba y por
medios equivocados. Así como el catolicismo romano se extravió -argumentan estos
críticos- al buscar la certidumbre en la infalibilidad del Papa, así también la Reforma se
descarrió al buscarla en la infalibilidad de la Biblia. Buscar la certeza religiosa en una
Biblia infalible constituye -nos dicen- un enojoso contrasentido, sobre todo en nuestra
época, en donde todo es movimiento, todo es riesgo, todo equivale al “salto en el vacío,
hacia lo desconocido”. En un mundo como el nuestro, en el que la ciencia es la única
autoridad, se nos previene caritativamente que el persistir en la defensa de la doctrina
reformada de la infalibilidad de la Escritura no puede conducir más que a resultados
catastróficos, ya que son muchos los que, delante de la imposibilidad científica de
semejante doctrina, rechazarán no sólo la doctrina, sino también lo que, sin duda,
estaban prestos a reconocer: el valor religioso de una Biblia humana, de un testigo
falible.

Hemos, pues, prevenidos de las consecuencias posibles y de los peligros que implica
la posición reformada con respecto a la autoridad de las Escrituras. La Biblia no es más
que un testigo humano de la verdadera revelación: tal es la actitud más generalmente

72
La Teología de la Reforma
adoptada por los críticos contemporáneos. Para ellos, la Biblia es un -testigo falible, pero,
no obstante, es un testigo que nos pone en contacto con la revelación. Es lo que
afirmaba Emil Brunner en Las conferencias que pronunció en América a11á por el año
1928, cuando comparaba la Biblia a un aparato de radio que, a pesar de Las
interferencias y dificultades, nos pone en contacto con la belleza de un concierto
ejecutado lejos de nosotros.

Cuando comparamos el contenido de Las Confesiones de fe reformadas relativas a la


autoridad de Las Sagradas Escrituras y el mundo del relativismo en el que nos ha tocado
vivir, es indispensable que sepamos cómo hablar y cómo testificar de la autoridad de la
Escritura Sagrada. Ya que no se trata de ningún problema abstracto. Es imposible, en
efecto, desligar nuestra confesión de fe en la autoridad de la Palabra de Dios del
contenido Salvador de esta misma Palabra. El cristianismo es la religión de un libro, pero
no en un sentido puramente formal. Es menester conocer con certeza el valor de nuestro
testimonio, dado que este testimonio viene cargado de riquezas y de responsabilidades.
En Las tinieblas que nos rodean, ¿cómo podremos ser de bendición pare todos aquellos
que han perdido sus seguridades bajo el asalto de una crítica radical?

Barth y la Biblia

Sabemos que no será nunca posible probar la autoridad de Las Sagradas Escrituras por
medio de una apologética racionalista. Con Calvino, con la “Confesión de Fe de Los
Países Bajos” (Confesón Bélgica), sabemos que únicamente el testimonio del Espíritu
Santo puede convencernos de la autoridad verdadera de Las Escrituras. Pero frente al
ataque persistente y duro que se Libra contra la Biblia es necesario poder, y osar, dar un
testimonio honesto, sincero y convincente del hecho de que la Escritura es verda-
deramente una lámpara a nuestros pies y una lumbrera que brilla en las tinieblas. Un
testimonio honesto, ciertamente; no simplemente un testimonio “conservador” sin más,
que tiembla delante de los hechos, sino una verdadera convicción de fe, y de fe cristiana,
de la que el mundo actual, hoy más que nunca, tiene necesidad.

En este primer estudio desearía llamar vuestra atención sobre el concepto de Karl Barth
y la manera como se expresa en relación con la Escritura. El interés que tenemos en ello
no es simplemente teórico, sino práctico y religioso también. Numerosas cuestiones
planteadas por Barth deben ser analizadas por la teología reformada, ya que su
influencia es tan profunda como lo fue la de Schleiermacher en el siglo xix, y esta
influencia se deja sentir todavía hoy. A lo largo de los años en que Barth ha desarrollado
su teología, ha criticado algunos puntos de su propio sistema; pero hay una doctrina que
jamás ha retocado, una doctrina a la que no ha cambiado nada: es su doctrina de la
Escritura, igual hoy que en 1926, cuando por primera vez escribía sobre la doctrina
reformada de la Sagrada Escritura. Podemos afirmar que la postura de todos los
teólogos dialécticos es, sobre este punto, idéntica. No ignoráis, por ejemplo, que Brunner
y Bultmann reconocen sin ambages que ellos aceptan una forma bastante radical de
critica escrituraria. ¿Sobre qué, pues, se funda esencialmente la posición de Karl Barth,
el jefe de la teología dialéctica, en esta nueva forma de pensamiento teológico?

73
La Teología de la Reforma

Desde 1926, Barth criticaba la posición ortodoxa del siglo xvi, que hacia de la Biblia el
resultado de un dictado celeste. En 1947 expresó la misma crítica en un folleto titulado
La Escritura y la Iglesia, en el que se levantaba contra el “error” de la Iglesia que
considera que la Palabra de Dios se halla realmente contenida en el libro de las
Sagradas Escrituras. Allí expresó su convicción de que dicho “error” había sido un fruto
del naturalismo. Imposible, según él, que la Palabra de Dios, de Dios vivo y personal,
pudiese ser contenida en un libro, ya que la Palabra de Dios es el Espíritu de Dios, el
Señor mismo en su majestad, su soberanía y su realidad. De ahí que Barth rechace
enérgicamente toda identificación entre la Palabra de Dios y la Biblia. Admite, sin em-
bargo, que se da una cierta identidad, pero una identidad que no puede ser más que
indirecta.

Tengo la seguridad de que podemos comprender la clave de la teología de Barth si


captamos lo que él entiende por identidad directa. Es extraordinario que Barth persista
en hablar de la autoridad de la Biblia. Es así que él escribe, por ejemplo, al hablar de la
Sagrada Escritura: allí donde hay autoridad, allí existe obediencia. Y es la autoridad de
Jesucristo. ¿No fue ésta la antigua doctrina de la inspiración de la Biblia? Sin embargo,
no olvidemos jamás que un buen número de teólogos hablan de la autoridad de las
Escrituras y aceptan, al mismo tiempo, la crítica moderna de la Biblia; recordemos,
asimismo, que la mayoría de críticos radicales da la impresión de tener un gran respeto
por la Biblia. Reconocen que el Señor pronuncia la Palabra de Dios y que esta Palabra
tiene autoridad; hemos de escucharla y obedecerla. Brunner acepta, de un lado, cierta
forma radical de crítica y, por ejemplo, rechaza el nacimiento virginal de Jesucristo, así
como otras enseñanzas de la Biblia; mas, por otro lado, presenta la Escritura como la
norma de la doctrina. Ahora bien, cuando afirma su autoridad, critica seguidamente la
que él llama “falsa doctrina” de una inspiración infalible. De este modo, proclama la
autoridad de la Escritura y critica al propio tiempo la identificación de la Escritura con la
Palabra de Dios. Encontramos una actitud idéntica en la teología de Barth. ¿Qué
significa todo esto?

Debo repetirlo: este problema afecta directamente a cada miembro de iglesia cuando
escucha la Palabra de Dios o una predicación basada en esta Palabra soberana.
Durante siglos, la Iglesia ha vivido confesando que la Biblia es la Palabra de Dios, pero
ahora no entiende -no puede ciertamente comprender nada- de esta diferencia entre la
identidad directas y la identidad indirecta de la Escritura y la Palabra de Dios. No
obstante, tiene derecho a saber si su fe descansa sobre un sólido fundamento y si puede
hablar de la Biblia como de la verdadera Palabra de Dios. Esta confesión de fe no es, de
ningún modo, propiedad exclusiva de los teólogos: es propiedad de toda la Iglesia. De
ahí que la cuestión de la autoridad de la Biblia sea un problema que compromete a la
Iglesia por entero.

No es posible ninguna vacilación en cuanto al punto de vista de Karl Barth: es


categórico sobre el particular. Niega la inspiración de la Biblia en el sentido de que la
Palabra de Dios estuviera contenida en este libro que se halla sobre la mesa. Esta
concepción de la revelación que precisa la inspiración del texto bíblico viola, según él, el
misterio de la Escritura y la soberanía de Dios, del Dios que nos habla. La Escritura no
puede ser identificada con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios es un milagro. Decid:

74
La Teología de la Reforma
“Palabra de Dios” y, en realidad, estáis diciendo: “¡milagro!”. Y es precisamente este
milagro -en el decir de Barth- aquello a lo cual la teoría ortodoxa de la inspiración no
hace el menor caso. Para él, en la doctrina ortodoxa, la inspiración se convierte en el
atributo de un libro, una especie de calidad permanente. La Palabra de Dios se hace
estática. Pero la revelación es siempre un acto de Dios; no puede ser fosilizada. En una
revelación está tica no queda lugar para el Dios vivo de la revelación bíblica, lo que
conduce a la Iglesia a no tener ya más Palabra de Dios que le sea dirigida hoy. No
tendría otra cosa que una palabra, pronunciada en tiempos antiguos, hace mucho
tiempo, pero no una Palabra que le hablase hoy, en presente. En oposición a esta
doctrina, Barth insiste en el hecho de que la Iglesia debe decir siempre: “Habla, Señor,
que tu siervo escucha.” Y es entonces que el Señor habla realmente a través del
testimonio bíblico, humano y falible. El gran error de la doctrina ortodoxa seria el impedir
al Señor que hablase hoy, el de atentar a su libertad; ¡el Dios Todopoderoso quedaría
encerrado en un libro!

Según Barth, la Biblia es para nosotros un testigo, humano y falible, de la revelación


original de Dios, el Dios manifestado en carne a lo largo de los años 1 al 30 de nuestra
era. Tal es la única revelación y no hay otra. En 1947, Camfield y otros teólogos ingleses
hicieron un homenaje a Karl Barth, y Hedry, por ejemplo, escribió que esta actitud
entrañaba un verdadero re-descubrimiento de la Biblia que nos liberaba de todas las
falsas antítesis que había levantado tanto la ortodoxia como el liberalismo, y que tenia el
mérito de hacernos descubrir -o mejor dicho: re-descubrir- el carácter humano de la Pala-
bra, como testimonio humano de la revelación; humano y falible ciertamente, pero que,
no obstante, nos pone en contacto con el Dios vivo. De esta manera, es posible aceptar
la critica histórica y hablar al mismo tiempo de la autoridad del texto bíblico y la
obediencia que le debemos.

Barth afirma que no hay más que una sola revelación. No hay, pues, revelación
general en la creación, como lo afirma el articulo 2 de 1a “Confesión de los Países
Bajos”, que Barth critica como siendo exponente de la teologia natural1.

Y Barth va todavía más lejos: tampoco habría, propiamente hablando, ninguna


revelación en el Antiguo Testamento, el cual no aportaría más que un testimonio a la
única verdadera revelación que había de venir más tarde. No hay ningún limite a la
humanidad de la Biblia, afirma Barth. Negarlo, equivale a hundirnos en el docetismo y no
querer comprender que esta completa humanidad pertenece a la esencia misma de la
revelación, al “incógnito” de la Palabra en el mundo, al carácter escondido de la
Revelación de Dios. El Señor no se revela nunca directamente, más lo hace siempre
“incognito”. Este tema de la teología dialéctica muestra la fuerte influencia de
Kierkegaard. Dicha afirmación de que Dios se halla escondido en la carne ha tenido una
influencia considerable. Es la que condujo a Brunner a la negación del nacimiento
virginal de Cristo, ya que si Jesús hubiese nacido de la Virgen María, esto habría sido un
acontecimiento milagroso que hubiera irrumpido en la realidad de este mundo.

1
Sobre la revelación general, la teología natural y la posición de Barth, véase también Introducción
a la Teología Evangélica (Revelación, Palabra g Autoridad), por José Grau. Edit. CLIE, Tarrasa,
1973, pp. 67-93.

75
La Teología de la Reforma
“Incógnito”; he ahí una palabra nueva y moderna en el mundo teológico y en la teoría
de la revelación. Y esta idea domina igualmente el concepto dialéctico de las Sagradas
Escrituras. El Señor puede servirse de documentos humanos como medios para hacer
escuchar su propia Palabra, la Palabra que pronuncia libremente y también
gratuitamente en su soberanía y en su majestad. Pero, en ellos mismos, los documentos
son una revelación “incógnito” y disimulan a nuestros ojos la auténtica Palabra de Dios.

Para mi tengo que la teología se ha lanzado a una falsa pista al apoyarse en esta idea
de “incognito”. Se ha llegado hasta al empleo de este término en la predicación para
señalar el hecho de que los hombres no pueden reconocer, sin la iluminación del Espíritu
Santo, que Jesús es el Salvador y el Hijo de Dios. Si esta idea ocupa un lugar tan
importante en la nueva teología, ello se debe a que en primer lugar se ha afirmado que
toda revelación es una revelación escondida, en tanto que es una revelación indirecta.

La esencia de la Revelación

Los artífices de la nueva teología olvidan que el objetivo de la Revelación no ha sido


jamás el de ocultarse y permanecer escondida. Cuando un rey viaja de incógnito, su
objetivo es el de permanecer escondido. Mas, al tratarse de revelación, la finalidad es
reveladora y, por consiguiente, la meta de una tal revelación es siempre la de
comunicarnos una revelación verdadera. Por supuesto, cierto número dé cosas
permanecerán ocultas al hombre natural, el cual, como afirma Pablo, no recibe las cosas
del Espíritu de Dios; el entendimiento de los hombres puede seguir en la ceguera y
puede continuar sobre sus corazones el velo que les impide descubrir la verdad
revelada; es lo que les ocurre a los Judíos en su lectura del Antiguo Testamento, según
afirmación de Pablo (2ª Cor. 3:14-15). Pero la esencia de la revelación no es el quedar
oculta. Es imposible salvar la distancia que media entre él hombre natural y el hombre
espiritual, cierto. Pero no es válido este ejemplo soteriológico para trasplantarlo, por
analogía, a la relación que existiría -en el decir de la teología dialéctica- entre la
revelación escondida y la revelación revelada. ¿Por qué? Por la simple razón que la idea
de un “incógnito” se halla en flagrante contradicción con la idea de revelación. Barth se
encuentra en la total imposibilidad de fundar su doctrina sobre el testimonio de la
Escritura. Por supuesto, la Escritura es un documento humano, escrito por hombres
“santos” (apartados por Dios y para Dios). La Biblia no es una “vox coebestis”, una voz
del cielo, en el sentido de que los hombres no hubieran tenido nada que ver con ella. No
obstante, la Biblia es la Palabra de Dios, escrita por hombres2 Empleamos las
expresiones de “inspiración orgánica”, ya que no queremos caer en el docetismo y
porque reconocemos algo de la sabiduría del Señor en el hecho de que él pronuncie su
Palabra en el seno de nuestra misma historia y en un lenguaje humano. Los hombres de
Dios hablaron y escribieron como el Espíritu les guiaba a ello. La Palabra de Dios
penetra en el mundo y lo hace según un proceso histórico. He ahí el milagro. Oímos la
voz de un hombre; y, a través de esta voz humana, es la misma voz de Dios la que
escuchamos. He aquí lo que Pablo escribe a los tesalonicenses: “Por lo cual también
nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que cuando recibisteis la Palabra de Dios

2
Cf. op. tit., pp. 159- 201.

76
La Teología de la Reforma
que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en
verdad la Palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (1ª Tes. 2:13).

Esta Palabra se abre camino a través de la vida humana, de la historia, del pecado y
de las dudas, a través de la rebeldía y de la conversión. A través de la historia de Israel y
de las naciones. Jamás minimiza la Sagrada Escritura la actividad de los hombres, en
tanto que agentes del Espíritu Santo. Pero Barth ensaya, no obstante, de funda4nentar
su doctrina de la Escritura y cree encontrar en los milagros de Cristo otra analogía de su
propia teoría. Los enfermos que se acercaban a Jesús eran verdaderos enfermos, pero
un milagro los sanó. Asimismo, el milagro de la revelación colma el abismo entre el error
humano y la Palabra de Dios. Ahora bien, la Escritura no justifica en absoluto esta
comparación. La Biblia, por el contrario, se refiere al poder del Espfritu Santo, que se
revela poderosamente por la Palabra escrita.

El argumento más impresionante de Barth en contra de la doctrina ortodoxa de la


inspiración es el de afirmar que no podemos encerrar a Dios en un libro, y que dicha
doctrina atenta contra su libertad. Pero esta objeción no resiste el examen.

¿Dónde está, pues, “el cuidado singular que nuestro Dios tiene de nosotros y de
nuestra salvación de que habla la “Confesión de los Países Bajos” en su articulo “de la
Palabra de Dios”? (Art. 3.) ¿Seria una negación de la libertad y la soberanía divinas? No
olvidemos que fue en tanto que impulsados por el Espíritu de Dios que los santos
hombres hablaron de parte del Señor (2ª Ped. 1:21), como lo subraya el mismo Art. 3 de
la citada confesión reformada. Tenemos que contar con la inspiración del Espíritu Santo.
Lejos de atentar contra la libertad de Dios, comprobamos, por el contrario, la manera y el
método mediante los cuales el Señor ejercita su divina libertad; al darnos precisamente
las Escrituras. El Señor soberano obra libremente al darnos su Palabra, de la manera
que El quiere. He ahí cómo se acerca a nosotros por su Palabra y cómo se halla cerca
de nosotros.

La actualidad de la Palabra

¿Por qué, pues, Barth protesta contra la afirmación de que Dios esté presente en la
Palabra? Dice que no podemos tomar entre las manos el libro Santo y declarar:
¡Tenemos la Palabra de Dios! No podemos -insinúa-, porque es imposible disponer a
nuestro antojo de la auténtica Palabra de Dios; el cristianismo no es la religión de un
libro; la Palabra de Dios no se halla contenida en la Biblia. Esta actitud parece muy
religiosa y tiene todas las apariencias del más profundo respeto por la soberanía y la
trascendencia divina. Pero Barth no comprende en absoluto la doctrine reformada; no
comprende que es precisamente porque la Palabra de Dios se halla en medio de
nosotros, a nuestra disposición, que tenemos una tan grande responsabilidad.
Ciertamente, podemos cerrar los ojos, los oídos y los corazones a la revelación, como
hicieron los fariseos y los saduceos. Mas, entonces, Cristo declare: “Erráis ignorando las
Escrituras y el poder de Dios” (Mat. 22:29). El que los hombres no vean la revelación y
rechacen la Palabra de Dios, no nos permite a nosotros deducir que no hay verdadera
revelación. En el Antiguo Testamento fue escrito del Mesías: “No gritará, ni alzará su voz,

77
La Teología de la Reforma
ni la hará oír en las calles” (Is. 42:2). La revelación en Cristo, tanto como la Palabra de
Dios en la Biblia que da testimonio de él, no es nunca la obra de la propaganda humane
simplemente. Es la revelación de Dios en su soberanía, desbordante de realidad y de
actualidad3. En presencia de la Palabra de Dios, en mí hogar, en la iglesia y en el mundo,
no hay por nuestra parte más que responsabilidad. No encarcelamos a Dios en un libro
-¡qué argumento extraño!-; por el contrario, se trata de la suprema actualidad: “Pero
estas cosas se han escrito pare que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y pare
que, creyendo, tengáis vide en su nombre (Jn. 20:31).

No existe la más mínima contradicción entre la actualidad de la Palabra y la Palabra


que en otro tiempo nos fue dada. ¡Imposible para nosotros huir lejos de la presencia de
la Palabra! No hay evasión posible: “Cerca de ti está la palabra, en lo boca y en lo
corazón” (Rom. 10:8; Deut. 30:14). Podemos abrir el libro, y el Señor se halla con
nosotros en toda circunstancia. Podemos comprender la Palabra; Dios no nos deja
nunca solos en un mundo de tinieblas: “Escudriñad las Escrituras: ellas son las que dan
testimonio de mi”, dice Cristo (Jn. 5:39). Indudablemente, tenemos necesidad de que
nuestros corazones sean iluminados por el Espíritu Santo, a causa de nuestras propias
tinieblas. Pero del hecho de que nuestros corazones sean tinieblas no podemos deducir
una teoría de la oscuridad de la revelación.

No podemos afirmar que la Biblia es oscura porque nuestros corazones se han


oscurecido. La Biblia es una luz, y si nosotros la juzgamos según las tinieblas de nuestro
corazón, no somos más que subjetivistas tratando de hacer depender de nuestros co-
razones la luz radiante de la Escritura. Si mi juicio vale algo, un tal subjetivismo me
parece que, si bien viene arropado con las galas del respeto verbal a la Palabra de Dios,
no es más que una manera de sustraerse a la responsabilidad que entraña la proximidad
de la Palabra.

Ya va por los doscientos años que las Escrituras son objeto de ataque. Mas en todos
estos ataques descubrimos la voluntad de huir lejos de esta proximidad en la cual la
gracia de Dios busca encontrarnos. Cuando la teología moderna subraya el carácter
humano de la Biblia, la teología reformada no se opone a ello; al contrario, se entrega a
su tares por medio de una exégesis seria y por la escucha resuelta de la Palabra de
Dios. Pero la concepción nueva de la Biblia es algo muy distinto que el poner de relieve
su carácter humano a instrumental. Se llega hasta el extremo de hablar de humillación
del Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras. Se establece una comparación entre la
encarnación y la iluminación, entre Navidad y Pentecostés, entre la carne y el Espíritu.
¡Comparaciones equivocadas! Equivocadas, ya que cuando vemos de qué cuidados el
Espíritu rodea la Escritura no podemos más que admirar la obra de su majestad y no
estamos en absoluto autorizados para hablar de su humillación. Por esta solicitud y por
su majestad el Espíritu Santo coloca a todo hombre en la imposibilidad de poder decir:
“La revelación, la Palabra, está lejos de nosotros; no podemos discernir a nuestro
Señor.”

Hasta que Cristo vuelva, veremos desplegarse las riquezas de la Palabra de Dios, del
Dios vivo y personal. He ahí por qué debemos oponernos a la devaluación de la Palabra
3
Empleamos, naturalmente, esta expresión en el sentido de presencia active, presenta en acto, y
que no tiene necesidad de una actualización cualquiera.

78
La Teología de la Reforma
escrita, que en estos últimos siglos ha estado a la orden del día. Esta solicitud del
Espíritu Santo se halla en estrecha conexión con el misterio de la encarnación y de la
Cruz. El carácter humano de la Biblia se ha convertido para muchos en una piedra de
tropiezo. Pero nosotros contemplamos en él la gracia y la sabiduría de Dios que, por este
medio y al mismo tiempo, circunscribe la exacta responsabilidad del mundo, tal como nos
ha sido definida en la parábola de Lázaro y el rico: “¡Tienen a Moisés y a los profetas;
escúchenlos!”, exclama Abraham. Y cuando el rico objeta: “No, padre Abraham; pero si
alguno de los muertos va a ellos, se arrepentirán”, escucha esta respuesta: “Si no
escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque resucitara alguno
de los muertos” (Luc. 16:29-31).

La tentación de la apostasía

Un día en que Abraham Kuyper era atacado por causa de su elevado concepto de la
Escritura y de su autoridad, respondió: “Es mi a priori; y Dios mismo me lo ha dado.”
Cuando Snouck Hurgronje, el amigo de Bavinck, le escribió que no podía entender su
obediencia a la Biblia, Bavinck contestó: “Cuanto más vivo y más reflexiono, menos puedo
sustraerme a la autoridad de la Escritura, exactamente como todos los cristianos
ordinarios.” Era la misma actitud de Warfield, quien declaraba que las Escrituras sacaban
su origen de una actividad de Dios mismo, de su Santo Espíritu, y que son así, en el
sentido más elevado, su creación.

Desearía también llamar vuestra atención muy particularmente sobre el comportamiento


de nuestro Señor mismo cuando fue tentado en el desierto. En tres ocasiones, fue
mediante una Palabra de la Escritura que hizo frente a las artimañas del Diablo. Cada vez
respondió: “Está escrito.” Al colocarse él mismo al amparo de la Palabra escrita de su
Padre celeste, Jesús resiste una terrible tentación. Ciertamente, es posible una falsa
interpretación de la Palabra; el Diablo mismo cita la Palabra -en aquella ocasión los
versículos 11 y 12 del Salmo 19 –torciendo su sentido. Pero Jesús desenmascara el
empleo desenmarascara el empleo ilegítimo de la Palabra, proclamando su verdadero
significado y su sabiduría. Y he aquí lo que resulta admirable: cuando el Diablo se aleja,
vemos el cumplimiento del Salmo 91: los ángeles acuden para servir al Señor

No sintamos vergüenza de seguir en los pasos del Maestro. Indudablemente, se nos


plantearán multitud de cuestiones; existe una relación entre lo que es humano y lo que
es divino en la Biblia; nuestra tares exegética es inmensa y estamos lejos de haberla
realizado completamente, ya que nosotros no somos docetistas; estamos lejos de la
meta tanto en el plano teológico como en el de nuestra persona. Ya que la Palabra se
dirige a todos los siglos y a todas las naciones. Guardémosnos de tratar de esquivar las
dificultades y los problemas, dando así la impresión de que tenemos miedo, muy

79
La Teología de la Reforma
particularmente cuando comprobamos que, como consecuencia de los ataques llevados
a cabo en contra de la autoridad de la Escritura, la incertidumbre crece en el mundo y la
razón humana y su autonomía dominan más y más la Palabra de Dios.

Pero hoy, más que nunca, estemos en guardia cuando comprobemos que se quiere
combatir la autoridad verdadera de la Palabra escrita, mediante argumentos religiosos.
En todo tiempo los argumentos religiosos y piadosos han sido los más peligrosos para la
Iglesia. ¿No dan acaso una impresión de seriedad y de respeto? Se nos dice que el
Señor no puede ser metido dentro de la cárcel y los limites de la Palabra; que no
podemos disponer de la voz de Dios, ya que el Señor es libre. Tales son los argumentos,
los argumentos religiosos, del día de hoy. Mas en estos argumentos tenemos que ver la
continuación de un proceso que se halla en acción desde hace dos siglos: el proceso
que conduce a la crisis de obediencia de la Palabra de Dios. Esta crisis es una evasión,
lejos de la presencia de Dios, en razón misma de su proximidad y de la responsabilidad
que comporta para nosotros esta proximidad de Dios. En verdad que es una situación
trágica, consecuencia de toda devaluación de la Palabra escrita. Cuando perdemos la
Palabra, perdemos al mismo tiempo todo acceso a la misma y la auténtica imagen de
Cristo. Tal es la ley espiritual de la historia. Es la ley de la apostasía que, siempre y
durante todos los siglos, ha amenazado a la Iglesia. ¿En qué consiste esta tentación de
apostasía? El mundo sin la Palabra, el mundo entregado a su propia libertad y no
escuchando ya más la voz de Dios, sino solamente su propia voz.

Ciertamente, comprendemos la historia de los ataques llevados a cabo contra la


Palabra escrita. ¿CÓmo? En razón misma, y en función, de su excepcional y suprema
importancia. Y también sabemos bien cómo, personalmente, nosotros nos resistimos
cede día a la influencia de esta Palabra. He aquí por qué debemos entender nuestra
tarea en el mundo: no se trata simplemente de defender una doctrine teológica
determinada, nuestra propia doctrine, sino de hacer frente a todos los ataques que sufre
la Sagrada Escritura y testificar al mismo tiempo de la gracia y de la bendición de la
Palabra que se halla muy cercana a nosotros, y de la responsabilidad que nos atañe
como consecuencia de este hecho. Hemos de precavernos, pues, y al mismo tiempo
escuchar las palabras de Pablo, cuando de manera admirable nos dice: “refutando
argumentos, y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando
cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2ª Cor. 10:5).

¿Puedo, finalmente, traer a memoria la palabra de este otro apóstol a quien la


desobediencia estuvo a punto de perderle y quien estuvo presente en el Monte de la
Transfiguración? Fue una profunda experiencia la que tuvo de parte del Señor. Una ex-
periencia personal. Y es, no obstante, él quien más tarde escribe a la iglesia que si bien
sus miembros no tienen su misma experiencia personal del Cristo encarnado y
resucitado, ella (la Iglesia) no por ello tiene un fundamento menos real pare su fe, un fun-
damento del que puede estar segura y del que puede dar testimonio en el mundo:
“Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos
como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el
lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2ª Pedro 1:19).

***

80
La Teología de la Reforma

REFORMA Y NEOPROTESTANTISMO

Abordamos ahora un tema que, desde hace algunos siglos, plantea un grave
problema: el de la relación entre el protestantismo de la reforma, tal como lo mantienen
todavía las iglesias de confesión reformada, y esta forma de protestantismo que surgió
en los siglos XVIII y XIX, al que comúnmente se designa con el nombre de Modernismo
o de Neoprotestantismo. Aunque el desarrollo histórico de la relación que existe entre
estas dos clases de protestantismo sea del más alto interés, no podemos pensar en
abordarlo ahora por causa de su extrema complejidad. Me limitaré, pues, a discutir este
problema tal como se nos presenta a nosotros hoy.

A pesar de algunas divergencias de opinión, es un hecho que generalmente hay


unanimidad en reconocer que existe una diferencia radical entre el protestantismo de la
Reforma y el neoprotestantismo. Los protestantes ortodoxos, por ejemplo, se dan per-
fectamente cuenta, por ejemplo, de la distancia que separa a la Reforma del siglo xvi de
todas las formas posibles de neoprotestantismo. Pero, igualmente, pensadores no
ortodoxos, tales como E. Troeltsch, subrayan esta diferencia. Troeltsch está convencido
de que el antiguo protestantismo era un concepto animado por el sobrenaturalismo a la
boga entonces. Mientras que el neoprotestantismo bajo la influencia de las “luces” del
siglo xviii es la expresión de un pensamiento moderno. Modernistas y liberales4, sin
excepción, consideran la ortodoxia de la Reforma como una posición inaceptable,
incompatible con los conceptos de nuestra época, y que no time en cuenta los resultados
de la ciencia moderna y de la concepción moderna del mundo. El neoprotestantismo se
opone, pues, al antiguo protestantismo.

Dos formas de protestantismo

Reconozcamos, de entrada, que la aparición de estas dos formal de protestantismo


constituye un fenómeno extraño y sorprendente. Tomamos conciencia del mismo cuando
el catolicismo romano nos pide con insistencia una aclaración: “¿Cuál de los dos es,
pues, el verdadero protestantismo?> Roma subraya enérgicamente que la existencia de
estas dos formal de protestantismo delata su debilidad congénita, en comparación con la
unidad de la Iglesia católica romana.

El punto de vista romano es muy claro: el protestantismo moderno es la inevitable


consecuencia del primitivo. La evolución hacia el neoprotestantismo, el modernismo y el
liberalismo (teológicos) era algo inherente a la esencia misma de la Reforma. En efecto
-afirma Roma-, el protestantismo, desde su origen mismo, prescindió de la única
autoridad que puede mantener la vida y la sana doctrina: los dos pilares del puente, la
Iglesia y la Biblia. El antiguo protestantismo minó el primero de estos pilares. Fue la
catástrofe irremediable, aunque al principio no se viera como inmediata. Cuando la
4
Por “modernista” y “liberal” debe entenderse aquí el modernismo y el liberalismo teológicos. -
(Note. del Tr.)

81
La Teología de la Reforma
autoridad absoluta de la Iglesia es rechazada, la revolución acaba con el resto. Los
autores católicos describen las consecuencias fatales de la Reforma en el mundo
moderno. Al escucharles, se tiene la impresión de que cada dominio de la vida humana
se aleja más y más de la fuente de la vida, a pesar de los esfuerzos del protestantismo
ortodoxo para defender y mantener la autoridad de Dios y un concepto religioso de la
vida. E1 origen de la revolución se considera como algo inherente a la misma Reforma.

Incluso en el siglo xx a los reformadores se les trata de revolucionarios, en términos


muy explícitos que encontramos en una encíclica de 1910, en donde se les acusa de
todos los males. Este documento suscitó un torrente de indignación en el mundo protes-
tante de aquel entonces. La acusación de que la Reforma fue una revolución será el
tema de nuestro tercer estudio. Pero, desde ahora, desearía subrayar el hecho de que el
catolicismo está íntimamente persuadido de que el mundo moderno, el mundo del mo-
dernismo, del liberalismo y de muchos más “ismos”, es la consecuencia directa del
orgullo religioso, de la desobediencia y de la rebelión de los reformadores. Para los
autores católicos la relación entre estas dos clases de protestantismo es de lo más
íntimo.

En la evolución posterior del protestantismo estos autores ven el cumplimiento de la


advertencia del apóstol Pablo: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo
que el hombre sembrare, eso también segará” (Gá1. 6:7). Para ellos, el rasgo ca-
racterístico del protestantismo es que la Reforma se sublevó contra la autoridad, que no
fue más que negativa, una protesta pura y simple. Se nos dice que los reformadores no
previeron todas las consecuencias de su actitud primera; pero, en el desarrollo ulterior de
la Reforma, los males se han ido revelando más y más manifiestamente; quiérase o no,
la Reforma tenía que conducir al neoprotestantismo con su célebre protesta contra toda
autoridad, su sed de libertad, su rechazo de la autoridad y la infalibilidad de la Escritura,
y de la realidad de los milagros y del mundo sobrenatural. La Reforma tenía que conducir
a un neoprotestantismo militante por una iglesia sin dogmas y sin confesión de fe,
rechazando la doctrina de la iglesia, la divinidad de Cristo, su nacimiento virginal, su
santidad, su muerte expiatoria, su resurrección, su ascensión, su segunda venida. Para
ellos, la Reforma es la responsable -tremenda responsabilidad- de este mundo
secularizado, de este mundo sin Dios.

Yo pienso, sin embargo, que la acusación es muy grave y que hay que probar esta
pretensión de que existe una ligazón estrecha entre Lutero y Nietzsche, entre Calvino y
el mundo secularizado de nuestros días. La expresión “ Después de la Ref ormao,
¿podría llegar a ser sinónimo de esta otra: “Por causa de la Reforma”? Estoy convencido
de que una teoría semejante es insostenible, incluso desde el punto de vista histórico, ya
que simplifica en demasía la evolución de la historia y desprecia otros hechos, entre ellos
la influencia considerable del humanismo después de la Reforma. Desde el siglo xvi el
humanismo ha planteado cuestiones álgidas a la Iglesia romana. Acordémosnos de la
controversia entre Lutero y Erasmo, quien, católico romano, alababa el valor de la
naturaleza y sus aptitudes y defendía el libre arbitrio del hombre. ¡Pensemos con qué
violencia Erasmo se oponía a la doctrina de la total corrupción de la naturaleza humana!
Y no era solamente Erasmo quien defendía el libre arbitrio y la bondad natural del
hombre, convirtiéndose as! en el apóstol del antiguo semipelagianismo, sino el mismo
Papa en persona fue quien atacó a Lutero debido a su doctrina de la gracia y del servo

82
La Teología de la Reforma
arbitrio. La Iglesia romana proclama que Agustín es uno de los Padres de la Iglesia; sin
embargo, le contradice, al menos, en este punto de la doctrina de la gracia soberana que
el doctor de Hipona defendió en sus días tanto como Lutero en el siglo xvi. ¿No
constituye un problema capital para la teología de la Iglesia romana su concepto de la
humanidad, de la bondad del ser humano y de la razón que no ha sufrido las conse-
cuencias del pecado?

Se trata, exactamente, del mismo problema que hallamos de nuevo en el llamado “


siglo de las luces”, cuando se desató la guerra contra lo que se consideraba el
pesimismo de la doctrina del pecado y de la corrupción originales. As! como el
catolicismo romano rechaza a Agustín y a la Reforma, así el neoprotestantismo acusa a
la Reforma de pesimismo. Todavía en nuestros días escuchamos a católicos romanos
que denuncian la “doctrina pesimista del hombre” de la ortodoxia protestante. De ahí
que, a nuestro juicio, la acusación romana según la cual el neoprotestantismo no seria
más que la consecuencia directa de la Reforma es una simplificación excesiva. Se trata
de saber si la Reforma ha sido o no consecuente con ella misma. Tal es el problema que
se nos plantea. Se nos planteó a partir del siglo xvi y conserva todavía hoy toda su
importancia. Yo conozco los antecedentes y los datos de este problema en mi propio
país y vosotros los conocéis en el vuestro; pero, bien sea en Holanda o en Estados
Unidos, no podemos olvidar que la cuestión se plantea igualmente en todas partes. Se
trata del mismo problema sustancialmente.

El protestantismo moderno afirma con énfasis que la ortodoxia no es consecuente con


ella misma y que solamente el neoprotestantismo ha sabido aceptar todas las
consecuencias de la revolución del siglo xvi; nuestros contradictores apuntan
especialmente a la sumisión prestada por la Reforma a una revelación sobrenatural y a
la Sagrada Escritura. Se nos acusa de no haber tenido en cuenta la evolución del con-
cepto moderno del mundo en nuestra manera de considerar los milagros, la providencia
y el determinismo. El neoprotestantismo pretende haber sobrepasado el antiguo
concepto del mundo, este concepto mítico y pasado de moda, lo que le impide tomar la
misma postura que la Reforma. Este conflicto ha surgido en todos los países; es el
problema del modernismo.

En los Países Bajos, algunos teólogos modernistas quisieron reconocer sinceramente


que su modernismo era incompatible con el cristianismo de la Iglesia. Quisieron ser
honestos y ofrecieron su dimisión de los cargos que ocupaban como ministros de la
Iglesia. Si, por ejemplo, somos deterministas -declararon al abdicar de sus funciones-
nos resultará imposible defender por más tiempo el verdadero significado de la oración
en términos cristianos. ¡No adornemos, pues, nuestras ideas con nombres tornados de
los conceptos y de la doctrina de esta venerable madre que es la Iglesia! ¡Hagamos un
juego limpio! Pero la opinión de la mayoría de teólogos y de predicadores modernistas
era muy diferente. Afirmaron que su modernismo, que su neoprotestantismo, no era otra
cosa que el verdadero cristianismo, auténtico y consecuente, el verdadero
protestantismo, es decir: el cristianismo aplicado a las necesidades de la inteligencia
moderna y dando respuesta a las exigencias de la ciencia moderna. En Leyde, por
ejemplo, en el siglo pasado, un profesor holandés enseñaba a sus estudiantes de
teología que (desde el punto de vista de la ciencia moderna) era absolutamente
imposible que Jesús resucitara de los muertos. Y todos los estudiantes aplaudieron y

83
La Teología de la Reforma
prestaron su conformidad a tal afirmación. Esta fue la pasión del siglo xlx: el
protestantismo moderno levantado en contra del de la Reforma, en contra de la Con-
fesión de Fe de la Iglesia reformada, en contra del Símbolo de los apóstoles. Se trató,
pues, de un conflicto en el seno mismo de la Iglesia. Y cuando ciertos pastores
presentaron su dimisión, oyeron cómo muchos de sus colegas les dijeron que no era
necesario en absoluto el abandonar la Iglesia establecida. Según ellos, nada impedía la
predicación de este nuevo protestantismo, este nuevo cristianismo, dentro de la Iglesia
antigua. Así fue la crisis, como la que se plantea todo clérigo comunista al serle pregun-
tado si se considera verdaderamente un ministro de la Iglesia de Jesucristo, y responde:
“Tengo esta convicción..., pero en tanto que comunista.”

Pero he aquí que entre los estudiantes que aplaudían, y admitían, la negación de la
resurrección de Cristo se encontraba Abraham Kuyper, entonces bajo la influencia del
modernismo. Mucho tiempo después hablaba todavía con pesar de estos aplausos y del
deshonor que había infligido a su Señor. ¡Un simple ejemplo entre otros muchos! Mas útil
para revelarnos el fondo de un conflicto trágico que vivimos desde hace más de un siglo
y que hallamos de nuevo, constantemente, en numerosos problemas de las iglesias y de
la teología.

Tomemos, por ejemplo, la cuestión de la síntesis del Credo y el espíritu moderno. De


todas partes viene el afán por recortar el contenido de la fe y de la doctrina cristianas con
objeto de hacer posible esa síntesis. Aparece una oposición cada vez más vigorosa en
contra del contenido del Símbolo de los Apóstoles (y no solamente contra las
Confesiones de Fe de la Reforma), en contra del nacimiento virginal, en contra de la
resurrección, en contra de la expiación por la cruz de Jesucristo. El siglo xix fue un siglo
decisivo en las relaciones entre el antiguo y el nuevo protestantismo. La Iglesia no se
hallaba frente a una franca negación de la fe cristiana; se la acusaba, simplemente, de
conservar una forma anacrónica de cristianismo que no servía sino para ser arrumbada.
Numerosos teólogos resolvieron el problema al aceptar los términos de nuestros símbo-
los y de la doctrina de la Iglesia, pero dándoles otra interpretación. Apareció de esta
manera el inmenso peligro para la Iglesia de que cada cual pudiese interpretar a su
manera la Confesión de Fe.

Esta posibilidad de interpretación, en lugar del rechazo puro y simple de la doctrina, ha


creado una situación extremadamente peligrosa para la Iglesia de nuestro tiempo. Tengo
la firme convicción de que constituye una de las amenazas más serias que se cierne
sobre la Iglesia. Cuando alguien rechaza abiertamente los términos del Credo ya
sabemos, al menos, a qué atenernos. Pero la situación es mucho más peligrosa cuando
los términos del Credo permanecen intangibles, siendo sometidos al mismo tiempo a una
interpretación diferente del sentido original. Recuerdo a un teólogo que consideraba el
artículo: “nacido de la Virgen María” como un mito; no obstante, no deseaba que fuera
quitado del Símbolo de los Apóstoles. Y cuando leemos todavía que Cristo fue “con-
cebido del Espíritu Santo, según la opinión del citado teólogo, ello quiere decir que,
siendo independiente del Espíritu Santo, la originalidad de Cristo estribó en poder decir
“no a la naturaleza y al pecado. Salta a la vista que los términos del Credo quedan así
desvalorizados totalmente por semejante exégesis y que si la Iglesia se aventura en esta
dirección, manteniendo el antiguo lenguaje, hace ofensa al mundo; pues deja de
anunciar la verdad y se convierte más y más en algo ambiguo a hipócrita. Tales licencias

84
La Teología de la Reforma
arrebatan toda claridad a las declaraciones de la Iglesia, justamente en un momento en
que el mundo no aspira a nada más sino a claridad; claridad en una época de tinieblas y
de extrema confusión.

El neoprotestantismo y la autonomía de la razón

Mas la situación se ha ido haciendo cada vez peor. Más y más crítica. El protestantismo
moderno, el neoprotestantismo, ejerció una influencia considerable. El, al menos, sabia
pronunciar estos vocablos mágicos y encantadores: ciencia, evolución, progreso,
personalidad, espíritu moderno, libertad, autonomía, etc. Para muchos, el protestantismo
de la Reforma parecía ¡lógico y muy por debajo de las exigencias de la ciencia y de los
conceptos modernos del mundo. ¡Grave problema! No sólo para los teólogos, sino para
muchos otros, especialmente para los jóvenes. Les daba la sensación de pertenecer a
una familia ortodoxa que no representaba ya mas que un movimiento moribundo, un
protestantismo agonizante. El neoprotestantismo penetró en nuestras comunidades y la
iglesia que se le oponía era, rápidamente, tildada de vetusta y arcaica, defensora de un
conservadurismo disecado y temerosa delante de los resultados infalibles de la ciencia
moderna.

Se acercaba el momento en que muchos tenían que tomar, inevitablemente, una


decisión radical. Pero al considerar esta lucha creciente entre el protestantismo de la
Reforma y este nuevo protestantismo debemos comprender que el problema es tan
grave que resulta imposible hacerle frente mediante un simple conservadurismo muerto,
repitiendo viejas fórmulas, sin una fe viva y sin asumir la tarea que nos incumbe hoy.
Estos peligros no pueden ser superados más que por una fe viva y a la escucha cons-
tante del Espíritu Santo. Cuando el catolicismo romano acusa a la Reforma de haber
rechazado toda autoridad auténtica, nosotros sabemos bien que ello se debe a un
malentendido. No fue en nombre de la razón y de la autonomía humanas que la Reforma
combatió ciertas autoridades; por el contrario, la Reforma aspiraba a una autoridad más
grande que la que conocía desde hacía siglos la Iglesia romana, anhelaba una autoridad
real y efectiva.

Tenemos que conocer las fuentes vivas de la Reforma. Para ser calvinistas o
reformados no es suficiente poseer un sistema majestuoso de doctrina del cual podamos
sentirnos orgullosos; no basta con saber que tenemos un concepto armónico y sistemá-
tico del mundo.

Una originalidad según el mundo no puede ser nuestra originalidad. Tenemos que
saber -y es lo único que puede darnos mordiente- que la originalidad de la fe reformada y
del calvinismo consiste precisamente en su rechazo de toda originalidad en relación con
el Evangelio. Solamente así podremos resolver los problemas que plantea el
neoprotestantismo, ya que solamente entonces nos será posible discernir de qué se
trata.

El protestantismo moderno -el neoprotestantismo- ha afirmado siempre que el valor


del progreso científico venía de que la ciencia moderna no tenía prejuicios, no tenía a

85
La Teología de la Reforma
priori, que era puramente racional, la única concepción válida del mundo. Como lo
declara Russell en su libro Science and Religion: no hay más que un solo método
verdadero: la ciencia. Desde hace algunos siglos Europa occidental no cree ya más en la
posibilidad de una ciencia cristiana y esto explica por qué no hay interés ni se presta
ninguna consideración a la idea de una universidad cristiana. Pero hoy la oposición a una
ciencia cristiana y a una universidad cristiana no parte solamente de los incrédulos, sino
de los mismos creyentes; de quienes se declaran cristianos verdaderos, pero que se
hallan influidos por la secularización de la ciencia y de la filosofía, como si el mundo
pudiese ser explicado sin la revelación de Dios. ¿Cuál es, pues, el resultado de esta
llamada “ ciencia sin a priori”?

Helo aquí: la dominación de toda la esfera científica por un método único, el triunfo de
la razón, y ello a un tal grado que incluso los incrédulos y los ateos comienzan a
rebelarse contra dicha dominación. Es posible, creo, discernir el verdadero a priori que
se esconde detrás del protestantismo moderno: es el principio de la autonomía, de la
supremacía de la razón humana y de su síntesis con los deshechos que sobran de la fe
cristiana. La Teología sistemática de P. Tillich5 es un ejemplo elocuente de lo que
decimos. La imposibilidad de encontrar un denominador común a los dos
protestantismos se hace cada vez más evidente.

Para concretar mi pensamiento hablaré de uno de los aspectos más cruciales del
neoprotestantismo. En Alemania, R. Bulnnann, teólogo de la escuela dialéctica, ha
llevado a cabo una violenta campaña contra lo que él llama los elementos míticos del
Nuevo Testamento, los aspectos míticos de los Evangelios. Trata de demostrar que, en
nuestros tiempos modernos, es indispensable que saquemos del Evangelio todos estos
elementos “míticos”. En este mundo de nuestros días es necesario desmitificar el Nuevo
Testamento, ya que poseemos ahora un concepto más científico del mundo. Si nuestro
lenguaje permanece en la forma de la enseñanza mitológica del Nuevo Testamento,
llegaremos simplemente al punto en que un gran número, al rechazar su forma mítica,
rechazarán también toda la fe cristiana. Bultmann considera su obra teológica como una
obra pastoral, un testimonio de compasión en favor del pueblo que se mueve con otros
conceptos del mundo distintos del que aparece en la Biblia. La antigua concepción re-
formada, fundada sobre la Biblia, se aferra aún a los acontecimientos sobrenaturales
tales como la venida del Hijo de Dios en carne, el nacimiento virginal, la resurrección, la
ascensión, el retorno de Cristo. Pero, según Bultmann, hoy es ya imposible vivir en
semejante perspectiva. Si aceptamos la electricidad y las técnicas de la medicina
moderna, ello implica necesariamente un concepto moderno del mundo en el cual el
mensaje del Nuevo Testamento no puede ser manejado de la misma manera que
antaño. En un nuevo protestantismo, tendremos, pues, que transferir el Evangelio
mitológico a formas nuevas de pensamiento, más modernas. El programa de Bultmann
ha silo vivamente discutido en Alemania y en todas panes. Mas resulta interesante
observar que lo esencial de este nuevo protestantismo sea rigurosamente idéntico a lo
esencial de la antigua postura liberal del siglo xix, bien que Bultmann da la impresión de
que su teología comporta algo nuevo. De hecho nada ha cambiado. Sigue siendo la
servidumbre de la fe cristiana a un método científico que se proclama neutro.

5
Paul Tillich, Teología sistemática. Ediciones Ariel, Barcelona, 1973.

86
La Teología de la Reforma
En esta trágica situación preguntémonos ahora y busquemos el significado exacto del
término Protestantismo. El peligro crucial en el protestantismo moderno estriba en que
este término, si no me equivoco, no reciba más que una acepción negativa. Cada vez
más, ya no sirve sino para la simple protesta contra la confesión de fe de la Iglesia. Mas
cuando el neoprotestantismo apela a la Reforma y pretende ser el protestantismo
auténtico, lo que hace no es sino falsificar la historia y no temo en afirmar que este
protestantismo moderno no podrá jamás oponer la más mínima resistencia válida y
significativa al catolicismo mismo. El protestantismo moderno -el neoprotestantismo-
carece de la más mínima calidad para oponérsele, ya que no es más que antipapismo
evanescente. Quiere ser llamado “protestante” cuando no es más que protesta contra la
autoridad, contra la autoridad de las Santas Escrituras, y desde hace años se ha
entregado a una lucha feroz en contra de la ortodoxia. Sólo tenemos una manera de salir
de este atolladero: que los espíritus disciernan, más y más, el origen y las fuentes
bíblicas de la auténtica Reforma.

Bajo la influencia y los ataques del protestantismo moderno muchas gentes


comienzan a sentirse cansadas, pues se las ha obligado a estar a la defensiva; se les ha
repetido hasta la saciedad que no eran de su época, que estaban completamente pa-
sadas de moda. E1 carácter deletéreo de esta acusación nos permite comprender por
qué hay quien capitula. Mas justamente entonces es cuando olvidan que su tarea en el
mundo en que vivimos no es la de buscar su propio placer. En otras épocas los ataques
contra el Evangelio levantaban la indignación más apasionada. Los gnósticos, por
motivos religiosos, negaron la encarnación; también por motivos religiosos negaron otros
la divinidad de Cristo: los unos y los otros se hacían los campeones del monoteísmo. Se
negó la humanidad de Cristo en nombre del carácter divino de la redención. Se trataba
de motivos religiosos. En cada caso la vigilancia de la Iglesia estaba atenta á los motivos
profundos que inspiraban cada error. La misma Palabra de Dios se hacía el eco de su
indignación: “Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es
también vuestra fe” (1ª Cor. 15:14). Es así porque los apóstoles fueron también
vigilantes y supieron discernir los motivos y las consecuencias de cada extravío. El
apóstol del amor, par ejemplo, el apóstol Juan, ¿qué dice contra todos los motivos
“religiosos” de su tiempo? “Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne,
es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de
Dios; y éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que
ahora ya está en el mundo” (1ª Jn. 4:2-4). ¿No tenemos necesidad también nosotros de
comprender una vez más, como lo comprendió Juan, que existe una maravillosa
posibilidad de armonía entre la ortodoxia y el amor? El modernismo ha acusado siempre
a la ortodoxia de ser conservadora, pasada de moda, intelectualista. Y, a veces, la
misma ortodoxia protestante se ha esforzado en dar una impresión mejor y más
matizada. Pero entonces se colocaba en la defensiva y dejaba de dar un auténtico
testimonio. Lo que nos hace falta hoy es una ortodoxia unida íntimamente al amor, y
también a la indignación, no a una indignación personal, sino a la indignación del amor
que nos enseña el Evangelio.

Ortodoxia y amor

87
La Teología de la Reforma
Por desgracia, es de otra clase de matrimonio que se oye hablar: el de la ortodoxia
con el fariseísmo. ¿Podemos contestar a esta acusación general? Yo preferiría recordar
las palabras de Pablo, pesadas incluso para los teólogos: “Si yo hablase lenguas
humanas y angélicas y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena o címbalo
que retiñe. Y si tuviese profecía y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si
tuviese toda la fe, de ¡al manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy
(1ª Cor. 13:1-2).

Tal es la advertencia del Evangelio. Pero esta advertencia conlleva la promesa de que
sólo el amor es de bendición en el mundo. Cuando contemplamos las consecuencias
lastimosas de los ataques del protestantismo moderno, cuando vemos la pobreza espi-
ritual y todos los falsos problemas de este neoprotestantismo, ¿cómo no vamos a sentir
piedad por él? Leemos, en alguna ocasión, que el protestantismo liberal y el
neoprotestantismo volverán a la ortodoxia. Mas seamos extremadamente circunspectos
sobre este punto; pensemos en el peligro inherente en las palabras, incluso en las
palabras muy ortodoxas pero vaciadas de su contenido verdadero: el mensaje del
Evangelio.

Cuando intentamos analizar el mundo de la teología contemporánea no debemos


subestimar ni la ciencia ni la teología. Ambas influyen una sobre la otra y,
recíprocamente, sobre la Iglesia. Dicha influencia no queda limitada a las aulas de
estudio, sino que penetra la Iglesia y la comunidad de los santos. No podemos afrontar el
protestantismo moderno más que con amor y situados en una posición de escucha
perenne de la Escritura. La respuesta, la única respuesta posible, sin el más mínimo
espíritu de conservadurismo, es la del apóstol Juan: “Retén lo que tienes, para que
ninguno tome lo corona” (Apocalipsis 3:11). Esta corona no es la de nuestros méritos ni
la de nuestras propias obras. Nos hace pensar en estas coronas de que nos habla el
Apocalipsis cuando nos muestra el futuro con los veinticuatro ancianos que se postran
delante del que está sentado en el trono y que adoran al que vive por los siglos de los
siglos y echan sus coronas delante del trono (Apocalipsis 4:10-11). Tal es la única
manera que se nos ofrece de no guardar la corona. Pero no hay la más mínima
contradicción entre esta visión del porvenir y el mandamiento que se nos da de guardar
lo que tenemos.

Dios quiere que nadie pueda arrebatarnos la corona. Esto significa que debemos velar
celosamente sobre los dones de nuestro Señor y sobre nuestra responsabilidad en el
mundo. Guardémonos de dejarnos abatir en este período extraño y peligroso de nuestra
historia, cuando innumerables problemas nos asedian por todas partes. El Señor
bendecirá nuestra tarea. Y esta tarea no consiste en ser protestantes en un sentido
negativo, ya que el mundo actual está sucumbiendo debajo de las protestas en contra de
la Palabra de Dios, contra la autoridad, contra el Evangelio.

El neoprotestantismo es un ensayo de síntesis entre el Evangelio y la autonomía de la


razón, que obliga a sus partidarios a levantarse en contra de la ortodoxia. Mas no
tenemos nada que temer si sabemos obedecer a Jesucristo, ya que entonces sabremos
lo que el mundo necesita: le hace falta un testimonio, una afirmación positiva, una
certeza.

88
La Teología de la Reforma
Para la Iglesia, como para la teología, la Palabra de nuestro Señor es siempre viva:
“En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).

LECCIÓN IV
SOLO CRISTO
El Gran Salvador
"Grande para salvar" (Isaías 63:1).

Sabido es que esto se refiere a nuestro amado Señor Jesucristo, a quien se describe
como "viniendo de Edom, de Bosra, con vestidos bermejos," y el que preguntado quién
es, contesta:

"Yo, el que hablo en justicia, grande para salvar." Con esto, será bien que desde el
principio del discurso notemos una o dos cosas tocante a la persona, incomprensible en
su naturaleza, del hombre y Dios a quien damos el título de Redentor nuestro, a saber,
Jesucristo nuestro Salvador. Este es uno de los misterios de la religión cristiana: nos
enseña que hemos de creer que Cristo es Dios, no obstante que es hombre. Siguiendo
las Escrituras, sostenemos que es Dios mismo, igual al Padre, y coeterno con éste,
poseyendo al igual del Padre todos los atributos divinos en grado infinito. Tomó parte con
el Padre en todos los actos de su omnipotencia; tuvo que ver en el decreto, en la
creación de los ángeles, en la del mundo cuando éste rodó del caos al espacio, y
también en el orden del bello mecanismo natural. Con anterioridad a cualquiera de tales
hechos era el Divino Redentor Hijo Eterno de Dios. No dejó de ser Dios cuando se hizo
hombre. Siendo "varón de dolores, experimentado en flaqueza," era también "Dios sobre
todas las cosas, bendito por los siglos," tan ciertamente como antes de su encarnación.
De ello tenemos pruebas abundantes en las continuas afirmaciones de las Escrituras y
en los milagros que obró. Las resurrecciones de muertos, las caminatas sobre las olas
del mar, los apaciguamientos del viento, y el hendimiento de las rocas, con otros hechos
maravillosos suyos que nos falta tiempo para especificar, todos son pruebas inconcusas
de su divinidad, que ciertamente era Dios al mismo tiempo que condescendió a ser
hombre.

También las Escrituras Indudablemente nos enseñan que es Dios ahora, que
comparte el trono con el Padre, sentado en alto sobre "todo principado, potestad,
potencia y señorío, y todo nombre que se nombra," y que el objeto verdadero, legitimo,
de la veneración y homenaje y culto de los mundos todos. Asimismo nos enseña a creer
que es hombre. Nos dicen que, llegado el día señalado, vino del cielo y se hizo hombre

89
La Teología de la Reforma
sin dejar de ser Dios, apropiándose la naturaleza infantil en el pesebre de Belén; que de
tal estado creció a la estatura de varón, hecho "carne de nuestra carne y hueso de
nuestro hueso," en todo menos en nuestro pecado. Son fuertes pruebas de su
humanidad verdadera sus padecimientos, hambre, muerte y sepultura, exigiéndonos, no
obstante, la religión cristiana que creamos en su verdadera divinidad. Se nos enseña que
fue "niño nacido, hijo dado," siendo al mismo tiempo "Admirable, Consejero, Dios Fuerte,
Padre Eterno." Para tener ideas claras y rectas respecto a Jesús no hay que confundir
una con otra sus dos naturalezas. No hemos de tenerlo por un Dios rebajado hasta la
humanidad deificada, ni por nombre común oficialmente elevado hasta la deidad, sino
por una persona con dos naturalezas distintas, no es Dios convertido en hombre, ni
hombre hecho Dios, sino hombre y Dios a la vez formando unidad. Es por esto que
confiamos en él, en calidad de Interventor, Medianero, Hijo de Dios, Hijo del hombre. He
aquí nuestro salvador, el ser gloriosísimo, pero misterioso, indicado en el texto al decir
que es grande, "grande para salvar."

De su poder no hay necesidad de hablar; sois lectores de las Escrituras, y creéis en


la potencia y majestad del que encarnó Hijo de Dios. Lo creéis Arbitro de la providencia,
Rey de la muerte, Vencedor del Infierno. Señor de los ángeles, Dueño de las
tempestades, y Dios de las batallas; luego prueba de su poder no necesitáis. Parte de su
potencia es asunto para hoy: es "Grande, o poderoso, para salvar." Denos el Santo
Espíritu su auxilio para tratarlo brevemente, sirviéndonos de él para la salvación de
nuestras almas.

Primero, trataremos del significado: de la palabra "salvar." Segundo, de cómo


demostraremos que e/efectivamente es "grande para salvar." Tercero, de las razones por
que es "grande para salvar." Cuarto, dé las inferencias que deben deducirse de la
doctrina de la grandeza de Cristo para salvar.

1. "¿Qué debemos entender por la palabra "salvar?"

Comúnmente los hombres en su mayor parte, leyendo esta palabra, juzgan que
significa salvar del Infierno. En parte tienen razón, pero su idea es muy defectuosa.
Verdad es que el Señor salva a los hombres de la pena merecida de su delito;
efectivamente lleva al cielo los que han merecido la eterna displicencia del Altísimo; si
borra "iniquidades, transgresiones y pecados," y disimula las maldades del residuo de su
pueblo a causa de su sangre y su expiación. No es ésta, empero, toda la significación de
la palabra "salvar." Explicación tan insuficiente ha ocasionado los errores de algunos
teólogos, errores que cual brumas han envuelto sus sistemas teológicos. Han dicho
éstos que salvar es arrebatar almas como tizones de la lumbre, salvarlos de la
destrucción si se arrepienten. La verdad es que significa muchísimo más que librar del
infierno a los penitentes. Expresa el todo de la grande obra de la salvación, desde el
primer deseo santo, la primera convicción espiritual, continuada hasta la santificación
completa. Todo lo hace Dios por medio de Jesucristo. Este es grande, no sólo para
salvar los arrepentidos, sino para darles arrepentimiento; no sólo se compromete a llevar
los que creen al cielo, tiene poder para dar nuevos corazones, y para comunicar la fe; no
sólo puede dar al cielo al que lo quiera, sino que puede hacer amante de la santidad al
que la aborrezca, adorador suyo al menospreciador de su nombre, y prófugo de sus
malos caminos al réprobo declarado.

90
La Teología de la Reforma
Por "salvar" no entiendo lo que algunos. Según la teología de éstos, vino el Señor al
mundo para poner todos en estado salvable, a hacer posible la salvación de todos
mediante sus propios esfuerzos. No en estado salvable, sino en estado de salvación creo
que vino a ponernos; no donde podremos salvarnos ha querido ponernos, sino a llevar a
cabo la obra en nosotros y a nuestro favor, desde el principio hasta el fin. SI yo creyese
que vino el Señor con el solo fin de condición tal que solos pudiésemos salvarnos,
dejarla desde luego de predicar, porque conozco algo de la maldad del corazón,
conociendo algo del mío propio, conociendo el aborrecimiento humano natural hacia la
religión cristiana, ninguna esperanza de éxito abrigaría, pidiendo sólo explicarla y
ofrecerla, aguardando el efecto que dependiese de que quisiesen aceptarla sin ser
renovados y regenerados. Ya no podría gloríarme en la cruz de Cristo creyendo que no
acompaña la palabra del Señor poder que dispone en el día de su poder, apartándonos
del error de nuestros caminos, la fuerza de una atracción irresistible, de una influencia
divina misteriosa. Repito que el Señor es grande, no sólo para ponernos en condición de
ser salvos, sino grande para salvarnos absolutamente. Esto para mí es una de las
pruebas magnificas del carácter divino de la revelación bíblica. Frecuentemente he
dudado y temido, como tantos otros; ¿en dónde se halla el fiel robusto que jamás ha
dudado? Héme preguntado, ¿será verídica esta religión que diariamente predico? ¿Será
cierto que ejerce influencia sobre la voluntad y el entendimiento? He aquí como me
cercioré de ello. He contemplado las centenas, no, millares de que me rodean, en otro
tiempo, viles como ningunos, beodos, juradores, etc., y ahora "vestidos, y en seso,"
caminando en santidad y temor de Dios, y me he dicho: Verídica es; la comprueban sus
efectos maravillosos; es cierta, puesto que es eficaz para los fines que jamás ha logrado
el error. Su influencia está manifiesta aún entre la ínfima clase de los mortales y los
abominables de nuestra raza. Siendo agente del bien de poder irresistible, ¿quién podrá
negarle el carácter de verídica? Para mí la prueba más conveniente de la grandeza de
Cristo no es su oferta de salvación, ni que nos diga que tomemos la salvación si nos
place, sino que rechazándola nosotros, aborreciéndola, menospreciándola, tiene poder
que nos hace cambiar de propósito, pensar muy de otra manera, y abandonar nuestros
caminos tan errados. Juzgo ser ésta la significación del texto "grande para salvar."

Aun no es ésta, empero, toda su significación. No sólo es grande nuestro Señor para
hacer que nos arrepintamos, para vivificar los muertos en pecado, para apartarlos de su
insensatez e Iniquidad; sino que ha sido ensalzado con otro fin más allá: es grande para
cuidar su cristianismo después de habérselo dado, grande para mantenerlos en su temor
y amor en tanto que acabe de perfeccionar la existencia espiritual de aquellos en el cielo.
La grandeza del Señor no consiste en hacer a uno creyente, dejando luego a éste
manejarse como pueda; empieza la buena obra, y la lleva adelante; el mismo que
comunica el primer germen de vida que da vida al alma muerta, después da y sigue
dando lo divino que prolonga la existencia, hasta ejercer en nosotros aquel gran poder
que rompe toda liga de pecado, y finalmente hace tomar puerto en la gloria al alma ya
Idónea para ello. Creemos, sostenemos y enseñamos, basados en la Biblia, que cuantos
han recibido del Señor el arrepentimiento Infaliblemente perseverarán en el camino; que
el Señor jamás da principio a una buena obra sin llevarla a cabo; que nunca ha vivificado
realmente para lo espiritual sin concluir la obra dando al sujeto lugar en medio de los
coros de santificados. No somos de parecer que la grandeza del Señor estriba en
conducirme al estado de gracia; encomendándome luego a mí propio cuidado, sino en
ponerme en tal estado de gracia, y darme tal vida interna, ejercer tal poder en mí; que

91
La Teología de la Reforma
tan imposible me seria volver atrás como al sol detenerse en su carrera, o dejar de
resplandecer. Para nosotros, amados, esto significa "grande para salvar." Esta doctrina
comúnmente se titula calvinista; no es sino cristiana, doctrina de la Santa Biblia;
calvinista no podría llamarse en días de Agustín, porque en las obras de éste hallamos
esta doctrina; agustinianismo no puede llamarse tampoco; porque se halla en los escritos
de Pablo apóstol, no pudiendo llamarse paulinismo tampoco, por ser sencillamente
desarrollo, plenitud del evangelio de nuestro Señor Jesucristo.

Repetimos, sostenemos y con firmeza enseñamos, no sólo que Jesucristo tiene


poder para salvar al que consiente en ser salvo, sino hacerlo consentir, hacer que el
ebrio renuncie el vicio, y vaya a buscar el bien, hacer que el escarnecedor se postre, y
ablandar su corazón con su amor.

II. ¿Cómo se prueba que Cristo es grande para salvar?

Presentaré primero el argumento más fuerte; con uno hay. Este es, que lo ha hecho
ya. A fin de poner en claro que efectivamente lo hace, me referiré a los casos más
marcados. Se dirá que es fácil comprender que, predicado el evangelio a las almas
virtuosas, criadas en el temor de Dios, éstas lo reciban. Por lo mismo, no me referiré a
ellas. Ahí tenéis al australiano; acaba de despachar su almuerzo diabólico de carne
humana; es caníbal o antropófago; de su cinturón están colgadas las cabelleras de las
víctimas de su coraje, matanza de que él se gloria. Si desembarcareis, en su costa, os
comerá irremisiblemente, a no poner cuidado en evitarlo. Es un pobre ser bajo,
ignorante, degradado, que muy poco aventaja a las fieras. ¿Tendrá el evangelio de
Cristo poder para amansarlo, para quitar de su cinto las cabelleras, de su pensamiento
los hábitos de sangre, de su corazón los ídolos horribles que adora, y para volverlo
civilizado y cristiano? Citáis el poder de la educación en pro del hombre, natural pero no
espiritualmente; pero ¿en pro de aquel salvaje qué hará?, Id a hacer la prueba; enviadle
el mejor maestro de escuela; se lo come antes del anochecer, y ¡Viva la filantropía! Pero,
¿el misionero y el evangelio? Veces innumerables ha sido la vanguardia de la
civilización, y en la providencia divina ha escapado de la muerte más cruel. Va y habla
con el salvaje con miradas y obras de amor. Estos son hechos bien conocidos; no son
sueños. Suelta el salvaje su hacha de guerra; dice que aquello es maravilloso, que
escuchará más, las lágrimas corren por sus mejillas; encendiéndosele en el alma un
amor humanitario que jamás habla conocido. Cree en el Señor Jesucristo; pronto se le ve
"con ropa y en seso," hombre en fin, tal como quisiéramos que todos lo fuesen. Esto
prueba que no viene el evangelio a la inteligencia preparada para admitirlo, sino que el
mismo prepara la inteligencia; que no se contenta el Señor con depositar la semilla en el
terreno que de antemano se le ha preparado, sino que mete el arado, si, y desterrona, y
lo hace todo. Tiene poder para hacerlo. Preguntádselo a nuestros misioneros que
trabajan en Africa, entre los peores bárbaros del mundo; preguntadles si tiene poder para
salvar el evangelio, y os señalarán el jacal del hotentote y la casa del kuramán y
preguntará a su vez:

-¿De dónde ha provenido la diferencia entre ésta y aquél, sino de la palabra del
evangelio? SI, amados hermanos; sobran las pruebas en los países paganos; ¿a qué
añadir más que esto? ¿No sobran pruebas también de ello en nuestro país? Se predica
un evangelio bueno para instruir en la moral, pero Inútil para salvar, útil para impedir tal

92
La Teología de la Reforma
vez que se embriaguen los que no tienen el vicio, pero Inútil para quitarles el vicio
cuando lo tienen; útil para dar una especie de vida y salvación al alma, porque desahucía
aquellos cuya salvación es el objeto más marcado del evangelio verdadero de Cristo. Yo
podría citar casos en que ha habido pecado el más enorme, que nos horrorizaríamos de
oír. Podría contar de algunos que vinieron a la casa de Dios muy resueltos a no escuchar
al predicador excepto para burlarse de lo que dijera. Se detuvieron momentáneamente;
les llamó la atención alguna palabra, se dijeron ¿será verdad eso? Penetró en el alma
alguna palabra expresiva, innegable. Sin saber cómo se fue, se hallaron como
encantados, bajo la influencia de algún hechizo, por decirlo así; escucharon aún, rodaron
las lágrimas involuntarias, se retiraron sintiendo algo extraño, misterioso, hasta sus
recámaras; cayeron de rodillas, pasó por sus mentes su propia historia que confesaron
delante de Dios; éste les dio la paz mediante la sangre del Cordero, y volvieron a la casa
de Dios para decir muchos de ellos:

-Venid a escuchar lo que el Señor ha hecho en favor de mi alma, y saber del caro
Salvador que me he hallado.

¡Ejemplos del poder divino transformador del corazón y dador de paz al corazón ya
trasformado! Amados oyentes, frecuentemente me digo:

-¡He aquí la prueba más convincente del poder del Salvador! Predíquese otra
doctrina; ¿surtirá el mismo efecto? Si lo surte, junte cualquiera oyentes, y convierta
gentes con su predicación.

Efectivamente; ¿no será reo de la sangre de las almas el que no predique doctrina
que surta tal efecto? El que cree que su evangelio salva, y predica todo el año sin ver un
solo arrepentido en calidad de fruto de su predicación contra el vicio, ¿cómo lo explica?
La razón es que proclama un pobre cristianismo bien diluido y sin fuerza, y no el de la
Biblia, amplio, firme y eficaz, el evangelio del Señor, poderoso para salvar. Si cree aquel
que suyo es, predíquelo luchando enérgicamente por salvar las almas del pecado tan
funesto. Positivamente está probado que el Señor es "grande para salvar" los peores,
arrebatándolos de la Insensatez que tiempo ha los esclaviza, y duda no sabe que el
mismo evangelio produciría los mismos resultados dondequiera.

Para mis caros oyentes la prueba de su grandeza para salvar fuera que a ellos los
salvase.

-Tú, ¿qué dices? Como libre pensador, tu religión no me merece sino desprecio y
aborrecimiento.

-Y ¿si la grandeza de esta religión algún día te obligase a creer? ¿Qué dirías
entonces? ¡Ah! yo sé que seria Intenso tu amor y perdurable, porque te dirías.

-El más rebelde fui yo, y sin saber cómo, lo he llegado a amar.

Hombre semejante, creyendo porque no tuvo remedio, seré predicador de los más
elocuentes. Allí está otro que dice:

93
La Teología de la Reforma
-Yo no respeto el día llamado de descanso. Me es antipático todo lo que huele a
religión. Pues, no te puedo probar la religión si ésta no se apodera de ti para renovarte,
obligándote a confesar que es realidad. "Lo que sabemos hablamos, y lo que hemos
visto testificaremos" (Juan 3:11). Hablando de la mudanza que efectuó en nosotros
mismos, presentamos hechos efectivos, no ensueños ni fantasías, y lo decimos sin
vacilar; si; lo afirmamos de nuevo: "es Grande para Salvar."

III. Ahora, empero, se pregunta, LA RAZON DE SER CRISTO "GRANDE


PARA SALVAR." A esto se responde de varías maneras.

Primero, dando a la palabra "salvar" su acepción popular, la cual, aunque correcta, no


lo dice todo, esto es, sí entendemos por salvación el pecado perdonado y el infierno
evitado, Cristo es grande para salvar a causa de la eficacia infinita de su sangre
expiatoria. Pecador ennegrecido, Cristo tiene poder hoy mismo de emblanquecerte más
que la nieve. ¿Preguntas cómo? Te lo voy a decir. Puede perdonar por que ha sido
castigado por culpa tuya. Si te reconoces pecador, si otra esperanza o abrigo que Cristo
no tienes delante de Dios, sabe que Cristo tiene poder para perdonar, porque una vez
fue castigado a causa del pecado que cometiste, razón por la cual puede dar remisión de
él gratuita. La manera más sencilla de poner en claro la fe que tengo en la expiación de
Cristo es referir cierta historia. Una vez se me presentó un pobre Irlandés. Dijo que me
quería hacer una pregunta. Yo le pregunté por qué no se la hacia al padre. Dijo que se la
habla hecho, pero que no le había contestado muy satisfactoriamente, y que si yo
resolvía su dificultad quedaría agradecido porque no estaba en paz. Que me habla oído
a mi y a otros decir que Dios puede perdonar el pecado, pero que él no comprendía
cómo Dios puede perdonar pecados tan grandes como los suyos, que reconocía que si
Dios le perdonaba sin castigarlo como debía no obraría al parecer con justicia. Perdonar
y ser justo, no lo entendía. Le dije que esto era mediante la sangre y los méritos de
Jesucristo. Dijo que no entendía aquello, que así poco más o menos le había dicho el
sacerdote, pero que no le había explicado cómo la sangre de Cristo hacia justo a Dios, y
quería que yo se lo explicase.

Entonces le dije:

-La expiación, suma, sustancia, raíz, médula y esencia del evangelio es así: Suponga
que ha matado usted. Por asesino le condenan a muerte. ¿La merecía? Pues bien, se
desea salvar su vida, pero la equidad se opone a que quede sin satisfacción la justicia
que exige vida por vida. Dificultad muy grande, ¿verdad? Ahora suponga que yo fuese al
Ejecutivo diciendo que la sentencia de usted era justa, que no me oponía a ella, pero que
amaba tanto a usted que voluntariamente me dejaba ahorcar en su lugar. Suponga
también que lo admite. ¿Habrá justicia en soltar a usted, muerto yo en su lugar?

Dijo que le parecía que si. No habían de morir dos por la culpa de uno solo. Que
seguramente podría retirarse sin que se le dijera una palabra. Le dije que así es como
salva Jesucristo. Pidió sufrir en lugar de los pecadores por el amor que les tiene. Murió
pues en el madero, padeciendo lo que sus escogidos debían padecer, razón por la cual
éstos no pueden ser castigados, con tal que tengan fe en él, y así prueben que son
escogidos suyos. Me dijo:

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La Teología de la Reforma
-Lo comprendo; pero si Cristo murió por todos, ¿cómo es que algunos otros también
son castigados? Eso no es justo. Le contesté:

-No fue eso lo que dije. Murió por todos los que creen en él, esto es, por todos los
arrepentidos, tan cierta y absolutamente que ninguno de éstos será castigado así. Dijo
aquél, aplaudiendo con las manos:

-Por cierto esto es el evangelio, o yo nada entiendo del asunto. Nadie puede haber
Inventado tal cosa. ¡ Cuán maravilloso! Ya soy salvo; con todos mis pecados confiaré en
el hombre que murió por mi, y seré salvo.

Hermanos, Cristo es grande para salvar porque Dios no apartó la espada del corazón
de su propio Hijo; ni soltó la deuda, porque ésta se pagó con sangre sin precio; el gran
recibo clavóse en la cruz con nuestros pecados, y libres somos si tenemos fe. En el
sentido exacto de la expresión, por esto es "grande para salvar."

IV. El Cuarto punto fue: ¿Que debemos inferir sabiendo que Jesucristo es grande
para salvar?

Primero, hay una gran verdad que deberían tener presente los ministros, a saber, que
han de predicar esforzándose a tener fe, dejando la vacilación. Se postran luego
confesando su debilidad, lamentando, llorando y gimiendo por la dureza de corazón de
los que les oyen predicar, sus corazones de piedra, sin inquietud a causa de sus
pecados, sin querer amar al Salvador. Paréceme ver a su lado a un ángel que les dice:

-Tú eres débil, pero él fuerte. Nada puedes hacer tú, pero él es grande para salvar.

Tenlo presente. La eficacia no es del instrumento. Es de Dios. La pluma del autor no


será la alabada por la erudición o talento que haya en el volumen, sino el cerebro que
impulsó la mano que movió la pluma. En la salvación también, no es el predicador el que
idea la salvación, sino que el Señor la idea, y se sirve del ministro u otro para exponerla.
Pobre predicador desconsolado, sí poco fruto has visto de tu ministerio, prosigue con fe,
que, como lo sabes, fue escrito: "Mi palabra no volverá a mi vacía, mas hará lo que
quiero, y será prosperada en aquello para que la envía." (Isaías 55:11.) Prosigue: ten
valor; el Señor te auxiliará al amanecer. (Sal. 46:5.)

También hay aquí estimulo para los que oran rogando a Dios por sus deudos. Madre
que años ha gimes por tu hijo, creció éste, desamparó el techo paterno, y tus oraciones
han quedado sin respuesta. Así lo crees. Te ocasiona pesares con su alegría no santa, y
temes llevar tus canas con dolor al sepulcro por su causa. Ayer dijiste: "Es por demás
orar; ¿para qué lo hago?" Detente, madre; no lo vuelvas a decir. Empieza de nuevo. Por
él has orado. Sobre su cuna encorvada lloraste. Le diste instrucción cuando tuvo edad
para recibirla, y le has amonestado frecuentemente después; pero de nada ha servido.
No ceses de orar, empero, acuérdate que Cristo es grande para salvar. Espera su hora,
quizá, y a ti te hace esperar a fin de que reconozcas más claramente su gracia cuando te
otorgare el bien. Prosigue, ahora aún. De madres he tenido noticia que oraron por sus
hijos veinte años, muriendo algunas sin ver su conversión, y su muerte fue el medio de
salvarlos, induciéndolos a reflexionar. Cierto padre de familia había sido piadoso muchos

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La Teología de la Reforma
años, sin tener la dicha de ver convertido a uno solo de sus hijos. Moribundo ya, llamó a
sus hijos, y les dijo:

-Hijos míos, moriría tranquilo si pudiese creer que vosotros me seguiréis al cielo; pero
esto es lo que más me apesadumbra, no el morir, sino esta separación eterna. -Lo
contemplaron sin llorar, sin ocuparse de sus hechos. El se vio envuelto de repente de
gran tormenta y angustia mental; en vez de morir pacifico y tranquilo, murió atribulado,
pero confiando sólo en Cristo, diciendo:

-Ojalá hubiera muerto feliz, porque esto habría sido testimonio para mis hijos; pero,
Señor, estas tinieblas nublan tanto mí mente, que me privan de atestiguar la verdad de tu
religión.

Al otro día de sepultarlo, dijo uno de ellos a otro:

-Hermano, me ocurre que nuestro padre siempre fue piadoso, y si murió tan triste,
¿cómo moriremos nosotros, sin Dios, sin Cristo?

-Ay, si; también me ocurrió eso, dijo éste. Se encaminaron a la casa de Dios, oyeron
la palabra, volvieron a su casa, supieron con sorpresa, después de orar, que la demás
familia habla hecho lo mismo, y que, muerto su padre, le habla otorgado el Señor lo que
no otorgó estando aquel vivo, valiéndose de la misma muerte, y muerte que uno creería
la menos propia para producir tal efecto. Sigue, pues, orando, hermano mío, hermana
mía; el Señor hará que vengan el hijo y la hija a amarle y temerle, y os gozaréis con ellos
en el cielo, aunque en la tierra no os fuese concedido.

Finalmente, amados oyentes, muchos hasta hoy no habéis amado al Señor, pero
deseáis amarle. Preguntáis sí os podrá salvar, tan pecadores; si vuestro canto se oirá
algún día con el de los santos en las alturas; si borrará vuestros pecados la sangre
divina. SI, pecadores, es "grande para salvar." Consolaos. ¿Te miras como el peor de los
hombres? ¿Te hiere la conciencia como con mazo de herrero, diciéndote que todo está
perdido, que te condenarás, que tus clamores no serán oídos, que acabó la esperanza?
No lo creas; es grande para salvar; si tú no puedes orar, él te ayudará; si no puedes
arrepentirte, él te dará arrepentimiento; si te es difícil creer, él puede ayudarte a hacerlo,
porque ensalzado ha sido para dar arrepentimiento como también remisión de pecados.
Pobre pecador, con fía en Jesús; abrázate de él. Clama, y el Señor te ayude a hacerlo
ahora. Hoy mismo te auxilie para que confíes tu alma al que la compró, y sea este el día
supremo de toda tu vida. "Volveos, volveos, ¿por qué queréis morir, oh casa de Israel?"
Convertíos a Jesús, almas fatigadas; acudid a su llamada. "El Espíritu y la esposa dicen,
Ven; también el que oye diga, Ven; también el que tenga sed venga, y el que quiera tome
del agua de vida, de balde." Se os anuncia, y se os franquea; la tenéis todos los que
estáis dispuestos a admitirla.

La gracia del Señor os haga anuentes a tomarla, salvando vuestras almas por
Jesucristo nuestro Señor y Salvador. Amén.

***
96
La Teología de la Reforma

LA LA CRUZ DE CRISTO

DE (LA VINDICACION DE) LA CAUSA DE DIOS)

Iglesia Bautista de la GraciaAR


INDEPENDIENTE Y PARTICULAR
Calle Alamos No.351
Colonia Ampliación Vicente Villada
CD. Netzahualcóyotl, Estado de México
CP 57710
Telefono: (5) 793-0216
1 Cor. 1:23 Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado...

D. M Lloyd Jones
Traducción realizada por Omar Ibáñez Negrete y Thomas R. Montgomery.
Este sermón fue tomado del tomo #3 de la famosa serie de D. M
Lloyd Jones sobre Romanos,– publicado por El Estandarte de la Verdad.
© Copyright, Derechos Reservados para la traducción al español.
IMPRESO EN MEXICO 2000.

LA CRUZ DE CRISTO
(LA VINDICACION DE LA CAUSA DE DIOS)
“Al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre, para
manifestación de
su justicia, atento a haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados
pasados, con la
mira de manifestar su justicia en este tiempo: para que él sea el justo, y el
que justifica al
que es de la fe de Jesús.” Romanos 3:25-26
Con el fin de dirigir su atención a las grandes palabras que se encuentran en
el capítulo
3, versículo 25 y 26, de la epístola de Pablo a los Romanos, quiero recordarle
nuevamente
que en muchos sentidos, no hay versículos más importante en todo el alcance
y esfera
de las Escrituras, que estos dos versículos. En ellos tenemos la afirmación
clásica de la
gran doctrina central de la Expiación. Este es el porqué los consideraremos
muy cuidadosa
y detalladamente. Algunos han descrito esto como “El acrópolis de la fe
cristiana”.
Podemos estar seguros de que no hay nada que la mente humana pudiera
jamás considerar,
que sea en alguna manera tan importante como estos dos versículos. La
historia de la
iglesia muestra muy claramente, que estos versículos han sido el medio que
Dios El Espíritu

97
La Teología de la Reforma
Santo ha usado para traer muchas almas de las tinieblas a la luz, y para dar a
muchos
pobres pecadores, el primer conocimiento salvador y su primera certidumbre
de salvación.
Déjeme darle un bien conocido y notable ejemplo e ilustración fuera de la
historia. Me
estoy refiriendo al poeta William Cowper. El nos dice que se encontraba en su
cuarto, en
gran agonía de su alma, y bajo una profunda y terrible convicción. El no podía
encontrar
la paz, y estuvo caminando de un lado a otro, casi al punto de la
desesperación, sintiéndose
completamente sin esperanza, no sabiendo qué hacer consigo mismo.
Repentinamente,
en completa desesperación, se sentó en una silla frente a la ventana del
cuarto. Había una
Biblia allí, así que él la tomó y la abrió, y así vino a este pasaje y esto es lo que
él nos dice:
“El pasaje que encontraron mis ojos fue el versículo 25 del tercer capítulo de
Romanos. Al
leerlo, de inmediato recibí poder para creer. Los rayos del Sol de Justicia
cayeron sobre mí
en toda su plenitud. Yo vi la completa suficiencia de la expiación, en la cual
Cristo ha
forjado para mi, perdón y entera justificación. En un instante yo creí y recibí la
paz del
evangelio. Si el brazo del Dios Todopoderoso no me hubiera sustentado, yo
creo que habría
sido aplastado de gratitud y gozo. Mis ojos estaban llenos de lágrimas; este
arrobamiento
ahogó mis palabras. Yo solamente podía mirar hacia el cielo en silencioso
temor, sobrecogido
con amor y asombro”. Esto fue lo que este versículo 25 del capítulo tres de la
epístola
a los Romanos, hizo por el famoso poeta William Cowper y ha hecho la misma
cosa por
muchos otros.
Déjeme recordarle otra vez lo que el pasaje dice. Es la continuación de lo que
el apóstol
ha estado diciendo en el versículo 24. Es la gran buena nueva de que ahora es
posible para
nosotros, ser “justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que
es en Cristo
Jesús”. En otras palabras, ahora hay un camino de salvación aparte de la ley,
el cual no
depende de nuestra observancia a la misma. Este es el camino gratuito que es
en Cristo.

98
La Teología de la Reforma
Dios nos ha rescatado en Cristo, y estos versículos 25 y 26 explican cómo este
rescate ha
tenido lugar. Pero, ¿Porqué tuvo que pasar algo como esto? ¿Cómo ocurrió
algo así?
En este capítulo, el apóstol ya ha considerado dos de las grandes palabras que
expli-
can esto. Ellas son las palabras “propiciación” y “sangre”. Ya nos ha dicho que
la redención
adquirida en esta manera, viene a nosotros a través de la instrumentalidad de
la fe.
Pero el apóstol no se detiene en esto, él dice algo más. Veamos nuevamente
la afirmación:
“Al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre, para
manifestación
de su justicia, atento a haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados
pasados, con la
mira de manifestar su justicia en este tiempo: para que él sea el justo, y el
que justifica al
que es de la fe de Jesús” (Rom.3:25-26). ¿Porqué el apóstol continuó hasta
decir todo esto?
¿Porqué no lo dejó en su primera afirmación? ¿Cuál es el significado de esta
afirmación
adicional?
Para descubrir la respuesta debemos considerar una vez más estos términos.
El primero
es el término “ha propuesto”. Esto significa ‘manifestar’, ‘hacer claro’. Aquí
está,
obviamente, algo que es de vital interés para nosotros, nos lo dice de una vez;
que la
muerte del Señor Jesucristo en el calvario no fue un accidente, sino que fue la
obra de
Dios. Fue Dios quien “propuso a Cristo” allí. Cuán a menudo la gloria completa
de la cruz
es perdida cuando los hombres la sentimentalizan de alguna manera y dicen:
“Oh, El fue
tan bueno con el mundo, El era tan puro. Sus enseñanzas fueron tan
maravillosas; y los
crueles hombres le crucificaron”. El resultado de esto es que las personas
comienzan a
sentir lástima por El, olvidándose de que El mismo se volvió a las hijas de
Jerusalén,
quienes comenzaban a sentir lástima por El para decirles: “...no me lloréis a
mí, mas
llorad por vosotras mismas” (Luc.23:28). Si nuestra opinión de la cruz de
Cristo es tal que
nos hace sentir lástima por El, esto significa que nunca la hemos visto
verdaderamente.

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La Teología de la Reforma
Es Dios quien le “ha propuesto”. No fue un accidente, sino algo deliberado. De
hecho, el
apóstol Pedro predicando en el día de Pentecostés, dijo que todo había pasado
por el “determinado
consejo y providencia de Dios” (Hech.2:23). Dios le “ha propuesto”.
Este término también enfatiza el carácter público de la acción. Es un gran acto
público
de Dios. Dios ha hecho aquí algo en público, en la escena de la historia del
mundo, con
la finalidad de que esto pudiera ser visto, que pudiera mirarse y ser recordado
de una vez
y para siempre. Esta fue la acción más pública que jamás hubiera tenido
lugar. De este
modo Dios ha propuesto a Jesucristo públicamente, como una propiciación por
la fe en su
sangre.
Esto nos conduce a una pregunta vital: ¿Porqué hizo Dios esto? ¿Porqué
ocurrió? ¿Qué
fue (si se me permite preguntar con reverencia) lo que condujo a Dios a hacer
esto? ¿Acaso
tuvo algún propósito en hacerlo? La mejor respuesta puede encontrarse
viendo los términos
uno por uno. Luego los consideraremos como un todo y veremos
exactamente, porqué
el apóstol sintió que era vital y esencial agregar esto a lo que ya había dicho.
En primer lugar aparece el término “manifestar”, “para manifestación de su
justicia”.
Esto significa: ‘mostrar’, ‘enseñar’, ‘dar una muestra evidente’, ‘probar’,
‘demostrar’. Dios
ha hecho esto, dice Pablo, con el fin de que Cristo de este modo pudiera
rescatarnos, a
través de dar una ofrenda propiciatoria. Sí, pero en adición a esto, Dios está
“manifestando”
algo aquí, está mostrando algo, está enseñando y dando una muestra
evidente de algo.
¿De qué? “De su justicia”. Debemos tener cuidado con esta expresión, porque
este término
está usado también en el versículo 21.
Es un tanto desafortunado que el mismo término sea usado para referirse a
dos ideas
ligeramente diferentes. En el versículo 21 esta palabra significa simplemente,
“un camino
de justicia”. “Mas ahora, (dice) se ha manifestado la justicia de Dios sin la ley”
(Rom.3:21).
En otras palabras, lo que esto significa es, que se ha manifestado el camino de
Dios para
hacer justos a los hombres, el camino de Dios para dar a los hombres justicia.

100
La Teología de la Reforma
Pero en el versículo 25 no significa esto. En este versículo dice que Dios ha
hecho algo
a través de lo cual, El manifiesta su justicia; no la justicia que El nos da a
nosotros, sino
más bien la justicia como uno de sus atributos gloriosos. Esta significa la
equidad de
Dios, significa la rectitud judicial de Dios, significa la esencia moral, santa,
justa y recta
del carácter de Dios. El dice nuevamente en el siguiente versículo (vers.26):
“... para que él
sea el justo, y el que justifica al que es de la fe (al que cree) de Jesús”. Es
decir, en la cruz
Dios está declarando su propia rectitud, su propio carácter justo, su propia
esencial e
inherente rectitud y justicia.
La siguiente frase es “atento a haber pasado por alto”. Dios está declarando
su justicia
“con respecto a”, “a cuenta de” la remisión de los pecados pasados. (Nota del
Traductor:
En la Versión en inglés aparecen en el vers. 25 las palabras “for” y
“remission” ‘To declare
his righteousness for the remission of sins that are past’, que se traduciría
como: ‘para
manifestar su justicia por la remisión de los pecados pasados’. Este es el
motivo por el cual
el autor hace los comentarios respecto a tales palabras, y éstas no coinciden
con las versiones
en español; las cuales traducen “atento a haber pasado por alto, en su
paciencia, los
pecados pasados”.)
Vea la palabra “remisión” en su Versión Autorizada y encontrará que esta
palabra es
usada varias veces; pero si usted se toma la molestia de buscar la palabra
usada en el
griego, usted hará un muy interesante descubrimiento acerca de la palabra
que el apóstol
usó aquí (la cual es traducida como “remisión” en la versión en inglés),
descubrirá que este
es el único lugar donde fue usada en todo el Nuevo Testamento. El apóstol
Pablo no la usó
en ningún otro lugar y nadie más la usó del todo. Hay otra palabra que es
traducida
también como “remisión”, y en sus varias formas, usted puede encontrarla 17
veces en el
Nuevo Testamento; pero esta palabra la cual tenemos aquí en el vers. 25, es
usada solamente

101
La Teología de la Reforma
una vez y en realidad no significa “remisión”, sino que significa
“pretermisión”.
Esta es una palabra importante y debemos examinarla. ¿Qué significa
“pretermisión”?
¿Qué significa “pretermitir pecados” en distinción de “remitir pecados”? Esta
es
una palabra que fue usada en la Ley Romana. Cuando uno la encuentra en la
Ley Romana,
generalmente es usada en este sentido: Se refiere a una persona que ha
hecho un
testamento y ha dejado a alguien fuera de su testamento. Imagine a un
hombre haciendo
un testamento y dejando algo a varios de sus amigos. Pero hay un amigo al
cual no le dejó
nada, esto es “pretermisión”. El dejó a su amigo fuera de su testamento; no lo
consideró.
Esto significa, si usted quiere, “pasar por alto”. Aquel hombre dio algo a todos
sus parientes
y amigos, pero pasó por alto a uno, esto es pretermitir. Esta es la palabra que
es usada
aquí en el vers.25, “pasar por alto”, “excusar”, “no hacer caso de”, “permitir
que pase sin
notarlo”, “ignorar intencionalmente”. Estos son los significados que fueron
dados a esta
importante palabra la cual el apóstol deliberadamente escogió en este
versículo.
(Nota del Traductor: El diccionario Larousse por Ramón García-Pelayo y Gross
define
la palabra ‘pretermisión’ como: Omitir, pasar en silencio alguna cosa.)
Ahora, cuando el apóstol hace una cosa como ésta, él debe haber tenido una
buena
razón para hacerlo, no hizo tal clase de cosa accidentalmente. ¿Porqué no usó
la palabra
que había usado en otra partes? ¿Porqué esta palabra aquí y solo aquí? Y
¿Porqué esta
palabra particular que significa “pasar por alto”? Claro, debido a que
obviamente el significado
expresa la idea “pasar por alto”. Así que, en lugar de traducir “por la remisión
de los
pecados pasados”, deberíamos leer: “atento a haber pasado por alto, en su
paciencia, los
pecados pasados”, “por no haber hecho caso intencionalmente, en su
paciencia, de los
pecados pasados”. Podemos decirlo de otra manera. La diferencia entre
“remisión” y “pre-
termisión” es la diferencia entre “perdonar” y “no castigar”. Usted puede
decir que esto es

102
La Teología de la Reforma
una exageración, que esta es una distinción sin diferencia. Pero esto no es así.
Por supuesto,
al final viene a ser la misma cosa. Si yo no castigo a un hombre, en un sentido
lo he
perdonado y sin embargo, todavía no he hecho eso completamente. Si yo
perdono, ciertamente
no he castigado; pero perdonar significa más que no castigar. Entonces, este
término
“pretermisión”, “pasar por alto”, queda corto con la palabra “remisión”; y este
es el
porqué es una pena que la Versión Autorizada tenga “remisión” aquí,
debiendo ser “pasar
por alto” o “no hacer caso intencionalmente”.
La siguiente frase que veremos es “los pecados pasados”. “Atento a haber
pasado por
alto los pecados pasados”. Otra vez la Versión Autorizada no es tan buena
como debería.
Tomando la Versión autorizada usted podría llegar a la conclusión que el
apóstol está
diciendo, que Dios pasa por alto los pecados “pasados”, los pecados pasados
de cualquiera;
por ejemplo: mis pecados pasados, sus pecados pasados, “los pecados
pasados” en general.
Pero esto no es lo que el apóstol estaba diciendo, esto no es lo que él quería
decir. Una
mejor traducción aquí podría ser: “pecados que fueron cometidos
antiguamente”. El se
está refiriendo a un tiempo muy definido. Este es el tiempo que él contrasta
en el siguiente
versículo, con “en este tiempo” (vers. 26). Hubo aquel tiempo, luego este
tiempo. El dice:
‘Dios ha propuesto a Cristo, en propiciación por la fe en su sangre, para
manifestación de
su justicia, atento a haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados que
fueron cometidos
antiguamente, con la mira de manifestar su justicia en este tiempo...’
¿Qué es lo que él está viendo atrás? El está viendo atrás hacia la Antigua
Dispensación.
El está diciendo que Dios pasó por alto pecados bajo la antigua dispensación,
bajo el pacto
antiguo, en los tiempos del Antiguo Testamento. Su punto es que Dios ha
hecho esto, y
ahora ha propuesto a Cristo para hacer algo, acerca de lo que El hizo en aquel
entonces.
Esto nos trae a la última palabra que tenemos que considerar, la cual es la
palabra

103
La Teología de la Reforma
“paciencia” o “indulgencia”. ¿Qué es la paciencia o indulgencia? Paciencia
significa
‘autorefrenamiento’ (autocontrol), significa ‘discrepancia permitida’,
‘tolerancia’. ¿Qué es
lo que exactamente está diciendo aquí el apóstol? Dice: “A quien Dios ha
propuesto, en
propiciación por la fe en su sangre, para manifestación de su justicia, atento a
haber
pasado por alto, en su autorefrenamiento o paciencia, los pecados que fueron
cometidos
antiguamente...”
¿Qué quiere decir esto? Lo que Pablo está diciéndonos es que este acto
público que Dios
decretó y consumó en el calvario, tiene relación también con las acciones de
Dios bajo la
dispensación del Antiguo Testamento, cuando Dios intencionalmente no hizo
caso, cuando
Dios pasó por alto, por su autorefrenamiento y paciencia, los pecados de su
pueblo de
aquel tiempo.
Pero ¿Qué es lo que todo esto significa? Podemos responder en una manera
muy interesante
a esta pregunta, viendo la misma clase de afirmación en otros dos lugares en
el
Nuevo Testamento.
¿Recuerda usted cómo habló el apóstol Pablo a la congregación de los
estoicos, los
epicureos y otros en Atenas? El informe nos es dado en el capítulo 17 del libro
de Los
Hechos de los Apóstoles, comenzando particularmente en el versículo 30. El
apóstol elaborando
su argumento dice: “Empero Dios, habiendo disimulado los tiempos de esta
ignorancia,
ahora denuncia a todos los hombres en todos los lugares que se arrepientan”
(Hech.17:30).
Observe como él elabora su gran argumento. El dice, Dios no se ha dejado a sí
mismo
sin testimonio a través de todas estas generaciones y siglos. Dios ha dejado
sus evidencias
y señales. Y el propósito fue que la gente pudiera buscar al Señor, “si en
alguna manera,
palpando, le hallen; aunque cierto no está lejos de cada uno de nosotros.
Porque en el
vivimos y nos movemos y somos; como también algunos de vuestros poetas
dijeron, porque
linaje de este somos también. Siendo pues linaje de Dios, no hemos de
estimar que la

104
La Teología de la Reforma
divinidad sea semejante a oro, o a plata, o a piedra, escultura de artificio o de
imaginación
de hombres. Empero Dios, habiendo disimulado los tiempos de esta
ignorancia, ahora
denuncia a todos los hombres en todos los lugares que se arrepientan. Por
cuanto ha
establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo con justicia, por aquel
varón al cual
determinó; dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Vea
Hech.17:27-31).
El otro pasaje es el versículo 15 del capítulo nueve de la Epístola a los
Hebreos: “Así
que, por eso es mediador (Cristo) del nuevo testamento, para que
interviniendo muerte
para la remisión de las rebeliones que había bajo del primer testamento, los
que son llamados
reciban la promesa de la herencia eterna”. Ahora, esto es precisamente la
misma
cosa. Hebreos 9:15 dice exactamente la misma cosa que el apóstol está
mencionando en
Romanos 3. Entonces, el verdadero comentario de nuestro versículo se
encuentra en la
afirmación de Hebreos, donde vemos que el autor estaba ansioso de que sus
lectores pudieran
entender claramente acerca del antiguo pacto y de los sacrificios y ofrendas
que las
personas ofrecían a Dios bajo este antiguo pacto. Ellos deberían entender y
tener muy
claro en sus mentes, que estos sacrificios nunca fueron capaces de producir
un perdón
completo de pecados; y que no podían expiar el pecado. Estos sacrificios
podían hacer
algo, dice el apóstol, ellos fueron de valor para “la purificación de la carne”.
“...la sangre de
los toros y de los machos cabríos, y la ceniza de la becerra, rociada a los
inmundos, santifica
para la purificación de la carne” (Heb.9:13).
Pero estos sacrificios no podía hacer nada más. Ellos no podían tratar con la
consciencia.
Esta era la dificultad, y todavía todo el problema es con respecto a la
consciencia.
Pero, si la sangre de los toros y de los machos cabríos podía purificar la carne,
“¿Cuánto
más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin
mancha a
Dios, limpiará vuestras conciencias de las obras de muerte para que sirváis al
Dios vivo?”

105
La Teología de la Reforma
(Heb.9:14). Lo cual “era figura de aquel tiempo presente, en el cual se
ofrecían presentes y
sacrificios que no podían hacer perfecto, cuanto a la consciencia, al que servía
con ellos;
consistiendo solo en viandas y en bebidas, y en diversos lavamientos, y en
ordenanzas
acerca de la carne, impuestas HASTA el tiempo de la corrección. Mas (ahora)
estando ya
presente Cristo, pontífice de los bienes que habían de venir...” (Heb.9:9-11) y
así sigue.
¿Entiende el argumento? Lo que el apóstol está diciendo es que bajo el
antiguo pacto,
bajo la antigua dispensación, no hubo provisión para tratar con los pecados en
un sentido
radical. Eran simplemente medios pasajeros, como lo fueron, que duraron
hasta el tiempo
señalado. Estos antiguos sacrificios y ofrendas daban cierta clase de
purificación de la
carne, proporcionaban una purificación ceremonial, hacían apta a la persona
para acudir
a Dios en oración. Pero no había sacrificio bajo el Antiguo Testamento que
tratara realmente
con el pecado. Todo lo que estos sacrificios hacían era señalar hacía adelante,
al
sacrificio que había de venir, el cual realmente trataría con el pecado,
limpiando las conciencias
de las obras muertas y reconciliando verdaderamente al hombre con Dios.
Lo que usted quiere decir con esto, preguntaría alguno, es: ¿Acaso, que los
santos del
Antiguo Testamento no eran perdonados? Por supuesto que no. Ellos eran
obviamente
perdonados y ellos agradecieron a Dios su perdón. Usted no puede decir ni por
un momento
que personas como Abraham, David, Isaac y Jacob no fueron perdonados. Sin
embargo,
ellos no fueron perdonados debido a estos sacrificios que fueron ofrecidos en
aquel enton-
ces. Ellos fueron perdonados debido a que ellos miraban hacía Cristo. Ellos no
vieron esto
claramente, no obstante, creyeron la enseñanza, y ellos hicieron estas
ofrendas movidos
por la fe. Ellos creyeron en las promesas de Dios, que un día El iba a proveer
un sacrificio
y por medio de la fe, ellos se sostuvieron en esto. Pero fue su fe en Cristo lo
que les salvó,
igualmente como es la fe en Cristo lo que nos salva ahora. Este es el
argumento.

106
La Teología de la Reforma
Pero, en un sentido esto nos deja con un problema. Dios siempre se ha
revelado a sí
mismo como un Dios que aborrece el pecado. El ha anunciado que castigaría
el pecado, y
que el castigo del pecado era la muerte. El ha anunciado que el derramaría su
ira sobre el
pecado y sobre los pecadores. Y sin embargo, aquí estaba Dios por siglos,
aparentemente,
y de toda apariencia, yendo atrás acerca de Sus propias afirmaciones y de
acerca de Su
propia Palabra. El parecía no estar castigando el pecado. El estaba pasándolo
por alto del
todo. ¿Acaso Dios ha cesado de estar preocupado por estas cosas? ¿Acaso
Dios ha venido a
ser indiferente hacia el mal moral? ¿Cómo puede Dios pasar por alto el pecado
de esta
manera? Este fue el problema. Y fue un verdadero problema. Es claro que la
sangre de los
toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra no podían realmente
perdonar el
pecado. Y sin embargo, Dios pasaba por alto estos pecados. ¿Cómo podía El
hacer esto?
¿Qué es lo que justifica esta “paciencia de Dios”?
Ahora, dice el apóstol, Dios nos ha realmente explicado lo que El hizo en
público delante
del mundo entero, en la escena y teatro del mundo entero, con Cristo en el
calvario. El
retuvo su ira a través de siglos y no la reveló completamente entonces; pero
ahora, El la ha
revelado completamente. El lo ha declarado ahora. Pablo dice, “con la mira de
manifestar”
(Rom.3:26), y repetiré que, ésta era una de las cosas que estaban ocurriendo
en la cruz.
En la cruz, en el monte calvario, Dios estaba dando una explicación pública de
lo que El
había estado haciendo a través de los siglos. Y a través de ello, al mismo
tiempo, El estaba
vindicando su propio eternal carácter de justicia y santidad.
¿Cómo hizo Dios exactamente esto? ¿Cómo ha hecho Dios esto en el calvario?
¿Cómo
ha vindicado El su carácter? ¿Cómo ha dado Dios una explicación de su “haber
pasado por
alto” los pecados en el tiempo antiguo, de su autorefrenamiento y tolerancia?
Hay una sola
manera en la cual El podría hacer esto. Dios ha afirmado que aborrece el
pecado, que El

107
La Teología de la Reforma
castigará el pecado, que el derramará su ira sobre el pecado, y sobre todos
aquellos culpables
de pecado. Por lo tanto, a menos que Dios pueda probar que ha hecho esto,
entonces
El no es justo. Y lo que el apóstol está diciendo es que, precisamente en el
calvario Dios ha
hecho esto. El ha mostrado que aún aborrece el pecado, que El lo va a
castigar, que El debe
castigarlo, que El derramará su ira sobre El. ¿Cómo mostró esto en el calvario?
Lo que
Dios hizo en el calvario fue derramar sobre su unigénito y amado Hijo, su ira
contra el
pecado. La ira de Dios que debería haber venido sobre usted y sobre mí
debido a que
nuestros pecados eran sobre El.
Dios siempre supo que El iba a hacer esto. Leemos en las Escrituras acerca del
“cordero
que fue inmolado antes de la fundación del mundo” (Apo.13:8). Fue un plan
que tuvo su
origen en la eternidad. Fue debido a que Dios sabía lo que iba a hacer, que El
fue capaz de
pasar por alto el pecado durante todos esos siglos que han transcurrido. De
esta manera,
usted puede ver, dice el apóstol, que Dios es al mismo tiempo el Justo y El que
justifica al
impío que cree en Cristo. Este era un tremendo problema, ¿Cómo podía Dios
permanecer
como Santo y Justo, y tratar con el pecado tal como El dijo que lo iba a hacer y
todavía
perdonar al pecador? La respuesta solo puede ser encontrada en la cruz del
calvario. Esto
es una parte esencial de lo que es declarado a través de la cruz.
Dios tenía que vindicar lo que El había estado haciendo en el pasado bajo el
antiguo
pacto. Pero El tenía algo más que hacer, nos dice en el versículo 26: “Con la
mira de
manifestar su justicia en ESTE TIEMPO”. El ya nos ha explicado cómo es que
Dios pudo
pasar por alto todos esos pecados en el pasado. Pero, ¿Cómo trata con el
pecado ahora?
¿Cómo tratará con los pecados en el futuro? La respuesta está también allí en
la cruz del
monte calvario. La enseñanza en otras palabras es esta: La cruz en el calvario,
la muerte
del Señor Jesucristo, tal como el apóstol Juan señala en su Primera Epístola
(1Jn.2:2), “es

108
La Teología de la Reforma
la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino
también por
los de todo el mundo”.
(Nota del Traductor: En este versículo la palabra mundo significa que Cristo
murió por
los pecados no solo de los judíos, sino también de los gentiles. Como dijo la
samaritana, El
es “el Salvador del mundo” y no solo del pueblo israelita. Note el paralelo del
versículo en la
Primera Epístola de Juan y el pasaje de (Jn.11:51-52). Note también el uso
paralelo de la
palabra gentiles y mundo hecho por el apóstol Pablo en Rom.11:11-12. Este
uso fue muy
necesario debido al recalcitrante prejuicio judío hacia los gentiles, el cual era
tanto, que el
solo oír la palabra “gentil” les molestaba grandemente (vea Hech.22:21-22).
Este es el
significado de la palabra mundo aquí; de otro modo, si se argumentara que la
muerte de
Cristo abarcó a todos y cada uno de los miembros de la raza humana,
entonces, estaríamos
diciendo que los incrédulos se van al infierno “con la cuenta pagada” o que
Dios
castiga doble el pecado, es decir, en su propio Hijo y en el pecador. Además,
es necesario
tomar en mente que Cristo no sufrió por los pecados de ninguna persona que
ya estaba en
el infierno cuando El murió. Si el lector está interesado en comprender el
propósito y
alcance de la expiación de Cristo, le recomendamos la lectura del libro de
“Vida por su
Muerte” del Dr. John Owen).
Los pecados fueron tratados de una vez por todas en la cruz. Es en la cruz que
fueron
provistos los medios para que todos los pecados bajo la antigua dispensación,
los pecados
que El había perdonado a Abraham, Isaac, Jacob y todos los creyentes del
Antiguo Testamento,
pudieran ser de este modo ‘pasados por alto’. Sus pecados estaban incluidos
en el
monte calvario. Sí , dice Pablo, y los pecados que están siendo perdonados
ahora, también
fueron tratados allí. Y todos los pecados que serán cometidos también fueron
tratados allí.
Este es el asombroso asunto acerca del Cristo del calvario, El murió ‘de una
vez por todas’

109
La Teología de la Reforma
este es el gran argumento de la Epístola a los Hebreos, usted lo recuerda. Los
otros sacrificios
tenían que ser ofrecidos día tras día. Había una sucesión de sacerdotes y ellos
tenían
que ofrecer sus sacrificios frescos cada vez. Pero este hombre (Jesucristo) ha
ofrecido
por los pecados “un solo sacrificio para siempre” (Heb.10:12). El ha tratado
con todos los
pecados de su pueblo allí. No se necesita ninguno más. No se necesita otro
nuevo sacrificio,
este ha sido hecho una sola vez y para siempre (vea Heb.7:27). Dios los puso
todos
sobre El allí en la cruz; los pecados que usted aún no ha cometido ya han sido
tratados allí.
Este es el significado del perdón y solamente esto. Tiempo pasado, pecados
cometidos
antes, pecados cometidos ahora y en todo tiempo; ésta es la justificación
provista por Dios
para perdonar cualquier pecado donde quiera que se haya cometido.
Esto es lo que el apóstol está diciendo aquí. Todo pecado es perdonado sobre
éstas
bases y solo sobre éstas. La cruz declara que Dios es “el justo y el que justifica
al que es de
la fe de Jesús” (Rom.3:26). Déjeme ponerlo de esta manera. La cruz del
calvario no mani-
fiesta meramente que Dios nos perdona. Hace esto, pero gracias a Dios, esto
no para allí.
Si la cruz solamente pusiera de manifiesto esto, el apóstol podría haber
terminado el
versículo con la palabra “sangre” (vers.26) y no habría necesidad de más.
Pero él no se
detiene allí, sino que sigue adelante. Continúa en el versículo 25 y además
añade el versículo
26. ¿Porqué? Porque la cruz no es solamente la manifestación de que Dios
está listo
para perdonarnos.
Otra manera en que puedo explicarlo es lo siguiente: La cruz no fue puesta
meramente
para influirnos. Aunque esto es lo que la enseñanza popular nos dice. Nos dice
que el
problema con la raza humana es que ellos no conocen el amor de Dios, no
conocen que
Dios ya está listo para perdonar a todo el mundo. ¿Cuál es entonces el
significado de la
cruz? Bien, ellos nos dicen que es Dios diciéndonos que El nos ha perdonado;
y luego,

110
La Teología de la Reforma
cuando vemos a Cristo muriendo en la cruz, esto quebrantará nuestros
corazones y nos
conducirá a ver esto. La cruz, de acuerdo con ellos, es dirigida solamente a
nosotros y nos
está hablando a nosotros. Pero, la cruz tiene un propósito mayor que éste y
logra esta otra
cosa también.
Nuestro perdón es solo una cosa; pero hay algo que es infinitamente más
importante.
¿Cuál es? Es el carácter de Dios. Entonces, la cruz, además de decirnos que
éste es el
camino de Dios para hacer posible el perdón, nos dice que el perdón no es una
cosa fácil
para Dios. Hablo con reverencia. ¿Porqué el perdón no es una cosa fácil para
Dios? Sencillamente
porque Dios no es solamente amor, Dios también es justo y recto y santo. El
es
luz, y en él no hay ningunas tinieblas (1Jn.1:5). El es tanto recto y justo, como
también
amor. No estoy poniendo estos atributos uno contra otro. Estoy diciendo que
Dios es todas
estas cosas juntas, y usted no debe dejar fuera una por otra.
Entonces, la cruz no nos dice solamente que Dios perdona, nos dice que esta
es la
manera de en que Dios hace posible el perdón. Esta es la manera en la cual
comprendemos
el cómo
Dios perdona. Iré más lejos: ¿Cómo puede Dios perdonar y permanecer aún
como Dios?
(Nota del traductor: Es decir como un Dios justo y santo que no tendrá por
inocente al
malvado.)
Esta es la cuestión, y la respuesta es que la cruz es la vindicación de Dios. La
cruz es
la vindicación del carácter de Dios. La cruz no solamente nos muestra el amor
de Dios
más gloriosamente que ninguna otra cosa, también nos muestra su rectitud,
su justicia,
su santidad, y toda la gloria de sus eternos atributos. Todos ellos pueden
verse brillando
juntos allí en la cruz. Si usted no los ve allí a todos ellos, usted no ha visto la
cruz. Este es
el porque debemos rechazar totalmente la así llamada “teoría de la influencia
moral” de
la expiación, la cual he estado describiendo. Esa teoría la cual nos dice que
todo lo que la

111
La Teología de la Reforma
cruz tiene que hacer, es quebrantar nuestros corazones y luego conducirnos a
ver el amor
de Dios.
Por encima y más allá de esto, dice Pablo, Dios está manifestando su “justicia,
atento
a haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados”. Si la cruz no
es más que la
manifestación de su amor, entonces ¿Porqué dice esto? No, dice Pablo, la cruz
es más que
esto. Si la cruz está proclamando solamente Su perdón, entonces nosotros
tendríamos
derecho a preguntar, si todavía podemos depender de la Palabra de Dios, y si
el es justo y
recto. Esta sería una buena pregunta debido a que, repetidamente en el
Antiguo Testamento,
Dios ha afirmado que El aborrece el pecado, y que El lo castigará, y que el
salario
del pecado es la muerte. El carácter de Dios está involucrado en todo esto,
Dios no es un
hombre. Algunas veces nosotros pensamos que es algo maravilloso para las
personas de-
cir una cosa, y luego hacer otra. Los padres dicen a sus hijos, ‘Si tú haces tal
cosa, no te
daré dinero para que compres tus dulces’. Entonces el niño hace aquello, pero
el padre
dice, ‘Bueno, está bien’, y enseguida le da dinero para gastar. Esto, llegamos
a pensar, es
amor y perdón verdaderos. Pero Dios no se conduce de esta manera. Dios, si
quizás puedo
decirlo de este modo, es eternamente consistente consigo mismo. No hay
contradicción en
El. El es el “Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de
variación” (Stg.1:17).
Todos estos atributos están y deben ser vistos brillando como diamantes en su
carácter
eternal, y todos deben ser mostrados. En la cruz todos ellos son manifestados.
¿Cómo puede Dios ser justo y justificar al impío? La respuesta es que El
puede, debido
a que en la cruz ha castigado los pecados de los pecadores impíos en su
propio Hijo. El ha
derramado Su ira sobre El, “...el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga
fuimos
nosotros curados” (Isa.53:5). Dios ha hecho lo que dijo que El haría; El ha
castigado el
pecado. El proclamó esto por todas partes a través de todo el Antiguo
Testamento, y El ha

112
La Teología de la Reforma
hecho lo que dijo que El haría. El ha mostrado que El es justo y recto. El ha
hecho en la
cruz una declaración pública de esto. El es justo y puede justificar, debido a
que habiendo
castigado a otro en nuestro lugar, El puede perdonarnos gratuitamente. Y El lo
hace así.
Este es el mensaje del versículo 24: “Siendo justificados (considerados,
declarados, pronunciados
‘justos’) gratuitamente por su gracia, por la redención (el rescate) que es en
Cristo Jesús; al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre”
(Rom.3:24-
25). De este modo el declara su justicia por haber pasado por alto estos
pecados en su
tiempo de autorefrenamiento. “Con la mira de manifestar” su justicia
entonces, y ahora, y
siempre al perdonar pecados. De esta manera El es, el único y al mismo
tiempo, el justo y
el que justifica al que es de la fe de Jesús.
Tal es la grande, gloriosa y maravillosa afirmación. Asegúrese de que éste sea
su punto
de vista, y de que su entendimiento de la cruz, incluya la totalidad de ella.
Examine su
punto de vista acerca de la cruz. Donde está la afirmación acerca de
“manifestar su justicia”
y siga adelante, póngalo en su pensamiento: ¿Es esto algo que usted
simplemente se
salta y dice: ‘Bien, no sé qué es lo que esto quiere decir; todo lo que yo sé es
que Dios es
amor y que El perdona’? Pero, usted debería saber el significado de esto,
porque esta es
una parte esencial del glorioso Evangelio.
En el calvario Dios estaba haciendo un camino de salvación para que usted y
yo pudiéramos
ser perdonados. Pero El tuvo que hacerlo de tal manera que su carácter
quedara
inviolable, que su eterna consistencia permaneciera absoluta e
inquebrantable. Una vez
que uno comienza a contemplar un asunto como éste, se da cuenta que ésta
es la más
tremenda, la más gloriosa, la más asombrosa cosa en el universo y en toda la
historia
humana. Dios está declarando en la cruz lo que El ha hecho por nosotros. Y al
mismo
tiempo está mostrando su propia grandeza eternal y gloria, declarando que El
“...es luz, y
en él no hay ningunas tinieblas” (1Jn.1:5). “Cuando contemplo la maravillosa
cruz...” dice

113
La Teología de la Reforma
Isaac Watts, pero usted no podrá ver lo maravilloso de ella, hasta que usted la
contemple
realmente a la luz de esta gran afirmación del apóstol. Dios estaba mostrando
públicamente
en la cruz de una vez y para siempre, Su eterna justicia y Su eternal amor.
Nunca
debemos separar la una del otro, porque siempre permanecen juntos y
pertenecen ambos
atributos al glorioso carácter de Dios.
**** ****

LECCIÓN V
SOLO PARA LA GLORIA DE DIOS
(Soli Deo Gloria)
Un sermón predicado el 1 de Febrero de 1858, por C.H. Spurgeon, En el Salón de Música de Royal
Surrey Gardens, Inglaterra

¿POR QUÉ SON SALVADOS LOS HOMBRES?


"Los Salvó por Amor de Su nombre" (Salmo 106:8).

Al contemplar las obras de Dios en la creación, acuden de inmediato dos preguntas a


nuestra pensativamente, que han de ser contestadas si queremos conseguir la clave de
la ciencia y la filosofía de todo lo creado. La primera se refiere a su autor: ¿Quién hizo
todas estas cosas? Y la segunda está relacionada con su intención: ¿Con qué propósitos
fueron creadas? El primero de estos interrogantes puede ser respondido fácilmente por
cualquier persona de recta conciencia y mente sana; porque cuando eleva sus ojos para
leer en las lejanas estrellas, ve que estas escriben letra a letra con caracteres de oro la
palabra Dios; y cuando mira hacia abajo, al seno de las aguas, si sus oídos están
sinceramente abiertos oye en el rumor de cada ola proclamación del nombre de Dios. Si
contempla las cimas de los montes, ellos no hablarán, pero en la noble respuesta de su
silencio parecerán decir:

"Divina es la mano que nos hizo".

114
La Teología de la Reforma
Si escuchamos el murmullo del arroyuelo bajando por la ladera, el rugido del torrente,
el mugido del ganado, el cantar de los pájaros, y toda voz y sonido de la naturaleza,
oiremos la respuesta a nuestra pregunta: "Dios es nuestro hacedor". "Él nos hizo, y no
nosotros a nosotros mismos".

El siguiente interrogante, correspondiente al objeto de lo creado -¿para qué han sido


hechas estas cosas?- no es tan fácil de contestar, si prescindimos de la Escritura; pero al
leer la Biblia descubrimos que, si la respuesta a la primera pregunta es Dios, la réplica a
la segunda es la misma. Estas cosas fueron hechas para gloria de Dios, para su gozo y
honor. No hay otra contestación que sea compatible con la razón. Cualquier otra
argumentación que propongan los hombres no podrá ser realmente acertada. Si durante
un momento consideraran que hubo un tiempo en que Dios no había creado nada
cuando moraba solo, el poderoso Hacedor de las edades, glorioso en su increada
soledad, divino en su desierta eternidad ("Yo soy y aparte de mí no hay otro") nadie
podría responder a la pregunta: ¿con qué objeto hizo Dios la creación?, de otra forma
que no fuera la siguiente: "La creó para su propio gozo y gloria". Alguno podrá decir que
Dios formó el universo para sus criaturas; pero el que así habla ha de tener en cuenta
que entonces no había criaturas, y esa respuesta sólo sería acertada ahora. Dios nos da
las cosechas; cuelga el sol en el firmamento para que nos bendiga con su luz y calor;
coloca la luna en su órbita nocturna para atenuar la oscuridad reinante en la tierra; Dios
hace todo esto por y para sus criaturas. Pero la primera contestación, volviendo al origen
de todas las cosas, no puede ser otra que ésta: "Fueron y son creadas para su gozo". "Él
hizo todas las cosas por y para Sí mismo."

Ahora bien, cuanto hemos dicho sobre las obras de la creación, es igualmente válido
para las obras de salvación. Elevad vuestros ojos a las alturas, más allá de aquellas
estrellas que titilan en los comienzos del cielo; mirad allí donde los espíritus vestidos de
blanco, con resplandor más puro que la luz, brillan como astros en su magnificencia;
mirad allá, donde los redimidos con sus sinfonías corales "rodean con gozo el trono de
Dios", y haceos la siguiente pregunta: "¿Quién salvó a esos seres gloriosos, y con qué
propósito?" Os aseguramos que la respuesta ha de ser la misma que hemos dado
anteriormente: Él los salvó, "salvólos por amor de Su nombre". El texto, pues, es una
respuesta a las dos grande preguntas relacionadas con la salvación: ¿quién salva a los
hombres? y ¿por qué son salvados? "Salvólos por amor de Su nombre."

Esta mañana, procuraré penetrar en este tema. Quiera Dios hacerlo provechoso para
cada uno de nosotros, y que seamos hallados entre el número de los que han de ser
salvos "por amor de Su nombre". Considerando el texto de forma literal -y de esa forma
lo entenderá la mayoría- encontramos lo siguiente: Primero, un glorioso Salvador: "Él los
salvó"; segundo, un pueblo favorecido: "Él los salvó"; tercero, una razón divina por la que
fueron salvados: "Por amor de Su nombre"; y cuarto, un impedimento superado en la
palabra "empero", la cual indica que había una dificultad que fue superada: «Salvólos
empero por amor de su nombre". Un Salvador, los salvados, la razón y el impedimento
superado.

1. En primer lugar, pues, nos hallamos ante UN GLORIOSO SALVADOR -"Salvólos"-.


¿Quién fue el que los salvó? Posiblemente muchos de mis oyentes contestarán: "Está
claro, el Señor Jesucristo, que es el Salvador de los hombres." Muy bien, amigos míos,

115
La Teología de la Reforma
pero no es esa toda la verdad. Jesucristo es, en efecto, el Salvador, pero no lo es más
que Dios el Padre, o que Dios Espíritu Santo. Muchas personas que desconocen el
sistema de la divina verdad, tienen a Dios Padre por un ser lleno de ira, cólera y justicia,
pero carente de amor; y tal vez piensan en Dios Espíritu Santo considerándolo como una
mera influencia que emana del Padre y del Hijo. Pues bien, nada puede ser más
incorrecto que esta opinión. Es verdad que el Hijo me ha redimido, pero el Padre dio a su
Hijo para que muriese por mí, y fue también el Padre quien me escogió en la eterna
elección de su gracia. El Padre borra mi pecado, y el Padre me acepta y me adopta
haciéndome miembro de su familia por medio de Cristo. El Hijo sin el Padre no podría
salvar, como tampoco el Padre sin el Hijo. Y respecto al Espíritu Santo, si el Hijo redime,
¿no sabéis que es el Espíritu Santo el que regenera? Él es quien nos hace nuevas
criaturas en Cristo, el que nos engendra de nuevo en una esperanza viva, quien purifica
nuestra alma, el que santifica nuestro espíritu, y el que, finalmente, nos presenta sin
culpa ni mancha ante el trono del Altísimo, aceptos en el Amado. Cuando digas:
"Salvador", recuerda que hay una Trinidad en esa palabra: El Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, siendo este Salvador tres personas en un mismo nombre. No puedes ser salvado
por el Hijo prescindiendo del Padre, como tampoco por el Padre sin el Hijo, ni por el
Padre y el Hijo sin el Espíritu Santo. Sino que, del mismo modo que son uno en la
creación, así lo son también en la salvación, operando unidos en un solo Dios, a quien
sea gloria eterna por los siglos de los siglos, amén.

Notemos ahora, cómo este ser divino exige para si mismo la plenitud de la salvación.
"Salvólos." Pero, ¿dónde estás tú, Moisés? ¿No fuiste tú quien los salvó?; tú extendiste
tu vara sobre el mar, y las aguas quedaron divididas; tú elevaste al cielo tu plegaria, y
aparecieron las ranas, las moscas llegaron en enjambre, el agua se convirtió en sangre,
y el granizo asoló la tierra de Egipto. ¿No fuiste tú, Moisés, su salvador? Y tú, Aarón; tú
ofreciste el buey que fue aceptado por Dios; tú los condujiste junto con Moisés a través
del desierto. ¿No fuiste tú su salvador? Ellos nos contestan: "No, nosotros fuimos
simplemente los instrumentos; fue El quien los salvó. Dios hizo uso de nosotros, mas
toda la gloria sea dada a su nombre, y ninguna al nuestro". Y vosotros, pueblo de Israel;
vosotros erais fuertes y poderosos, ¿no os salvasteis a vosotros mismos? Tal vez fue por
vuestra propia santidad por lo que el Mar Rojo se secó; tal vez los líquidos muros
estaban asustados ante la piedad de los santos que caminaban entre sus márgenes; tal
vez Israel se liberó a sí mismo. No nada de eso, dice la Palabra de Dios; El los salvó; ni
ellos se salvaron a si mismos, ni fueron redimidos por sus semejantes. Y fijaos que, a
pesar de todo, hay quien discute este punto, creyendo que los hombres se salvan a sí
mismos, o que los sacerdotes y predicadores pueden ayudarles a hacerlo. Pero el
predicador sólo es el instrumento que, en la mano de Dios, sirve para llamar la atención
de los hombres, para alentarlos y despertarlos; por lo demás, no es nada; Dios lo es
todo. La elocuencia más poderosa que jamás haya salido de los labios del más sublime
predicador, nada es sin el Santo Espíritu de Dios. Ni Pablo, ni Apolos, ni Cefas, son
nada: Dios da el crecimiento, y de El ha de ser toda la gloria. Por doquier encontramos
algunos que dicen: "Yo he sido convertido por fulano de tal; soy uno de los convertidos
por el Reverendo Doctor zutano o mengano". Bien, si es así, no puedo daros muchas
esperanzas de ir al cielo, porque allí sólo van los que son convertidos por Dios; no los
prosélitos del hombre, sino los redimidos del Señor. ¡Oh!, es muy poco convertir a un
hombre a nuestra propia opinión, pero es mucho ser el medio de convertirle al Señor
nuestro Dios. Hace algún tiempo recibí una carta de un buen hermano ministro bautista

116
La Teología de la Reforma
de Irlanda, el cual deseaba que yo fuese allá para, como él decía, representar al grupo
bautista, porque éste era allí muy escaso, y tal vez así la gente tuviese mejor opinión de
nuestra denominación. Le contesté que si era sólo para hacer eso, no me molestaría ni
en cruzar la calle, y mucho menos en atravesar el mar de Irlanda. Jamás pensaría ir allí
por ese motivo. Si lo hiciera sería como instrumento de Dios para hacer cristianos, y
como medio para traer los hombres a Cristo. La denominación a la que habrían de
pertenecer después la dejaría a su elección, confiando al Santo Espíritu de Dios que los
dirigiera y guiará hacia la que ellos considerarán más cerca de Su verdad. Hermanos, yo
podría, tal vez, haceros a todos bautistas y, sin embargo, no por ello seríais mejores; si
yo os convirtiera de esa forma, tal conversión os arrastraría a la mayor deshonra, pues
habríais sido convertidos en hipócritas y no en santos. He visto algunas de esas
conversiones al por mayor. Han surgido predicadores que han pronunciado sermones
atronadores, y han hecho temblar a los hombres. ";Qué hombre tan maravilloso!", ha
dicho la gente. "En un sermón ha convertido a tantos más cuantos." Pero buscad a sus
conversos dentro de un mes. ¿Qué es de ellos? Veréis a algunos en la taberna, oiréis
blasfemar a otros, y hallaréis que muchos siguen siendo bribones y timadores, porque no
fueron convertidos de Dios, sino del hombre. Hermanos, si la obra ha de ser realizada de
alguna manera, ha de ser hecha por Dios, porque si no es El quien convierte, nada de lo
que se haga durará, ni tendrá provecho para la eternidad.

Empero algunos objetan: "Bueno, pero los hombres se convierten a sí mismos". Así
es, en efecto, y por cierto que es ésta una conversión estupenda. Con mucha frecuencia
se convierten por ellos mismos. Pero lo que el hombre hace, el hombre lo deshace. El
que un día se convierte a sí mismo, vuelve a su vómito al siguiente. Hace un nudo que
puede desatar con sus propios dedos. Recordad esto: Podéis convertiros por vuestro
propio poder tantas veces como queráis, pero "lo que es nacido de la carne, carne es", y
"no puede ver el reino de Dios". Sólo "lo que es nacido del Espíritu, espíritu es", y será
por ello congregado al fin en el reino espiritual, donde únicamente lo que es del Espíritu
se hallará ante el trono del Altísimo. Esta prerrogativa debemos reservarla totalmente
para Dios. Si alguien sostuviera que Él no es el Creador, le llamaríamos incrédulo; pero
si negara la doctrina de que Dios es el Hacedor absoluto de todas las cosas, sería objeto
de nuestra más firme repulsa, y su incredulidad tendría el sello de la peor especie;
porque es más pérfido el que, en vez de destituir a Dios del trono de la creación, le
arranca del de la misericordia, y dice a los hombres que pueden convertirse por su propio
deseo y poder. Dios es quien lo hace todo. Únicamente El, el gran Jehová -Padre, Hijo y
Espíritu Santo- "salvólos por amor de Su nombre". De esta forma he procurado exponer
claramente la primera verdad sobre el divino y glorioso Salvador.

II. Ahora, y en segundo lugar, trataremos sobre LAS PERSONAS FAVORECIDAS.


«Salvólos.» ¿Quiénes son ellos? Responderéis: "La gente más respetable que pudiera
encontrarse en el mundo; un pueblo de oración, amante, santo y digno, y por tanto,
porque eran buenos, El los salvó." Muy bien, esa es vuestra opinión, pero os diré lo que
dice Moisés: "Nuestros padres en Egipto no entendieron tus maravillas; no se acordaron
de las muchedumbres de tus misericordias, sino que se rebelaron junto a la mar, en el
Mar Bermejo. Salvólos empero." Leed el versículo séptimo, y en él encontraréis reflejado
el carácter de aquella gente. En primer lugar eran necios: "Nuestros padres en Egipto no
entendieron tus maravillas." Además eran desagradecidos: "No se acordaron de la
muchedumbre de tus misericordias". Y en tercer lugar eran rebeldes: "Sino que se

117
La Teología de la Reforma
rebelaron junto a la mar, en el Mar Bermejo". ¡Ah!, ésta es la gente a la que salva la
gracia soberana; éstos son los hombres y mujeres que el Dios de toda merced se place
en cobijar en su seno, creándolos de nuevo.

Notad primeramente que eran unos necios. Frecuentemente Dios envía su Evangelio,
no al prudente ni al sabio, sino al ignorante:

"É1 toma al necio y le hace conocer

Las maravillas de su cruz de amor".

No creáis, amigos míos, que porque seáis iletrados y apenas sepáis leer, que porque
os hayáis criado en extrema ignorancia y escasamente podáis escribir vuestros nombres,
no podéis ser salvos. La gracia de Dios puede salvaros y después abriros el
entendimiento. Un hermano ministro me contaba la historia de un hombre que, en cierto
pueblo, era tenido por tonto, y considerado como retrasado mental; nadie pensaba que
jamás pudiera entender nada. Pero un día asistió a la predicación del Evangelio. Hasta
entonces había sido un borracho con entendimiento suficiente para ser impío (clase de
entendimiento que se da con mucha frecuencia). El Señor se agradó en bendecir su
Palabra en aquella alma de tal forma que nuestro hombre cambió por completo; y lo más
maravilloso de todo fue que la fe puso en él algo que comenzó a desarrollar sus
facultades dormidas. Se dio cuenta de que tenía un motivo para vivir, y empezó a
meditar en lo que debía hacer. En primer lugar, deseó poder leer la Biblia para gozarse
leyendo el nombre de su Salvador, y después de mucho insistir en sus deletreos, pudo
leer capítulos enteros. Más adelante se le rogó que orará en un culto de oración; era este
un ejercicio de su capacidad vocal. Cinco o seis palabras fueron toda su oración, y se
sentó lleno de azoramiento. Pero, orando continuamente entre su familia, llegó a hacerlo
como los demás hermanos, y siguió progresando hasta convertirse en predicador, y muy
bueno por cierto; tenía una fluidez, una profundidad de entendimiento y un poder mental
poco comunes en los ministros que ocupan el púlpito ocasionalmente. Fue singular el
hecho de que la gracia contribuyera incluso a desarrollar sus poderes naturales, dándole
un objetivo, animándole a vivirlo firme y devotamente, y sacando a la luz todos sus
recursos, los cuales se manifestaron en toda su plenitud. ¡Ah!, ignorantes, no tenéis por
qué desesperar. El los salvó, no por los méritos de ellos, pues no había nada por lo que
pudieran ser salvados. El los salvó, no por causa de su sabiduría, sino que aun a pesar
de ser ignorantes y no entender el significado de sus milagros, "salvólos por amor de Su
nombre".

Observad ahora que los salvó a pesar de que eran unos desagradecidos. Dios los
rescató incontable número de veces y obró para ellos poderosos milagros; pero
continuaban rebelándose. ¡Ah!, igual que vosotros, amados oyentes; también habéis sido
rescatados muchas veces del borde del sepulcro; Dios os ha dado casa y comida día
tras día, ha cuidado de vosotros y os ha guardado hasta la hora presente; pero ¡qué
ingratos habéis sido! Como dijo Isaías: "El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre
de su señor; Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento". Cuántos hay de esta
condición que en un año no tendrían tiempo suficiente para contar la historia de los
favores que han recibido de Dios, y sin embargo, ¿qué han hecho ellos por Él? No serían
capaces de mantener a un caballo que no trabajará, ni a un perro que no los reconociera;

118
La Teología de la Reforma
pero Dios los ha alimentado cotidianamente, y ellos han pagado con su ingratitud; han
hecho mucho contra El, y nada para El. Ha puesto el pan en sus mismas bocas, los ha
sustentado y conservado sus fuerzas, pero ellos las han empleado en desafiarle, en
maldecir Su nombre, y en profanar el día de reposo. A pesar de todo, los salvó. Muchos
de esta condición han sido salvados. Confío en que haya aquí también quienes sean
salvos por la gracia victoriosa, y hechos nuevos hombres por el poder eficaz del Espíritu
de Dios. "Salvólos empero." Cuando nada hablaba en favor de aquellas criaturas,
cuando todo parecía indicar que debían ser desechados por su ingratitud, El los salvó.

Además, era un pueblo rebelde: "Se rebelaron junto a la mar, en el Mar Bermejo".
¡Ah!, cuántos hay en este mundo que se enfrentan a Dios. Y si Él fuera como los
hombres, ¿quién de nosotros estaría hoy aquí? Si alguien nos provoca un par de veces,
ello es suficiente para irse en seguida a las manos. En algunos hombres su cólera estalla
ante la más mínima ofensa; otros, que son un poco más pacientes, aguantan una tras
otra, hasta que al final dicen: "Todo tiene un limite; no puedo aguantar más; ¡deténgase o
seré yo quien le detenga!" ¡Ah!, ¿dónde estaríamos nosotros si Dios tuviera ese
temperamento? Bien podría decir: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos;
porque Yo Jehová no me mudo; y así, vosotros, hijos de Jacob, no habéis sido
consumidos." Eran unos rebeldes, pero Él los salvó. ¿Te has rebelado tú contra Dios?
Ten ánimo, si estás arrepentido, porque Él ha prometido salvarte; y, lo que es más,
puede que esta mañana te dé arrepentimiento y remisión de pecados, porque Él salvó a
los rebeldes por amor de Su nombre. Oigo decir a alguno de mis oyentes: "Lo que este
hombre hace es dar pábulo al pecado con creces". ¿De veras, amigo? Sí, ya sé; porque
me dirijo a los más depravados, y no obstante les digo que pueden ser salvos, ¿verdad?
Pero, contésteme por favor; cuando yo hablo a las criaturas más depravadas, ¿me dirijo
a usted o no? No, claro, usted es una de las personas más buenas y respetables que
existen. Así pues, no es necesario predicar para usted, porque está convencido de que
no necesita misericordia. "Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos."
Pero esta pobre gente a quien usted dice que yo animo a pecar, necesitan que se les
hable. Le dejo, señor, buenos días. Siga con su propio evangelio, pero dudo de que
encuentre en el camino del cielo. Mejor dicho, no lo dudo, sino que sé ciertamente que
no lo hallará, a menos que sea traído como un pobre pecador a recibir a Cristo en su
Palabra y sea salivado por amor de Su nombre. Así, me despido de usted y continuo mi
camino. Pero, ¿por qué decía que yo animo a los hombres al pecado? Yo les aliento a
que se conviertan de él. Yo no he dicho que Él salvará a los rebeldes y que luego les
permitiera volver a rebelarse; ni tampoco he dicho que salvará a los impíos para
permitirles que pequen como hacían antes. Ya conocéis el significado de la palabra
"salvo"; lo expliqué la otra mañana. La palabra "salvo" no quiere decir simplemente llevar
a los hombres al cielo, sino mucho más que eso; significa salvarlos de su pecado,
significa que les es dado un corazón, un espíritu y una vida nuevos; significa que son
hechos nuevas criaturas. ¿Hay algo licencioso en decir que Cristo toma a los hombres
más perversos para convertirlos en santos? Si lo hay, yo no lo veo. Sólo deseo que
tomara a los peores de esta congregación para convertirlos en santos del Dios viviente, y
habría entonces mucho menos libertinaje. Pecador, yo te aliento, no en tu pecado, sino
en tu arrepentimiento. Pecador, los santos del cielo fueron una vez tan malos como tú
has sido. ¿Eres tú un borracho, un blasfemo, un lascivo? "Esto eran algunos; mas ya han
sido lavados, ya han sido santificados." ¿Están negras tus ropas? Pregúntales a ellos si
las suyas lo estuvieron alguna vez. Te contestarán: "Sí, hemos lavado nuestras ropas".

119
La Teología de la Reforma
Si no hubiesen estado manchadas no hubieran tenido necesidad de ser lavadas. "Hemos
lavado nuestras ropas y las hemos blanqueado en la sangre del Cordero." Así pues,
pecador; si ellos estaban manchados y fueron salvos, ¿por qué no puedes serlo tú
también?

"¿No son sus dones gratis y preciados?

Di pues, alma, ¿por qué no para ti?

Nuestro Jesús murió crucificado;

Dime, alma mía, ¿por qué no por ti?"

Animaos, penitentes, Dios tendrá misericordia de vosotros. "Salvólos empero por


amor de Su nombre."

III. Llegados al tercer punto, consideraremos LA RAZÓN DE LA SALVACIÓN:


"Salvólos empero por amor de Su nombre." No hay ninguna otra razón para que Dios
salve al hombre, aparte del amor de Su nombre; no hay en el pecador nada que le de
derecho a ser salvo, o que pueda hacerle estimable ante la misericordia; ha de ser el
propio corazón de Dios el que dicte el motivo por el cual los hombres han de ser salvos.
Algunos dicen: "Dios me salvará porque soy muy inteligente". No señor, no 10 hará. ¡Tu
talento! ¡Necio! Tu talento, bobo engreído, nada es comparado al que tenían los ángeles
que una vez estuvieron ante el trono de Dios y pecaron, y que fueron arrojados para
siempre en el insondable abismo. Si los hombres hubieran de ser salvos por su
inteligencia, Satanás ya lo habría sido, porque era mucho su conocimiento. Y por lo que
respecta a tu moralidad y bondad, no son mas que sucios harapos, y Dios nunca te
salvará por lo que tú hagas. Jamás seríamos salvos si Él esperara algo de nosotros;
debemos serlo única y exclusivamente por razones que atañen a su persona, y que
proceden de su misma esencia. Bendito sea su nombre porque nos salva "por amor de
su nombre". ¿Qué quiere decir esto? Creo que significa que el nombre de Dios es su
persona, sus atributos y su naturaleza. Por amor de Su naturaleza, por amor de Sus
atributos, Él salvó a los hombres; y tal vez hayamos de añadir esto también: "Mi nombre
está en Él", es decir, en Cristo; Él nos salva por amor de Cristo, que es el nombre de
Dios. Y ¿qué significa esto? Creo que quiere decir lo que exponemos a continuación.

Él los salvó, en primer lugar, para manifestación de Su naturaleza. Dios era todo
amor y quería manifestarlo. Él demostró su amor cuando hizo el sol, la luna y las
estrellas, y cuando esparció las flores sobre la verde y sonriente tierra. Manifestó el amor
cuando hizo el aire, bálsamo para el cuerpo, y los rayos solares que alegran la vista. Nos
calienta en invierno con las ropas y con el combustible que había almacenado en las
entrañas de la tierra. Empero quería revelarse más manifiestamente. "¿Cómo podré
demostrarles que los amó con todo mi infinito corazón? Daré a mi Hijo para que, con Su
muerte, salve a los peores, y manifestaré así mi naturaleza." Así lo ha hecho Dios,
patentizando con ello su poder, su justicia, su amor, su fidelidad y su verdad. Dios se ha
manifestado en toda su plenitud en el gran plan de la salvación. Éste ha sido, por decirlo
así, el balcón donde Dios se ha asomado para mostrarse a los hombres, el balcón de la
salvación. De esta forma se revela Dios, salvando las almas de los hombres.

120
La Teología de la Reforma
Además, lo hizo para vindicar Su nombre. Algunos dicen que Dios es cruel, e
limpiamente le llaman tirano. "¡Ah!", dice El, "Yo salvaré a los pecadores más perversos y
vindicaré mi nombre; borraré el estigma, haré desaparecer la detracción; no podrán
llamarme más de esa forma, a me nos que sean unos sucios embusteros, porque seré
misericordioso en abundancia. Yo quitaré esta mancha y verán que mi excelso nombre
es un nombre de amor." "Haré esto por amor de mi nombre", continua el Señor, "es
decir, para hacer que esta gente ame mi nombre. Sé que si escojo a los mejores y los
salvo, amarán mi nombre; pero si elijo a los peores, ¡oh, cuánto me amarán! Si los escojo
de entre la basura de la tierra para hacerlos mis hijos, ¡cómo me amarán! Entonces
serán fieles a mi nombre, les sonará más melodioso que la música, será para ellos más
precioso que el espicanardo para los mercaderes orientales; lo valorarán como al oro, sí,
como al oro más fino. El hombre que más ama es aquel a quien más pecados le han sido
perdonados: debe mucho y por ello amará mucho." Ésta es la razón por la que Dios
escoge frecuentemente a los peores de entre los hombres para hacerlos suyos. Un
antiguo escritor dice: "Todas las entalladuras del cielo fueron hechas de madera nudosa;
el templo de Dios, el rey del cielo, es de cedro; pero los cedros estaban llenos de nudos
cuando Él los taló". Escogió a los peores para hacerse un nombre al poner de manifiesto
su habilidad y su arte; como está escrito: "Y será a Jehová por nombre, por señal eterna
que nunca será raída". Así, pues, mis queridos oyentes, cualquiera que sea vuestra
condición, tengo algo que deciros digno de vuestra consideración, es a saber: que si
somos salvos, lo somos por el amor de Dios, por amor de su nombre, y no por nosotros
mismos.

Ahora bien, esto sitúa a todos los hombres a un mismo nivel en el plan de la
salvación. Imaginaos que para entrar en este parque se os hubiera exigido como
requisito el que hubieseis mencionado mi nombre; la regla es que nadie sea admitido por
su título o condición, sino solamente por decir cierto nombre. Se acerca un noble, lo
pronuncia, y entra; llega un mendigo cubierto de harapos, se sirve del nombre y -como la
regla dice que con sólo nombrarlo es suficiente-, al servirse de él, es admitido. De este
modo, señora mía, si viene, a pesar de toda su moralidad, deberá pronunciar Su nombre;
y vosotros, pobres y sucios habitantes de barracas y buhardillas, si venís y hacéis uso de
Su nombre, la puerta se abrirá inmediatamente de par en par; porque para ningún otro
hay salvación sino para todos aquellos que mencionen el nombre de Cristo. Esto abate el
orgullo del moralista, degrada la propia exaltación del farisaico, y nos coloca a todos,
como pecadores culpables, en igualdad de condiciones ante Dios para recibir la
misericordia de sus manos "por amor de su nombre", y sólo por esta razón.

IV. Os he entretenido demasiado; termino, pues, con la consideración del


IMPEDIMENTO SUPERADO que se encierra en la palabra "empero". Os hablaré en
forma amena, a modo de parábola.

Hubo un tiempo en que Misericordia se sentó en su trono de blanca nieve rodeada


por las huestes del amor. Un día fue llevado a su presencia un pecador al que
Misericordia se había propuesto salvar. El heraldo tocó la trompeta y, después de tres
clarinadas, dijo con voz potente: "¡Oh, cielos, tierra e infiernos, yo os convoco en este día
para que vengáis ante el trono de Misericordia a deponer por qué no habría de ser salvo
este pecador!" Allí en medio, temblando de miedo, se hallaba el pecador; él sabía que
montones de adversarios se aglomerarían en la sala de Misericordia y dirían con ojos

121
La Teología de la Reforma
llenos de ira: "No debe ser salvo; no escapará; ¡ha de ser condenado!" Sonó la trompeta,
y Misericordia se sentó plácidamente en su trono, permaneciendo allí hasta que entró
alguien de ígneo semblante; su cabeza estaba rodeada de luz, hablaba con voz de
trueno, y sus ojos despedían rayos de fuego. "¿Quién eres tú?", preguntó Misericordia.
"Yo soy Ley, la ley de Dios", contestó el recién llegado. "¿Y qué es lo que tienes que
decir?" "He aquí mis cargos", habló levantando una tabla de piedra escrita por ambos
lados: "estos diez mandamientos han sido quebrantados por este miserable. Mi demanda
es sangre; porque está escrito: 'El alma que pecare, esa morirá'. Así pues, muera él, o
habrá de perecer la justicia." El desdichado se estremece, sus piernas tiemblan, y su
espíritu se agita por la ansiedad y el temor. Ya le parecía ver el rayo dirigido contra él, y
en su imaginación veía el fuego penetrar en su alma; contemplaba cómo se abrían a sus
pies las fauces del infierno, y se sintió arrojado allí para siempre. Pero Misericordia
sonrió, y dijo: "Voy a responderte, Ley. Este desdichado merece morir, y la justicia exige
que sea condenado; pues bien, se acepta la demanda." ¡Oh, cómo tiembla el pecador!
"Pero hay aquí uno que ha venido hoy conmigo, mi Señor y mi Rey; su nombre es Jesús;
Él te dirá cómo puede ser satisfecha la deuda, de forma que el pecador quede en
libertad." Habló Jesús entonces, y dijo: "Bien, Misericordia, haré lo que me pides.
Tómame Ley, llévame al huerto y hazme sudar gotas de sangre, clávame en un madero,
azota mi espalda antes de darme muerte, suspéndeme de la cruz, deja que la sangre
brote de mis pies y manos, desciéndeme al sepulcro. Déjame pagar todo lo que debía el
pecador; moriré en su lugar". Y Ley azotó al Salvador y lo clavó en la cruz. Cuando hubo
terminado, volvió ante el trono de Misericordia con el semblante resplandeciente por la
satisfacción, y Misericordia le dijo: "Ley ¿qué tienes que decir ahora?" "Nada, hermoso
ángel", respondió Ley, "absolutamente nada". "¡Cómo!, ¿ni uno solo de estos
mandamientos está contra él?" "Ni uno. Jesús, el sustituto, los ha guardado todos; Él ha
satisfecho la pena por la desobediencia de este pecador, y ahora, en vez de su
condenación, solícito, como un deber de justicia, su absolución." "Quédate aquí", dice
Misericordia, "siéntate en mi trono, y ahora los dos juntos publicaremos otra citación."
Nuevamente suena la trompeta. "¡Venid todos los que tengáis que decir algo contra este
pecador que se oponga a su absolución!" Ya se acerca otro -uno que frecuentemente
afligía al pecador, uno cuya voz, aunque no tan fuerte como la Ley, era igualmente
aguda y espeluznante, una voz cuyos susurros eran cortantes como el filo de una daga-.
"¿Quién eres tú?", pregunta Misericordia. "Yo soy Conciencia; este pecador debe ser
castigado, ha, quebrantado tanto la ley de Dios que debe ser condenado. Esa es mi
demanda, y no le daré reposo hasta que sea cumplido el castigo; y ni aun después lo
dejaré, porque le seguiré hasta el sepulcro y le perseguiré hasta después de la muerte
con remordimientos indecibles." "Escúchame un momento", dijo Misericordia, y haciendo
una pequeña pausa, tomó un manojo de hisopo, y roció con sangre a Conciencia,
diciendo: "Óyeme, te digo: 'La sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo
pecado'. ¿Tienes ahora algo que decir?" "Nada", replicó Conciencia, "absolutamente
nada."

"Su justicia cubierta ya quedó

Libre es de la condena el pecador."

122
La Teología de la Reforma
De ahora en adelante no le atormentaré más; seré para él una buena conciencia, por
la sangre de nuestro Señor Jesucristo." La trompeta volvió a sonar por tercera vez, y,
rugiendo extrañamente, surgió de las cavernas más profundas un negro y horrendo
engendro demoníaco con la mirada preñada de odio, y con expresión de infernal
majestad. El nuevo personaje es interrogado: "¿Tienes tú algo en contra de este
pecador?" "Sí", responde, "esta criatura ha hecho un pacto con el infierno y una alianza
con el abismo; helo aquí firmado de su puño y letra. En una de sus borracheras pidió a
Dios que destruyera su alma y juró que nunca volvería a Él. Mirad, ¡aquí está su pacto
con el infierno!" "Veámoslo", dijo Misericordia; y le fue entregado el documento mientras
el siniestro espíritu maligno contemplaba al pecador, traspasándole con su oscura
mirada. "¡Ah!, pero", continuó Misericordia, "este hombre no tiene ningún derecho a
firmar esta escritura, puesto que nadie puede disponer de las propiedades ajenas. Esta
criatura ha sido comprada y pagada de antemano, así pues, no se pertenece; la alianza
con la muerte se anula, y el pacto con el infierno se hace pedazos. Márchate, Satanás."
"Nada de eso", replicó el diablo dando alaridos, "tengo algo más que decir; ese hombre
fue siempre mi amigo, nunca dejó de oír mis insinuaciones, se mofó del Evangelio,
despreció la majestad del cielo; ¿va a ser él perdonado mientras que yo he de
permanecer encerrado en mi cueva infernal, soportando eternamente la pena por mi
delito?" "¡Fuera demonio!", contestó Misericordia. "Estas cosas las hizo en tiempos
anteriores a su regeneración; mas esta sola palabra, "empero", las ha borrado todas.
Márchate a tu infierno, y considera esto como otro trallazo contra ti: el pecador será
perdonado, pero tú, ¡nunca, diablo traidor!" Al llegar aquí, Misericordia dijo volviéndose
sonriente hacia el pecador: "Pecador, ¡la trompeta va a sonar por última vez!" Y así, las
notas hieren nuevamente el espacio sin que nadie responda. Entonces, el pecador se
puso en pie, y Misericordias le dijo: "Ahora, tú mismo, pecador, pregunta al cielo, a la
tierra y al infierno, si alguno puede condenarte". Y aquel hombre, irguiéndose, con voz
fuerte y osada dijo: "¿Quién acusará a los elegidos de Dios?" Y miró al infierno, y allí
estaba Satanás, mordiendo sus ligaduras de hierro; miró a la tierra, y todo en ella era
silencio; y en la majestuosidad de la fe, el pecador ascendió al mismo cielo, y dijo
"¿Quién acusará a los elegidos de Dios?" "¿Dios?" Y se oyó la respuesta: "No; Él es el
que justifica". "¿Cristo?" Dulcemente se oye como en un susurro: "No; Cristo es el que
murió". Entonces el pecador, volviéndose, exclamó alegremente: "¿Quién me separará
del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro?" Y aquel que una vez estuviera
condenado, volvió ante el trono de Misericordia y, postrándose a sus pies, afirmó
solemnemente que en adelante sería suyo para siempre, si quería guardarle hasta el fin
y hacer de él cuanto ella quisiera que fuese. No volvió a sonar la trompeta; los ángeles
se regocijaron, y el cielo se alegró porque el pecador era salvo.

De esta forma, según habéis visto, he dramatizado, como se suele decir, la cuestión;
mas lo que me importa no es lo que suele decirse, sino atraer la atención de mis
oyentes, para lo cual éste es un buen medio, cuando no hay otro. "Empero"; ¡he ahí el
impedimento eliminado! Pecador, cualquiera que sea el "empero", no empañará lo más
mínimo el amor del Salvador, ni nunca lo disminuirá, sino que este amor permanecerá
para siempre inalterable.

"Acude, corre a Cristo, alma culpable;

Ven a sanar tus múltiples heridas;

123
La Teología de la Reforma
La libre gracia abunda, saludable.

En este día glorioso de la Vida.

Ven a Jesús, oh pecador culpable!"

Llora de rodillas tu confesión llena de dolor; mira a Su cruz y contempla al Sustituto;


cree y vive. A vosotros, los que sois casi demonios, a los que habéis ido más lejos en el
pecado, Jesús os dirá ahora: "Si conocéis vuestra necesidad de Mí, volveos a Mí, y Yo
tendré misericordia de vosotros; y al Dios nuestro el cual será amplio en perdonar"

***

APÉNDICE A
Solamente Por Gracia

C. H. SPURGEON
1. DIOS JUSTIFICA A LOS IMPIOS
2. DIOS ES EL QUE JUSTIFICA
3. JUSTO Y JUSTIFICADOR
4. SALVACIÓN DE PECAR
5. POR GRACIA MEDIANTE LA FE
6. ¿QUE ES LA FE?
7. ¿CÓMO SE PUEDE ACLARAR LA FE?
8. ¿POR QUÉ NOS SALVAMOS POR LA FE?
9. ¡HAY DE MI! NADA PUEDO HACER
10. AUMENTO DE FE
11. LA REGENERACIÓN Y EL ESPÍRITU SANTO
12. MI REDENTOR VIVE
13. SIN ARREPENTIMIENTO, SIN PERDÓN
14. CÓMO SE DA EL ARREPENTIMIENTO
15. EL TEMOR DE CAER
16. CONFIRMACIÓN
17. ¿POR QUÉ PERSEVERAN LOS SANTOS?

124
La Teología de la Reforma
18. CONCLUSIÓN

1
DIOS JUSTIFICA A LOS IMPIOS

Atención a este breve discurso. Hallarás el texto en la Epístola a los Romanos 4:5: «Al
que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia».

Te llamo la atención a las palabras: «Aquel que justifica al impío.» Estas palabras me
parecen muy maravillosas. ¿No te sorprende el que haya tal expresión en la Sagrada
Biblia como esta: «Aquel que justifica al impío»? He oído que los que odian las doctrinas
de la cruz, acusan de injusto a Dios por salvar a los impíos y recibir al más vil de los
pecadores. Mas he aquí, como la misma Escritura acepta la acusación y lo declara
francamente. Por boca del apóstol Pablo, por la inspiración del Espíritu Santo, consta el
calificativo de «Aquel que justifica al impío» El justifica a los injustos, perdona a los que
merecen castigo y favorece a los que no merecen favor alguno. ¿No habías pensado
siempre que la salvación era para los buenos, y que la gracia de Dios era para los justos
y santos, libres del pecado? Te había caído bien en la mente, sin duda, que si fueras
bueno, Dios te recompensaría, y has pensado que no siendo digno, nunca podrías
disfrutar de sus favores. Por tanto te debe sorprender la lectura de un texto como este:
«Aquel que justifica al impío.»

No me extraña que te sorprendas, pues con toda mi familiaridad con la gracia divina no
ceso de maravillarme de este texto. ¿Suena muy sorprendente, verdad, el que fuera
posible de que todo un Dios Santo, justificara a una persona impía? Según la natural
lealtad de nuestro corazón, estamos hablando siempre de nuestra propia bondad y
nuestros méritos, tenazmente apegados a la idea de que debe haber algo bueno en
nosotros para merecer que Dios se ocupe de nuestras personas. Pero Dios que bien
conoce todos nuestros engaños, sabe que no hay bondad ninguna en nosotros y declara
que «no hay justo ni aun uno» (Rom.3:10). El sabe que «todas nuestras justicias son
como trapos de inmundicia» (Isa.64:6); y por lo mismo el Señor Jesús no vino al mundo
para buscar bondad y justicia para entregárselas a las personas que carecían de ellas.
No vino porque éramos justos, sino para hacernos justos, justificando al impío.

Presentándose el abogado ante el tribunal, si es persona honrada, desea defender al


inocente, justificándole de todo lo que falsamente se le imputa. El objeto del defensor
debe ser la justificación del inocente y no encubrir al culpable. Tal milagro está reservado
para el Señor únicamente. Dios, el Soberano infinitamente justo, sabe que en toda la
tierra no hay un justo alguien que haga bien y no peque; y por lo mismo en la Soberanía
infinita de su naturaleza divina y en el esplendor de su amor maravilloso. El emprende la
obra, no tanto de justificar al justo cuanto de justificar al impío. Dios ha ideado maneras y
medios de presentar delante de si al impío justamente aceptable; ha concebido un plan
mediante el cual puede, en justicia perfecta, tratar al culpable, como si siempre hubiera

125
La Teología de la Reforma
vivido libre de ofensa; sí, tratarle como si fuera del todo libre de pecado. El justifica al
impío.

Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores. Esto es cosa sorprendente; cosa
maravillosa especialmente para los que disfrutan de ella. Se que para mi, hasta el día de
hoy, ésta es la maravilla más grande que he conocido, a saber que me justificase a mi.
Aparte de su amor inmenso, me siento indigno, corrompido, un conjunto de miseria y
pecado. No obstante, se por certeza plena que por fe soy justificado mediante los méritos
de Cristo, y tratado como si fuera perfectamente justo, hecho heredero de Dios y
coheredero de Cristo, todo a pesar de corresponderme, por naturaleza, el lugar del
primero de los pecadores. Yo, del todo indigno, soy tratado como si fuera digno. Se me
ama con tanto amor como si siempre hubiera sido piadoso, siendo así que antes era un
pecador. ¿Quién no se maravilla de esto? La gratitud por tal favor se reviste de
admiración indecible.

Siendo esto tan admirable, deseo que tomes nota de cuán accesible esto hace el
evangelio para ti y para mí. Si Dios justifica al impío, entonces, querido amigo, te puede
justificar a ti. ¿No es esta precisamente la persona que eres? Si hasta hoy vives
inconverso, te cuadra perfectamente la palabra; pues has vivido sin Dios, siendo lo
contrario a piadoso o temeroso de Dios; en una palabra, has sido y eres impío. Acaso ni
has frecuentado los cultos en el día domingo, has vivido sin respetar el día del Señor, ni
su iglesia, ni su Palabra, lo que prueba que has sido impío. Peor todavía, quizá has
procurado poner en duda su existencia, y esto hasta el punto de declarar tus dudas.
Habitante de esta tierra hermosa, llena de señales de la presencia de Dios, has
persistido en cerrar los ojos a las pruebas palpables de su poder y Divinidad. Cierto, has
vivido como si no existiera Dios. Y gran placer te hubiera proporcionado el poder probar
para ti mismo satisfactoriamente la idea de que no hay Dios. Tal vez has vivido ya
muchos años en este estado de ánimo, de manera que ya estás bien afirmado en tus
caminos, y sin embargo, Dios no está en ninguno de ellos. Si te llamaran «impío» te
cuadraría este nombre tan bien como si al mar se le llamara agua salada, ¿verdad?
Acaso eres persona de otra categoría, pues has cumplido con todas las exterioridades
de la religión. Sin embargo, de corazón nada has hecho, y así en realidad has vivido
impío. Te has relacionado con el pueblo de Dios, pero nunca te has encontrado a él
mismo. Has cantado en el coro, pero no has alabado al Señor en el alma. Has vivido sin
amar, de corazón, a Dios y sin respetar sus mandamientos. Sea como fuere, tú eres
precisamente la persona, a la cual este evangelio se proclama: esta buena nueva que
nos asegura que Dios justifica al impío. Maravilloso es y felizmente te sirve al caso. Te
cuadra perfectamente. ¿Verdad que si? ¡Cuánto deseo que lo aceptaras! Si eres persona
de sentido común, notarás lo maravilloso de la gracia Divina anticipándose a las
necesidades de personas como tú, y dirás entre ti: «¡Justificar al impío! Pues entonces,
¿por qué no seré yo justificado, y justificado ahora mismo?»

Toma nota, por otra parte, del hecho de que esto debe ser así: a saber, que la salvación
de Dios debe ser cosa para los que no la merecen ni estén preparados para recibirla. Es
natural que conste la afirmación del texto en la Biblia; porque, apreciado amigo, sólo
necesita ser justificado quien carezca de justicia propia. Si alguno de mis lectores fuese
persona absolutamente justa, no necesitaría ser justificada. Pues tú que sientes que
cumples bien todo deber y por poco haces al cielo deudor a ti por tanta bondad, ¿para

126
La Teología de la Reforma
qué necesitas tú misericordia, ni Salvador alguno? ¿Para qué necesitas tú justificación?
Estarás ya cansado de esta lectura, pues no te interesa el asunto.

Si alguno de ustedes se rodea de aires tan legalistas, escúcheme un momento. Tan


cierto como que vives, te encaminas hacia la perdición. Ustedes, justos, rodeados de
justicia propia, o viven engañados o son engañadores; porque dice la Sagrada Escritura
que no puede mentir, y lo dice claramente: «No hay justo, ni aun uno.» De todos modos,
no tengo evangelio alguno, ni una palabra para los rodeados de justicia propia,
Jesucristo mismo declaraba que no había venido para llamar a los justos, y no voy a
hacer lo que él no hacía. Pues si les llamara, no vendrían; y por lo mismo no los llamaré
bajo este punto de vista. Al contrario, les suplico que contemplen su justicia propia hasta
descubrir lo falsa que es. Ni la mitad de la fuerza de una telaraña tiene. ¡Deséchenla!
¡Aléjense de la misma!

Las únicas personas que necesitan justificación son las que reconocen que no son
justas. Ellas sienten la necesidad de que se haga algo para que sean justas ante el
tribunal de Dios. Podemos tener la seguridad de que Dios no hace nada fuera de lo
necesario. La Sabiduría infinita nunca hace lo inútil. Jesús nunca emprende lo superfluo.
Hacer justo a quien ya es justo no es obra de Dios, tal cosa es una insensatez. Justificar
al impío es un milagro digno de Dios. Ciertamente así es.

Escuchen ahora. Si en alguna parte del mundo un médico descubre remedios eficaces y
preciosos, ¿a quién a de servir el médico? ¿A gente de buena salud? Claro que no,
colóquesele en un lugar sin enfermos, y se sentirá fuera de lugar. Allí sobra su presencia.
«Los sanos no necesitan médico sino los enfermos» (Marc.2:17), dice el Señor. ¿No es
igualmente cierto que los grandes remedios de gracia y redención son para las almas
enfermas? No sirven para las almas sanas, porque les son remedios innecesarios. Si tu,
querido amigo, te sientes espiritualmente enfermo, para ti ha venido el gran Médico al
mundo. Si a causa del pecado te sientes completamente perdido, eres la misma persona
comprendida en el plan de salvación por gracia. Afirmo que el Señor del amor eterno
tuvo a la vista personas como tu al armonizar el sistema de la salvación por pura gracia.
Supongamos que una persona generosa resolviera entre si que perdonaría a todos sus
deudores; claro que esto solo podría hacerse respecto a los que realmente le fueran
deudores. Uno le debe mil pesos; otro le debe cincuenta pesos; a cada cual tocaría tan
solo conseguir la firma que cancelara las cuentas. Pero la persona más generosa del
mundo no podría perdonar las deudas de personas que nada deben a nadie. Está fuera
del poder del mismo Omnipotente perdonar a quien no tenga nada para perdonar. El
perdón presupone alguien que sea culpable. El perdón es para el pecador. Sería absurdo
hablar de perdonar al inocente, perdonar al que nunca ha faltado.

¿Crees acaso que te condenarás por ser pecador? Esta es la razón porque te podrás
salvar. Por la misma razón de que te reconoces pecador, desearía animarte a creer que
precisamente para personas como tu está destinada la gracia. Es positivamente cierto
que Jesús busca y salva al perdido. Murió e hizo la expiación de verdad por pecadores
de verdad. Si encuentro pecadores que admiten sin excusas que son pecadores, me es
un verdadero placer hablar con ellos. Gustosamente platicaría toda la noche con
pecadores de buena fe. Las puertas de misericordia no se cierran ni de día ni de noche
para los tales y están abiertas todos los días de la semana. Nuestro Señor Jesús no

127
La Teología de la Reforma
murió por pecados imaginarios, sino la sangre de su corazón se derramó para limpiar las
manchas carmesí que nada más que ella puede quitar.

El pecador que se sienta negro de pecado, es la persona que ha venido Jesucristo a


blanquear. En cierta ocasión predicó un evangelista sobre el texto: «Ahora, ya también el
hacha está puesta a la raíz de los árboles» (Luc.3:9), y lo hizo de modo que le dijo uno
de los oyentes: «Nos trató usted como si fuéramos criminales. Ese sermón debiera usted
haberlo predicado en el presidio de la ciudad y no aquí.» No, no, contestó el evangelista:
«En el presidio no hablaría sobre este texto, sino sobre este: «Palabra fiel y digna de ser
recibida por todos; que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores»
(1Tim.1:15). ¡Correctamente! La Ley es para los que se rodean de la justicia propia para
derribar su orgullo; el evangelio, es para los perdidos para remover su desesperación.

Si no estás perdido, ¿para que quieres al Salvador? ¿Iría el pastor en busca de los que
nunca se extraviaron? ¿Por qué barrería una mujer su casa buscando monedas que
hubiera guardado en su bolsa? No, no, la medicina es para los enfermos; la resurrección
para los muertos; el perdón para los culpables; la libertad para los cautivos; la vista para
los ciegos y la salvación para los pecadores. ¿Cómo se explica la venida del Salvador,
su muerte en la cruz y el evangelio del perdón sin admitir de una vez que el hombre es
un ser culpable y digno de condenación? El pecador es la razón de la existencia del
evangelio. Y tú, amigo mío, objeto de estas palabras, si te sientes merecedor, no de la
gracia, sino de la maldición y la condenación, tú eres precisamente el género de hombre
para quien fue ordenado, arreglado y destinado el evangelio. Dios justifica al impío.

Desearía hacer esto tan claro y patente como el día. Espero haberlo hecho ya; pero, a
pesar de todo, únicamente el Señor puede hacerlo comprender al hombre. Al principio no
puede menos que parecer asombroso al hombre de conciencia despierta que la
salvación le venga de pura gracia al perdido y culpable. Piensa el tal que la salvación le
viene por estar arrepentido, olvidando que su estado de arrepentimiento es parte de su
salvación. «Debo de ser esto y lo otro,» dice. Todo lo cual es verdad, porque, sí, será
esto y lo otro; pero es resultado de la salvación, y la salvación le viene primero antes de
verse alguno de sus resultados. De hecho, la salvación le viene mientras no merezca
otra cosa que lo contenido en la descripción fea y abominable de:

Esto y nada más es el hombre cuando le viene el evangelio de Dios para justificarle.
Crean firmemente que nuestro misericordioso Dios es tan capaz como dispuesto a
recibirles, sin nada que les recomiende, para perdonarles espontáneamente, no porque
sean buenos sino porque él es bueno. ¿No hace brillar al sol sobre malos y buenos? ¿No
es él, el que da los tiempos fructíferos, y a su tiempo envía lluvia del cielo y hace que
salga el sol sobre las naciones más impías? Sí, a la misma Sodoma bañaba el sol, y caía
el rocío sobre Gomorra. Amigo, la gracia inmensa de Dios sobrepasa mi entendimiento y
tu entendimiento, y desearía que lo apreciaras de un modo digno. Tan alto como el cielo
sobre la tierra son los pensamientos de Dios sobre nuestros pensamientos. Abunda en
perdones. Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores: el perdón corresponde
al culpable.

No emprendas la obra legalista de presentarte diferente a lo que en el fondo eres; pero


acude tal cual eres al que justifica al impío. Cierto famoso pintor había pintado parte de la

128
La Teología de la Reforma
corporación municipal de su población y deseaba incluir en el cuadro ciertas personas
características bien conocidas de todos en la ciudad. Cierto barrendero rústico,
andrajoso y sucio se encontraba entre esta clase de personas, y en el cuadro había un
lugar adecuado para él. «Venga usted a mi taller y permítame retratarle, pagándole yo la
molestia,» dijo el pintor a este hombre. Al día siguiente por la mañana se presentó en el
taller, pero pronto fue despedido, porque se presentó bañado, peinado y decentemente
vestido. El pintor lo necesitaba en su estado ordinario con el aspecto de mendigo y no en
otra forma. Así el evangelio te recibirá, si acudes al Señor como pecador, pero no de otro
modo. No procures reformarte; permite a Jesús salvarte inmediatamente. Dios justifica a
los impíos, lo que equivale a decir que te recoge donde estés en este momento y te
favorece en el estado más deplorable.

Ven degradado, quiero decir: acude a tu Padre Celestial en tu estado de pecado y


miseria. Acude a Jesús tal como eres, espiritualmente leproso, sucio desnudo, ni apto
para vivir, ni apto para morir tampoco. Acudan ustedes que son como escoria de la
creación, aun cuando no se atrevan a esperar más que la muerte. Acudan aun cuando la
desesperación les oprima el pecho cual pesadilla horrible, pidiendo que el Señor los
justifique como a otros impíos. ¿Por qué no lo haría? Acudan, porque esta gran
misericordia de Dios esta destinada para personas como ustedes. Lo digo en las
palabras del texto, por no poderse expresar en términos más vigorosos: El Señor Dios
mismo asume este título bendito: «El que justifica al impío.» Este hace justos, y que se
traten como justos, a los que por naturaleza son impíos. ¿No les parece este mensaje
maravilloso a ustedes? Estimado lector, no te levantes del asiento hasta haber meditado
bien este asunto.

***

2
DIOS ES EL QUE JUSTIFICA

Cosa maravillosa es ésta, el ser justificado o declarado justo. Si nunca


hubiésemos quebrantado la Ley de Dios, no habría necesidad de tal
justificación, siendo naturalmente justos. Quien toda su vida haya hecho lo que
debiera hacer, y nunca hubiera hecho nada prohibido, éste es de por si
justificado ante la ley. Pero estoy seguro de que tú, estimado lector, no te hallas
en ese estado de inocencia. Eres demasiado honrado para pretender estar
limpio de todo pecado, y, por lo tanto, necesitas ser justificado. Pues bien, si te
justificas a ti mismo, te engañas miserablemente. Por lo mismo, no comiences
tal cosa. No valdrá la pena. Si pides a otro mortal que te justifique, ¿qué podrá
hacer? Alguien te alabaría por cuatro cuartos, otro te calumniaría por menos.
Bien poco vale el juicio del hombre.

129
La Teología de la Reforma
Romanos 8:33, dice: «Dios es el que justifica,» y esto, sí que va al grano. Este
hecho es asombroso, es un hecho que debemos considerar detenidamente.
¡Ven y ve!

En primer lugar, nadie más que Dios, podría haber pensado en justificar a
personas culpables. Se trata de personas que han vivido manifiestamente
rebeldes actuando mal con ambas manos; de personas que han ido de mal en
peor; de personas que han vuelto al mal aun después de ser castigadas, siendo
forzadas a dejar de cometer el mal por algún tiempo. Han quebrantado la ley y
pisado el evangelio bajo sus pies. Han rechazado la proclamación de
misericordia y persistido en la iniquidad. ¿Cómo podrán tales personas alcanzar
el perdón y justificación? Sus conocidos desesperan de ellos, diciendo: «Son
casos sin remedio.» Aun los cristianos les miran más bien con tristeza que con
esperanza. Rodeado del esplendor de la Gracia de su elección, habiendo Dios
escogido a algunos desde antes de la fundación del mundo, no reposará hasta
haberles justificado y hechos aceptos en el Amado. ¿No está escrito: «A los
que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también
justificó; y a los que justificó, a estos también glorifico»? (Rom. 8:30). Así es
que puedes ver que el Señor ha resuelto justificar a algunos y ¿por qué no
estaríamos incluidos tú y yo en este número? Nadie más que Dios pensaría
jamás en justificarme a mi. Resultó para mi esto una maravilla. No dudo que la
gracia Divina sea igualmente manifiesta en otros. Contemplo a Saulo de Tarso
«respirando amenazas y muerte» contra los siervos del Señor. Como lobo
rapaz espantaba a las ovejas del Señor por todas partes, no obstante Dios le
detuvo en el camino de Damasco y cambió su corazón justificándole del todo,
tan plenamente, que muy pronto este perseguidor resultó el más grande
predicador de la justificación por la fe que haya vivido sobre la faz de la tierra.
Con frecuencia debe de haberse maravillado de haber sido justificado por la fe
en Cristo Jesús, ya que antes era un tenaz defensor de la salvación mediante
las obras de la ley. Nadie más que Dios podía haber pensado en justificar a un
hombre como el perseguidor Saulo. Pero el Señor Dios es glorioso en gracia.

Pero, por si alguien pensara en justificar a los impíos, nadie más que Dios
podría hacerlo. Es imposible que persona alguna perdone las ofensas que
hayan sido cometidas contra ella misma. Si alguien te ha ofendido gravemente,
tu puedes perdonarle, y espero que así lo harás; pero una tercera persona
fuera de ti no puede perdonarle. Sólo de ti debe proceder el perdón. Si ha Dios
hemos ofendido, está en el poder de Dios mismo perdonar, ya que contra él
mismo se ha pecado. Esta es la razón porque David dice en el Salmo 51:4 «A
tí, a ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos,» pues así Dios
contra quien se ha cometido la ofensa, puede perdonarla. Lo que debemos a
Dios, nuestro gran Creador puede perdonar, si así le place; y si lo perdona,
perdonado queda.

Nadie más que el Gran Dios contra quien hemos pecado, puede borrar nuestro
delito. Por consiguiente, acudamos a él en busca de misericordia. Y cuidado
que nos dejemos desviar por los hombres, que desean que acudamos a ellos
en busca de lo que solo Dios puede concedernos; careciendo de todo

130
La Teología de la Reforma
fundamento en la Palabra de Dios sus pretensiones. Y aun cuando fuesen
ordenados para pronunciar palabras de absolución en nombre de Dios, será
siempre mejor que acudamos nosotros mismos en busca de perdón al Señor
nuestro Dios, en nombre de Jesucristo, Mediador único entre Dios y los
hombres, ya que sabemos de cierto que éste es el camino verdadero. La
religión por encargo es asunto peligroso. Infinitamente mejor y más seguro es
que te ocupes personalmente de los asuntos de tu alma y no los encargues a
otro. Solo Dios puede justificar a los impíos, y puede hacerlo a perfección. El
echa nuestros pecados sobre sus espaldas, los borra, diciendo que aunque se
busquen, no se hallarán. Sin otra razón que su bondad infinita ha preparado un
camino glorioso mediante el cual puede hacer que los pecados que son rojos
como escarlata sean más blancos que la nieve y alejar de nosotros las
transgresiones tan lejos como el oriente está del occidente. Dios dice: «No me
acordaré de tus pecados,» llegando hasta el punto de aniquilarlos. Uno de los
antiguos dijo maravillado: ¿Qué Dios hay como tú, que perdona la maldad y
olvida el pecado del remanente de su heredad? No ha guardado para siempre
su enojo, porque él se complace en la misericordia. (Miq. 7:18).

No hablamos aquí de justicia, ni del trato de Dios con los hombres, según sus
merecimientos. Si piensas entrar en relación con Dios, justo sobre la base de la
ley, la ira eterna te aguarda amenazadora por cuanto esto es lo que mereces.
Bendito sea su nombre, porque, no nos ha tratado según nuestros pecados; y
hoy nos trata en términos de gracia inmerecida y compasión infinita, diciendo:
«Les recibiré misericordioso y les amaré de voluntad.» Créelo, porque
ciertamente es la verdad que el gran Dios trata al culpable con misericordia
abundante. Sí, puede tratar al impío como si siempre hubiera sido piadoso. Lee
atentamente la parábola del «hijo pródigo,» y verás como el padre perdonador
recibe al hijo errante con tanto amor como si nunca se hubiera extraviado y
nunca contaminado con el mundo. Hasta tal punto el padre demostraba su
cariño, que el hermano mayor halló en ello motivo para murmurar, no por eso el
padre dejó de amarle. Por culpable que fueras, con tal que quieras volver a
Dios, te tratará como si nunca hubieras hecho mal alguno. Te considerará justo
y te tratará complacido. ¿Qué dices a esto?

Deseo aclarar bien lo glorioso de este caso. Ya que nadie sino Dios pensaría
en justificar al impío, y nadie sino él lo podría hacer, ¿no ves como Dios, bien lo
puede hacer? Fíjate en como el apóstol extiende el reto: «¿Quién acusará a los
escogidos de Dios? Dios es el que justifica» (Rom. 8:33). Habiendo Dios
justificado a una persona, está bien hecho, rectamente hecho, justamente
hecho, y para siempre perfectamente hecho. El otro día leí un impreso lleno de
veneno contra el evangelio y los que lo predican. Decía que creemos en una
teoría por la cual nos imaginamos que el pecado se puede alejar de los
hombres. No creemos nosotros en teorías; proclamamos un hecho. El hecho
más glorioso debajo del cielo es este, que Cristo por su preciosa sangre real
positivamente aleja el pecado y que Dios por amor de Cristo, tratando a los
hombres en términos de misericordia divina, perdona a los culpables y los
justifica, no según algo que vea en ellos o prevé que habrá en ellos, sino según
la riqueza de la misericordia que habita en su propio corazón. Esto es lo que

131
La Teología de la Reforma
hemos predicado, lo que predicaremos en tanto que vivamos. «Dios es el que
justifica,» el que justifica a los impíos. El no se avergüenza de hacerlo, ni
nosotros de predicarlo. En la justificación hecha por Dios mismo no cabe duda
alguna. Si el Juez me declara justo, ¿quién me condenará? Si el tribunal
supremo de todo el universo me ha pronunciado justo, ¿quién me acusará? La
justificación de parte de Dios es respuesta suficiente para la conciencia
despierta. El Espíritu Santo mediante la misma sopla la paz sobre nuestro ser
entero y no vivimos ya atemorizados. Mediante tal justificación podemos
responder a todos los rugidos y a todas las murmuraciones de Satanás y de los
hombres. Esta justificación nos prepara a bien morir, a resucitar y enfrentar el
último juicio.

Sereno miro ese día:

¿Quién me acusará?

En el Señor mi ser confía;

¿Quién me condenará?

Amigo, el Señor puede borrar todos tus pecados. «Todos los pecados serán
borrados a los hijos de los hombres» (Mat.12:31). Aunque te hallaras hundido
hasta lo máximo en la miseria, él puede con una palabra limpiarte de la lepra,
diciendo: «Yo quiero, se limpio.» El Señor Dios es gran perdonador. «Yo creo
en el perdón de los pecados.» ¿Crees tú? Aun en este mismo momento, el juez
puede pronunciar sentencia sobre ti, diciendo: «Tus pecados te son
perdonados: vete en paz.» Y si así lo hace, no hay poder en el cielo, en la
tierra, ni debajo de la tierra que te pueda acusar, ni mucho menos condenar. No
dudes del amor del Todopoderoso. Tu no podrías perdonar al prójimo, si te
hubiera ofendido como tu has ofendido a Dios. Pero no debes medir la gracia
de Dios con la medida de tu estrecho criterio. Sus pensamientos y caminos
están por encima de los tuyos tan altos como el cielo está sobre la tierra Bien,
dirás tal vez, gran milagro sería que Dios me perdonara a mi. ¡Justo! Sería un
milagro grandísimo, y por lo tanto es muy probable que lo haga, porque él hace
«grandes cosas e inescrutables» (Job 5:44) para nosotros inesperadas En
cuanto a mi, quedé afectado bajo un terrible sentimiento de culpa que me hacía
la vida insoportable; pero al oír la exhortación: «¡Mirad a mí y sed salvos, todos
los confines de la tierra! Porque yo soy Dios, y no hay otro.» (Isa. 45:22),
entonces miré, y en un momento me justificó el Señor. Jesucristo, hecho
pecado en mi lugar, fue lo que vi, y esa vista me dio reposo al alma. Cuando los
hombres mordidos por las serpientes venenosas en el desierto miraron a la
serpiente de metal, quedaron sanos inmediatamente, y así yo al mirar con los
ojos de la fe al Salvador crucificado por mi. El Espíritu Santo, quien me dio la
facultad de creer, me comunicó la paz mediante la fe. Tan cierto me sentí
perdonado, como antes me había sentido condenado. Había sentido realmente
la condenación, porque la Palabra de Dios me lo había declarado, dándome
testimonio de ello la conciencia. Pero cuando el Señor me declaró justo, quedé
igualmente seguro por los mismos testimonios. Pues la Palabra de Dios dice:

132
La Teología de la Reforma
«El que en él cree, no es condenado» (Juan 3:18), y mi conciencia me daba
testimonio de que creía y de que Dios al perdonarme era justo.. Así es que
tengo el testimonio del Espíritu Santo y el de la conciencia, testificando ambos
a una la misma cosa. ¡Cuánto deseo que el lector reciba el testimonio de Dios
en este asunto, y muy pronto tendría también el testimonio en sí mismo!

Me atrevo a decir que un pecador justificado por Dios se halla sobre


fundamento más firme que el hombre justificado por sus obras, si tal hombre
existiera. Pues nunca tendríamos la seguridad de haber hecho bastantes obras
buenas; la conciencia quedaría siempre inquieta en si, después de todo, faltaría
algo y solamente descansaríamos sobre la sentencia falible de un juicio
dudoso. En cambio, cuando Dios mismo justifica, y el Espíritu Santo le rinde
testimonio, dándonos paz con Dios, entonces sentimos que el hecho es firme y
muy sólido, y el alma entra en descanso. No hay palabras para explicar la
calma profunda que se apodera del alma que recibe esa paz de Dios que
sobrepasa todo entendimiento. Amigo, búscala en este mismo momento.

***

3
JUSTO Y JUSTIFICADOR
Acabamos de ver a los impíos justificados y hemos contemplado la gran verdad
de que solo Dios puede justificar al hombre. Ahora daremos un paso adelante,
preguntando: ¿Cómo puede un Dios justo justificar a los culpables?
Contestación plena la hallamos en las palabras del apóstol Pablo, en Rom.
3:21-26. Leeremos seis versículos del capítulo indicado con el objeto de
conseguir la idea total del pasaje.

Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada


por la Ley y los Profetas. Esta es la justicia de Dios por medio de la fe en
Jesucristo para todo los que creen. Pues no hay distinción; porque todos
pecaron y no alcanzan la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por
su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús. Como demostración
de su justicia, Dios le ha puesto a él como expiación por la fe en su sangre, a
causa del perdón de los pecados pasados, en la paciencia de Dios, con el
propósito de manifestar su justicia en el tiempo presente; para que él sea justo
y a la vez justificador del que tiene fe en Jesús.

Permítaseme rendir un poco de testimonio personal aquí. Hallándome bajo el


poder del Espíritu Santo, bajo la convicción del pecado, sentía pesar sobre mi,
clara y fuertemente la justicia de Dios. El peso del pecado me abrumaba de
manera insoportable. No que tanto temiera yo al infierno, como temía al
pecado. Me veía tan terriblemente culpable que recuerdo haber sentido que si

133
La Teología de la Reforma
Dios no me castigaba por el pecado, faltaría a su deber al no hacerlo. Sentía
que el Juez de toda la tierra debía condenar a un pecador como yo. Estaba yo
sentado en el tribunal condenándome a mi mismo a la perdición; porque
admitía que si yo fuera Dios, no podría hacer otra cosa que enviar a una
criatura tan culpable a lo más profundo del infierno.

Todo ese tiempo me preocupaba profundamente de la honra del nombre de


Dios y de la equidad de su gobierno moral. Sentía que no estaría satisfecha mi
conciencia, si consiguiera yo perdón injustamente. El pecado que había
cometido, merecía castigo y debía castigarse. Luego me venía la pregunta:
«¿Cómo podría ser Dios justo y no obstante justificar a persona tan culpable
como yo?» ¿Cómo puede ser justo y, sin embargo, justificador de los
pecadores? Me molestaba y cansaba esta pregunta, y no hallaba contestación
a la misma. Imposible para mi inventar respuesta alguna que diera satisfacción
a mi conciencia.

Para mi la doctrina de la expiación por la substitución es una de las pruebas


más poderosas de la inspiración divina de la Sagrada Escritura. ¿Quién podría
haber ideado el plan de que el Rey justo muriera por el súbdito injusto y
rebelde? Esta no es doctrina de mitología humana, ni sueño de la imaginación
de un poeta. Este método de expiación se conoce por la humanidad
únicamente por ser un hecho positivo. La imaginación humana no podría
haberlo inventado. Es arreglo, plan y estatuto de Dios mismo; no es cosa del
cerebro humano.

Desde la infancia había oído hablar de la salvación por el sacrificio de Jesús;


pero en lo profundo de mi alma nada más sabía de ello, estaba en una
completa ignorancia. La luz existía, pero yo vivía ciego; de pura necesidad el
Señor mismo tuvo que aclararme el asunto. La luz vino como revelación nueva,
tan nueva como si nunca hubiese leído en las Escrituras la declaración de que
Jesús era la propiciación por el pecado para que Dios fuese justo y justificador
del impío. Creo que esto ha de venir como revelación nueva para todo hombre
al nacer de arriba, a saber la gloriosa doctrina de la substitución por el Señor
Jesús.

Así llegué a comprender la posibilidad de la salvación mediante el sacrificio de


substitución, y que todo se había provisto para tal substitución, y que todo se
había provisto para la misma. Me fue dado ver que el Hijo de Dios, igual al
Padre e igualmente eterno, desde la eternidad había sido constituido cabeza
del pacto de un pueblo escogido, para que en esa capacidad sufriera por el
mismo para salvarle. En cuanto nuestra caída, en primer término, no fue caída
individual, ya que caímos en nuestro representante federal, en «el primer
adán», fue posible para nosotros el levantamiento por un segundo
representante, a saber por Aquel que se encargó de ser la cabeza del pacto de
su pueblo, a fin de ser su «segundo Adán,» Vi que, antes de haber pecado en
realidad, había caído por el pecado de mi primer padre; y me regocijo, ya que,
por tanto, me fue posible, en sentido jurídico, ser levantado mediante esa

134
La Teología de la Reforma
segunda Cabeza representativa. La caída de Adán dejó una escapatoria: otro
Adán puede deshacer la ruina hecha por el primero.

Cuando me inquietaba respecto a la posibilidad de que un Dios justo me


perdonara, comprendí y vi por fe, que él, que es el Hijo de Dios, se hizo hombre
y en su propia bendita persona llevó mi pecado en su cuerpo sobre el madero.
Vi el castigo (precio) de mi paz sobre él y que por su llaga fui curado
(Isa.53:4,5). Querido amigo, ¿has visto tú esto? ¿Has comprendido como Dios
puede quedar del todo justo, no remitiendo la culpa ni quitando el filo de la
espada, y como él, sin embargo, puede ser infinitamente misericordioso y
justificador del impío que acude a él? La razón es que el Hijo de Dios,
eternamente glorioso en su persona inmaculada se encarga de satisfacer a la
ley sometiéndose a la condena que me correspondía a mi, en consecuencia de
lo cual Dios puede quitar mi pecado. Más satisfacción resulta para la ley por la
muerte de Cristo que hubiera resultado enviando a todos los transgresores al
infierno. El establecimiento más glorioso del gobierno equitativo de Dios resultó
sufriendo el Hijo de Dios por el pecado, que sufriendo toda la raza humana.

Jesús ha soportado por nosotros toda la penalidad de la muerte. ¡Contempla


esta maravilla! Allí está colgado de la cruz. Esta es la vista más solemne que
jamás has contemplado. El Hijo de Dios y el Hijo del hombre, allí elevado en el
vil madero, sufriendo penas indecibles, el Justo por los injustos, para llevarnos
a Dios. Maravillosísima es tal vista; ¡el Inocente castigado! ¡El eternamente
bendito hecho maldición! ¡El infinitamente glorioso sufriendo la muerte
ignominiosa! Cuanto más contemplo los sufrimientos del Hijo de Dios, tanto
más cierto estoy de que corresponden a mi caso de criminalidad. ¿Por qué
sufrió sino para librarnos de la pena merecida? Habiéndola pues, expiado por
su muerte, los creyentes en él no necesitan temerla. Así es, y así debe ser, que
siendo hecha la expiación, Dios puede perdonar sin alterarse las bases de su
tribunal, ni en lo más mínimo cambiar sus estatutos del código. La conciencia
halla respuesta plena a su pregunta tremenda. La ira de Dios contra la iniquidad
debe ser terrible, más allá de toda concepción humana. Bien dijo Moisés;
«¿Quién conoce el poder de tu ira?» (Salmo 90:11). No obstante al oír al Señor
de gloria gritar. «¿Por qué me has desamparado?» (Mat.27:46) y al verle
exhalar el último aliento, sentimos que la Justicia Divina ha recibido abundante
satisfacción por la obediencia tan perfecta y muerte tan espantosa de parte de
persona tan Divina. Si Dios mismo se inclina ante su propia ley, ¿que más se
quiere? Hay mucho más en la expiación en sentido de mérito que en todo
pecado humano en sentido de demérito.

El vasto mar del sacrificio propio del amor de Jesús es tan profundo que
pueden hundirse en él todas las montañas de nuestros pecados. A causa del
valor infinito de nuestro Representante, bien puede Dios mirar favorable a los
demás seres humanos por indignos que fuesen en si mismos. Ciertamente fue
el milagro de los milagros que el Señor Jesús tomara mi lugar.

Sufriendo por mi la fatal condena,

135
La Teología de la Reforma

Librando mi alma de eterna pena.

Pero así lo hizo. «Consumado es» (Juan 19:30). Dios perdonará al pecador,
porque no perdonó a su propio Hijo. Dios puede perdonar tus transgresiones,
porque cargó en su Hijo unigénito esa transgresiones hace 2000 años. Si crees
en Jesús, y esto es lo esencial, entonces debes saber que tus pecados fueron
alejados de ti por Aquel que representaba al macho cabrío expiatorio en el culto
profético de Israel.

¿Qué es el creer en él? No simplemente decir «Es Dios y Salvador,» sino


confiar en él del todo y enteramente, recibiéndole para toda la obra de la
salvación desde hoy y para siempre, recibiéndola cual Salvador único, cual
Señor, Maestro, todo. Si tu quieres a Jesús, él te ha aceptado ya. Si crees de
verdad en él te aseguro que ya no irás al infierno; porque eso haría nulo el
sacrificio de Cristo. No es posible que un sacrificio se acepte, y que a pesar de
ello muera el alma por la cual se haya aceptado el sacrificio. Si el alma del
creyente se pudiera condenar, ¿para qué tal sacrificio? Si Jesús murió en mi
lugar, ¿por qué debo morir yo también?

Todo creyente puede afirmar que un sacrificio expiatorio se ha hecho por él; por
fe ha colocado su mano sobre el mismo, haciéndole suyo, y por lo mismo
puede descansar seguro de que nunca perecerá. El Señor Dios no recibirá este
sacrificio hecho por nosotros para luego condenarnos a morir. Dios no puede
leer nuestro perdón escrito en la sangre de su propio Hijo y luego herirnos de
muerte. Tal cosa es imposible. ¡Dios te conceda la gracia ahora mismo para
mirar sólo a Jesús, empezando por el principio, por Jesús mismo, quien es el
origen de la fuente de misericordia para el hombre culpable.

«Él justifica al impío.» «Dios es el que justifica,» por tanto y por esa misma
razón se puede hacer, y lo hace mediante el sacrificio expiatorio de su Divino
Hijo. Por esa razón puede hacerse en justicia, y tan justamente que nadie podrá
ponerlo en duda, tan equitativamente que ni en el último y temible día, cuando
pasen los cielos y la tierra, habrá quien niegue la validez de esa justificación.
«¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió. ¿Quién acusará a los
escogidos de Dios. Dios es el que justifica» (Rom. 8:33,34).

Ahora bien, pobre alma, ¿quieres entrar en este refugio tal cual eres? Aquí
estarás con perfecta seguridad. Acepta esta salvación cierta y segura. Acaso
dirás: «Nada hay en mi que me recomiende.» No se te pide tal cosa. Los que
escapan por la vida, dejan la ropa detrás de sí. Refúgiate apresurado tal cual
eres.

Te diré algo de mi mismo par animarte. Mi única esperanza de entrar en la


gloria descansa en la plena redención de Cristo realizada en la cruz del
Calvario por los impíos. En esto descanso firmemente, ni sombra de esperanza
tengo en alguna otra cosa. Tu te hallas en la misma condición que yo, pues
ninguno de nosotros tiene mérito alguno digno de consideración cual base de

136
La Teología de la Reforma
confianza. Juntemos, pues, las manos, colocándonos juntos al pie de la cruz, y
entreguemos nuestras almas de una vez para siempre al que derramó su
sangre por los culpables. Nos salvaremos ambos por un mismo Salvador. Si tu
pereces confiando en él, pereceré yo también. ¿Qué más puedo hacer para
probarte mi propia confianza en el evangelio que te proclamo?.

***

4
SALVACIÓN DE PECAR
Quisiera decir unas cuantas palabras sencillas a los que comprenden la idea de la
justificación por la fe en Cristo Jesús, pero cuya dificultad consiste en no poder dejar de
pecar. No es posible que nos sintamos felices, descansados y espiritualmente sanos
hasta que llegamos a ser santificados. Es preciso que seamos librados del dominio del
pecado. Pero, ¿cómo se realiza esto? Es este un asunto de vida o muerte para muchos.
La naturaleza vieja es muy fuerte y la han procurado refrenar y domar; pero no quiere
ceder, y aunque deseosos de mejorarse, se hallan peor que antes. El corazón es tan
duro, la voluntad tan rebelde, la pasión tan ardiente, los pensamientos tan ligeros, la
imaginación tan indomable, los deseos tan incultos que el hombre despierto siente que
lleva en su interior una cueva de bestias salvajes que acabarán por devorarle antes que
él logre ejercer dominio sobre ellas. Respecto a nuestra naturaleza caída podemos decir
nosotros lo que dijo el Señor a Job, del monstruo marino: «¿Jugarás tu con él como con
un pájaro, o lo atarás para tus niñas?» (Job.41:5). Más fácil seria para el hombre poder
detener con la mano el viento que refrenar por su propia fuerza los poderes
tempestuosos que moran en su naturaleza caída. Esta es una empresa mayor que
cualquiera de las fabulosas de Hércules; aquí se necesita a Dios, el Todopoderoso.

«Yo podría creer que Jesús me perdonara el pecado,» dice alguien, pero lo que me
molesta es que vuelvo a pecar y que existen inclinaciones terribles al mal en mi ser. Tan
cierto como la piedra arrojada al aire, pronto vuelve a caer, así yo; aunque por la
predicación poderosa sea elevado al cielo, vuelvo a caer de nuevo en mi estado de
insensibilidad. Fácilmente quedo encantado por los ojos de basilisco del pecado
permaneciendo bajo el encanto, solo la providencia me hace escapar de mi propia
locura.

Estimado amigo, si la salvación no se ocupara de esta parte de nuestro pecado de ruina,


resultaría una cosa por demás tristemente defectuosa. Como deseamos ser perdonados,
deseamos también ser purificados. La justificación sin la santificación no sería salvación
de ningún modo. Tal salvación llamaría al leproso limpio, dejándole morir de lepra;
perdonaría la rebelión, dejando al rebelde permanecer enemigo del soberano. Alejaría
las consecuencias descuidando y sin fin. Impediría por un momento el curso del río,
dejando abierta la fuente de contaminación, de modo que más o menos pronto se abriría
una salida con mayor fuerza. Acuérdate que el Señor Jesús vino a quitar el pecado de

137
La Teología de la Reforma
tres maneras; vino a salvar de la culpa del pecado, del poder del pecado, y de la
presencia del pecado. En seguida te es posible llegar a la segunda parte: el poder del
pecado se puede quebrantar inmediatamente; y así estarás en el camino a la tercera
parte, la salvación de la presencia del El ángel dijo del Señor. «Llamarás su nombre
Jesús, porque el salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat.1:21). Nuestro Señor Jesús
vino para destruir en nosotros las obras del diablo. Lo que se dijo en el nacimiento de
nuestro Señor, se declaró también en su muerte; porque al abrirse su costado, salió
sangre y agua para significar la doble cura por la cual quedamos salvos de la culpa y la
contaminación del pecado.

Si no obstante te apenan el poder del pecado y las inclinaciones de tu naturaleza, como


bien pude ser el caso, aquí hay para ti una promesa. Confía en ella, porque forma parte
de ese pacto de gracia que está en todo ordenado y firme. Dios que no puede mentir ha
declarado en el libro de Ezequiel 36:26; «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu
nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré
corazón de carne.»

Como ves, en todo entra el Yo Divino: Yo -daré -pondré -quitaré -daré. Tal es el modo
real de actuar del Rey de reyes, siempre poderoso para ejecutar al punto su soberana
voluntad. Ninguna de sus palabras quedará sin cumplir.

Bien sabe el Señor que tu no puedes cambiar tu propio corazón, ni limpiar tu propia
naturaleza, pero también sabe que el él es poderoso para hacer ambas cosas. Dios
puede cambiar la piel del Etíope y extraer las manchas del leopardo. Oye esto, cree y
admíralo, él te puede crear de nuevo, hacer que nazcas de nuevo. Esto es un milagro
estar al pie de las cascadas del Niágara, y con una palabra manda a la corriente volver
atrás y subir arriba el gran precipicio sobre el cual hoy se lanza con poder fantástico.
Únicamente el omnipotente poder de Dios podía hacer tal milagro; sin embargo, ese no
sería más que un paralelo adecuado a lo que sucedería, si se hiciera retroceder del todo
el curso de la naturaleza. Para Dios todo es posible. Él es poderoso para volver atrás el
curso de tus deseos, la corriente de tu vida, de modo que en lugar de bajar alejándote de
Dios, tengas la tendencia de subir acercándote a Dios. Esto es en realidad lo que el
Señor ha prometido hacer con todos los incluidos en el pacto, y sabemos por las
Escrituras que todos los creyentes están incluidos en él. Leamos de nuevo sus palabras
en Ezequiel 36:26.

Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra
carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne.

Cuán maravillosa es esta promesa! Y en Cristo es «el sí» y «el amen» para la gloria de
Dios por nosotros. Hagámosla nuestra, aceptándola como verdadera, apropiándonosla
bien. Así se cumplirá, y en días y años venideros tendremos que cantar del cambio
maravilloso que ha obrado la soberana gracia en nosotros.

Muy digno de consideración es el hecho de que, quitando el Señor el corazón de piedra,


queda quitado, y cuando esto una vez sea hecho, ningún poder conocido podría jamás
quitarnos ese corazón nuevo que nos da y ese espíritu recto que nos infunde. «Porque
irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios» (Rom. 11:29), es decir, sin

138
La Teología de la Reforma
arrepentimiento, o cambio de parecer, de parte de Dios, no quitando lo que una vez ha
dado. Permite que te renueve y quedarás renovado. Las reformas y limpiezas que
emprende el hombre, pronto terminan, porque el perro vuelve a su vómito; pero cuando
Dios nos da corazón nuevo, este nos queda para siempre, ni se volverá piedra otra vez.
En esto debemos regocijarnos para siempre, entendiendo lo que crea Dios en su reino
de gracia.

Para aclarar este asunto de un modo sencillo, ¿has oído la comparación del señor
Rowland Hill, acerca del gato y el puerco? Te lo contaré al estilo propio para ilustrar las
palabras gráficas del Salvador: «Os es necesario nacer otra vez» (Juan 3:17). ¿Ves ese
gato? ¡Cuán limpio es! ¿Ves cómo hábilmente se lava con la lengua y las patas? De
verdad, ofrece una vista bonita. ¿Has visto alguna vez a un puerco hacer lo mismo?
¡Claro que no! Tal cosa sería contra la naturaleza del puerco. Este prefiere revolcarse en
el lodo. Enseña al puerco a lavarse, y verás cuán poco éxito tendrás. Sería mejora
sanitaria, de gran valor si los puercos aprendieran limpieza y aseo. Enséñales a lavarse y
limpiarse como hacen los gatos. ¡Trabajo inútil! Puedes limpiar al puerco a la fuerza, pero
en seguida volverá a enlodarse, quedando tan sucio como antes. El único modo de hacer
que se lave el puerco, como el gato, consiste en transformarlo en gato. Solo así,
entonces se lavará y se limpiará, pero no antes.

Supongamos realizada la transformación; lo que antes era imposible o difícil, ahora es


fácil, muy fácil, el puerco será de ahora en adelante capaz para entrar a la sala y dormir
sobre la alfombra al lado de la chimenea. Así sucede con el impío; ni le puedes forzar a
hacer lo que el hombre renovado hace de muy buena voluntad. Puedes enseñar al impío,
proporcionándole buenos ejemplos, pero es incapaz de aprender el arte de la santidad,
por cuanto carece de facultad y mente para ello; su naturaleza le lleva por otro camino.
Cuando Dios le transforma en hombre nuevo, todo cambia de aspecto. Tan marcado es
tal cambio que oí a un convertido decir «O todo el mundo ha cambiado o he cambiado
yo.» La nueva naturaleza sigue en pos del bien tan naturalmente como la vieja
naturaleza anda en pos del mal. ¡Cuán grande bendición es obtener esta naturaleza
nueva! Únicamente el Espíritu Santo te lo puede infundir.

¿Te has fijado alguna vez en lo maravilloso del caso cuando el Señor imparte un corazón
nuevo y espíritu recto al hombre perdido? Has visto, quizá una langosta que, peleándose
con otra, ha perdido una pata, habiéndole crecido después una nueva. Cosa admirable
es esto, pero muchísimo más maravilloso es que al hombre se le de un corazón nuevo.
Esto, sí que es un milagro, un hecho que sobrepasa todo poder de la naturaleza. Allí está
un árbol. Si cortas una de sus ramas, otra podrá crecer en su lugar; pero ¿puedes
cambiar su naturaleza, puedes volver dulce la savia amarga, puedes hacer que el espino
produzca higos? Podrás injertarle algo mejor, siendo esta la semejanza que la naturaleza
nos ofrece de la obra de la gracia; pero el cambiar en absoluto la savia vital del árbol,
esto sería un milagro de verdad. Tal prodigio y misterio de poder actúa en Dios en todos
los que creen en Cristo Jesús.

Si te sometes a su operación Divina, el Señor transformará tu ser. Él someterá la


naturaleza vieja, y te infundirá vida nueva. Confía en el Señor Jesús y él quitará de tu
carne el corazón duro de piedra, dándote corazón blando como de carne. Todo lo duro
será blando, todo lo vicioso, virtuoso; toda inclinación hacia abajo se elevará con fuerza

139
La Teología de la Reforma
viva hacia arriba. El león furioso dará lugar al cordero manso; el cuervo inmundo huirá de
la paloma blanca; la serpiente engañosa quedará aplastada bajo el pie de la verdad.

Con mis propios ojos he visto tales cambios admirables del carácter moral y espiritual
que no desespero de la maldad de nadie. Si no fuera indecoroso, indicaría a mujeres
impuras, hoy puras como la blanca nieve, y a hombres blasfemos que actualmente
alegran a todos por su conducta y devoción. Los ladrones se transforman en personas
honradas, los borrachos en sobrios, los mentirosos en veraces, los burladores en
personas sensatas celosas por la causa del Señor. Dondequiera que la gracia de Dios se
haya manifestado, ha enseñado al hombre a renunciar a la impiedad y los deseos
mundanos, y a vivir templado, justo y santamente en esta época mala; y estimado lector,
lo mismo hará la gracia para ti.

«Yo no puedo efectuar este cambio,» me dirás. ¿Quién ha dicho que puedes? Las
Escrituras que hemos citado, no hablan de lo que hará el hombre, sino de lo que hará
Dios, y a él corresponde cumplir su Palabra en ti, y ciertamente lo hará.

¿Pero como se hará? ¿Para que lo quieres saber? ¿Será necesario que Dios explique su
modo de actuar antes de que creas en él? Su proceder en este caso es un gran misterio,
el Espíritu Santo lo lleva a cabo. El que ha hecho la promesa es el responsable de su
cumplimiento, y su capacidad corresponde perfectamente al caso. Dios que promete
efectuar tan asombrosa operación, lo llevará a cabo, sin duda alguna, en todos cuantos
por fe reciban a Jesús, porque leemos que «a todos los que le recibieron, les dio
potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1:11).

¡Qué Dios haga que lo creas! ¡Ojalá que dieras al Señor de gracia el honor merecido de
creer que él puede y quiere hacer esto en ti, por gran milagro que fuera! ¡Ojalá que
creyeras que Dios no puede mentir! ¡Ojalá que confiaras en él, a fin de que te diera un
corazón nuevo y un espíritu recto, ya que él es poderoso para hacerlo! ¡Que el Señor te
conceda fe en sus promesas, fe en su Hijo,, fe en el Espíritu Santo, fe en él mismo! Así
sea. Y a él serán dadas alabanza, honra y gloria para siempre. Amen

***

11
LA REGENERACIÓN Y
EL ESPÍRITU SANTO

140
La Teología de la Reforma
«Os es necesario nacer otra vez» (Juan 3:7). Esta palabra de nuestro Señor parece
haber sido en el camino de muchos la espada encendida, como la que se movía de un
lado a otro a la puerta del Paraíso. Han caído en la desesperación, porque este cambio
está más allá de todos sus esfuerzos. El nuevo nacimiento es de arriba y, por lo tanto, no
es cosa que esté en el poder humano efectuarlo. Lejos esté de mí negar o encubrir aquí
una verdad que podría inspirar un consuelo falso. Admito claramente que el nuevo
nacimiento es sobrenatural y que no es obra que el pecador pueda llevar a cabo por sí
mismo. Sería para el lector de poca utilidad, si fuera yo bastante malo para animarle,
tratando de convencerle de rechazar u olvidar lo que es una verdad indiscutible.

Pero ¿no es digno de notarse que este mismo capítulo, en que el Señor declara que el
nuevo nacimiento es de arriba y obra divina, contiene también la afirmación más
poderosa que la salvación es por fe? Lee el capítulo entero, Juan 3, y detente en los
primeros versículos. Es verdad que el versículo 3 dice: «Respondió Jesús, y le dijo: De
cierto, de cierto, te digo que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios.»

Pero luego los versículos 14 y 15 hablan como sigue: «Y como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para
que todo aquel que cree en él tenga vida eterna.» El versículo 18 repite la misma
doctrina en los términos más amplios, diciendo: «El que cree en él no es condenado;
pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del
unigénito Hijo de Dios.»

Es evidente a toda luz que estas dos afirmaciones deben estar en perfecto acuerdo, ya
que salieron de los mismos labios y constan en una misma página inspirada. ¿Por qué
nos creamos nosotros una dificultad donde no es posible que la haya? Si una afirmación
nos asegura que para la salvación se requiere una cosa que solo Dios puede
proporcionarnos, y si otra afirmación nos asegura que el Señor nos salvará mediante
nuestra fe en Jesús, podemos sacar en consecuencia sin equivocación alguna que el
Señor concederá a todos cuantos creen todo cuanto declara necesario para la salvación.
De hecho, el Señor produce el nacimiento nuevo en todos cuantos creen en Jesús; y su
fe es la manifestación más palpable de que hayan nacido de arriba.

Confiamos en Jesús, que hará lo que no somos capaces de hacer nosotros; si estuviera
el asunto en nuestro poder, ¿por qué acudir a él? A nosotros nos toca creer, la parte del
Señor es crear la vida nueva en nosotros. El no quiere creer por nosotros, ni debemos
nosotros hacer las obras de la regeneración por él. Basta para nosotros obedecer el
mandamiento creyendo; al Señor corresponde realizar el nacimiento nuevo en nosotros.
El que pudo bajar hasta el extremo de morir en la cruz por nosotros, puede y quiere
concedernos todas las cosas necesarias para nuestra seguridad eterna.

«Pero un cambio de corazón que salva es obra del Espíritu Santo.» Esta es una gran
verdad y lejos de nosotros esté el dudarlo u olvidarlo. Pero la obra del Espíritu Santo, es
una obra secreta y misteriosa, y sólo se puede conocer por los resultados. Hay misterios
en nuestro nacimiento natural que sería curiosidad profana intentar penetrar; con mayor
razón es tratándose de las operaciones sagradas del Espíritu de Dios. «El viento de
donde quiera sopla, y oyes su sonido; más ni sabes de dónde viene, ni a dónde vaya; así
es todo aquel que es nacido del Espíritu.» (Juan 3:8). Tanto sabemos, sin embargo, que

141
La Teología de la Reforma
la obra misteriosa del Espíritu Santo no puede constituir razón alguna para que
rehusemos creer en Jesús, de quien este mismo Espíritu da testimonio.

Si se diera a una persona el encargo de sembrar un campo, no podría excusarse de su


negligencia diciendo que no valdría la pena sembrar, a menos que Dios hiciera brotar la
semilla. No quedaría justificada su negligencia de no labrar la tierra por la razón de que
la energía secreta de Dios tan solo puede producir una cosecha. Nadie queda impedido
o parado en las tareas ordinarias de la vida por la razón de que «si el Señor no edificaré
la casa, en vano trabajan los que la edifican» (Salmo 127:1). Es cierto que quien cree en
Jesús, jamás hallará que el Espíritu Santo se niegue a actuar en él; el hecho es que su fe
es prueba de que el Espíritu ya está actuando en su corazón.

Dios actúa providencialmente, pero no queda inactiva por eso la humanidad. No se


podrían mover los hombres sin el poder divino, concediéndoles vida y fuerza, y no
obstante proceden en sus tareas sin pensar, recibiendo fuerza de día en día de parte de
Aquel en cuyas manos está su aliento y todos sus caminos. Así sucede en la condición
espiritual. Nos arrepentimos y creemos, aunque no podríamos hacer lo uno ni lo otro, si
el Señor no nos capacitara para ello. Volvemos la espalda al pecado confiando en Jesús,
y luego percibimos que el Señor ha actuado en nosotros tanto el querer como el hacer,
según su beneplácito. Inútilmente pretendemos que en este asunto haya dificultad.

Algunas verdades que es difícil explicar por palabra, son muy sencillas en la experiencia.
No hay contradicción entre la verdad que el pecador cree y que su fe es obra del Espíritu
Santo. Sólo la insensatez puede llevar al hombre a atascarse en misterios respecto a
cosas sencillas, cuando se hallan en peligro sus almas. Nadie rehusaría entrar en un
bote salvavidas por no conocer el peso, preciso de los cuerpos; ni el hambriento
rehusaría comer por no conocer todo el proceso de la nutrición. Si tú, no quieres creer
hasta que comprendas todos los misterios, nunca te salvarás; y si permites dificultades
de invención propia te impidan aceptar el perdón mediante la fe en tu Señor y Salvador,
perecerás por una condenación bien merecida. No cometas suicidio espiritual
entregándote apasionadamente a la discusión de sutilezas metafísicas.

***

12
MI REDENTOR VIVE

He hablado continuamente acerca del Cristo crucificado, quien es la gran esperanza del
culpable; pero es sabio que nos acordemos de que nuestro Señor resucitó de entre los
muertos y vive eternamente.

142
La Teología de la Reforma
No se te pide que creas en un Cristo muerto, sino en un Redentor que murió por
nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. Así es que puedes acudir a Jesús
en seguida como a un amigo vivo y presente. No se trata de un simple recuerdo, sino de
una persona continuamente existente quién desea oír tus oraciones y contestarlas. Él
vive a propósito para continuar la obra, por la cual sacrificó su vida. Está intercediendo
por los pecadores a la diestra del Padre, y por lo mismo es poderoso «para salvar
eternamente a los que por él se acercan a Dios» (Heb. 9:25). Acude a él y entrégate a
este Salvador vivo, si antes no lo has hecho.

Este Jesús vivo está ensalzado hasta la eminencia de gloria y poder. Hoy no sufre como
«el humillado ante sus enemigos,» no sufre trabajos como «el hijo del carpintero,» sino
que está elevado muy por encima de los principados y las potencias y todo nombre. El
Padre le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra y está ejecutando este encargo
glorioso, llevando a cabo su obra de gracia. Escucha bien lo que Pedro y los otros
apóstoles testifican acerca de él ante el sumo sacerdote y todo el concilio:

El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un


madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel
arrepentimiento y perdón de pecados (Hech. 5:30,31).

La gloria que rodea al Señor ascendido debiera inspirar esperanza en todo corazón
creyente. Jesús no es persona de categoría oscura; es un Salvador grande y glorioso. Es
el Redentor ensalzado por Príncipe coronado como tal. La gracia soberana sobre la vida
y la muerte se le ha confiado; el Padre ha puesto a todos los hombres bajo el gobierno
mediador de su Hijo, así que puede dar vida a quien quiera. El abre y nadie cierra. El
alma sujeta por las cuerdas del pecado y de la condenación puede quedar libre
inmediatamente por el poder de su palabra. Extiende su cetro real, y cualquiera que lo
toque, vivirá.

Providencia para nosotros que como vive el pecado, y vive la carne y vive el diablo, vive
también Jesús; y por esta misma también cualquiera que fuese el poder de esos para
arruinarnos, infinitamente mayor es el poder de Jesús para salvarnos.

Toda su glorificación y habilidad están actuando a nuestro favor. Se le ha «ensalzado


para ser» y ensalzado «para dar». Ha sido ensalzado para ser Príncipe y Salvador y para
dar todo lo necesario para llevar a cabo la salvación de todos cuantos entren bajo su
gobierno. Nada tiene Jesús que no esté dispuesto a usar para la salvación de los
pecadores y nada es que no esté dispuesto a desplegar en la dispensación abundante
de su gracia. Cooperan a una su función de Príncipe y su función de Salvador, como si
no quisiera ejercer la una sin la otra; y manifiesta su glorificación como teniendo por
objeto producir bendiciones para la humanidad como si esto fuera la flor y corona de su
gloria. ¿Puede haber algo mejor combinado para infundir esperanza en los pecadores
arrepentidos que empiezan a dirigir su mirada hacia Cristo Jesús?

Muy grande fue la humillación que sufrió Jesús, y por lo mismo hubo lugar para su
ensalzamiento. Por esa humillación cumplió toda la voluntad del Padre, y por tanto
recibió la recompensa de ser elevado a la gloria. Esta glorificación la usa para bien de su
pueblo. Levante el lector su mirada hacia esas elevaciones de gloria, de donde debe

143
La Teología de la Reforma
esperar ayuda. Contempla las glorias celestes de tu Príncipe y Salvador. ¿No es esta la
mayor esperanza para los hombres que «el Hijo del hombre» ocupa el trono del
universo? ¿No es glorioso de verdad, que el Señor de todo es el Salvador de los
pecadores? Tenemos un amigo en el tribunal, sí, un amigo sobre el trono. Pondrá este
toda su influencia a favor de los que entreguen sus asuntos en sus manos. Bien dice uno
de nuestros himnos:

Para siempre vive ensalzado

Ante el trono Príncipe y Salvador,

Cristo, quien es hoy mi abogado,

¿Cómo puede para mí haber temor?

Ven, amigo, y entrega tu causa en esas manos, una vez con llagas, pero hoy adornadas
con las insignias del poder real y soberano. Jamás se perdió causa alguna confiada a tan
poderoso Abogado.

***

13
SIN ARREPENTIMIENTO,
SIN PERDÓN

Resulta claro en el libro de los Hechos 5:30,31, que el arrepentimiento acompaña al


perdón. Leemos en el versículo 31, que Jesús fue ensalzado para dar «arrepentimiento y
perdón de pecados.» Estas dos bendiciones se desprenden de las manos sagradas una
vez clavadas al madero, de las manos de Aquel que ahora está en la gloria.
Arrepentimiento y perdón están entrelazados por el propósito eterno de Dios. Lo que
Dios ha juntado, no lo separe el hombre.

El arrepentimiento debe ser compañero del perdón, y verás que así es, pensando un
poco sobre el caso. No es posible que se conceda el perdón a un pecador no
arrepentido. Tal cosa le aprobaría sus malos caminos y le haría pensar poco en la culpa
del pecado. Si el Señor dijera: «Tu amas el pecado, vives en él y vas de mal en peor,
pero no importa, yo te perdono,» esto equivaldría a la proclamación de una infame
libertad de pecar. Equivaldría a poner en duda los fundamentos de todo orden social,
resultando de ello el desorden moral. No podría yo explicar los escándalos innumerables

144
La Teología de la Reforma
que resultarían ineludiblemente, si se pudieran separar el arrepentimiento y el perdón
quitándose el pecado mientras que el pecador lo amara como siempre.

Es del todo natural que si creemos en La Santidad de Dios, es positivo que si


continuamos en el pecado no queriendo arrepentirnos del mismo, no podemos esperar
que Dios nos perdone, pero si, recogeremos las consecuencias de nuestra terquedad.
Según la bondad infinita de Dios se nos promete que, si abandonamos nuestro pecado
confesándolo, aceptando por fe la gracia que esta en Cristo Jesús, Dios «es fiel y justo
para que nos perdone nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1Juan 1:9). Pero
mientras tanto que Dios viva, no puede haber promesa de misericordia para los que
continúan en sus malos caminos negándose a reconocer sus transgresiones.
Ciertamente no hay rebelde que pueda esperar que su Rey le perdone mientras que
prosiga en rebeldía manifiesta. Nadie puede ser tan loco que se imagine que el Juez de
toda la tierra borre nuestros pecados, si rehusamos arrepentirnos y confesarlos nosotros
mismos.

Además, esto es así a causa de la Perfección de la Misericordia Divina. Una misericordia


que perdona el pecado, dejando al pecador viviendo en el pecado, sería insuficiente y
superficial, en verdad. Sería una misericordia deforme. ¿Cuál de los dos privilegios
piensas que es el mayor: borrar la culpa del pecado o librar del poder del pecado? No
trataré de pesar en una balanza dos misericordias sin igual. Ninguna de ellas nos
alcanzaría sino mediante la sangre preciosa de Cristo. Pero me parece que la salvación
del poder del pecado, al ser santificado, al ser hecho semejante a Dios, debe
considerarse la mayor de las dos, si alguna comparación tuviéramos que hacer. Favor
incalculable es el perdón.

En el Salmo 103:3; hacemos esta, la nota primera: «Él es quien perdona todas tus
iniquidades.» Pero si pudiéramos alcanzar el perdón, y luego tener permiso de amar el
pecado, practicar la iniquidad y revolcarnos en el fango de los vicios, ¿para que nos
serviría tal perdón? ¿No resultaría un dulce venenoso que del modo más eficaz nos
arruinaría? El ser lavado y, sin embargo, quedar en el fango; el ser declarado limpio y, no
obstante, llevar la lepra blanca en la frente, sería la burla más pesada que se hiciera de
la misericordia, ¿Para que serviría sacar el cadáver del sepulcro, sin poder devolverle la
vida? ¿Para que llevarlo a la luz, sino puede ya mirarla?

Nosotros damos gracias a Dios, porque Aquel que perdona nuestras iniquidades,
también sana nuestras dolencias. El que nos limpia de las manchas del pecado, nos
salva de los caminos sucios del presente y nos guarda de caer en el porvenir. Es preciso
que recibamos agradecidos tanto la palabra del arrepentimiento como la de la remisión
del pecado. Son dos cosas inseparables. La heredad del pacto es una e indivisible y no
se divide en partes. Dividir la obra de la gracia, sería partir una criatura por la mitad, y
quien tal permitiera, demostraría que no tiene interés alguno en el asunto.

Pregunto a los que buscan al Señor, ¿Estarías contento con que Dios te perdonara tus
pecados, dejándote luego vivir como un malvado y mundano como antes? Ciertamente
que no; el espíritu vivificado tiene más miedo del pecado mismo que de los castigos que
resultan del mismo. El grito de tu corazón no es: ¿Quién me librará del castigo? Sino
«¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?» (Rom. 7:24).

145
La Teología de la Reforma
¿Quién me hará capaz de vencer la tentación y ser santo como Dios es santo? Ya que la
unidad del arrepentimiento y el perdón concuerdan con el deseo realizado por la gracia, y
ya que es necesaria esa unidad para la perfección de la salvación, como a causa de la
santidad, descansa seguro de que permanecerá esa unidad.

El arrepentimiento y la remisión del pecado son inseparables en la experiencia de todos


los creyentes. Jamás hubo persona que de verdad se arrepintiera de sus pecados,
confesándolos a Dios en el nombre de Jesús, que Dios no perdonara; por otra parte,
jamás hubo persona que Dios perdonara sin arrepentimiento del pecado. No vacilo en
afirmar que bajo las bóvedas del cielo jamás hubo, ni hay, ni habrá caso de pecado
limpiado, a no ser que al mismo tiempo hubiera arrepentimiento y fe en Cristo Jesús. El
odio al pecado y el sentimiento de perdón entran juntos en el alma y permanecen juntos
mientras vivamos.

Estas dos cosas actúan mutuamente. El hombre arrepentido es perdonado, y el


perdonado se arrepiente más profundamente después de perdonado. Así es que
podemos decir que el arrepentimiento conduce al perdón y el perdón al arrepentimiento.

«La ley y los terrores,» dice el poeta, sólo endurecen al hombre, mientras actúan a solas;
pero un sentimiento de perdón, adquirido mediante la sangre ablanda el corazón de
piedra.»

Convencidos del perdón, aborrecemos la iniquidad. Y supongo que cuando la fe se haya


aumentado hasta la seguridad plena, de modo que estemos muy seguros sin sombra de
duda que la sangre de Jesús nos ha emblanquecido más que la nieve, entonces el
arrepentimiento ha llegado a la perfección.

La capacidad de arrepentirse crece a la medida de que la fe crece. No haya


equivocación en este caso, el arrepentimiento no es cosa de días o semanas, como la
penitencia impuesta, que se desea terminar cuanto antes. No, se trata de una gracia
para la vida entera como la fe misma. Los hijos de Dios se arrepienten, así los jóvenes y
los ancianos.

El arrepentimiento y la fe son compañeros inseparables. Mientras tanto que andamos por


fe estamos en condición de arrepentirnos. No es verdadero el arrepentimiento que no
venga de la fe en Jesús, y nos es verdadera la fe en Jesús que no capacita para el
arrepentimiento. La fe y el arrepentimiento, como los gemelos siameses, viven unidos. A
medida que creemos en el amor perdonador de Jesús, podemos arrepentirnos. Y a
medida que nos arrepentimos del pecado y odiamos el mal, nos regocijamos en la
plenitud del perdón que Jesús ha sido ensalzado para conceder al necesitado. No podrás
jamás apreciar el perdón, si no te sientes arrepentido; y tampoco eres capaz de
arrepentimiento más profundo antes de haber sido perdonado. Sorprendente puede
parecer, pero es cierto, que la amargura del arrepentimiento y la dulzura del perdón, se
mezclan en el olor suave de toda vida de gracia, resultando en dicha sin par.

Estos dos regalos del pacto, constituyen la seguridad mutua la una de la otra. Si se que
me arrepiento, se también que Dios me ha perdonado. ¿Cómo sabré que me ha
perdonado sino conociendo también que me ha librado de mis malos caminos? El ser

146
La Teología de la Reforma
creyente, es ser arrepentido. La fe y el arrepentimiento son dos rayos de la misma rueda,
dos mangos del mismo arado. Se ha dicho bien que el arrepentimiento es el corazón
quebrantado a causa del pecado y separado del pecado. De igual forma bien se puede
decir que es un cambio y complemento. Es un cambio de mente de la clase más radical y
profunda, acompañado de dolor a causa del pecado cometido en el pasado, y del
compromiso de transformación para el futuro. Dejar el mal que antes yo amaba; amar el
bien que antes odiaba, demuestra así la sinceridad del dolor.

Siendo esto un hecho positivo, podemos estar seguros del perdón, porque el Señor
nunca lleva el corazón al quebranto a causa del pecado, separándolo del mismo, sin
perdonarlo. Por otra parte, si disfrutamos el perdón mediante la sangre de Jesús, siendo
justificados por la fe y teniendo paz con Dios por nuestro Señor Jesucristo, sabemos que
nuestro arrepentimiento y nuestra fe son de la clase legítima.

No considera tu arrepentimiento cual mérito que le proporciona el perdón, ni esperes


capacidad natural para arrepentirte hasta que veas la gracia de nuestro Señor Jesús y su
prontitud de borrar tus pecados. Guarda estas cosas cada una en su lugar y
contémplalas en la relación que tienen la una con la otra. Son como el Jaquín y Boaz
(1Rey. 7:21), en la experiencia de la salvación; quiero decir que se pueden comparar a
las altas columnas del templo de Salomón, colocadas al frente de la casa del Señor,
formando una entrada majestuosa al lugar santo. Nadie viene del modo debido a Dios, a
no ser que pase entre las columnas del arrepentimiento y de la remisión. El arco iris del
pacto de gracia ha sido desplegado en toda su hermosura sobre tu corazón, cuando
sobre las lágrimas del arrepentimiento haya brillado la luz del pleno perdón. El
arrepentimiento del pecado y la fe en el perdón de parte de Dios son el tema y
argumento de la verdadera conversión. Por estas señales conocerás «un verdadero
israelita.»

Volvamos al texto que estamos meditando; tanto el arrepentimiento como el perdón


brotan de la misma fuente, siendo dones del mismo Salvador. El Señor Jesús desde su
gloria concede las dos cosas a las mismas personas. No debes buscar la fuente del
arrepentimiento, ni del perdón, en otro punto. Ambas cosas están listas y el Señor está
preparado para concederlas gratuitamente ahora mismo a toda persona que de su mano
las quiera recibir. No debe olvidarse nunca que Jesús da todo lo necesario para la
salvación. De la mayor importancia es que todos cuantos buscan la salvación
comprendan esto. La fe es tanto un regalo de Dios como el objeto en que la fe se funda.
El arrepentimiento es tan manifiesto obra de la gracia como la expiación por la cual se
borra el pecado. La salvación es obra de la gracia sola desde el principio hasta el fin.

No me comprendas mal aquí. Por supuesto, no es el Espíritu Santo el que se arrepiente.


Nada ha hecho de lo que se deba arrepentir. Y si pudiera arrepentirse, de nada nos
valdría; es preciso que nos arrepintamos cada uno de nosotros de nuestro propio
pecado, y si no, no quedaremos salvos del poder del pecado. NO es el Señor Jesucristo
quien se arrepiente. ¿De que se arrepentiría? Nosotros somos los que nos debemos
arrepentir con el pleno conocimiento de toda facultad de nuestra mente. La voluntad, las
afecciones, las emociones, todo coopera cordialmente en el acto bendito del
arrepentimiento del pecado; y no obstante detrás de todo lo que sea acto personal
nuestro, está una influencia santa actuando en secreto, ablandando nuestro corazón,

147
La Teología de la Reforma
causando arrepentimiento y produciendo un cambio completo. El Espíritu de Dios nos
ilumina para que veamos lo que es el pecado haciéndolo repugnante a la vista. Además,
el Espíritu de Dios nos vuelve a la santidad, haciéndonos apreciarla de corazón, amarla,
desearla, y así nos comunica un impulso, por el cual somos llevados adelante paso a
paso por el camino de la santidad. El Espíritu de Dios actúa en nosotros tanto el querer
como el hacer según el beneplácito de Dios. Sometámonos a este buen Espíritu ahora
mismo para que nos guíe a Jesús, quien abundantemente nos dará la doble bendición
del arrepentimiento y del perdón, según las riquezas de su gracia. «Por gracia sois
salvos».

***

14
CÓMO SE DA
EL ARREPENTIMIENTO

Volvamos al gran texto «A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y
Salvador. Para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados» (Hech. 5:31).
Nuestro Señor Jesucristo ha subido para que la gracia baje. Él emplea su gloria para que
propagar mejor su gracia. El Señor no ha dado un solo paso hacia arriba sino con el
objeto de llevar consigo a los creyentes arriba. Ha sido ensalzado para dar
arrepentimiento, lo que veremos adelante, nos recordará de unas cuantas grandes
verdades.

La obra que nuestro Señor ha llevado a cabo, ha hecho el arrepentimiento


posible, de utilidad y aceptable. La ley no habla de arrepentimiento, sino dice
sencillamente «El alma que pecare, esa morirá» (Eze. 18:20). Si el Señor Jesús no
hubiera muerto, resucitado y ascendido al Padre, ¿para que serviría tu arrepentimiento o
el mío? Podríamos sentir remordimiento de conciencia con todos sus horrores, pero no el
verdadero arrepentimiento con sus esperanzas. Arrepentimiento en sentido de
sentimiento natural es un deber común que no merece alabanza; en verdad, es un
sentimiento tan comúnmente mezclado con temor egoísta al castigo que su mejor
aprecio es de poco valor. Si no hubiera intervenido Jesús, acumulando una riqueza de
mérito, nuestras lágrimas de arrepentimiento no valdrían más que otras tantas gotas de
agua derramada en tierra.. Se haya ensalzado Jesús para que en virtud de su intercesión
tenga valor ante Dios nuestro arrepentimiento. En este sentido nos da arrepentimiento,
puesto que pone el arrepentimiento en condición aceptable, lo que de otro modo no
sería.

148
La Teología de la Reforma
Cuando Jesús fue ensalzado, fue derramado el Espíritu de Dios para producir
en nosotros todo don de gracia necesario. El Espíritu Santo crea en nosotros el
arrepentimiento renovándonos de un modo sobrenatural quitando el corazón de piedra
de nuestra carne. No te sientes apretándote los ojos para sacarte algunas lágrimas
imposibles; el arrepentimiento no sale de una naturaleza rebelde, sino de la gracia libre y
soberana. No entres en tu recámara pegándote en el pecho para producir en un corazón
de piedra sentimientos que no existen en él. En cambio, acude en espíritu al Calvario y
contempla la pasión y muerte de Jesús. Mira arriba de donde viene tu socorro. El Espíritu
Santo ha venido expresamente para hacer sombra a los espíritus de los hombres y
engendrar en ellos el arrepentimiento como antes se movía sobre la tierra desordenada
para producir orden. Eleva tu ruego a él. «Bendito Espíritu de Dios, apodérate de mí.
Hazme sencillo y humilde de corazón para que odie el pecado y sinceramente me
arrepienta del mismo.» Y él oirá tu clamor y te responderá.

Acuérdate también de que cuando el Señor Jesús fue ensalzado, no solamente


nos dio el arrepentimiento enviando al Espíritu Santo, sino consagrando todas las obras
de la naturaleza y la providencia para el gran fin de nuestra salvación, providencialmente
cualquiera de ellas puede llamarnos al arrepentimiento, ya sea que cante, como el gallo
que oyó Pedro, o retumbe, como el terremoto que espantó al carcelero de Filipos. Desde
la diestra de Dios, nuestro Señor Jesús gobierna las cosas de la tierra haciéndolas
cooperar para la salvación de sus redimidos. Se vale tanto de lo amargo como de lo
dulce, de las penas como de las alegrías para producir en los pecadores algún cambio
de mente hacia Dios. Se agradecido por algún acto de la providencia que te ha hecho
pobre, enfermo o afligido; porque mediante tales cosas Jesús actúa en tu vida
llamándote hacia sí mismo. La misericordia del Señor frecuentemente viene cabalgando
hacia nuestra puerta sobre el jinete negro de la aflicción. Jesús se vale de toda la
capacidad de nuestra experiencia para separarnos del mundo y atraernos al cielo. Cristo
ha sido ensalzado hasta el trono del cielo y de la tierra para que mediante los
procedimientos de la providencia someta todos los corazones endurecidos hasta sentir el
bendito quebranto del arrepentimiento.

Además, ahora mismo está actuando por sus juicios en el escenario de las
conciencias por su Libro inspirado (La Biblia), mediante nosotros que hablamos según el
Libro y por las oraciones de los amigos y de los corazones sinceros. Él te puede enviar
una palabra que hiera tu corazón de piedra, como la vara de Moisés, y haga brotar ríos
de arrepentimiento. Él puede llevar a tu mente algún texto de las Sagradas Escrituras
que quebrante tu corazón y te cautive en un momento. Misteriosamente puede
ablandarte y, cuando menos pienses, causar que un sentimiento de santidad invada tu
alma. Puedes estar seguro de eso, que Aquel que ha entrado en la gloria, ensalzado
hasta el esplendor y majestad de Dios, tiene abundancia de medios para efectuar
arrepentimiento en los que tendrán perdón. En este mismo momento está esperando
darte arrepentimiento. Recíbelo inmediatamente.

Fíjate en el hecho, para consuelo tuyo. Que el Señor Jesucristo da este arrepentimiento
a los menos dignos de la humanidad. Fue ensalzado para dar arrepentimiento a Israel.
¡A Israel! En los días que habló el apóstol así, era Israel la nación que más había pecado
contra la luz y contra el amor, coronando su obra de infamia por la crucifixión del Señor,
atreviéndose a decir. «Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos» (Mat.

149
La Teología de la Reforma
27:25). Cierto, estos israelitas eran los asesinos de Jesús; y no obstante fue ensalzado
para darles el arrepentimiento. ¡Qué maravilla de gracia! Escucha pues; si tu has sido
criado a la luz cristiana más resplandeciente y a pesar de ello lo has rechazado, hay
todavía esperanzas para ti. Aun cuando hayas pecado contra la conciencia, contra el
Espíritu Santo, contra el amor de Jesús, todavía hay lugar para el arrepentimiento.
Aunque te hallaras endurecido como Israel incrédulo de antaño, todavía es posible tu
ablandamiento, ya que Jesús se haya ensalzado para dar arrepentimiento a los que
llegaron al colmo de la iniquidad, agravando de un modo especial su pecado. ¡Dichoso
quien, como yo, tiene un evangelio tan pleno para proclamar! ¡Dichoso tú que tienes el
privilegio de escucharlo!

Los corazones de Israel se habían endurecido como una roca de pedernal.


Martín Lutero creía imposible la conversión de un judío. Sin estar de acuerdo con él, es
preciso admitir que la simiente de Israel ha sido terriblemente terca rechazando al Señor
todos estos siglos pasados. Con verdad dijo el Señor: «Israel no me quiso a mi» (Salmo
81:11). Jesús «vino a los suyo, y los suyos no le recibieron» (Juan 1:11). No obstante,
para bien de Israel fue nuestro Señor Jesús ensalzado para dar arrepentimiento y
remisión de pecados. El lector es probablemente gentil; pero a pesar de ello puedes
tener un corazón muy terco que por muchos años ha resistido al Señor Jesús. Y, no
obstante, en ti puede nuestro Señor efectuar el arrepentimiento. Bien puede ser que
todavía tendrás que escribir, afligido por el amor divino, como el autor de la interesante
obra, Libro de cada día, quien en cierta época de su vida era un incrédulo obstinado.
Vencido por la gracia soberana escribió:

El corazón más altanero

Has quebrantado, Dios, en mí;

El yo más terco y más fiero

Has bien domado para ti.

Tu voluntad cual mía quede:

Tu ley, la regla de mi ser;

Mi corazón, tu Santa sede,

Mi lucha, siempre obedecer.

El Señor puede dar arrepentimiento al menos digno, volviendo en ovejas a los leones, en
palomas a los cuervos. Volvamos a él para que cambio tan grande se opere en nosotros.
Sin duda alguna la contemplación de la muerte de Cristo es uno de los modos más
seguros y efectivos para alcanzar el arrepentimiento. No te sientes, procurando el
arrepentimiento de la fuente seca y corrompida de la naturaleza. Suponer que tu puedes
por fuerza colocar tu alma en ese estado de gracia, es contrario a las leyes de la mente
humana. Lleva tu corazón en oración al que lo comprende, diciendo: «Límpialo, Señor.
Señor renuévalo. Señor realiza tu el arrepentimiento en él.» Cuanto más procures tu

150
La Teología de la Reforma
mismo producir emociones de arrepentimiento en ti mismo, tanto más fracasarás; pero si
con fe piensas en Jesús que muere por ti, nacerá en ti el arrepentimiento. Medita pues,
en el Señor que de puro amor derrama la sangre de su corazón por ti. Fija la vista de tu
mente en la agonía y sudor de sangre, en la cruz y pasión; y al hacerlo así el afligido de
tanto dolor te mirará a ti y mediante esa mirada hará para contigo lo que hizo con Pedro,
de modo que tu también salgas para llorar amargamente. El que murió por ti puede hacer
que tu mueras al pecado mediante su Espíritu de gracia; y el que ha entrado en la gloria
para tu bien, puede conducir tu alma en pos de sí, hacia la santidad, dejando atrás el
pecado.

Estaré contento de dejarte este pensamiento; no busques fuego debajo del hielo, ni
esperes hallar arrepentimiento en tu corazón natural. Miro al Vivo para hallar la vida. Mira
a Jesús por todo cuanto necesites entre la puerta del infierno y la puerta de cielo. No
busques en otra parte algo de lo que Jesús desea concederte, acuérdate de que Cristo
es todo.

***
15
EL TEMOR DE CAER

Cierto temor se apodera a veces, de muchos que buscan la salvación: temen que no
podrán perseverar hasta el fin. He oído decir, «Si yo tuviera que entregar mi alma al
Señor Jesús, tal vez volvería atrás perdiéndome al fin. Antes he tenido sentimientos
buenos y los he perdido. Mi bondad ha sido como la nube de la mañana y como el rocío
temprano. De repente ha venido, ha durado poco, ha prometido mucho y luego ha
desaparecido.»

Creo que este temor es frecuentemente el padre del hecho; y que algunos que han
tenido miedo de confiar en Cristo para todo el tiempo y toda la eternidad, han fracasado,
porque su fe era temporal no siendo lo suficientemente sincera para salvarles.
Principiaron confiando en Jesús hasta cierto punto, pero confiaron en sí mismos respecto
a la continuación y perseverancia en el camino del cielo; así es que ese comienzo fue
erróneo, y resultó la cosa más natural que no tardaran en volverse atrás. Si confiamos en
nosotros mismos, es cierto que no perseveraremos. Aun cuando confiamos en Jesús
esperando de él buena parte de la salvación, no dejaremos de fracasar, si confiamos en
nosotros mismos respecto a algo. No hay cadena más fuerte que el más débil de sus
eslabones; si de Jesús esperamos todo excepto algo, fracasaremos sin remedio, porque
en esa cosa tropezaremos sin duda alguna.

No me cabe duda de que el error respecto a la perseverancia de los santos ha impedido


la perseverancia de muchos que un día marchaban bien. ¿Cuál fue el tropiezo?
Confiaban en sí mismos respecto a su carrera, y en consecuencia fracasaron. Cuidado
con revolver algo del yo, en el cemento con que edificas, porque tu mezcla quedará

151
La Teología de la Reforma
descompuesta y las piedras no quedarán pegadas. Si miras a Cristo respecto al
principio, ten cuidado de mirar a ti mismo respecto al fin. Él es el Alfa. Mira que te sea
Omega también (principio y fin). Si comienzas en el Espíritu, no esperes perfeccionarte
por la carne. Empieza como piensas y continúa como empezaste, que sea el Señor el
todo en todo. Pidamos que Dios el Santo Espíritu, nos de una idea clara respecto a la
fuente de toda fuerza necesaria para la perseverancia y para ser guardados hasta el día
de la aparición del Señor.

Aquí sigue lo que dijo Pablo sobre este asunto al escribir a los corintios:

«... nuestro Señor Jesucristo:... os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles
en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la
comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor» (1Cor. 1:7-9).

Estas palabras admiten silenciosamente una gran necesidad al decirnos como se ha


tenido en cuenta llenarla. Siempre que el Señor hace provisiones, podemos estar
seguros que hay necesidad para ello, ya que el pacto de gracia no se distingue por cosas
superfluas. En el palacio de Salomón se colgaron escudos de oro que nunca se usaron,
pero en el arsenal de Dios no hay tales cosas. Necesitaremos por cierto, todo cuanto
Dios ha provisto. Desde hoy hasta la consumación de todas las cosas será requerida
toda promesa de Dios y toda provisión del pacto de gracia. La necesidad urgente del
alma que cree es el fortalecimiento, la continuación, la perseverancia hasta el fin, el ser
guardado para siempre. Tal es la necesidad del creyente más adelantado, porque Pablo
escribía a los santos de Corinto, personas de prominencia, de las cuales podía decir:
«Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en
Cristo Jesús (1Cor. 1:4). Tales personas son precisamente las que sienten de verdad
que diariamente necesitan gracia nueva para continuar el camino, perseverar y salir
vencedoras al fin. Si no fueran santos, no tendrían necesidad de la gracia; pero por ser
hombres de Dios, sienten diariamente las necesidades de la vida espiritual. La estatua
de mármol no siente necesidad de alimento; pero el hombre vivo siente hambre y sed, y
se alegra de que el pan y el agua no le falten, porque si le faltasen, moriría en el camino.
Las necesidades personales del creyente le hacen imprescindible que diariamente acuda
a la gran fuente de todo tesoro espiritual, pues ¿qué haría si no pudiera dirigirse a su
Dios?

Este es el caso tratándose de los más entregados de los santos, de los de Corinto
enriquecidos de todo don de conocimiento y sabiduría. Necesitaban ser confirmados
hasta el fin, y a no ser así, resultarían en ruina sus dones y conocimientos. Si
hablásemos lenguas humanas y angélicas, y no recibiéramos gracia nueva día en día,
¿dónde estaríamos ahora; si tuviéramos toda experiencia y fuéramos enseñados por
Dios hasta comprender todo misterio, no podríamos vivir un solo día sin que la vida
divina se nos comunicara desde el origen del Pacto. ¿Cómo podríamos esperar,
perseverar por una hora siquiera, para no decir por una vida entera, a no ser que el
Señor nos llevara adelante? El que ha empezado la buena obra en nosotros , es el único
que puede perfeccionarla hasta el día de Cristo, si no resultaría en un triste fracaso.

Esta necesidad se debe en gran parte a nuestra propia condición. Algunos sufren bajo el
temor de no poder perseverar en la gracia, porque conocen su carácter caprichoso.

152
La Teología de la Reforma
Algunas personas son por naturaleza inestables. Otras son naturalmente obstinadas y
otras igualmente volubles y ligeras. Semejantes mariposas vuelan de flor en flor,
visitando todas las hermosuras del jardín, sin hacerse morada fija en ninguna parte.
Nunca paran en punto fijo bastante para hacer bien alguno, ni siquiera en su negocio, ni
en sus estudios intelectuales. Tales personas temen con razón que diez, veinte, treinta o
cuarenta años de vigilancia les resulte demasiado, tarea imposible. Vemos a gente
afiliarse a una iglesia tras otra. Son todo, todo por turno, pero nada, nada duradero.
Estos tales tienen doble motivo de pedir a Dios no solo que les haga firmes sino
inmovibles; de otra manera no serán hallados «constantes creciendo siempre en la obra
de Señor.»

Todos aun los que no tengamos inclinación natural a la inconstancia, no podemos por
menos de sentir nuestra debilidad, si somos vivificados por Cristo. Estimado lector, ¿no
hallas lo suficiente en un solo día para hacerte tropezar? Tu que deseas vivir
santamente, como pienso es el caso; tu que tienes un alto ideal de lo que debe ser la
vida cristiana, ¿no hallas que antes de haberse limpiado la mesa después del almuerzo,
ya has dado prueba de bastante torpeza para sentirte avergonzado de ti mismo? Si nos
encerráramos en la celda de un ermitaño, nos acompañaría la tentación porque entre
tanto que no podemos escapar de nosotros mismos, no podemos escapar de la
tentación. Hay un algo dentro de nuestro corazón que nos debe mantener alertas y
humillados delante de Dios. Si él no nos confirma, somos tan débiles que fácilmente
tropezamos y caemos, no necesariamente vencidos por el enemigo sino por nuestro
propio descuido. Señor, se tu nuestra fuerza. Nosotros somos la misma debilidad.

Además de esto, notaremos el cansancio que produce una vida larga. Al comenzar
nuestra carrera espiritual subimos con alas de águila, después corremos cansados, pero
en nuestros días mejores andamos sin desmayar. Nuestra marcha parece más pausada,
pero es más útil y mejor sostenida. Pido a Dios que la energía de la juventud nos
acompañe mientras que sea la energía del Espíritu y no simplemente el fervor de la
carne altiva. El que hace tiempo anda por el camino del cielo, encuentra que por razón
buena se prometió que los zapatos serían de hierro y bronce, porque el camino es
áspero. El tal ha descubierto que existen Montes de Dificultad y Valles de Humildad; que
existe un valle de Sombra de Muerte, y peor todavía la Feria de Vanidad, todo lo cual se
debe atravesar. Si hay Montes de Delicias (y gracias a Dios que los haya), hay también
Castillos de Desesperación, cuyo interior los peregrinos han visto con mucha frecuencia.
Todo considerado, los que perseveran hasta el fin en el camino de la santidad, serán
«objeto de admiración.»

«¡Oh mundo de maravillas, no puedo decir menos!» Los días de la vida del cristiano son
como otras tantas perlas de misericordia ensartadas en el hilo de oro de la felicidad
divina. En el cielo manifestaremos a los ángeles, a los principados y poderes las
inescrutables riquezas de Cristo que se empleó en nosotros y que disfrutamos aquí
abajo. Nos ha mantenido vivos en las garras de la muerte. Nuestra vida espiritual ha sido
una llama ardiendo en medio del mar, una piedra suspendida en el aire. Será el asombro
del universo el vernos pasar por la puerta de perlas sin tacha el día de nuestro Señor
Jesucristo. Debemos sentirnos llenos de grata admiración por ser guardados una hora
siquiera. Espero que así nos sintamos.

153
La Teología de la Reforma
Si esto fuera todo, habría razón suficiente para temer pero hay mucho más. Es preciso
que nos acordemos del lugar en que vivimos. Este mundo es un desierto espantoso para
muchos del pueblo de Dios. Algunos de nosotros hallamos gusto especial en la
providencia de Dios, pero para otros es una pena terrible. Nosotros empezamos el día
con la oración a Dios y oímos el canto de alabanza frecuentemente en nuestros hogares;
pero apenas se han levantado de sus rodillas por la mañana muchos de nuestros
semejantes, cuando se les saluda con blasfemias. Salen al trabajo y todo el día se les
aflige con vergonzosas conversaciones como al justo Lot en Sodoma. ¿Puedes andar
siquiera por una ancha calle en estos días sin que sean acosados tus oídos por el
lenguaje más soez? El mundo no es amigo de la gracia. Lo mejor que podemos hacer
con este mundo es terminar con él cuanto antes, porque moramos en campo enemigo.
En cada matorral se esconde algún ladrón. En cualquier parte es preciso andar con la
espada desenvainada, o al menos con la espada llamada oración, constantemente a
nuestro lado; porque hemos de luchar por cada pulgada del camino. No te equivoques en
este punto, si quieres evitar la desilusión más amarga. ¡Oh Dios, ayúdanos y
confírmanos hasta el fin! Si no ¿dónde nos detendremos?

La verdadera religión es sobrenatural en su principio, es sobrenatural en su continuación


y es sobrenatural en su consumación. Es obra de Dios desde el principio hasta el fin.
Hay una gran necesidad de que la mano de Dios sea extendida todavía. Esta necesidad
siente mi lector ahora, de lo que se alegra; porque ahora espera del Señor la
perseverancia, quien solo es poderoso para guardarnos de caída y glorificarnos en su
Hijo.

***

16
CONFIRMACIÓN

Deseo llamar tu atención a la seguridad que Pablo confiadamente esperaba como


beneficio de todos los santos. Dice: «El cual también os confirmará hasta el fin, para que
seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo» (1Cor. 1:8). Esta es la clase
de confirmación que ante toda otra cosa debemos desear. Como ves, presupone el texto
que las personas están en lo recto, en la verdad, y propone que sean afirmadas en ello.
Terrible fuera confirmar a una persona en sus caminos de pecado y error.

Pensemos en un borracho confirmado, un ladrón confirmado o un embustero confirmado.


Sería cosa deplorable confirmar a una persona en su incredulidad y en su impiedad.
Solamente podrán disfrutar de la confirmación divina los que ya han visto la gracia de
Dios manifestada en sus vidas. Esta confirmación es obra del Espíritu santo.

154
La Teología de la Reforma
El que da la fe, la fortalece y confirma; el que enciende la llama del amor divino en
nosotros la preserva y aumenta; es lo que el buen Espíritu en su primera instrucción, nos
hace saber con más claridad y certeza mediante enseñanza repetida. Además confirma
los hechos santos volviéndolos hábitos establecidos y emociones santas, en condiciones
permanentes. Por la experiencia y práctica confirma nuestra fe y nuestros propósitos. Así
como nuestras alegrías y nuestras penas, nuestros éxitos como nuestros fracasos
quedan santificados para el mismo fin; precisamente como el árbol queda arraigado y
robusto tanto por la lluvia como por el viento tempestuoso. La mente queda instruida y
por el aumento del saber acumula razones para perseverar en el buen camino. Queda
consolado el corazón, y así se apega más y más a la verdad consoladora. El creyente
resulta más sólido y robusto.

No se trata aquí de un crecimiento simplemente natural, sino de una obra tan claramente
del Espíritu como la conversión misma. El Señor lo concederá con toda seguridad a los
que confían en él para la vida eterna. Por su operación en nuestro interior nos librará de
ser «inestables,» haciéndonos firmes y arraigados. Esto es parte de la obra de la
salvación, esta edificación en Cristo Jesús, haciéndonos permanecer en él. Diariamente
puedes esperar esta gracia y tu esperanza no quedara defraudada. El Señor en quien
confías te hará como el árbol plantado junto a arroyos de aguas, tan bien guardado que
ni su hoja se marchitará.

¡Que fuerza para la Iglesia es el cristiano cimentado! El es consuelo para los afligidos y
apoyo para los débiles. ¿No quisieras tú ser así? Los creyentes cimentados son
columnas en la casa de Dios. Estos no son llevados de aquí para allá por todo viento de
doctrina, ni quedan confundidos por la tentación repentina. Son un gran apoyo para
otros, anclas en el tiempo de dificultad en la Iglesia. Tú que estás comenzando la vida
espiritual apenas puedes esperar a que llegues a ser como ellos. Pero no debes temer,
pues el Señor actuará en ti como en ellos. Algún día, tú que hoy eres un niño en Cristo,
serás un apoyo en la iglesia. Espera un cosa tan grande; pero espérala como don de
gracia y no como salario por obra o producto de tu fatiga.

El apóstol Pablo inspirado, habla de estas personas como confirmadas hasta el fin.
Esperaba Pablo que la gracia de Dios les guardara personalmente hasta el fin de su
vida, o hasta la venida del Señor Jesús. En realidad esperaba que toda la iglesia de Dios
en todo lugar y en todo tiempo fuera guardada hasta el fin de la dispensación, hasta la
venida del Señor Jesús, como el esposo a celebrar las bodas con su esposa
perfeccionada. Todos los que están en Cristo serán confirmados en él, hasta ese día
glorioso. ¿No ha dicho? «Porque yo vivo también vosotros viviréis?» (Juan 14:19)
También dijo: «yo les doy vida eterna; y no perecerán para siempre, ni nadie las
arrebatará de mi mano» (Juan 10:28). «El que ha empezado la buena obra en vosotros,
la perfeccionará hasta el día de Cristo» (Fil. 1:6). La obra de la gracia en el alma no es
una reforma superficial. La vida infundida en el nacimiento nuevo viene de simiente
incorruptible que vive y permanece eternamente. Y las promesas de Dios a los creyentes
no son de naturaleza transitoria sino abarcan para su cumplimiento toda la carrera del
creyente hasta que llegue a la gloria sin fin. Somos guardados por el poder de Dios,
mediante la fe, para la salvación eterna. «Proseguirá el justo su camino» (Job. 17:9). No
como resultado de su propio mérito o fuerza, sino como favor inmerecido «son
guardados los creyentes en Cristo Jesús. « Jesús no perderá ninguna de las ovejas de

155
La Teología de la Reforma
su rebaño; no morirá ningún miembro de su cuerpo; no faltará ninguna joya de su tesoro
cuando venga a juntarlas. La salvación por fe recibida no es cosa de meses o de años;
porque nuestro Señor Jesús nos ha conseguido «salvación eterna» y lo eterno no tiene
fin.

Pablo declaraba también que su esperanza respecto a los santos de Corinto es que
fueran «confirmados hasta el fin sin falta.» Esta condición sin falta es una parte preciosa
de la gracia de ser guardados. El ser guardado santo es más que ser guardado salvo. Es
muy triste ver gente religiosa tropezar y caer de una falta en otra peor; nunca han creído
en el poder de Dios para guardarles sin falta. La vida de algunos que profesan ser
cristianos, consiste en una serie de tropiezos que no parece dejarles bien tendidos, pero
tampoco nunca dejarlos firmes. Tal vida no viene al creyente; su vocación es andar con
Dios, y por la fe puede llegar a perseverar firme en la santidad, lo que urge que haga. El
Señor es poderoso no solo para salvarnos del infierno, sino para guardarnos de caída.
No hay necesidad de ceder a la tentación. ¿No está escrito? «El pecado no se
enseñoreará de vosotros» El Señor es poderoso para guardar los pies de sus santos, y
lo hará si nos entregamos a él, confiados en que lo hará. No hay necesidad de manchar
el vestido; por su gracia podemos ser guardados sin mancha del mundo, esto es nuestro
deber, porque «sin santidad nadie verá al Señor» (Heb. 12:14).

El apóstol profetizaba prediciendo para los creyentes de Corinto, lo que debiéramos


nosotros buscar, a saber que seamos guardados «irreprensibles hasta el día del Señor
Jesucristo». Quiera Dios que en ese gran día nos veamos libres de toda represión, y que
nadie en el universo entero se atreva a disputarnos la declaración de que somos los
redimidos del Señor. Tenemos faltas y flaquezas, de las cuales nos lamentamos, pero no
son de la naturaleza que demuestra que vivamos separados de Cristo, viviremos ajenos
a la hipocresía, al engaño, al odio, al placer en el pecado, porque tales cosas serían
acusaciones fatales. A pesar de nuestros fracasos involuntarios el Espíritu Santo puede
actuar en nosotros produciendo un carácter sin falta a la vista humana, de manera que
como Daniel no demos ocasión a las lenguas acusadoras, excepto en los asuntos de
nuestra fe religiosa. Multitud de hombres piadosos, como también de mujeres piadosas,
han dado pruebas de vida tan pura y del todo genuina que nadie les ha podido, en
justicia, reprender. El Señor podrá decir de muchos creyentes como dijo a Job, al
aparecer Satanás en su presencia: «¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay
otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?»
(Job. 1:8). Esto es lo que debe anhelar y tener por objeto el lector, confiando que, Dios
mediante, lo alcanzará. Tal es el triunfo de los santos, continuar «siguiendo al cordero
por dondequiera que va» (Apoc. 14:4), manteniendo la integridad como delante del Dios
viviente.

No entremos jamás en caminos torcidos, dando lugar a que blasfeme el adversario. Está
escrito respecto al verdadero creyente «Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y
el maligno no le toca» (1Juan 5:18). ¡Quiera Dios que así se escriba de nosotros!

Amigo que ahora empiezas a vivir la vida divina, el Señor puede comunicarte un carácter
irreprensible. Aun cuando en lo pasado hayas cometido pecado grave. El Señor es
poderoso para librarte del todo del poder de antiguos vicios y hábitos haciéndote un
ejemplo de virtud. No solamente puede hacerte hombre moral, sino puede hacerte

156
La Teología de la Reforma
aborrecer todo camino de falsedad y seguir en pos de todo lo que es santo. No dudes de
esto. El primero de los pecadores no necesita quedar atrás del más puro de los santos.
Cree esto y según tu fe te será hecho.

¡Cuánta bienaventuranza será el hallarnos irreprensibles en el día del juicio! No


cantamos en falso al prorrumpir:

Sereno miro ese día:

¡Quién me acusará?

En el Señor mi ser confía.

¿Quién me condenará?

¡Qué bienaventuranza será disfrutar de ese valor, fundado en la redención de la


maldición del pecado por la sangre del Cordero, cuando el cielo y la tierra huyan de la faz
del Juez de todos! Esta bienaventuranza será el destino de todos cuantos fijen la vista de
la fe exclusivamente en la gracia de Dios en Cristo Jesús y en ese poder sagrado, libren
batalla continua contra todo pecado.

***

17
¿POR QUÉ PERSEVERAN
LOS SANTOS?

Ya hemos visto que la esperanza que llenaba el corazón de Pablo respecto a


los hermanos de Corinto, llena de consuelo a los que temen tropezar y caer en lo futuro.
Pero, ¿por qué creía que los hermanos serían sostenidos hasta el fin.

Deseo que notes como especifica sus razones. Aquí están: «Fiel es Dios por el
cual sois llamados a la participación de su Hijo Jesucristo nuestro Señor» (1Cor. 1:9).

El apóstol no dice: «Vosotros sois fieles.» La fidelidad del hombre es de poco peso, es
vanidad. Tampoco dice: «Tienen ministros fieles para guiarles, y por tanto confío en que
serán guardados.» No, no, Si somos guardados por el hombre, seremos mal guardados.
El dice: «Dios es fiel» Si nosotros somos fieles, es porque Dios es fiel. Todo el peso de
nuestra salvación debe descansar en la fidelidad de nuestro Dios del pacto. Sobre este
glorioso atributo de Dios descansa todo. Nosotros somos cambiadizos como el viento,

157
La Teología de la Reforma
frágiles como la telaraña, inestables como el agua. No podemos depender de nuestras
cualidades naturales, ni de nuestros conocimientos espirituales, pero Dios permanece
Fiel. Él es fiel en su amor; no conoce variación, ni sombra de cambio. Es fiel en sus
propósitos; no comienza una cosa dejándola sin terminar. Es fiel en sus relaciones como
Padre, no negará a sus hijos, como amigo no faltará a su pueblo, como Creador no
abandonará la obra de sus manos.. Es fiel a sus promesas, y ni una de ellas dejará de
cumplir. Es fiel a su pacto que ha establecido con nosotros en Cristo Jesús, ratificándolo
con la sangre de su sacrificio. Es fiel a su Hijo y no permitirá que en vano haya
derramado su sangre. Es fiel para con su pueblo, al cual ha prometido vida eterna y al
cual no dejará, ni abandonará.

Esta fidelidad de Dios es el fundamento y piedra angular de nuestra esperanza


de perseverar hasta el fin. Los santos perseverarán en la santidad, porque Dios
persevera en la gracia. Él persevera en bendecir, y por lo mismo los creyentes
perseveran en ser bendecidos. El continúa guardando a su pueblo, y por tanto este
continúa guardando sus mandamientos. Este es fundamento sólido y bueno en que
descansar y concuerda perfectamente con el título de esta obra; Solamente por Gracia.
Así es que la gracia inmerecida y la misericordia infinita anuncian la aurora de la
salvación y resuena la misma «buena nueva» melodiosamente por todo el día de la
gracia.

Ves, pues, que las únicas razones que tenemos para esperar que seamos
guardados hasta el fin y hallados irreprensibles en el día de Cristo, se hallan en nuestro
Dios; pero en él estas razones son de gran manera abundantes.

Consisten primero, en lo que Dios ha hecho, Hasta tal punto nos ha bendecido
que le es imposible volver atrás. Pablo nos recuerda del hecho que «nos ha llamado a la
participación de su Hijo Jesucristo» (1Cor. 1:9). ¿Nos ha llamado? Pues, el llamamiento
no puede ser revocado; «porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios»
(Rom. 11:29). El Señor nunca se retrae de su vocación positiva de la gracia. «A los que
llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó» (Rom.
8:30). Esta es la regla invariable en el proceder divino. Hay un llamamiento general, del
cual se dice: «Muchos son llamados, y pocos escogidos» (Mat. 22:14); pero el
llamamiento del cual ahora hablamos es diferente, distinguido por amor especial,
solicitando la posesión de aquello a que somos llamados. En este caso el llamado se
halla en la condición de la simiente de Abraham, de la cual dijo el Señor. «Te tomé de los
confines de la tierra y de tierras lejanas te llamé, y te dije: mi siervo eres tú; te escogí, y
no te deseché» (Isa. 41:9).

En lo que ha hecho el Señor vemos una razón poderosa para nuestra


protección y gloria futuras, ya que nos ha llamado a la participación de su Hijo Jesucristo.
Participación equivale a tener alguna parte en común con Jesucristo, y desearía que
pensaras bien en el significado de esto. Si en verdad has sido llamado por la gracia
divina, has entrado en comunión con el Señor Jesucristo y por esta razón en conjunto
posees todas las cosas. Así que a la vista del Altísimo eres uno con él. El Señor Jesús
llevó tus pecados en su cuerpo sobre el madero, hecho maldición por ti, y al mismo
tiempo él ha llegado a ser tu justicia, de modo que estás justificado en él. Tú eres de
Cristo, y Cristo es tuyo.

158
La Teología de la Reforma
Como Adán representa a todos sus descendientes, así Jesús, a todos los que
están en él. Como el marido y la esposa son uno, así Jesús es uno con todos los que se
hallan unidos con él por la fe; uno por una unión espiritual legítima e inquebrantable. Más
aún, los creyentes son miembros del cuerpo de Cristo, y así son uno con él por una
unión de amor, viva y permanente. Dios nos ha llamado a esta participación, esta
comunión, esta unión, y por este mismo hecho nos ha dado señal y garantía de ser
confirmados hasta el fin. Si nos considerase Dios aparte de Cristo, resultaríamos
unidades pobres, perecederos, pronto disueltos y llevados a la destrucción; pero siendo
uno con Cristo somos participantes de su naturaleza y dotados de su vida inmortal.
Nuestro destino está unido con el de Cristo, y entre tanto que él no quede destruido, no
es posible que perezcamos nosotros.

Medita mucho en esta participación con el Hijo de Dios, ha la cual has sido
llamado; porque en ella está toda tu esperanza. Nunca podrás ser pobre mientras que
Jesús sea rico, ya que eres partícipe de los suyo. ¿Qué te podrá faltar si eres
copropietario con el Amo del cielo y de la tierra? Mediante tal participación te hallas por
encima de toda depresión del tiempo, de los cambios futuros y del descalabro del fin de
todas las cosas. El Señor te ha llamado a la participación de su Hijo Jesucristo y por este
hecho y obra te ha colocado en posición infaliblemente segura.

Si eres de verdad creyente, eres uno con Jesús y por tanto puesto en
seguridad. ¿No ves que esto es así? Necesariamente debes ser verdadero hasta el fin,
hasta el día de su manifestación, si de cierto has sido hecho uno con él por un hecho
irrevocable de Dios. Cristo y el creyente se hallan en el mismo barco; a no ser que Jesús
se hunda, el creyente no se ahogará. Jesús ha admitido a sus redimidos en relación
íntima consigo mismo que primero será herido, deshonrado y vencido antes de que sea
dañado el más pequeño de sus rescatados. Su nombre consta en el encabezamiento del
establecimiento, y hasta que pierda él su crédito, estamos asegurados contra todo temor
de quiebra.

Así que, vayamos adelante, con la mayor confianza, al futuro desconocido, eternamente
unidos con Jesús. Así gritaran los hombres del desierto: «¿Quién es ésta que sube del
desierto, recostada sobre su amado?» (Cant. 8:5), confesaremos gustosamente que nos
recostamos en Jesús y que pensamos apoyarnos en él cada vez más. Nuestro fiel Dios
es una fuente rica que sobreabunda en deleites y nuestra participación con el Hijo de
Dios es un río lleno de Gozo. Conociendo estas cosas gloriosas, como las conocemos,
no podemos vivir desanimados; no, al contrario, exclamamos con el apóstol: «¿Quién
nos separará del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro?» (Rom. 8:35-39).

***

18
CONCLUSIÓN

159
La Teología de la Reforma
Si el lector no me ha seguido paso a paso conforme haya leído estas páginas, lo siento
en verdad. De poco valor es la lectura de un libro, a no ser que las verdades que se
presentan a la mente sean comprendidas, apropiadas y llevadas a la práctica. Este se
parece al que contempla los alimentos en abundancia exhibidos en el escaparate de un
restaurante y queda, sin embargo, hambriento por no comer personalmente de ellos. En
vano, querido amigo, nos hemos encontrado tú y yo, a no ser que hayas recibido por fe
viva a Cristo Jesús, mi Señor. De mi parte hubo un deseo marcado de hacerte bien, y he
hecho lo mejor que he podido para este fin. Siento no haberte podido comunicar un bien
positivo, porque anhelaba con sinceridad conseguir este privilegio. Pensaba en ti al
escribir estas páginas, y dejando caer la pluma, me arrodillé y pedí solemnemente a Dios
por todos los que lo leyeran. Estoy seguro que gran número de lectores serán
bendecidos por su lectura, aún cuando tú no quieras ser de este número.

Pero, ¿por qué rehusarás tú mi testimonio? Si no deseas la bendición especial que yo te


hubiera llevado, cuando menos hazme el favor de admitir que la culpa de tu condena
final no me la cargarás a mí.. Al encontrarnos los dos ante EL GRAN TRONO BLANCO,
no podrás culparme de haber usado mal la atención que bondadosamente me
concediste al leer este libro. Dios es mi testigo que escribí cada renglón para tu bien
eterno. En espíritu pongo ahora mi mano en la tuya y te doy un firme apretón. ¿Lo
sientes? Con lágrimas en los ojos te miro, diciendo: ¿Por qué quieres morir? ¿No quieres
dedicar un momento a los asuntos de tu alma? ¿Querrás perecer por puro descuido?
¡Lejos sea esto de ti! Analiza solemnemente estas cosas, poniendo fundamento firme
para la eternidad. No rehuses a Jesús, su amor, su sangre, su salvación. ¿Por qué lo
harías? ¿Podrás hacerlo? ¡Te ruego que no vuelvas la espalda a tu Redentor!

Si, en cambio, mi oración ha tenido contestación y tu hayas sido conducido a confiar en


el Señor Jesús recibiendo del mismo la salvación por gracia, en tal caso, aférrate para
siempre a esta doctrina y a este modo de vivir y proceder.

Sea Jesús tu todo en todo y permite que la gracia inmerecida sea la regla única por la
cual vivas y te muevas. No hay vida mejor, como la del que vive disfrutando del favor de
Dios. Recibir todo cual don gratuito, esto guarda la mente del orgullo del mérito propio y
del remordimiento de las acusaciones de la conciencia desesperada. Esta vida por gracia
calienta el corazón llenándolo de amor agradecido, y así produce un sentimiento en el
alma infinitamente más aceptable para Dios que todo cuanto pudiera proceder de un
temor de esclavo.

Los que procuran salvarse haciendo lo mejor que pueden, no saben nada del fervor
ardiente, del santo celo, del gozo en Dios que nacen de la salvación gratuitamente
recibida según la gracia de Dios. El espíritu de servidumbre de la salvación mediante el
mérito propio o sea por el cumplimiento de los mandamientos, nada tiene de comparable
con el espíritu gozoso de la adopción. Más virtud real hay en la menor emoción de la fe
que en todos los esfuerzos del esclavo de la ley o en toda la maquinaria de los devotos
que procuran subir al cielo por la escalera de las ceremonias. La fe es cosa espiritual, y
«Dios es Espíritu» se deleita en ella por esa razón. Años enteros de rezos, de acudir a
las iglesias, a los santuarios; años enteros de ritos, de ceremonias, de penitencias,
pueden ser otras tantas abominaciones a la vista de nuestro Dios que es Espíritu. Pero
una mirada del ojo de la verdadera fe es espiritual y por lo mismo a su agrado. «El Padre

160
La Teología de la Reforma
a tales adoradores busca» (Juan 4:23). Ocúpate primero del hombre interior y de la parte
espiritual de la religión, y lo demás vendrá a tiempo debido.

Si eres salvo tu mismo, busca la salvación de otros. Tu propio corazón no prosperará. A


no ser que esté lleno de solicitud intensa por la bendición de tus semejantes. La vida de
tu alma está en la fe; su salvación está en el amor. El que no anhela llevar a otros a
Jesús, nunca ha vivido encantado del amor él mismo. Entra en el trabajo, en la obra del
Señor, la obra del amor. Empieza por tu propia familia. Visita después a los vecinos.
Ilumina al pueblo o a la calle donde vives. Siembra la Palabra de Dios por doquier
lleguen tus fuerzas.

Si los convertidos llegan a ganar a otros, ¿quién sabe qué brotará de mi pequeño libro?
Ya empiezo a cantar gloria a Dios por las conversiones que producirá por su medio y
mediante los que conduce a los pies de Cristo. Probablemente la parte principal de los
resultados se verán, cuando la mano que escribe esta página se encuentre paralizada en
el sepulcro.

¡Encuéntrame en el cielo! No bajes al infierno. No hay modo de volver de ese antro de


miseria. ¿Por qué quieres entrar en el camino de la muerte, estando abiertas delante de
ti las puertas del cielo? No rechaces el perdón gratuito, la salvación plena que Jesús
concede a los que confían en él. No dudes, ni te detengas. Bastante has pensado ya; ¡a
la obra de una vez! Cree en el Señor Jesús decididamente en este mismo momento.
Acude al Señor sin tardar. Acuérdate, de que este asunto puede determinarse en este
mismo momento. Acude al Señor sin tardar. Acuérdate, de que en este momento puede
determinarse tu salvación o perdición, siendo hoy mismo tu ahora o nunca. Realícese
ahora, evitando el terrible nunca. ¡Adiós! Mas no para siempre; te encargo:

¡Encuéntrame en el cielo!

***

FIN

TRATADOS SOBRE LA GRACIA DE SAN AGUSTÍN

DE LA GRACIA Y DEL LIBRE ALBEDRÍO

CAPITULO 1
1. Ya mucho hemos hablado y escrito—cuanto el Señor quiso concedernos—,
porque hay algunos que tanto ponderan y defienden la libertad, que se atreven a
negar y pretenden hacer caso omiso de la divina gracia, que a Dios nos llama, que

161
La Teología de la Reforma
nos libra de los pecados y nos hace adquirir buenos méritos, por los que podemos
llegar a la vida eterna. Pero debido a que hay otros que al defender la gracia de Dios
niegan la libertad, o que cuando defienden la gracia creen negar el libre albedrío, me
determiné, impulsado por la caridad, ¡oh hermano Valentín!, a dirigir este escrito a ti y
a los demás que contigo sirven a Dios. Pues he tenido noticias vuestras, hermanos,
por algunos de vuestra misma congregación que de ahí vinieron a verme y por los
que os mando este escrito. Me cuentan que hay disensiones entre vosotros en torno
a este problema. Así, pues, amadísimos, para que no os conturbe la oscuridad de
esta cuestión, os advierto en primer lugar que deis muchas gracias a Dios por las
cosas que entendéis; y en relación con las que todavía no penetráis, pedid al Señor
que os las haga entender, pero guardando la paz y el amor entre vosotros, e insistid
en esta determinación hasta que Dios os lleve a la penetración de lo que no
entendéis. Esto lo advierte Pablo apóstol, quien, al decir que no era aún perfecto,
poco después añade: Así que ¡escuchen los perfectos! Todos debemos tener este
modo de pensar;6 es decir, de tal manera somos perfectos, que todavía no hemos
llegado a la perfección que a nosotros compete, y a continuación añade: Y si en algo
piensan de forma diferente, Dios les hará ver esto también. Cumpliendo esto,
podremos llegar a lo que no entendemos, pues Dios nos revelará si algo entendemos
de manera distinta, siempre que no abandonemos lo que ya nos enseñó.

CAPÍTULO II

2. Nos reveló el Señor por sus santas Escrituras que el hombre posee un libre
albedrío. Cómo, pues, lo revelara, os lo recuerdo no con palabras humanas,
sino divinas. Primero, porque los mismos preceptos divinos de nada servirían
al hombre si no tuviera libertad para cumplirlos, y así llegar al premio
prometido. Con ese fin se dieron, para que el hombre por ignorancia no se
excusara. Y así, dice el Señor en el Evangelio de los Judíos: Si yo no hubiera
venido ni les hubiera hablado, no serían culpables de pecado. Pero ahora no
tienen excusa de su pecado.7 ¿De qué pecado habla sino de aquel execrable
que como futuro preveía cuando así hablaba, y es decir que a El le habían de
matar? Porque antes de la encarnación de Jesucristo, de ningún pecado eran
reos. Además, dice el Apóstol: Porque la ira de Dios se revela desde el cielo
contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la
verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo
manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se
hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por
medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.8 ¿De qué excusa
les dice inexcusables sino de aquella por la que la soberbia humana suele de-
cir: «De saberlo, lo hubiera hecho; no lo hice porque lo ignoraba»; o también:
«Lo haría si lo supiese; precisamente no lo hago porque lo ignoro»? Se les
hace vana esta excusa cuando se les manda o el modo de no pecar se les
manifiesta.
6
Fil. 3.12-16 (NVI)
7
Juan 15.:22
8
Rom. 1:18-20

162
La Teología de la Reforma

3. Pero hay hombres que del mismo Dios pretenden excusarse, a quienes dice el
apóstol Santiago: Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte
de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino
que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y
seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el
pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.9 Y queriéndose
excusar del mismo Dios, les responde el libro de los Proverbios de Salomón.
La insensatez del hombre tuerce su camino, y luego contra Jehová se irrita su
corazón.10 Y el libro del Eclesiástico dice: No digas. «Mi pecado viene de
Dios», que no hace El lo que detesta. Ni digas que El te empujó al pecado,
pues no necesita de gente mala. El Señor aborrece toda abominación y evita
que en ella incurran los que le temen. Dios hizo al hombre desde el principio y
le dejó en manos de su albedrío. Si tú quieres, puedes guardar sus
mandamientos, y es de sabios hacer su voluntad. Ante ti puso el fuego y el
agua; a lo que tú quieras tenderás la mano. Ante el hombre están la vida y la
11
muerte; lo que cada uno quiere, le será dado . Bien a la luz aparece aquí el
libre albedrío de la humana voluntad.

4. ¿Qué significa el que Dios mande tan repetidas veces guardar y cumplir todos sus
preceptos? ¿A qué manda, si no hay libertad? ¿Por qué es bienaventurado
aquel de quien el Salmo dice sino que en la ley de Jehová está su delicia? 12
¿Por ventura no aparece manifiesto que el hombre permanece en la ley de
Dios por propia voluntad? Y luego hay muchos mandatos que en cierto modo,
pero expresamente, a la voluntad convienen, como No seas vencido de lo
malo,13 y otros semejantes, cuales son: No seáis como el caballo, o como el
mulo, sin entendimiento,14 y No desprecies la dirección de tu madre,15 y No
seas sabio en tu propia opinión,16 y No menosprecies, hijo mío, el castigo de
Jehová,17 y Guarda la ley y el consejo,18 y No te niegues a hacer el bien a
quien es debido,19 y No intentes mal contra tu prójimo,20 y está atento a mi
sabiduría, y a mi inteligencia inclina tu oído, para que guardes consejo, y tus
labios conserven la ciencia. Porque los labios de la mujer extraña destilan

9
Rom. 1:18-20
10
Prov. 19:3
11
Eclo. 15:11-18
12
Sal. 1:2
13
Rom. 12.21
14
Sal. 32:9
15
Prov. 1:8
16
Prov. 3:7
17
Prov. 3:11
18
Prov. 3:21
19
Prov. 3:27
20
Prov. 3:29

163
La Teología de la Reforma

miel,21 y no escogieron el temor de Jehová, ni quisieron mi consejo, y


menospreciaron toda reprensión mía,22 y otros innumerables que en los
antiguos libros de la palabra divina, ¿qué otra cosa prueban sino el libre al-
bedrío de la humana voluntad? Y también en los libros nuevos, así evangélicos
como apostólicos, ¿qué se manifiesta donde se dice: No os hagáis tesoros en
la tierra,23y No temáis a los que matan el cuerpo,24 y Si alguno quiere venir en
pos de mí niéguese a sí mismo,25 y lo que dice el apóstol Pablo: haga lo que
quiera, no peca, que se case. Pero el que está firme en su corazón, sin tener
necesidad, sino que es dueño de su propia voluntad, y ha resuelto en su
corazón guardar a su hija virgen, bien hace.26? Y también: Si lo hago de buena
voluntad, recompensa tendré;27 y en otro lugar: velad debidamente y no
pequéis;28 y también: Ahora, pues, llevad a cabo el hacerlo, para que como
estuvisteis prontos a querer, así también lo estéis en cumplir conforme a lo que
tengáis.29 Y dirigiéndose a Timoteo, dice: porque cuando son impulsadas por
sus deseos, se rebelan contra Cristo y quieren casarse.30; y en otro lugar: Y
también todos los que quieren vivir piadosamente en cristo Jesús padecerán
persecución;31 y al mismo Timoteo: No descuides el don que hay en ti.32 Y a
Filemón: para que tu favor no fuese como de necesidad, sino voluntario. 33 Y a
los siervos también les advierte que a sus amos sirvan de buena voluntad.34 Y
el apóstol Santiago: Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor
Jesucristo sea sin acepción de personas35 y No murmuréis los unos de los
otros.36 También San Juan en su Carta: No améis al mundo,37 y las demás
expresiones de esta especie. Es decir, que cuando en los mandatos divinos
«No hagas esto o aquello» o se exige la obra de la voluntad para hacer u omitir
algo, bien se prueba la existencia del libre albedrío. Nadie, por consiguiente,
haga a Dios responsable cuando peca, sino cúlpese a sí mismo. Ni tampoco,
cuando bien obra, juzgue el obrar ajeno a su propia voluntad, porque si
libremente obra, entonces existe la obra buena, entonces hay que esperar el
premio de aquel de quien está escrito: Quien pagará a cada uno conforme a
21
Prov. 5.1-3
22
Prov. 1:29-30
23
Mat. 6:19
24
Mat. 10:28
25
Mat. 16:24
26
1 Cor. 7:36,37
27
1 Cor. 9:17
28
1 Cor. 15.34
29
2 Cor. 8:11
30
1 Tim. 5:11
31
2 Tim. 3:12
32
1 Tim 4:14
33
Film. 14
34
Ef. 6:6
35
Stg. 2:1
36
Stg. 4:11
37
1 Jn. 2:15

164
La Teología de la Reforma

sus obras.38

CAPITULO III

5. Quienes, pues, conocen los preceptos divinos no tienen la excusa que suelen tener
los hombres por ignorancia. Pero ni aun los que ignoran la ley de Dios se
evadirán sin pena. Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también
perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán
juzgados.39Antójaseme que el Apóstol no pretende significar un castigo mayor
para los que ignoran la ley en sus pecados que para los sabedores, pues
parece peor perecer que ser juzgados; mas, dirigiéndose el Apóstol a los
Gentiles y a los Judíos—porque aquellos sin ley y éstos con ella—, ¿quién se
atreverá a decir que no han de perecer los Judíos que en la ley pecan, pues no
creyeron en Cristo, porque de ellos se ha dicho que por la ley serán juzgados?
Sin la fe de Cristo nadie puede ser libertado, y por ello serán juzgados de
manera que perezcan. Porque si peor es la condición de los ignorantes que la
de los conocedores de la ley, ¿cómo será verdad lo que dijo el Señor en el
Evangelio: Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se
preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que
sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco 40? Estas
palabras muestran ser más grave el pecado del sabedor que del ignorante; ni
por ello conviene protegerse en las tinieblas de la ignorancia para en ellas
buscar una excusa, porque una cosa es ignorar y otra haber querido ignorar.
Se achaca a la voluntad cuando se dice: No quiso entender para bien obrar.
Pero nadie excusa la ignorancia involuntaria hasta tal punto que diga no va a
arder con fuego eterno quien no creyó precisamente porque ignoraba lo que
había de creer; sino que quizá diga ha de arder menos, pues no sin causa está
escrito: Derrama tu ira sobre las naciones que no te conocen; 41 y lo que dijo el
Apóstol: En llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a
Dios.42 Mas para que tengamos todos la ciencia y nadie diga: «Lo ignoré», «No
lo vi», «No entendí», la voluntad humana es requerida donde se dice: No seáis
como el caballo o como el mulo, sin entendimiento43, siquier mala aparezca en
aquellas palabras de los Proverbios: El siervo no se corrige con palabras;
porque entiende mas no hace caso.44 Mas cuando el hombre dice: «No puedo
38
Mat. 16:27
39
Rom. 2:12
40
Luc. 12:47-48
41
Sal. 79:6
42
2 Tes.1:8
43
Sal. 32:9
44
Prov. 29:19

165
La Teología de la Reforma

obedecer, pues me vence mi concupiscencia», ya excusa por ignorancia no


tiene ni defiende a Dios en su corazón, sino que conoce el mal en sí mismo y
se duele; a quien, con todo, dice el Apóstol: No seas vencido de lo malo, sino
vence con el bien el mal.45 Y, ciertamente, a quien se dice no seas vencido, se
le supone, sin duda, el árbitro de su voluntad. El querer y no querer, cosa es de
propia voluntad.

CAPITULO IV

6. Pero es de temer que todos estos divinos testimonios a favor del libre albedrío y
cualesquiera otros, que, por cierto, son muchísimos, se interpreten en forma de
no dejar lugar ninguno al auxilio y gracia de Dios en orden a la vida piadosa y
honesto peregrinar, recompensados con premio eterno, y que el hombre
miserable se gloríe en sí y no en el Señor y en sí ponga la esperanza de bien
vivir cuando bien vive y bien obra, o mejor así lo cree, incurriendo por ello en la
maldición del profeta Jeremías, que dice: Maldito el varón que confía en el
hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. 46 En-
tended, hermanos, este profético testimonio. Pues porque no dijo el profeta:
«Maldito sea el hombre que pone la esperanza en sí mismo», podría parecer a
alguno que fue dicho: «Maldito sea el hombre que pone la esperanza en el
hombre», para que nadie confíe en otro sino en sí. Para mostrar, pues, que ni
en sí ni en otro debe poner el hombre su esperanza, tras haber dicho: Maldito
el varón que confía en el, añade: y pone carne por su brazo. Brazo significa la
facultad de obrar, y por carne, la humana fragilidad hemos de entender. Y así,
hace apoyo de la carne de su brazo quien para bien obrar fía de su frágil y
deleznable poder humano y no espera el auxilio de Dios. Y por eso añadió: y
su corazón se aparta de Jehová. Tal es la moderna herejía pelagiana, que,
después de haberla mucho combatido, por muy recientes exigencias ante
concilios episcopales ha sido presentada. Fue ésta la razón de haberos
enviado algo para que lo leyerais. Nosotros, pues, para bien obrar, no fiamos
del hombre, ni hacemos apoyo de la carne de nuestro brazo, ni nuestro
corazón de Dios se aparta, sino más bien al Señor decimos: Mi ayuda has
sido, no me dejes, ni me desampares, Dios de mi salvación.47

7. Por tanto, carísimos, como para bien vivir y obrar con rectitud probamos el libre
albedrío en el hombre por los citados testimonios de las santas Escrituras, veamos ahora
cuáles abonan la gracia de Dios, sin la que nada de bueno podemos hacer. Y en primer
45
Rom. 12.21
46
Jer. 17:5
47
Sal. 27:9

166
La Teología de la Reforma

lugar, os diré algo de vuestra misma profesión, porque no estaríais reunidos en esta
sociedad viviendo en pureza si no hubieseis despreciado el placer conyugal. De aquí que
al decir los discípulos al Señor, que estaba enseñando: Si así es la condición del hombre
con su mujer, no conviene casarse, les respondió: No todos son capaces de recibir esto,
sino a aquellos a quienes es dado.48 ¿No exhortaba el Apóstol a la libre voluntad de
Timoteo cuando le decía: Consérvate puro49? Y en punto a esto, mostró el poder de la
voluntad cuando dijo: Pero el que está firme en su corazón, sin tener necesidad, sino
que es dueño de su propia voluntad, y ha resuelto en su corazón guardar a su hija
virgen.50 Y, sin embargo, No todos son capaces de recibir esto, sino a aquellos a quienes
es dado. Los demás, o no quieren o no llegan a realizar lo que quieren; mas aquellos a
quienes es dado, quieren de tal manera, que cumplen su deseo. El que, por tanto, sea
por algunos entendido esto, que no lo es por todos, gracia de Dios es y libre albedrío.

8. De la misma honestidad conyugal también dijo el Apóstol: Haga lo que quiera, no


peca; que se case;51 y con todo, también esto es gracia de Dios, pues dice la
Escritura: De Jehová viene la mujer prudente.52 Por eso, el Doctor de los Gentiles
mostró ser gracia de Dios la honestidad conyugal, cuya virtud evita los adulterios,
y la más perfecta continencia, que ninguna unión busca, recomendando ambas
con sus palabras y aconsejando a los cónyuges que no se engañen; y cuando lo
hubo hecho, añadió a los corintios: Quisiera más bien que todos los hombres
fuesen como yo,53 quien por cierto se abstenía de toda unión; y a seguida escribe:
pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de
otro. ¿Acaso tantos preceptos divinos, para evitar las fornicaciones y adulterios,
prueban otra cosa sino la libertad de albedrío? No se mandaría todo eso si el
hombre no tuviese propia voluntad con que obedecer a Dios Y sin embargo, don
suyo es, sin el que observar los preceptos de pureza no se puede. Por eso, en el
libro de la Sabiduría está escrito: Conociendo que nadie puede ser casto si Dios
no se lo da y que era parte de la sabiduría conocer de quién es el don.54 Mas para
que estos santos mandatos de pureza no se cumplan, cada uno es tentado,
cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.55 Y si alguien dijera:
Quiero guardar mi pureza, pero me vence mi pasión», la Escritura le respondería
como antes con el libre albedrío: No seas vencido de lo malo, sino vence con el
bien el mal.56 Y para lograr esto, la gracia de Dios ayuda, porque si falta, nada
será la ley y todo el poder del pecado, porque la concupiscencia crece y se
vigoriza con la ley prohibente si el espíritu de la gracia no nos ayuda. Esto es lo
48
Mat. 19:10-11
49
1 Tim. 5:22
50
1 Cor. 7:37
51
1 Cor. 7. 36-37
52
Prov. 19.14 (VM)
53
1 Cor. 7.7
54
Sap. 8.21
55
Stg. 1.14
56
Rom. 12.21

167
La Teología de la Reforma

que dice el mismo Apóstol de los Gentiles: El aguijón de la muerte es el pecado, y


el poder del pecado, la ley.57 Diga, pues, el hombre: «Quiero cumplir la ley, pero
la fuerza de mi concupiscencia no puede». Y cuando a su voluntad se apela y se
le dice: «No te dejes vencer del mal, ¿qué te aprovechará esto, si falta la gracia
auxiliadora? Es el pensamiento del Apóstol; porque habiendo escrito: el poder del
pecado la ley, añadió en seguida: Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la
victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Luego la victoria sobre el pecado
es don de Dios que ayuda al libre albedrío en este combate.

9. Por todo ello, dice el Maestro celestial: Velad y orad, para que no entréis en
tentación.58 Por tanto, orar debe cada uno luchando contra su concupiscencia,
para que no caiga en la tentación, es decir, para que ni le atraiga ni seduzca su
pasión. No caerá en la tentación si con voluntad buena vence la concupiscencia
mala. Mas, con todo, no basta la libre voluntad humana, a menos que la victoria
sea por Dios concedida a quien ora para no caer en la tentación. ¿Qué se
manifestará más patente que la gracia de Dios cuando se recibe lo que se ha
suplicado? Porque si nuestro Salvador dijera: «Vigilad para no caer en la
tentación», parecería sólo haber avisado a la voluntad humana; pero al añadir y
orad, manifestó que Dios ayuda para no caer en la tentación. Dicho fue al libre
albedrío: No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová;59 y el Señor dijo: Yo he
rogado por ti, que tu fe no falte. 60 Es, por consiguiente, el hombre por la gracia
ayudado, para que no sin causa su voluntad sea dominada.

CAPITULO V

10. Cuando Dios dice: Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, 61 parece que una
de estas proposiciones pertenece a nuestra voluntad—que nos volvamos a El
—; y la otra, en cambio, corresponde a la gracia—que El se vuelva a nosotros
—. Y podrían los pelagianos en ellas ver su pensamiento, en cuya virtud
afirman que la gracia de Dios se nos confiere según nuestros méritos. Lo que
ciertamente Pelagio no se atrevió a sostener en Jerusalén de Palestina cuando
fue oído por los obispos. Porque, entre otras cosas que se le reprocharon allí,
fue el afirmar que la gracia de Dios se nos confiere según nuestros méritos, lo
que es tan ajeno y contrario a la doctrina católica y a la gracia de Cristo, que si
él no hubiese detestado tal proposición, de allí saliera excomulgado. Pero la
detestó con falsía, toda vez que sus libros posteriores, en los que no defiende
57
1 Cor. 15.56-57
58
Mat. 26.41
59
Prov. 3.11
60
Luc. 22.32
61
Zac. 1.3

168
La Teología de la Reforma

otra cosa, muestran que la gracia de Dios se nos da según nuestros méritos.
Tales pensamientos los coligen de testimonios sagrados, como el aducido al
principio de este capítulo: Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, como si el
mérito de nuestra conver- sión a Dios fuese la medida de la gracia, por lo que
el Señor se vuelve a nosotros. Y no reparan los que tal piensan que, si nuestra
conversión a Dios no fuese gracia suya, no le diríamos: Oh Dios Sebaot,
haznos volver;62 y Dios, tú, convirtiéndonos a ti, nos vivificarás; y Haznos
volver, Dios de nuestra salvación;63 y muchísimos otros que sería largo
enumerar. Porque el venir a Cristo, ¿qué otra cosa es sino volver a El por la
fe? Y con todo, dijo Jesús: Ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del
padre.64

11. Y también lo que está escrito en el libro segundo de las Crónicas: Jehová
estará con vosotros, si vosotros estuviereis con él; y si le buscareis, será
hallado de vosotros; mas si le dejareis, él también os dejará,65 manifiesta el
libre albedrío. Mas los que aseguran que la gracia de Dios se nos confiere
según nuestros méritos, interpretan estos testimonios de manera que nuestro
mérito lo ponen en el estar con Dios y que, según este mérito, se nos da la
gracia de estar él con nosotros. De manera análoga, nuestro mérito reside en
buscar a Dios, y por este mérito se nos da la gracia de encontrarle. Y lo que en
el primer libro de las Crónicas se dice: Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al
Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario;
porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de
los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; mas si lo dejares, él te
desechará para siempre,66 manifiesta también el libre albedrío. Mas los
pelagianos ponen el mérito del hombre en las palabras Si tú le buscas; y según
este mérito, se confiere la gracia de le hallarás; y se esfuerzan cuanto pueden
por probar que la gracia de Dios se nos da según nuestros méritos o, lo que es
lo mismo, que la gracia no es gracia, porque a quienes gracia se da según el
mérito, no se les cuenta el salario como gracia, sino como deuda, 67 cual con
toda claridad lo dice el Apóstol.

12. Mérito, pero malo, fue en el apóstol San Pablo el perseguir a la Iglesia, por lo
que dijo: no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de
Dios.68 Teniendo, pues, este mérito malo, se le devolvía bien por mal, y, en
consecuencia, siguió escribiendo: Pero por la gracia de Dios soy lo que soy. Y

62
Sal, 80.8 (BJ)
63
Sal. 85:5 (BJ)
64
Juan 6.66
65
2 Crón. 15.2
66
1 Crón. 28.9
67
Rom. 4.4
68
1 Cor. 15.9

169
La Teología de la Reforma

para poner en claro el libre albedrío añadió: Y su gracia no ha sido en vano


para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos.69 Y exhorta a este libre
albedrío en otros lugares, donde dice: Os exhortamos también a que no
recibáis en vano la gracia de Dios.70 ¿Para qué, pues, los exhorta, si al recibir
la gracia de Dios perdieron la propia voluntad? Mas para que no se crea que la
misma voluntad hacer puede algo de bueno, de seguida cuando dijo: Su gracia
no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos,
añadió: Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo; es decir, no sólo yo, sino
Dios conmigo, y por ello, ni la gracia de Dios sola ni él solo, sino la gracia de
Dios con él. Y para que fuese llamado con voz celestial y con tan eficaz
conversión a Dios volviese, sólo la gracia de Dios intervino, porque sus méritos
muy grandes eran, pero malos. Finalmente, en otro lugar dice a Timoteo:
Participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos
salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino
según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de
los tiempos de los siglos.71 Y también recordando sus méritos, pero malos,
dice: Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes,
extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en
malicia y envidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros. 72 ¿Qué se
debía a estos méritos malos sino el castigo? Pero volviendo el Señor bien por
mal, en gracia que se nos confiere no según nuestros méritos, aconteció lo que
luego cuenta: Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador,
y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que
nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la
regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó
abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su
gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.

CAPÍTULO VI

13. Por estos y otros semejantes testimonios queda probado que la gracia de Dios no
se nos confiere según nuestros méritos. Es más: a veces hemos visto y diariamente lo
vemos que la gracia de Dios se nos da no sólo sin ningún mérito bueno, sino con
muchos méritos malos por delante. Pero cuando nos es dada, ya comienzan nuestros
méritos a ser buenos por su virtud; porque, si llegare a faltar, cae el hombre, no
sostenido, sino precipitado por su libre albedrío. Por eso, cuando el hombre comenzare a

69
1 Cor. 15. 10
70
2 Cor. 6.1.
71
2 Tim. 1.8-9
72
Tito 3.3-7

170
La Teología de la Reforma

tener méritos buenos, no debe atribuírselos a sí mismo, sino a Dios, a quien decimos en
el Salmo: No me abandones, no me dejes.73 Al decir no me abandones manifiesta que, si
abandonado fuera, nada bueno por sí hacer podría; por lo que dijo aquél: En mi
prosperidad dije yo: No seré jamás conmovido.74 Y juzgó ser suyo todo el bien que tanto
le abundaba hasta no temer ser conmovido. Mas a fin de que entendiese de quién era
aquella fortuna de la que se gloriaba, apartada nada más un poquito la gracia, y así
advertido, dice: Señor, con tu favor me colocabas en una cima inexpugnable; pero
escondiste tu rostro y quedé desconcertado.75 Por tanto, necesario es al hombre que por
la gracia de Dios no sólo de impío sea hecho justo, cuando a cambio de sus méritos
malos se le devuelven buenos, sino que cuando ya por la fe está justificado, menester es
que en la gracia viva y en ella se apoye para no caer. Por eso se escribió de la Iglesia en
el Cantar de los Cantares: ¿Quién es ésta que sube blanqueada, recostada sobre su
amado?76 Blanqueada es la que por sí misma no puede ser blanca. ¿Y quién la ha blan-
queado sino aquel que por el profeta dice: Si vuestros pecado fueren como la grana,
como la nieve serán emblanquecidos?77 Cuando, pues, fue blanqueada, nada bueno
merecía. Ya blanqueada, vive bien, si de continuo se apoya en aquel que la blanqueé.
Por lo cual el mismo Jesús, sobre el que blanqueada se reclina, dijo a sus discípulos:
Separados de mí nada podéis hacer.78

14. Volvamos, pues, a Pablo el apóstol, que encontramos sin mérito alguno bueno y
sí con muchos méritos malos. Pero, conseguido que hubo la gracia de Dios,
veamos qué dice escribiendo a Timoteo cuando ya se le acercaba su pasión:
Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano.
He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. 79 Ahora
ciertamente recuerda sus méritos buenos, para tras ellos lograr la corona quien
tras los méritos malos logré la gracia. Por fin, reparad en lo que sigue: Por lo
demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez
justo. ¿A quién dará la corona el justo Juez si no hubiese antes dado la gracia
como padre misericordioso? Y ¿cómo había de ser esta corona de justicia si no
precediera la gracia que justifica al impío? ¿Cómo se devolverían estas cosas
debidas si antes no se dieran aquéllas gratuitas?

15. Mas porque los pelagianos dicen que sólo la gracia, por la que se perdonan los
pecados, no es según nuestros méritos, pero que, en cambio, aquella gracia final, la vida
eterna, se nos da por nuestros méritos, fuerza es que les contestemos. Si nuestros
méritos los entendiesen de manera que vieran en ellos dones también de Dios, no habría
73
Sal. 27.9 (BJ)
74
Sal. 30.6
75
Sal. 30.7-8 (NBE)
76
cant. 8.5
77
Isa. 1.18
78
Juan 15.5
79
2 Tim. 4.6-8

171
La Teología de la Reforma

por qué rechazar tal sentir; pero como entienden los méritos humanos de modo que el
hombre por sí mismo los adquiera, con toda razón responde el Apóstol: Porque ¿quién
te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías
como si no lo hubieras recibido?80 A quien tal piensa, con suma razón se le dice: «Dios
corona sus dones y no tus méritos, si éstos por ti y no por él son méritos». Si tales son,
malos son y Dios no los corona; pero si son buenos, dones son de Dios, porque como
dice el apóstol Santiago: Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto,
del Padre de las luces.81 Por lo que Juan, el precursor del Señor, dice también: No puede
el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo;82 ciertamente del cielo, de donde
viene también el Espíritu Santo, porque, subiendo Jesús a las alturas, llevó cautiva la
cautividad, repartió dones a los hombres. Si, por consiguiente, dones de Dios son tus
buenos méritos, no corona el Señor tus méritos en cuanto méritos tuyos, sino en cuanto
dones suyos.

CAPITULO VII

16. Por tanto, consideremos los méritos del apóstol San Pablo, por los que dijo había
de darle una corona de justicia el justo Juez, y veamos si son suyos, es decir, por él ad-
quiridos, o más bien son dones de Dios. He peleado la buena batalla, he acabado la
carrera, he guardado la fe. En primer lugar, estas buenas obras serían nulas de no haber
sido precedidas de pensamientos buenos. Reparad en lo que dice de estos
pensamientos al escribir a los Corintios: No que seamos competentes por nosotros
mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia
viene de Dios.83 Después veamos ya en particular: He peleado la buena batalla, dice. Y
pregunto yo con qué fuerza combatió, si con una que de sí mismo procediera o más bien
con otra que de arriba le fuera dada. Pero ni pensar que tan excelso doctor ignorase la
ley de Dios, cuya voz dice en el Deuteronomio: No digas en tu corazón: Mi poder y la
fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tu Dios,
porque él te da el poder para hacer las riquezas.84 Pero, ¿de qué sirve un buen combate
si no es coronado por la victoria? Y ¿quién da la victoria sino aquel de quien el mismo
Apóstol dice: Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de
nuestro Señor Jesucristo.85 Y en otro lugar, al recordar el paso de aquel salmo: Pero por
causa de ti nos matan cada día; somos contados como ovejas para el matadero, 86 añadió
y dijo: Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que
80
1 Cor. 4.7
81
Sant. 1.17
82
Juan 3.27
83
2 Cor. 3.5
84
Deut. 18.17-18
85
1 Cor. 15.57
86
Sal. 44.22; Rom. 8.36-37

172
La Teología de la Reforma

nos amó. Luego no por nosotros, sino por aquel que nos amó. A continuación dice: He
acabado la carrera. Pero afirma aquí esto quien en otro lugar dijo: Así que no depende
del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia, 87 proposición que no
puede convertirse de manera que diga: No de Dios, que tiene misericordia, sino del
hombre, que quiere y que corre, porque quien se atreviere a decir tal, paladinamente
contradice al Apóstol

17. Por fin dijo: He guardado la fe; y lo dijo quien en otro lugar escribió: Como quien
ha alcanzado misericordia del Señor para ser fiel. 88 No dijo: He conseguido la
misericordia porque era fiel, sino para ser fiel, probando así que la fe no puede poseerse
sino por la misericordia de Dios y que es gracia suya. Lo que con todas las palabras
enseña al decir: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios.89 Porque podrían decir: «Recibimos la gracia precisamente porque
creímos», como atribuyéndose a sí la fe y la gracia a Dios; y por ello, habiendo dicho el
Apóstol: por medio de la fe, añadió: y esto no de vosotros, pues es don de Dios. Y de
nuevo, para que no dijeran haber tal don merecido por sus obras, escribió de seguida: no
por obras para que nadie se gloríe. No porque negara o suprimiera las buenas obras
cuando afirma que Dios ha de remunerar a cada uno según sus obras, sino porque las
obras proceden de la fe y no la fe de las obras, y por eso nuestras obras de justicia
provienen de aquel mismo de quien proviene la fe. De ésta está escrito: Mas el justo por
la fe vivirá.90

18. Mas los hombres, no entendiendo lo que el mismo Apóstol dijo: Concluimos,
pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley,91 creyeron
ser al hombre suficiente la fe siquier malviva y no cuente con buenas obras.
Lo que en manera alguna pensó San Pablo, quien al decir: Porque en cristo
Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión,92 luego anade: sino la
fe que obra por el amor. Esta es la fe que separa a los fieles de los inmundos
demonios, pues también éstos, como lo dice el apóstol Santiago, creen y
tiemblan, pero no obran bien. No tienen, por tanto, esta fe, de la cual vive el
justo y que obra por la caridad, de manera que Dios le confiere la vida eterna
de acuerdo con sus obras. Y porque esas mismas obras buenas provienen
de Dios igual que nuestra fe y nuestra caridad, por eso el Doctor de los
Gentiles gracia llamó a la vida eterna.

87
Rom. 9.16
88
1 Cor. 7.25
89
Efe. 2.8-9
90
Rom. 1.17; Hab. 2.4
91
Rom. 3.28
92
Gál. 5.6

173
La Teología de la Reforma

CAPITULO VIII

l9. Y de aquí nace otro problema de no poca importancia, que, con la gracia de Dios,
hemos de resolver. Si la vida eterna se da a las buenas obras, como con toda claridad lo
dice la Escritura: Porque el Hijo del Hombre. . .pagará a cada uno conforme a sus
obras,93 ¿cómo puede ser gracia la vida eterna, si la gracia no se da por obras, sino
gratis, de acuerdo con el Apóstol: Pero al que obra, no se le cuenta el salario como
gracia, sino como deuda?94 Y en otro lugar: Así también aun en este tiempo ha quedado
un remanente escogido por gracia 95y a continuación: Y si por gracia, ya no es por
obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. ¿Cómo, pues, será gracia la vida eterna,
si a las obras responde? ¿O es que quizá no llama gracia el Apóstol a la vida eterna? Es
más: tan claramente lo dice, que es de todo punto innegable. Y no es que requiera esta
cuestión un ingenio agudo. Basta sólo un oyente atento. Porque cuando dijo: Porque la
paga del pecado es muerte,96 en seguida añadió: mas la dádiva de Dios es vida eterna
en Cristo Jesús Señor nuestro.

20. Este problema, a mi parecer, sólo puede resolverse entendiendo que nuestras
buenas obras, a las que se da la vida eterna, pertenecen también a la gracia de Dios,
toda vez que nuestro Señor Jesucristo dice: Sin mí nada podéis hacer.97 Y el mismo
Apóstol, al decir: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios; no por obras para que nadie se gloríe,98 vio que los hombres
podrían entender como no necesarias las obras y bastar sólo la fe, como también que los
hombres podrían gloriarse por sus buenas obras, cual si a sí mismos se bastaran para
realizarlas; y por eso añadió: porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para
buenas obras, las cuales preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. ¿Y qué
significa, pues, esto, que, recomendando el Apóstol la gracia y asegurando que no
proviene de las obras, para que nadie se gloríe, da luego la razón y dice: somos hechura
suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras? ¿Cómo, pues, no por obras para que
nadie se gloríe? Pero repara y entiende: no por obras como tuyas y de tu procedencia,
sino como obras en las que el Señor te plasmó, es decir, te formó y creó, porque esto es
lo que dice: Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, no con la
creación que dio vida a los hombres, sino con aquella otra que ya supone al hombre y de
que habla el Salmo: Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,99 y de la cual dice el
Apóstol: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas

93
Mat. 16.27
94
Rom. 4.4
95
Rom. 11.5-6
96
Rom. 6.23
97
Juan 15.5
98
Efe. 2.8-10
99
Sal. 51.10

174
La Teología de la Reforma

pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios.100 Somos
plasmados, es decir, somos formados y creados para buenas obras, que no preparamos
nosotros, sino Dios, para que en ellas vivamos. Así, pues, carísimos, si nuestra vida
buena no es más que gracia de Dios, sin duda alguna que la vida eterna, que se da a la
vida buena, don es de Dios, ambas por cierto gratuitas. Pero sólo aquella que se da es
gracia; mas la que se da en este caso, ya que es premio de la vida buena, es gracia que
recompensa a otra gracia, como retribución por justicia, para que se cumpla, ya que es
verdadero que Dios dará a cada uno según sus obras.

CAPITULO IX

2l. Acaso vuestra curiosidad os lleve a preguntar si en los libros santos se lee la frase
«gracia sobre gracia». Y precisamente en el evangelio de San Juan, tan esplendente por
su claridad, encontramos aquel pasaje en el que San Juan Bautista dice de nuestro
Señor Jesucristo: Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia.101 En
consecuencia, (de su plenitud recibimos, según nuestra capacidad, nuestras porciones
para bien vivir conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.102 Porque cada
uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro;103 fe que
también es gracia. Pero además recibiremos gracia sobre gracia cuando se nos dé la
vida eterna, de la que dijo el Apóstol: Mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo
Jesús Señor nuestro, habiendo antes dicho: Porque la paga del pecado es muerte. Con
razón dice paga, porque muerte eterna se da a la milicia diabólica como paga. Y bien
podría decir, y acertadamente, que el salario de la justicia es la vida eterna; mas prefirió
decir: Mas la dádiva de Dios es vida eterna, para que así entendiésemos que no por
nuestros meritos, sino por su misericordia, Dios nos lleva a la vida eterna. De acuerdo
con esta verdad, dice el hombre a su alma: Él es . . . el que te corona de favores y
misericordias (salmo 103, 4). Mas ¿acaso no se da la corona a las obras buenas? Pero
como es El quien en los buenos ejecuta las buenas obras, por lo que fue escrito: Porque
Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena
voluntad,104 por eso dijo el Salmista: El que te corona de favores y misericordias, pues
por su misericordia obramos el bien que con corona es premiado. Y no porque diga que
Dios obra en vosotros el querer y el obrar hemos de concluir a la negación del libre
albedrío, porque si así fuese, no hubiera dicho poco antes: Ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor.105 Cuando se manda trabajar, al libre albedrío se manda,
y por ello con temor y temblor, no sea que, atribuyéndose a sí mismo las buenas obras,
100
2 Cor. 5.17-18
101
Juan 1.16
102
Rom. 12.3
103
1 Cor. 7.7
104
Fil. 2.13
105
Fil. 2.12

175
La Teología de la Reforma

de ellas se enorgullezca. Viene todo a ser cual si al Apóstol se le preguntara: «¿Por qué
dijiste que con temor y temblor?» El, dando la razón de tales palabras, diría: «Dios es
quien obra en vosotros. Si teméis y tembláis, no os exaltaréis por vuestras buenas obras,
como si vuestras fuesen, porque es Dios quien en vosotros obra».

CAPITULO X

22. Por consiguiente, hermanos, con vuestro libre albedrío debéis no hacer el mal y
practicar el bien, porque esto es lo mandado por la ley de Dios en los libros santos del
Antiguo y del Nuevo Testamento. Ahora leamos y con la gracia del Señor entendamos al
Apóstol, que dice: Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de
él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado. 106 Conocimiento dijo, no
consumación. Al conocer el hombre el pecado, si la gracia no viene en su ayuda para
evitar lo conocido, sin duda que la ley engendrará la ira, como con estas mismas
palabras lo dice en otro lugar el Apóstol: Pues la ley produce ira.107 Y dijo esto porque la
ira de Dios es mayor en el prevaricador, que por la ley conoce el pecado, y, sin embargo,
lo comete; porque tal hombre es prevaricador de la ley, como en seguida lo dice el
Apóstol: Pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión. Y por esto, con otro motivo
escribió: Sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la
letra.108 Y queriendo que entendamos por la letra vieja la ley, ¿qué entenderemos por el
espíritu nuevo sino la gracia? Y para que no se creyese que acusaba o reprendía a la
ley, en seguida se propone el problema y dice: ¿Qué diremos pues? ¿La ley es pecado?
En ninguna manera109Y añade a continuación: Pero yo no conocí el pecado sino por la
ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el
pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la
ley el pecad está muerto. Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el
mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y hallé que el mismo mandamiento que era
para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el
mandamiento, me engañó, y por él me mató. De manera que la ley a la verdad es santa,
y el mandamiento santo, justo y bueno. ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para
mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la
muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase
a ser sobremanera pecaminoso. Y escribiendo a los Gálatas: Sabiendo que el hombre
no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también
hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de cristo y no por las obras de
la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.110
106
Rom. 3.20
107
Rom. 4.15
108
Rom. 7.6
109
Rom. 7.7-13
110
Gál. 2.16

176
La Teología de la Reforma

CAPITULO XI

23. ¿Qué, pues, afirman esos falacísimos y más que perversos pelagianos cuando
dicen que la gracia de Dios es la ley, por la que somos socorridos para no pecar? ¿Qué
dicen esos miserables, que sin titubeo ninguno contradicen a tan gran Apóstol? Este dice
que el pecado recibe fuerzas de la ley contra el hombre y que es muerto por el mandato,
siquier santo y justo y bueno, y por el bien le causa la muerte, de la que no se libraría si
el espíritu no vivificara a quien muerto fue por la letra, como con otra ocasión dice el mis-
mo San Pablo: Porque la letra mata, mas el espíritu vivifica.111 Los indóciles pelagianos,
en cambio, ciegos a la luz de Dios y sordos a su voz, dicen que la asfixiante letra vivifica,
y al vivificante espíritu contradicen. Así que, hermanos—para advertiros con las mismas
palabras del Apóstol—, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la
carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el espíritu hacéis morir
las obras de la carne, viviréis.112 Estas cosas os he dicho para con palabras apostólicas
apartar vuestro libre albedrío del mal y recomendarle el bien. Y, sin embargo, no debéis
en el hombre, es decir, en vosotros mismos, gloriaros, sino en Dios, cuando no según la
carne vivís y con espíritu mortificáis las acciones de la carne. Y para que no se exaltaran
—a quienes estas cosas decía—creyendo que tantas buenas obras podían hacer con su
espíritu y no con el de Dios, al decir mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la
carne, añadió en seguida: Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios,
éstos son hijos de Dios. Cuando, pues, con espíritu mortificáis las obras de la carne para
vivir, glorificad a El, alabad a El, dad gracias a El, por cuyo Espíritu sois movidos a hacer
esto, y así mostraréis ser hijos de Dios. Porque todos los que son guiados por el Espíritu
de Dios, éstos son hijos de Dios.

CAPITULO XII

24. En consecuencia: cuantos con sólo la ayuda de la ley y sin el auxilio de la gracia,
confiando en sí mismos, son movidos por su espíritu, no son hijos de Dios. Tales son de
los que dice el Apóstol: Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la
suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios.113 Esto lo dijo de los Judíos, quienes
presumiendo de sí rechazaban la gracia, y por eso en Cristo no creían. Y dice que
buscaban afirmar su justicia, es decir, la justicia que procede de la ley; no porque ésta

111
2 Cor. 3.6
112
Rom. 8.12-14
113
Rom. 10.3

177
La Teología de la Reforma

fuese por ellos forjada, sino que afirmaban su justicia en la ley que de Dios procedía al
esperar cumplir esa ley por sus propias fuerzas. Ignorando la justicia de Dios, no la
justicia por la que Dios es justo, sino la justicia que el hombre tiene de Dios recibida. Y
para que comprendáis bien estas dos justicias, ved lo que hablando de Jesucristo dice
en otro lugar: Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia
del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo
tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia,
que es por la ley, sino la que es de Cristo Jesús, la justicia que es de Dios por la fe. 114
¿Por qué, pues, dice no teniendo mi propia justicia que es por la ley, siendo su justicia la
de Dios y no la ley misma, sino porque suya la llama—siquier de la ley proceda—al
creerse capaz de cumplir la ley sin el auxilio de la gracia, por la fe en Jesucristo? Por
ello, habiendo dicho: no teniendo mi propia justicia, en seguida añadió: sino la que es de
Cristo Jesús, la justicia que es de Dios por la fe. Esta es la ignorada por aquellos de
quienes dice: ignorando la justicia de Dios, es decir, que de Dios procede (ésta es
conferida por el espíritu, que vivifica, y no por la letra, que mata), y procurando
establecer la suya propia, que el Apóstol llamó justicia de la ley al decir: no teniendo mi
propia justicia, no se han sujetado a la justicia de, es decir, a la gracia de Dios. Bajo la
ley vivían y no bajo la gracia, y por ello los dominaba el pecado, toda vez que de éste no
es el hombre libre por la ley, sino por la gracia. Así, dice en otro lugar: Porque el pecado
no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia. 115 No
porque es mala la ley, sino porque bajo ella viven los que son hechos reos por el
mandato y no por el auxilio, puesto que la gracia ayuda para que cada uno sea cumplidor
de la ley, sin la cual, quien bajo la ley vive, será tan sólo de la ley oyente. A los tales dice
San Pablo: De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis
caído.116

CAPITULO XIII

25. ¿Quién será tan sordo a las voces del Apóstol. quién en tan mal gusto, o, más
bien, en la insania de hablar sin saber, habrá incurrido, para atreverse a decir
que la ley es la gracia, cuando el que sabe lo que dice afirma: «Los que bus-
cáis la justicia de la ley habéis perdido la gracia»? Si, pues, la ley no es la
gracia, ya que para cumplir la ley no puede ésta ayudar, sino la gracia, ¿acaso
la naturaleza será la gracia? Porque los pelagianos hasta esto se han atrevido
a afirmar: que la gracia es la naturaleza, en la cual hemos sido creados, por
cuya virtud somos racionales y entendemos y estamos hechos a la imagen de
Dios y dominamos los peces del mar y las aves del cielo y los animales que

114
Fil. 3.7-9
115
Rom. 6.14
116
Gál. 5.4

178
La Teología de la Reforma

vagan por la tierra. Mas no es la gracia que recomienda el Apóstol por la fe de


Jesucristo. La naturaleza es común a fieles e infieles, y la gracia, por la fe de
Jesucristo, sólo vive en quienes late la misma fe. Porque no es de todos la
fe.117 Por último, así como a los que quieren justificarse con la ley les dice con
toda razón que pierden la fe: Si por la ley fuese la justicia, entonces por demás
murió Cristo,118 de igual manera, a quienes naturaleza llaman a la gracia, que
el Apóstol alaba y que debida es a la fe de Cristo, les dice: «Si por naturaleza
se obtiene la justicia, en vano murió Cristo». Ya aquí la ley existía y no
justificaba; ya aquí existía la naturaleza y no justificaba; por eso Cristo no
murió en vano, para que se cumpliese la ley por el que dijo: No he venido para
abrogar, sino para cumplir;119 y la naturaleza, por Adán perdida, fuese reparada
por quien dijo: Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se
había perdido,120 en quien creían había de venir los antiguos padres que a Dios
amaban.

26. Dicen también—los pelagianos—que la gracia de Dios, por la fe en Cristo


conferida y bien distinta de la ley y de la naturaleza, vale sólo para el perdón de los
pecados pasados, no para evitar los futuros o superar las repugnancias. Mas si esto
fuera cierto, al decir en la oración dominical: Perdónanos nuestras deudas, como
también nosotros perdonamos a nuestros deudores,121 no añadiríamos: Y no nos metas
en tentación. Aquello lo decimos pidiendo perdón para nuestros pecados, y esto ya para
evitarlos, ya para vencerlos, lo que ciertamente no pediríamos a nuestro Padre celestial
si lograrlo pudiésemos con el poder de la voluntad humana. Aconsejo y con todo
encarecimiento exhorto a vuestra caridad que atentamente leáis el libro que de la oración
dominical escribió el bienaventurado Cipriano, y con la ayuda de Dios lo penetréis y de
memoria lo aprendáis. En él veréis cómo apela a la libre voluntad de sus lectores para
probar que los preceptos a cumplir en la ley es menester pedirlos en la oración. Y en
vano esto se haría si la voluntad humana capaz fuese de cumplirlos sin la gracia divina.

CAPITULO XIV

27. Mas ya están convencidos, no los defensores, sino quienes tanto exaltan el libre
albedrío, que lo destruyen; ya saben que ni el conocimiento de la ley divina, ni la natura-
leza, ni la sola remisión de los pecados es la gracia que por Jesucristo, Señor nuestro, se
nos confiere, y en cuya virtud la ley se cumple, la naturaleza es libre y el pecado no impe-

117
2 Tes. 3.2
118
Gál. 2.21
119
Mat. 5.17
120
Mat. 18.11 y Luc. 19.10
121
Mat. 6.12-13

179
La Teología de la Reforma

ra. Convencidos de todo esto, antójaseles por todos los medios probar que la gracia de
Dios se nos da según nuestros méritos, y así dicen: «Siquier no se nos confiera según los
méritos de las buenas obras, toda vez que por la gracia las hacemos, sin embargo, se nos
da de acuerdo con los méritos de buena voluntad, porque abre el camino la buena
voluntad del que suplica, y ésta es precedida por la buena voluntad del que cree, para que
según estos méritos siga la gracia de Dios que oye».

28. Ya en los números 16 y 18 de este tratado dilucidé el problema de la fe, es decir,


de la voluntad del creyente, probando que ésta es debida a la gracia hasta tal punto, que
el Apóstol no dice: He alcanzado la misericordia porque soy fiel, sino: como quien ha
alcanzado misericordia del Señor para ser fiel.122 Hay otros textos, entre los que está el
Piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno, 123 y
el otro ya recordado: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios.124 Y aquello que escribió a los Efesios: Paz sea a los
hermanos, y amor con fe, de Dios Padre y del Señor Jesucristo;125 y también: Porque a
vosotros os es concedido a causa de Cisto, no sólo que creáis en él, sino también que
padezcáis por él.126 Por consiguiente, ambas cosas son gracia de Dios, y la fe de los
creyentes, y la tolerancia de los pacientes, porque una y otra—dice—son merced de
Dios. Y es de notar aquel otro texto: Teniendo el mismo espíritu de fe.127 No dijo: la
ciencia de la fe, sino el espíritu de fe, para que entendiésemos que la fe no pedida se
concede a fin de otorgar otros bienes al que ora. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el
cual no han creído?128 Luego el espíritu de la gracia engendra en nosotros la fe, y por
ésta orando logramos cumplir los preceptos. Por esto de continuo el Apóstol antepone la
fe a la ley, porque no podemos cumplir lo mandado sino implorando en la oración por la
fe lo que hacer debemos.

29. Si la fe sólo afectase a la libre voluntad y don de Dios no fuera, ¿a qué rogar por
los que no quieren creer a fin de que crean? En vano haríamos esto si no creyésemos, y
con mucha razón, que Dios omnipotente puede volver a la fe aun las más perversas y
contrarias voluntades. A la libre voluntad humana se le exhorta en aquellas palabras del
Salmo: Si oyereis hoy su voz no endurezcáis vuestro corazón.129 Si el Señor no pudiese
librarnos de la dureza de corazón, no diría por el profeta: Quitaré de vuestra carne el
corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.130 Bien claro muestra el Apóstol que
tales palabras del Nuevo Testamento fueron dichas: Sois carta de Cristo expedida por

122
1 Cor. 7.25
123
Rom. 12.3
124
Efe. 2.8
125
Efe. 6.23
126
Fil. 1.29
127
2 Cor. 4.13
128
Rom. 10.14
129
Sal. 95.8
130
Eze. 36.26

180
La Teología de la Reforma

nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra,
sino en tablas de carne del corazón.131 Lo que ciertamente no fue dicho para que
carnalmente vivan quienes vivir deben espiritualmente, sino que por no sentir la piedra,
es a ella comparado un corazón duro, y a la carne sensible, en cambio, un corazón ge-
neroso. Así se lee en la profecía de Ezequiel: Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu
nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un
corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis
estatutos y guardéis mis preceptos y los pongáis por obra. . .y vosotros me seréis por
pueblo, y yo seré a vosotros por Dios.132 ¿Podremos, pues, afirmar sin desatino que en el
hombre preceder debe el mérito de la buena voluntad para que en él sea cambiado el co-
razón de piedra, cuando éste significa voluntad pésima y absolutamente a Dios
contraria? Donde precede la buena voluntad ya no hay corazón de piedra.

30. Y en otro lugar, también por el mismo profeta, Dios paladinamente declara que
hace esto no movido por mérito alguno nuestro, sino por la gloria de su
nombre. Así, en el capítulo 36,22-27, dice: No lo hago por vosotros, oh casa de
Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre
las naciones adonde habéis llegado. Y santificaré mi grande nombre,
profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas; y
sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová el Señor, cuando sea
santificado en vosotros delante de sus ojos. Y yo os tomaré de las naciones, y
os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país. Esparciré sobre
vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de
todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu
nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os
daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que
andéis en mis estatutos y guardéis mis preceptos y los pongáis por obra.
¿Quién será tan ciego que no vea y tan de piedra que no se percate de que la
gracia no se confiere según los meritos de la buena voluntad, cuando el mismo
Señor lo atestigua al decir: No lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por
causa de mi santo nombre? ¿Por qué, pues, dijo: No lo hago sino por causa de
mi santo nombre, sino para que nadie creyese en la colación por los buenos
méritos, cual no se avergüenzan de afirmar los pelagianos? Y no sólo que
carecen totalmente de buenos méritos, sino que sus méritos malos van delante,
lo demuestra al decir: por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis
vosotros entre las naciones. ¿Quién no verá un horrendo crimen en la
profanación del nombre santo de Dios? Sin embargo, por el mismo nombre
mío, dice, que profanasteis, yo os haré buenos, no por vosotros. Y santificaré
mi nombre grande, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas. Dice que
santificará su nombre, al que antes llamó santo, lo mismo que suplicamos en la
131
2 Cor. 3.3
132
Eze. 36.26-28

181
La Teología de la Reforma

oración dominical al decir: Santificado sea tu nombre,133 para que santificado


sea en los hombres lo que en sí mismo siempre y sin duda es santo.
Finalmente, añade: Y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová el
Señor, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos. Siendo, por
consiguiente, El santo, se santifica, sin embargo, en aquellos a quienes da su
gracia, arrancándoles el corazón de piedra, por el que profanaron el nombre de
Dios.

CAPITULO XV

31. Pura que no se piense en la inutilidad del libre albedrío por los hombres, dícese en
el Salmo: No endurezcáis vuestro corazón.134 Y por el mismo profeta Ezequiel:
Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y
haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de
Israel? Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor;
convertíos, pues, y viviréis.135 Reparemos que dice: Convertíos, pues, y
viviréis, a quien nosotros decimos: Haznos volver, Dios de nuestra salvación.136
Recordemos que dice: Echad de vosotros todas vuestras transgresiones.
Siendo así que El es aquel que justifica al impío.137 Advertid que dice: Haceos
un corazón nuevo y un espíritu nuevo, quien en otra ocasión asegura: Os daré
corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros. 138 ¿Cómo, pues,
nos asegura que nos dará quien nos dice: Haceos? ¿Por qué nos manda, si El
nos lo dará? ¿Por qué lo da, si el hombre lo ha de hacer, sino porque da lo que
manda cuando ayuda a cumplir lo mandado? Siempre, por tanto, gozamos de
libre voluntad; pero no siempre ésta es buena; porque o bien está exenta de
justicia, si al pecado sirve, o bien está exenta de pecado, si sirve a la justicia, y
entonces es buena. Mas la gracia de Dios siempre es buena y hace que tenga
buena voluntad el hombre que antes la tenía mala. Por ella se logra que la
misma buena voluntad que se inició aumente y crezca tanto, que llegue a poder
cumplir los divinos preceptos, cuando con toda eficacia lo quiera. Refiérese a
esto lo que se escribió: Si tu quieres, guardarás los mandamientos,139 para que,
si alguien quisiere y no pudiere, conozca que todavía no quiere con plena
eficacia. Ore, pues, a fin de lograr tanta voluntad cuanta menester es para
cumplir los mandatos. Así, son todos ayudados en el cumplimiento de los
133
Mat. 6.9
134
Sal. 94.8
135
Eze. 18.31-32
136
Sal. 85.5 y 80.8 (BJ)
137
Rom. 4.5
138
Eze. 36.26
139
Si 15.15 (BJ)

182
La Teología de la Reforma

preceptos, ya que vale el querer cuando podemos y vale el poder cuando


queremos; porque ¿a qué serviría el querer, si no podemos, o el poder, si no
queremos?

CAPITULO XVI

32. Los pelagianos creen saber algo de mucha importancia cuando dicen «que Dios
no manda lo que sabe no puede cumplir el hombre». ¿Quién esto ignora? Mas
precisamente por eso ordena Dios algunas cosas que no podemos cumplir,
para que sepamos lo que le debemos pedir. Es una misma la fe que por la
oración implora lo que la ley manda. Finalmente, quien dijo: Si tu quieres,
guardarás los mandamientos, en el mismo libro del Eclesiástico, poco después
dice: ¡Quién pusiera una guarda a mi boca y un sello de circunspección a mis
labios para que por ellos no cayese y no me perdiera, preservando del mal mi
lengua!140 Por cierto, el mandato estaba dado: Guarda tu lengua del mal, y tus
labios de hablar engaño.141 Si, pues, verdad es lo que dijo: Si tu quieres,
guardarás los mandamientos, ¿por qué luego le interesa una guarda para su
boca, como en otro salmo: Pon guarda a mi boca, oh Jehová?142 ¿Por qué no le
basta el divino precepto y su voluntad, toda vez que, si quiere, puede guardar
los mandatos? Muchos son los preceptos divinos contra la soberbia. Los co-
noce. Si quiere, podrá guardarlos. ¿Por qué, pues, dice luego: Señor, Padre y
Dios de mi vida, la provocación en la mirada no me la des? La ley ya le había
mandado: No codiciarás.143 Quiera y cumplirá, porque si quisiere, podrá guardar
los mandatos. ¿Por qué, pues, dice luego: Aparta de mí la concupiscencia? Y
contra la lujuria también Dios mandó muchas cosas; cúmplalas, porque, si
quiere, puede guardar los mandatos; entonces, ¿por qué dama al Señor: No se
adueñen de mí los placeres y la sensualidad?144 Si todas estas cosas y cuanto
al Señor pedimos en la oración se lo dijésemos a El en presencia, con
muchísima razón nos respondería: Si tu quieres, guardarás los mandamientos.
Es indudable que, si queremos, podemos cumplir lo ordenado. Mas como
nuestra voluntad es por Dios preparada, razón es que tanta voluntad le
pidamos cuanta suficiente sea para que queriendo cumplamos. Cierto que que-
remos cuando queremos; pero aquél hace que queramos el bien, del que fue
dicho: La voluntad es preparada por el Señor,145 y Por Jehová son ordenados

140
Si. 22.33
141
Sal. 34.13
142
Sal. 141.3
143
Éxo. 20.17
144
Si. 22,4-6
145
Prov. 8, sec. LXX

183
La Teología de la Reforma

los pasos del hombre, y él aprueba su camino,146 y Dios es el que en vosotros


produce el querer.147 Sin duda que nosotros obramos cuando obramos; pero El
hace que obremos al dar fuerzas eficacísimas a la voluntad, como lo dijo: Haré
que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por
obra.148 Cuando dice: Haré que andéis, ¿qué otra cosa dice sino arrancaré de
vosotros el corazón de piedra, por el que no obráis, y os daré el corazón de
carne, por el que obraréis? Y esto, ¿quizá es otra cosa que os quitaré el
corazón duro, que os impedía obrar, y os daré un corazón obediente, que obrar
os haga? Aquel a quien dice el hombre: Pon guarda a mi boca, oh Jehová,
hace que nosotros obremos, ya que esta frase equivale a decir: Haz, Señor,
que yo ponga una guarda a mi boca, beneficio que ya había logrado quien dijo:
Pondré un freno en mi boca.149

CAPITULO XVII

33. Quien, por tanto, cumplir desea el mandato de Dios y no puede, ya cuenta con
una buena voluntad, pero todavía endeble y ruin. Ya podrá cuando la tenga
fuerte y firme. Cuando los mártires cumplieron aquellos grandes manatos, muy
de grado los cumplieron, es decir, con gran caridad; de la cual dijo el Señor:
Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos.150
Por lo que dice el Apóstol: Porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley
pues No adulterarás, No matarás, No hurtarás, No codiciarás y cualquier otro
precepto, en esta sentencia se resume: Amarás a u prójimo como a ti mismo.
El amor no hace mal al prójimo, así que el cumplimiento de la ley es el amor. 151
Esta caridad no la tenía el apóstol San Pedro cuando de miedo negó al Señor
tres veces. La caridad no tiene miedo, como dice San Juan en su Epístola, sino
el perfecto amor echa fuera el temor. 152 Mas siquier poco e imperfectamente, ya
amaba, pues decía: Mi vida pondré por ti.153 Creyó poder lo que sentía querer.
Y ¿quién comenzado había a dar este amor, siquier pequeño e imperfecto, sino
el que prepara la voluntad y cooperando perfecciona lo que por obra inicia?
Porque en verdad comienza El a obrar para que nosotros queramos, y cuando
ya queremos, con nosotros coopera para perfeccionar la obra. Por ello, dice el
Apóstol: Estando convencido de esto: que el que en vosotros comenzó la

146
Sal. 37.23
147
Fil. 2.13
148
Eze. 36.27
149
Sal. 39.2 (BJ)
150
Juan 15.13
151
Rom. 14.8-10
152
1 Jn. 4.18
153
Juan 13.37

184
La Teología de la Reforma

buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo.154 Por consiguiente, para


que nosotros queramos, sin nosotros a obrar comienza, y cuando queremos y
de grado obramos, con nosotros coopera. Con todo, si El no obra para que
queramos o no coopera cuando ya queremos, nada en orden a las buenas
obras de piedad podemos. De la acción de Dios para que nosotros queramos
está escrito: Dios es el que en vosotros produce el querer; 155 y dc la acción con
la que coopera cuando ya querernos y de voluntad obrarnos dijo el Apóstol:
Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien. 156
¿Qué significa ese todas las cosas sino hasta las mismas terribles y violentas
pasiones? Porque la carga aquella de Cristo que a la enfermedad pesada le
resulta, la aligera la caridad. A quienes ésta viven les dijo Cristo que su carga
era ligera, como le resultó a San Pedro cuando por Cristo sufrió, no cuando le
negó.

34. Recomendando el Apóstol esta caridad, o más bien, esta voluntad de amor divino
inflamadísimo, dice: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación o angustia, o
persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa
de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes
en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por
lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni
potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa
creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.157 Y
en otro lugar dice: Mas yo os muestro un camino aun más excelente. Si yo hablase
lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o
címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia,
y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada
soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi
cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es
benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace
nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la
injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta. El amor nunca deja de ser. Y un poco después: Y ahora permanecen la fe, la
esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor. Seguid el amor.158 Y
también dice a los Gálatas: Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados;
solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los
unos a los otros. Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo.159 Igual que dice a los Romanos: El que ama al prójimo, ha
154
Fil. 1.6
155
Fil. 2.13
156
Rom. 8.28
157
Rom. 8.35-39
158
1 Cor. 12.31-13.8, 13; 14.1
159
Gál. 5.13-14

185
La Teología de la Reforma

cumplido la ley.160 Y a los Colosenses: Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que
es el vínculo perfecto.161 Y a Timoteo: Pues el propósito de este mandamiento es el
amor.162 Y determinando mejor su especie, añade: De corazón limpio, y de buena
conciencia, y de fe no fingida. Y cuando a los Corintios dice: Todas vuestras cosas sean
hechas con amor,163 ya muestra que aun las correcciones duras y amargas, con caridad
es menester hacerlas. Y por eso, al decir en otro lugar: También os rogamos, hermanos,
que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los
débiles, que seáis pacientes para con todos.164 Añade: Mirad que ninguno pague a otro
mal por mal. Luego también cuando se corrige a los inquietos, no mal por mal, sino el
bien se les devuelve. Y ¿dc qué es efecto todo esto sino de la caridad?

35. El apóstol San Pedro dijo: Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor;
porque el amor cubrirá multitud de pecados.165 Y el apóstol Santiago: Si en verdad
cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien
hacéis.166 Y San Juan en una de sus cartas: El que ama a su hermano, permanece en la
luz.167 Y en otro lugar: Todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no
es de Dios. Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos
amemos unos a otros.168 Y en el mismo capítulo: Y este es su mandamiento: Que
creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros.169 Y con otra
ocasión dice: Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame
también a su hermano.170 Poco después: En esto conocemos que amamos a los hijos de
Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a
Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos.171 Y en
la Carta segunda del mismo apóstol está escrito: No como escribiéndote un nuevo
mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a
otros.172

36. Nuestro Señor Jesucristo enseña que todo el cumplimiento de la ley y de los
profetas consiste en los dos preceptos del amor a Dios y al prójimo. De los cuales escrito
está en el evangelio de San Marcos: Acercándose uno de los escribas, que los había
oído disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer
mandamiento de todos? Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye,
160
Rom. 13.8
161
Col. 3.14
162
1 Tim. 1.5
163
1 Cor. 16.14
164
1 Tes. 5.14-15
165
1 Ped. 4.8
166
Stg. 2.8
167
1 Jn. 2.10
168
1 Jn. 3.10-11
169
1 Jn. 10.23
170
1 Jn. 4.21
171
1 Jn .5.2-3
172
2 Jn 5

186
La Teología de la Reforma

Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el
principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.173 Y en el evangelio según San Juan
dice también nuestro Señor: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a
otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán
todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.174

CAPITULO XVIII

37. Todos estos preceptos del amor, es decir, de la caridad, son de tal naturaleza, que
si el hombre creyese haber hecho algo bueno, pero sin caridad, totalmente se equivoca.
Y en vano se darían al hombre estos mandatos si no gozara de libre voluntad. Pero
¿quién, sino el mismo Dios, da a los hombres este amor a Dios y al prójimo, que por la
ley antigua y la nueva se manda? Bien es de notar que la gracia prometida en la antigua
se da en la nueva, y que la ley sin la gracia es letra que mata; con la gracia, en cambio,
es espíritu que vivifica. Si la caridad no procede de Dios, sino de los hombres, razón
tienen los pelagianos; mas si de Dios procede, hemos vencido a los pelagianos.
Sentémonos, pues, todos en torno al apóstol San Juan, y que éste nos diga: Carísimos,
amémonos los unos a los otros.175 Y cuando en estas palabras comiencen ya los
pelagianos a ver el albor de su triunfo y digan: « ¿Por qué se nos manda amarnos sino
porque de nosotros depende?», continúa San Juan, y confundiéndolos dice: Porque el
amor procede de Dios. No viene, pues, de nosotros, sino de Dios. Y si se nos dice:
amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, es, sin duda, para
advertir a nuestro libre albedrío que buscar debe el don de Dios. Lo que ciertamente sin
fruto alguno se le advertiría si antes no se le diese algo de caridad, de manera que en el
mismo precepto encuentre ya fuerza para cumplirlo. Cuando se nos dice: Amémonos los
unos a los otros, ley tenemos; cuando se añade: Porque el amor procede de Dios, la
gracia se anuncia; porque la sabiduría de Dios lleva en sus palabras la ley y la
misericordia.176 Y por eso se escribió en el Salmo: Bendición dará el legislador.177

38. Nadie, pues, os engañe, hermanos míos; no amaríamos nosotros a Dios si El


primero no nos hubiese amado a nosotros. Esto mismo dice San Juan sin ambages:
Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. 178 La gracia nos hace amantes de
la ley, y la ley sin la gracia, prevaricadores, lo que consta por las palabras de Nuestro
173
Mar. 12.28-30
174
Juan 13.34-35
175
1 Jn. 4.7 (BC)
176
Prov. 3.16, sec. LXX
177
Sal. 83.8
178
1 Jn. 4.19

187
La Teología de la Reforma

Señor: No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros.179 Si nosotros


hubiésemos sido los primeros, por nuestro mérito nos amaría El: le habríamos elegido
primero nosotros a El para merecer ser por El elegidos. Pero Dios, que es la misma
verdad, dice bien otra cosa, que a la vanidad de los hombres abiertamente se opone:
No me elegisteis vosotros a mí. Si, pues, no elegisteis, sin duda ninguna que no
amasteis. Y ¿cómo habían de elegir a quien no amaban? Sino que yo, dice, os elegí a
vosotros. Y ¿no fue después, cuando ellos le eligieron y antepusieron a todos los bienes
de este mundo? Mas porque fueron elegidos, eligieron, y no al contrario. Nulo es el
mérito de los hombres que eligen si la gracia de Dios—elector—no los previniese, y por
eso, bendiciendo San Pablo a los Tesalonicenses, les dice: El Señor os haga crecer y
abundar en amor unos para con otros y para con todos.180 Y esta bendición dio para que
nosotros nos amáramos quien primero dio la ley mandándolo. Y en otro lugar de la
misma carta, porque ya en algunos veía realizado su deseo, dice: Debemos siempre dar
gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va
creciendo, y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con los demás. 181 Dijo
esto para que no se envanecieran de tanta gracia de Dios recibida, creyéndola quizá
cosa propia. Porque se acrecienta vuestra fe y abunda la caridad entre vosotros, hemos
de dar gracias al Señor y no alabaros a vosotros, como si esto se debiese a vuestras
personas.

39. Escribiendo a Timoteo, dice: Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino
de poder, de amor y de dominio propio.182 Y hemos de evitar, en la interpretación de
estas palabras del Apóstol, el juzgarnos faltos del temor de Dios, que es don excelso
suyo, del cual dice Isaías: Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de
sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de
temor de Jehová.183 No el temor por el que Pedro negó a su Maestro, sino el espíritu de
aquel temor al que Cristo se refería cuando dijo: Temed a aquel que después de haber
quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed.184 No
importa el temor por el que podríamos negarlo y que ofuscó a San Pedro. Este temor
lejos de nosotros debe estar; así lo dijo Jesucristo: No temáis a los que matan el cuerpo,
y después nada más pueden hacer.185 No recibimos el espíritu de este temor, sino el de
fortaleza, caridad y templanza. De este espíritu dice el Apóstol escribiendo a los
Romanos: Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce
paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza; y la
esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros

179
Juan 15.16
180
1 Tes. 3.12
181
2 Tes. 1.3
182
2 Tim. 1.7
183
Isa. 11.2-3
184
Luc. 12.5
185
Luc. 12.4

188
La Teología de la Reforma

corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado.186 Que la tribulación, por
consiguiente, no termine con la paciencia, sino más bien la produzca, no se debe a
nosotros y sí al Espíritu Santo, que nos fue dado; a esa caridad don de Dios como
enseña el Apóstol: Paz, dice éste a los Efesios, sea a los hermanos, y amor con fe.187
Grandes bienes; pero diga de dónde proceden. Y contesta: De Dios Padre y del Señor
Jesucristo. Grandes bienes son éstos, en verdad, mas pura gracia de Dios.

CAPITULO XIX

40. Y no es esto de maravillar, si la luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la
abrazan. En San Juan dice la luz: Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que
seamos llamados hijos de Dios.188 y en los pelagianos, las tinieblas dicen: «El amor a
nosotros, de nosotros mismos procede>. Mas si tuvieran la verdadera, es decir, la
cristiana caridad, sabrían bien de dónde procede, porque San Pablo escribe: Nosotros
no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que
sepamos lo que Dios nos ha concedido.189 Y San Juan en su primera carta escribe: Dios
es amor.190 Los pelagianos afirman que a Dios lo poseen ellos no por gracia del Señor,
sino por virtud propia; y si bien confiesan que el conocimiento de la ley a nosotros de
Dios nos viene la caridad, en cambio, creen poseerla por sí mismos. Y no oyen al
Apóstol, que dice: El conocimiento envanece, pero el amor edifica.191 Y ¿puede
concebirse algo más sin razón y descabellado y ajeno a la santidad del amor que el
estimar procedente de Dios la ciencia, que sin la caridad hincha, y la caridad de nosotros
mismos? Y diciendo el Apóstol el amor de Cristo excede a todo conocimiento,192 ¿cómo
se atreven a decir que la ciencia, inferior a la caridad, procede de Dios, y que la caridad,
que supera toda ciencia, procede de los hombres? Mas la verdadera fe y la doctrina sana
enseñan que ambas proceden de Dios, porque escrito está: Del semblante de Dios
procede la ciencia y el entendimiento;193 y también: El amor procede de Dios;194 y espíritu
de sabiduría y de inteligencia, espíritu de poder, de amor y de dominio propio.195 Mayor
don es la caridad que la ciencia, toda vez que ésta, al darse en el hombre, necesita de la
caridad para no hincharse. El amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se
envanece.196

186
Rom. 5.3-5
187
Efe. 6.23
188
i Jn. 3.1
189
1 Cor. 2.12
190
1 Jn. 4.16
191
1 Cor. 8.1
192
Efe. 3.19
193
Prov. 2 Sec. LXX
194
i Jn. 4.7
195
Isa. 11.2 y 2 Tim. 1.7
196
1 Cor. 13.4

189
La Teología de la Reforma

CAPITULO XX

41. Antójaseme haber ya bastante hablado contra los que combaten la gracia de Dios,
que no anula la humana voluntad, sino que de mala la hace buena y luego le ayuda.
Mejor dicho, más bien que yo, ha sido la misma sagrada Escritura la que elocuentísimos
testimonios de verdad con vosotros ha departido. Y si con diligencia estudiáis estas
divinas Escrituras, veréis que Dios no sólo hace buenas las malas voluntades y por el
bien de actos honestos a la vida eterna las encamina, sino que el querer de los hombres
en las manos de Dios está siempre.
El lo inclina a donde quiere y cuando quiere, ora a prestar favores o bien a infligir
penas, según su beneplácito y de acuerdo con sus juicios ocultísimos, sí; pero
cargadísimos de razón. Encontramos a veces que los pecados penas son de otros, cual
los vasos de ira, aptos para la perdición de que habla San Pablo; o el endurecimiento del
Faraón, medio para mostrar el Señor su poder; o la fuga de los israelitas ante el enemigo
de la ciudad de Gai; el temor se apoderó de sus ánimos y huyeron, y así aconteció para
ser vengado con justicia el pecado del pueblo. Por lo que dijo el Señor a Josué: Por esto
los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus
enemigos volverán la espalda.197 ¿Qué significa el no podrán hacer frente? ¿Por qué
siendo libres fue ganada por el temor su voluntad y huyeron, sino porque el Señor impera
sobre las voluntades de los hombres y sume en el terror a los que quiere? ¿No
combatieron acaso por propia voluntad los enemigos de Israel contra el pueblo de Dios,
mandado por Josué? La sagrada Escritura nos da la razón: Porque esto vino de Jehová,
que endurecía el corazón de ellos para que resistiesen con guerra a Israel, para
destruirlos.198 Y aquel malvado hijo de Gera, ¿ acaso no maldecía a David por propia y
libre voluntad? Y con todo, ¿qué dijo David, lleno de profunda y santa sabiduría, a quien
pretendía vengarle? ¿Qué tengo yo con vosotros hijos de Sarvia? Si él así maldice, es
porque Jehová le ha dicho que maldiga a David. ¿Quién, pues, le dirá: ¿Por qué lo
haces así?199 Y luego, la divina Escritura, como recomendando el pleno sentir del rey,
toma desde el principio y dice: Y dijo David a Abisai y a todos sus siervos: He aquí, mi
hijo que ha salido de mis entrañas, acecha mi vida; ¿cuánto más ahora un hijo de
Benjamín? Dejadle que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho. Quizá mirará Jehová mi
aflicción, y me dará Jehová bien por sus maldiciones de hoy». ¿Quién será el sabio que
entender pueda cómo el Señor dijo a este hombre que maldijese a David? No se lo dijo
mandando, pues en tal caso habríamos de alabarle por su obediencia, sino que, por
oculto y justo designio, inclinó Dios la voluntad, viciada de mal propio, hacia el pecado, y
por eso está escrito: Jehová le ha dicho. Si de obediencia al Señor se tratara, razón
197
Jos. 7.4-12
198
Jos. 11.20
199
2 Sam. 16.5-12

190
La Teología de la Reforma

habría más bien para alabarle que para castigo, como por este pecado sabemos que fue
después afligido. Y no se calla en esta ocasión la causa por qué dijo el Señor que
maldijese a David o, con otras palabras, por qué el Señor dejó caer en el pecado al
corazón malo de aquel hombre. Quizá mirará Jehová mi aflicción, y me dará Jehová bien
por sus maldiciones de hoy. Y por este relato queda manifiesto que el Señor emplea las
malas voluntades para alabanza y ayuda de los buenos. Así, empleó a Judas cuando
entregó a Cristo, y así, empleó a los Judíos que crucificaron a Cristo. Y ¡cuántos bienes
de ahí se siguieron a los pueblos creyentes! Y también de manera sapientísima emplea
el Señor a nuestro pésimo enemigo con el fin de ejercitar y probar la fe y la piedad de los
buenos. Nada busca el Señor para sí, que todo lo conoce y sabe antes de que se realice;
sino para nosotros, quienes necesitamos pasar por esto o por aquello. ¿No eligió
libremente Absalón el consejo que le convenía? Y con todo, así lo hizo, porque el Señor
había oído la oración de su padre, por lo cual dice la Escritura: Jehová había
determinado que el acertado consejo de Ajitofel se frustrara, , para que Jehová hiciese
caer el mal sobre Absalón.200 Dijo acertado porque en aquel momento aprovechaba a su
causa, que era terminar con su padre, ya que contra él se había rebelado, y por cierto
que lo lograra si el Señor, obrando en el corazón de Absalón, no hubiese disipado el
buen consejo de Ajitofel, de manera que Absalón lo desechó y eligió lo que de ningún
modo le convenía.

CAPITULO XXI

42. Quién, pues, no temblará ante estos juicios divinos, por los que Dios obra en el
corazón de los malos lo que quiere, dando a cada uno según sus méritos? Roboam, hijo
de Salomón, despreció el consejo saludable de los ancianos, en no tratar con dureza al
pueblo, y asintió al de los jóvenes, respondiendo con amenazas a quienes dulzura debía.
Y ¿no obró con entera libertad? Mas por esto se le apartaron diez de las tribus, que
tomaron por rey a Jeroboam, cumpliéndose de este modo la voluntad de Dios airado,
que así lo había predicho. ¿Qué dice la Escritura? Y no oyó el rey al pueblo; porque era
designio de Jehová para confirmar la palabra que Jehová había hablado por medio de
Ahías silonita a Jeroboam hijo de Nabat.201 Se cumplió esto por voluntad del hombre,
mas disposición de Dios fue. Leed el libro de las Crónicas: Entonces Jehová despertó
contra Joram la ira de los filisteos y de los árabes que estaban junto a los etíopes; y
subieron contra Judá, e invadieron la tierra, y tomaron todos los bienes que hallaron en
la casa del rey.202 Se descubre en tales palabras que el Señor suscita enemigos que
talen los países dignos de tal pena. ¿Acaso filisteos y árabes subieron sin querer a la
tierra de Judá, o si con voluntad lo hicieron, falsamente está escrito que despertó el
Señor el espíritu de esos enemigos? Más bien, ambos sentires están en lo cierto, porque
por libre voluntad subieron, y con todo, el Señor despertó su espíritu. Lo que podemos
200
2 Sam. 17.14 (RVA)
201
1 Rey. 12.15
202
2 Crón. 21.16-17

191
La Teología de la Reforma

invertir diciendo que Dios despertó su espíritu, y con todo, por libre voluntad subieron.
Imprime el Omnipotente en el corazón de los hombres un movimiento de sus propias
voluntades, de manera que por ellos hace cuanto quiere quien jamás supo querer
injusticia. ¿Qué dijo el hombre de Dios al rey Amasías? Rey, no vaya contigo el ejército
de Israel; porque Jehová no está con Israel, ni con todos los hijos de Efraín. Pero si vas
así, si lo haces, y te esfuerzas por pelear, Dios te hará caer delante de los enemigos;
porque en Dios está el poder, o para ayudar, o para derribar. 203 ¿Cómo es que el poder
de Dios ayuda a algunos en la guerra, y a otros, invadiéndolos de terror, los hace huir,
sino porque en el cielo y en la tierra cumple todo lo que quiere y aun obra en los
corazones de los hombres? Leemos qué dijera Joás, rey de Israel, por un embajador al
rey Amasías, que quería la guerra, porque la contestación fue: Quédate en tu casa.
¿Para qué te metes en un mal, para que caigas tú y Judá contigo? 204 Y añade la
Escritura: Mas Amasías no quiso oir; porque era la voluntad de Dios, que los quería
entregar en manos de sus enemigos, por cuanto habían buscado a los dioses de
Edóm.205 He aquí que, queriendo el Señor vengar el pecado de idolatría, movió su
corazón para que no oyera el aviso saludable—ya que airado justamente con él estaba—
y fuese a la guerra, en la que perecería con todo su ejército. Por el profeta Ezequiel dice
el Señor: Y cuando el profeta fuere engañado y hablare palabra, yo Jehová engañé al tal
profeta; y extenderé mi mano contra él, y lo destruiré de en medio de mi pueblo Israel. 206
Cuenta la Sagrada Escritura que Ester fue una joven del pueblo de Israel que el
extranjero rey Asueto tomó por esposa en la tierra de la cautividad. Dio el rey orden de
exterminar a todo el pueblo de Israel, y teniendo que interceder la joven reina por su
pueblo ante el rey, que ni la había llamado ni dado permiso, Ester oró al Señor. Y ved
qué dice la Escritura: Levantando el rostro radiante de majestad, en el colmo de su ira,
dirigió su mirada, y al punto la reina se desmayó, y demudado el rostro, se dejó caer
sobre la sierva que la acompañaba. Pero mudó Dios el espíritu del rey en man-
sedumbre.207 Dícese en los Proverbios de Salomón: Como los repartimientos de las
aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo
inclina.208 Y en el salmo centésimo quinto leemos lo que el Señor mandó a los egipcios:
Cambió el corazón de ellos para que aborreciesen a su pueblo, pera que contra sus
siervos pensasen mal.209 Y si mirarnos las cartas apostólicas, vemos que San Pablo,
escribiendo a los Romanos, dice: Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia.210
Unas líneas más abajo: Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas. Y como ellos
no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para
hacer cosas que no convienen. El mismo Apóstol, en la segunda Carta que escribió a los

203
2 Crón. 25.7-8
204
2 Rey. 14.9-10
205
2 Crón. 25.20
206
Eze. 14.9
207
Ester 5 sec. LXX
208
Prov. 21.1
209
Sal. 105.25
210
Rom. 1.24-25,28

192
La Teología de la Reforma

fieles de Tesalónica, dice de algunos: Por cuanto no recibieron el amor de la verdad para
ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin
de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se
complacieron en la injusticia.211

43. Con estos testimonios divinos y otros semejantes, que sería largo enumerar ha
quedado bien patente, a mi entender, que Dios obra en el corazón de los hombres con el
fin de inclinar las voluntades humanas donde El quisiere, ya con misericordia hacia el
bien, ya de acuerdo con sus méritos hacia el mal, en virtud siempre de su designio, a
veces claro, otras oculto, pero sin excepción justo. Indeleblemente grabado en vuestro
corazón debéis tener que en Dios no hay injusticia.212 Y por eso, cuando leéis en los
libros sagrados que Dios seduce a los hombres o que endurece o embota sus
corazones, estad seguros que sus méritos malos han sido la causa de todo cuanto
padecen, y por cierto con razón; y no incurráis nunca en aquello que reprueban los
Proverbios de Salomón: La necedad del hombre pervierte su camino, y luego su corazón
se enoja contra Jehová.213 La gracia, en cambio, no se da según los méritos, puesto que
en caso contrario la gracia ya no sería gracia. Se llama de hecho gracia porque gratis se
da. Si tan poderoso es Dios que obrar puede por los ángeles buenos o malos, o por
cualquier otro medio, en el corazón de los malos según sus méritos, teniendo presente
que la malicia de éstos no es de Dios hechura, sino procedente del pecado original o de
la propia voluntad, ¿nos maravillaremos que por el Espíritu Santo obre el bien en el
corazón de sus elegidos quien de corazones malos los hizo buenos?

CAPITULO XXII

44. Supongan precedentes para ser justificados por la gracia de Dios cuantos
méritos buenos quieran, sin percatarse que así niegan la gracia de Dios; pero
supónganlos para las personas mayores, porque en cuanto a los niños, los
pelagianos no saben qué responder, toda vez que éstos carecen del mérito de
una voluntad precedente, y además, cuando son bautizados, parecen resistirse
con lágrimas a recibir los divinos sacramentos, lo que como grave pecado contra
la piedad se les imputaría si gozasen del libre albedrío. Y con todo y resistién-
dose, la gracia de Dios se les confiere sin que preceda ningún mérito bueno, pues
en caso contrario, la gracia ya no sería gracia. Y a veces se da la gracia a hijos de
infieles cuando, por una oculta providencia de Dios, caen en manos de fieles
cristianos; otras se quedan sin ella los hijos de los fieles, por surgir un obstáculo y
no haber quien venga en su ayuda. Acontece todo esto por una secreta
211
2 Tes. 2.10-12
212
Rom. 9.14
213
Prov. 19.3 (VM)

193
La Teología de la Reforma

providencia de Dios, cuyos juicios son insondables e inescrutables sus caminos,


como dijo el Apóstol. Mas para que veáis la razón de estas palabras, reparad en
lo que venía diciendo: Trataba de los Judíos y de los Gentiles y escribía a los
Romanos: Pues como vosotros también en otro tiempo erais desobedientes a
Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia de ellos, así
también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia
concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sujetó a
todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.214 Y al reparar en sus
palabras, admirando la certísima verdad de su sentir, mas también su gran
profundidad—pues concluye que Dios a todos nos encerró en la infidelidad para
de todos compadecerse—, como haciendo el mal para lograr el bien, exclama y
dice: ¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y de la ciencia de Dios!
¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Y no pensando ni
en estos juicios ni en estos caminos, los hombres perversos, siempre prontos al
vituperio cuanto tardos a entender, achacaban al Apóstol aquello de: Hagamos
males para que vengan bienes.215 Lo que no puede estar más lejos del sentir del
Apóstol; mas tal entendían los torpes cuando el Apóstol escribía: Pero la ley se
introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó,
sobreabundó la gracia.216 La gracia hace que los que mal obraban hagan el bien,
no que perseveren en el mal y crean por ello recibir el bien. No deben, pues, decir:
Hagamos males para que vengan bienes, sino: «Hicimos el mal y nos vino el
bien»; razón es que por eso hagamos el bien, para que en la vida futura
recibamos bien por bien quienes en ésta recibimos bien por mal. Por eso está
escrito en el Salmo: Misericordia y juicio cantaré,217 porque. antes no envió Dios a
su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por
él,218 y esto por misericordia; después, en cambio, vendrá para juzgar a los vivos y
a los muertos, bien que nadie se salve sin ser juzgado secretamente, por lo que
se escribió: Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven,
vean, y los que ven, sean cegados.219

CAPITULO XXIII

45. Reducid siempre a los secretos juicios de Dios cuanto referirse pueda al mal
hereditario que los niños al nacer traen de Adán, como el que éste sea bautizado
y aquél muera sin el bautismo; igual que conservar en la vida al bautizado que
214
Rom. 11.30-33
215
Rom. 3.8
216
Rom. 5.20
217
Sal. 101.1
218
Juan 3.17
219
Juan 9.39

194
La Teología de la Reforma

Dios sabe ha de ser un impío y que el otro. bautizado también, se lo lleva Dios de
esta vida para que la maldad no pervirtiese su inteligencia y el engaño no
extraviase su alma. Y no llaméis a Dios injusto ni ignorante, porque en El está la
fuente de la sabiduría y justicia. Más bien, como al principio de este libro os he
exhortado, sentid la vocación a la que habéis llegado, pues Dios os lo revelará, si
no en esta vida, ciertamente en la otra, porque nada hay encubierto, que no haya
de ser manifestado; ni oculto que no haya de saberse. 220 Cuando, pues, oigáis
que dice el Señor: Yo Jehová engañé al tal profeta,221 y lo que dice el Apóstol:
De quien quiere tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece,222
entended en el permitir que aquél sea seducido o endurecido; entended, digo, sus
méritos malos, como en el compadecerse del otro entender debéis la gracia de
Dios, que no vuelve mal por mal, sino bien por mal, y esto confesadlo fiel e
indubitablemente. Y no creáis a Faraón sin libre voluntad porque en muchos
lugares de la Sagrada Escritura leáis: Yo endurecí a Faraón; o endurecí o
endureceré el corazón de Faraón.223 De hecho, el corazón de Faraón se
endureció, porque así lo dice la Escritura al contar que desapareció de los egip-
cios el tábano: Mas Faraón endureció aun esta vez su corazón, y no dejó ir al
pueblo.224 De esta manera, Dios, por su justo juicio, endureció el corazón de
Faraón, y éste se endureció por su libre albedrío. Estad, pues, ciertos que no
trabajaréis en vano si aprovecháis en el buen propósito perseverando hasta el fin.
El Señor, que a los suyos no da ahora según sus obras, entonces a cada uno le
dará según sus méritos. De hecho, Dios dará mal por mal, porque es justo, y bien
por mal, porque es bueno, y bien por bien, porque bueno y justo es. Únicamente
no dará mal por bien, porque injusto no es. En resumen: dará mal por mal, es
decir, pena por pecado; bien por mal, o gracia por la iniquidad, y bien por bien, lo
que equivale a gracia por gracia.

CAPITULO XXIV

46. Leed con asiduidad este libro, y si lo entendéis, dad gracias a Dios; si no, orad
para entenderlo. Dios, el Señor, os dará entendimiento. Acordaos que está escrito: Y si
alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos
abundantemente y sin reproche, y le será dada.225 Esa es la sabiduría que viene de
arriba, como lo dice el mismo apóstol Santiago. Y rechazad aquella otra que detesta el
220
Mat. 10.26
221
Eze. 14.9
222
Rom. 9.18
223
Éxo. 7.3
224
Éxo. 8.32
225
Stg. 1.5

195
La Teología de la Reforma

mismo apóstol y pedid que nunca esté en vosotros. Recordad aquellas palabras: Pero si
tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la
verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal
diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra
perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica,
amable benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni
hipocresía.226 ¿De qué bien carecerá quien esta sabiduría pidiera y lograra del Señor? Y
tomadla por verdadera gracia, porque si nuestra fuese esta sabiduría, no vendría de
arriba ni a Dios habría que pedirla. Hermanos, rogad también por mí, para que vivamos
sobria, justa y piadosamente en este siglo, con la bienaventurada esperanza en la venida
gloriosa del gran Dios y de nuestro Salvador, Cristo Jesús, a quien se debe honor y
gloria y reino con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

FIN

APÉNDICE B
La Justificación Por La Fe
Juan Gill
Iglesia Bautista de la GraciaAR
INDEPENDIENTE Y PARTICULAR
Calle Alamos No.351
Colonia Ampliación Vicente Villada
CD. Netzahualcóyotl, Estado de México
CP 57710
Telefono: (5) 793-0216
1 Cor. 1:23 Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado...

Introducción

Hoy en día la gran mayoría de las personas religiosas creen en la justificación por obras.
Estas personas creen que Dios no exige la perfección de sus criaturas y que aceptará
menos que la perfección de los hombres. En otras palabras, no creen que Dios exige que
seamos santos.
La base de este concepto de salvación por obras es la idea de que uno puede ser
suficientemente bueno para “merecer” o “ganar” la vida eterna. Esta idea está basada en
un concepto erróneo de Dios, es decir, un concepto de Dios como no tan santo ni justo

226
Stg. 3.14-17

196
La Teología de la Reforma
como para exigir de nosotros la perfección. Este concepto erróneo enseña que a Dios no
le importa “mucho” si los hombres no son perfectos.
Cada persona que confía en su propia justicia (es decir, en sus propias obras) para ser
justificada ante Dios, sabe que no es perfecta ni libre de culpa ante la ley divina.
Entonces para ser justificada por sus obras, tiene que afirmar que Dios aceptará menos
que la perfección. Tiene que creer en un “dios” a quien no le importa si uno alcance o no
la perfección. En otras palabras, tiene que creer que Dios es semejante a un maestro en
la escuela. El maestro en la escuela aceptará un calificación inferior al 10. Si un alumno
obtiene un 7 el maestro dice que está bien. Si su calificación es un 8 o 9 el maestro le
dice que está muy bien.
Este es precisamente el concepto de Dios que tienen todos aquellos que sostienen que la
salvación es por nuestras obras. Para creer en la justificación por obras, es necesario
sostener que Dios tiene una norma de justicia inferior a la perfección y que Dios aceptará a
las personas que no han cumplido con todas las demandas de su santa ley. Las personas
que creen en la salvación por obras están convencidas de que solamente aquellos
pecadores que obtienen una calificación muy pobre (por ejemplo un 2 o 3) serán
castigados por Dios y que todos los demás serán aceptados por El, a pesar de sus
imperfecciones. Estas personas están convencidas de que al fin y al cabo Dios no exigirá
que ninguno obtenga un 10.
La verdad es que Dios no aceptará menos que la santidad y la perfección. Su santa ley
exige que obtengamos un 10 y nos condena al infierno si no lo logramos. Gálatas 3:10
afirma las exigencias de la ley diciendo: “Porque todos los que se basan en las obras de
la ley están bajo maldición, pues está escrito: Maldito todo aquel que no permanece en
todas las cosas escritas en el libro de la Ley para cumplirlas.” Y la epístola de Santiago
dice: “Porque cualquiera que guarda toda la ley pero ofende en un solo punto se ha
hecho culpable de todo.” (Santiago 2:10)
Es debido a Su justicia y santidad que Dios no puede aceptar a los hombres en base a
sus propias obras. Este es el problema que dio lugar a la necesidad de ser justificados
en base a la obra y justicia de otro, es decir, de Cristo. El Señor Jesucristo es el único
que obtuvo un calificación perfecta. Su vida perfecta fue realizada en lugar de los
creyentes y es imputada (acreditada) por la fe a la cuenta de ellos. La justicia de Cristo
(es decir, su vida perfecta) cumplió total y completamente con todas los mandamientos y
las exigencias de la santa ley de Dios. Cristo cumplió en sus palabras, en sus deseos y
sus hechos con cada detalle de la santidad y la justicia divina, y así proporcionó para los
creyentes una justicia (una calificación perfecta) que les justifica ante Dios.
Romanos 2 declara que “no los oidores de la ley son justos para con Dios, mas los
hacedores de la ley serán justificados.” (Romanos 2:13) Todos los creyentes son
considerados y tratados por Dios como si hubieran cumplido con toda la ley, puesto que
Jesucristo la cumplió en su lugar y en El son justificados. Cristo aceptó nuestra
calificación (es decir nuestra vida imperfecta y todos nuestros pecados) y sufrió las
consecuencias recibiendo el castigo que nosotros merecíamos, como nuestro sustituto
en la cruz. Esta es la gran transacción a través de la cual los creyente son justificados
ante Dios. El apóstol Pablo resumió esta doctrina en 2 Cor.5:21 diciendo: “Al que no
conoció pecado, por nosotros Dios le hizo pecado, para que nosotros fuéramos hechos
justicia de Dios en él.”
La justificación es un acto “legal” (o “judicial”) de parte de Dios por el cual los pecadores
que creen en Cristo son “declarados justos”, es decir, “libres de culpa” ante la ley divina.
Ellos son tratados por Dios como si nunca hubieran pecado y considerados como si

197
La Teología de la Reforma
hubieran guardado todo los mandamientos de ley divina. Esta justificación consiste de
dos partes: La parte “ negativa” de la justificación consiste de la imputación de nuestros
pecados a la cuenta de Cristo. Es en base a este punto que nuestros pecados son
perdonados. Puesto que éstos fueron acreditados a Cristo, El pagó la deuda y sufrió en
su cuerpo y alma el castigo que merecíamos.
Cristo sufrió “el justo por los injustos”, fue “entregado por nuestros delitos”; “herido por
nuestras rebeliones” y Jehová cargó en él, el pecado de todos los creyentes. (Vea 1
Pedro 3:18; Rom. 4:25 y Isaías 53.) Es en base a esta obra de Cristo que Dios no
inculpará ni castigará a los creyentes por sus pecados. Puesto que Cristo ya pagó la
deuda, Dios no puede exigir doble pago, puesto que tal cosa iría en
contra de su propia justicia. Es por esto que la Escritura dice: “Bienaventurados aquellos
cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el
hombre a quien el Señor jamás le tomará en cuenta su pecado.” (Romanos 4:7-8)
El lado “positivo” de la justificación consiste de la imputación de la justicia de Cristo (su
vida perfecta) a la cuenta de los creyentes. En base a su vida perfecta acreditada a
nosotros, somos “declarados justos” ante Dios, y tratados como si hubiéramos cumplido
perfectamente con las exigencias de Su santa ley. Es por esto que la Escritura dice:
“...bienaventurado el hombre al cual Dios atribuye justicia sin obras,” (Romanos 4:6, RV)
y “cuánto más reinarán en vida los que reciben la abundancia de su gracia y la dádiva de
la justicia mediante aquel uno, Jesucristo .... Porque como por la desobediencia de un
solo hombre, muchos fueron constituidos pecadores, así también, por la obediencia
de uno, muchos serán constituidos justos.” (Romanos 5:17-19)
Así es que encontramos la respuesta a la gran interrogante: “¿Y cómo se ha de justificar
un hombre ante Dios?” (Job 9:2) Es nuestro deseo y oración a Dios que este pequeño
libro sea de ayuda para muchos a fin de que entiendan mejor la gran doctrina de la
justificación por la fe.
Los Editores

La Justificación
Hechos 13:39 “Y de todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en éste
es justificado todo aquel que creyere.”
Este versículo y el anterior contienen aquellas dos grandes doctrinas del evangelio que
son el perdón del pecado y la justificación. En este sermón consideraremos la
justificación en la siguiente manera:
I. Explicaré el acto de la justificación mostrando lo que es, y lo que no es.
II. Investigaremos acerca del autor de esta justificación, es decir, quién es él que justifica.
III. Mostraré cuál es la base de la justificación, y en base a qué son justificados algunos.
IV. Consideraré algo respecto a la forma de la justificación, la cual es a través de la
imputación
de la justicia.
V. Consideraré la fecha de la justificación, es decir, cuándo fue tomado la decisión de
justificarnos,
y cúando fue realizada la obra que nos justifica.
VI. Señalaré quienes son aquellos que son justificados.
VII. Mencionaré varios efectos que provienen de la justificación y que están íntimamente
relacionados
con ella.
VIII. Finalmente, daré algunas propiedades generales acerca de esta justificación.

198
La Teología de la Reforma
I. Explicaré el acto de la justificación mostrando lo que es y lo que no es.
1. Estrictamente hablando, la justificación no es simplemente el perdón del pecado.
Estos dos
actos de la gracia divina están estrechamente relacionados y no deben ser separados.
Es decir,
donde se encuentra el perdón, allí también estará la justificación. Sin embargo, creo que
puede
distinguirse entre ambas. Admito que hay un gran acuerdo y semejanza entre la
justificación y el
perdón. Concuerdan en su eficacia y en su causa, en sus objetos, en su comienzo y en
su consumación.
El mismo Dios que perdona los pecados de su pueblo, los justifica y los declara justos.
La
misma gracia que le movió a justificarlos, también le movió a perdonarlos. Así como la
sangre
de Cristo fue derramada para la remisión de pecados, igualmente por ella somos
justificados.
Todos aquellos que son justificados son perdonados y todos los que son perdonados,
también son
justificados. Y ambas cosas ocurren en el mismo momento. Ambos actos son
consumados de
una sola vez para siempre, no son actos realizados en forma gradual y progresiva como
lo es la
santificación.
Pero esto no significa que son una sola y la misma cosa; porque aunque están de
acuerdo en
algunas cosas, en otras difieren. La justificación pronuncia a la persona como justa ante
la ley tal
como si nunca hubiera pecado, pero no es así con el perdón. Por ejemplo, es una cosa
para un
hombre ser juzgado y condenado por la ley y luego recibir el perdón del Rey. Pero es
otra cosa
ser juzgados por la ley y ser encontrados y declarados justos ante ella, como si la
persona nunca
hubiera pecado. Aún más, aunque el perdón quita el pecado, y por lo tanto es expresado
como
Dios echando el pecado detrás de su espalda y arrojándolo al fondo del mar, quitándolo
de su
pueblo y poniéndolo tan lejos como está el oriente del occidente; sin embargo, este
perdón en sí,
no nos provee una justicia tal como la justificación lo hace. El perdón del pecado
efectivamente
quita nuestras vestiduras sucias, pero es la justificación la que nos provee nuevas
vestiduras. (Vea
Isa.38:17; Miq.7:19; Sal.103:12)
También, se requiere más para lograr nuestra justificación que para nuestro perdón. La
sangre de Cristo fue suficiente para procurar el perdón, pero para obtener nuestra
justificación, se

199
La Teología de la Reforma
requirió la santidad de su naturaleza, y la obediencia perfecta de su vida, imputadas en
nuestro
favor. Además, aunque el perdón nos libra del castigo, sin embargo, hablando
estrictamente no
nos da el derecho a la vida eterna; es la justificación lo que nos da ese derecho y esta es
una de las
razones por las cuales el apóstol la llama una “justificación de vida” (Vea Rom.5:18).
Si un Rey perdona a aun criminal, esto no significa que le esté concediendo el derecho a
su
corona y a su trono. Si él quisiera, después de haberlo perdonado llevarlo a su corte y
hacerlo su
hijo y su heredero, entonces tendría que hacerlo por otro acto distinto del favor real. Por
lo tanto,
el perdón y la justificación deben ser considerados como dos cosas distintas.
2. La justificación no es simplemente la enseñanza o el instruir a los hombres en el
camino y el
método de cómo son o cómo pudieran ser justificados. Cuando la Escritura dice que “con
su
conocimiento justificará mi siervo justo a muchos” (Isa.53:11), esto no significa que Cristo
por su puro
conocimiento justifique o salve a los hombres. Es decir, la justificación no consiste
simplemente de
enseñar a los hombres cómo ser justificados, explicando el camino o método divino para
justificar a los
pecadores. Porque esto es lo que los ministros del evangelio hacen cuando predican el
evangelio, en donde
se revela la justicia de Dios “por fe y para fe” (Rom.1:17 RVA). Entonces, el significado
de Isa.53:11 es
el siguiente: Que Cristo daría a muchos el conocimiento espiritual de sí mismo, en otras
palabras, les daría
la fe salvadora en El. Es a través de este conocimiento salvador y la fe en él, que son
conducidos a
aprender personalmente su justificación, a través de Su justicia.
3. La justificación no es una “infusión” de justicia en las personas. Justificar no significa
hacer a
los hombres santos y justos en su interior, produciendo algún cambio físico o real en
ellos, porque
esto confundiría la justificación con la santificación. La santificación es una obra de
gracia
dentro de nosotros, pero la justificación es un acto de gracia hacia nosotros. La
santificación es
una obra imperfecta y la justificación es una obra perfecta; la santificación es progresiva
y realizada
gradualmente, la justificación es completa y consumada de una vez para siempre.
Además,
la palabra justificación nunca es usada en la Escritura en un sentido físico, sino más bien
en

200
La Teología de la Reforma
sentido forense (Es decir, en sentido “legal” o “judicial”). (Vea Deut.25:1; Prov.17:15;
Isa.5:23;
Rom.5:16,18; 8:33-34). En la Escritura la justificación es contrastada no con un estado
de impureza
o falta de santidad, sino más bien con un estado de culpabilidad y condenación.
4. La justificación es un acto de la libre gracia de Dios, por el cual El descarga a su
pueblo de su
pecado y los libra de la condenación, declarándolos y considerándolos justos en base a
la justicia
de Cristo, la cual El ha aceptado y ha imputado a ellos. La justificación puede ser
considerada en
una de dos maneras: Como un acto eterno y soberano de parte de Dios o como un acto
declarativo
hecho en la consciencia del creyente en el momento de su salvación. También, esta
justificación
será dada a conocer tanto a los hombres como a los ángeles en el día del gran juicio.
Es importante señalar que las Escrituras hablan de la justificación del pueblo de Dios en
dos
sentidos: Su justificación delante de Dios y su justificación delante de los hombres.
Cuando la Biblia trata
de la justificación por la fe delante de Dios, siempre excluye las obras humanas y
atribuye la justificación
enteramente a la gracia de Dios. Pero cuando la Biblia se refiere a la justificación ante
los ojos de los
hombres, la atribuye a sus obras. Por ejemplo, cuando se trata de la justificación delante
de Dios, el
apóstol Pablo dice en Rom.4:1-8 que la justificación no está basada en los méritos
humanos, sino en la
gracia de Dios. En este pasaje se refiere a la justificación de Abraham en Génesis 15,
cuando creyó al
evangelio y le fue contado por justicia. Pero cuando Santiago se refiere a una
justificación por obras
(Stg.2:14-24), el tema es la justificación de nuestras personas y de nuestra fe delante de
los hombres, y es
debido a esto que esta segunda justificación está basada en nuestras obras.
Dios nos justifica por la fe sin obras. Pero los hombres no pueden ver la realidad de
nuestra
fe, a menos que puedan verla a través de nuestras obras. No hay ninguna contradicción
entre
Pablo y Santiago. Es importante notar que, Santiago se refiere a Abraham como
justificado por
sus obras, cuando éste ofreció a su hijo Isaac sobre el altar (Stg.2:21 y Gén.22:9 y 12).
Muchos
no se percatan de que esta segunda justificación tuvo lugar muchos años después de
que Abraham
había sido justificado por la fe.
Hay que guardar en mente, que la palabra justificar significa simplemente “declarar
justo”.

201
La Teología de la Reforma
Entonces, es fácil ver cómo podemos ser justificados ante Dios por la fe en Cristo, y
después
justificados (declarados justos) delante de los hombres por nuestras obras. En este libro
no estoy
tratando con nuestra justificación ante los hombres, sino exclusivamente con la
justificación delante
de Dios, la cual es siempre por gracia sin obras. (Vea Rom.3:20, 24, 28; 4:1-16, 23-24;
5:1-
2, 15-21; 8:1, 33-34; Gál.2:16; 2:21; 3:11,etc.)
II. Investigaremos acerca del autor de esta justificación, es decir, ¿quién es el que
justifica?
La respuesta de la Biblia a esta cuestión es “Dios es el que justifica” (Rom.8:34). Esto
pudiera
sorprendernos cuando consideramos que el gran Dios del cielo y la tierra es el Juez
supremo de todo.
También es importante considerar que Dios hará justicia, y que su ley es la norma por la
cual el se rige en
este asunto, y que esta ley ha sido quebrantada por el pecado del hombre. Además, es
importante considerar
que el pecado humano ha sido cometido esencialmente contra El, y es ofensivo a El y es
aborrecido por
El. El es un Dios Santo que no aceptará una justicia imperfecta en lugar de una perfecta.
Este Dios tiene
el poder para condenar a los hombres y más que suficientes razones para hacerlo. Al
considerar estas
cosas, resulta asombroso que este Dios pudiera justificar a los hombres. Para ilustrar
más detalladamente
este punto, intentaré mostrar el papel que las tres personas Padre, Hijo y Espíritu Santo
tienen en la
justificación de los elegidos.
1. Dios el Padre es el autor del plan y método de nuestra justificación; El “estaba en
Cristo reconciliando
el mundo a sí, no imputándole sus pecados” (2 Cor.5:19). La pregunta de ¿cómo puede
el
hombre ser justificado ante Dios? habría permanecido siempre en la mente de los
hombres y los ángeles si
Dios no hubiera encontrado en su sabiduría una redención mediante la cual libraría a su
pueblo de descender
al abismo. (Vea Job 9:2 y Job 33:24.) Esta redención consiste de la provisión de su
propio Hijo a quien
envió en el cumplimiento del tiempo para cumplir el plan que El había diseñado en su
mente eterna. Esto
lo hizo terminando con la transgresión, poniendo fin al pecado, haciendo expiación por la
iniquidad y
trayendo de esta manera la justicia perdurable (Vea Daniel; 9:24). Esta justicia realizada
por Cristo agradó
mucho a Dios, porque a través de ella su ley fue magnificada y engrandecida (vea
Isa.42:21). Puesto que

202
La Teología de la Reforma
Dios ha aceptado esta justicia realizada por Cristo, ahora la imputa (atribuye, acredita) a
todo su pueblo,
declarándoles justos en base a ella.
2. Dios el Hijo, como Dios, es el co-autor y causa eficiente con el Padre de la
justificación. Puesto
que El tiene poder igualmente con el Padre para perdonar el pecado, El también tiene
que absolver, descargar
y justificar al creyente. Como Mediador, El es la cabeza y representante en quien toda la
simiente de
Israel son justificados (vea Isa.45:25). Como tal, El ha realizado una justicia la cual
corresponde a las
demandas de la ley, justicia por la cual ellos son justificados. También es el autor y
consumador de aquella
fe, la cual mira hacia esta justicia para justificación, confiando y aferrándose a ella.
3. Dios el Espíritu Santo convence a los hombres de su debilidad, imperfección y de la
insuficiencia
de su propia justicia para justificarles ante Dios. Después, pone delante de sus ojos la
justicia de Cristo y
obra fe en ellos para que echen mano de ella y la reciban. El persuade sus conciencias
respecto a la
sentencia justificatoria de Dios. En base a la justicia de Cristo, El da testimonio a sus
espíritus de que son
personas justificadas. Es por esto que se dice que los creyentes son “justificados en el
nombre del Señor
Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor.6:11). Pero este testimonio del Espíritu no
es en sí mismo
la obra de justificación, sino más bien, una recepción de ella concedida por la fe.
Entonces, estos son los
papeles que el Padre, el Hijo y el Espíritu desempeñan en la justificación: El Padre la ha
planeado, el Hijo
la ha procurado y el Espíritu la aplica.
4. Es a través del pacto de la gracia que podemos entender mejor el papel específico de
cada persona
de la Trinidad en la justificación de pecadores. El pacto de la gracia (o de redención) es
un “pacto” o
“acuerdo” hecho entre las tres personas de la Trinidad antes de la fundación del mundo.
En este pacto cada
persona de la Trinidad desempeña un papel especifico en el plan de la redención.
Podemos resumir el
papel de cada uno en la siguiente forma:
a) Dios el Padre escogió para salvación un número específico de personas, y les entregó
al Hijo
para que fuesen Su “pueblo”.
b) Dios el Hijo se comprometió a hacer todo lo necesario para salvar a ese pueblo que el
Padre
había escogido y entregado a El. Entonces, el Hijo se comprometió como el Mediador y
Fiador

203
La Teología de la Reforma
del pacto. Este compromiso le obligaba a encarnarse y a venir a este mundo como el
“siervo” del
Padre, y como el segundo de Adán (es decir, como la cabeza y el representante del
pueblo que el
Padre le había dado). Bajo las condiciones de este pacto Cristo aceptó la obligación de
vivir una
vida perfecta (es decir, realizar una justicia perfecta), y expiar los pecados de los
escogidos muriendo
como un sustituto propiciatorio en lugar de ellos. Además, se comprometió a interceder
por ellos y por fin llevarlos a la gloria.
c) Dios, el Espíritu Santo se comprometió a regenerar y a llamar eficazmente a los
escogidos
concediéndoles el don del arrepentimiento y de la fe. Además, el Espíritu Santo se
comprometió
a morar para siempre en los creyentes y asegurar su santificación y preservación en la
fe.
En seguida citaré algunos de los pasajes que hacen referencia a este pacto:
El secreto de Jehová es para los que le temen; Y á ellos hará conocer su pacto. (Salmo
25:14)
Esto pues digo: Que el pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que
fué hecha cuatrocientos
treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa. (Gálatas 3:17)
Y el Dios de paz que sacó de los muertos á nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de
las ovejas, por la sangre del
pacto eterno, (Hebreos 13:20)
Conforme á la determinación eterna, que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor: (Efesios
3:11)
Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda
bendición espiritual en lugares
celestiales en Cristo: Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo...
Descubriéndonos el misterio de su voluntad, según su beneplácito, que se había
propuesto en sí
mismo... En él digo, en quien asimismo tuvimos suerte, habiendo sido predestinados
conforme al
propósito del que hace todas las cosas según el consejo de su voluntad, (Efesios 1:3-4;
1:9-11)
Mas nosotros debemos dar siempre gracias á Dios por vosotros, hermanos amados del
Señor, de que Dios os haya
escogido desde el principio para salud... (2 Tesalonicenses 2:13)
Que nos salvó y llamó con vocación santa, no conforme á nuestras obras, mas según el
intento suyo y gracia, la cual
nos es dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, (2 Timoteo 1:9)
Para la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no puede mentir, prometió antes
de los tiempos de los siglos,
(Tito 1:2)
Sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin
contaminación: Ya ordenado [predestinado]

204
La Teología de la Reforma
desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postrimeros tiempos
por amor de vosotros, (1
Pedro 1:19-20)
Y todos los que moran en la tierra le adoraron, cuyos nombres no están escritos en el
libro de la vida del Cordero,
el cual fué muerto desde el principio del mundo. (Apocalipsis 13:8)
Como le has dado la potestad de toda carne, para que dé vida eterna á todos los que le
diste.
Yo te he glorificado en la tierra: he acabado la obra que me diste que hiciese.
He manifestado tu nombre á los hombres que del mundo me diste: tuyos eran, y me los
diste...
Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son:
...que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado, como también á mí
me has amado. (Juan 17:2, 4,
6, 9, 23)
Todo lo que el Padre me da, vendrá á mí; y al que á mí viene, no le hecho fuera. Porque
he descendido del cielo, no
para hacer mi voluntad, mas la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que
me envió, del Padre: Que
todo lo que me diere, no pierda de ello, sino que lo resucite en el día postrero. (Juan
6:37-39)
III. Mostraré cuál es la base de la justificación,y en base a qué son justificados algunos.
1. La obediencia del hombre a la ley de las obras no es la base de su justificación,
puesto que su
obediencia es imperfecta y por lo tanto no le puede justificar. Tal justificación sería por
obras y no por
gracia, lo cual es contrario a todo el sentido y la enseñanza de las Escrituras. Además, si
por la ley es la
justicia, entonces “por demás murió Cristo” (Gál.2:21). Entonces, su justicia sería
innecesaria e inútil, lo
cual deshonraría tanto la gracia como la sabiduría de Dios.
Los siguiente textos afirman que la justificación no es por las obras sino por la fe en
Cristo:
“Porque cualquiera que hubiere guardado toda la ley, y ofendiere en un solo punto, es
hecho
culpado de todos.” (Santiago 2:10, RV).
“Porque por las obras de la ley nadie será justificado delante de él; pues por medio de la
ley viene
el reconocimiento del pecado.” (Romanos 3:20, RVA).
“Porque todos los que se basan en las obras de la ley están bajo maldición, pues está
escrito:
Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la Ley
para cumplirlas.”
(Gálatas 3:10, RVA).
“Sabiendo que ningún hombre es justificado por las obras de la ley, sino por medio de la
fe en
Jesucristo, hemos creído nosotros también en Cristo Jesús, para que seamos
justificados por la fe

205
La Teología de la Reforma
en Cristo, y no por las obras de la ley. Porque por las obras de la ley nadie será
justificado.”
(Gálatas 2:16, RVA).
“Desde luego, es evidente que por la ley nadie es justificado delante de Dios, porque el
justo
vivirá por la fe.” (Gálatas 3:11, RVA).
“No desecho la gracia de Dios; porque si la justicia fuese por medio de la ley, entonces
por demás
murió Cristo.” (Gálatas 2:21, RVA).
“Así que, concluímos ser el hombre justificado por fe sin las obras de la ley.” (Romanos
3:28,
RV).
“Como también David dice ser bienaventurado el hombre al cual Dios atribuye justicia sin
obras,..”
(Romanos 4:6, RV).
“Porque la promesa a Abraham y a su descendencia, de que sería heredero del mundo,
no fue
dada por medio de la ley, sino por medio de la justicia de la fe.” (Romanos 4:13, RVA).
“...y ser hallado en él; sin pretender una justicia mía, derivada de la ley, sino la que es
por la fe en
Cristo, la justicia que proviene de Dios por la fe.” (Filipenses 3:9, RVA).
“Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han
sujetado
á la justicia de Dios. Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia á todo aquel que cree.”
(Romanos 10:3-4, RV).
“De manera que la ley nuestro ayo (maestro) fué para llevarnos á Cristo, para que
fuésemos
justificados por la fe.” (Gálatas 3:24, RV).
“Séaos pues notorio, varones hermanos, que por éste os es anunciada remisión de
pecados, Y de
todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en éste es justificado todo
aquel que
creyere.” (Hechos 13:38-39, RV)
2. La obediencia del hombre al evangelio, como si este fuera una nueva ley menos
severa, no es
la justicia que le justifica ante Dios. Este esquema de salvación es sostenido por muchos
y enseña
lo siguiente: Que Jesucristo ha procurado un relajamiento de la antigua ley, y ha
introducido una
nueva, cuyos términos son mucho más suaves y moderados. Esta nueva ley es
(supuestamente) el
evangelio y sus términos son: arrepentimiento, fe y una nueva obediencia, la cual aunque
es
imperfecta, sin embargo, siendo sincera será aceptada por Dios en lugar de una justicia
perfecta.
Pero este esquema es completamente falso. La ley no ha sido rebajada y ninguna de sus
severidades

206
La Teología de la Reforma
quitada. Su poder no ha sido disminuido y todavía tiene la misma facultad para exigir
obediencia
y condenar a aquellos que se encuentran bajo de ella, como siempre lo ha tenido. El
evangelio no es una ley, sino más bien, una declaración pura de gracia y salvación por
Cristo.
El evangelio tiene mandamientos y promesas, pero no hay nada parecido en él a una
nueva
ley. El arrepentimiento y la fe que son los medios para recibir la justificación son también
las
condiciones del evangelio, y además, son al mismo tiempo dones de Dios obrados en el
corazón
de los hombres por Su gracia. La verdad es que, es tan difícil para el hombre en su
condición
caída arrepentirse y creer al evangelio, como lo fue para los hombres del Antiguo
Testamento
someterse a la ley. En otras palabras, si el evangelio fuera una ley rebajada, resultaría
tan imposible
obedecerla en nuestra propia fuerza como nos es imposible obedecer los mandamientos.
Nuestra obediencia al evangelio no es la obediencia a una nueva ley, sino es el fruto de
la obra de
Dios en nosotros, pero no es la causa de nuestra justificación. Somos capacitados por
Dios para
arrepentirnos y creer; entonces sería absurdo decir que nuestra obediencia al evangelio
es meritoria
y que sea la base de nuestra justicia.
3. Tampoco es una “sincera” profesión de religión aún en los mejores hombres la base
de nuestra
justificación. Muchas personas tienen una forma de piedad y niegan el poder de ella.
Tienen
apariencia de vivir y no obstante, están muertos. Por fuera parecen ser hombres justos y
sin
embargo, por dentro están llenos de toda impureza. Muchos se someten a todas las
ordenanzas de
Cristo, se bautizan en su nombre, se sientan en su mesa, y asisten continuamente a la
predicación
de su palabra, y no obstante están muy lejos de la justicia. Si suponemos que fueran
sinceros en
todo esto, aún así, no por ello serían justificados de esta manera. La sinceridad en
cualquier
religión, aún la mejor religión, no es una justicia que nos pueda justificar. Puede haber
muchos
musulmanes sinceros, papistas sinceros, y hasta paganos sinceros, de igual manera
como sinceros
creyentes en Cristo. Un hombre puede ser un sincero perseguidor de la religión
verdadera,
tan fuertemente como otro puede ser un sincero profesante de ella. Nuestro Señor dijo a
sus

207
La Teología de la Reforma
discípulos que el tiempo vendría, cuando algunos hombres pensarían que estaban
sirviendo a
Dios al darles muerte (Jn.16:2). Y es cierto que el apóstol Pablo antes de su conversión,
“pensaba
que debía hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret” (Hech.26:9). Pero
aún si consideramos
la sinceridad en el mejor sentido, pertenece a la santificación y no a la justificación, y
estas dos
cosas no deben de ser confundidas. La obra de la santificación, no tiene ninguna parte
en nuestra justificación.
4. El hecho de creer tampoco nos es imputado para justificación. Jacobo Arminio y sus
seguidores
modernos han afirmado este error, y han tratado de establecer esta idea basándose en
Rom.4:5
y 9. Cuando Pablo dice que “creyó Abraham a Dios y le fue atribuido a justicia”, se refiere
no a la fe
o al hecho de creer, sino más bien al objeto de la fe (que es la justicia de Cristo). En el
versículo 6
claramente dice que Dios nos atribuye justicia sin obras. Más adelante, en los versículos
22 al 24, dice
que esta misma justicia les será imputada a todos aquellos que crean en Aquel que
levantó de los muertos
a Jesús. Además, hay que tomar en cuenta que el apóstol no dice que la fe le haya sido
contada en lugar de
la justicia, sino por justicia (la palabra griega es “eis” que quiere decir, con referencia, con
respecto). Esto
significa exactamente lo que Pablo dice en otro texto al afirmar que “con el corazón se
cree para justicia”
(Rom.10:10); es decir, que con el corazón el hombre cree en Cristo para recibir justicia,
la cual justicia (y
no la fe), le es imputada para su justificación.
Además de esto, la fe y la justicia son claramente distinguidas en varios textos, por
ejemplo:
En Romanos 1:17 se declara que “la justicia de Dios, se revela por fe y para fe ” (RVA) y
también en
Rom.3:22 se dice que se ha manifestado “la justicia de Dios, por la fe de Jesucristo, para
todos los que
creen en El”. No es la fe, sino algo diferente lo que es la justicia que nos justifica. La fe
no es la sangre
ni la obediencia de Cristo, y estas son las cosas por las cuales somos justificados o
declarados justos
delante de Dios (vea Rom.5:9-10 y 5:19). Y no hay duda alguna que la Escritura dice que
somos “justificados
por la fe”, pero no por causa de ella, sino a través de ella. En una palabra, es Dios quien
justifica,
no la fe.
En otras palabras, no es la fe en sí lo que nos justifica ante Dios, sino el objeto de la fe.

208
La Teología de la Reforma
Entonces, puesto que el objeto de la fe es Cristo, su muerte, su justicia, su vida perfecta,
entonces
no es la fe misma lo que justifica, sino la obra en la cual la fe cree. Muchas personas
confían en
su fe, en vez de confiar en Cristo y Su justicia, la cual es el único objeto verdadero de la
fe. Es en
este punto que tenemos que distinguir entre la salvación a través de la fe y la salvación a
causa de
la fe. Multitudes de personas creen en la salvación a causa de la fe y no por medio de la
fe. Tales
personas terminan pensando que es su fe, el acto de creer, lo que les justifica, sin creer
realmente
en la justicia de Cristo como la base de su justificación.
5. La base de nuestra justificación es la justicia de nuestro Señor Jesucristo.
Esta justicia no es su justicia esencial como Dios, ni tampoco las acciones de justicia
realizadas
por El en el cielo como Jesucristo el justo; sino solamente aquella justicia que El realizó
durante su estado de humillación aquí en la tierra. La justicia de Dios puede significar
tres cosas.
Primero, puede significar la justicia de Dios mismo, segundo, puede significar la justicia
que la
ley de Dios requiere o tercero, puede significar la justicia que Dios ha provisto para la
justificación
de los pecadores. Es esta última justicia la que es predicada en el evangelio. La frase “la
justicia de Cristo” se refiere a la vida perfecta que el vivió como el segundo Adán, la
cabeza y representante
de su pueblo.
Esta justicia no incluye todas las obras extraordinarias y los milagros hechos por El
durante
su ministerio terrenal; tales obras y milagros eran pruebas de su divinidad y señales que
le identificaban
como el Mesías. El a través de estas manifestaciones, se autentificó como el único
mediador, pero no actuaba como un mediador al hacerlas. El hizo dichas señales para
que los
hombres creyeran en su justicia, pero ellas no eran ingredientes en aquella justicia en la
cual
deberían creer.
La justicia de Cristo se refiere a lo que comúnmente es llamado su obediencia “activa” y
“pasiva”. Su “obediencia activa” significa la conformidad de su vida a los preceptos de la
ley, y
esta obediencia es, estrictamente hablando, aquella por la cual nosotros somos
declarados como
justos. Su “obediencia pasiva” se refiere a sus sufrimientos y muerte, y esta obediencia
es expresada
frecuentemente en la Escritura en la frase “su sangre”.
No debemos pensar que la frase “obediencia pasiva” quiere decir que Cristo no fuera
“activo”

209
La Teología de la Reforma
en sus sufrimientos. Cristo fue activo en sus sufrimientos. Así es que la Escritura dice
que
El: “puso su vida” de sí mismo (Jn10:18) , “derramó su vida hasta la muerte” (Isa.53:12) y
“se entregó
a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios” (Ef.5:2). Y “por el Espíritu eterno, se
ofreció a sí
mismo sin mancha a Dios” (Heb.9:14). Entonces, la muerte y los sufrimiento de Cristo
que son comúnmente
llamados su obediencia pasiva, son también requisitos para nuestra justificación y nos
son imputadas
con ese fin. Así pues, la Escritura dice que “por su llaga fuimos nosotros curados”
(Isa.53:5) y que
“somos justificados por su sangre” (Rom.5:9-10) y también que somos “reconciliados con
Dios por la
muerte de su Hijo”.
Por otra parte, creo firmemente, que no solamente sus sufrimientos y muerte, sino
también
su obediencia activa, de igual manera como la santidad de su naturaleza humana, nos
son imputadas
para justificación. La ley exige una naturaleza santa, una obediencia perfecta, y en el
caso
de una desobediencia exige el castigo. A causa del pecado nuestra naturaleza ya no es
santa,
nuestra obediencia es imperfecta y por lo tanto somos sujetos al castigo.
Cristo ha asumido una naturaleza humana santa, y en ella realizó una obediencia
perfecta
ante la ley. Y también en esta condición sufrió la pena de la misma ley. Todo esto lo hizo,
no para
sí mismo, sino para nosotros, y todo esto nos es imputado para nuestra justificación. La
Escritura
dice que El nos “ha sido hecho por Dios (es decir, por imputación) sabiduría, y
justificación, y santificación,
y redención” (1Cor.1:30).
La palabra sabiduría pudiera significar todo el plan de la justificación, porque en El se
manifiesta la sabiduría de Dios. Y las otras cosas pueden ser consideradas como las
partes principales
de esta justificación. Por ejemplo: la santificación pudiera significar la santidad de su
naturaleza
humana, la justicia pudiera significar su obediencia activa por la cual muchos son hechos
justos y la redención pudiera expresar sus sufrimientos y muerte, por los cuales el
pecado fue
condenado en la carne. Y es así que toda la justicia de la ley fue cumplida en favor de
nosotros.
Ahora daré en breve algunas razones por las cuales creo que la obediencia activa de
Cristo,
y no solo sus sufrimientos y muerte, nos son imputados para justificación:
a. Porque para nuestra justificación es necesario que se nos impute todo lo que la ley
requiere.

210
La Teología de la Reforma
Ahora, es importante observar que antes de que el hombre pecara, la ley solamente le
obligaba a
obedecer. Pero después de la caída, queda sujeto tanto a la obediencia como a la pena
de castigo.
A menos que los preceptos de la ley sean obedecidos perfectamente y todo su castigo
aplicado, la
ley no puede ser satisfecha, y a menos que sea satisfecha, nadie puede ser justificado
ante ella.
Por lo tanto, si Jesucristo se compromete como un fiador, para dar satisfacción a la ley,
en lugar
de su pueblo (como un sustituto), entonces debe obedecer tanto los preceptos de la ley,
como
sufrir la penalidad de ella. Si el hiciera solamente una parte, esto no sería suficiente. Por
ejemplo:
Si solo pagara la deuda de nuestro castigo, no nos libraría de la obligación de obedecer.
Cristo dio satisfacción y cumplimiento a ambas partes de la ley, tanto sus preceptos y
mandamientos,
como en sus demandas de castigo, y así magnificó e hizo honorable la ley. Por lo tanto,
su obediencia activa y su obediencia pasiva deben sernos imputadas para nuestra
justificación.
b. Porque necesitamos ser justificados por una justicia y esta justicia es la de Cristo.
Ahora, la
justicia, estrictamente hablando, consiste de una obediencia real, como lo dice
Deuteronomio
6:25 “Y tendremos justicia cuando cuidáremos de poner por obra todos estos
mandamientos delante de
Jehová nuestro Dios, como él nos ha mandado”. Entonces, si somos justificados por la
justicia de Cristo
imputada a nosotros, tiene que ser por su obediencia activa y no simplemente por sus
sufrimientos y
muerte. Porque éstos, aunque nos libran de la muerte, sin embargo, no nos hacen
realmente justos.
c. Porque se dice expresamente que “por la obediencia de un hombre, muchos serán
constituidos
justos” (Rom.5:19). La obediencia en este texto se refiere no solo a los sufrimientos y la
muerte de Cristo,
sino también a su vida perfecta.
d. Porque la recompensa de vida ha sido prometida no al sufrimiento, sino al
cumplimiento. La
ley dice: “haz esto y vivirás”, y así promete vida, no a aquel que sufre su penalidad, sino
a aquel
que obedece sus preceptos. Nunca ha existido una ley entre los hombres que prometa
una recompensa
al criminal por sufrir el castigo de sus crímenes. Los sufrimientos y la muerte de Cristo
eran para cumplir el aspecto condenatorio y penal de la ley; y nos son imputados para
justificación
a fin de que seamos librados de la maldición, del infierno y de la ira. Pero estos
sufrimientos

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La Teología de la Reforma
como no nos hacen justos, estrictamente hablando, no pueden darnos el derecho a la
vida eterna.
Para esto nos hace falta que la obediencia activa y la justicia positiva de Cristo nos sean
imputadas,
esta es nuestra justificación de vida (Rom.5:18). Esto es lo que nos da el derecho a la
vida
eterna.
e. Porque la obediencia activa de Cristo fue realizada a favor de nosotros y en nuestro
lugar,
entonces, tiene que ser imputada a nosotros para justificación. Si alguien dijera que
Cristo, como
un hombre fue hecho de la mujer, hecho súbdito a la ley y estuvo obligado a obedecer la
ley, para
salvarse a sí mismo; yo contestaría, que Cristo asumió una naturaleza humana y se
sujetó a la ley,
no para sí mismo, sino para nosotros, no para su beneficio sino para el nuestro. “Porque
un niño
nos es nacido, hijo nos es dado” (Isa.9:6). Y si Cristo nos es dado solamente en sus
sufrimientos, pero no
en su obediencia, entonces, no tendríamos un Cristo completo, sino solamente un Cristo
sufriente, pero no
obediente.
Además, debemos señalar que la obediencia activa de Cristo a la ley en lugar de
nosotros,
no nos exenta de nuestra obediencia personal a ella; tal como sus sufrimientos y muerte,
tampoco
nos exentan de la muerte física y del sufrimiento. Es cierto, que nosotros no sufrimos ni
morimos
en el sentido en que El lo hizo, es decir, para satisfacer la justicia y hacer propiciación
por el
pecado. Tampoco, rendimos obediencia a la ley para obtener vida eterna a través de
ella. Es por
la obediencia de Cristo a favor de nosotros, que somos exentos o libres de la obediencia
a la ley en
este sentido (es decir, en el sentido de obediencia para salvación). Pero no somos
librados de la
obediencia a la ley, como una norma de comportamiento por la cual podemos glorificar a
Dios y
expresarle nuestra gratitud, por sus abundantes misericordias.
Pudiéramos decir muchas cosas para recomendar esta gloriosa justicia de nuestro
Mediador.
La naturaleza y excelencia de esta justicia puede ser vista por los varios nombres y
descripciones
que encontramos de ella en las Escrituras:
1. Primero, es llamada “la justicia de Dios” (Rom.1:17 y 3:22). Es llamada así porque está
contrastada con la justicia humana, sino también porque fue realizada por uno que es
tanto Dios como

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La Teología de la Reforma
hombre. También esta justicia es grandemente aprobada y gratuitamente aceptada por
Dios, y también
libremente imputada por El a todo su pueblo, quienes son justificados por ella ante Dios.
2. Segundo, es llamada “la justicia de uno” (Rom.5:18). Es decir, de una de las personas
de la
Trinidad. No es la justicia del Padre, ni del Espíritu, sino del Hijo, quien aunque participa
de dos naturalezas
(divina y humana), no obstante es una sola persona. Es la justicia de uno quien es la
cabeza de toda
su simiente o pueblo, tal como Adán fue la cabeza de la humanidad perdida (Por este
principio representativo,
Cristo es llamado el segundo Adán). Esta justicia puede ser llamada también la justicia
de “muchos”,
es decir de todos los creyentes, puesto que a ellos les es imputada y todos ellos tienen
igualmente derecho
a ella. Pero en cuanto a su autor, esta justicia es solo una, es decir, la de Cristo. Por lo
tanto, no somos
justificados parcialmente por nuestra justicia y parcialmente por la de Cristo, porque en
tal caso seríamos
justificados por la justicia de dos y no solamente por la de uno.
3. Tercero, es llamada “la justicia de la ley” (Rom.8:4). Porque aunque esta justicia no
proviene
de nuestra obediencia a la ley, sin embargo, proviene de la obediencia de Cristo a esta
ley. Y aunque por
las obras de la ley como realizadas por el hombre, ninguna carne será justificada; sin
embargo, por las
obras de la ley realizadas por Cristo, todos los elegidos son justificados. La justicia de
Cristo puede ser
llamada verdaderamente una justicia legal, porque cumple con lo que la ley demanda y
exige, e incluye
una conformidad completa a todos sus preceptos. Por medio de esta justicia, la ley es
magnificada y
engrandecida. Aunque la ley y los profetas testifican de ella, esta justicia se manifiesta
solo en el evangelio,
y es ministrada solo por el evangelio.
4. Cuarto, es llamada también “la justicia de la fe” (Rom.4:13). No que la fe sea nuestra
justicia,
ni completa, ni parcialmente. Ya hemos visto que la fe no es la causa de nuestra
justificación, ni tampoco
la fe nos es imputada en lugar de la justicia. La justicia de Cristo, es llamada la justicia de
la fe, porque la
fe es el medio para recibirla, y la fe es el medio para vestirnos de ella. La fe se regocija
en esta justicia y
se jacta solamente de ella.
5. Quinto, es llamada “el don de la justicia”, “el don” y “el don de Dios por la gracia”
(Rom.
5:15-17). Es llamada así porque fue realizada gratuitamente por Cristo, y es imputada
libremente por Dios

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La Teología de la Reforma
el Padre, y la fe es dada libremente para echar mano de esta justicia y abrazarla.
6. Sexto, es llamada “el principal y el mejor vestido” (Luc.15:22). Es un mejor vestido que
aquel
que Adán tenía en el Edén, o que los ángeles tienen en el cielo. Porque en ambos casos,
tanto en Adán
como los ángeles, ellos tenían la justicia de una criatura, mientras que ésta es la justicia
de Dios. Además,
la justicia de Adán era una justicia que se podía perder y que de hecho fue perdida en la
caída. Y ahora,
ninguna de la posteridad de Adán es justa en y de sí misma, “ni siquiera uno” (Rom.3:10-
19). Y con
respecto a la justicia de los ángeles, es obvio que era una justicia que ellos podían
perder, puesto que
muchos de ellos cayeron de su primer estado y perdieron su justicia. La única razón por
la que algunos la
conservaron, fue la gracia preservadora de Cristo. La justicia de Cristo permanece para
siempre, y no
puede perderse, ni jamás será perdida.
La justicia de Cristo es una en la cual la ley no puede encontrar ninguna falta. Esta
justicia
nos justifica “de todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados...”
(Hech.13:39). Nos
protege de la ira y la condenación, silenciando todas las acusaciones, porque “¿quién
acusará a los escogidos
de Dios? Dios es el que justifica” (Rom.8:33). Esta justicia responderá por nosotros en el
día del
juicio y nos dará entrada al reino de la gloria de Dios. En aquel día, todos aquellos que
no tienen una
justicia mayor que aquella que tuvieron los escribas y los fariseos, no entrarán, y todos
aquellos que están
sin este vestido de bodas, serán echados a las tinieblas de afuera, donde será el llanto y
el crujir de dientes.
IV. Consideraré algo respecto a la forma de la justificación, la cual es a través de la
imputación de
la justicia.
“Como también David dice ser bienaventurado el hombre al cual Dios atribuye justicia sin
obras.”
(Romanos 4:6) Tanto la palabra hebrea como la griega que son usadas para expresar el
acto de la imputación
significan: Atribuir, acreditar, considerar como, reputar, estimar, o poner a la cuenta de
otro. Como
por ejemplo el apóstol Pablo dijo a Filemón respecto a Onésimo “Y si en algo te dañó, ó
te debe, ponlo á
mi cuenta” (Filemón 1:18). Es decir, “yo asumo la responsabilidad”. Entonces, cuando se
dice que Dios
imputa la justicia de Cristo a nosotros, esto significa que la considera como nuestra, y
nos declara justos en

214
La Teología de la Reforma
base a ella, como si nosotros mismos la hubiéramos realizado. Ahora, para mostrar que
somos justificados
por la justicia de Cristo imputada a nosotros, es necesario observar los siguientes
puntos:
1. Que nosotros mismos somos personas impías, que son justificadas por Dios, “porque
Dios justifica
a los impíos” (Rom.4:5). Entonces, si somos justificados siendo impíos, somos
justificados sin ninguna
justicia propia. Así pues, si somos justificados, tiene que ser a través de una justicia
imputada a
nosotros o puesta en nuestra cuenta, la cual no puede ser ninguna otra, salvo la justicia
de Cristo.
2. Que nosotros somos justificados o por una justicia inherente, interna y propia o por
una justicia
imputada a nosotros. No puede ser una justicia inherente porque esa justicia es
imperfecta y ninguna
justicia imperfecta nos puede justificar. También, la justicia por la cual somos justificados
es una justicia
externa a nosotros, es una justicia “para (sobre) todos los que creen” (Rom.3:22).
Entonces, esta justicia
tiene que ser, no inherente sino imputada.
3. La justicia por la cual somos justificados no es nuestra propia justicia sino la de otro,
es a saber,
la justicia de Cristo. Pablo dijo que quería ser “hallado en él, no teniendo mi justicia, que
es por la ley,
sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:9). La
única manera
en que la justicia de otro puede llegar a ser nuestra, es a través de la imputación de ella
a nosotros, no hay
otra forma de hacerlo.
4. De la misma manera en que el pecado de Adán llega a ser nuestro y somos
constituidos pecadores
por su transgresión, así también la justicia de Cristo llega a ser nuestra y somos
constituidos justos por
ella. Es obvio que el pecado de Adán llega a ser nuestro por imputación, y así también la
justicia de Cristo.
El apóstol dice: “Porque como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron
constituidos pecadores,
así por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos.” (Romanos 5:19)
5. En la misma forma que nuestros pecados llegaron a pertenecer a Cristo, su justicia
llega a ser
nuestra. No hay duda alguna de que nuestros pecados llegaron a pertenecer a Cristo por
imputación. El
Padre los puso sobre El por medio de imputárselos, y El los tomó sobre sí mismo
voluntariamente. Nuestros
pecados fueron puestos en su cuenta y El se consideró a sí mismo, como responsable
ante la justicia

215
La Teología de la Reforma
por ellos. Ahora, en la misma forma, su justicia llega a ser nuestra: “Al que no conoció
pecado, por
nosotros Dios le hizo pecado, para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él.”
(2 Corintios
5:21)
V. Consideraré la fecha de la justificación, es decir, ¿cuándo fue tomada la decisión de
justificarnos
y cúando fue realizada la obra que nos justifica?
Para investigar la fecha de la justificación, hemos de decir que existen varias opiniones al
respecto. Algunos han pensado que ésta no será completada sino hasta el día del juicio;
otros, que
comienza al momento de creer y no antes; otros dicen que ella tiene lugar en el momento
de la
resurrección de Cristo de entre los muertos cuando El fue justificado y junto con El todos
los
elegidos; otros creen que la fecha se remonta hasta el tiempo cuando Cristo fue
primeramente
prometido como nuestro Mediador, inmediatamente después de la caída; otros llevan la
fecha
hasta las transacciones hechas entre el Padre y el Hijo desde la eternidad, en el pacto de
la redención.
No hay duda alguna de que se puede relacionar la justificación con cada una de estas
fechas.
La postura que yo sostengo es que la decisión de justificarnos fue tomada desde la
eternidad en el
pacto de la redención (o el pacto de gracia).
El método que usaré para presentar esta postura es como sigue:
Primero, trataré de demostrar que la obra de justificación y el propósito divino de
justificarnos a
través de la obra de Cristo es anterior al acto de creer.
Segundo, que la fe a través de la cual somos justificados en el momento de creer no es
la causa de
nuestra justificación sino solo el medio por el cual recibimos dicha justificación.
Tercero, contestaré las objeciones levantadas contra esta doctrina.
Primero, trataré de demostrar que la obra de justificación y el propósito divino de
justificarnos a
través de la obra de Cristo es anterior al acto de creer.
Yo creo que esto puede ser concluido en forma razonable de las siguientes
consideraciones:
1. La fe no es la causa, sino el fruto y efecto de la obra de Cristo. La razón por la cual
somos
justificados no es porque tenemos fe sino más bien, tenemos fe porque somos
justificados en la obra de
Cristo. Si no existiera tal bendición como la gracia de la justificación de vida provista para
los hijos de los
hombres, entonces tampoco existiría tal cosa como la fe en Cristo obrada en ellos, ni
tampoco existiría

216
La Teología de la Reforma
ningún propósito para dicha fe. La razón por la cual algunos no creen es porque no son
las ovejas de
Cristo y no fueron incluidos en el pacto de gracia (Jn.10:26). Ellos nunca fueron
escogidos por El, ni
justificados por El, sino que son justamente dejados en sus pecados para ser
condenados. La razón por la
cual otros creen es debido a que han sido ordenados para vida eterna (Hech.13:48).
Ellos tienen una
justicia justificadora provista para ellos y son justificados por ella, por lo tanto nunca
entrarán en condenación.
Aún cuando los escogidos eran inconversos, ellos fueron realmente en el propósito y la
obra
de Dios justificados y librados de la culpa de sus pecados por la muerte de Cristo. Y
como consecuencia
en su debido tiempo, Dios les concede el don de la fe para que ellos vean que han sido
aceptados por la justicia de Cristo. Vea los siguientes textos que hablan de los creyentes
como
unidos con Cristo en su muerte en el pasado, es decir en el tiempo de la obra de Cristo
en la cruz:
Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliado con Dios por la muerte de su Hijo...
(Romanos 5:10)
Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre juntamente fué crucificado con él... Y si
morimos con
Cristo, creemos que también viviremos con él; (Romanos 6:6,8) ...Que si uno murió por
todos, luego
todos murieron; (2 Corintios 5:14) Porque ciertamente Dios estaba en Cristo
reconciliando el mundo á
sí, no imputándole sus pecados... (2 Corintios 5:19) Bienaventurado el varón al cual el
Señor no imputó
pecado. (Romanos 4:8) Así es que la obra de justificación es la causa y la fe el efecto. Y
puesto que cada
causa es antes que su efecto, entonces el propósito divino de justificar tiene que ser
antes que la fe.
2. La obra de Cristo que justifica a los creyentes es el objeto, y la fe es el acto por el cual
miramos el
objeto. Ahora, el objeto no depende del acto de mirar, sino que el acto es quien depende
del objeto que
mira. El hecho de mirar a un objeto no es lo que da existencia a dicho objeto, sino que el
objeto tiene que
existir previamente. La fe no es la causa de la justificación sino la evidencia de ella y al
mismo tiempo, el
medio divino para recibir dicha justificación. Pero la obra divina de justificarnos a través
de Cristo tiene
que existir previamente. La fe es la convicción de las cosas que no se ven, pero no es la
convicción acerca
de las cosas que no existen. Lo que el ojo es para el cuerpo, lo es la fe para el alma. Por
ejemplo, el ojo

217
La Teología de la Reforma
percibe la existencia de objetos reales, pero no los produce. Si previamente no existen,
el ojo no los puede
ver. Vemos que el sol brilla con todo su resplandor, pero ¿Acaso no existía antes de que
nosotros lo
viéramos? Esta observación es válida en cuanto a miles de ejemplos. La fe es la mano
que recibe la
bendición de la justificación del Señor y el don de la justicia por la cual el alma es
justificada ante
El. (Romanos 5:20) Pero ¿no es cierto que esta bendición de justicia debería existir
antes de que
la fe pudiera recibirla? La justicia de Cristo que nos justifica es el objeto de la fe, y la fe la
mira
y concluye seguramente que “ciertamente en Jehová está la justicia y la fuerza” (Isa.
45:24).
3. Todos los elegidos de Dios fueron justificados en y con Cristo, su Cabeza
representativa cuando
El resucitó de los muertos, y por lo tanto, antes de que ellos creyeran. El Señor
Jesucristo, habiéndose
comprometido como el Fiador de su pueblo desde la eternidad, en el cumplimiento del
tiempo dio satisfacción
por sus pecados a través de sus sufrimientos y muerte. Todos los pecados de su pueblo
fueron
puestos sobre El, imputados a su cuenta y El se hizo responsable ante la justicia divina
por ellos. Puesto
que Cristo sufrió y murió, no como una persona privada sino pública, así también El
resucitó como una
persona pública y fue justificado como tal. Por lo tanto, cuando El fue justificado, todos
aquellos por
quienes hizo satisfacción fueron justificados en El. Este es el significado del texto que
dice: “El cual fue
entregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25).
Cuando El fue
justificado, los elegidos fueron justificados también con El puesto que El fue su
representante. Y como
podemos decir que Adán nos condenó a todos cuando él cayó, así también Cristo nos
perfeccionó a todos
y Dios nos justificó cuando El murió y resucitó. Y cuando la Escritura dice que cuando El
ascendió al
cielo, nosotros ascendimos con El (vea Ef.2:6), lo hace basándose en el mismo punto, es
decir, en nuestra
unión espiritual con El. Es obvio que esta unión con Cristo y todas sus consecuencias
salvadoras tienen
que existir previamente en la obra y el propósito divino, y aun antes de que recibamos en
el tiempo todos
sus beneficios.
4. Ahora iré un paso más adelante: trataré de probar que la decisión de justificar a todos
los elegidos

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La Teología de la Reforma
de Dios fue hecha desde la eternidad. Cuando digo que la decisión de justificar a los
elegidos de Dios fue
desde la eternidad, no creo que tenían una existencia personal y real desde la eternidad,
aunque la tenían
en Cristo como su representante. Tampoco creo que un pago real por sus pecados haya
sido hecho entonces
(en la eternidad) por Cristo, aunque El se comprometió a hacerlo. Tampoco afirmo que
esta decisión
eterna fue hecha de tal manera que pusiera de lado el pecado de Adán y la imputación
de su culpa a sus
escogidos, lo cual haría innecesario la justificación por Cristo en el tiempo. Tampoco
quiero hacer inútil
la fe para nuestra justificación en nuestras conciencias (es decir, en nuestra propia
experiencia).
Pero, al hablar de la decisión de justificar desde la eternidad, me refiero a más que el
preconocimiento y presciencia de Dios, a quien “conocidas son desde el siglo todas sus
obras”
(Hechos 15:18). Me refiero a más que esto porque afirmo que la justificación es una
sentencia concebida
en la mente de Dios en su propósito eterno por el decreto de justificación, y que este acto
de Dios, (cuyos
actos son todos eternos) es la gran declaración original del propósito de justificación.
Entonces, aquella
sentencia pronunciada sobre Cristo como nuestro representante cuando El resucitó de
los muertos, y aquella
declaración pronunciada por el Espíritu de Dios en la consciencia de los creyentes al
momento de creer,
y también aquella sentencia que será pronunciada ante los hombres y los ángeles en el
día del juicio son
todas simplemente repeticiones o declaraciones renovadas de la misma declaración
original hecha por
Dios en la decisión eternal de justificar según su propósito eterno.
Yo entiendo que como el decreto eterno de la elección de personas para vida eterna es
una
elección eterna de ellas, así también el decreto o propósito de justificar a sus escogidos
es la
decisión eterna de justificarlos a ellos. La justificación es un acto de la gracia divina hacia
nosotros,
y es algo completamente externo a nosotros. Es algo que sucede en la mente divina
cuando
Dios nos constituye o nos considera como justos a través de la justicia de su Hijo y
nuestra unión
con El. Así pues, esta justificación decretada en la eternidad no requería la existencia
real de la
justicia de Cristo, ni de nosotros, sino solamente requería que ambas cosas existieran en
el tiempo.
Para confirmar e ilustrar más esta verdad, consideraremos los siguientes puntos:

219
La Teología de la Reforma
a. Primero, que hay una elección de personas para vida eterna y que los objetos de la
justificación
son los elegidos de Dios. “¿Quién acusará á los escogidos de Dios? Dios es el que
justifica”
(Romanos 8:33). Ahora, si los elegidos de Dios no pueden ser inculpados de pecado sino
que son absueltos,
descargados y justificados por Dios, y si ellos eran sus elegidos desde la eternidad o si
fueron escogidos
en Cristo antes de la fundación del mundo, entonces en el propósito de Dios tuvieron que
ser absueltos
y justificados por Dios, a fin de que no pudieran ser acusados de nada.
Además de esto, la gracia electiva los puso en Cristo antes del comienzo del mundo:
“Nos
escogió en El antes de la fundación del mundo” (Ef.1:4). Y si la elección de gracia los
puso en El,
entonces deberían ser considerados en Cristo, o como personas justificadas o como no
justificadas en El.
Yo pienso que se nos puede permitir argumentar a favor de un propósito eterno de
justificar basado en una
elección eterna, puesto que la obra de justificación es una parte de la eterna elección. Es
el propósito
eterno del Padre en el pacto que hizo con su Hijo que los elegidos fueran justos ante sus
ojos en la justicia
de su amado Hijo. Y este acto o propósito eterno incluye el apartamiento de los elegidos
para hacerlos
participantes únicos de la justicia de Cristo, y también el apartamiento de la justicia de
Cristo solo para
ellos. Entonces, yo pienso que podemos concluir que si hay una elección eterna de
personas en Cristo,
debe haber también una aceptación eterna y justificación decretada de ellos en El.
b. Segundo, que existía desde la eternidad un pacto de gracia y paz hecho entre el
Padre y el
Hijo con respecto a estas personas elegidas. (Este pacto a veces es llamado “pacto de
redención”.)
En este pacto, todas las bendiciones de gracia y promesas de vida procuradas y
aseguradas por el
mismo pacto fueron puestas en las manos de Cristo. Y aunque su pueblo no tenía una
existencia
real y personal, sin embargo, la tenían en forma representativa al estar en Cristo, y en El
fueron
benditos con toda bendición espiritual (Vea Ef.1:3).
Y si fueron benditos con todas las bendiciones espirituales, entonces esto tiene que
incluir
la obra de justificación, la cual es una parte no pequeña de aquella gracia que nos fue
dada en
Cristo Jesús “antes de los tiempos de los siglos” (2 Tim.1:9).
c. Tercero, la decisión de justificarnos fue tomada entonces en el propósito divino cuando

220
La Teología de la Reforma
fuimos elegidos, no en nosotros mismos sino en nuestra Cabeza, es decir en Cristo, el
representante
legal de su pueblo. Este es el propósito que Pablo quiere destacar cuando él afirma en
Romanos 8:30 que aquellos que fueron predestinados, fueron llamados, justificados y
glorificados.
El apóstol se refiere a estas cosas como ya realizadas en el pasado cuando fuimos
predestinados.
Se dice que estas bendiciones decretadas en la eternidad ya fueron otorgadas, no
porque
tuvieran una existencia en sí mismas, sino porque Cristo (nuestro representante) se
comprometió
a realizar y otorgar todas estas bendiciones a los escogidos en el tiempo. Entonces,
ocurrió una
donación real de estas cosas a favor de nosotros.
“Para la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no puede mentir, prometió antes
de los
tiempos de los siglos” (Tito 1:2). En este texto vemos que la promesa de la vida eterna
fue dada en el
pacto de la redención, hecho antes de la eternidad. Si la promesa de vida fue dada en
aquel entonces,
también tuvo que incluirse la obra de justificación, sin la cual nadie podría tener vida.
Dios prometió que
dejaría ir libres a los pecadores elegidos, y que buscaría el pago de sus pecados y la
satisfacción de su
justicia en Cristo, y no de ellos.
Al buscar el pago de Cristo y no de ellos, en ese momento ellos fueron librados y
descargados
de la deuda. Esto lo podemos ver en el siguiente ejemplo: Tan pronto como alguien
acepta la
responsabilidad a pagar la deuda de otro, tan pronto como acepta ser el fiador, y el fiador
es
aceptado, entonces la persona es librada inmediatamente de su deuda. Los ojos del
acreedor son
puestos en el fiador y no sobre el deudor original. Cristo fue establecido como el
mediador y
fiador desde la eternidad, y su compromiso de pagar fue aceptado desde entonces por el
Padre.
Esto significa que la decisión de no imputarles sus pecados a los hombres elegidos fue
hecha en
la eternidad. Y esta no imputación es una parte principal de la justificación, como Pablo
lo dice
en Rom.4:8, “Bienaventurado el varón al cual el Señor no imputó pecado”.
d. Cuarto, que Dios desde la eternidad determinó castigar el pecado, no en la persona de
los
elegidos sino en la persona de Cristo, el fiador de ellos. Este propósito de Dios de
castigar el
pecado no en su pueblo sino en su Hijo es claramente manifestado por el hecho de que
Dios

221
La Teología de la Reforma
predestinó que Cristo fuese una propiciación por sus pecados. (Vea 1 Ped.1:20.) Este
propósito
fue dado a conocer al hombre inmediatamente después de la caída, aunque no inició en
ese momento
puesto que ningún propósito nuevo puede surgir en Dios. Dios no se propone hacer nada
en el tiempo que no se haya propuesto desde la eternidad. Hechos 15:18 dice
“Conocidas son á
Dios desde el siglo (eternidad) todas sus obras”. Puesto que fue el eterno propósito de
Dios el no castigar
el pecado en su pueblo sino en su Hijo, entonces ellos fueron eternamente protegidos de
la ira y la destrucción.
Si ellos fueron eternamente librados del castigo eterno, entonces ellos fueron
eternamente apartados
en el propósito y decreto de Dios para que fuesen justificados en el tiempo por la obra de
Cristo. En otras
palabras, la determinación de perdonar el pecado de su pueblo es simplemente la
determinación (o decisión)
de no castigarlo. Y esta determinación de no castigar el pecado de ellos es un acto
inmanente de Dios
desde la eternidad.
e. Quinto, que los creyentes bajo el Antiguo Testamento, fueron justificados por la misma
justicia de Cristo que justifica a los creyentes del Nuevo Testamento. Y en el caso de los
creyentes
bajo el Antiguo Testamento, evidentemente fueron justificados antes de que el sacrificio
de
Cristo fuese ofrecido y su justicia obtenida. En otras palabras, antes de que Cristo hiciera
el pago
de su deuda, ellos fueron perdonados de sus pecados. La sangre de Cristo fue
derramada para la
remisión de pecados que fueron pasados (vea Rom.3:25-26). En Hebreos 9:15 dice que
la muerte
de Cristo fue “para la remisión de las rebeliones que había bajo del primer testamento”.
Entonces, si
Dios realmente justificó a algunos, habiendo aceptado la justicia y el sacrificio de Cristo
tres o cuatro mil
años antes de que Cristo consumara dicha obra; entonces ¿Porqué no pudiera también
apartar a todos sus
elegidos para ser justificados en base a la misma obra futura de Cristo?
Segundo, la fe a través de la cual somos justificados en el momento de creer, no es la
causa
de nuestra justificación sino solo el medio por el cual recibimos dicha justificación.
La frase que frecuentemente encontramos en las Escrituras es “justificados por la fe”. La
fe
es el medio para recibir la justificación. Es la gracia por la cual el alma echa mano y
abraza o toma la
justicia de Cristo para ser justificado ante Dios. Pero esta fe no añade nada a la esencia
misma de la

222
La Teología de la Reforma
justificación. Dios no justifica a nadie a causa de su fe o en base a alguna fe vista de
antemano en ellos. La
fe no es la causa de nuestra justificación, sino solo el medio para recibirla en nuestra
experiencia. Dios es
el que justifica y lo hace en base a la obediencia y la sangre de Cristo.
Entonces la fe es la percepción, la comprensión, la evidencia y la recepción de nuestra
justificación. La obediencia perfecta (es decir, la justicia) de Cristo que nos justifica es
revelada
“por fe y para fe” (Rom.1:17). Sin la fe no podemos conocer, ni recibir, ni tampoco
disfrutar en nuestra
consciencia o en nuestra experiencia la realidad de nuestra justificación. La fe es aquella
gracia por la cual
el alma iluminada por el Espíritu Santo mira a la justicia perfecta de Cristo (después de
haber visto su
propia culpa, contaminación y miseria) y es habilitada para renunciar a su propia justicia
y descansar en la
justicia de Cristo (Rom.10:3-4 y Fil.3:8-9). Por medio de la fe nos vestimos de la justicia
de Cristo como
con un manto de justificación, y nos regocijamos en su justicia y le glorificamos. Así pues
en el tiempo,
(es decir en nuestra experiencia) somos declarados justos “en el nombre del Señor
Jesús y por el Espíritu
de nuestro Dios” (1Cor.6:11).
Podemos entender la relación entre la fe y la justificación por medio de la siguiente
ilustración:
El perdón de un criminal es completo desde el momento en que esta declaración es
firmada
y sellada por el Rey. No es el hecho de entregarle al criminal una copia de la declaración,
ni
tampoco el hecho de recibir este documento, lo que es la base del perdón. Aunque
ambas cosas
son necesarias para que él tenga conocimiento y reciba el beneficio de este perdón y lo
use en la
corte, y también para que tenga paz y quietud en su mente.
Otro ejemplo es cuando un hombre es justificado en la corte y se le entrega una copia
del
expediente que le declara justo. ¿Quién diría que la copia de su expediente es su
justificación?
Más bien ¿No diríamos que fue la declaración del juez en la Corte, lo que le justificó? Así
también, es la declaración de Dios lo que nos justifica en base a la justicia de Cristo, y es
a través
de la fe que recibimos el expediente y la noticia en nuestra experiencia personal. El
decreto
eterno de Dios de justificarnos es una cosa, y la recepción de la justificación en nuestra
experiencia
a través de la fe es otra cosa distinta, aunque las dos son necesarias para nuestra
justificación.

223
La Teología de la Reforma
Para que no haya duda en cuanto al significado de la fe justificadora, es importante
señalar
que esta fe en Cristo consiste de tres elementos básicos:
1) Creer en Cristo y toda la verdad revelada acerca de su persona y su obra, es decir
creer toda la
verdad revelada en el evangelio.
2) Confiar completamente en la obra de Cristo, es decir confiar en su vida perfecta (su
justicia) y
su muerte para ser justificado.
3) Entregarnos o someternos a la persona de Cristo como nuestro Señor.
La fe salvadora es descrita en las siguientes formas: Creer en Cristo, venir a Cristo,
descansar
en Cristo, aferrarse o adherirse a Cristo, confiar en Cristo, depender de Cristo, comer de
Cristo, recibir
a Cristo, echar mano de Cristo, someterse a Cristo, invocar a Cristo. La fe es la mano
vacía del mendigo
extendida hacia Cristo. La fe acude a Cristo consciente de su pobreza, su necesidad e
incapacidad, y recibe
todo de El. La fe no añade nada a la obra de Cristo sino que confía en la suficiencia, la
perfección y la
plenitud de su obra salvadora.
Es importante señalar la diferencia entre confiar en Cristo y confiar en nuestra fe.
Podemos
entender esta diferencia fijándonos en la diferencia entre el agua y el vaso. El vaso
simplemente
es el medio por el cual recibimos el agua de vida. La fe corresponde al vaso, es decir es
el medio
para beber del agua de vida. Pero es el agua lo que acaba con nuestra sed; el vaso en si
mismo no
sirve para nada. Muchas personas confían en su fe y no entienden que es el objeto de la
fe lo que
nos salva, y no la fe misma. La fe en sí misma no salva, sino más bien Cristo salva a
través de la
fe.
Es también importante señalar que la fe salvadora en Cristo es el don de Dios. Los
siguientes
textos enseñan que tanto la fe salvadora como el arrepentimiento son dones de Dios:
“Y los Gentiles oyendo esto, fueron gozosos, y glorificaban la palabra del Señor: y
creyeron
todos los que estaban ordenados (designados) para vida eterna.” (Hechos 13:48, RV).
“¿Qué pues es Pablo? ¿y qué es Apolos? Ministros por los cuales habéis creído; y eso
según que
á cada uno ha concedido el Señor.” (1 Corintios 3:5, RV).
“Porque á vosotros es concedido por Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que
padezcáis
por él,” (Filipenses 1:29, RV).
“y decía: —Por esta razón os he dicho que nadie puede venir a mí, a menos que le haya
sido

224
La Teología de la Reforma
concedido por el Padre (si no le fuere dado del Padre).” (Juan 6:65, RVA).
“Digo pues por la gracia que me es dada, á cada cual que está entre vosotros, que no
tenga más
alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con templanza,
conforme á la
medida de la fe que Dios repartió á cada uno.” (Romanos 12:3, RV).
“Porque ¿quién te distingue? ¿ó qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de
qué te
glorías como si no hubieras recibido?” (1 Corintios 4:7, RV).
“Porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena
voluntad.”
(Filipenses 2:11-13, RV).
“Porque por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios: No
por obras,
para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:8-9, RV).
“... fue de gran provecho a los que mediante (por) la gracia habían creído;” (Hch. 18:27,
RVA).
“... y nadie puede llamar á Jesús Señor, sino por Espíritu Santo.” (1 Corintios 12:3, RV).
“Que con mansedumbre corrija á los que se oponen: si quizá Dios les dé (les conceda)
que se
arrepientan para conocer la verdad,” (2 Timoteo 2:25, RV).
“A éste, lo ha enaltecido Dios con su diestra como Príncipe y Salvador, para dar a Israel
arrepentimiento
y perdón de pecados.” (Hechos 5:31, RVA).
“Al oír estas cosas, se calmaron y glorificaron a Dios diciendo: —¡Así que también a los
gentiles
Dios ha dado arrepentimiento para vida!” (Hechos 11:18, RVA).
“Ahora me gozo, no porque hayáis sentido tristeza, sino porque fuisteis entristecidos
hasta (para)
el arrepentimiento; pues habéis sido entristecidos según Dios, ... Porque la tristeza que
es según
Dios genera arrepentimiento para salvación,...” (2 Corintios 7:9-10, RVA).
“Ninguno puede venir á mí, si el Padre que me envió no le trajere; ...” (Juan 6:44, RV).
“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo que a menos que uno nazca de
nuevo no
puede ver el reino de Dios... De cierto, de cierto te digo que a menos que uno nazca de
agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios... El viento sopla de donde quiere, y oyes su
sonido;
pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que ha nacido del
Espíritu.”
(Juan 3:3,5,9 RVA)
Tercero, contestaré las objeciones levantadascontra esta doctrina.
1. Primero, se objeta que las personas no pueden ser apartadas para ser justificadas
antes de
existir, que ellas deben primero existir antes de ser justificadas. Esta objeción puede ser
respondida
diciendo que estamos hablando del propósito eterno de justificar y no simplemente de la

225
La Teología de la Reforma
justificación que ocurre en el tiempo. Estamos hablando de la justificación de aquellos
que
tenían una existencia representativa en Cristo en el plan y propósito eterno de Dios.
2. Segundo, se objeta que si los elegidos de Dios fueron apartados para ser justificados
en el
propósito eterno de Dios, entonces esto ocurrió antes de que hubiesen cometido pecado
alguno.
A algunos les parece absurdo decir que fueron justificados de sus pecados antes de
cometerlos.
Pero yo respondo que esto no es más absurdo que decir que sus pecados fueron
imputados a
Cristo y que El fue obligado a pagar la justicia muriendo por ellos antes de que fuesen
cometidos.
Y ¿Quién se atreverá a decir que Cristo no murió como un sustituto por los pecados de
muchos
creyentes antes de que ellos existieran?
3. Tercero, algunos se oponen diciendo que el decreto de la justificación es una cosa y la
justificación
misma es otra. Yo respondo que no hay duda alguna de que estas son dos cosas
diferentes,
y sin embargo, afirmo que en su esencia son una misma cosa. De la misma manera que
el decreto
de escoger a ciertas personas para vida eterna y salvación resulta inevitablemente en la
salvación
de estas personas en el tiempo. De igual modo, el propósito eterno de Dios de justificar a
estas
mismas personas resulta inevitablemente en su justificación en el tiempo. Al argumentar
a favor
del propósito eterno de la justificación, estamos simplemente afirmando que este
propósito fue
completo y perfecto en la mente de Dios desde el momento cuando El tomó la decisión
de no
imputarle el pecado a su pueblo y de imputarles la justicia de Cristo. Esta decisión fue
tomada no
en el tiempo, sino en la eternidad.
4. Cuarto, algunos argumentan que el propósito de la justificación no puede ser
relacionada en
ningún sentido con la eternidad, sino solo con el tiempo cuando la persona llega a
arrepentirse y
creer. Para resolver esta dificultad, es necesario entender que los elegidos de Dios
deben ser
considerados bajo dos distintas cabezas representativas, y relacionados con dos pactos
distintos
al mismo tiempo. Como ellos son descendientes de Adán, están relacionados con él
como su
representante en el pacto de obras. (En el pacto de obras, Adán fue obligado a obedecer
la palabra

226
La Teología de la Reforma
de Dios para obtener la vida eterna.) Como tales, pecaron en él, cayeron en él, y a través
de su
pecado están sujetos a la condenación y son por naturaleza hijos de ira como los demás.
Pero,
cuando los consideramos en Cristo, tenemos que admitir que siempre fueron amados,
con un
amor eterno. Puesto que Dios los escogió desde antes de la fundación del mundo
entonces,
siempre fueron considerados en el propósito de Dios, como apartados para ser
justificados en Cristo y
eternamente salvados de la ira y la condenación.
Entonces, no hay ninguna contradicción al decir que los elegidos de Dios considerados
en
Adán y bajo el pacto de las obras, están bajo la sentencia de condenación. Al mismo
tiempo,
como están en Cristo y bajo el pacto de la gracia, fueron apartados para ser justificados y
librados
de toda condenación en el propósito de Dios. (El pacto de gracia está basada no en
nuestra obediencia
sino en la de Cristo acreditada en favor de su escogidos.) Esto no es más contradictorio
que decir que son amados con un amor eterno y que, sin embargo, al mismo tiempo son
hijos de
ira. Y esta es ciertamente la verdad respecto a los elegidos antes de que lleguen a
arrepentirse y
creer. Entonces, podemos ver que no debemos confundir el propósito eterno, con la
condición de
los elegidos de Dios en el tiempo. Aquellos que son escogidos en la eternidad para ser
justificados,
en el tiempo llegarán a creer y recibirán la seguridad de su justificación cuando se
arrepientan
La Confesión Bautista de 1689 aclara este punto en la siguiente forma: “Desde la
eternidad,
Dios decretó justificar a todos los elegidos; y en el cumplimiento del tiempo, Cristo murió
por sus pecados,
y resucitó para su justificación. Sin embargo, ellos no son justificados personalmente
sino hasta que
Cristo les es realmente aplicado por el Espíritu Santo en el debido tiempo.” (Capítulo 10,
párrafo 4)
5. Quinto, se objeta que si el propósito de la justificación es antes que la fe, entonces no
hay
necesidad de tener fe y por lo tanto, la fe resulta inútil. A esto yo respondo que aunque la
fe no es
la causa de nuestra justificación, sin embargo, es el camino señalado por Dios para
recibirla en
nuestra experiencia. La fe comprende y recibe la justicia de Cristo para nuestra
justificación y
esto trae mucha paz, el gozo y la consolación a nuestros corazones. Cuando el Espíritu
Santo nos

227
La Teología de la Reforma
ilumina para ver la justicia de Cristo y nos conduce a confiar en ella por la fe, recibimos la
declaración de la sentencia divina que nos declara justos en base a la justicia de Cristo.
Esto libra
nuestras almas del temor de la condenación y nos llena de gozo inefable y lleno de
gloria. La fe
funciona igual como los ojos del criminal que leen la sentencia que les anuncia el perdón
del Rey.
Como consecuencia, el criminal no solo es librado de la prisión sino de todas las
miserias, los
terrores, y los temores que diariamente le atormentaban en su expectación de ser
justamente
castigado.
La justificación es por la fe, como la forma para recibirla en nuestra experiencia. El hecho
de que esta justificación es recibida por la fe en el tiempo, no contradice el hecho de que
el
propósito de justificarnos es eterno. Aquella fe por la cual el hombre es justificado, no es
una
mera persuasión de que exista tal cosa como la justificación en Cristo. La fe por la cual
somos
justificados es una convicción de que la justicia de Cristo es para nosotros, y por lo tanto,
nos
conduce a mirar a El, a descansar en El, y a depender de su justicia y aferrarnos a ella
para nuestra
justificación. Cualquier cosa que sea menos que esto queda corta de la plena
certidumbre y
seguridad de fe en Cristo como nuestra justicia.
“Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de
Jesucristo, nosotros
también hemos creído en Jesucristo, para que fuésemos justificados por la fe de Cristo,
y no por las obras
de la ley; por cuanto por las obras de la ley ninguna carne será justificada” (Gálatas 2:16)
VI. Señalaré quienes son aquellos que son justificados.
Los objetos de la justificación son los elegidos de Dios.
“¿Quién acusará á los escogidos de Dios? Dios es el que justifica” (Rom.8:33). Es decir,
Dios justifica a
sus elegidos.
1. Los elegidos son descritos en cuanto a su número, es decir, son muchos. “con su
conocimiento
justificará mi siervo justo á muchos, y él llevará las iniquidades de ellos” (Isaías 53:11).
“Como el Hijo
del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por
muchos” (Mateo
20:28). “Así también Cristo fué ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos”
(Hebreos 9:28).
Muchos son traídos a creer en El para vida y salvación. Todos aquellos que son
ordenados para vida eterna
( Vea Hech.13:48). Y como consecuencia de todo esto, “muchos” hijos serán llevados a
la gloria (vea

228
La Teología de la Reforma
Heb.2:10). “Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con
Abraham, é
Isaac, y Jacob, en el reino de los cielos” (Mateo 8:11). Y así es que en la casa del Padre
hay muchas
moradas preparadas para ellos (vea Jn.14:2). Esto nos conduce a señalar:
a. Que no son pocos los que son justificados por Cristo. Aunque el rebaño de Cristo es
un rebaño
pequeño en comparación con los cabritos del mundo; y aunque el pueblo de Cristo son
pocos, en
comparación con el gran número de hipócritas y creyentes nominales, porque muchos
son llamados
y pocos escogidos (Mat.20:16). Muchos procurarán entrar y no podrán, ya que angosto
es el
camino que lleva a la vida y pocos son los que lo hallan (Luc.13:24 y Mat.7:14). Sin
embargo,
considerados en sí mismos, son un gran número que ningún hombre puede contar
(Apo.7:9).
Esto sirve para magnificar la gracia de Dios, para exaltar el sacrificio y la justicia del
Señor
Jesucristo, y para animar a las almas angustiadas a buscar y mirar a Cristo para
justificación.
Puesto que esta justicia es realizada a favor de muchos, entonces muchos son
justificados por
ella. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán
hartos” (Mat.5:6).
b. Esto manifiesta que no toda la humanidad es justificada. Aunque, son muchos los que
son
justificados, sin embargo, no son todos. Porque no todos los hombres tienen la fe para
recibir la
justicia de Cristo, tampoco todos los hombres son salvos, porque solamente aquellos que
son
justificados por su sangre, por El serán salvos de la ira (Rom.5:9). Sin embargo, todos
los
elegidos son justificados: “En Jehová será justificada y se gloriará toda la generación de
Israel”
(Isaías 45:25).
2. Los objetos de la justificación son descritos según su estado y condición. Antes de su
conversión
son descritos como impíos y después de su conversión son creyentes en Cristo. Así dice
nuestro texto:
“En este es justificado, todo aquel que creyere” (Hech.13:39). Estos se refieren no a los
creyentes
nominales o aquellos que simplemente dicen creer en Cristo, sino a los creyentes reales,
quienes “con el
corazón creen para justicia” y cuya fe obra por el amor hacia Cristo y hacia su pueblo.
Los siguientes textos afirman la doctrina de la elección:
Juan 13:18: “Yo sé a quienes he elegido”.

229
La Teología de la Reforma
Juan 15:16: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he
puesto para que vayáis y
llevéis fruto”
Romanos 8:29-30: “Porque á los que antes conoció, también predestinó para que fuesen
hechos conformes á la
imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos; Y á los que
predestinó, á éstos
también llamó; y á los que llamó, á éstos también justificó; y á los que justificó, á éstos
también
glorificó.”
Romanos 8:33: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?”
Romanos 9:15-16: “Tendré misericordia del que tendré misericordia, y me compadeceré
del que
me compadeceré. Así que no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene
misericordia.”
Romanos 11:5-7: “Así también, aun en este tiempo han quedado reliquias por la elección
de gracia. Y si por
gracia, luego no por las obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por las
obras, ya no es
gracia; de otra manera la obra ya no es obra. ¿Qué pues? Lo que buscaba Israel aquello
no ha alcanzado;
mas la elección lo ha alcanzado: y los demás fueron endurecidos;”
1 Corintios 1:27-29: “Antes lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar á los
sabios; y lo flaco del mundo
escogió Dios, para avergonzar lo fuerte; Y lo vil del mundo y lo menos preciado escogió
Dios, y lo que
no es, para deshacer lo que es: Para que ninguna carne se jacte en su presencia.”
Efesios 1:4-5: “Según nos escogió en él...Según nos escogió en él antes de la fundación
del mundo, para
que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor; Habiéndonos predestinado
para ser
adoptados hijos por Jesucristo á sí mismo, según el puro afecto de su voluntad,”
Efesios 1:11: “Habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las
cosas según el consejo
de su voluntad.”
2 Tesalonicenses 2:13: “Dios os haya escogido desde el principio para salvación.”
VII. Mencionaré varios efectos que provienen de la justificación y que están íntimamente
relacionados
con ella.
A. La libertad completa de la condenación de pecado y el perdón de todos los pecados
pasados,
presentes y futuros. Los creyentes jamás serán condenados. Las aflicciones que les
sobrevienen en esta
vida no son, estrictamente hablando, castigos por el pecado, sino más bien la disciplina
paternal. Estas
aflicciones no son manifestaciones de la ira de Dios, ni tampoco sirven para propiciar
nuestros pecados

230
La Teología de la Reforma
porque esto sería contrario al evangelio, minimizaría el sacrificio de Cristo y aún sería
contrario a la
justicia de Dios (puesto que Cristo ya pagó nuestra deuda y Dios no exigiría doble pago).
Muchos preguntan, ¿qué sucede cuando los creyentes pecan? La respuesta es que no
pierden
su justificación sino más bien su comunión con Dios. Si hemos sido justificados en Cristo,
nuestros pecados cotidianos no nos pueden condenar. Pero si no los confesamos, y si
no nos
arrepentimos de ellos, entonces traerán la disciplina de Dios. (Vea Hebreos 12:5-8 y 10-
11) Esta
es la distinción entre el perdón “legal” y el perdón “paternal”. El perdón legal o judicial es
recibido en el momento de nuestra justificación (es decir, al arrepentirnos y creer en
Cristo).
Entonces, Dios nos perdona como “Juez” y recibimos este perdón una vez para siempre.
El perdón
paternal trata con nuestra posición como hijos y nuestra relación con Dios como el
“Padre
Celestial”.
La diferencia entre estos dos tipos de perdón puede ser vista en el siguiente cuadro:
El Perdón Judicial o Legal
1. Trata con nuestra posición como pecadores delante de Dios el Juez de todo el mundo.
2. La falta de esto resulta en castigo en el infierno.
3. Se recibe una vez para siempre y no se puede repetir.
4. Cubre todos los pecados pasados, presentes y futuros.
5. Una vez recibido, nunca necesitamos pedirlo otra vez; es inmutable y eterno.
(Nota también la distinción que Cristo hace en Juan 13:5-10 entre “el que ya está lavado”
es
decir, ya justificado; y como es que “solo necesita que le laven los pies” es decir, el
perdón de sus
pecados cotidianos.)
B. Los creyentes son declarados justos ante las exigencias de la ley, son librados de la
obligación
“legal” de guardarla como un medio de justificación. Y son considerados como
merecedores de todas las
recompensas que la ley promete a aquellos que la han obedecido perfectamente. La
justificación es lo
opuesto de la condenación y consiste de dos partes: Primero, nuestra culpa es borrada y
segundo, la
justicia nos es acreditada con todas sus recompensas. Las personas justificadas son
consideradas por Dios
no simplemente como medio inocentes, sino más bien como positivamente justas.
C. La paz para con Dios es otra consecuencia o efecto de la justificación: “Justificados
pues por la
fe, tenemos paz para con Dios” (Rom.5:1). Es decir, tenemos paz en nuestra conciencia
la cual sobrepasa
todo entendimiento, y es una de las bendiciones más valiosas de la vida. Esta paz y
seguridad está basada

231
La Teología de la Reforma
en el hecho de que es Cristo quien nos la compró, y no depende de ninguna cosa que
haya en nosotros.
D. El derecho de acceso a Dios a través de Cristo, con confianza. La persona justificada
puede
acudir a Dios en el nombre y la fortaleza de Cristo, con mucha confianza, en base a su
justicia. Por eso, el
creyente puede usar mucha libertad ante el trono de la gracia, pidiendo las cosas que le
son necesarias.
E. La aceptación de nuestras personas y de nuestro servicio para Dios, sigue como
consecuencia de
nuestra justificación. Dios está muy complacido con la justicia de Cristo y en base a ella,
también está
complacido con su pueblo. Sus personas son aceptadas en el amado, y también todos
sus sacrificios y
servicios, son aceptables a Dios a través del Señor Jesucristo (vea 1Pe.2:5 y Heb.13:15).
F. La adopción es otra consecuencia o fruto de la justificación; aunque esta bendición fue
originalmente
provista y asegurada por la predestinación (vea Ef.1:5). Sin embargo, el camino
específico para la
recepción de ella es a través de nuestra redención y justificación las cuales son en Cristo
Jesús. Cristo fue
enviado “Para que redimiese á los que estaban debajo de la ley, á fin de que
recibiésemos la adopción de
hijos” (Gálatas 4:5).
G. La santificación es también un efecto de la justificación. La justificación es diferente de
la
santificación. La justificación es un asunto de imputación, mientras que la santificación es
un asunto de
transformación. En la justificación, Dios el Padre toma la iniciativa y en la santificación, la
iniciativa es
del Espíritu Santo. La justificación es un veredicto dictado de una vez para siempre;
mientras que la
santificación es un proceso continuo de por vida. Cuando la justificación ocurre, entonces
la santificación
comienza. La justificación enfatiza el aspecto legal de la salvación y manifiesta cómo la
posición criminal
del pecador (al quitar su culpa), es alterada ante la vista de Dios. La santificación (que
comienza con la
regeneración) muestra cómo la contaminación del pecado es progresivamente quitada, y
la santidad de
vida aumentada.
Podemos ver que la justificación y la santificación están íntimamente relacionadas, pero
al mismo
tiempo separadas. Si no fueran separadas, entonces no estaría claro que la salvación es
solamente por
gracia. Es decir, si la justificación (nuestra posición legal ante Dios) fuera mezclada con
la santificación

232
La Teología de la Reforma
(el proceso que nos hace santos); entonces, terminaríamos con una justificación por
obras, en vez
de una justificación por gracia, a través de la fe. Esto es exactamente lo que ha ocurrido
en la Iglesia
Católica, que enseña la salvación por obras. Esta enseñanza falsa, es el resultado de
haber mezclado la
justificación con la santificación. La Iglesia Romana enseña que el pecador gana el
perdón de su
pecados en la medida en que se santifica. Sin embargo, la Palabra de Dios enseña que
somos justificados
gratuitamente por medio de la fe (vea Rom.3:24-25).
La siguiente explicación del escritor J.C. Ryle puede ser de ayuda para aclarar más las
diferencias entre la justificación y la santificación:
Diferencias entre la santificación y la justificación.
¿En qué concuerdan y en qué difieren? Esta distinción es importantísima. Aunque la
justificación
y la santificación son dos cosas distintas, sin embargo en ciertos puntos concuerden y en
otros
difieren. Veámoslo con detalle:
A. Puntos concordantes:
1. Ambas proceden y tienen su origen en la gracia de Dios.
2. Ambas son parte del gran plan de salvación que Cristo, en el plan eterno, tomó sobre
sí en favor
de su pueblo. Cristo es la fuente de vida de donde fluyen el perdón y la santidad. La raíz
de ambas
está en Cristo.
3. Ambas se encuentran en la misma persona. Los que son justificados son también
santificados,
y aquellos que han sido santificados, han sido también justificados. Dios las ha unido y
no pueden
separarse.
4. Ambas empiezan al mismo tiempo. En el momento en que una persona es justificada,
empieza
también a ser santificada, aunque al principio quizá no se percate de ello.
5. Ambas son necesarias para la salvación. Jamás nadie entrará en el cielo sin un
corazón regenerado
y sin el perdón de sus pecados; sin la sangre de Cristo y sin la gracia del Espíritu.
B. Puntos en que difieren:
1. Por la justificación, la justicia de otro, es decir de Jesucristo, es imputada, puesta en la
cuenta
del pecador. Por la santificación el pecador convertido experimenta en su interior una
obra que le
hace progresivamente santo. En otras palabras, por la justificación se nos considera
justos, mientras
que por la santificación se nos hace justos.
2. La justicia de la justificación no es propia, sino que es la justicia perfecta de nuestro
mediador

233
La Teología de la Reforma
Cristo Jesús, la cual nos es imputada y hacemos nuestra por la fe. La justicia de la
santificación
es la nuestra propia, impartida, inherente e influida en nosotros por el Espíritu Santo,
pero mezclada
con debilidad e imperfección.
3. En la justificación no hay lugar para nuestras obras. Pero en la santificación la
importancia de
nuestras propias obras es inmensa. De ahí que Dios nos ordene a luchar, a orar, a velar,
a que nos
esforcemos, afanemos y trabajemos.
4. La justificación es una obra acabada y completa; en el momento en que una persona
cree es
justificada, perfectamente justificada. La santificación es una obra relativamente
imperfecta; será
perfecta cuando entremos en el cielo.
5. La justificación no admite crecimiento ni es susceptible de aumento. El creyente goza
de la
misma justificación en el momento de acudir a Cristo por la fe, que de la que gozará para
toda la
eternidad. Por otra parte, la santificación es, eminentemente una obra progresiva y
admite un
crecimiento continuo mientras el creyente viva.
6. La justificación hace referencia a la persona del creyente, a su posición delante de
Dios y a la
absolución de su culpa. La santificación hace referencia a la naturaleza del creyente, y a
la renovación
moral del corazón.
7. La justificación nos da derecho de acceso al cielo y confianza para entrar. La
santificación nos
prepara para el cielo y nos prepara para sus goces.
8. La justificación es un acto de Dios con referencia al creyente, y no es discernible para
los otros.
La santificación es una obra de Dios dentro del creyente que no puede dejar de
manifestarse a los
ojos de los otros.
Estas distinciones las pongo a la atenta consideración de los lectores. Nunca se podrá
enfatizar
demasiado el que se trata de dos cosas distintas, aunque en realidad no pueden
separarse, y
que el que participa de una por necesidad ha de participar de la otra. Pero nunca debe
confundirse,
ni olvidarse de la distinción que existe entre las dos.
H. Otro fruto de la justificación es la seguridad de la salvación, puesto que aquellos “que
justificó,
a estos también glorificó” (Rom.8:30). Esta seguridad de salvación está basada en el
hecho de que Cristo
la ha comprado y no depende de nada en los creyentes. En otras palabras, los creyentes
no pueden perder

234
La Teología de la Reforma
su salvación. “¿Quién acusará á los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién
es el que
condenará?” (Romanos 8:33-34).
VIII. Finalmente, daré algunas propiedades (características) generales acerca de esta
justificación.
1. Primero, es un acto de la libre gracia de Dios. “Siendo justificados gratuitamente por
su gracia”
(Rom.3:24). Fue la gracia la que diseñó el plan y el método de la justificación. Fue la
misma gracia la que
motivó a Cristo a comprometerse como el fiador de su pueblo, y la que le envió en el
cumplimiento del
tiempo para efectuar dicha justicia a favor de ellos. Entonces, es la gracia de Dios, la que
acepta esa
justicia y la imputa en favor de ellos, y es ella la que les concede la fe para recibirla. Y
esta gracia se
magnifica aún más cuando consideramos que estas personas son por naturaleza
pecadores impíos, y aún
muchos de ellos son “el primero de ellos” (1 Tim.1:15).
2. Segundo, esta justificación es universal y no parcial. Todos los elegidos de Dios son
justificados
de todas las cosas, es decir, librados de todos sus pecados y del castigo que éstos
merecen; como lo dice
nuestro texto “Y de todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en éste
es justificado
todo aquel que creyere” (Hechos 13:39). Toda la justicia de Cristo les es imputada y ellos
son considerados
como perfectos y completos en El.
3. Tercero, la justificación es un acto realizado en una sola vez, el cual no admite grados.
Los
pecados de los elegidos de Dios fueron imputados a Cristo en una sola vez, y El hizo
satisfacción por ellos
una sola vez. Dios aceptó la justicia de Cristo y la imputó a su pueblo de una vez para
siempre, y por lo
tanto, ellos tienen sus pecados y transgresiones perdonados legalmente de una sola vez
y para siempre.
Nuestra consciencia de haber sido justificados admite grados porque la justicia de Dios
se
manifiesta “por fe y para fe” (Rom.1:17). Hay varias declaraciones frescas y renovadas o
manifestaciones
nuevas y repeticiones del acto de la justificación. Como por ejemplo en la resurrección de
Cristo los
creyentes fueron “justificados en El” (Rom.4:25). También por el testimonio del Espíritu
Santo a la
conciencia del creyente, esta justificación es renovada nuevamente y en el juicio final,
esta declaración
será repetida ante todos los ángeles y los hombres. Pero, la justificación como un acto
de Dios es única,

235
La Teología de la Reforma
hecha de una sola vez para siempre, no admite grados y no es realizada gradual y
progresivamente como
lo es la santificación.
4. Cuarto, esta bendición es igual para todos los creyentes; todos son igualmente
justificados. El
mismo precio fue pagado por la redención de uno y otro; la misma justicia es imputada al
uno y al otro.
También la misma fe preciosa es dada al uno y al otro, aunque no todos la reciben en la
misma medida (es
decir, algunos tienen una fe fuerte y otros una fe débil). Sin embargo, el creyente más
débil es tan
justificado como el más fuerte; y el pecador más grande es tan justificado como el más
pequeño. Aunque
un creyente puede tener más gracia santificadora que otro, sin embargo, ninguno tiene
más justicia
justificadora que otro.
5. Quinto, la justificación es irreversible e inalterable. Es según el decreto inmutable de
Dios, el
cual jamás puede ser frustrado. Es uno de los dones de Dios, los cuales son sin
arrepentimiento, y es una
de las bendiciones del pacto de la gracia, el cual nunca puede ser quebrantado. La
justicia por la cual los
creyentes son justificados es una justicia eterna. La fe por la cual ellos la reciben es una
fe que jamás
fallará. Y aunque un hombre justificado puede caer en pecado, sin embargo, jamás caerá
de su justificación
y tampoco entrará en condenación, sino que será eternamente glorificado.
6. Sexto, aunque la justificación libra a las personas de la culpa del pecado y les
descarga del castigo
que se merecen; sin embargo, no quita el pecado que mora en ellos. Por ella, los
creyentes son efectivamente
librados del pecado en el sentido de que Dios no ve iniquidad en ellos para condenarles,
aunque El
ve y observa todos los pecados de su pueblo y les disciplina por ellos. No obstante,
respecto a la justificación,
El no ve ninguno de los pecados de ellos porque han sido absueltos, descargados y
justificados de
todos ellos. Y sin embargo, el pecado todavía mora en ellos porque “Ciertamente no hay
hombre justo en
la tierra, que haga bien y nunca peque” (Eclesiastés 7:20).
7. Séptimo, la justificación no anula, ni invalida la ley y tampoco desanima un
cumplimiento cuidadoso
de las buenas obras. La justificación no deshace o rebaja la ley sino que la establece. La
justicia por
la cual somos justificados cumple con cada demanda y detalle de la ley. Cristo la guardó
en nuestro lugar
y así la magnificó y la hizo honorable, y su obediencia en favor nuestro no nos conduce a
quebrantarla,

236
La Teología de la Reforma
sino a esforzarnos a obedecerla motivados por el amor.
Esta doctrina tampoco nos desanima en cuanto al cumplimiento de las buenas obras,
porque
esta doctrina de gracia nos enseña que “Renunciando á la impiedad y á los deseos
mundanos, vivamos
en este siglo templada, y justa, y píamente” (Tito 2:12).
Para concluir, si su alma está bajo la poderosa influencia y el consuelo de esta doctrina,
entonces usted hará las siguientes cosas:
1. Bendecir a Dios por Jesucristo, por cuya obediencia usted ha sido justificado.
2. Valorar su justicia justificadora y hará mención de ella en todos los momentos
apropiados.
3. Gloriarse solamente en Cristo y darle a El toda la gloria de la justificación.
4. Esforzarse para que su comportamiento sea digno del evangelio de Cristo y de esta
verdad en
particular.

APÉNDICE C
FUNDAMENTO APOSTÓLICO
Prefacio

Escribiendo a los cristianos de Efeso, el apóstol Pablo afirmaba: “Así que ya no sois
extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia
de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal
piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va
creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros sois juntamente
edificados para morada de Dios en Espíritu” (Efesios 2:20.).

La idea del pueblo de Dios concebido como un edificio espiritual aparece repetidas veces
en la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento227. Tan rica
en sugerencias, y tan evocadora, que mediante dicha imagen los textos bíblicos enseñan
y destacan la base sobre la que descansa la fe cristiana y el vuelo que esta fe -inflamada
por el amor y avivada por la esperanza está llamada a dar para realizar la alta vocación
con que Dios la ha llamado: ir creciendo para ser un templo santo en el Señor. Mas esto
sólo es posible partiendo de la única base y fundamento singular constituido por “los
profetas y los apóstoles”, toda vez que es solamente por ellos que Dios se vale para
ponernos en contacto con la raíz o “ principal piedra del ángulo: Jesucristo mismo. La
figura de 1a Casa de Dios, para explicar la comunidad de los creyentes, nos ha sido
dada para que tengamos una mayor y más profunda comprensión de la naturaleza de la
227
Salmo 118:22, 23; Isaías 8:14; 28:16; Mateo 16:13-19; 1ª Pedro 2:3-7; 1ª Corintios 3:9-11.

237
La Teología de la Reforma
Iglesia. El concepto fue tornado, con toda probabilidad, del templo de Jerusalén, en el
cual vio siempre el pueblo fiel del antiguo pacto como un símbolo de lo que el pueblo de
Dios debía ser en su realidad espiritual228.

Los creyentes son incorporados a este edificio como “piedras vivas”229, descansan
sobre el inconmovible fundamento de los apóstoles y profetas, cuya piedra angular,
aquella sobre la cual se apoya todo el edificio, es Jesucristo mismo230. Tal es el funda-
mento de la fe: Cristo muerto por nuestros pecados, resucitado para nuestra justificación
y siempre viviente para acabar su obra hasta la perfección; Jesucristo tal como lo han
anunciado los apóstoles, tal como lo previeron los profetas. Por cuanto Dios no instituyó
más que a sus mensajeros inspirados -y capacitados por su Espíritu231--, para que fueran
sus testigos auténticos.

Es fácil discernir tres elementos básicos, constitutivos del “edificio espiritual”:


1° La piedra angular, que es Cristo mismo232 ;
2° El fundamento apostólico y profético, que constituye la trabazón entre la piedra
angular y las demás piedras que van elevando la construcción233; y
3.° El edificio propiamente dicho234. Los tres elementos han de ser tenidos en
cuenta, siempre que queramos obtener la totalidad del mensaje que sobre la Iglesia
quiere ofrecernos la Palabra de Dios cuando emplea la figura arquitectónica. La
dificultad de textos tales como Mateo 16:13-19 será allanada y traspasada, así, al
campo de la exégesis más serena y objetiva.

Toda construcción ha de tener un fundamento firme. El templo espiritual que es la


Iglesia del Dios vivo tiene una piedra angular, única a insustituible, Jesucristo. Luego, los
apóstoles que él escogió y llamó235, constituyen el fundamento, también único, sobre el
que la Iglesia se levanta. Y esta elevación es la formada por todos los creyentes, el
edificio que ha de servir para “morada de Dios en Espíritu”, cuyo secreto se halla en la
trabazón que mantiene con la piedra pasando por el fundamento.

De ahí la importancia capital que los apóstoles -como testigos de Cristo- tienen en los
planes de Dios y la función singular que cumplen en sus propósitos redentores. El
apostolado es la más alta función profética en la Iglesia de Cristo. Es al nuevo pacto lo
que Moisés y los demás profetas fueron para el antiguo236.

Siendo así, el apostolado nos lleva, como de la mano y con toda naturalidad, al hecho
de la revelación, toda vez que los apóstoles son los testigos autorizados de la misma. Y
228
Ezequiel 37:27 y muchos otros textos del Antiguo Testamento.
229
1ª Pedro 2:4, 5.
230
1ª Corintios 3:9-11; Efesios 2:20.
231
Juan 15:26, 27.
232
Efesios 2:20; Isaías 8:14.
233
Mateo 16:18; 1.a Corintios 3:10; Romanos 15:20.
234
1ª Corintios 3:9; 1ª Pedro 2:4, 5.
235
Lucas 6:13; Marcos 3:13, 14; Mateo 10:2-4; Juan 14-26
236
Deuteronomio 18:15-22.

238
La Teología de la Reforma
la revelación nos plantea el problema de la canonicidad de los libros de la Sagrada
Escritura y la relación que guarda con el apostolado. Todo ello, juntamente, aboca en la
compleja problemática de la autoridad en el campo de la religión revelada y su
significado dentro de la historia de la salvación.

Creemos, pues, no exagerar al decir que el presente estudio es de una apremiante


necesidad en nuestra época cuando, en justificada oposición y reacción a toda suerte de
totalitarismos ideológicos y de otra laya, se ha llegado casi al punto de poner en duda la
legitimidad de toda autoridad, olvidando lo que dijo P. T. Forsyth: “Sólo una cosa es más
grande que la libertad: la autoridad legítima, sobre todo en materia religiosa”237.

“Nada es más absurdo en religión -escribe Bernard Ramm- que el rechazo de una
autoridad que contiene la verdad del Dios vivo; y nada podría ser más trágico que la
sustitución de la voz de Dios por las voces de los hombres”238.

La autoridad cuyo problema nos aprestamos a estudiar es la que tiene que ver con la
Palabra de Dios: la autoridad de la Biblia. ¿Sobre qué base, sobre qué fundamento
hemos de aceptar lo que dice ser Palabra de Dios?

Nos sentimos deudores -y expresamos nuestra gratitud- a algunos maestros del


pensamiento evangélico contemporáneo Bruce, Cullmann, Ramm, Ridderbos,
Stonehouse, etc.) cuyas obras han inspirado este ensayo239 nos han ayudado a estudiar
mejor (13) Cuando en 1966 apareció la primera edición de este libro, todavía no había
sido traducida al castellano ninguna obra de Cullmann ni de Ridderbos. Y seguían
237
Citado por Bernard Ramm, The Pattern of Religious Authority, 1959, p. 8.
238
Ibid., p. 16.
239
Cuando en 1966 apareció la primera edición de este libro, todavía no había sido traducida al
castellano ninguna obra de Cullmann ni de Ridderbos. Y seguían todavía sin versión española
Ramm y Stonehouse. De Bruce tan sólo conocemos un título vertido a nuestra lengua (¿Son
fidedignos los documentos del Nuevo Testamento?, Ed. Caribe). Obras sobre la teología de
Cullmann sí las había; Editorial Estela de Barcelona había publicado aquel mismo año un trabajo
del católico Jean Trisque para católicos. Fue en 1967 cuando apareció en España el primer libro de
Cullmann en nuestro idioma (La historia de la salvación, Ed. Penísnula); un año después quedaba
a nuestro alcance una de sus obras más importantes (Cristo y e1 tiempo, Ed. Estela); la Cristología
de1 N. T. (publicada en Argentina en 1965) no llegó a España sino varios años después.
Nos complace, pues, haber sido los primeros introductores protestantes de Cullmann, así como
de Ridderbos, cuyo primer libro en castellano acaba de publicar la Editorial Escatón de Buenos
Aires (Historic de la salvación y Sagrada Escritura). Otra editorial Argentina publicó hace un par
de años la importante obra de Ramm La Revelación especial g la Palabra de Dios, a la que,
desgraciadamente, no han seguido otras traducciones de este gran teólogo evangélico moderno.
Haber hecho de pioneros nos complace, ya que nos consta, por testimonios recibidos, que el
presente titulo (E1 fundamento apostólico) sirvió para despertar el apetito teológico en algunos
sectores de nuestro pueblo evangélico. E1 que ahora haya de procederse a una segunda edición nos
estimula en nuestro quehacer y nos hace albergar esperanzas -que empiezan a confirmarse gracias
a los excelentes trabajos de los teólogos evangélicos latinoamericanos- de un no lejano
florecimiento teológico en las Iglesias Evangélicas de habla hispana.

239
La Teología de la Reforma
todavía sin versión española Ramm y Stonehouse. De Bruce tan sólo conocemos un
título vertido a nuestra lengua (¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento?,
Ed. Caribe). Obras sobre la teología de Cullmann sí las había; Editorial Estela de
Barcelona había publicado aquel mismo año un trabajo del católico Jean Trisque para
católicos. Fue en 1967 cuando apareció en España el primer libro de Cullmann en
nuestro idioma (La historia de la salvación, Ed. Penísnula); un año después quedaba a
nuestro alcance una de sus obras más la revelación de Dios en Jesucristo,
especialmente en lo que atañe a la alegoría del edificio espiritual para referirse a la
Iglesia y sus fundamentos de fe y vida; alegoría que, juntamente con la figura del Cuerpo
místico de Cristo, constituye una de las ideas determinantes de la eclesiología del
cristianismo primitivo.

***

Introducción

“Todo principio de nuestros dogmas tomó su raíz de arriba, del Señor de los cielos”,
afirmaba Juan Crisóstomo240.

En un punto, todas las Iglesias concuerdan, pese a las diferencias que en otras
cuestiones puedan separarlas: la revelación no es producto del ingenio humano o del
esfuerzo filosófico, sino el resultado de la libre y soberana iniciativa de Dios que ha que-
rido darse a conocer a los hombres. Lo que afirma la carta a los Hebreos 241 fue siempre
confesado por la Iglesia en aquellos documentos por los que dio expresión a su fe. Ya a
mediados del siglo II, en el llamado “Fragmento de Muratori”, se lee: “Y así, aunque
parezca que se enseñan cosas distintas en los distintos Evangelios, no es diferente la fe
de los fieles, ya que por el mismo principal Espíritu ha sido inspirado lo que en todos se
contiene sobre el nacimiento, pasión y resurrección (de Cristo)... ¿Qué tiene, pues, de
extraño que Juan tan frecuentemente afirme cada cosa en sus epístolas diciendo a este
respecto: “Lo que vimos con nuestros ojos, y oímos con nuestros oídos, y nuestras
manos palparon, esto os escribimos”? Con lo cual se profesa a la vez no sólo testigo de
vista y oído, sino escritor de todas las maravillas del Señor ...” 242. Si pasamos al siglo xvii,
una de las más importantes formulaciones reformadas, la “Confesión de Fe de
Westminster”, da testimonio de la misma verdad: “Plugo al Señor, en otro tiempo y de
muchas maneras, revelarse a sí mismo y declarar su voluntad a su Iglesia; luego, para
mejor preservación y propagación de la verdad -y para establecer más seguramente a la
Iglesia y guardarla de la corrupción de la carne, de la malicia de Satán y del mundo-
dispuso que la misma fuera confiada a la escritura en su totalidad: todo lo cual nos hace
patente la necesidad de la Sagrada Escritura; ahora, pues, han cesado aquellas antiguas
maneras con que Dios reveló su voluntad a su pueblo... La autoridad de la Sagrada
Escritura, por la cual debe ser creía y obedecida, depende, no del testimonio de ningún

240
S. Chrysost., Interpr. in Is. proph., c. 1 (P.G. 56, 14).
241
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los
profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y
por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1, 2).
242
Documentos bíblicos, por Salvador Muñoz Iglesias (BAC, 1955), pp. 153-57 = Muratori, 2

240
La Teología de la Reforma
hombre, ni de la Iglesia, sino enteramente de Dios (quien es verdad en sí mismo), su
autor: por consiguiente debe ser recibida, porque es la Palabra de Dios”243.

Todo cristiano cree que, de alguna manera, Dios ha hablado al hombre.

La canonicidad de los 66 libros de la Biblia -comúnmente aceptados como escritos


inspirados por Dios- está estrechamente ligada a la autoridad que han ejercido en el
pueblo de Dios de todos los tiempos. “La base, o el fundamento, del reconocimiento que
la Iglesia hace de estos libros, y no de otros, como canónicos, es algo más que una
simple cuestión académica para debate en las clases de los seminarios teológicos. Es
siempre un tema de interés vital para toda la Iglesia”244.

¿En qué se funda la Iglesia para conceder a estas obras el rango de Palabra de Dios?
“Aceptamos estos libros como santos y canónicos, solamente estos libros -declara la
“Confesión de Fe de los Países Bajos” al unísono con los demás credos reformados-.
Estos libros sirven para determinar nuestra fe y sobre ellos se basa la misma y encuentra
su confirmación. Creemos, sin ninguna duda, cuanto se halla en los mismos, no
simplemente porque la Iglesia los acepta, y reconoce su autoridad, sino especialmente
porque el Espíritu Santo testifica en nuestros corazones que tales libros vienen de
Dios”245. Por supuesto, que esta confesión de fe en la Biblia no presupone que la misma
sea Sagrada Escritura en el sentido de que fuera dada repentinamente, como caída del
cielo, en un abrir y cerrar de ojos, de manera simple. Cada libro de la Biblia tiene su
propia historia y surge, en realidad, del contexto general de la historia total de la
revelación, que es lo mismo que decir: de la historia de la salvación.

Ridderbos ha escrito admirablemente: <Aislamos de manera artificial y mecánica el


carácter revelador de la Escritura, cuando la consideramos en abstracto, o cuando
buscamos su carácter como a tal en algún que otro texto formal que declare su auto-
ridad. El significado de la Escritura, y el carácter de su autoridad, podrán ser delineados
con claridad únicamente si los unimos de manera estrecha con la historia de la salvación.
Nuestra investigación al respecto ha de buscar simplemente delinear más enfáticamente
la esencia de la Escritura y la naturaleza de su autoridad dentro del marco de la historia
de la redención. En otras palabras, hemos de clarificar la relación que existe entre la
historia de la salvación y la Sagrada Escritura”246.

¿Qué sentido time el hecho de que Dios no sólo haya obrado nuestra salvación en
Cristo, sino que, a través del mismo Cristo, nos haya hablado palabras de vida eternal?

¿Y qué valor de autoridad time para nosotros hoy el que dichas palabras fueran
encomendadas a los apóstoles, testigos del obrar y el hablar de Dios en Cristo?

243
The Confession of Faith of the Assembly of Divines at Westminster, 1646, I: 1 y 4.
244
J. Marcellus Kik, citado por H. N. Ridderbos en The Authority of the New Testament Scriptures,
1963, VIH.
245
H. N. Ridderbos, op. cit., XI y XII.
246
Ibid., XII.

241
La Teología de la Reforma
***

I La historia de la salvación y la revelación

“Los problemas relativos a la canonicidad a inspiración de las Escrituras (presupuestos


para determinar su autoridad) son resueltos de manera demasiado fácil y exclusiva,
cuando se apela al solo testimonio interno del Espíritu Santo que tiene el creyente. Se
presta demasiada poca atención a la perspectiva que nos ofrece la historia de la
redención. Afortunadamente, la teología reformada posterior ha colocado correctamente
el énfasis del hecho del testimonio interno del Espíritu Santo, al interpretarlo no como la
base, sino como el medio por el cual los creyentes reconocen el canon de la Escritura y
lo aceptan como indiscutible Palabra de Dios”247. Toda investigación seria del canon debe
buscar discernir las razones profundas que movieron a la Iglesia, desde sus mismos
orígenes -y en sus primeros pasos a aceptar los libros tenidos como inspirados.

“Para adquirir un concepto correcto del canon -asegura H. N. Ridderbos- debemos


dirigir nuestra mirada más allá, detrás de la Escritura misma. No significa esto que
debamos it fuera de la Biblia para formarnos un concepto de ella. Todo lo contrario.
Queremos decir, sencillamente, que no podemos comprender el significado de la
Escritura, y su importancia única para la Iglesia, tomando los conceptos de autoridad,
inspiración y canonicidad de manera aislada, sino solamente proyectándolos sobre el
fondo de la redención, de la cual han surgido las Escrituras”248. El eminente teólogo
holandés nos invita a que examinemos más de cerca la relación que existe entre la
salvación y la revelación, entre la historia de nuestra redención y la historia del canon.

Tal vez pueda parecer forzado el intento de relacionar la historia de los grandes
hechos salvíficos de Dios en Cristo, con la historia del canon. A simple vista -es opinión
generalizada-, se piensa que el canon es algo posterior a la obra redentora de Dios. Si
por canon entendemos la lista, o catálogo, de los libros tenidos oficialmente como
inspirados por todas las Iglesias de la Cristiandad, resulta evidente que la plena
conciencia del mismo no se dio sino machos años después de haberse producido los
grandes acontecimientos de nuestra redención: la encarnación, la muerte de Cristo en la
cruz, la resurrección, la ascensión y la venida del Espíritu Santo. El Nuevo Testamento
como tal parece que no fue conocido como una unidad literaria sino hasta después del
gran período de la revelación de Dios en Cristo. Por consiguiente, ¿no parece más lógico
tratar el canon como algo perteneciente a la historia de la Iglesia? Machos han
respondido afirmativamente esta pregunta y se han dado al estudio del canon y de la
autoridad -y aun la inspiración- como de algo relacionado única y exclusivamente con el
desarrollo doctrinal, histórico y social de la Iglesia. Como algo de suma importancia para
la Cristiandad, sí, pero desligado del tiempo de la revelación y la salvación. Como de
algo que no tiene nada que ver con aquella expresión de Hebreos: “Dios... en estos

247
Op. cit., p. 10.
248
Ibid., p. 13.

242
La Teología de la Reforma
postreros días nos ha hablado por el Hijo”249. Con todo, tal actitud sólo tiene en cuenta
una verdad a medias. Es simplista y demasiado superficial.

La formación del Nuevo Testamento en una colección completa y cerrada de 27 libros


pertenece, sin duda, a la historia de la Iglesia y no a la historia de la salvación. El trabajo
de reunir en un volumen estos libros corresponde a la solicitud de la Iglesia, guiada por el
testimonio interno del Espíritu Santo en los creyentes. El dar expresión material a la rea-
lidad del canon se produce en la época posterior a las obras salvíficas y reveladoras de
Dios en Cristo. Cierto, pero la realidad viva del canon, el fondo del cual ha nacido, es
algo que pertenece no a los tiempos de la Iglesia posapostólica, sino a los “postreros
días” de la historia de la salvación. La realidad que yace detrás de cada libro del canon,
es algo que trasciende la simple reunión de unos escritos o la formación de un catálogo
de libros religiosos. Aún más, este trabajo de reunir los libros del Nuevo Testamento no
se hubiera llevado a cabo, ni tendría el carácter que ha tenido para la Iglesia de todos los
tiempos, si no hubiera nacido de una realidad más profunda y auténticamente sagrada.
“La formación del canon como un conjunto de 27 libros forma parte de la historia de la
Iglesia -afirma Ridderbos-, no de la historia de la redención. Pero cabe preguntarse,
¿puede decirse lo mismo del canon entendido en su sentido cualitativo? En otras
palabras, lo que hace que el canon sea canon, regla de fe, autoridad inspirada, a la que
se somete la Iglesia, ¿hay que ir a buscarlo en la historia de la Iglesia o se originó ya en
la misma historia de la redención?”250.

No nos planteamos aquí el simple problema de definir la palabra “canon”, un término


que aparece sólo en contadas ocasiones en el Nuevo Testamento 251 y con un sentido
bastante amplio y general. Se trata de discernir la autoridad intrínseca que los escritos,
luego incorporados al Nuevo Testamento hecho ya libro cerrado, tuvieron desde el
principio mismo de la Iglesia252 y que, por lo menos, en Occidente determinaron el use
eclesiástico del vocablo “canon”, referido a una norma, regla de fe y práctica.

Ha de afirmarse, con toda claridad, que esta autoridad tuvo su origen, y hundió sus
raíces en el corazón de la historia de la salvación. Podemos ver la acción misma de
Jesús interviniendo personalmente y de forma patente, no sólo porque tenía una
autoridad divina, de manera que podía decirse que en él Dios se manifestaba como
“canon” de verdad frente a los cánones del mundo. Hay algo más profundo. Cristo mismo
estableció los medios, la autoridad formal, por los cuales todo lo que en la plenitud de los
tiempos253, “en los postreros días”, fue visto y oído, fuera también transmitirlo y
249
Hebreos 1:1 y 2.
250
Op. cit., p. 14.
251
En Gálatas 6:16 y en Filipenses 3:16 time el significado principal de norma de la nueva vida en
Cristo.
252
Incluso si la palabra canon aplicada al Nuevo Testamento significó originalmente un catálogo o
lista, esto no probaría, en modo alguno, las tesis de Semler que ve en el canon una medida
eclesiástica de culto solamente, sin valor como norma de fe. Cf. Ridderbos, op. cit., p. 85
253
Gálatas 4:4.

243
La Teología de la Reforma
comunicado, de manera que sirviera de autoridad a toda la predicación futura del
Evangelio y sirviera de fuente a donde la Iglesia de todos los tiempos fuera a beber.

Desde el principio de su ministerio Jesús se complació en compartir su propio poder


(exoesia) con otros, en orden a dar a su autoridad una forma y una concreción visibles,
sobre las cuales la Iglesia militante pudiera ser establecida y extendida, y para que le
sirviera de norma para conocer el contenido de su mensaje y la medida por la que
examinarse continuamente.

Esta norma, esta medida, es la Palabra de Dios; las palabras de vida eterna que
salieron de labios de Cristo y sustentaron desde un principio a los discípulos. No
obstante, estas palabras hicieron más: inspiraron a un grupo de hombres, llamados
apóstoles en un sentido estricto, para ser no sólo recipientes, sino portadores de la
revelación.

Advertimos, pues, que la autoridad intrínseca de los libros canónicos -tanto tornados
individual como colectivamente- tuvo su origen en el corazón mismo de la historia de la
redención y no en los vaivenes de la posterior evolución de la Iglesia.

Dicha autoridad se deriva del carácter de los mismos escritos, no de la estima que
luego hayan podido suscitar entre quienes los han venido a reconocer como canónicos.

La fragancia divina que exhalan los libros sagrados es la base para su reconocimiento
y nos abre la pista para encontrar, detrás de su misma realidad literaria y humana, su
sentido como canon, como norma y, en definitiva, como Palabra de Dios. Bavinck decía
que la canonicidad de los libros de la Biblia surgía de su misma existencia. Tienen una
autoridad que emana de su misma esencia; son autoridad en sí mismos, iure suo,
simplemente por el hecho de existir. Karl Barth ha escrito que la Biblia se hace a sí
misma canon.

Antes de pasar a ser canon, todo lo que constituye el contenido del mismo era ya
autoridad porque era Revelación, Palabra de Dios, en suma. Fue testimonio recogido par
los apóstoles y que el mismo Espíritu Santo quiso poner en sus manos para su
conservación y transmisión254. Con razón Bruce señala que hemos de distinguir entre la
canonicidad de un libro de la Biblia y su autoridad intrínseca: “Cuando atribuimos
canonicidad a un libro, simplemente afirmamos que dicho libro pertenece al canon, o lista
de libros reconocidos como regla de fe. Pero ¿por qué? Porque admitimos que posee
una autoridad especial. La gente habla y escribe, con frecuencia, como si la autoridad
con la que se hallan revestidos los libros de la Biblia, en el juicio de los cristianos, fuera
el resultado de haber sido incluidos en la lista sagrada del canon. La verdad histórica, sin
embargo, nos enseña todo lo contrario; fueron incluidos en la lista -y se hallan en ella-
porque fueron reconocidos como teniendo autoridad intrínseca. Por ejemplo, cuando
Moisés bajó del monte Sinaí y comunicó al pueblo todas las palabras que había recibido
de Dios, leyendo del "libro del pacto" en el que les había escrito, el pueblo contestó:
"Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho y obedeceremos" (Éxodo 24:7). Es decir,
reconocieron que las palabras escuchadas de labios de Moisés eran palabras que
254
Juan 14:26; 15:26, 27; 16:13; 1ª Corintios 11:23; 15:2; Hechos 2:42; 1ª Juan 1:1-3; 2ª Tesalonicenses 2:15.

244
La Teología de la Reforma
provenían de Dios y, por consiguiente, normativas y llenas de autoridad. Pero no
podemos decir que reconocieron estas palabras como canónicas, en el sentido "editorial"
o literario de la palabra, toda vez que la idea de una lista o colección de tales escritos
estaba todavía por venir, era algo futuro. 0 cuando Pablo, en la época del Nuevo
Testamento, escribe a los cristianos de Corinto: "Si alguno, a su parecer, es profeta, o
espiritual, reconozca lo que os escribo, porque son mandamientos del Señor" (1ª
Corintios 14:37). Sin lugar a dudas, los miembros de la Iglesia cuyo discernimiento
espiritual estaba alerta, reconocieron las palabras que les escribía Pablo como
mandamientos de Cristo mismo. Pero la idea de un canon del Nuevo Testamento todavía
tenía que tomar forma. Tanto lógica como históricamente, la autoridad precede a la
canonicidad”255; o, como escribió N. B. Stonehouse: “Los escritos bíblicos no poseen
autoridad divina porque están en el canon, sino que están en el canon porque son
inspirados”256. Por no verlo así, ha habido mucha confusión en todo to que concierne a la
problemática del canon, hasta el punto que ha habido quien ha hecho depender la
autoridad de las Escrituras de su canonicidad, olvidando que ésta no es más que el
reconocimiento humano de aquélla. Por el contrario, el concilio Vaticano I -pese al gran
énfasis que puso en la autoridad del magisterio eclesiástico- afirmó que la Iglesia tiene
las Sagradas Escrituras como libros “sagrados y canónicos, no por que, compuestos por
sola industria humana, hayan sido luego aprobados por ella; ni solamente porque tengan
la verdad sin error; *sino porque, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios
por su autor, y como tales han sido entregados a 1_a misma Iglesia”257.

Tras la autoridad del canon se halla Dios. Y Dios en el despliegue de todo su poder
redentor y revelador. De tal manera que revelación y salvación son partes de un todo
inseparable. Es imposible desgajar la historia del canon del tronco de donde ha surgido:
la historia de la salvación. Insertar toda la problemática del canon en la historia de la
Iglesia únicamente y desvincularla así de las grandes obras salvadoras de Dios en
Cristo, es olvidar, lamentablemente, que la acción y la voluntad salvífica del Dios Trino es
ya en sí misma revelación. Equivale también a perder de vista que la revelación es la
proclamación, la manifestación y la explicación de aquella acción redentora. El concilio
Vaticano II estuvo acertado en este punto cuando declaró que “la revelación se realiza
con palabras y gestos intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras
realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los
hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y
esclarecen el misterio contenido en ellas”258.

Sin embargo, aun admitiendo todo esto, hay quien hace una distinción entre revelación
y Sagrada Escritura. Se reconoce la indisoluble unión, y común génesis, de la historia de
la salvación y la revelación, pero se objeta que del Evangelio-realidad al
Evangelio-fascículo, de la encarnación y redención a las páginas de Lucas o Marcos, por
ejemplo, hay una distancia no sólo de tiempo sino de calidad. Se admite una perfecta
255
F. F. Bruce, The Books and the Parchments, 1955, pp. 94, 95.
256
N. B. Stonehouse, The Authority of the New Testament, en “The Infallible Wordp, 1946, p. 88.
257
Denzinger, El Magisterio de la Iglesia, 1961, número 1.787.
258
Constitución Del Verbum sobre la Divina Revelación, 1:2

245
La Teología de la Reforma
conexión entre la obra redentora y la revelación, pero halla resistencia la admisión de la
misma perfecta conexión entre revelación y Biblia; a lo sumo, el vínculo que las une será
un lazo que pondrá de manifiesto su distancia. Así, según este modo -o moda--- de
pensar, la Escritura no sería más que el documento humano, el registro falible a
imperfecto, de la revelación divina; el testimonio humano de esta revelación. Este
concepto, a nuestro juicio, adolece de un error capital: no haber discernido que el mismo
Dios que es soberano en la salvación lo es también en la revelación, y que si tan
perfectamente ha obrado para que los efectos de su obra redentora llegaran hasta
nosotros, no menos perfectamente ha dispuesto que la explicación de: dicha obra
--Revelación- llegara igualmente a nosotros con toda fidelidad, para que los cristianos de
todo tiempo tuviéramos un apoyo firme para nuestra fe y un fundamento inconmovible
para nuestra esperanza.

Cristo, no sólo impartió su enseñanza y su poder transformadores, sino que comunicó,


a aquellos que él mismo escogió para tal fin, su misma autoridad para que, por la acción
del Espíritu Santo --que 1labía de acompañar su testimonio-, pudieran dar a la Iglesia
posapostólica una norma tangible y un fundamento perenne, principio de su vitalidad y
desarrollo.

Pero hay más todavía: la acción salvadora de Dios usa la Palabra como instrumento
salvífico. “La Biblia no es sólo el principium cognoscendi -como subraya Berkhof- de la
teología, sino que es el medio que emplea el Espíritu Santo para la extensión de su
Iglesia y para la edificación de los creyentes. Es preeminentemente la palabra de la
gracia de Dios, por consiguiente, el más importante de los medios de gracia”259. Tan
imposible es divorciar la historia de la salvación de la revelación, como imaginar la
aplicación de esa redención independientemente de la Palabra reveladora. No basta que
haya habido una acción salvadora y reveladora de Dios; es menester que ambas puedan
ser actualizadas para el hombre de hoy, para el hombre de todo tiempo. Que ello es así,
nos lo asegura la carta de Santiago: “El (Dios), de su voluntad nos ha engendrado por la
palabra de verdad”260; y el apóstol Pedro escribe: “Siendo renacidos, no de simiente
corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios, que vive y permanece para
siempre..., y esta es la palabra que por el Evangelio os ha sido anunciada”261.

¿Por qué identificamos el valor y la autoridad de la Palabra de Dios con el valor y la


autoridad de los libros de la Biblia? ¿Cómo explicar que la Escritura haya adquirido este
valor y sea precisamente su palabra -y no ninguna otra- el instrumento de que se vale el
Espíritu no sólo para iluminar las mentes sino para salvar a las almas?

La respuesta a estas preguntas la encontraremos volviendo a la imagen arquitectónica


del pueblo de Dios, concebido como templo santo262, y al tratar de discernir la trabazón
que existe entre los tres componentes de la construcción espiritual: la piedra angular
(Cristo), el fundamento (apóstoles) y las piedras del edificio (los creyentes de todo lugar y
259
L. Berkhof, Systematic Theology, 1949, p. 610. El Espíritu Santo obra cum Verbo y per
Verbum; se sirve de la Palabra como del único instrumento capaz de llevar eficazmente la
salvación obrada por Cristo hasta el hombre pecador.
260
Santiago 1:18.
261
1ª Pedro 1:23-25.
262
Efesios 2:20-22; 1ª Pedro 2:4-8.

246
La Teología de la Reforma
tiempo). Sobre todo, si conseguimos comprender de qué manera las “piedras vivas” del
edificio se relacionan con la “piedra angular”, es decir: si entendemos correctamente la
función exacta del fundamento apostólico que Dios ha querido dar a su pueblo.

***

II El fundamento de los apóstoles y profetas


Cristo “llamó a sus discípulos y escogió Doce de ellos, a los cuales también llamó
apóstoles”263. Este llamamiento, que al principio pudo parecer provisional, se convirtió en
algo definitivo y de capital importancia para llevar a cabo los planes salvíficos de Dios264.

El papel de los apóstoles dentro de la historia de la salvación es único. No tanto


porque fueran constituidos recipientes de la revelación, sino porque, sobre todo, fueron
hechos portadores autorizados de la misma. A ellos quiso ligar Cristo su Iglesia para
siempre. Ellos son los instrumentos del mensaje de Cristo. Sobre ellos, el Señor
estableció su Iglesia y sobre ellos sigue edificándola265. Muchos cristianos, aparte de los
Doce, fueron también testigos de la revelación cristiana y de sus grandes eventos
redentores, pero sólo los apóstoles fueron constituidos instrumentos oficialmente
designados, y sobrenaturalmente equipados, de dicha Revelación.

El significado peculiar del apostolado dentro de la economía del Evangelio aparece


claramente evidenciado, de muchas maneras, en el Nuevo Testamento266. De los

263
Lucas 6:13; Marcos 3:14; Mateo 10:2-4.
264
Mateo 28:19; Marcos 16:15; Lucas 24:26 y ss.; Juan 17:18; Hechos 1:8, 23.
265
Efesios 2:20.
266
“La palabra apóstol significa, en griego, meramente "enviado como mensajero" y, en sentido
general, podría aplicarse a cualquier cristiano pues todos han recibido el mandato de difundir el
mensaje del Evangelio. Este sentido amplio de "mensajero" es el que time en algunos pasajes del
Nuevo Testamento (2.a Corintios 8:23; Romanos 16:7; Filipenses 2:25). Pero, referida a los Doce,
la palabra pierde su sentido general para adquirir un significado especifico y concreto que designa
a quienes fueron escogidos por el Señor para ser el fundamento de la Iglesia.
“La función primaria de los apóstoles era testificar de Cristo y este testimonio estaba enraizado a
lo largo de varios años de conocimiento íntimo y experimental, y mediante una preparación
intensiva. A esto se añade su función, universalmente reconocida, de testigos de la resurrección de
Jesucristo (Hechos 1:22; 2:32; 3:15; 13:31). Esta comisión introduce un factor de suprema
importancia para el apostolado: el advenimiento del Espíritu Santo. En Juan, caps. 14-16, tenemos
el gran discurso con el que Jesús envía a los Doce: el mandamiento que reciben de Cristo es
comparado al que él recibió del Padre (Juan 20:21); tendrán que dar testimonio del conocimiento
que tienen de Jesús y juntamente con ellos el mismo Espíritu dará también testimonio (Juan 15:26,
27). El Espíritu les recordará las palabras de Jesús (Juan 14:26) y les guiará a toda verdad
(promesa que, a menudo, ha sido malentendida, al extender el alcance de su primera referencia
más allá del grupo de los dote apóstoles) y les mostrará la gloria de Cristo (Juan 16:13-15).
Tenemos ejemplos de este proceso en el Evangelio de Juan, que nos muestra cómo los apóstoles

247
La Teología de la Reforma
apóstoles se dice que fueron llamados para conocer el consejo redentor de Dios en
relación con el envío de su Hijo al mundo.
La singularidad del oficio apostólico se pone de relieve también en la expresión, tan a
menudo repetida en el Nuevo Testamento: “apóstol de Jesucristo”. La investigación más
reciente ha sugerido que la estructura formal del apostolado se deriva del sistema
jurídico hebreo, dentro del cual una persona podía conferir a otra, para que le
representase propiamente, toda su autoridad y poder legal. La misma palabra griega
“apostolos” es una traducción del vocablo arameo “sheliha” (en hebreo: “shaliah”). Según
el derecho de los rabinos, el shaliah representaba, de manera cabal, completa y perfecta,
por medio de su persona, a aquél que le había enviado. Toda su autoridad, sin embargo,
se derivaba de la representación que ostentaba; come delegado, o embajador, obraba en

no entendieron algunas de las palabras, o hechos, de Jesús sino hasta después de su glorificación
(Juan 2:22; 12:16; cj. 7:39). Es decir, el testimonio que los apóstoles han de dar de Cristo no es
dejado a sus impresiones o recuerdos, sino a la dirección del Espíritu Santo que da testimonio
juntamente con ellos, y a través de ellos. Por esta razón, los apóstoles son la norma de la doctrina y
la práctica en la Iglesia del Nuevo Testamento (Hechos 2:42; cf. 1ª Juan 2:19). La Iglesia se
edifica sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (Efesios 19:28) y sus nombres están
grabados sobre el fundamento del muro de la ciudad santa (Apocalipsis 21:14). La doctrina
apostólica, por consiguiente, originada como está en el Espíritu Santo, se halla en el testimonio
común de todos los apóstoles y no en el privilegio especial de ninguno de ellos como individuo por
encima de los demás; tanto es asf, que el apóstol principal pudo traicionar un principio
fundamental que él mismo había aceptado -y enseñado- y ser llamado al orden por un colega
(Gálatas 2:11 y ss.).
“Los sinópticos consideran el incidente de Marcos 6:7 y ss. como una miniatura de la misión
apostólica, en la cual tanto como la predicación y la enseñanza se incluyen además los dones de
sanidad y exorcismo. Estos, a otros dones espectaculares, tales como la profecía y las lenguas,
fueron muy frecuentes en la Iglesia apostólica y, al igual que el ministerio apostólico, están
relacionados con la especial dispensación del Espíritu Santo; pero es muy significativo que estos
dones no se den en la Iglesia del siglo ii. Los escritores de este segundo período de la Iglesia
hablan de los mismos como de algo que pertenece al pasado, a la época apostólica (B. B. Warfield,
Miracles Yesterday and Today). Incluso en el Nuevo Testamento, no vemos señales de tales dones
sino allí donde los apóstoles han obrado. Incluso a11í donde ha habido una previa fe genuina, es
solamente por la presencia de los apóstoles que esos dones del Espíritu se derraman sobre los
creyentes (Hechos 8:14 y ss.; 19:6).
“En cambio, como contraste, el Nuevo Testamento dice mucho menos de lo que podría esperarse
acerca de los apóstoles como dirigentes de la Iglesia. Ellos son la piedra de toque de la doctrina,
los poseedores de la auténtica tradición relativa a Cristo. Pero los Doce ni siquiera nombraron a los
siete hermanos ayudadores (Hechos 6:1-6); y en el crucial sínodo de Jerusalén, un buen número de
ancianos se sentó junto a los apóstoles (Hechos 15:6; cf. 12:22). El gobierno de la Iglesia
constituía un don diferente del apostolado (1.a Corintios 12:28), ejercido normalmente por
ancianos locales. Más, los apóstoles, en virtud de su comisión, tenían un ministerio itinerante. Ni
siquiera en la administración de los sacramentos tuvieron prominencia (1.8 Corintios 1:14). La
identidad de funciones que algunos quieren ver entre el apóstol y el obispo del siglo cc no es
obvia, en modo alguno.
“El significado especial de los Doce para el primer establecimiento de la Iglesia se halla fuera de
toda duda.

248
La Teología de la Reforma
nombre de quien le había encomendado una misión. El sheliha (apóstol) de una persona
era como esta persona misma267. En este sentido, cualquiera que recibe a un apóstol
recibe a aquél que lo envió. Jesús aplicó este concepto a sus apóstoles, de manera
formal: “El que os recibe a vosotros, a mí recibe; y el que a mí recibe, recibe al que me
envió”268. A los apóstoles confirió, pues, Cristo el poder único de representarle. En un
sentido singular y exclusivo, Jesús les confió el Evangelio del reino. Ellos son los
instrumentos de Cristo y como sus órganos para la continuación de la revelación. Con
Cristo, comparten el basamento sobre el cual se apoya toda la estructura del edificio de
la Iglesia: ellos son “roca”, “fundamento” y “columnas” de la Iglesia269.

Sin embargo, los apóstoles de Cristo no tienen ni autoridad ni mensaje propios. Su


autoridad les viene únicamente por delegación. Les ha sido dada por Jesucristo y a él
deben obedecer270, permaneciendo en su estrecha a íntima comunión271.

Los apóstoles han sido llamados, “no por los hombres ni de los hombres, sino por
Jesucristo y por Dios que le resucitó de los muertos”; exigen, por tanto, que su palabra
sea recibida, no como palabra de hombres, sino como palabra de Dios, “la cual obra en
los que creen”272.
“Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros” 273, les dice Cristo a los
Doce. Pero hay más: su elección es obra del mismo Espíritu Santo. Jesús los escoge por
el Espíritu274. El apostolado no es solamente un objeto del consejo redentor del Padre, y
una representación de Jesucristo en el mundo, sino que tiene, además, al mismo Espíritu

“Este testimonio de los apóstoles, fundado en una experiencia única del Cristo encarnado, guiada
por medio de una dispensación especial del Espíritu Santo, provee la interpretación auténtica de la
persona y la obra de Cristo y, desde entonces, ha sido la norma determinante para la Iglesia
universal. Por la misma naturaleza de las cosas, el oficio apostólico no podía repetirse ni ser
transmitido; come no pueden serlo las experiencias históricas implicadas en el conocimiento
íntimo y personal que los Doce tenían de Jesús; todo esto no puede ser transmitido. El Nuevo
Testamento nos presenta a los apóstoles interesados en que haya un ministerio local en cada
iglesia, pero no existe la menor indicación de que confiasen sus peculiares funciones apostólicas a
ninguna parte de ese ministerio. Tampoco era necesario. El testimonio apostólico fue mantenido
por medio de la obra duradera de los apóstoles, a través de lo que vino a ser normativo para todas
las edades futuras: su forma escrita registrada en el Nuevo Testamento (Geldenhuys, Supreme
Authority, 1953, pp. 100 y ss. ; O. Cullmann, "The Tradition", en The Early Church, 1956). No ha
habido renovación del oficio ni de sus dones especiales. E1 suyo fue un oficio fundacional y la
historia de la Iglesia de todos los siglos, a partir de entonces, es su superestructura. “ New Bible
Dictionary, 1962, artículo Apostles.
267
Cf. Gerhard Kittel, Theological Dictionary of the New Testament.
268
Mateo 10:40; Juan 13:20.
269
Mateo 16:18; Efesios 2:20; Gálatas 2:9.
270
Juan 14:15, 21 y ss.
271
Juan 15:5 y 7.
272
Gálatas 1:1; 1.8 Tesalonicenses 2:13; 2.8 Corintios 5:19.
273
Juan 20:21
274
Hechos 1:2

249
La Teología de la Reforma
Santo como autor. Además de textos tales como Mateo 10:18-20; Marcos 13:11; Lucas
21:13 y siguientes; Hechos 1:8, hay que prestar atención especial a los pasajes del
Evangelio de Juan.

En sus discursos del aposento alto, Jesús prometió a los apóstoles el Paracleto, el
Espíritu de verdad, quejes enseñaría todas las cosas, que les recordaría todo cuanto les
había enseñado hasta entonces, y que les guiaría a toda verdad 275. Muy significativa es
la relación que Jesús establece entre su propia obra, la del Espíritu Santo y la de los
apóstoles276. El Espíritu “no hablará de sí mismo, sino que hablará todo lo que oyere...,
me glorificará; porque tomará de lo mío y os lo hará saber”277. En completa unidad con
Cristo, el Espíritu proseguirá la obra de aquél. La revelación de Dios en Cristo ha de ser
consumada por la operación del Espíritu. Y los apóstoles, plenamente comisionados por
Cristo para ser los testigos de los eventos salvadores acaecidos en el cumplimiento de
los tiempos278, son constituidos en los instrumentos de que se ha de servir el Espíritu
Santo para llevar a su consumación final la revelación cristiana. De manera inequívoca,
estos pasajes del Evangelio de Juan unen el testimonio del Espíritu Santo al testimonio
apostólico: “el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio de mí. Y
vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio”279. Es de ahí,
precisamente, que emana la autoridad apostólica.

Estudiadas más de cerca, estas palabras de Jesucristo en el aposento alto nos


descubren la triple promesa que capacitó a los apóstoles para dar su testimonio, no sólo
a los hombres de su tiempo, sino a los de todas las épocas futuras de la Iglesia. Las
palabras de Cristo son proféticas; la triple promesa corresponde a las tres grandes
divisiones del testimonio apostólico, según podemos ver en el siguiente esquema:

Las promesas de Cristo Su cumplimiento


“El Espíritu Santo os recordará todas las EVANGELIOS
cosas que os he dicho”280.

“Aquel Espíritu de verdad, él os guiará a EPISTOLAS


toda verdad..., tomará de lo mío y os lo
hará saber”281.

275
Juan 14:26: 16:13-15.
276
Juan 15:26, 27.
277
Juan 16:13, 14.
278
Gálatas 4:4.
279
Juan 15:26, 27.
280
Juan 14:26.
281
Juan 16:13, 14.

250
La Teología de la Reforma

“El (el Espíritu Santo) os enseñará todas


las cosas”282.

“os hará saber (el Espíritu Santo) la s APOCALIPSIS


cosas que han de venir”283.
y pasajes proféticos de las epístolas

Lo que Pedro dijo de los profetas del Antiguo Testamento284 bien puede aplicarse
perfectamente a los apóstoles del Nuevo, por cuanto el testimonio profético y apostólico
“no fue en los tiempos pasados traído por voluntad humana, sino los santos hombres de
Dios hablaron siendo inspirados del Espíritu Santo”285. El profeta era el apóstol del
Antiguo Testamento, así como el apóstol es el profeta del Nuevo286.

282
Juan 14:26.
283
Juan 16:13.
284
2ª Pedro 1:21.
285
En 2ª Pedro 1:15-21 el testimonio apostólico aparece en un piano de igualdad, en perfecto paralelismo, con el tes-
timonio profético. La expresión atenemos también”, del v. 19, une ambos testimonios, y lo que se dice de la veracidad
del uno, sirve también para el otro.
286
“La Iglesia está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (Efesios 2:20; por
"profetas" habrá que entender aquí, probablemente, el testimonio del Antigun Testamento, pero
según algunos se refiere a "profetas cristianos").” New Bible Dictionary, art. “Apostle”.
“Varios intérpretes refieren estos nombres de apóstoles y profetas a los apóstoles solos, que
reunían ambos caracteres. Esta opinión se basa, sobre todo, en que falta el artículo delante de la
palabra profetas y que por consiguiente habría que traducir "los apóstoles- profetas". Lo mismo
ocurre en Efesios 3:5, en donde el sentido debe ser el mismo. ¿Se trata, por el contrario, de los
profetas de la primitiva Iglesia? Mucho menos aún, pues, ¿con qué título serían declarados el
fundamento de la Iglesia? El don pasajero, variable, de la profecía neotestamentaria no es jamás
igualado al apostolado como autoridad; nuestro apóstol mismo quiere que ese don esté
subordinado a sus enseñanzas (1ª Corintios 14:29). Jesucristo no instituyó desde el principio más
que los apóstoles por sus testigos auténticos; los profetas mismos del Nuevo Testamento habían
sido instruidos y llevados a Cristo por los apóstoles, y así ellos reposaban sobre el fundamento de
estos últimos, ¿,dónde está ahora para la Iglesia este fundamento de los profetas del Nuevo
Testamento? ¿Acaso habría desaparecido? No pudiendo admitir ni la primera ni la segunda de
estas opiniones, no queda más que la tercera (es decir: que "profetas" se refiere a los mismos
apóstoles, por cuanto el apostolado es asimismo un carisma profético).r Luis Bonnet y Alfredo
Schroeder, Comentario del Nuevo Testamento, “Epístolas de Pablo”.
Sea cual sea la interpretación más correcta de “profetas” en Efesios 2:20, el hecho es que aparecen
ambos carismas -el profético y el apostólico- uno al lado del otro, al "sino nivel.
Cj. nota 23, ad supra. También Jeremías 1:7, en donde un profeta del Antiguo Testamento recibe un llamamiento de
carácter apostólico.

251
La Teología de la Reforma
Cristo no sólo entregó su mensaje a los apóstoles, de manera singular y única, no sólo
los constituyó en sus embajadores autorizados, en sus “shaliah”287, sino que los capacitó,
por su Espíritu, para que pudieran desempeñar su misión conforme a los designios de
Dios. Estos designios tenían como propósito último la formación de una regla de fe
(canon), divinamente garantizada, fundada en el testimonio apostólico, que habría de ser
el fundamento de la Iglesia de Jesucristo.

“A la crítica que afirma que la autoridad apostólica es producto de un desarrollo tardío


en el que se concedió a los apóstoles un lugar de autoridad espiritual jamás intentado
por Jesús, respondemos -escribe N. B. Stonehouse-: la relación especial de los
apóstoles con Jesús es tan histórica como el retrato que tenemos del propio Jesús. El
concepto del apostolado es un concepto mesiánico; es decir, sólo tiene significado sobre
el fondo de la conciencia que Jesús tenía como Mesías de su misión de establecer la
Iglesia”288.

En el Nuevo Testamento hay una conexión inseparable entre los grandes hechos
redentores de Dios en Cristo y su anuncio o transmisión. Con claridad meridiana, H. N.
Ridderbos ha escrito: “El anuncio de la redención es inseparable de la historia de 1a
redención propiamente dicha. La proclamación de la salvación no fue dejada al azar, ni a
la tradición humana, ni a la mera crónica literaria, ni a buenos predicadores, ni al
magisterio eclesiástico. En primer lugar, la predicación de la gran salvación de Dios,
como predicación apostólica, pertenece a la esencia de la revelación y, como tal, tiene su
propio carácter peculiar y único. Y, en este sentido exclusivo, es también el fundamento
de la Iglesia. Esta sabe que está ligada al mismo desde el comienzo de su existencia.
Este fundamento es la fe santísima sobre la cual irá creciendo el pueblo de Dios”289.

“Vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los
apóstoles de nuestro Señor Jesucristo” -exhorta Judas en su carta-290.

287
Mateo 13:11; Juan 15:15; Mateo 10:40, cf. con Juan 13:20.
288
N. B. Stonehouse, The Authority of the New Testament, en “The Infallible Word.
289
H. N. Ridderbos, The Authority of the New Testament Scriptures, pp. 16, 17.
Cullmann se mueve en la misma dirección: “Nos esforzaremos en demostrar que, según el apóstol (Pablo), el Señor
mismo está obrando en la transmisión de sus palabras y sus obras por medio y a través de la comunidad primitiva ...; el
Cristo elevado a la diestra de Dios, se halla él mismo detrás de los apóstoles como "agente transmisora en tanto que
éstos transmiten sus palabras y los relatos de sus obras. E1 apóstol Pablo puede colocar en un mismo piano el
"apocalipsis" del camino de Damasco y la tradición apostólica que ha recibido, porque en ambos el Cristo presente se
manifiesta activo de una manera directa... San Pablo mismo no estableció la relación entre las ideas de 2.11 Cor. 3 y la
tradición concerniente a las palabras y la vida de Jesús. Esta fue la tarea del cuarto Evangelio. Este Evangelio time por
objeto la relación entre la vida histórica de Jesús y el Señor resucitado. En este Evangelio encontramos efectivamente
explicada, en los discursos de despedida, la idea que en san Pablo aparece como una presuposición implícita. Los
pasajes de Juan que encierran más claramente esta idea de que el Espíritu Santo mismo comunicará a los apóstoles las
enseñanzas del Jesús histórico son Juan 16:13 y 14:26. Si hemos interpretado correctamente la concepción paulina de
la relación entre Kyrios (Señor) y paradosis (tradición), nos hallamos aquí en presencia de una idea antigua que, sin
ser pensada por todos hasta sus últimas consecuencias, puede, sin embargo, considerarse como bastante extendida en
la Iglesia "primitiva".” Oscar Cullmann, La Tradition, pp. 14, 22, 24.
290
Judas 20, cf. v. 17.

252
La Teología de la Reforma

Las palabras que fueron dichas por los apóstoles constituyen algo concreto, bien
definido y delimitado. Se las denomina “la doctrina de los apóstoles”291, se las llama
también “la fe”, como referida a un cuerpo de doctrina, “el depósito” de la verdad
cristiana292. Asimismo, son da salvación” que comenzó a ser predicada por Cristo mismo,
pero que debe ser “confirmada por los que oyeron”293. La Iglesia debe guardar, sobre
toda otra cosa, el epositum custodi294, que le fue dado por Dios, por medio de los
apóstoles, y que hoy tenemos en las páginas del Nuevo Testamento.

El significado singular del apostolado dentro de la economía salvadora y reveladora de


Dios en Cristo se pone de manifiesto de muy diversas maneras en el Nuevo Testamento.
Basta, para percatarse de ello, examinar algunos textos, aun sin intención de ser
exhaustivos.

No volveremos sobre los Sinópticos y el evangelio de Juan, cuyos textos más


importantes ya hemos considerado.

En el prólogo de la primera carta de Juan hay, sin embargo, una rotunda afirmación de
la función única del apostolado que merece consideración especial. El apóstol empieza
su escrito declarando que ellos, los apóstoles, ocupan una posición excepcional en la
historia de la salvación: “La vida fue manifestada, y vimos, y testificamos, y os
anunciamos aquella vida eterna, la cual estaba con el Padre y nos ha aparecido. Lo que
era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
hemos mirado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida, lo que hemos visto y
oído esto os anunciamos...”295. ¿Qué ojos fueron los que vieron, qué manos las que
palparon? ¿Todo el mundo? No, sino exclusivamente los ojos y las manos de los
apóstoles. Cierto que otras personas, en la Palestina de aquel tiempo, habían sido
testigos, en parte, de la manifestación del Hijo de Dios, pero este testimonio sólo adquiría
valor incorporado al ministerio apostólico, promovido por el Espíritu Santo. ¿Qué
propósito tienen estas palabras de Juan al comienzo de su prólogo? El objetivo claro de
Juan es traer a los miembros de la Iglesia a un estrecho contacto con el apostolado.
Clara y enfáticamente, dice el apóstol: “Eso os anunciamos para quo también vosotros
tengáis comunión con nosotros296. Y sólo después quo se realiza este lazo de comunión
con los apóstoles, sólo entonces puede añadir: “Y nuestra comunión verdaderamente es
con el Padre y con su Hijo Jesucristo”297. El razonamiento del apóstol es diáfano. La Vida
fue manifestada de manera tal quo pudo ser objeto de la vista y hasta, incluso, tocada
con las manos. Los apóstoles vieron y palparon esta Vida; y a ellos encargó Cristo el
anunciar a los demás hombres el poder Salvador inherente a la misma. Mediante esta
declaración, se establece un lazo de comunión entre los creyentes y el apostolado. Y,

291
Hechos 2:42.
292
1ª Timoteo 6:21.
293
Hebreos 2:2.
294
1ª Timoteo 6:20; 2ª Timoteo 1:14; 2:2.
295
1ª Juan 1:1-3.
296
1ª Juan 1:3.
297
Ibid.

253
La Teología de la Reforma
por consiguiente, como resultado de esta comunión con los apóstoles, los creyentes
también pueden tenor comunión con el Padre y con el Hijo. Por supuesto, estas palabras
de Juan no deben entenderse como circunscritas a su tiempo, limitadas a la época
apostólica. En realidad, nosotros, en quienes --según afirma la Escritura- los fines de los
siglos se han parado, debemos también mantener una comunión vital con los apóstoles
de nuestro Señor Jesucristo, porque dicha comunión es la condición de la comunión más
alta quo anhelamos poner con Dios. La declaración del apóstol se halla en perfecta
armonía con unas palabras de Cristo, quo él mismo recogió en su Evangelio: “No ruego
solamente por éstos (los apóstoles) -intercedió Jesús-, sino también por los que han de
creer en Mí por la Palabra de ellos (la palabra apostólica)”298. Cristo enseñó con estas
palabras que las futuras generaciones creerían en él por la palabra apostólica (“la
palabra de ellos”). ¿Cómo sería ello posible? ¿Cómo puede el hombre moderno entrar
en relación con la palabra de los apóstoles? ¿Cómo pudieron -cómo podremos, cómo
podrán- las generaciones que sucedieron a la Iglesia apostólica tener comunión con los
apóstoles? La solución del problema nos la ofrece el hecho de que los apóstoles no sólo
hablaron sino que también escribieron. Su proclamación de la palabra de vida no se
limitó al estrecho círculo de hombres que les escucharon en el primer siglo; por el
contrario, mediante sus escritos pusieron su predicación y enseñanza en forma fija, es
decir: en forma duradera. Estos escritos pronto se esparcieron por todo el mundo. Así,
los apóstoles pudieron llevar el testimonio de la vida que les había sido manifestada a
todos los hijos de Dios, de todas las naciones y de todos los tiempos, hasta el fin del
mundo. Todavía hoy los apóstoles están predicando al Cristo resucitado, poderoso para
salvar, en las Iglesias. La presencia física de estos hombres hace diecinueve siglos que
nos dejó, pero su testimonio autorizado permanece. Y este testimonio que, en forma de
documento apostólico, ha llegado hasta nosotros en el Nuevo Testamento, se ha
esparcido por todas partes como instrumento idóneo en las manos del Espíritu Santo
para llevar a las almas a una comunión eficaz y redentora con el Padre y con el Hijo. De
este cúmulo de textos y enseñanzas aprendemos que el testimonio de los apóstoles no
sólo fue único por lo que respecta a su calidad, sino a su perennidad. En su función de
fundamento, y por su misma naturaleza, el apostolado no puede multiplicarse en
sucesión. El fundamento de un edificio, como veremos luego, es algo único que se
coloca una vez por todas. Y su ejercicio, o facultad, de fundamento es continuar siempre
el testimonio singular que de la historia de la salvación tuvieron los Doce escogidos.
Volveremos sobre estos últimos puntos en los próximos capítulos. Aquí es suficiente
señalar que en el prólogo de la carta de Juan se nos enseña que no hay eslabón
intermedio entre los apóstoles y cada generación de creyentes. Para tener una fe
auténticamente apostólica hemos de ponernos en contacto directo con los apóstoles,
pues hemos de creer “por la palabra de ellos”. Juan nos invita no tanto a buscar una
sucesión apostólica como a encontrar la presencia apostólica en una comunión que, en
su vertiente humana, nos pondrá en contacto con los apóstoles y, en su dimensión
divina, nos unirá con el Dios Trino. Esto es sólo posible si admitimos los escritos del
Nuevo Testamento como palabra inspirada.

El apóstol Pedro corrobora lo escrito por Juan. En su segunda carta leemos: “sabiendo
que, en breve, debo abandonar el cuerpo como nuestro Señor Jesucristo me ha
declarado. También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros
podáis en todo momento tener memoria de estas cosas. Porque no os hemos dado a

298
Juan 17:20.

254
La Teología de la Reforma
conocer la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como
habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad”299. Como indicamos en la nota n.°
23, Pedro no vacila en equiparar su testimonio acerca de la venida de Jesucristo con la
palabra profética del Antiguo Testamento, la cual, para él, era palabra inspirada, Palabra
de Dios300. Asimismo en el capítulo 3, versículos 15, y 16, de esta segunda carta, coloca
en un piano de absoluta igualdad los escritos del apóstol Pablo con las “otras Escrituras”.

Es muy significativo que, luego de haber encarecido la atención que debe prestarse al
testimonio apostólico y a la palabra profética, el apóstol Pedro pasa a advertir: “Pero
hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos
maestros, que introducirán encubiertamente herejías de perdición...”301. De nuevo vuelve
a darse paralelismo de ideas entre Pedro y Juan, pues éste escribe también acerca de
quienes “salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubieran sido de
nosotros, habrían permanecido con nosotros”302. En ambos casos, se trata de poner de
relieve que la comunidad creyente no tiene en sí la garantía de la fidelidad ni de la
verdad y, por lo tanto, ha de depender de lo que ha oído desde el principio: “Si lo que
habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis
en el Hijo y en el Padre”303. Así como el creyente ha de luchar continuamente contra la
“quinta columna de pecado” de su viejo hombre, así también la Iglesia debe velar, pues
el error puede surgir de dentro de ella misma: “habrá entre vosotros falsos maestros”. La
única y sola garantía es atender a la palabra apostólica y profética, “lo que habéis oído
desde el principio”, para permanecer en la comunión del Padre y del Hijo.

No son distintas las palabras que el apóstol Pablo dirigió a los pastores de la
comunidad de Efeso: “Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu
Santo os ha puesto como obispos, para apacentar la Iglesia de Dios, que él adquirió con
su sangre. Yo sé que después de mi partida vendrán lobos rapaces que no perdonarán
el rebaño, y que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que enseñen
doctrinas perversas, para arrastrar a los discípulos en su seguimiento. Velad, por tanto...
Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, la cual es
poderosa para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados”304. A pesar de
que el apóstol considera a los ministros de la congregación como puestos por el Espíritu
Santo mismo, sin embargo, el suyo no es un ministerio que inmunice del error. De entre
ellos mismos se levantarán hombres que enseñarán equivocadamente. Pablo sabe de un
solo refugio cuando tal calamidad acontezca: “ os encomiendo a Dios y a la Palabra de
su gracia”. E1 Señor y su Palabra como regla de fe única y autorizada.

Pero ¿identifica Pablo la palabra apostólica con la Palabra de Dios? De manera


absoluta. Escribiendo a los tesalonicenses, les decía: “Sin cesar damos gracias a Dios

299
2ª Pedro 1:14-16.
300
“Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo
inspirados por el Espíritu Santo.” 2ª Pedro 1:21.
301
2ª Pedro 2:1.
302
1ª Juan 2:19.
303
1ª Juan 2:24.
304
Hechos 20:28-32.

255
La Teología de la Reforma
de que, cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no
como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en
vosotros los creyentes... Así que, hermanos, estad firmes y retened la doctrina que
habéis aprendido, sea por palabra o por carta nuestra”305.

La importancia del testimonio de Pablo para la comprensión del apostolado radica en


la circunstancia de que ningún otro apóstol tuvo que defender tanto su vocación
apostólica de las criticas de quienes la ponían en duda. Para demostrar que era apóstol,
Pablo tuvo que probar: 1) que había sido llamado por Cristo mismo;306 2) que no había
recibido el Evangelio de los hombres, sino por revelación de Jesucristo307; 3) que había
visto a Cristo resucitado308; 4) que era inspirado a infalible como maestro y, por
consiguiente, exigía que se recibiese su enseñanza como doctrina de Cristo mismo309 ; 5)
que el Señor había garantizado su misión apostólica, tan plena y completamente como la
de Pedro o cualquier otro apóstol310; y 6) que su ministerio iba acompañado, y
corroborado, por medio de milagros311. Al defender su apostolado, Pablo nos dejó la más
amplia y completa descripción de los requisitos que concurrían en todo apóstol de
Jesucristo. La dignidad de la misión apostólica es tal que el autor de la carta a los
Hebreos no vacila en compararla al testimonio de los ángeles en el Antiguo Tes-
tamento312. En los días antiguos, la palabra profética había sido refrendada por los
ángeles en varias ocasiones. En el Nuevo Testamento, la redención que primeramente
fue anunciada por el Señor, es confirmada luego por los apóstoles. ¿Cómo explicar que
-cual ángeles del nuevo pacto- los discípulos de Cristo hayan de confirmar su mensaje?
La explicación está en el hecho de que el testimonio de los apóstoles no es personal ni
propio; es el testimonio del mismo Espíritu de Dios que obra por medio de ellos. Por
cuanto no son simples testigos o predicadores. Su palabra es palabra reveladora del
consejo salvador de Dios. Testifican de Cristo, una vez para siempre en la consumación
de los tiempos313y a su testimonio quedan ligados la Iglesia y el mundo, que serán
juzgados por ellos.

Desde los comienzos de la predicación cristiana los apóstoles tuvieron conciencia de


la alta dignidad de su testimonio único. El apostolado, lejos de aparecer come el fruto de
una evolución de la Iglesia primitiva, se halla presente en los primeros mementos de vida
de esta Iglesia y es el alma, y la fuente, de su predicación. H. N. Ridderbos ha señalado
que el apostolado constituye una de las características, o presuposiciones, del kerygma
primitivo314. En este sentido, adquiere una importancia especial el discurso de Pedro en

305
1ª Tesalonicenses 2:13 y 2ª Tesalonicenses 2:15.
306
Gálatas 1:1.
307
Gálatas 1:12.
308
1ª Corintios 9:1 y 15:8.
309
1ª Corintios 14:37
310
Gálatas 2:8. 9
311
2ª Corintios 12:12.
312
Hebreos 2:2 y ss.
313
Judas 3.
314
H. N. Ridderbos, The Speeches of Peter in the Acts of the Apostles. 1962, pp. 17-19.

256
La Teología de la Reforma
Hechos 1, previo a la elección de Matías. Dos cosas se destacan en el mismo: en primer
lugar, que habla otros discípulos, además de los Doce, que podían actuar come testigos
de todo lo que había acontecido desde el bautismo de Juan hasta la resurrección y
ascensión de Cristo-, y en segundo lugar, que, a pesar de ello, el ministerio de testimonio
encomendado a los Doce estaba limitado a este grupo especial de discípulos llamados
apóstoles. Matías fue elegido, en sustitución -no en sucesión- de Judas, para convertirse
en un testigo de la resurrección de Cristo juntamente con los once315. Come cristiano y
discípulo en la Palestina del siglo I, Matías ya era un testigo, pero pare serlo oficialmente
y con autoridad apostólica debla ser “hecho testigo” y “contado con los once apósto-
les”316. A esto se le llama “el oficio de este ministerio y apostolado”317. De manera que,
desde el primer capitulo del libro de los Hechos, se hace evidente el carácter singular del
testimonio apostólico.

Desde el principio, pues, la predicación apostólica pone de relieve su carácter y su


autoridad. El apóstol Pedro menciona constantemente en sus discursos su función de
testigo de Jesucristo. Cuando habla de la resurrección del Señor, el día de Pentecostés,
añade en seguida: “de lo cual todos nosotros somos testigos”318. Y, sobre lo mismo, dice
igualmente más tarde: “de lo que nosotros somos testigos”319. En los capítulos 4 y 5, en
los parlamentos delante del sanedrín, el apóstol delata la conciencia que tenía de ser
testigo: “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”320 y “Nosotros somos
testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo”321. Pero precisa más todavía
Pedro al hablar a los gentiles en casa del centurión Cornelio: “Nosotros somos testigos
de todas las cosas que hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén”322; y, cuando explica las
apariciones de Jesús después de resucitado, advierte que tales apariciones no tuvieron
lugar delante de todo el pueblo, “sino a los testigos que Dios antes había ordenado, es, a
saber, a nosotros que comimos y bebimos con él, después que resucitó de los muertos.
Y nos mandó que predicásemos al pueblo y testificásemos que él es el que Dios ha
puesto por Juez de vivos y muertos”323. Es evidente que el testimonio de los apóstoles
aparece aquí estrechamente vinculado a la historia de la salvación y al ministerio del
Espíritu Santo. Han sido escogidos por Dios para ello y Dios mismo les ha mandado que
den testimonio324.

Este énfasis en el carácter de la predicación apostólica como testimonio es importante


en dos sentidos. En primer lugar, porque señala el elemento histórico del contenido de la

315
Hechos 1:22, cf. v. 26. Cf. note núm. 67.
316
Hechos 1:22 y 26.
317
Hechos 1:25.
318
Hechos 2:32.
319
Hechos 3:15.
320
Hechos 4:20.
321
Hechos 5:32, cf. Juan 15:26, 27
322
Hechos 10:39.
323
Hechos 10:41, 42.
324
Hechos 1:2.

257
La Teología de la Reforma
predicación. El kerygma se basa en hechos. De estos hechos, la resurrección es el más
importante, es como el meollo de la proclamación primitiva, el alma del anuncio de los
grandes hechos de Dios en Cristo. En 1.° Corintios 15 el apóstol Pablo gone el énfasis,
igualmente, en los hechos y, muy especialmente, en el hecho de la resurrección. En
segundo lugar, cabe destacar el gran significado que encierra el que la función de ser
testigo se identifique con el apostolado; y el apostolado en su sentido restringido, limitado
a los Doce, el apostolado comisionado y avalado por Cristo. Todo “do que Jesús
comenzó a hacer y a enseñar”325 debe ser continuado y confirmado por el testimonio de
los apóstoles. Es así como reciben un lugar especial en la historia de la salvación. No
sólo los grandes hechos de Dios en Cristo, sino su misma proclamación por los testigos
escogidos por Dios, pertenece al plan redentor de Dios. E1 registro escrito de las
palabras y los hechos de los apóstoles no es mera biografía, ni siquiera un bosquejo de
historia de la primitiva Iglesia; es, sobre todo, evidencia de la certeza de la fe cristiana 326
y fundamento de la comunidad creyente en todo el mundo y en todo tiempo. La Iglesia de
Jesucristo no tendrá otro apoyo que el que le presta el basamento de los apóstoles y
profetas, en el cual ocupa Pedro un primer lugar cronológico327, patente en los
Evangelios y en los primeros discursos del libro de los Hechos.

En la proclamación del kerygma primitivo, la singularidad del apostolado pone de


manifiesto su significado especial. El número de apóstoles aparece limitado, y concreto,
porque el apostolado se halla inseparablemente unido al testimonio de primera mano
-casi sensorial, táctil- de quienes vieron con sus ojos y palparon con sus manos 328 todo lo
relativo a la historia de nuestra salvación. Por consiguiente, el apostolado es genus
suuna. Es inconcebible cualquier idea de sucesión apostólica, en el sentido personal de
la expresión, puesto que se halla en conflicto con el puesto único y peculiar que los
apóstoles tienen en la historia de la salvación, puesto inamovible y perenne 329. El

325
Hechos 1:1.
326
Lucas 1:4, cf. Hechos 1:1 y ss.
327
Mateo 16:18. Cf. Oscar Cullmann, St. Pierre, Disciple. Ap6tre et Martyr,1952, pp.48 y ss.; 187 y ss.
328
1ª Juan 1:2; Pedro 1:16.
329
Apocalipsis 21:14; Efesios 2:20; Romanos 15:20. La elección de Matías no implica que el
apostolado iba a perpetuarse. Todo lo contrario, ya que la condición impuesta (“que haya sido
testigo con los demás apóstoles de la resurrección de Cristo”, Hechos 1:21, 22) muestra su
verdadero carácter de sustitución -que no de sucesión- de Judas, para poder completar el número
dote que caracterizó al grupo apostólico. E1 pensamiento hebreo exigía que hubiera dote apóstoles
como había dote tribus de Israel. En el lenguaje bíblico, el número 12 es la cifra que simboliza el
ministerio sagrado.
El carácter único del ministerio de los Doce explica por qué no se sintió ninguna necesidad de
llenar la vacante dejada después del martirio de Santiago, pese a que anteriormente se había
buscado un sustituto para Judas. No hay contradicción, todo lo contrario: Judas, por su traición,
había perdido el derecho al apostolado, y hacía evidente que sólo había habido 11 apóstoles. Pero
el martirio de Santiago no deja ninguna vacante, pues formaba parte, precisamente, de su
testimonio como apóstol (Hechos 12:1, 2). La posición de los Dote se perpetuará en las edades
futuras y aún en la misma eternidad, no mediante sucesores, sino personalmente mediante sus
escritos que le sirven al Espíritu Santo como instrumento de revelación y salvación. Cf. Floyd V.
Filson, Three Crucial Decades, “Studies in the Book of Acts”, p. 56.Judas 3 es concluyente sobre

258
La Teología de la Reforma
testimonio apostólico fue el canon de la Iglesia del Nuevo Testamento. El Nuevo
Testamento, que recoge dicho testimonio, debe ser el canon de la Iglesia de todos los
tiempos; la regla delimitada de la predicación evangélica y de la vida cristiana.

***

III La tradición apostólica

El canon apostólico halló su primera expresión, no en la forma definitiva que había de


ser recibida por la iglesia, es decir: en los veintisiete libros del Nuevo Testamento, sino
en la predicación de los apóstoles. Las exigencias cronológicas que así lo exigen, y así lo
determinan, son fáciles de comprender. Los apóstoles no se sentaron a escribir como
medida primera a inmediata de su vocación. La autoridad que habían recibido de Cristo
halló en la proclamación oral del Evangelio su primer cauce.

No obstante, tan pronto como escribieron, ellos mismos colocaron su palabra escrita al
mismo nivel que la palabra hablada. Pablo, por ejemplo, escribió: “Así que, hermanos,
estad firmes y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra o por carta
nuestra”330. En los escritos más tardíos del Nuevo Testamento encontramos ya las
huellas precisas de una colección de textos apostólicos y de la consiguiente formación
de un canon escrito331, y siempre aparecen colocadas al mismo nivel la palabra
apostólica hablada y la escrita332. Pero subrayamos que se trata siempre de la palabra
apostólica y no de ninguna otra. Para formarnos un juicio correcto de los orígenes del
Nuevo Testamento debemos, por consiguiente, discernir, primero, la manera como la
predicación apostólica llegó a ser la estructura básica, con el más importante significado
fundacional, para la Iglesia. Eso habrá de llevarnos al concepto neotestamentario de la
paradosis, es decir: la tradición.

El evangelista Lucas escribe a modo de prólogo: “Habiendo muchos tentado a poner


en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, como nos lo

el particular. Hace referencia al conjunto de la Revelación cristiana como “la fe que ha silo una
vez dada a los santos”. Comentando este pasaje, la traducción de la Sagrada Biblia Bover-Cantera
afirma: “La revelación cristiana, transmitida a la Iglesia por los apóstoles, es inmutable a
invariable; no sufre adiciones, ni menguas, ni alteraciones.”
Bengel traduce: ano será ya dada ninguna otra fe jamás”, la fe evangélica ha sido dada una vez,
solamente; una vez por todas. Terry, Biblical Hermeneutics, p. 211.
El mismo Concilio Vaticano II ha declarado: “La economía cristiana, por tanto, como alianza
nueva y definitiva nunca cesará y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la
gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1.11 Tim. 6:14; Tito 2:13).” Constitución
De¡ Verbum sobre la Divina Revelación, 1:4.

330
2ª Tesalonicenses 2:15.
331
2ª Pedro 3:15.
332
2ª Pedro 3:2; 1ª Pedro 1:12.

259
La Teología de la Reforma
enseñaron los que desde el principio lo vieron por sus ojos, y fueron ministros de la
palabra”333, con lo cual no sólo trata de justificar sino de fundamentar su doble trabajo
como autor de un Evangelio y del libro de los Hechos de los Apóstoles. Judas exhorta
igualmente a sus lectores a que contiendan “”eficazmente por la fe que ha sido una vez
dada a los santos”334, con lo que se refiere al contenido del depósito de creencias re-
veladas a que alude en el resto de su carta. El autor de la carta a los Hebreos, al hablar
de la palabra que nos ha traído una salvación tan grande, añade: “La cual, habiendo
comenzado a ser publicada por el Señor, ha sido confirmada hasta nosotros por los que
oyeron: testificando con ellos Dios con señales y milagros y diversas maravillas y
repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad”335. Y el apóstol Pablo no se cansa
nunca de recordar en sus cartas, una y otra vez, a sus lectores aquello que les entregó al
anunciarles el Evangelio, bien sea por vez primera o en posteriores ocasiones336.

El mensaje redentor que luego será Nuevo Testamento halla su primera expresión en
la primitiva tradición apostólica337. Los escritos vendrán luego y serán la fijación prevista
de una primitiva tradición oral. Entonces (en la época apostólica todavía), los primeros
escritos y el mensaje oral de los apóstoles constituirán, conjuntamente, lo que con toda
propiedad se llama la tradición apostólica, la doctrina recibida de los apóstoles338.

A veces, se ha pensado en la tradición como aquel momento en que el contenido de la


revelación ha trascendido ya su propia época, es decir: el tiempo de la redención, y ha
desembocado en las vicisitudes de la eventualidad eclesiástica y humana. Si as! fuera, la
tradición no sería, en ningún caso, la creación del mismo Cristo. Ni siquiera en su forma
escrita. No sería la transmisión apostólica, establecida mediante la dirección especial del
Espíritu Santo. Tan sólo equivaldría a la forma, y las fórmulas, que la Iglesia impondría al
Evangelio bajo el acicate de toda suerte de dificultades, influencias y contingencias.
Desgraciadamente, éste es el concepto que de la tradición tienen algunos autores,
concepto que no someten a crítica al hablar del Nuevo Testamento, con lo cual cometen
un grave olvido: pasan por alto que la tradición según la entiende el Nuevo Testamento
es algo muy distinto. Las trágicas consecuencias de muchas investigaciones modernas
en torno al Nuevo Testamento se deben a que los escritos apostólicos son examinados
con los mismos principios y conceptos que generalmente se emplean en la crítica
literaria mundana y con los mismos instrumentos de trabajo que se usan para el estudio
de las tradiciones meramente humanas.

Pero si, libres de prejuicios, buscamos en el Nuevo Testamento su propio concepto de


tradición descubriremos un sentido completamente distinto. El concepto
neotestamentario de la tradición no tiene nada que ver con la idea general de las
tradiciones históricas, o leyendas, que se dan en todos los pueblos. Tampoco se asimila

333
Lucas 4:1-4
334
Judas 3.
335
Hebreos 2:3-4.
336
1ª Corintios 15:3; 1ª Corintios 11:23.
337
Colosenses 2:6 y ss.; Romanos 6:17; 1.8 Tesalonicenses 2:13; 2ª Tesalonicenses 2:16; 1ª Corintios 11:2; Filipenses
4:9; 1ª Tesalonicenses 4:1; 2ª Tesalonicenses 3:6; 2ª Pedro 2:21
338
2ª Tesalonicenses 3:6

260
La Teología de la Reforma
a aquella noción de tradición en el sentido de una escuela determinada de pensamiento
cuyas formulaciones son preservadas, o custodiadas, bajo la dirección de ciertas
autoridades rectoras, al estilo de una escuela filosófica, por ejemplo. Por la terminología
que el Nuevo Testamento reserva a su entendimiento de la tradición, sobre todo según el
use que de ella hace Pablo, más bien parece que el concepto cristiano, evangélico, de la
tradición se halla fuertemente determinado por el correspondiente concepto judío.

Para los judíos, la autoridad de la tradición no se derivaba de alguna, o algunas,


precedentes generaciones, o de la capacidad sucesoria de tal o cual escuela. Dicha
autoridad emanaba de la misma naturaleza del material transmitido, es decir: de su
contenido y del oficio de los maestros de la Ley. El contenido de esta tradición era, antes
que nada, la santa Torah, la Ley dada por Dios a Moisés. Los entendidos en dicha Ley
eran respetados y tenían autoridad porque se sentaban “sobre la cátedra de Moisés”339.

Oscar Cullmann ha señalado cómo Jesús y Pablo rechazaron, por un lado, la doctrina
de la tradición sustentada por los rabinos judíos, acusándola de invalidar el mandamiento
de Dios y la comprensión del mensaje y la obra de Cristo, y, por otro lado, tanto el Señor
como su apóstol describen el contenido de la proclamación cristiana y su autoridad en
términos tomados prestados de la antigua terminología judía sobre la tradición340. Pablo,
por ejemplo, enseña a insta a las Iglesias a “retener” lo que les ha transmitido, y ello
mediante el empleo de una terminología generalmente empleada para referirse a la
tradición341. Esta terminología es notoria, especialmente, en el conocido pasaje de 1.a
Corintios 15:1-4: “Además, os declaro, hermanos, el Evangelio que os he predicado, el
cual también recibisteis (parelabete), en el cual también perseveráis; por el cual,
asimismo, si retenéis (katexete) la palabra que os he predicado, sois salvos, si no
creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que
Cristo fue muerto por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado,
y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras.” La manera como este pasaje ha
sido influido por la terminología de la tradición judía se echa de ver, sobre todo, por los
términos cuyo original hemos dado entre paréntesis. Exactamente como hace también
en la Corintios 11:23 (“Yo recibí del Señor lo que también os he enseñado”), Pablo se
señala en primer lugar a sí mismo como el receptor y como el transmisor de la tradición
cristiana. Esto queda todavía más subrayado por el hecho de que emplea la palabra
“también” en ambos pasajes.

La naturaleza de la tradición se descubre transparente en el use de los términos


“recibido” y “ enseñado”, o entregado. Algunos eruditos piensan hoy que, en la Corintios
15, Pablo está citando una confesión de fe eclesiástica, más o menos fija, una confesión
que tiene que ver con los sufrimientos, la muerte y la resurrección de Cristo. Sin

339
Mateo 23:2.
340
Marcos 7:8; Mateo 5:21 y ss.; Colosenses 2:8 y ss. Cuando se habla de las tradiciones de la Iglesia primitiva, es
preciso tener en cuenta, constantemente, el paralelo que nos ofrece la tradición judía de los rabinos. Veremos, por otra
parte, que el apóstol Pablo emplea exactamente el mismo término griego "paradosis" que, como antiguo alumno de
Gamaliel, debió de haber usado en su pasado judío. Si consideramos la manera radical con que Jesús rechazó en
bloque la "paradosis" de los judíos, nos sorprende comprobar que el apóstol Pablo haya podido aplicar este concepto
tan desacreditado, sin más, a los preceptos morales y a las doctrinas que servían de norma a la comunidad primitiva.”
0. Cullmann, op. cit., pp. 11 y 12.
341
1ª Corintios 11:2 y 15:2; 2ª Tesalonicenses 2:15; cf. Marcos 7:4, 81.

261
La Teología de la Reforma
embargo, el use de la terminología rabínica de la paradosis nos invita a dirigir la
investigación en otr o sentido. La tradición de la que habla Pablo aquí no es de
naturaleza social, no se enmarca tan sólo en la actividad colectiva de la iglesia, sino que
más bien se trata de un ejemplo -entre otros- del poder personal, apostólico, autorizado a
inspirado de los apóstoles. Estos no transmiten la tradición porque haya adquirido una
forma definida y aceptable en la vida de fe de la iglesia, sino que hacen entrega de la
paradosis en virtud de la autoridad recibida de Cristo mismo, y por la cual sabían que
eran los guardianes y los portadores de esta tradición. Que hemos de entender el
concepto paulino de la tradición de esta manera, y no de ninguna otra, lo vemos
claramente en la Corintios 15:3 y ss., en donde Pablo da una lista de los testimonios
apostólicos, quienes desde el principio contendieron por la verdad de la tradición a que
se alude342. Es su testimonio y no un cierto credo fijado por la comunidad primitiva lo que
determina el significado del concepto de la tradición. El mismo argumento puede hallarse
en el prólogo que Lucas escribió para su Evangelio. La tradición a la cual apela, y el
contenido de su libro, descansan sobre el testimonio de “los que desde el principio lo
vieron por sus ojos y fueron ministros de la Palabra”343. Y es, asimismo, bajo esta luz que
hemos de entender el carácter de los otros Evangelios sinópticos. Cuando Marcos
comienza su Evangelio con las palabras: “Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de
Dios”344, no hay ninguna razón para interpretar esta expresión como queriendo decir: “La
predicación de la Iglesia.” Más bien hemos de parafrasearla en el sentido de “la
predicación de los apóstoles, enseñada según el mandato de Cristo”345.

La tradición de la que habla el Nuevo Testamento no es, pues, una corriente


desbocada que se origina en los grandes acontecimientos redentores y que luego fluye
incesantemente como la fe o la teología de la Iglesia. La tradición es una proclamación
autorizada, confiada a los apóstoles como testigos de Cristo y como fundamentos de la
Iglesia. Es una herencia preciosa que deben transmitir exactamente de acuerdo con el
mandato recibido346. Por lo tanto, dicha tradición recibe también el nombre de “la
doctrina” a la cual hay que obedecer347, o es usada como sinónimo de esta doctrina348,
identificada con el Evangelio apostólico349. Se trata de la misma autoridad que el apóstol
ejerce en dondequiera que se refiere a su propia predicación como “lo que os he
enseñado” y a la subsiguiente aceptación eclesial de ello como lo que “recibisteis”. Y es
precisamente esta autoridad apostólica 1o que hace que 1a tradición sea “tradición”. De
la misma manera que hubo un tiempo cuando Pablo era alumno de los rabinos y celoso
de las tradiciones de los ancianos350, como de una santa tradición derivada en último

342
Oscar Cullmann, op. cit., pp. 15 y ss.
343
Lucas 1:2.
344
Marcos 1:1.
345
“Die Christustradition der Urgemeinde existiert als apostolische Tradition; K. E. Skydsgaard, Christus -Der Herr
der Tradition, en “Schrift en Kerk”, p. 83 (1953), citado por H. N. Ridderbos en The Authority of the New Testament
Scriptures, p. 86.
346
1ª Timoteo 6:20.
347
Romanos 6:17.
348
Gálatas 1:12; Filipenses 4:9; Colosenses 2:6-7; 2ª Tesalonicenses 2:15.
349
1ª Corintios 15:1.
350
Gálatas 1:14.

262
La Teología de la Reforma
análisis de Moisés (y por éste, de Dios mismo), ahora pronuncia maldición sobre todo
aquel que “os anunciare otro Evangelio distinto del que os hemos anunciado”351.

Lo que diferencia la paradosis de Cristo del principio rabínico de la tradición es que,


por una parte, el mediador de la tradición no es el doctor, el rabino -escribe Oscar
Cullmann352-, sino el apóstol en tanto que testigo directo, y, por otra parte, el principio de
la sucesión no entra en juego a la manera mecánica de los rabinos, sino que va ligado al
Espíritu Santo.

La manera como Pablo relaciona el progreso y la retención de la tradición con Cristo


mismo nos dará más luz todavía sobre este punto.

351
Gálatas 1:9.
352
Oscar Culhnann, op. cit., p. 25, en donde prosigue: “En Gálatas 1:12, Pablo niega expresamente
haber recibido el Evangelio de los hombres. Este punto es fundamental para su autoridad
apostólica. Como apóstol, como testigo, es preciso que esté en relación con el Señor. La dignidad
única del apóstol es que ha recibido un "apocalipsis" directo. Sin embargo, esto no se relaciona tan
sólo con la comprensión teológica de la historia de la salvación, sino con los hechos de esta
historia también. Baste recordar aquí la resurrección, de la cual los apóstoles han de dar testimonio
como de un hecho real (Hechos 1:22; 1ª Corintios 9:1). Para los Doce se trata de dar testimonio de
los acontecimientos que se produjeron en la época cuando Jesús "entró y salió" en medio de ellos
(Hechos 1:21). Considerada desde este ángulo, la distinción arriba mencionada entre la
comunicación de los hechos y la comunicación de su significado teológico pierde todavía más su
razón de ser. Y es que ambos son revelados al apóstol por el Señor, el apóstol es testigo directo de
los dos...
“Pero mientras el rabino judío transmite, por así decirlo, en una sucesión automática de rabinos, la
"tradición de los ancianos", que por esta misma razón no es más que "tradición humana" (Marcos
7:8), el apóstol tiene necesidad del llamamiento de Dios y del Espíritu Santo para estar en
condiciones de cumplir esta tarea que consiste en transmitir la tradición. En la época apostólica no
existe todavía contraste entre sucesión y Espíritu Santo. En el judaísmo, la actividad del rabino
señala el fin de la profecía, el fin de la inspiración directa del Espíritu Santo. El rabino sucede al
profeta. El apóstol también transmite la tradición, pero su ministerio se funda en el don del Espíritu
Santo. Por esta razón, podemos colocar, en último análisis, la función del apóstol vis a vis de la
tradición junto a la del Señor mismo, el Kyrios que es el Neuma (2.a Corintios 3:17). Al principio
de este capítulo nos habíamos planteado el problema de saber cómo el apóstol Pablo había podido
atribuir una tan grande dignidad al concepto de la paradosis, toda vez que Jesús había rechazado
toda tradición como obra humana opuesta al mandamiento divino y esto tanto más cuanto que la
idea misma de una revelación transmitida por vía de una tradición cualquiera podía parecer
excluida para siempre. Pero hemos comprobado que, siguiendo el concepto del cristianismo
primitivo, una paradosis ton apostolon (tradición de los apóstoles) no es una paradosis ton
antropon (tradición de los hombres). Al contrario, es el Kyrios mismo el que preside la
transmisión, de tal manera que ya no hay oposición entre la tradición apostólica y la revelación
directa. En Colosenses 2:6-8, Pablo establece una distinción entre la paradosis legítima del Cristo
Jesús, Señor, y la tradición de los hombres, y es entonces cuando usa la expresión paradosis ton
antropon para designar las tradiciones gnósticas.
“Llegamos pues, a esta conclusión: que de acuerdo con el Nuevo Testamento sólo hay una
tradición legítima: la que es transmitida por los apóstoles y se designa bajo el nombre de Kyrios.

263
La Teología de la Reforma

En el primer capítulo de Gálatas, tan importante para nuestro tema, Pablo afirma: “el
Evangelio que ha sido anunciado por mí, no es según hombre; pues ni yo lo recibí, ni lo
aprendí de hombre, sino por revelación de Jesucristo”353. ¿Con qué autoridad anuncia
Pablo el Evangelio? La que le viene de su llamamiento por la gracia de Dios, según nos
aclara en los versículos siguientes354. No significa esto que Pablo apela única y
exclusivamente a su revelación personal habida en el camino de Damasco para avalar
su mensaje. Más bien hemos de inferir, al considerar pasajes como los de 1.a Corintios
11 y 15, que también él recibió cierta paradosis de los otros apóstoles, como señala
Cullmann: el apóstol “ es un miembro del grupo de los Doce que debe dar testimonio no
sólo del resucitado, sino también del Cristo encarnado (de "todo el tiempo que el Señor
entró y salió entre nosotros", según Hechos 1:21). Se deduce de ello que no todo
apóstol, individualmente, se halla en condiciones de transmitir el relato de todos los
acontecimientos. San Pablo mismo no puede en todo caso testificar, como testigo ocular,
de los eventos relacionados con la vida terrestre de Jesús. No obstante, Pablo es apóstol
porque puede dar un testimonio directo del Señor resucitado que él vio y escuchó en el
camino de Damasco. Para los otros hechos importantes depende del testimonio ocular
de los otros apóstoles. Este es el momento de recordar su encuentro con Cefas en
Jerusalén (Gálatas 1:18), así como la paradosis de 1ª Corintios 15:3 y ss., en donde
distingue netamente entre el acontecimiento de Pascua propiamente dicho, transmitido
por el testimonio de los otros apóstoles, y la aparición que él mismo ha visto. No hay que
olvidar que es precisamente en este pasaje, luego de haber citado la paradosis, en
donde subraya, en el v. 11, su acuerdo con los apóstoles primitivos. Comprendemos así
cómo, en virtud de una cierta comunión creada por la función de apóstol, testigo de
Cristo, toda tradición transmitida por los apóstoles ha podido ser considerada como
directamente revala por Cristo, el "Kyrios". Así, san Pablo puede decir de una tradición
-que ha recibido en realidad por la mediación de los demás apóstoles- que la ha recibido
"del Señor". La transmisión por medio de los apóstoles no es una transmisión obrada por
hombres, sino por el Cristo, el Señor mismo que comunica la revelación de esta manera.
Todo lo que la comunidad conoce de las palabras de Jesús, o bien de los relatos de su
vida, o aun de su interpretación, proviene de los apóstoles. Uno ha recibido tal
revelación, otro apóstol ha recibido aquella otra. El apóstol es, por decirlo así, por
definición, aquel que transmite lo que ha recibido por revelación. Mas como que todo no
ha sido revelado a cada apóstol en particular, cada uno debe transmitir su testimonio al
otro (Gálatas 1:18; 1ª Corintios 15:11), y sólo la paradosis completa, entera, a la cual
contribuyen todos los apóstoles, forma la paradosis del Cristo. Por extensión, es la
comunidad apostólica toda entera que cumple efectivamente la función de transmitir la
tradición. Tal es la vía histórica que ha seguido el Kerygma primitivo. Es preciso, pues,
afirmar que el fundamento teológico de la tradición descansa sobre el ministerio
apostólico. Con razón R. Bultmann escribe en su Théologie du Nouveau Testament que
el concepto del apostolado en la Iglesia primitiva está determinado por la idea de
tradición. De la misma manera que la tradición judía pasa por los "tannaim", la tradición
de Jesús pasa por los apóstoles. No es por casualidad si, precisamente, en los pasajes

“Esta apreciación tan netamente positiva de la paradosis apostólica ¿nos autoriza para otorgar el mismo valor norma-
tivo a la paradosis eclesiástica posterior?”
353
Gálatas 1:12.
354
Gálatas 1:15.

264
La Teología de la Reforma
esenciales relativos a la paradosis de Cristo, sobre todo Gálatas 1:12 y 1ª Corintios 15:3
y ss., siempre se trata, al mismo tiempo, del apostolado”355.

No existe, pues, contradicción entre la autoridad de un apóstol, recibida del mismo


Señor resucitado, y el use de las tradiciones de otros hombres llama dos por el Señor
para desempeñar el mismo apostolado. Y ello hasta tal punto que Pablo comprendió toda
paradosis en el más estrecho contacto con Cristo mismo. Incluso atribuye la continuación
de dicha tradición al Señor vivo y exaltado a la diestra del Padre. Significativa es la
afirmación que hace al tratar de la cena del Señor, cuando escribe a los corintios:
“Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la
noche que fue entregado, tomó pan...” 356. Las palabras “yo recibí del Señor” son
especialmente esclarecedoras. Porque detrás de esta paradosis se halla el mismo
Señor. Y es a él, al Señor, que Pablo apela en plena conciencia de su poder y ministerio
apostólicos (“Porque yo recibí”), en oposición al use impropio que se hacia en Corinto de
la Cena del Señor. A menudo, se explica este texto en el sentido de que Pablo señala a
Jesús como el primer anillo en la cadena de la transmisión, es decir: la tradición se
remontaría a las propias afirmaciones de Jesús en los días de su aparición en la tierra y,
por lo tanto, el apóstol la presenta como recibida de esta primera fuente cronológica.
Esta interpretación destaca el hecho (a menudo ignorado a olvidado) de que el apóstol
no desea apelar, en esta circunstancia, a ninguna revelación directa, sino más bien a una
tradición que le ha sido transmitida por otros apóstoles. Ridderbos y Cullmann 357 lo
entienden así. Este último amplía su investigación y afirma además que el término
“Señor” en este contexto no se refiere simplemente al Jesús histórico, sino al Señor
ascendido y exaltado a la diestra de la Majestad en las alturas. La frase de Pablo en 1 á
Corintios 11:23 se explica, pues, como referida al Cristo resucitado en tanto que él
mismo obraba en la tradición apostólica. La fórmula paulina expresaría una
comunicación directa, pero no en el sentido de haber necesitado una visión, sino a la
manera como el Señor transmite su paradosis de un apóstol a otro y, por medio de todos
ellos, a la Iglesia. El Señor, Cristo exaltado, es el portador último de la tradición y el
agente soberano de la misma.

Esta interpretación de Cullmann y Ridderbos está de acuerdo con el vocabulario que


suele emplear Pablo al referirse a alguna palabra de Cristo recordada literalmente:
“denuncio, no yo, sino el Señor...”, “os decimos esto en palabra del Señor...”358. Es dable,
pues, concebir la tradición no solamente como una palabra “histórica” y
“cronológicamente” recordada de Jesús, sino como un hablar directo del Señor a sus
apóstoles, aun por medio de palabras pronunciadas antaño por el Mesías. Esto es así
porque el Señor está presente siempre con sus apóstoles y el Espíritu Santo los conduce
a toda verdad, bien sea por revelación directa, bien sea por el conjunto de recuerdos que
la inspiración divina selecciona a interpreta.

Estas consideraciones sobre la manera como Pablo transmite la paradosis nos


autorizan a pensar que, efectivamente, es el Señor exaltado a la diestra del Padre y

355
Oscar Cullmann, op. cit., pp. 25 y 26.
356
1ª Corintios 11:23.
357
H. N. Ridderbos, op. cit., pp. 22 y 23; 0. Cullmann, op. cit., pp. 88 y ss.
358
1ª Corintios 7:10, 12, 25; 1ª Tesalonicenses 4:15.

265
La Teología de la Reforma
obrando por su Espíritu el que habla en 1ª Corintios 11:23. De ahí que el apóstol pueda
decir: “ Yo recibí del Señor.” Es obvio que para Pablo la tradición es algo tras lo cual se
halla Cristo presente, y no sólo el Cristo terreno, sino el Cristo resucitado. La explicación
la encontraremos en el hecho de que Pablo, al transmitir las palabras históricas del
Señor de los cielos, se sabe un siervo autorizado, un apóstol de Jesucristo. “La tradición
en el Nuevo Testamento -escribe Ridderbos- es, por consiguiente, más qué la mera
reproducción de lo que ocurrió una vez. La tradición en el Nuevo Testamento es, sobre
todo, tradición apostólica, la palabra del Dios vivo. Es palabra autorizada sobre Cristo y
también de Cristo. Es la misma palabra que el Señor pronuncia, en la unidad de su
persona terrena y celestial, por medio del servicio de sus apóstoles y a través de su
posesión por el Espíritu Santo”359. De manera que el que escucha a los apóstoles
escucha también a Cristo. Las palabras de los apóstoles no son palabras meramente
humanas. Deben aceptarse como Palabra de Dios360.

A1 parecer, un apóstol no distinguía esencialmente (es decir: no hacía diferencias) entre


lo que él había recibido de los demás como tradición del Señor, y lo que él mismo
enseñaba a la iglesia como palabra y voluntad del Señor. ¿Hacía distinción, sin embargo,
entre su palabra apostólica y la palabra recordada del Señor como algunos pretenden
deducir del capítulo 7 de 1ª Corintios, especialmente los vs. 10, 12, 25 y 40? Pablo dice
no tener mandamiento del Señor tocante a las vírgenes. Cierto que no se usa en este
pasaje la palabra tradición, pero el vocablo “mandamientos” encierra en este contexto el
mismo significado. En los versículos 10 y 12 es fácil percibir dicha connotación.
¿Deduciremos de estos textos que los apóstoles vindicaban absoluta autoridad para sus
enseñanzas cuando éstas podían basarse en palabras expresas de Jesús y que, en
cambio, sólo atribuían cierta autoridad moral a sus propias palabras? La verdad es que
en 1.8 Corintios 7 el apóstol señala, por un lado, aquello que es palabra recibida por
medio de la paradosis apostólica y lo que puede decir por sí mismo, individualmente,
sobre la base de su autoridad personal. Muy significativo es que para esto último se
fundamente en el hecho de que posee el Espíritu de Dios361. Pablo trata en esta sección
ciertas cuestiones que se dieron en unas circunstancias especiales. La intención del
apóstol no fue hacer una diferencia cualitativa entre su propia palabra y la del Señor,
como si quisiera mandar una obediencia incondicional a las palabras de Jesús y
presentar sus propias palabras como mera opinión personal. La única cosa que Pablo
deseaba explicar a los corintios es que, para ciertas cuestiones, su autoridad apostólica
359
H. N. Ridderbos, op. cit., p. 22; cf. 2ª Timoteo 1:14.
360
1ª Tesalonicenses 2:13.
361
1ª Corintios 7:40, cf. v. 25. “Es verdad que, en 1.° Corintios 7:10, el pronombre Ego (yo) se usa en oposición al
Kyrios (Señor). Pero se trata, sin embargo, del mismo ego de la conciencia apostólica. En este pasaje, san Pablo quiere
dejar bien sentado que, incluso en aquellos casos en que el Señor no les dejó instrucciones precisas transmitidas por la
tradición, los apóstoles tienen derecho a dar su opinión. Este ego es, de alguna manera, la expresión misma de las
pretensiones del apostolado. Es lo que demuestra el v. 25: "Sobre las vírgenes no he recibido mandamiento del Señor.
Pero doy mi opinión en tanto que hombre a quien el Señor, en su misericordia, ha concedido el don de serle fiel." Esta
gracia de la fidelidad está íntimamente unida al ministerio particular del apóstol que estudiamos. Esta fidelidad se
manifiesta en una doble función: por una parte, transmitir fielmente la paradosis sobre Jesús -esto es lo que indica el
pronombre ego en 1.a Corintios 11:23-, y, por otra parte, dar opiniones que, si bien se inspiran en esta paradosis la
trascienden y deben serle enteramente subordinadas. Esto es lo que indica el mismo pronombre en 1.a Corintios 7:10.
Este último ego deriva su autoridad del primero, según el cual el apóstol aparece como el agente legítimo y autorizado
de la paradosis de Cristo” Oscar Cullmann, op. cit., p. 27.

266
La Teología de la Reforma
podía recurrir a la cita de algunas palabras expresas del Señor, pero que para otras
necesidades no tenía referencias explícitas. En ningún momento intenta Pablo disminuir
su autoridad apostólica. Tal impresión ha sido, muchas veces, resultado de mediocres
traducciones más que de la buena exégesis. Que el apóstol no hace diferencia entre la
autoridad de sus propias palabras apostólicas y la de las palabras del Señor, se pone de
manifiesto en el hecho de que toda su enseñanza repite una y otra vez los conceptos de
“tradición”, “recibir”, etc., hasta tal punto que -a la luz de lo que hemos estudiado sobre la
paradosis en la conciencia de la Iglesia primitiva y, sobre todo, en la conciencia de los
apóstoles- resulta imposible delimitar hasta qué punto Pablo basa sus consejos en las
palabras de la tradición y sus mandamientos en las palabras expresas de Jesús, toda
vez que ambos conjuntos de palabras constituyen la única y sola tradición apostólica
dada, precisamente, por el mismo Señor a los mismos apóstoles362.

La noción de la paradosis en el Nuevo Testamento es dinámica. Y también


eminentemente personal. Cierto que, como hemos indicado, no todos los apóstoles
supieron todas las cosas como testigos directos de las mismas. La tradición significa el
conjunto de todas las revelaciones y toda la inspiración que fueron dadas a la totalidad
de los Doce y a san Pablo. Sin embargo, no vemos que los apóstoles tuvieran nunca
necesidad de consultarse antes de adelantar una enseñanza o de transmitir una
tradición. Y en esta característica tenemos un dato más del carácter sobrenatural de la
tradición apostólica. La autoridad de cada apóstol es personal y directa, recibida de
Cristo, no de nadie más, ni siquiera de otro apóstol363. Y aunque la paradosis resultante
que recibe la Iglesia constituye el conjunto de la enseñanza de los doce apóstoles, la
génesis de dicha paradosis ha sido obrada por el Espíritu Santo de manera directa y
personal en cada uno de los llamados a dicho ministerio profético, si bien ello no es
obstáculo -como señalamos ya anteriormente- para que unos informen a otros; al
contrario, pues precisamente en dicha información obra soberanamente el Espíritu que
procede así a la formación de la autoridad apostólica de cada uno de los doce.

La paradosis apostólica es, pues, un evento cristológico. El cristocentrismo que


empapa, por así decirlo, todo su mensaje y orientación explica la aparente contradicción
que se da en el hecho de que Jesús rechazara, por un lado, la “tradición de los ancianos”
y, por el otro, instituyera su propia tradición valiéndose de conceptos afines a aquélla. La
paradosis apostólica queda justificada así por su cristocentrismo, por ser tradición
cristiana (es decir: de Cristo) y no tradición humana. La tradición de los rabinos había
elaborado una completa “explicación” a interpretación del Antiguo Testamento que, con
el tiempo, llegó a colocarse al mismo nivel que la Escritura. Esto es lo que condenó
severamente Jesús, porque mediante su propia paradosis los rabinos traspasaban el
mandamiento de Dios, que dejaban a invalidaban364 de tal manera que su enseñanza no
era más que “mandamientos de hombres”365, cuyas consecuencias en el orden ético,
práctico y concreto de la vida diaria eran el nominalismo o la hipocresía366. Al añadir sus
propios criterios a la Palabra de Dios, los judíos no pudieron evitar la adulteración de la
362
1ª Corintios 11:2; 2ª Tesalonicenses 2:15; 3:6
363
Gálatas 1:17.
364
Mateo 15:3-6; Marcos 7:8, 9, 13.
365
Mateo 15:9; Marcos 7:6, 7.

267
La Teología de la Reforma
verdad divina. El comentario humano no debió de haberse colocado nunca al mismo
nivel que la revelación del Señor.

Por el contrario, Jesús pudo equiparar su propia enseñanza con el resto de la


revelación hebrea y como un comentario autorizado que él mismo encomendó a sus
discípulos. En el sermón de la montaña cita la ley que interpreta con palabras de igual
autoridad que las de la misma Torah: “Yo os digo...”367. Y al obrar así, aclaró que no
venia a abrogar la ley -como en realidad habían hecho los fariseos- sino a cumplirla368. La
clave de esta actitud nos la da la naturaleza de su persona. Jesús es el Mesías a quien
Dios ha dado su Espíritu sin medida y sólo él puede hacer un comentario válido y sin
error de la palabra de Dios, comentario que en sí mismo es también Palabra de Dios.
Este énfasis en la persona de Cristo se halla también en los pasajes más importantes de
las epístolas. En Colosenses 2:8, por ejemplo, Pablo advierte: “mirad que ninguno os
engañe por filosofías y vanas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme
a los elementos de este mundo, y no según Cristo”. El contraste y la oposición a las
tradiciones humanas es Cristo. Asimismo, en Gálatas 1:14, 16, Pablo confiesa haber
abandonado las tradiciones de sus mayores cuando Dios le reveló la verdad de
Jesucristo; de maner a que el Señor Jesús no sólo es el creador de la tradición
verdadera y auténtica, sino que él mismo constituye el contenido de esta tradición. En
efecto, esta paradosis cristiana se compone de tres elementos fundamentales: los
hechos de Cristo369 que esta tradición “centrega” y transmite; la interpretación teológica
de estos hechos370, y la clase de vida que, consecuentemente, se deriva de las en-
señanzas implícitas en aquellos hechos y su interpretación inspirada371. Y, por lo que se
refiere a la transmisión de esta paradosis, los agentes fundamentales de la misma son el
Espíritu Santo y los apóstoles, conjuntamente372. La combinación del testimonio ocular de
los Doce y el testimonio inspirado del Espíritu Santo obrando en los mismos Doce,
produjeron una tradición que en el Nuevo Testamento es la única paradosis tenida por
válida, hasta tal punto que complementa el canon del Antiguo Testamento373. De ahí que
1.a Timoteo 5:18 y 2.a Pedro 3:16 sitúen la tradición apostólica al nivel de la propia
Escritura y la describan incluso como tal. Y 2.a Pedro 1:16, 19 fundamenta la fe cristiana
sobre el testimonio ocular de los apóstoles y la palabra profética del Antiguo
Testamento374. Al llegar a este punto hemos de volver a cuanto dijimos sobre la
naturaleza especial y única del apostolado en el capítulo anterior. Puesto que la tradición
es el ministerio especialísimo que fluye del testimonio apostólico. Y todo lo que dijimos
tocante a la singularidad de éste debe ser dicho igualmente de la tradición apostólica.
Precisamente porque se trata de la “tradición apostólica”, no de la tradición de los ancia-

366
Mateo 15:8, 9; Marcos 7:6, 7.
367
Mateo 5:22, 28, 32, 34, 39, 44; cf. 6:25.
368
Mateo 5:17-19.
369
1ª Corintios 11:23; 15:3; Lucas 1:2.
370
1ª Corintios 15 presenta toda una línea de argumentación interpretativa.
371
1ª Corintios 11:2; 2ª Tesalonicenses 2:15; 3:6, 7; Judas 3; Romanos 6:17.
372
Juan 15:26, 27; 16:13.
373
Cj. New Bible Dictionary, art. “Tradition”.
374
Cj. nota 23 del cap. II.

268
La Teología de la Reforma
nos, de los hombres, sino de la tradición que Cristo mismo creó por su Espíritu y
salvaguardó para entregarla a la Iglesia. Tan imposible es una tradición continuada
indefinidamente y desvinculada de límites precisos como lo es el concepto de un
apostolado que se sucede de generación en generación. Los apóstoles, como
fundamento del edificio del pueblo de Dios, ocupan una posición única en la economía
redentora del Señor, y la tradición apostólica, que es el alma de este fundamento, vive
también únicamente en los confines y dentro de los límites de la apostolicidad.

La tradición apostólica fue durante un tiempo proclamada oralmente, fue tradición oral.
Luego, fue tradición escrita y oral375, en tanto que los apóstoles predicaban a iban
poniendo por escrito dicha tradición. Finalmente, todo ello quedó cristalizado en los
escritos apostólicos -cuyo contenido quedó garantizado por la dirección prometida del
Espíritu Santo- del Nuevo Testamento. No podemos, pues, apelar a los textos del Nuevo
Testamento que hablan de la paradosis para justificar cualquier otra clase de tradición
que no sea la que el mismo Nuevo Testamento define y en los términos -y límites con
que la define.

Mientras los apóstoles vivieron no se hizo sentir tanto la necesidad de poseer en forma
escrita sus enseñanzas, puesto que su consejo y predicación eran tan inspirados como
sus plumas, y así puede afirmarse que durante el primer siglo la tradición oral fue la más
evidente y conocida. San Pablo podía escribir a los creyentes de Efeso: “Vosotros no
habéis aprendido así de Cristo: sí, empero, lo habéis oído, y habéis sido por él
enseñados, cómo la verdad está en Jesús”376; como si los efesios hubieran oído per-
sonalmente al Señor. Pero es como si lo hubiesen oído, pues el que escucha la palabra
de los apóstoles escucha, de hecho, la palabra de Cristo. Mientras vivieron los apóstoles,
éstos podían escribir: “Así que, hermanos, estad firmes y retened la doctrina que habéis
aprendido, sea por palabra o por carta nuestra”377; la presencia de los apóstoles garanti-
zaba la fe y podía servir de valladar frente el error: “No os mováis fácilmente de vuestro
sentimiento, ni os conturbéis ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como
muestra ...”378. Sólo los apóstoles podían fijar un criterio seguro y definido, si bien ya
entonces existía el peligro de difundir cartas como de los apóstoles sin ser realmente de
ellos. Este peligro testifica de la alta autoridad que les era reconocida y de la necesidad
que tenía ya entonces la Iglesia de disponer de un canon apostólico concreto y
determinado. Toda vez que solamente el apóstol es quien ha recibido el Evangelio por
revelación y bajo la dirección del Espíritu Santo y, por consiguiente, sólo la suya es
tradición auténtica, testimonio infalible de la verdad divina. Sólo él forma parte del
fundamento que Cristo ha querido dar a su Iglesia: “Porque las palabras que me diste
-oró Jesús al interceder por los suyos- les he dado; y ellos las recibieron y han conocido

375
2ª Tesalonicenses 2:15; cf. 2:2 y 3:6.
376
Efesios 4:20, 21.
377
2ª Tesalonicenses 2:15.
378
2ª Tesalonicenses 2:2. El prólogo del Evangelio de Lucas indica ya en el primer versículo (1:1) la necesidad de
comprobar la apostolicidad de las paradosis que pudieran circular en las iglesias, pues, bien sea por curiosidad o por la
mezcla de piedad con la imaginación, se propagaron -ya antes de la amplia circulación de los libros inspirados, o junto
a ellos- ciertos escritos de los muchos que habían “tentado poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros
han sido ciertísimas. De manera que el propósito de dar a la iglesia escritos garantizados aparece diáfano en Lucas.
Resulta una exigencia creciente sentida por la primitiva comunidad cristiana de la que se hace eco Lucas. Tenemos
aquí uno de los primeros testimonios de la voluntad del canon apostólico para convertirse en canon escrito

269
La Teología de la Reforma
verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste... Mas no ruego
solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de
ellos”379.

Cristo aparece en este texto como el gran Apóstol380 de la paradosis del Padre, cuyo
conocimiento sólo él posee381. Cristo entrega dicha paradosis a los apóstoles y éstos, al
recibirla, obtienen un conocimiento verdadero. A su vez, son enviados para que, por
medio de su testimonio, por el anuncio de la paradosis de Cristo, muchos puedan
también creer en el Salvador. Y de la misma manera que el conocimiento revelador del
Padre y del Hijo fue dable únicamente mediante el contacto directo entre Cristo y los
apóstoles, así también el conocimiento Salvador de Cristo es posible solamente en la
medida que atendamos a las palabras de los apóstoles382. Pues los que han de creer,
“han de creer en mí por la palabra de ellos”, es decir: por la palabra apostólica.

¿Cómo han hallado cumplimiento estas palabras de Cristo?

IV El canon apostólico

Hemos visto que la tradición time, según el Nuevo Testamento, a los apóstoles como
sus órganos transmisores. Por esto es tradición apostólica. Forzosamente tenemos que
plantearnos una cuestión: “Si la tradición apostólica debe ser considerada como norma
de la revelación para todos los tiempos: ¿Cómo hacer actual para nosotros el testimonio
que Dios ha decidido dar a los apóstoles para la salvación del mundo? ¿Cómo hacerlo
real en nuestra época?”383.

Para responder adecuadamente esta cuestión hemos de volver a cuanto dijimos en el


primer capítulo sobre la estrecha, íntima a indisoluble relación que existe entre la historia
de la salvación y la revelación. No nos importa tanto el saber cómo la Iglesia, o las
iglesias, han contestado las preguntas que nos hemos formulado, como la respuesta que
la misma historia de la salvación time para estas cuestiones. Para ello, habremos de
dirigir nuestra atención al Antiguo Testamento y estudiar la manera que Dios escogió
para que la palabra de los profetas, la paradosis profética, llegara al pueblo de Israel, y
ver luego cómo el testimonio profético y el testimonio apostólico constituyen dos grandes
etapas de una misma y única revelación.

“Dios -leemos en la carta a los Hebreos384-, habiendo hablado muchas veces y en


muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días
nos ha hablado por el Hijo.” Hemos querido subrayar algunas expresiones de este texto
que nos muestran lo que podría denominarse “los tiempos de revelación”. En efecto,

379
Juan 17:8, 20.
380
Hebreos 3:1.
381
Mateo 11:27.
382
1a Juan 1:3.
383
Oscar Cullmann, La Tradition, p. 33
384
Hebreos l:1, 2.

270
La Teología de la Reforma
estos dos primeros versículos de la epístola a los Hebreos enseñan de manera diáfana
que la revelación no es un proceso continuado a lo largo de los siglos como el fluir
incesante de un río que, sin descanso, lleva sus aguas al mar. Por el contrario, la
revelación corresponde a la actividad redentora de Dios. Lo que Dios hizo es el
fundamento de lo que Dios dijo385. Ahora bien, este obrar de Dios es esporádico. La
revelación, como la salvación, ha sido obrada por Dios en ciertos instantes de la historia,
no a través de toda la historia. De ahí la diferencia entre lo que es, en términos
generales, la historia de la Humanidad y lo que, especialmente, llamamos “historia de la
salvación”, enmarcada en aquélla, pero cualitativa y sagradamente diferenciada. Por eso,
el autor de la epístola a los Hebreos escribe acerca de las dos grandes épocas de la
revelación -que en realidad corresponden a los períodos de la intervención salvadora de
Dios en favor de su pueblo: patriarcas, Moisés, profetas, etc.-: el “otro tiempo” de los
“profetas” (desglosado de “muchas maneras” y a su vez dividido en varios períodos
correspondientes a las varias intervenciones redentoras del Señor de Israel) y los
“postreros días” en que Dios nos ha hablado definitivamente “ por el Hijo”, que
corresponden al período del Cristo y sus apóstoles. Los “postreros días” son los del
cierre de la revelación, en espera de la segunda venida de Cristo que constituirá la última
y definitiva manifestación de Dios en el mundo presente. La revelación quedó concluida
con la muerte del último apóstol (no con la muerte de Cristo, según podemos entender
fácilmente por todo lo expuesto en los capítulos anteriores sobre el apostolado como
agente transmisor de la revelación de Jesucristo). Durante el “otro tiempo” y las “muchas
maneras” de la revelación de antaño, el obrar de Dios podía parecer “abierto”, y hasta
enigmático. Muchos no acertaban a ver con claridad cuál sería la réplica definitiva de
Dios a las respuestas negativas del hombre frente a la obra misericordiosa del Señor-, y
se preguntaban si la última de sus palabras sería una palabra de ira o una palabra de
amor. En “los postreros días” no cabe ya esta duda, pues Dios nos ha hablado por el Hijo
de manera definitiva que no Puede ser superada ni reemplazada386. El irrevocable
decreto salvador de Dios en Cristo es perfecto y consumado. Con Cristo cierra, pues, la
385
“Sus caminos notificó a Moisés, y a los hijos de Israel sus obras.” Salmo 103:7.
386
Cj. Oscar Cullmann, Christ et le Temps, Neuchatel París, 1947.
“El problema de la relación entre Escritura y Tradición puede considerarse como un problema de
la relación teológica entre el tiempo apostólico y el tiempo de la Iglesia. Todas las demás
consideraciones dependen de la solución que se dé a este problema... El tiempo en que se
desarrolla la historia de la salvación abarca el pasado, el presente y el futuro. Pero hay un centro
que sirve de punto de orientación, de norma, a toda la extensión de esta historia y este centro lo
constituye lo que nosotros llamamos el tiempo de la revelación directa o tiempo de la encarnación.
Comprende los años que van del nacimiento de Cristo a la muerte del último apóstol, es decir: a la
muerte del último testigo ocular que ha visto a Jesús resucitado y que ha recibido, bien del Jesús
encarnado o del Cristo resucitado, el mandato directo y único de dar testimonio de lo que ha visto
y oído. Este testimonio puede ser oral o escrito.
“Todas las fracciones particulares del Tiempo total derivan su sentido de estos breves años que son los años de la reve-
lación...
“Si consideramos la fe cristiana desde el ángulo del Tiempo, diremos que el "escándalo" de la fe
cristiana consiste en creer que estos pocos años que pare la historia profane no significan ni más ni
menos que otros por todos de la historia, son el centre y la norma de la totalidad del Tiempo. De este
escándalo tenemos un símbolo en el hecho de que tenemos por costumbre contar los años a partir del

271
La Teología de la Reforma
historia todo proceso revelador. Nada nuevo ha de decirse, ni puede decirse, porque
todo está dicho -hecho y dado- en el Hijo salvador y revelador. La clausura de la
revelación no debe, por lo tanto, ser entendida come algo de signo negativo o come un
empobrecimiento de la fe. Todo lo contrario. Este cierre está cargado de fuerza y sentido
positivo. Con el último de los apóstoles de Cristo la transmisión del mensaje quedó
cerrada. El pueblo de Dios -la Iglesia- lo tiene todo desde entonces: time lo que antaño
dijo el Señor “muchas veces” y “de mochas maneras a los padres por los profetas” y lo
que “en los postreros días” nos ha comunicado por el Hijo. Vive, en suma, en la plenitud
de la verdad.

¿Cómo ha llegado esta plena verdad hasta nosotros?

Si la revelación es dada por Dios al hombre en los grandes mementos de su obrar


redentor, no cabe duda de que pare tener conocimiento canto de la redención come de la
revelación divina hemos de ponernos en contacto con los testigos auténticos y auto-
rizados del doble acontecimiento que se produjo en cada ocasión que Dios irrumpió en la
historia profana. Y si la promesa divina va unida al mensaje de los apóstoles y profetas,
come testigos auténticos y autorizados hasta tal punto que los que han de creer llegarán
a la fe solamente por la palabra de éstos387, se infiere que únicamente mediante nuestra
escucha del mismo mensaje profético y apostólico podremos adquirir la fe que nos salve
y nos revela los misterios de Dios. ¿Cómo podemos hay, nosotros, prestar dicha
escucha?

Hagámonos también otra pregunta: ¿Cómo llegó hasta Israel la palabra profética? El
entendimiento de la transmisión de la Palabra de Dios “en otro tiempo” nos dará la clave
pare la comprensión de dicha transmisión “en los postreros día”o de la revelación.

En Deuteronomio se le promete a Israel que después de Moisés el Señor suscitará


profetas que hablarán en su nombre388. Pero la profecía se da come un don singular que
no queda confinado al criterio de ninguna institución levítica. Conviene observar que, así
come el ministerio sacerdotal (litúrgico, ritual) fue todo a la familia de Moisés -en su des-
cendencia-, convirtiéndolo en institución que fue constituida en la condición misma de la
validez del culto israelita, el ministerio profético, por el contrario, no está ligado a ninguna
línea institucional. La institución no es en la profecía la condición básica; antes al
contrario: el don profético, el carisma dado por Dios a quien guise y cuando guise, es el

que suponemos fue el de la fecha del nacimiento de Cristo. Es únicamente a partir de los
acontecimientos de estos años centrales que la fe ve el desarrollo en los dos sentidos, hacia atrás y
hacia adelante, de la historia de la salvación en el interior de la historia profane. Es solamente a la luz
de estos años que espera un cumplimiento de codas las cosas ligado al retorno de Cristo, y es, sobre
todo, a la luz de estos años que cree, en el tiempo presente, en una Iglesia-cuerpo de Cristo por
medio de la cual el Señor ejerce su reino actual en el universo.
“El problema Escritura - Tradición concierne al lugar que asignemos al Tiempo de la Iglesia en relación con el Tiempo
de la encarnación.” Oscar Cullmann, La Tradition, pp. 29, 30.
387
Juan 17:20.
388
Deuteronomio 18:15, 18, 20.

272
La Teología de la Reforma
requisito indispensable pare la validez de la función profética. En realidad,
comprendemos que Dios diera dejar lo ritual en manos de una familia, la casa de Leví,
pero que, al mismo tiempo, eludiera institucionalizar de igual modo la transmisión de su
verdad. Esta transmisión vino por los cauces que su libre y soberana gracia escogió. El
Señor, que conoce los corazones de los hombres, sabe de su natural propensión al
pecado y al error. Las mismas “escuelas de los profetas”, que desempeñaron al principio
una importante labor espiritual389, resultaron ineficaces a la larga para ser instrumentos
de revelación. Exceptuado Samuel (fundador de aquéllas) y seguramente algunos de sus
discípulos, no salió de las mismas ningún profeta escritor (entendemos por tales a los
que nos han legado su mensaje de forma escrita, que es lo mismo que decir: los que nos
han legado realmente su mensaje). En un momento muy critico de la historia de Israel,
cuando Dios no puede echar ya mar-o de los profetas de aquellas “escuelas”, levanta a
Amós, un rústico hombre del campo390, convirtiéndolo en mensajero de su verdad. Es
que el profeta verdadero no lo era por propia elección, sino porque Dios lo llamaba a
dicha vocación y ministerio. Y este llamamiento -como luego el de los apóstoles- era
individual; personalmente, el Señor fue llamando a sus profetas y enviándolos a su tarea
con el cargo y la carga de la autoridad divina.

Los profetas proclaman bien alto su llamamiento recibido de Dios -como después haría
Pablo391- y explican que son portavoces del mensaje de Dios, que no expresan sus
propias opiniones sino la Palabra. de Dios. Por esto, una y otra vez anuncian: “Así dice
Yahvé”392. No hay duda de que la predicación profética fue inspirada. Mas no sólo su
predicación, sino que su puesta por escrito lo fue igualmente393. Aún más, lo que
realmente quedaba de su mensaje se hallaba únicamente en los escritos que legaron a
Israel. Porque sólo el mensaje del profeta, en tanto que profeta inspirado y mandado por
el Señor mismo, era tenido como norma de verdad. Su palabra, tanto oral como escrita,
era reconocida como Palabra de Dios, pero una vez fallecidos estos profetas apóstoles,
la única manera de tener acceso a su palabra consistía y consiste hoy en acudir a sus
escritos.

Sin duda alguna, tanto Moisés como los demás profetas hicieron y dijeron mucho más
de lo que ha quedado registrado en sus libros, pero las palabras, como dice el refrán, “se
las lleva el viento...” (verba vola, scriptura manet). Sólo en los escritos proféticos tenía
garantía Israel de encontrar “palabra profética”, Palabra de Dios. De ahí que, cuando los
judíos trataron de introducir la tradición de los rabinos como un complemento de la
revelación profética, desagradaron a Dios y Cristo tuvo que recriminarles severamente394.

389
1ª Samuel 19:19, 20; 2ª Reyes 2:1-5, 15; 4:38.
390
Amós 7:14, 15. Cf., sobre la función del profeta en el Antiguo Testamento, Nuevo Auxiliar
Bíblico, edit. por G. T. Manley, p. 34: el resentido general con que este título se da allí a todo
escritor inspirado, sea cual haya sido su función técnica”.
391
Gálatas 1:1, 11-24.
392
1ª Samuel 3:15-21; Isaías 1:2; 6:9; Jeremías 1:4-9; 6:9; 36:2; Miqueas 6:1.
393
Exodo 24:4; Deuteronomio 29:1; 31:9, 26.
394
“Entonces se acercaron a Jesús fariseos y escribas venidos de Jerusalén, diciendo: ¿Por qué tus
discípulos traspasan la tradición de los ancianos...? El respondió y les dijo: ¿Por qué traspasáis
vosotros el precepto de Dios por vuestras tradiciones?... Habéis anulado la Palabra de Dios por

273
La Teología de la Reforma
Si nosotros hemos de creer en el Dios de los profetas, hemos de it directamente a los
escritos de los profetas. San Pablo, al hablar del “Evangelio” que Dios “había antes
prometido por sus profetas”, puntualiza: “en las Escrituras santas”395. Es decir, esta
promesa que constituye el meollo de la esperanza mesiánica, y la misma alma de todo el
mensaje de los profetas, ha llegado a Pablo “en las santas Escrituras”. Y aunque no cabe
descartar los elementos de tradición oral, rabínica, que habían sido transmitidos al
apóstol, como a todo judío, lo importante, lo básico y fundamental para él es que la
promesa del Evangelio fue dada, “por los profetas”, “en las santas Escrituras”. Esto es lo
que daba toda su garantía a la promesa y a su cumplimiento.

vuestra tradición. Muy bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: "Este
pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí, pues me dan un culto vano,
enseñando doctrinas que son preceptos humanos. Dejando de lado el precepto de Dios os aferráis a
la tradición humana." Y les decía: En verdad que anuláis el precepto de Dios para establecer
vuestra tradición...” Mateo 15:3-6; Marcos 7:7-9.

Comentando este pasaje, dice G. Ricciotti: “ ¿Cuál era el supremo a inapelable estatuto que debía
regir la nación elegida? A esta pregunta los fariseos respondían que la Torah (esto es, la "Ley" del
Antiguo Testamento) era sólo una parte, y no la más importante, del estatuto nacional-religioso, ya
que al lado de aquella Ley escrita, y más amplia que ella, existía la "Ley oral", constituida por los
innumerables preceptos de la "Tradicióri". Esta Ley oral estaba constituida por un material
inmenso, puesto que comprendía, además de los elementos narrativos y de otro género, todo un
sistema de preceptos prácticos, que abarcaban las más varias acciones de la vida religiosa y civil...
Este cúmulo de creencias y costumbres tradicionales no tenían casi nunca una verdadera relación
con la Torah escrita, pero los fariseos suponían que sí, y para demostrarlo sometían frecuentemente
a una exégesis arbitraria el texto de la Torah. Aun en las ocasiones en que no recurrían a este
sistema, se referían a su principio fundamental de que Dios había dado a Moisés en el Sinaí la
Torah escrita con sólo 613 preceptos y, además, la Ley oral, mucho más amplia y no menos
obligatoria. Y aún más obligatoria si cabe. Hallamos, en efecto, que con el transcurso del tiempo, a
medida que los doctores de la Ley o escribas elaboraban sistemáticamente el inmenso material de
la tradición, ésta iba asumiendo una importancia práctica, si no teórica, mayor que la misma Torah
escrita. En el Talmud, que es, en sustancia, la tradición codificada, se contienen sentencias como
ésta: "Mayor fuerza tienen las palabras de los escribas que las palabras de la Torah"; y: "Peor es ir
contra las palabras de los escribas que contra las palabras de la Torah" (Sanhedrín XI, 3). Las
palabras de la Torah contienen cosas prohibidas y cosas permitidas, preceptos leves y preceptos
graves, pero las palabras de los escribas son todas graves (Barakoth, pal. 1, 3 b). Partiendo de este
principio fundamental, los fariseos estaban en regla y podían legislar cuanto quisieran fundando
toda decisión en su Ley oral.” Giuseppe Ricciotti, Vida de Jesucristo, n. 30 y 31.
Razón tenía Jeremías, pues, cuando exclamaba: «¿Cómo os decís: tenemos la sabiduría, poseemos
la Ley de Yavé? La convirtieron en mentira las mentirosas plumas de vuestros escribas», Jeremías
8:8.
Cristo condenó tal estado de cosas. No se opuso al canon que los fariseos aceptaban, sino a la
tradición oral que hubiese invalidado este canon. Cf. E. J. Young, The authority of the Old
Testament, en «The Infallible Word, p. 60.
Según Cristo, existe una absoluta oposición entre Palabra de Dios y palabra de hombres. La Palabra

274
La Teología de la Reforma
“Respecto al antiguo pacto -escribe Ricciotti-, la nueva doctrina es, no ya una
abrogación, sino una integración y un perfeccionamiento396.

De ahí que “la formación del canon del Nuevo Testamento haya sido similar a la del
Antiguo Testamento”397.

Si el nuevo pacto, sellado con la sangre de Cristo, es la culminación del antiguo, su


consumación perfecta, ¿cabe esperar que su mensaje redentor nos sea dado por medios
inferiores a los utilizados para canalizar la revelación del antiguo?

La Iglesia aparece como continuadora de Israel, considerando la Escritura hebrea


como Escritura cristiana y, lo que es más importante, dándole el lugar único de autoridad
a infalibilidad que ya había tenido en el pueblo de Dios del antiguo pacto. Israel había
sido gobernado como pueblo escogido mediante la revelación escrita registrada en sus
libros sagrados. No había otra autoridad que pudiese erigirse como juez por encima de la
Escritura. Israel fue bendecido cuando obedeció y castigado cuando desechó la Palabra
de Dios. Y esta misma norma es seguida igualmente en la primitiva Iglesia. La Palabra
de Dios es la autoridad final a inapelable de las comunidades apostólicas.

Al testimonio del Antiguo Testamento añadieron los apóstoles el testimonio de la vida y


las enseñanzas de Cristo. Esta predicación, la “buena nueva” (Evangelio), que empezó a
propagarse oralmente, foe pronto recogida en multitud de apuntes y notas398 que
circularon profusamente por todas las nuevas comunidades cristianas. El afán natural de
poseer relatos de la vida y palabras de Jesús multiplicó, sin duda, estos escritos. Sin
embargo, sólo fueron aceptados por las iglesias aquellos escritos que evidentemente
estaban basados en el testimonio apostólico y desecharon todos los demás como
apócrifos399. As!, la palabra “Evangelio”, que designó en su origen la predicación oral del
mensaje redentor, fue transferida a los documentos en los cuales las futuras
generaciones poseerían esta predicación. Ya no se hizo más distinción, aquellos libros
constituían el único Evangelio de Cristo400. Muy tempranamente también, a estos relatos
de la vida de Jesús se sumaron las cartas de los apóstoles, consideradas, no como

divina se halla contenida exclusivamente en lo que él llama «los preceptos de Dios», en oposición a
las doctrinas humanas.
395
Romanos 1:1-3.
396
G. Ricciotti, op. cit., p. 129.
397
Verbum Dei, Comentario a la Sagrada Escritura, I, p. 45.
398
Lucas 1:1-3. “Orígenes (53-54), cuando comentaba este pasaje, distinguía ya, al lado de los cuatro evangelios
inspirados y recibidos como tales por la Iglesia, otros muchos "compuestos por quienes se lanzaron a escribir
evangelios sin estar investidos de la gracia del Espíritu Santo" (Hom.. in Lc., I; PG 13, 1801), y que, por tanto, estaban
destituidos de toda autoridad. Según él, tales libros estaban, sobre todo, en poder de los herejes.” Los Evangelios
Apócrifos, Ed. de Aurelio de Santos, BAC, p. 2.
399
Ibid. Cj. Jacques Hervieux, Lo que no dice el Evangelio.
400
Th. Zahn, Introduction to the New Testament, vol. II, p. 387.

275
La Teología de la Reforma
comunicaciones privadas, sino oficiales, que eran leídas en las comunidades
cristianas401.

Dios se sirvió en la antigüedad de los profetas para transmitir la verdad que habla de
quedar codificada en lo que hoy conocemos como Antiguo Testamento. De idéntica
manera se valió de los apóstoles para comunicar al mundo la plena revelación en Cristo.
A1 afirmar este hecho, ¿no estamos vindicando el fundamento histórico -revelador y
redentor- del canon del Nuevo Testamento y adelantando ya su correcta valoración como
norma apostólica perenne?

Un examen más atento de algunos textos neotestamentarios nos convencerá de que la


fijación escrita de la paradosis apostólica es la forma definitiva por la cual la Iglesia de
todos los tiempos podrá actualizar y hacer real, en cede época y circunstancia de su
existencia, el mensaje evangélico. La tradición escrita habrá de ser la norma a través de
la cual la Iglesia se sentirá unida y sumisa a la palabra de los apóstoles.

E1 que se diera este proceso de la paradosis oral a la paradosis escrita es algo lógico
y evidente por sí mismo, y por la misma naturaleza de esta paradosis. El paso de los
años y la propagación de la Iglesia por todo el mundo, obligaron ya en vide de los
apóstoles a que éstos se sirvieran especialmente del método epistolar pare relacionarse
con los cristianos. Y esto de manera creciente. Luego, con la muerte de los apóstoles, la
tradición oral fue perdiendo en certidumbre y se tornó más frágil y vacilante, abocando en
una plena y consciente valoración de la tradición escrita como regla firme y segura,
estable y perenne, para todos los creyentes de todo lugar.

Todo lo expuesto no se deduce a posterior¡ de la historia; el mismo Nuevo Testamento


aporta los datos suficientes para demostrar que la tradición apostólica fue, finalmente,
transmitida de forma escrita, con una clara intencionalidad providencial.

Podemos considerar 1ª Corintios 15, en donde el apóstol, extensa a


intencionadamente, establece la tradición sobre la resurrección de manera categórica, y
para ello se sirve de la escritura como del instrumento que habrá de zanjar
definitivamente toda posible polémica. Pablo no escribe nada nuevo, pero está
interesado en que los fieles retengan su palabra: “tal como yo os la anuncié”402. Y con
este fin repite su enseñanza poniéndola por escrito. El significado de esta fijación gráfica
es muy importante, pues acaba con las dudas que algunos tenían en relación con la
doctrina de la resurrección. Y determina, una vez por todas, la creencia apostólica sobre
el particular para prevenir futuras desviaciones de la verdad. Tenemos aquí el sentido
profundo de la tradición escrita: la fijación perdurable de la palabra apostólica que
conducirá al canon escrito.

Lo mismo podemos decir del prólogo del Evangelio de Lucas, que hemos citado
repetidas veces; Lucas tenía una correcta comprensión de todas las cosas que habían

401
1ª Corintios 14:37; 1ª Tesalonicenses 5:27; 2ª Tesalonicenses 3:14; Colosenses 4:16.
402
1ª Corintios 15:2 (versión Nácar-Colunga). Cf. Gálatas 2:5, 14.

276
La Teología de la Reforma
sucedido desde el principio y, con objeto de comunicar esta misma certeza a Teófilo, le
escribe para que esté todavía más firme en todo aquello en que ha sido instruido403.

El apóstol Pedro sintió la necesidad de que su testimonio fuese registrado en forma


escrita404. Y el apóstol Juan fue consciente de la misma exigencia405; aún más, san Juan
recibió un mandamiento concreto del Señor para poner por escrito la revelación que
estaba llamado a dar406.

La tradición escrita tiende a fortalecer la confianza en la veracidad de dicha tradición.


La hace más precisa y exacta.

“Hemos de reconocer -escribe Stonehouse- no solamente que Dios ha hablado en


Cristo para realizar la salvación del hombre, sino que en el cumplimiento de este grande
y amplio plan redentor, por medio de la acción soberana del Espíritu Santo, Dios ha
encontrado el medio de atender a la necesidad de su pueblo concediéndole la
inestimable bendición de la Palabra escrita. Bajo esta perspectiva, el reconocimiento del
carácter personal a histórico de la revelación especial -cuando sus características son
examinadas de acuerdo con los propios datos de esta revelación- nos abrirá el camino
para una mejor comprensión de su manifestación escrita. En suma, a medida que el
proceso de la revelación va siendo percibido en toda la amplitud de su contexto, vamos
reconociendo que la Sagrada Escritura constituye un aspecto -el aspecto cumbre,
históricamente- de esa historia en la cual Dios, en Cristo y por su Espíritu Santo, realiza
su propósito redentor”407. La fijación, por la escritura, de la tradición apostólica debe,
pues, situarse dentro de la misma historia de la salvación y como su coronación perfecta.
De ahí que, como hemos venido repitiendo, la génesis del canon del Nuevo Testamento
no hay que buscarla en la subsiguiente historia de la Iglesia, sino en la mismísima
circunstancia de la historia de la salvación.

Calvino decía: “Si consideramos la mutabilidad de la mente humana, cuán fácilmente


cae en el olvido de Dios, cuán grande es su propensión a errores de toda clase, cuán
violenta es su pasión por la constante fabricación de religiones nuevas y falsas, será fácil
percibir la necesidad de que la doctrina celestial quedara escrita, a fin de que no se
perdiera en el olvido, se evaporara en el error o se corrompiera por la presunción de los
hombres”408.

0, como escribe Van Til: “El hombre, en su estado de inocencia, conversaba con Dios
y aprendía su voluntad. Pero cuando el hombre pecó se produjo una ruptura entre el
hombre y Dios de efectos definidamente terribles. El hombre necesita un nuevo tipo de
revelación por dos razones: 1) está en pecado y necesita una revelación de gracia; 2) el
hombre en pecado corrompe la revelación, de modo que tiene necesidad de una
403
Lucas 1:1-4.
404
2ª Pedro 1:12-15; 3:2 y 15.
405
Juan 21:24.
406
Apocalipsis 1:11, 19; 19:9.
407
Ned B. Stonehouse, Special Revelation as Scriptural, en «Revelation and the Bible” (ed. Carl F. H. Henry), páginas
75, 76.
408
Juan Calvino, Institución, I, cap. VI.

277
La Teología de la Reforma
revelación incorruptible para poder tener un conocimiento verdadero de Dios y de la
voluntad divina. La Escritura como revelación externa se hizo necesaria a causa del
pecado del hombre. Esta revelación tiene que venirnos de fuera, de manera externa y no
interna y subjetivamente, ya que una revelación externa es la única que puede
neutralizar las tendencias corruptoras de la naturaleza humana. Así que la Escritura es la
voz de Dios en un mundo de pecado. Siendo un Libro es objetivo, por ser la Palabra de
Dios tiene autoridad absoluta. En último término, el hombre piensa y obra o bien
sometiéndose a la autoridad divina o a la autoridad humana. Y toda filosofía, fuera de la
Biblia, es autoridad humana. La Biblia es, pues, para el cristiano la autoridad final,
absoluta a infalible”409.

La lógica de estas citas no se basa, sin embargo, en ciertas proposiciones o


interpretaciones que los cristianos aportan cuando quieren comprender el hecho del
Nuevo Testamento (y toda la Escritura). Hemos visto cómo esta lógica surge del estudio
directo y objetivo del texto apostólico y, por lo tanto, la consideramos no como un pre-
juicio a través del cual consideramos la fijación por escrito de la tradición apostólica, sino
todo lo contrario: como un pos-juicio que se deduce del estudio directo de esta misma
tradición dentro de su propio marco en la historia de la salvación.

Como señala Cullmann, el hecho de que los apóstoles, o sus portavoces que les
sirvieron de amanuenses, tomaran la pluma para dar a la tradición una expresión escrita,
“es un hecho de la más alta importancia pare la historia de la salvación”410. El subrayado
es del propio Cullmann.

Y es en este momento, cuando la enseñanza apostólica empieza a transmitirse no


sólo de manera oral, sino por escrito, que comienza a hacerse una distinción entre la
tradición oral y la tradición escrita. Esta diferenciación alcanzará su fase final al quedar
concluso el canon del Nuevo Testamento. Se trata, exactamente, del mismo proceso que
ocurría en Israel al ponerse por escrito el mensaje profético. La tradición oral cedía su
lugar a un canon de libros que contenían esta tradición fija y perpetuamente.

Al llegar a este punto hemos de hacer una aclaración: la opinión de la crítica liberal
extreme, en el sentido de que los escritos del Nuevo Testamento no fueron
considerados, originalmente, como sagrados o canónicos por sus autores ni por sus
destinatarios, debe ser rectificada, pues no corresponde a la evidencia de los datos que
poseemos. Según la crítica extreme el problema de la historia del canon se convertiría
simplemente en saber cómo los libros del Nuevo Testamento fueron tornándose obras
sagradas. Es posible -muy probable- que, al principio, los destinatarios de estas obras no
tuvieran conciencia del valor que encerraban. Esto ha ocurrido con toda clase de escritos
y en todos los tiempos. Cuanto más con los libros cuyo discernimiento es obra del
Espíritu Santo. Sin embargo, pronto tuvo la Iglesia la certeza de que aquellas obras eran
iguales en autoridad -por ser idénticas en calidad- que las que formaban el Antiguo
Testamento, reconocido siempre como Palabra de Dios según la pauta que Cristo mismo
trazara. Y esta certeza la adquirió bien pronto por una razón muy sencilla: la enseñanza
apostólica fue siempre aceptada como la máxima autoridad, y esta autoridad especial

409
C. van Til, Christian Theistic Ethics, pp. 19-21.
410
Oscar Cullmann, La Tradition, p. 42.

278
La Teología de la Reforma
que revestía toda su proclamación oral fue fácilmente discernida en el anuncio escrito del
Evangelio. <No deberíamos olvidar nunca -escribió J. Gresham Machen- que las
epístolas de Pablo fueron escritas conscientemente en la plenitud de la autoridad
apostólica. Su autoridad, como la autoridad de otros libros del Nuevo Testamento, no fue
algo simplemente atribuido a los mismos después por la Iglesia, sino que era inherente a
ellos desde el principio”411.

En varios lugares el Nuevo Testamento nos informa de la manera como la autoridad


de la tradición apostólica escrita era relacionada con la autoridad del Antiguo
Testamento. Pablo, por ejemplo, quería que sus cartas fuesen leídas en las iglesias,
exactamente como se hacía con los libros del Antiguo Testamento412. Y con este fin las
comunidades primitivas solían intercambiar las cartas del apóstol que poseían. Y lo
mismo puede decirse del Apocalipsis de Juan, que él suponía sería leído en las
iglesias413. La idea de una escritura neotestamentaria halla una expresión más clara
todavía en el Evangelio de Juan. No sólo cuando su autor aplica a sus propios escritos la
promesa del Espíritu Santo que había de llevar a los apóstoles a testificar bajo su
particular inspiración414, sino cuando llega al final del Evangelio y afirma que su
testimonio de Jesús consiste allí precisamente en haberlo puesto por escrito 415. Gracias
al hecho de que cuanto pertenece al Evangelio fue escrito, el lector puede creer que
Jesús es el Cristo416. Digno de especial mención es también el teryninus technicus que
emplea el apóstol al final de su libro, por cuanto es el mismo que use al referirse al
Antiguo Testamento417, de lo que infiere el propio Juan que sus lectores prestarán la
misma fe a sus escritos que a los de la antigua Escritura hebrea.

Este proceso derive su lógica de la misma naturaleza de la historia de la revelación. Si


el antiguo pacto fue preparatorio y señaló el tiempo de la plenitud del Mesías, es natural
que, venido éste y atentos a sus testigos autorizados, la palabra del nuevo pacto sea
recibida con la misma veneración y acatamiento que la del antiguo. Además, la misma
autoridad de los apóstoles presupone esta evolución, y su naturaleza especial, única y
esporádica la exige. El concepto neotestamentario de la tradición lleva inexorablemente
a su fijación en forma escrita.

Ya vimos cómo a los apóstoles se les consideró investidos con un carácter que el
Antiguo Testamento concede únicamente a los ángeles418.

411
J. Gresham Machen, en «The Princeton Theological Review», oct. 1923, p. 649.
412
1ª Tesalonicenses 5:27; Colosenses 4:16. Cf. 2ª Tesalonicenses 3:14, en donde la palabra escrita de Pablo se
presenta como autoridad inapelable a la que hay que obedecer y determine el carácter y los límites de la comunión
cristiana: «Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ése señaladlo, y no os juntéis con él, pare
que se avergüence.»
413
Apocalipsis 1:3.
414
Juan 16:13 y ss. Cf. Juan 15:26-27
415
Juan 21:24.
416
Juan 20:30, 31.
417
Juan 2:17; 6:31, 45; 10:34; 12:14; 15:25.
418
Hebreos 2:2 y ss.

279
La Teología de la Reforma
Pedro coloca al mismo nivel de autoridad canónica las palabras de los profetas y los
mandamientos de los apóstoles: “para que tengáis memoria de las palabras que antes
han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado
por los apóstoles”419.

Pablo, en Romanos 16:26, asegura que el misterio oculto desde tiempos eternos es
hecho ahora manifiesto “por las Escrituras de los profetas” -del Antiguo Testamento420-,
mientras que en Efesios 3:5, al considerar el mismo misterio, afirma que ahora el mismo
ha sido revelado por el Espíritu Santo a sus santos apóstoles -del Nuevo Testamento421-.
¿Por qué habrá, pues, de sorprendernos que el Nuevo Testamento coloque las camas
de Pablo al mismo nivel de autoridad que las escrituras del Antiguo Testamento?422.

Pero acaso sea en el Apocalipsis, como en ningún otro libro, en donde quede más
fuertemente subrayada la autoridad divina de los escritos del Nuevo Testamento. Su
autor aparece como escribiendo bajo el mandato directo, y la dirección especial, del
Señor mismo423. Además, la salvación se nos presenta como íntimamente ligada a la
lectura, la meditación y la guarda de todo lo que está escrito en el libro; y todo ello seria y
solemnemente enfatizado424. Asimismo, se amenaza con castigos y plagas a los que
quiten o añadan algo a las palabras del libro 425. De ahí nuestra afirmación de que quizá
en ningún otro escrito aparezca más diáfana la noción de que el Nuevo Testamento es la
revelación de Dios registrada en un libro único para dar expresión plena y final al
mensaje redentor. Y lo que explícitamente se dice en el Apocalipsis -y del Apocalipsis- es
orientador de la situación, carácter y función de los demás libros del Nuevo Testamento.
Por cuanto, como escribe Ridderbos: “Indica que la autoridad de Dios no se limita a las
grandes y poderosas obras llevadas a cabo en Cristo Jesús, sino que se extiende
asimismo a su proclamación en las palabras y escritos de aquellos que fueron
especialmente escogidos como autorizados portadores a instrumentos de la revelación
divina. La tradición escrita establecida por los apóstoles, en analogía con los escritos del
Antiguo Testamento, adquiere por consiguiente el significado que le conviene como
fundamento y norma de la futura Iglesia”426.

419
2ª Pedro 3:2.
420
Por “Escrituras de los profetas” algunos autores entienden la forma escrita del Nuevo Testamento (cf. M. J.
Lagrange, Saint Paul Epitre aux Romnins, p. 379). El Nuevo Testamento, en su modalidad de escritura, sería
considerado por Pablo como instrumento revelador en el mismo sentido que el Antiguo Testamento. Muchos exegetas
incluyendo al propio Lagrange, rechazan este punto de vista. En cualquier caso, la comparación de Romanos 16:26
con pasajes tales como Efesios 3:4 y ss.; Colosenses 1:25 y ss.; 2.a Timoteo 1:9 y ss. muestra que la actividad
apostólica, en palabra o en escritos, es tenida por el propio apóstol como el desarrollo directo y lógico de las Escrituras
del Antiguo Testamento.
421
También en Efesios 2:20 se hace mención de «apóstoles y profetas». Cf. nota 24 del cap. II.
422
2ª Pedro 3:16, en donde por «otras Escrituras» hay que entender el Antiguo Testamento, según la mayoría de
intérpretes. Cf. H. N. Ridderbos, op. cit., p. 87.
423
Apocalipsis 1:11, 19; 2:1 y ss.; 14:13; 19:9; 21:5.
424
Apocalipsis 1:3.
425
Apocalipsis 2:18 y ss.

426
H. N. Ridderbos, op. cit., p. 27. Cf. Ned B. Stonehouse, op. cit., pp. 75-86.

280
La Teología de la Reforma
No todo lo que dijeron los apóstoles se encuentra registrado en el Nuevo Testamento,
pero -por la providencia divina- en sus páginas ha quedado consignado cuanto era
necesario para nuestra salvación y nuestra iluminación espiritual. De la misma manera
que el Antiguo Testamento no contiene todo lo que dijeron Moisés y los profetas, pero sí
lo que era necesario para la vida religiosa del pueblo de Israel: “No se trata de que todo
lo que dijeron los profetas y los apóstoles, como maestros inspirados de la Iglesia, se
halla en la Escritura, sino de que lo registrado es suficiente para la fe y la práctica del
pueblo de Dios y ya no será superado”427. Que nada de lo sustancial ha quedado sin fijar
lo prueban las palabras de los mismos apóstoles cuando dicen repetir siempre lo que
constituye el fundamento de la fe: “Yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas,
aunque vosotros las sepáis y estéis confirmados en la verdad presente”428.

Juan 21:25 debe ser leído juntamente con Juan 20:31. Si lo hacemos así
entenderemos que: “Hay también muchas otras cosas que hizo Jesús, que si se
escribiesen cada una por sí, ni aun en el mundo pienso que cabrían los libros que se
habrían de escribir. Estas, empero, son escritas para que creáis que Jesús es el Cristo y
para que creyendo tengáis vida en su nombre.”

***

V El significado del canon

El canon deriva todo su sentido a importancia del hecho del apostolado. Su


singularidad nace del carácter y la posición única que los apóstoles tienen en los planes
de Dios. De ahí nuestro empeño, en los capítulos anteriores, por definir la naturaleza
especial del ministerio apostólico y el significado fundamental de su misión.

El análisis que hemos hecho de la tradición y el canon apostólicos, a la luz de la


historia de la salvación, nos ofrece las perspectivas adecuadas para comprender la
naturaleza esencial de las Escrituras del Nuevo Testamento, en su origen último, su in-
tencionalidad y su autoridad para la Iglesia de Cristo.

Estas perspectivas podrían resumirse en cuatro puntos básicos que habremos de tener
siempre presentes si queremos entender en toda su profundidad y amplitud el canon del
Nuevo Testamento: 1.° El canon apostólico, como expresión de la tradición apostólica, es
algo cerrado, fijo a inmutable, toda vez que canaliza el testimonio singular de los únicos a
quienes fue dado ser testigos directos de las grandes obras de Dios en Cristo, “en el
cumplimiento de los tiempos”; 2.° La tradición apostólica debe ser diferenciada de la
tradición eclesiástica posterior en el mismo grado, y por la misma razón, que el
apostolado se diferencia del episcopado; 3 ° La tradición apostólica, el canon o regla de
la verdad cristiana, sólo puede llegar hasta nosotros en forma escrita. La Sagrada
Escritura hace las veces del fundamento apostólico y profético de la Iglesia, pues es por

427
Paul K. Jewet, Revelation as Historical and Personal, en “Revelation and the Bible” p. 55.
428
2ª Pedro 1:12.

281
La Teología de la Reforma
ella que el doble testimonio del Espíritu Santo y de los apóstoles se actualiza en la
predicación y la vida de los creyentes; y 4.° La singularidad del Tiempo central de la
revelación en el cual se dieron los carismas del apostolado y se constituyó por y en la
tradición apostólica el canon apostólico de la verdad, obliga al pueblo de Dios a estimar
que nada hay que pueda colocarse al lado de la Escritura como norma de verdad y
autoridad divinas.

La Iglesia primitiva discernió inmediatamente que la aceptación del canon apostólico


significaba para ella el reconocimiento de un hecho central de la historia de la salvación:
al obrar así, la Iglesia reconoció la autoridad que Cristo dio a sus apóstoles para que la
misma cristalizara en lo que había de ser el fundamento del pueblo del Señor para todos
los tiempos. Ahora bien, el canon o norma de la comunidad cristiana no existe como tal
porque haya sido adoptado por la Iglesia, como orientador de su predicación a
instrucción. Tampoco debe valorarse el canon del Nuevo Testamento por lo que pueda
tener de testimonio de la fe de la primitiva Iglesia. “El canon -escribe Ridderbos-, en su
sentido histórico-redentor, no es el producto de la Iglesia; más bien la Iglesia es el
producto del canon. Aunque la fe de los apóstoles, y por lo tanto la fe de la Iglesia, se
expresa en el canon, sin embargo, el elemento esencial del canon no hay que ir a
buscarlo en el hecho de que exprese la fe de la Iglesia, sino en el hecho de que registra
la palabra de la revelación de Dios”429.

El problema que se ha planteado, en ocasiones, de determinar la prioridad de la


Iglesia sobre el canon o del canon sobre la Iglesia, obedece más a preocupaciones
apologéticas que exegéticas. El pueblo de Dios nace de la Palabra de Dios, hablada o
escrita. Sin esta Palabra no hay pueblo del Señor. La Iglesia primitiva, desde el instante
que dio sus primeros pasos en Pentecostés, se apoyó sobre el fundamento de la palabra
profética tal cual halló en el Antiguo Testamento y en la palabra apostólica que fluía de
los labios de los testigos inspirados de Cristo430. Desde un punto de vista puramente
exegético, es erróneo el planteamiento del problema en los términos tradicionales: ¿Qué
fue antes, el Nuevo Testamento o la Iglesia? Es más correcto preguntarse: ¿Puede
haber Iglesia sin Palabra de Dios? ¿Cómo llega a la Iglesia esta Palabra?

En tiempo de revelación -que es tiempo de salvación, en que Dios irrumpe en la historia


de los hombres para traer redención-, en este tiempo, por la misma naturaleza de las
cosas, el mensaje de Dios alcanza al pueblo fiel tanto de palabra como por escrito; mas,
después, este mensaje sólo es accesible mediante la Escritura. Y es que la Iglesia no
quiere conocer otro fundamento que aquel que Dios ha puesto, ni escuchar otra palabra
que la de Cristo, ni obedecer otra voluntad que la de su Señor. Y este fundamento, esta
palabra y esta voluntad se hallan única y exclusivamente en la tradición escrita y
codificada.

429
H. N. Ridderbos, The Authority of the New Testament Scriptures, p. 27.
430
Hechos de los Apóstoles 2:16-47; Hechos 3:12-26; Hechos 7. «La Santa Iglesia Cristiana, de la cual Jesucristo es la
cabeza, ha nacido de la Palabra de Dios, en la cual permanece y no escucha la voz de un extraño” (Zwinglio).

282
La Teología de la Reforma
El canon de la Iglesia, examinado a la luz de la historia de la salvación, no puede ser
más que una norma cerrada y única. La autoridad exclusiva de los apóstoles, derivada
singularmente de Cristo mismo, así como la naturaleza del encargo recibido (ser testigos
de lo que habían visto y oído de la redención que es en Cristo Jesús), convierten el
registro de la tradición apostólica (el Nuevo Testamento) en algo delimitado para
siempre. Este canon, que es fundamento, comporta un carácter exclusivo. Su deli-
mitación en un cuerpo de escritos concretos y completos descansa en el significado
absolutamente singular de la historia neotestamentaria de la redención y su transfusión
por medio del testimonio apostólico431. Oscar Cullmann ha dicho, con aguda percepción:
“Una norma es norma precisamente porque no puede ser ampliada ni modificada”432. Y la
misma idea se encuentra implícita en la imagen del fundamento y el edificio de la Iglesia
que nos aportan los escritos apostólicos433.

De ahí que las categorías que definen los dones del Señor a su Iglesia posapostólica
sean distintas de las que explican la naturaleza de los carismas apostólicos. De ahí la
necesidad de no confundir la tradición apostólica con la tradición eclesiástica posterior,
que es lo mismo que decir: no confundir la autoridad única del testimonio apostólico con
la autoridad -real y querida por Dios, pero relativa a aquélla- del testimonio de la Iglesia
posapostólica. No se pueden barajar textos como 2ª Tesalonicenses 2:13 para otorgar
un mismo valor a ambas tradiciones, pues tanto en éste como en otros pasajes
parecidos la referencia es a la enseñanza apostólica, no a ninguna otra. Este cuidado se
extiende igualmente a la exigencia de no confundir el apostolado con el episcopado, don
ministerios igualmente queridos por el Señor para su Iglesia434, pero absolutamente
distintos en su naturaleza, su cometido y su alcance 435.

431
H. N. Ridderbos, op. tit., p. 28; 0. Cullmann, La Tradition, pp. 29-53. H. Berkhof, De Apostoliciteit der Kerk, en la
aNederl. Theol. Tijdschz.”, 1948, pp. 157 y ss. K. E. Skydsgaard, Christus -Der Herr der Tradition, en la aSchrift en
Kerkn, 1953, pp. 86 y ss. Charles Hodge, Systematic Theology, vol. I, pp. 113-149.
432
0. Cullmann, op. tit., p. 38.
433
Efesios 2:20; 1ª Pedro 2:3-7.
434
Por “episcopado” entendemos, en términos generales, el ministerio de los “episcopos” (Hechos
20:17; Filipenses 1:1; 1.8 Timoteo 5:17 y 3:1-8; Tito 1:5, 7), sin entrar en el detalle de los criterios
anglicano, presbiteriano y congregational, lo cual se apartaría del tema del presente estudio.
435
“ Como cada época de la historia de la salvación, el tiempo de la Iglesia debe ser definido,
determinado, a partir del centro. Así como el pasado nos aparece como el tiempo de la preparación
(la "antigua" alianza), el futuro como el del cumplimiento final, así el tiempo de la Iglesia es el
tiempo intermedio. Intermedio, puesto que el acontecimiento decisivo ha tenido lugar ya, pero el
cumplimiento final está por venir... La Iglesia participa de este carácter intermedio. Ella es, cier-
tamente, el Cuerpo de Cristo, cuerpo de resurrección, pero está compuesta de nosotros, hombres
pecadores, aún pecadores, y no es simplemente el cuerpo de la resurrección. Queda todavía cuerpo
terrestre que participa asimismo de las imperfecciones de todo cuerpo terrestre.
“Esto equivale a decir que el Tiempo de la Iglesia prolonga el tiempo central, pero que no es el
tiempo central; prolonga el tiempo del Cristo encarnado y de sus apóstoles-testigos oculares. La
Iglesia se edifica sobre el fundamento de los apóstoles, ella continuará siendo construida sobre este
fundamento en tanto que exista, pero no puede producir ya, en el tiempo presente, otros apóstoles.

283
La Teología de la Reforma
Como “dispensadores de los misterios de Dios”436, los apóstoles gozan del don de la
inspiración especial del Espíritu Santo437, por to que podemos confiar en sus escritos
como obras exentas, espiritual y moralmente, de todo error. Este don especial les fue
dado, como ya hemos estudiado, para llevar a cabo la consumación de la revelación final
de Dios en Cristo. Llevada a cabo esta misión, concluye asimismo con la muerte del
último de los apóstoles la permanencia entre nosotros de un magisterio provisto del
carisma de la inerrancia encarnado en seres humanos y presente en la historia
(recordemos el caso de Israel, según consideramos en el capítulo anterior, cuyo
paralelismo es obvio). La norma, la regla, de la verdad cristiana es la que encontramos
en las Escrituras, registro perfecto de la revelación profética y apostólica.

“En efecto, el apostolado, por definición, constituye una función única que no puede prolongarse. El apóstol, según
Hechos 1:22, es testimonio único y directo de la resurrección. Ha recibido, además, un llamamiento directo del Cristo
encarnado y resucitado. No puede transmitir a otros su misión única, la cual una vez desempeñada ha de devolver a
aquél que se la confió: a Cristo. He ahí por qué los apóstoles, y sólo ellos, realizan en el Nuevo Testamento,
exactamente las funciones que corresponden a Cristo mismo. El mandato misionero que Jesús les dio en Mateo 10:7 y
ss. corresponde exactamente a la misión que, en su respuesta a Juan el Bautista, en Mateo 11:6, Jesús asigna a su
propia persona como Mesías: sanar enfermos, echar demonios, resucitar muertos, etcétera. He aquí por qué el Nuevo
Testamento atribuye las mismas imágenes, que son aplicadas a Cristo, a los apóstoles: "piedra", y las imágenes
correspondientes de "fundamento", "columnas". Nunca sirven estas imágenes para designar a los obispos. (Para
detalles a indicaciones bibliográficas, cf. 0. Cullmann, Saint Pierre, Disciple, Apótre et Martyr, «Histoire et
Théologie”, 1952.)
“La función del obispo, que se transmite, es esencialmente diferente de la del apóstol, que no puede transmitirse. Los
apóstoles instituyen obispos, pero no pueden legarles su función, que no puede renovarse. Los obispos suceden a los
apóstoles, pero en un plano completamente distinto. Les suceden, no en tanto que apóstoles, sino en tanto que obispos,
función importante también para la Iglesia, pero netamente distinta. Los apóstoles no han instituido otros apóstoles,
sino obispos. Esto es decir que el apostolado no pertenece al tiempo de la Iglesia, sino al de la encarnación de Cristo.
“La epístola a los Gálatas hace la distinción más clara, la más explícita, entre la predicación del apóstol y la
predicación de los que dependen de los apóstoles (Gálatas 1:1, 12 y ss.). Sólo el apóstol ha recibido el Evangelio por
revelación directa (Gálatas 1:12), sin intermediario humano. El apóstol Pablo está de acuerdo en este punto con sus
adversarios judaizantes: es apóstol solamente aquél que ha sido llamado por Cristo sin mediación de nadie más; o,
dicho mejor de otra manera, sin salirse de la cadena de la tradición. Los judaizantes le reprochaban a Pablo
precisamente el haber recibido el Evangelio por medio de otros hombres y se negaban, por to tanto, a concederle el
título de apóstol. Pablo niega enfáticamente el hecho, pero reconoce implícitamente que, en efecto, él no sería apóstol
si no hubiera recibido el Evangelio de manera directa de Cristo.
“Afirmar así el carácter único de la revelación concedida a los apóstoles no es negar el valor de toda tradición
posapostólica, pero es rebajarla claramente al nivel de un valor humano, bien que el Espíritu Santo puede manifestarse
también a través de ella. Ningún escrito en el Nuevo Testamento señala tanto como el Evangelio de Juan la
continuación de la obra del Cristo encarnado en la Iglesia de los creyentes. El mismo objetivo de este escrito es poner
en evidencia dicha continuación. Pero precisamente es este Evangelio el que distingue netamente entre la continuación
por los apóstoles -que forma parte del tiempo central- y la continuación por la Iglesia posapostólica. La oración
sacerdotal (cap. 17) establece esta relación: Cristo - los apóstoles - la Iglesia posapostólica. Los miembros de ésta son
designados como quienes han de creer por la palabra de los apóstoles... Se llega, pues, forzosamente a una
diferenciación esencial, también desde el punto de vista de la tradición, entre el fundamento de la Iglesia, que tuvo
lugar en el tiempo de los apóstoles, y la Iglesia posapostólica, que ya no es la Iglesia de los apóstoles sino de los
obispos. Diferencia, pues, entre tradición apostólica y tradición eclesiástica, siendo la primera el fundamento de la
segunda, to que excluye la coordinación de ambas.
“Si la tradición apostólica ha de considerarse como la norma de la revelación para todos los tiempos, se plantea la
cuestión: ¿cómo hacer actual para nosotros este testimonio que Dios ha decidido dar, para la salvación del mundo, a
los apóstoles, en esta época que nosotros llamamos el medio, el centro del tiempo?
“La unicidad del apostolado es la garantía que descansa sobre el carácter inmediato de la revelación concedida a los
apóstoles, por el hecho de que ha llegado hasta ellos sin ningún intermediario (Gálatas 1:12). El apóstol no puede,

284
La Teología de la Reforma
“Cierto que la tradición oral de los apóstoles -escribe Cullmann- precedió a los
primeros escritos apostólicos. La tradición oral anterior a los primeros escritos era en
efecto más rica cuantitativamente que la tradición escrita. Pero sería necesario que nos
preguntáramos qué significa el hecho de que los apóstoles, o sus portavoces que les
sirvieron de secretarios, en un momento dado, tomaron la pluma para dar a esta tradición
la forma escrita. He ahí un hecho de la más alta importancia para la historia de la
salvación. Su significado no puede ser otro que haber delimitado la tradición oral de los
apóstoles, para hacer del testimonio apostólico bajo esta forma una norma definitiva para
la Iglesia, en el momento mismo en que ésta deberá extenderse por todo el mundo y
deberá construir hasta que el Reino de Dios sea establecido. La teoría de las tradiciones
“secretas”, no escritas, de los apóstoles, fue elaborada por los gnósticos, y la Iglesia
misma señaló desde un principio su peligro438. Si, por el contrario, la fijación por escrito
del testimonio de los apóstoles es uno de los hechos esenciales de la Encarnación,
tenemos el derecho de identificar la tradición apostólica con los escritos del Nuevo
Testamento y distinguir ambas realidades de la tradición posapostólica y poscanónica.
La regla de fe que fue transmitida en forma oral recibió, sin embargo, aceptación como
norma al lado de la Escritura, solamente porque fue considerada como fijada por los
apóstoles. Lo importante no es tanto el hecho de que la tradición apostólica sea oral o
escrita, sino que haya sido fijada por los apóstoles. Mas la Iglesia antigua ¿distinguió
verdaderamente ella entre tradición apostólica y tradición posapostólica? Este es el
momento de hablar del canon establecido por la Iglesia en el segundo siglo. Se trata
todavía de un hecho de importancia primordial para la historia de la salvación. Estamos
absolutamente de acuerdo con la teología católica cuando insiste en el hecho de que la
Iglesia misma ha hecho el canon. Aquí encontramos el argumento supremo para nuestra
demostración. La fijación del canon cristiano de la Escritura significa precisamente que la
misma Iglesia, en un momento dado, ha trazado una línea de demarcación clara y limpia
entre el tiempo de los apóstoles y el tiempo de la Iglesia, entre el tiempo de la fundación
y el tiempo de la construcción, entre la comunidad apostólica y la Iglesia de los
episcopos; dicho de otra manera: entre la tradición apostólica y la tradición eclesiástica.
Si no fuera éste el significado del establecimiento del canon, este hecho no tendría
sentido. Al establecer el principio del canon, la Iglesia ha reconocido, por esta misma
actitud, que, a partir de aquel momento, la tradición ya no era más criterio de verdad.
Subrayó la tradición apostólica. Declaró implícitamente que a partir de aquel momento
toda tradición posterior debería quedar sujeta y sumisa al control de la tradición
apostólica. En otras palabras, la Iglesia declaró: he aquí la tradición que ha constituido a
la Iglesia y que se ha impuesto sobre ella439. Establecer un canon equivalía a reconocer
que, desde entonces, la tradición eclesiástica nuestra tiene necesidad de ser controlada;

pues, tener sucesor que en las generaciones futuras cumpla el papel de revelador en su lugar, sino que él mismo, el
apóstol, debe continuar su función en la Iglesia de hoy: en la Iglesia, no por la Iglesia, sino por su Palabra (dia tou
logou = Juan 17:20), dicho de otra manera: por sus escritos.” Oscar Cullmann, op. cit., pp. 31-34.
436
1ª Corintios 4:1.
437
Juan 14:26; 15:26, 27; 16:13-15.

438
Ireneo, Contra Herejias, III, 1-12, citado por Th. Zahn, Introduction lo the New Testament, vol.
II, p. 397.
439
Este punto ha sido subrayado fuertemente por Karl Barth, Die Kirchliche Dogmatik, I, 1, p. 109.

285
La Teología de la Reforma
y lo será -con la asistencia del Espíritu Santo- por la tradición apostólica fijada por
escrito; ya que nosotros nos vamos alejando cada vez más, y demasiado, del tiempo de
los apóstoles para poder velar, sin una norma escrita superior, por la pureza de la
tradición; demasiado alejados para evitar las ligeras deformaciones legendarias y para
impedir que otras no se introduzcan, se transmitan y se agranden. Pero, al mismo
tiempo, esto significa también que la tradición considerada como apostólica es algo que
debía ser delimitado. Ya que todos los gnósticos se amparaban en “tradiciones secretas”,
no escritas, con pretensiones de apostolicidad. Fijar un canon es decir: renunciamos,
desde ahora, a considerar como normas las otras tradiciones, no fijadas por escrito por
los apóstoles. Pueden existir, desde luego, otras tradiciones apostólicas auténticas, pero
consideramos como norma apostólica solamente lo que ha quedado escrito en estos
libros, toda vez que es obvio que si admitimos como normas las pretendidas tradiciones
orales no escritas por los apóstoles, perdemos el criterio para juzgar el fundamento de la
pretensión a la apostolicidad de numerosas tradiciones en curso. Decir que los escritos
reunidos en un canon debían ser considerados como norma, equivale a decir que habrán
de ser considerados como suficientes. El magisterio de la Iglesia no abdica por este acto
supremo de la fijación del canon, sino que hace depender su futura actividad de una
norma superior. Se confirma así que, al someter toda tradición posterior al canon, la
Iglesia ha salvado una vez por todas su base apostólica. Ha permitido de esta manera a
sus miembros el poder escuchar, gracias a este canon, siempre de nuevo y a lo largo de
todos los siglos, la palabra auténtica de los apóstoles; más aún: ha permitido hacer la
experiencia de la presencia de Cristo, privilegio que ninguna tradición oral pasando por
Policarpo o por Papias podía asegurar”440.

De donde se sigue que la Iglesia no controla el canon, sino el canon a la Iglesia441.


Porque, en la historia de nuestra salvación, Cristo aparece soberano no sólo como
Salvador sino como Revelador. Aún más, Cristo mismo ha procurado -por su Santo
Espíritu- hacer la provisión necesaria para que la revelación de su salvación llegara a
todos los siglos. No dejó la transmisión de su verdad al azar, a las vaguedades de una
tradición incierta o a la predicación más o menos elocuente de su Iglesia. La comunicó a
sus apóstoles y veló para que la tradición de ellos emanada adquiriese una forma
concreta y un carácter definido. Esta tradición apostólica, registrada en el Nuevo
Testamento, es el fundamento de la Iglesia, al cual ésta se debe en humildad y sumisión;
es la santa fe sobre la que el edificio de la Iglesia va alzándose; ha sido dada a la Iglesia
por los apóstoles como depositum custodi, depósito que la Iglesia ha de preservar por
encima de toda otra cosa.

Pero el Nuevo Testamento enseña no sólo que Cristo ha colocado el fundamento


apostólico de la Iglesia, sino que él mismo construirá la Iglesia sobre la roca de este
fundamento442. La Iglesia no podría, por si sola, dejada a sus fuerzas, proveer a la

440
0. Cullmann, op. cit., pp. 42-51.

441
Herman Ridderbos, The Canon of the New Testament, en “Revelation and the Bible” (ed. por Carl F. Henry), pp.
193, 194, 196.
442
Mateo 16:18. La Iglesia, considerada como edificio espiritual, tiene a Cristo por piedra
angular, a los apóstoles como fundamento y a todos los creyentes como piedras vivas, alzándose

286
La Teología de la Reforma
garantía de su propio fundamento. La Iglesia sólo puede señalar a Cristo y su promesa.
Por consiguiente, el a priori de la fe respecto a la autoridad del canon del Nuevo
Testamento ha de ser de carácter cristológico, es decir: ha de fundarse necesariamente
en la promesa de Cristo de que él mismo construirá su Iglesia sobre este fundamento443.

El Evangelio apostólico es la garantía de la Iglesia, no la Iglesia -ninguna Iglesia- la


garantía del Evangelio.

***

VI El reconocimiento del canon

En el capítulo anterior hemos visto cómo el canon significa pare la Iglesia primitiva el
reconocimiento de un hecho central de la historia de la salvación: el hecho de reconocer
la autoridad que Cristo confió a sus apóstoles, y significó también confesar la fe en la
promesa del Señor acerca del Espíritu Santo que guía la labor del apostolado en su
función de fundamento de la Iglesia. Al aceptar el canon y reconocer sus límites, la
Iglesia no sólo distinguió entre escritos canónicos y no canónicos, sino que señaló los
límites en donde se encierra la única tradición apostólica autorizada. Todo esto carecería
de sentido si, al mismo tiempo, hubiera de haber continuado otra tradición oral ilimitada,
también canónica444. El canon señala perennemente a la Iglesia sus orígenes, su fuente y
su fundamento. El canon es la norma de Dios pare la Iglesia, la garantía de su
predicación y la posibilidad de una continua autorreforma445.

Hemos de volver a repetir la frase de Stonehouse, citada al comienzo de este libro:


“Los escritos bíblicos no poseen autoridad divina porque están en el canon, sino que
están en el canon porque son inspirados.” Es decir: la autoridad no les viene por nada
ajeno a ellos mismos. “De en medio de los numerosos escritos cristianos, los libros que
iban a formar el futuro canon delimitado se han impuesto a la Iglesia por su autoridad
apostólica intrínseca, como se imponen a nuestra alma hoy, porque el Cristo Señor habla
por medio de ellos”446. Como afirmó J. Grescham Machen: “La autoridad de los libros del
Nuevo Testamento no fue algo meramente atribuido a los mismos subsiguientemente por
la Iglesia, sino algo inherente en ellos desde el principio”447. 0, como definió el concilio
Vaticano I: “La Iglesia tiene las Sagradas Escrituras como libros "sagrados y canónicos",
no porque, compuestos por sola industria humana, hayan sido luego aprobados por ella;
ni solamente porque tengan la verdad sin error; sino porque, escritos por inspiración del

para ser un templo santo en el Señor (Efesios 2:20; 1ª Pedro 2:3-7; 1ª Corintios 3:9-11).
443
H. Ridderbos, op. cit., p. 197. Cf. Mateo 16:18 y Efesios 2:20.
444
Herman Ridderbos, The Canon of the New Testament, en “Revelation and the Bible”, p. I99.
445
“La Iglesia no es sólo una institución divina, es también una construcción social y humane. No es sólo una Iglesia
santa de Dios, sino también una Iglesia de hombres, y de hombres pecadores. De ahí que esté, con todo lo que es y
todo lo que tiene, bajo la palabra del Señor, que dice: "Arrepentíos y convertíos." En una palabra, la Iglesia deformada
ha de reformarse: Ecclesia reformanda.” Hans Küng, El concilio y la unión de los cristianos, p. 44.
446
0. Cullmann, La Tradition, p. 45.
447
Citado por Herman Ridderbos, op. cit., p. 195.

287
La Teología de la Reforma
Espíritu Santo, tienen a Dios por su autor, y como tales han sido entregados a la misma
Iglesia”448. Ciertamente, la Biblia se hace a sí misma canon. Nadie más puede otorgarle
esta dignidad, pues es Palabra de Dios y Dios es la autoridad suma.

El reconocimiento de los libros apostólicos por parte de la Iglesia, y el declararlos


norma canónica de la verdad cristiana, no hizo a estos escritos más sagrados. La Iglesia
informó al mundo de su fe apostólica, confirmó el fundamento sobre el que descansa
eternamente, pero no formó ni autorizó dicha fe o dicho fundamento, de la misma
manera que un hijo no puede formar a su padre ni autorizar a su madre a que lo sea.

El reconocimiento del canon es el proceso por medio del cual el pueblo fiel va
discerniendo, con creciente toma de conciencia, su fundamento apostólico. Este proceso
tiene su propia historia449 en la que se investiga cómo y cuándo la Iglesia consideró los
27 libros que componen el Nuevo Testamento como una colección divinamente
autorizada y separada de los demás libros. Lo más importante, sin embargo, es poder
responder esta otra pregunta relacionada con el canon: ¿Sobre qué base aceptó la
Iglesia estos libros como canónicos? Esta cuestión no trata meramente de dirigir nuestra
atención a un proceso histórico determinado -el del reconocimiento del Nuevo
Testamento por parte de la Iglesia en un momento dado-, sino que nos invita a formular
juicios de valor. En el presente libro, nuestro interés primordial ha sido ofrecer los
elementos bíblicos de juicio para poder contestar correctamente esta pregunta.

Los libros del Nuevo Testamento mantuvieron su posición de autoridad única en la


Iglesia, como registro canónico de la tradición apostólica, hasta el siglo xvIII. En aquel
siglo, llamado el de la “Ilustración”, cuando el racionalismo introdujo atrevidas cuñas en
el edificio de la fe, la autoridad indiscutida del canon fue puesta en entredicho y sometida
a toda suerte de ataques. Entre los años 1771 y 1775, Johann Salomon Semler publicó
un libro (Abhandlung von freier Uníer-suchung des Kanons) en el que descartó el a priori
de la autoridad del canon. Afirmó que el valor de los libros del Nuevo Testamento tenía
que ser investigado críticamente y que el canon descansaba en resoluciones humanas
que no podrían resistir el examen de la crítica. Propugnó Semler que sólo aquellos
elementos de la Biblia que nos parecieran portadores de un verdadero conocimiento
religioso podían tener autoridad para el creyente. Si bien esta autoridad de la que
hablaba Semler ya nada tenía que ver con la idea de la inclusión en una colección de los
libros tenidos por canónicos, por cuanto la misma idea básica del canon fue descartada.
No el canon, la Biblia, sino la conciencia religiosa del hombre ilustrado es lo que cuenta y
lo que habrá de ser el juez final en las cuestiones de fe y vida. La autoridad pasa, en el
sistema de Semler, del canon al juicio subjetivo del individuo. El gran principio de la
Reforma de que la Escritura es una autoridad objetiva y soberana que el testimonio del
Espíritu Santo nos ayuda a discernir, fue pervertido y convertido en un confuso
subjetivismo racionalista. Sin embargo, la postura de Semler se propagó y vino a ser el
punto de partida de otras posturas críticas. Especialmente, su aserto de que el canon
había sido el resultado de decisiones eclesiásticas falibles -y que estaba, por
consiguiente, sujeto .a la crítica- causó mucha impresión en un cierto número de autores.

448
Denzinger, 1787.
449
Cf. final cap. VII.

288
La Teología de la Reforma
Algunos combinaron el racionalismo y el subjetivismo de Semler con ciertas posturas que
trataban de salvaguardar, aunque sólo fueran las apariencias, de la autoridad del canon.

En años recientes el problema de la autoridad del canon ha vuelto a ocupar, y


preocupar, a la teología450. Está de moda en nuestros días afirmar que la autoridad del
Nuevo Testamento debe ser aceptada porque -y en la medida que- Dios nos habla en
sus libros. Pero precisamente este criterio (“en la medida que”) delata la herencia de
Semler y pone de manifiesto la dificultad y el peligro del subjetivismo. Algunos dicen que
intentan volver al contenido esencial del Evangelio, como si existiera “un Canon dentro
del canon” y fueran a la zaga de una medida objetiva con la que juzgarlo. Otros protestan
que esto es una interpretación demasiado estática del Canon. Dios habla -dicen- ahora
aquí, y luego a11í, en la Escritura. Es la predicación, el kerygma -aseveran- la que
revela, y se revela, como canon. Este concepto es interpretado todavía por otros de
manera aún más subjetivista: el canon es solamente lo que aquí y ahora (hic et nunc)
significa Palabra de Dios para mí. Para Ernst Kásemann, por ejemplo, el canon no es la
Palabra de Dios, ni se trata de algo idéntico al Evangelio, se trata únicamente de una
palabra de Dios en la medida que ésta se vuelve Evangelio para mí. El problema de
saber qué es el Evangelio no puede, pues, decidirse mediante el estudio expositivo de la
Biblia, sino solamente por el creyente individual que “presta su oído a la Escritura para
escuchar”451.

En todas estas actitudes la Iglesia se siente llamada a controlar el Canon, en lugar de


dejar que el canon la controle a ella. L a debilidad intrínseca de todas estas teorías
estriba en que estudian el hecho del canon como algo independiente de la historia de la
salvación y bajo un prisma puramente filosófico y negativo. Van a la Palabra de Dios con
sus propios prejuicios, en lugar de permitir que la Palabra de Dios forme sus juicios.

De ahí la superficialidad de cuantos autores sostienen que los escritores y los lectores
del Nuevo Testamento do vieron, originalmente, ni sospecharon siquiera, que se trataba
de algo canónico y santo. Para estos críticos el único problema del canon estriba en
determinar cómo los libros del Nuevo Testamento se convirtieron en Sagrada Escritura.
Sin duda, como ya hemos señalado, la forma escrita de la tradición apostólica no recibió,
al principio, la misma clara veneración -exenta de crítica- que los libros del Antiguo
Testamento. Sin embargo, no ha de echarse en olvido que cualquier tradición apostólica,
oral o escrita, como tal tradición apostólica tenía y recibía una autoridad igual a la de la
palabra profética. Las primeras dificultades que algunas comunidades cristianas tuvieron
en su percepción y aceptación de la autoridad de algunos pocos escritos confirma, y no
contradice, nuestro aserto: pues tal dificultad surgía precisamente de alguna vacilación
sobre el carácter apostólico de dichos escritos, por falta de elementos de juicio
suficientes452.

450
Cf. Revelation and the Bible, en donde se ofrecen estudios muy valiosos, desde una posición evangélica conserva-
dora, de las varias posturas modernas frente al hecho de la revelación bíblica.
451
Cf. Kásemann, Evangelische Theologie, 1951-52, p. 21, citado por H. Rodderbos, op. cit., p. 192.
452
Ibid., p. 199.

289
La Teología de la Reforma
Por esto no tienen sentido las preguntas que se formulan quienes inquieren: ¿Por qué
razón se admitieron cuatro Evangelios y no uno solo? ¿Por qué no se introdujo una
armonía de los Evangelios canónicos, como, por ejemplo, la de Taciano? ¿Por qué se
incluyeron otros libros además de los Evangelios? Etcétera. ¿Son, en verdad, éstas las
cuestiones primordiales de la historia y el significado del canon? En realidad, la Iglesia
nunca se ha hecho estas preguntas.

Y menos que ninguna la Iglesia primitiva, la inmediatamente posapostólica. La Iglesia


no decidió nunca si había de tener uno o cuatro Evangelios, ni si había que ampliar el
canon de los Evangelios con otro canon apostólico. La verdad sencilla y simple es que
todo lo que constituye el Nuevo Testamento no fue el producto sino la base de la
decisión de la Iglesia al expresar la conciencia de su aceptación y reconocimiento de lo
que el Espíritu le revelé que era canon. La Iglesia nunca supo de nada mejor, aparte
estos Evangelios y epístolas que le fueron entregados por los apóstoles. Y si queremos
comprender algo de la historia de la Iglesia, hemos de aprender que las comunidades
posapostólicas sacaron su discernimiento del canon de la misma fuente de donde
brotaron ellas mismas y el canon, ya que la Iglesia no tuvo nunca otro fundamento que
su tradición apostólica relativa a Jesús, el Cristo. La Iglesia actuó en aquella ocasión
como uno que conoce y presenta a sus padres. Este conocimiento no descansa tanto en
demostraciones como en experiencia directa.

Todo esto resulta obvio para quien se acerca al estudio del canon con una perspectiva
orientada en, y desde, la historia de la salvación. Porque es un hecho evidente que el
Nuevo Testamento no sabe de otro principio, aparte de la autoridad y la tradición
apostólicas, que pueda servir de fundamento para la Iglesia. Queremos decir con ello
que según el Nuevo Testamento sólo existe un canon, una norma única. Y esto debe ser
mantenido frente a quienes, como Harnack, han pensado que la Iglesia tuvo en sus
orígenes un carácter carismático, expresado por las voces de los llamados “profetas”, y
que fue solamente más tarde, cuando estas actividades carismáticas cesaron, que
fueron sustituidas por una autoridad institucional apostólica. La postura de Harnack es
bien conocida: cuando el período “pneumático” llegó a su fin, “el espíritu fue encerrado
en un libro”453, y as! el cristianismo, la religión del Espíritu, se convirtió en la religión de un
Libro. El Nuevo Testamento revela claramente que, fuere cual fuere la influencia y la
importancia del testimonio de los profetas, en la primitiva Iglesia este testimonio y esta
actividad “pneumáticas” no fueron las fundamentales ni las decisivas en los orígenes de
la Iglesia cristiana. Cabe señalar que tan sólo sobre la base del testimonio apostólico
estas operaciones “pneumáticas” tuvieron un cierto lugar en la Iglesia. Mas, a diferencia
de la actividad apostólica, tales operaciones requerían siempre el posterior examen
crítico y la prueba demostrativa454. Grosheide ha indicado certeramente que en el Nuevo
Testamento, mientras la más absoluta sujeción es exigida por la palabra apostólica, sin
que nunca se dé el caso de que esta palabra haya de recibir posterior aprobación, ésta
se requiere de los pronunciamientos proféticos, es decir, de los profetas del Nuevo

453
H. N. Ridderbos, The Authority of the New Testament Scriptures, p. 29.
454
Romanos 12:6; 1ª Corintios 12:3; 1ª Tesalonicenses 5:19 y ss.; 1ª Juan 4:1.

290
La Teología de la Reforma
Testamento455. No se pueden colocar los dones proféticos de la Iglesia primitiva al mismo
nivel que la autoridad única que Cristo confirió a sus apóstoles. Es igualmente erróneo
imaginar que la autoridad de los apóstoles creció gradualmente hasta llegar a ser un
sustituto de los dones de profecía. El fundamento histórico-redentor del canon del Nuevo
Testamento descansa única y exclusivamente en la autoridad de los apóstoles, y en esta
autoridad halla también sus límites cualitativos y cuantitativos.

Por la misma razón es igualmente equivocado el intento de someter el canon al juicio


crítico subjetivo de los creyentes (o de la Iglesia en su conjunto) en lo que se refiere a su
extensión o contenido, por cuanto ello entrañaría una violación de su significado redentor
a histórico. Es inadecuado apelar a textos tales como Juan 16:13; 1.a Juan 2:27; 1.°
Tesalonicenses 5:20 y ss. o 1.8 Corintios 14:29, en donde se le promete a la Iglesia el
don del Espíritu para discernir los espíritus y poner a prueba todas las cosas, guardando
lo que sea bueno. La exégesis clarifica estos pasajes y nos enseña que en los mismos
no se llama a la Iglesia a ejercer juicio sobre la autoridad de los apóstoles, ya que ello
significaría que se colocaba por encima de su autoridad -prescindiendo de su propio
fundamento-, olvidando que esta autoridad les fue dada por el Señor mismo. El
discernimiento al cual se invita a la Iglesia es un juicio que ésta habrá de hacer
precisamente a la luz de la Palabra apostólica si no quiere equivocarse, como veremos
en el próximo capítulo.

La teoría del KCanon dentro del canon” queda refutada por las mismas
consideraciones. El solo hecho de que se apele a las más diversas interpretaciones del
Nuevo Testamento, sobre la base del principio de la canonicidad -es decir, de la
autoridad de un supuesto canon esenciaL-, delata su inconsistencia y su impotencia por
presentar el principio de la canonicidad neotestamentaria de acuerdo con los datos de la
historia de la redención. La autoridad con la que Cristo ató a su Iglesia y llevó a cabo por
delegación de los apóstoles, tuvo un contenido material definido y unos contornos
concretos. Sobre todo, al ser puesta por escrito, delimitada y codificada. Además, según
esa teoría, ¿qué texto y en qué medida puede considerarse canónico? Porque, en último
análisis, lo que hay que incluir y lo que hay que desechar sólo puede saberse de acuerdo
con el canon mismo. Cristo es el fundamento, la roca de la Iglesia; es, por consiguiente,
su canon de verdad. Nadie puede poner otro fundamento 456. Lo que es canónico y
fundamento para la Iglesia no ha de decidirlo la Iglesia, y mucho menos el creyente
individual. Nuestra única tarea consiste en mirar cómo edificamos sobre el fundamento
que nos ha sido dado457. La Iglesia, pues, no adoptará ningún otro criterio para juzgar lo
falso de lo verdadero aparte del canon apostólico, dado su carácter cristológico y
redentor.

¿Y qué diremos del concepto que interpreta el canon como el hecho de que los
escritos del Nuevo Testamento pueden servir a Dios para hablar una y otra vez a la
Iglesia, como lo hace con el creyente individual? Si este punto de vista subrayara simple-
mente que el canon produce un impacto en el cristiano, y en la Iglesia, solamente a
través del Espíritu Santo, entonces no habría nada que objetar, puesto que estaría de
455
Citado por H. N. Ridderbos, op. cit., p. 30.
456
1ª Corintios 3:11.
457
1ª Corintios 3:20.

291
La Teología de la Reforma
acuerdo con la manera como Cristo ha relacionado el testimonio de su Espíritu con el de
los apóstoles458. Mas si entendemos por ahí que el canon no tiene sentido propio, per se,
y que tan sólo sirve de orientación a la Iglesia para inspirarle una cierta experiencia
religiosa, tal teoría es completamente errónea. No podemos reducir el canon a lo que la
Iglesia o el creyente individual perciban hic et nunc como Evangelio y Palabra de Dios.
Este concepto arrebata al canon su significado redentor original, lo convierte en mero
juguete de nuestro subjetivismo. Sin duda que lo que Cristo ha establecido como canon
para su pueblo sólo puede ser reconocido y recibido por la operación del Espíritu Santo,
pero la palabra apostólica autorizada -y autoritaria- no puede identificarse, sin más, con
la operación del Espíritu en los corazones de los hombres. Y mucho menos podemos
reducir el canon a lo que nosotros creamos oír como Palabra de Dios y despreciar lo que
ha sido establecido como norma fija y revelación escrita. Nuestra posición descansará
sobre bases firmes sólo en la medida que aceptemos todas las implicaciones del hecho
de que Dios ha hablado y ha procurado preservar su mensaje para la Iglesia de todos los
siglos mediante el testimonio apostólico. Esto nos llevará a admitir la relación que el
mismo Cristo ha establecido entre el testimonio del Espíritu y el de los apóstoles459. Lo
que convierte el testimonio apostólico en testimonio del mismo Espíritu no es, en primer
lugar, el hecho de que el Espíritu convence a los demás de la verdad del testimonio de
los apóstoles, sino que el Espíritu creó en primer lugar el testimonio apostólico y lo guió
hasta su realización plena y su consumación escrita. El Espíritu reveló cuanto atañe a
Cristo a los apóstoles, les testificó su verdad y les condujo a la plenitud de la misma,
recordándoles las palabras de Cristo a impulsándoles a proclamarlas con poder. La
conexión entre la obra del Espíritu y el canon -vista desde una perspectiva correcta: es
decir, la de la historia de la salvación estriba, primeramente, en la escuela subjetiva del
Evangelio como canon, sino en su mensaje objetivo, dogmáticamente proclamado; no se
apoya en la iluminación de los creyentes, sino en la inspiración de los testigos objetivos y
autorizados que testifican de la verdad concreta de Dios. Los pasajes del Evangelio de
Juan que presentan la obra del Espíritu como continuadora de la obra de Cristo, se
oponen a ese concepto subjetivista y proclaman, por el contrario, la autoridad del
testimonio apostólico como canon a implícitamente vindican el valor normativo de su
fijación escrita.

De igual manera queda refutada la idea sostenida por otros de que la promesa del
Espíritu haría independiente al creyente en su escucha de la Palabra revelada, pudiendo
incluso desechar el canon si creyera encontrar contradicción en él. La lectura del
mensaje evangélico, así como su escucha, no se hacen de manera independiente, sino
dentro del marco de la comunidad de los creyentes, y aún más: inmerso en el contexto
histórico de la Iglesia. Estas consideraciones serían suficientes para descartar toda
pretendida independencia absoluta, pero queda aún el hecho de que la lectura y la
escucha de la Palabra de Dios sólo es dable dentro del marco de la totalidad del canon,
pues de lo contrario se convierte en mero entretenimiento literario y falta, precisamente,
aquello -o mejor dicho: Aquél- a que se ha recurrido para eludir la autoridad absoluta del
canon: el Espíritu Santo.

458
Juan 15:26.

459
Juan 15:26; 16:13 y ss.

292
La Teología de la Reforma
El canon apostólico es el fundamento de la unidad de la Iglesia460. La idea de un canon
contradictorio es un absurdo, por no decir una blasfemia en contra de Cristo, su autor.
Cristo da testimonio de que el Espíritu no hablará de sí mismo, sino que recibirá el
mensaje del Salvador y lo hará conocer a los apóstoles. El contenido del testimonio del
Espíritu es idéntico, pues, al de los apóstoles. El poder que los apóstoles recibieron de
Cristo para establecer su palabra como canon, se cumple al ser conducidos e inspirados
por el Espíritu del Señor. Por consiguiente, cualquier intento de separar la canonicidad
de la palabra apostólica de las operaciones del Espíritu, colocando a éstas en contraste y
oposición al contenido objetivo de aquélla, se halla en conflicto con el significado
histórico-redentor del canon. Anula el carácter único de la historia de la redención y no
deja sitio al canon como su expresión autorizada. La obra y el mensaje de Cristo quedan
diluidos en imprecisiones y a merced del talante subjetivo de cada individuo.

Por lo tanto, si se nos pregunta: ¿qué razones movieron a la Iglesia a aceptar los libros
del Nuevo Testamento en pie de igualdad con los del Antiguo Testamento?, la pregunta
sólo puede tener una respuesta: la Iglesia no tenía otra alternativa. A1 dar autoridad a
sus apóstoles, Cristo mismo dio un canon y un fundamento a su Iglesia. Y este canon,
absolutamente único y delimitado concretamente, sólo puede ser conservado en su
modalidad escrita. A1 aceptar una colección fija, y cerrada, de escritos como canon
exclusivo de la verdad cristiana, la Iglesia obró enteramente de acuerdo con su
estructura y según las intenciones del plan divino de redención manifestado en Cristo. La
Escritura no debe, pues, ser tenida como un simple documento póstumo de la revelación.
Pertenece más bien al mismo proceso redentor y revelador ocurrido en la plenitud de los
tiempos, es decir: en el tiempo de la encarnación de Cristo. La Escritura representa el
testimonio del Espíritu que Cristo prometió a los apóstoles461. Es la piedra del
fundamento, de la cual habló el Señor a Pedro: <sobre esta roca edificaré mi Iglesia” 462,
la roca de los apóstoles que sirve de soporte al edificio que se levanta para ser un templo
santo en el Señor463.

Pero no deseamos cerrar este capítulo sobre el reconocimiento del canon por parte del
pueblo de Dios sin examinar antes algunas importantes objeciones que se han hecho en
contra de la misma naturaleza de este reconocimiento.

La crítica extremista -prescindiendo, desde luego, de los datos fundamentales de la


historia de la salvación y contemplando la historia de la primitiva iglesia con lentes
racionalistas- se ha atrevido a afirmar que ni los judíos ni los primeros cristianos
conocieron esto que nosotros llamamos canon. La fijación del canon, según estos
autores, es obra posterior del clericalismo y ha de atribuirse exclusivamente a una
decisión de la Iglesia en una época cuando se había convertido ya en una fuerte y com-
pacta organización eclesiástica.

460
Juan 17:20, 21.
461
Juan 15:26, 27.
462
Mateo 16:18
463
Cf. H. N. Ridderbos; op. cit., p. 33.

293
La Teología de la Reforma
La Encyclopédie des Sciences religieuses, en su artículo sobre el canon del Nuevo
Testamento, escrito por M. Nicolas, afirma:

1.° Que la palabra “canon”, en el sentido cristiano, era extraña a los judíos
alejandrinos y que no existía ningún otro término paralelo que pudiera corresponder
en la lengua de los judíos de Palestina.

2.° Que si esta palabra (“canon”) hubiera sido conocida por unos y otros, la hubieran
aplicado solamente al Pentateuco. Prueba de ello es el use de la expresión “La Ley”
(nomos, Thorah) que aplican a estos cinco primeros libros.

Dado el paralelismo -subrayado en uno de nuestros capítulos anteriores- entre el


canon del Antiguo y el del Nuevo Testamento, y toda vez que ambos constituyen las dos
partes de la totalidad del canon divino, examinaremos estas críticas formuladas en contra
del concepto del canon, para profundizar más en el significado que entraña su
aceptación por parte de la Iglesia, no sólo para la historia, sino para la teología.

A1 parecer, los críticos extremistas no quieren atender al testimonio múltiple de los


escritores judíos. Señalemos, en primer lugar, que el prólogo escrito por el traductor y
nieto del autor del libro apócrifo Eclesiástico, escrito alrededor del año 136 antes de J.C.,
hace clara referencia a las tres partes constitutivas del canon hebreo: la Ley, los Profetas
y los libros (los nebiim o hagiographes). El historiador Flavio Josefo, que escribió a
finales del primer siglo de la era cristiana, pero que según opinión general reproducía
una tradición muy anterior, menciona por nombre todos los libros sagrados, que clasifica
en tres secciones. Los cuenta en número de 22 (este número se obtiene uniendo Rut a
Jueces y las Lamentaciones al libro de Jeremías). Además, como quiera que Josefo
cuenta trece libros de profetas, es seguro que coloca las Crónicas seguidamente
después de los libros de Reyes, como en las ediciones protestantes de la Biblia, y a
Daniel entre los grandes profetas. Sabemos, por otra parte, que los doce profetas
menores fueron considerados como un solo libro por los judíos.

Asimismo, el IV Libro de Esdras (97 antes de J.C.) es el primer documento que nos da
la cifra actual de 24 libros, tal como la encontramos en el Talmud y la Midrach.

Parece, pues, obvio que debería admitirse, sin lugar a dudas, que el canon judío, a
comienzos de la era cristiana por lo menos, era exactamente nuestro canon actual del
Antiguo Testamento. Pero ya hemos visto, por la cita de M. Nicolás, la clase de críticas
que en contra de todo ello se formulan.

La respuesta a estas críticas reconoce que entre los judíos alejandrinos los libros
sagrados no eran designados con el nombre genérico de canon (es decir: regla). Este
término, tomado de los gramáticos de la misma Alejandría para designar en el orden
literario las obras clásicas, fue usado en sentido religioso, por vez primera, por Orígenes.

Pero los judíos, tanto alejandrinos como palestinianos, conocían otra palabra que les
servía para el mismo fin. Y este término era precisamente la palabra hebrea Thorah, que
en griego se traducía por nomos o graphé.

294
La Teología de la Reforma
De manera que los hechos nos obligan a formular las siguientes conclusiones previas:
1ª Que los judios, aun sin emplear la palabra canon, conocían el sentido de la misma,
pues tenían la idea de que ciertos libros eran norma de Ley para ellos. 2.a Que estos
libros obligaban la conciencia de todo buen judío por ser considerados como divinos. 3.a
Que la palabra “Thorah” (equivalente de canon) era aplicada a las tres partes del canon
actual.

Flavio Josefo, en su obra Contra Apionem (I, 8), escribió: “Se inculca a todos los
judíos, en los primeros años, que es preciso creer que se trata de las órdenes de Dios,
que hay que observar y, si es necesario, morir con gusto por ellas.” Y estas órdenes,
para Josefo, se hallan únicamente en los libros que él mismo diferencia de los que los
protestantes llaman apócrifos y los católico-romanos deuterocanónicos. Josefo afirmaba:
“Desde Artajerjes hasta nuestros días, los acontecimientos han sido también
consignados por escrito, pero estos libros no han adquirido la misma autoridad que los
precedentes, porque la sucesión de los profetas no ha sido bien establecida.”

La prueba de que el canon ya estaba bien delimitado antes de la era cristiana, se


revela en el hecho de que hacia el año 32 de nuestra era algunos escribas propusieron
sacar del mismo los libros de Ezequiel, Eclesiastés, Cantares, Proverbios, y Ester. La
tradición talmúdica refiere que Ananías, hijo de Ezequías, hijo de Gaion, resolvió
victoriosamente las dificultades presentadas en contra de dichos libros.

Con todo, la moderna escuela crítica asevera que la prueba de que no existía un
canon en el sentido cristiano de la palabra, entre los judíos, resulta del hecho mismo de
las discusiones que acabamos de mencionar. Estos debates, que no fueron clausurados
prácticamente sino hacia el 90 ó 96 de nuestra era en el sínodo helenista de Jamnia,
llevaron a la conclusión de que no había todavía decisión de la autoridad oficial de la
comunidad para cerrar el canon. Además, la formación sucesiva de tres grupos de obras
canónicas demostrarla que los judíos no tenían noción de una lista rigurosamente
cerrada, definida, excluyendo toda adición. Estos dos conceptos: que no había decisión
de la autoridad suprema de la comunidad y que no existía una lista cerrada que
excluyera toda adición, sirven a los críticos para afirmar que los judíos no tenían noción
de la idea cristiana del canon. Y estos críticos se esfuerzan en sus historias del canon
por enfatizar ambos puntos.

Cabe, sin embargo, preguntar: ¿Qué entienden los críticos por idea cristiana del
canon? Porque pronto nos damos cuenta de que la supuesta concepción del canon
cristiano no responde, en realidad, a la naturaleza del canon cristiano, sino a lo que ellos,
los críticos, entienden por tal. Según su manera de enfocar esta cuestión, el canon es el
producto de la decisión de la Iglesia. Pero ni la Iglesia católica ni las Iglesias de la
Reforma creen tal cosa. Ya mencionamos, en dos ocasiones, la resolución del Vaticano I
sobre este punto464. Los reformadores, asimismo, declararon: “Por lo que la Iglesia, al re-

464
Cf. nota 5, ad supra. La diferencia entre Roma y la Reforma no consiste en el valor intrínseco
de la Escritura como Palabra de Dios, que ambas reconocen igualmente “quoad se”. La diferencia
tiene que ver “quoad nos”, es decir: el reconocimiento de ese valor divino de la Escritura que,
según Roma, dependería de la Iglesia y, según la Reforma, de las mismas evidencias de la
Escritura que se impone por sí misma a la Iglesia. La Reforma no ligó el canon a la Iglesia sino la

295
La Teología de la Reforma
cibir la Sagrada Escritura y al vindicarla por su sufragio, no la hace más auténtica, como
si antes hubiera sido dudosa; sino porque la Iglesia la reconoce como la pura verdad de
su Dios, la reverencia y la honra, obligada por su deber de piedad”465.

El verdadero concepto cristiano del canon, no el que inventaron los críticos cual
monigote para luego echarle piedras, implica que los escritos canónicos se avalan a sí
mismos y se imponen a la fe de la comunidad, incluso luego de haber encontrado, en
ocasiones, algunas resistencias. El concepto cristiano del canon no precisa la
intervención de una autoridad suprema que lo fije y le confiera su autoridad. En un
sentido es la Iglesia la que hace el canon, pero sólo en el sentido de que ella confiesa
-no confiere- y declara cuáles son los libros que tiene por inspirados y que se imponen
por la aceptación general de todos los creyentes y todas las comunidades. Pero ella no
hace el canon, si entendiéramos por ahí que es por propia decisión, por acuerdo de sus
dirigentes, que depende el valor normativo de los libros sagrados. El valor normativo le
viene de Dios, su autor último, y depende, por lo tanto, de un orden de apreciación que
permite incluso criticar el juicio de los particulares.

Si, contrariamente a lo que sucedió, la gran sinagoga judía hubiese promulgado ciertos
libros canónicos, tal acto hubiera significado una usurpación y no hubiese correspondido,
en absoluto, a la noción auténticamente cristiana del canon. La idea cristiana, repetimos,
contempla simplemente los hechos de la revelación y la salvación de Dios en Cristo y su
actualización en la Iglesia. En este caso, comprobamos que los libros canónicos se
impusieron al consenso general de Israel como “órdenes de Dios”, para emplear el
lenguaje de Josefo. Ocurrió lo que después tenía que suceder con los escritos del Nuevo
Testamento.

Muy simple es la respuesta que hemos de dar a la crítica extrema cuando objeta que
la lista de libros judíos no era tenida por algo concluso y, por consiguiente, no
correspondía al ideal cristiano del canon.

En tanto que la Escritura estaba en vías de formación, resultaba evidente que los
libros que la componían no podían constituir un todo cerrado, sin capacidad de admitir
adiciones. Si una autoridad religiosa cualquiera hubiera podido cerrar el canon, hubiese
resultado imposible añadir luego los libros del Nuevo Testamento. La fe del antiguo pacto
era, sobre todo, una esperanza mesiánica y como a tal esperanza se hallaba abierta a su
cumplimiento; no podía, pues, ser algo cerrado. El argumento de la crítica se torna aquí
en ventaja nuestra, pues confirma precisamente la necesidad de que la revelación final
del Cristo adquiera en su plenitud un carácter cerrado a inmutable.

El concepto cristiano del canon supone, necesariamente, que el pueblo de Israel tuvo
conciencia, más o menos claramente, de su carácter de religión preparatoria. Sus
documentos escritos exigen un complemento. No es necesario, pues, que el canon apa-
rezca como fijado y definitivamente cerrado. Cuando el sínodo judío de Jamnia lo declaró

Iglesia al canon.
465
Juan Calvino, Institución, I, 7.

296
La Teología de la Reforma
tal, rompió oficialmente con el Espíritu de los profetas 466, el Espíritu que habló en el
Mesías y luego por medio de los apóstoles.

¿Conclusión? Los judíos tenían un auténtico canon bíblico, en el pleno sentido


cristiano. Porque lo que es esencial en la idea del canon no es la lista de libros, sino la
noción de que uno o varios libros son el registro de la revelación de Dios a los hombres
en Cristo y, consiguientemente, son normativos, canónicos y obligan al pueblo del Señor.
En este sentido, Israel tuvo canon. Y este canon fue leído por los hijos de Abraham, por
Jesús y por la Iglesia apostólica, en su triple colección del Pentateuco, los Profetas y los
escritos.

Pero quedar todavía por responder la objeción de que el canon judío, en todo caso,
quedaba restringido al Pentateuco, y la que afirma que los judíos no tenían ninguna
palabra equivalente para expresar el concepto del canon.

Si canónico es igual a normativo, entonces los términos nomos (Ley), graphé (texto
escrito de la ley) corresponden al hebreo thorah y expresan la misma idea que el término
eclesiástico y cristiano del canon.

Pero si bien es verdad que el Pentateuco es por excelencia la Thorah -toda vez que
contiene efectivamente el cuerpo más importante de leyes rituales, civiles, políticas y
morales-, está fuera de toda duda igualmente que en la época de la composición de los
libros del Nuevo Testamento el término Thorah ya se había extendido a las dos otras
secciones del Antiguo Testamento.

En el cuarto Evangelio leemos de una discusión entre Jesús y los judíos, en la cual el
Señor introduce la fórmula: “Está escrito en vuestra Ley”, para aludir al Salmo 86:6,467 por
lo que se deduce que los judíos extendían la noción de la canonicidad a la tercera y
última parte de la Biblia hebrea.

Si los críticos siguen objetándonos y nos dicen que la fecha del cuarto Evangelio es
muy tardía, les recordaremos que el testimonio de este Evangelio queda corroborado por
dos cartas de Pablo más tempranas: en 1ª Corintios 14:21 el apóstol cita Isaías 28:11
como Ley. Y en Romanos 3:10-18 Pablo cita, con la fórmula: “Escrito está”, palabras
sacadas de los Salmos, del Eclesiastés, de los Proverbios y de Isaías, y concluye:
“Sabemos que toda lo que la Ley dice, a todos los que están bajo la Ley lo dice.” Pablo
era versado en estudios judíos; como discípulo de Gamaliel había aprendido
directamente de los rabinos sus expresiones técnicas.

El testimonio del apóstol Juan en su Evangelio queda así corroborado. Jesús y san
Pablo extendieron el use del término Thorah a todas las partes en que se dividía el
Antiguo Testamento: la Ley, los Profetas y los otros escritos,
466
1a Pedro 1:10-12.
467
Juan 15:26.

297
La Teología de la Reforma

Cristo censuró a los judíos por haber anulado el mandamiento de Dios con sus
tradiciones. Pero jamás les reprochó el haber introducido libros humanos en la Palabra
de Dios o el haber intentado sacar de la Thorah alguna obra. Si esto último hubiera su-
cedido, el reproche de Cristo hubiese sido tanto o más enérgico que al denunciar sus
tradiciones.

Siempre hay los que desearían un canon avalado y promulgado por algún sanedrín.
Mas nosotros, para quienes el pensamiento del Maestro es canónico, tenemos una
autoridad exterior más alta que las autoridades rabínicas y eclesiásticas. No es una
autoridad oficial. Es la autoridad de un excomulgado: la autoridad de Jesús. Ahora bien,
sin haber recibido ninguna investidura oficial de manos de los dirigentes judíos, tenía, sin
embargo, la suprema dignidad: era el Mesías. El testimonio de Jesús en la historia
testifica en favor del canon hebreo, y el testimonio del Espíritu Santo en el corazón de los
creyentes, y en la Iglesia testifica en favor de las afirmaciones de Jesús.

Por supuesto, la crítica no se detiene en el Antiguo Testamento y formula parecidas


objeciones con respecto al Nuevo.

La primera dificultad que nos plantea consiste en presentarnos el Nuevo Testamento


del hereje Marción, del año 138, como el primer canon cristiano. El canon oficial,
ortodoxo, sería, pues, posterior al año 140. Nunca, antes de esta fecha, se usa la ex-
presión “Está escrito” para referirse al Nuevo Testamento. Por otra parte, no es hasta el
170 que Melitón de Sardis se sirve de la expresión: “escritos del nuevo pacto”. Después
viene Ireneo en la misma fecha. Y la crítica racionalista se refocila subrayando que fue
un hereje el que dio a la Cristiandad el primer canon. Esta afirmación es ya dogma entre
los críticos desde hace más de un siglo y medio.

Una realidad no depende, sin embargo, del nombre que reciba. Cuando a mediados
del siglo ti se denominó al que había de ser Nuevo Testamento “escritos del nuevo
pacto”, no se hizo más que dar expresión a una realidad cuyo proceso comenzó jus-
tamente en el instante de la aparición de la primera carta apostólica468.

***

VII La historia del reconocimiento del canon

Evitamos siempre la expresión: historia de la formación del canon, porque es


equívoca. La expresión correcta es: historia del reconocimiento del canon. Como hemos
comprobado, la realidad sustancial del canon hunde sus raíces en el ministerio
apostólico y su expresión escrita, más tardía, no puede ser separada de sus orígenes.
Antes, pues, de todo reconocimiento explícito por parte de la Iglesia, el canon es una
realidad viva y dinámica que envuelve a la comunidad, la alimenta y la guía, así como le
dio un día el nacimiento.

468
Cf. capítulo siguiente.

298
La Teología de la Reforma
La Iglesia no formó el canon. Y si por canon entendemos esta realidad previa incluso a
su fijación y delimitación escrita, entonces con toda propiedad podemos decir que fue el
canon el que formó a la Iglesia. Los cristianos han deseado siempre someterse a la
Palabra de Dios. Han querido saber siempre dónde estaba esta Palabra que ellos no han
creado. Y que siempre han confesado.

La canonicidad equivale a la apostolicidad. Casi todas las dudas que tuvieron algunas
iglesias sobre la canonicidad de ciertos libros fueron debidas a no disponer de suficientes
evidencias apostólicas de los mismos.

La Iglesia, pues, ante un escrito que se le presentaba con valor cristiano, formulaba la
pregunta: ¿Es apostólico? Y esta cuestión entraña dos consideraciones: Por apostólico
entiende, en primer lugar, que hubiera sido escrito por un apóstol, sin duda alguna. Por
ejemplo: el Evangelio de Mateo, el de Juan, las cartas de Pablo y Pedro, etc. Y, en
segundo lugar, que hubiera sido escrito por un compañero o ayudante de apóstol, lo que
implica un concepto amplio de la apostolicidad469. Tertuliano escribió: “Establecemos,
ante todo, que el libro de los

Evangelios tiene por autores a los apóstoles, a quienes impuso el Señor mismo el
encargo de predicar las Buenas Nuevas. Si tenemos también por autores a discípulos de
los apóstoles (apostólicos Marcos y Lucas), éstos últimos no han escrito solos, sino con
los apóstoles y según los apóstoles. Porque la predicación de los discípulos podría ser
sospechosa de vanagloria si no estuviera apoyada por la autoridad de los maestros y por
la autoridad de Cristo mismo, quien hizo a los apóstoles maestros”470. Este testimonio de
Tertuliano es de la máxima importancia. Encierra, brevemente, toda la teología del
canon. Observemos que “la autoridad de los maestros” es “la autoridad de Cristo
mismo”, porque el Señor “hizo a los apóstoles maestros” y, por consiguiente, los
discípulos de los apóstoles sólo tienen autoridad en la medida que no hayan escrito

469
«El principio Para aceptar un libro era la tradición histórica de su apostolicidad. Pero hemos de entender claramente
que por esta apostolicidad no se quiere decir siempre que el autor haya sido un apóstol. Desde luego, cuando éste era
el caso no había dudas: porque desde muy temprano la apostolicidad fue identificada con la canonicidad. Hubo dudas
en relación a Hebreos, en Occidente, y a Santiago y Judas, que retrasaron la aceptación de estos libros en el canon de
ciertas iglesias. Pero en el principio no fue así. El principio de canonicidad no es, pues, estrictamente la paternidad
literaria apostólica de un escrito, sino la imposición que los apóstoles hacen del mismo. De ahí que el nombre que
Tertuliano usa para canon sea "instrumentum"; habla del Antiguo y el Nuevo Instrumento como nosotros nos
referimos al Antiguo y Nuevo Testamento. Nadie niega que los apóstoles impusieron el Antiguo Testamento a la
Iglesia -como su "instrumento", o regla-. A1 imponer nuevos libros a las iglesias que fundaban, por la misma
autoridad apostólica, no se limitaron a libros de su propia redacción. Es el Evangelio de Lucas, un hombre que no era
apóstol, el que Pablo coloca paralelamente en 1ª Timoteo 5:18 con Deuteronomio y le llama "Escritura". Los
Evangelios, que constituían la primera parte de los Nuevos Libros --'Los Evangelios y los Apóstoles" fue el primer
título que recibió el Nuevo Testamento---, según Justino, fueron "escritos por los apóstoles y sus compañeros". La
autoridad de los apóstoles se hallaba en los libros que entregaron a la Iglesia como regla, no solamente en los que ellos
mismos escribieron. Las comunidades primitivas recibieron en su Nuevo Testamento todos los libros que llevaban
evidencias de haber sido dados por los apóstoles a la Iglesia como código de ley; y no deben desorientarnos las
vicisitudes históricas de la lenta circulación de algunos de estos libros, como si la lenta circulación significara lenta
"canonización" por parte de las Iglesias.p Benjamín B. Warfield, The Inspiration and Authority of the Bible, 1960,
páginas 415, 416.
470
Tertuliano, Contra Marción, IV, 2.

299
La Teología de la Reforma
solos, sino con y según los apóstoles. Así, la autenticidad apostólica de Lucas queda
confirmada ya desde los primeros versículos de su Evangelio: apela al testimonio de los
que fueron testigos desde el principio por sus ojos471. E1 autor de la carta a los hebreos
establece la relación que le liga con los que pueden confirmar la gran salvación de Dios
en Cristo por haberla oído directamente472, relación que acaso dé la razón a quienes
sostienen que esta epístola no es de Pablo sino de un discípulo suyo.

Por consiguiente, si ninguno de los cuatro Evangelios hubiese sido escrito por mano
de apóstol, su contenido hubiera recibido aceptación igualmente con tal de que su
“tradición apostólica” fuera auténtica y comprobada. Este es el caso de Marcos y Lucas.

Nuestra comprensión del canon como elemento integrante, a integral, de la historia de


la salvación nos lleva, pues, a no restringir el concepto de apostólico a límites demasiado
estrechos que la historia del reconocimiento del canon desmentiría. Al mismo tiempo,
nos prohíbe también ensanchar en demasía dichos límites como si el posterior juicio
histórico de la Iglesia sobre lo que es y lo que no es apostólico fuera la base fundamental
y final de nuestra aceptación del canon. Indudablemente, el juicio de la Iglesia
-entendida, sobre todo, bíblicamente, como asamblea de creyentes- es un fuerte motivi
canonicitatis. Pero no es fundamental473.

Por otra parte, no todos los escritos que dicen ser apostólicos lo sin, como enseña la
abundante literatura apócrifa que proliferó a partir del segundo siglo y que explica, en
parte, la preocupación de la Iglesia posapostólica en tener una colección de libros
genuinamente apostólicos.

La situación a mediados del siglo II por lo que respecta al reconocimiento del canon
escrito del Nuevo Testamento era la siguiente:

Los Evangelios eran aceptados indiscutidamente como Escritura canónica.

Las epístolas de Pablo habían sido agrupadas en una colección que, en la mayoría de
lugares, era tenida como Escritura sagrada.

Los Hechos, de Lucas, eran considerados como la continuación del Evangelio del
mismo autor y aceptados con la misma estima.

La 1ª de Pedro y la 1.8 de Juan eran citadas en las iglesias asiáticas y,


probablemente, en otros lugares.
El Apocalipsis era conocido en Occidente y, sobre todo, en las Iglesias a las que fue
dirigido.

471
Lucas 1:1-3.
472
Hebreos 2:3.
473
Sobre el significado de la autoridad de la Iglesia para el reconocimiento del canon, A. Kuyper (Encycl., II, pp. 508
y ss.) distingue expresamente entre la auctoritas imperil ecclesiae, que recbaza, y la auctoritas dignitatis ecclesiae, por
medio de la cual la Iglesia, acomo impresionante fenómeno de vida, con su dignidad moral, y como creación de Cristo,
da testimonio del Autor ecclesiaeb. Citado por H. N. Ridderbos, op. cit., p. 89.

300
La Teología de la Reforma
Al mismo tiempo, había dos escritos -el Pastor de Hermans y la Didaqué- que
pugnaban por entrar en el canon. En algunas iglesias consiguieron ser leídos y aun en
otras ser aceptados como Escritura, aunque finalmente fueron desechados.

Había dos factores circunstanciales que retrasaron y dificultaron la confesión unánime


de todas las Iglesias:
La memoria de quienes habían visto a los apóstoles, y aun al Señor, era todavía viva y
llevaba a muchos a preferir, por ejemplo, el testimonio de Ireneo, discípulo de Policarpo,
quien había escuchado al apóstol Juan, que no tener que discernir entre varios escritos.
Esto es evidente, sobre todo, en la gente sencilla de las primeras comunidades.

Además, como testifica Tertuliano, había la creencia de que las iglesias fundadas
directamente por los apóstoles eran guardianes del testimonio apostólico. Creencia que
en tiempos de Ireneo correspondía, seguramente, a la verdad, pero que a medida que el
tiempo iba separando la distancia entre el origen y la evolución de dichas comunidades
dejó de tener valor normativo.

Los lazos de relación entre las iglesias no eran siempre estrechos, debido a las
dificultades de comunicación. Esto retrasó, indudablemente, el testimonio unánime de
toda la Iglesia universal r especto al canon del Nuevo Testamento. Y así, unas iglesias
iban a la zaga de otras en dicho testimonio y reconocimiento.

Tampoco debe ser olvidado el hecho de que la primitiva Iglesia creía inminente la
segunda venida del Señor. Vivía no sólo de la fe sino de la esperanza; su misma fe era
esencialmente escatológica. Tal actitud ayudó a retrasar la clara enunciación de los
escritos apostólicos.

Sin embargo, la realidad del canon, o regla apostólica, yacía latente en la vida de
aquella Iglesia primitiva. En realidad, aquella Iglesia no estuvo nunca sin Escritura,
puesto que el Antiguo Testamento, interpretado por el Señor y sus apóstoles, era la base
de su fe474. La misma lógica interna de su actitud con respecto al Antiguo Testamento
llevaba a la Iglesia al establecimiento de su propio canon, que habría de completar el de
la antigua dispensación hebrea.

Pero, repetimos, la canonicidad del Nuevo Testamento no descansa en el dictamen de


la Iglesia, sino que la misma certidumbre que la Iglesia tiene de la canonicidad del Nuevo
Testamento es la que le conduce a reconocerlo como tal, a aceptarlo como algo superior,
como norma de su vida. No ponemos en duda, por supuesto, el valor del consenso
unánime de la Iglesia, que en el siglo Iv alcanza un acuerdo manifiesto y revela la acción
de la Providencia guiando a su pueblo. Dicho consenso representa un elemento de
verdad nada despreciable: subraya el hecho impresionante de que la inmensa mayoría
de escritos del Nuevo Testamento nunca fueron discutidos en las Iglesias.

474
«La Iglesia cristiana no estuvo nunca sin una "Biblia" o un "Canon".” B. B. Warfield, op. cit., p.
411.
Cf. Hechos de los Apóstoles 2:17-47; 3:12-26; 7.
The New Bible Dictionary, art. «Canon”.

301
La Teología de la Reforma
No obstante, sería históricamente incorrecto imaginar que la selección de ciertos escritos
y el rechazo de otros tuvo lugar automáticamente sin dar lugar a polémicas. Es un hecho
innegable, por ejemplo, que las cartas de Santiago, Hebreos y segunda de Pedro no
alcanzaron general aceptación sino hasta el siglo iv475. Aún más, en el siglo vi la Iglesia
de Siria expresó sus dudas sobre el Apocalipsis, y de las llamadas epístolas católicas
sólo aceptó Santiago, primera de Pedro y primera de Juan, en tanto que daba entrada a
una tercera epístola apócrifa a los corintios. Las vicisitudes del Apocalipsis ilustran el
esfuerzo y la tensión polémica en medio de los cuales la palabra apostólica fue
imponiéndose gradualmente a la conciencia de los fieles. Aunque aceptado en el siglo II
por todas las Iglesias de Oriente y de Occidente, las Iglesias de Jerusalén, Antioquía,
Efeso y Constantinopla lo sacaron de su canon durante casi un siglo, pese a que es el
escrito apostólico que mejor sirve para fijar los límites del período de la revelación
neotestamentaria. La historia, pues, no es en sí misma la base del reconocimiento del
canon, por más que revele la acción de la Providencia en medio de su pueblo.

La problemática de la historia del canon es compleja como todo lo que tiene que ver
con un desarrollo.

Cualquier intento de hallar un a posterior¡ que nos justifique el canon -tanto si lo


buscamos en la autoridad de su doctrina, en el consenso de las iglesias o en el mismo
desarrollo histórico- nos aleja del propio canon y crea, de hecho, un canon sobre el
canon; es decir, una autoridad sobre la autoridad del canon, lo que se halla en conflicto
con su misma naturaleza reveladora, salvífica y apostólica.
Aparentemente sólo queda una alternativa: la fe de la Iglesia, la fe que el Espíritu
Santo obra en los corazones de los que son de Cristo. Esto significa que el testimonio
interno del Espíritu Santo sería el fundamento sobre el que nos basamos para reconocer
el canon. Somos los primeros en enfatizar la necesidad del testimonio interno del Espíritu
Santo para poder admitir la autoridad divina de la Escritura. Ningún argumento histórico,
ninguna aceptación de la autoridad de la Iglesia, ninguna apelación al consenso unánime
de la historia puede convertirse en sustituto ni reemplazar por un solo instante el
elemento de fe que produce el Espíritu Santo para capacitarnos y hacernos discernir la
verdad de Dios. No obstante, estamos de acuerdo con los que opinan que el testimonio
del Espíritu Santo no es la base -sino el medio-que nos llevará al reconocimiento del
canon en su forma concreta de 27 libros. El testimonio del Espíritu Santo abre nuestros
ojos al carácter divino del Evangelio que nos ofrece el Nuevo Testamento. Pero el
testimonio del Espíritu Santo no es lo que nos lleva a distinguir con infalible certeza el
canon como a tal, con su concreta limitación. En los casos de duda sobre tal o cual
escrito, el testimonio del Espíritu Santo no ofrece a la Iglesia la dirección decisiva para la
solución final de estos problemas, porque no aporta ninguna base puramente objetiva. El
testimonio del Espíritu acompaña el testimonio de la Escritura; nos induce a la obedien-
cia con respecto al mensaje bíblico, pero no nos dice con exactitud cuáles escritos son

475
) B. F. Westcott, The Canon of the New Testament, 1881, pp. 352-393.
E1 hecho de que no hubiera recibido todavía «general aceptación” no disminuye la importancia de otro hecho
evidente: que estos escritos habían sido reconocidos por otras iglesias. Westcott decía: «El consenso general de la
Iglesia en el siglo Iv es una prueba antecedente de las credenciales de estos libros; y queda por ver que puedan ser
desechadas por las evidencias más inciertas y fragmentarias de las generaciones precedentes.”

302
La Teología de la Reforma
inspirados y cuáles no. Por consiguiente, el testimonio del Espíritu Santo para el
reconocimiento del canon es de valor en la medida que comprendamos que la autoridad
con la que la Palabra de Dios nos habla se identifica a priori con un canon ya concretado.
De ahí que esta apelación casi exclusiva al testimonio del Espíritu -clásica en el
pensamiento reformado- haya derivado, en aquellos casos en que se ha suscitado el
problema del canon, en una limitación de la autoridad, la cual queda reducida a lo que se
llama “su contenido”, y así la autoridad del canon como tal se ve minada por reservas y
aclaraciones, cuando no es abandonada completamente, como ocurre en el Protestan-
tismo de signo liberal.

El fundamento del canon no puede ser otro que Cristo mismo, y es en él, y en la
naturaleza de su obra, que hay que it a buscarlo. La base del reconocimiento del canon
es, por consiguiente, redentora, es decir: cristológica, como señala H. N. Ridderbos:
“Porque Cristo no es solamente el canon por medio del cual Dios habla al mundo y en el
cual se glorifica a sí mismo, sino que Cristo establece el canon y le da una forma
histórica concreta. En primer lugar, Cristo establece el canon por su palabra y por su
obra, pero luego también en la transmisión de su mensaje a aquellos a quienes ha
confiado tal misión y ha dado tal poder, por su Espíritu, el cual da testimonio a través de
la tradición apostólica. Y es también Cristo el que ha dado y controla el lazo que une el
canon a la Iglesia. La Iglesia misma ha de ser fundada sobre este fundamento. Tendrá
canon, haga lo que haga con él. Por cuanto la Iglesia, en sí misma y por sí misma, no
está exenta de error, ni siquiera en su reconocimiento del canon y en su rechazo de lo
que no es canónico. No obstante, es Cristo el que establece el canon, y continúa su
obra, no simplemente como una realidad espiritual o como un canon dentro del canon.
Cristo establece el canon por la predicación apostólica y en la legibilidad de la escritura
apostólica; mediante la guarda del testimonio apostólico y de la doctrina apostólica.
Verbum Del manet in aeternum, es decir: permanece no como la palabra en la palabra,
no como el Espíritu en la Escritura, sino como la Palabra apostólica anunciada a la
Iglesia con el poder del Espíritu (1.a Pedro 1:25). Esta palabra que está escrita y que
como a tal empezó y continuará su curso a través de las edades. Y sobre esta palabra y
de acuerdo con este canon Cristo establece y edifica su Iglesia. Es Cristo el que hace
que su Iglesia acepte su canon y, por medio del testimonio del Espíritu Santo, la lleve a
reconocer que este canon es el canon de Cristo. Cuando hablamos de Iglesia no nos
referimos a ninguna comunidad, asamblea o sínodo determinados que hubiera
dictaminado alguna resolución sobre el canon, si bien tales pronunciamientos
eclesiásticos han desempeñado un lugar muy importante en la historia de la Iglesia, que
no es lícito desestimar. Mas las decisiones de una asamblea eclesiástica no deben ser
usadas como evidencia de que lo que se ha seleccionado y se ha llevado a cabo
correctamente. La Iglesia no puede apelar nunca a su inerrancia. Ni siquiera
temporalmente. Para su aceptación del canon, la Iglesia depende de Cristo solamente.
No se funda en nada más. Lo que Cristo ha prometido con respecto al canon es válido
para toda Iglesia del futuro. El canon de Cristo perdurará, pues siempre habrá una Iglesia
de Cristo; y la Iglesia de Cristo perdurará porque el canon de Cristo continuará existiendo
y porque Cristo, a través del Espíritu Santo, edificará su Iglesia sobre este canon
apostólico. Este es el a priori de la fe, por lo que se refiere al canon del Nuevo
Testamento. Este a priori no nos exime, por supuesto, de investigar la historia del canon.
Porque lo absoluto del canon no puede separarse de lo relativo de la historia. Es verdad,
sin embargo, que habremos de examinar la historia del canon a la luz de este a priori de

303
La Teología de la Reforma
la fe. Y contemplaremos esta historia en la cual no sólo el poder humano del pecado y
del error, sino, sobre todo, la promesa de Cristo se halla en acción, obrando para
construir y establecer su Iglesia sobre el testimonio de los apóstoles. Para reconocer el
canon en su forma concreta como el canon de Cristo, se necesitan ambas perspectivas:
la histórico-redentora que nos da el a priori de la fe y la historia del canon”476.

El mismo Nuevo Testamento nos presenta en germen el desarrollo del canon


apostólico. La primitiva comunidad cristiana se alimentaba de la palabra y la tradición
apostólicas, amén de las Escrituras del Antiguo Testamento. No nos interesa aquí la
cuestión del canon del Antiguo Testamento (que ya hemos considerado en el capítulo
anterior), reconocido y admitido por Cristo, sus apóstoles y la Iglesia de todos los
tiempos. Nuestra investigación se dirige al canon del Nuevo Testamento. Este canon fue
dado por los apóstoles en forma de kerygma, didaqué y marturia 477, es decir: en su triple
modalidad de: proclamación, doctrina y testimonio. De esta manera, los apóstoles
entregaron a la Iglesia su propia tradición, librándola del error y separándola de toda
tradición espúrea (como la rabínica, por ejemplo). La Iglesia recibió esta tradición
oralmente y en forma escrita y se alimentó tanto de la una como de la otra478.

Por las razones apuntadas más arriba, la Iglesia primitiva no fue consciente
inmediatamente, en toda la amplitud y consecuencias de su significado, del hecho de
que se estaba nutriendo de una nueva Sagrada Escritura paralela a la del Antiguo
Testamento, si bien, como hemos visto, las condiciones de este nuevo canon escrito y
sus exigencias se hicieron patentes, copiosamente, dentro de la misma línea de la
tradición apostólica. Sus huellas son fácilmente discernibles en la vida de la Iglesia
posapostólica más primitiva. Por ejemplo, Bernabé alude en su carta479 a ciertas palabras
de Jesús como Escritura, pues las introduce con la fórmula clásica: “está escrito”, o bien:
“1a Escritura dice. Y lo mismo hace Clemente480 en su segunda carta. Se habla del
“Evangelio” en términos generales, sin especificar si se trata de los cuatro Evangelios o
del mensaje en si. Sin embargo, tenemos muchas citas de los Evangelios escritos, que
llenan profusamente las obras de los autores cristianos de los años 90-140; citas que
parecen haber sido tomadas literalmente de los Evangelios escritos. Es obvio que, fuerte
aún el recuerdo de una tradición oral todavía no extinguida, no se concedió en aquellos
primeros años, de manera inmediata, ninguna autoridad absoluta y exclusiva a la
tradición apostólica escrita por encima de la tradición oral. Pero, al mismo tiempo, es
igualmente obvio que, dentro del amplio circulo de la tradición apostólica oral, la tradición
escrita, más concreta y estrecha, empezó claramente a delinearse muy pronto. Este
desarrollo no puede explicarse en términos de actividad eclesiástica, consciente, es de-
cir: preparada por una reflexión intencionada. La Iglesia no deseaba alimentarse de otra
cosa que lo que habla recibido siempre como norma, canon, directamente de los
apóstoles y, por ellos, de Cristo. Así, para poder continuar recibiendo el alimento
apostólico, a medida que el circulo de la tradición oral se fue tornando más y más vago y

476
H. N. Ridderbos, op. cit., pp. 40, 41.
477
Ibid., pp. 52-81.
478
Cj. E. Flesseman -Van Leer, Tradition and Scripture in the early Church, 1953, pp. 66, 67.
479
Ep. Bernabé 4:14
480
2ª Clemente 2:4.

304
La Teología de la Reforma
su contornos fueron tomando cierta imprecisión, la Iglesia fue concentrándose en aquella
única forma de la tradición apostólica que podría servir para siempre, por su carácter fijo
a indestructible, preciso perenne. Fue así como gradualmente concentró su atención en
la modalidad escrita de la tradición. Autores como Ireneo y Tertuliano basaron su
doctrina cristiana apoyándose en la palabra de Cristo y los apóstoles tal como ésta se
encontraba en la tradición escrita. Y esto de manera exclusiva: negaron el valor de
cualquier tradición que no hubiese sido preservada en la Escritura. Para ellos, toda
apelación hecha a cualquier revelación oral, no escrita, era considerada como herejía
gnóstica481. Mas, al replegarse en la tradición escrita, en ningún momento quiso la Iglesia
significar con ello que se aprestaba a elaborar su propia Sagrada Escritura, pues esta
Escritura ya estaba hecha. Ni siquiera proclamó que tal tradición tenla que convertirse en
canónica; se limitó a confesar lo que discernía como canon, lo que había sido siempre la
tradición de su fundamento y así se afirmó sobre su propia base, en tanto que ésta esta-
ba al alcance de la mano en forma fija y permanente. La autoridad de Cristo y sus
apóstoles, intrínseca a la tradición que sustentaba a la Iglesia, fue lo que determinó la
proclamación del canon escrito como regla suprema de la fe de la Iglesia.

A la luz de lo que hemos expuesto, no podemos admitir la teoría que ve en el canon


cristiano ortodoxo una mera reacción al canon de Marción. Y aún más, hemos de
rechazar el otro concepto que sólo ve una reacción a la herejía montanista. Sin negar el
valor de acicate que toda herejía tiene en la historia de la Iglesia para hacer resaltar la
verdad, este hecho no explica la fijación del canon cristiano.

A mediados del segundo siglo, Marción se separé de la Iglesia y propugnó su propia


doctrina herética que prescindía del Antiguo Testamento y de cuanta influencia
veterotestamentaria creía encontrar él en la tradición apostólica. Aceptó solamente el
Evangelio de Lucas -que mutiló a su gusto- y diez cartas de Pablo -también mutiladas, de
acuerdo con sus teorías-. En la misma época se propagaron gran número de corrientes
gnósticas que apelaban bien sea a nuevas revelaciones, o bien a tradiciones orales no
consignadas en las cartas apostólicas. Así se formaron -y aquí sí que es dable emplear
el término “formar”- los evangelios apócrifos y otros escritos que pugnaron por ocupar el
lugar que sólo a la auténtica tradición apostólica correspondía.

Harnack fue el primero en idear la teoría de que el canon del Nuevo Testamento fue el
resultado de la reacción en contra de Marción. Otros fueron más lejos: supusieron que al
evangelio único de Marción la Iglesia tenía que oponer los cuatro Evangelios y que a las
diez epístolas paulinas habla que presentar un epistolario más extenso, amén del libro de

481
C/. E. Flesseman - Van Leer, op. cit., p. 191: Ireneo y Tertuliano aniegan decididamente la existencia de tradición
extraescriturística. Apelar a verdad revelada aparte de la Escritura es gnosticismo herético”.
Dice Ireneo: “mejor es que nos refugiemos en la Iglesia, seamos educados en su seno y nos
alimentemos de la Escritura del Señor. Porque la Iglesia fue plantada como un paraíso en este
mundo-, por eso dice el Espíritu de Dios: “Podéis libremente comer todos los frutos del jardín”,
esto es, podéis comer de todas las escrituras del Señor; pero no debéis comer con orgullo ni tocar
discordia alguna heréticas (Ad. Haer. 5, 20, 2).
Para Ireneo y Tertuliano las iglesias fieles a su origen apostólico son testimonios vivos de la verdad, en tanto que, cual
paraísos, conservan en sus jardines los frutos de la Escritura apostólica y no aceptan las fantasías extraescriturísticas de
los herejes gnósticos. Cf. Tertuliano, De pudicitia, 21, 17.

305
La Teología de la Reforma
los Hechos y otros escritos482. Pero todo esto no son más que especulaciones sin
fundamento científico por cuanto son incompatibles con los hechos. El canon de Marción
es, claramente, una limitación de lo que ya existía como canon válido en la Iglesia. El
canon de la Iglesia no fue inspirado por el esfuerzo de Marción de introducir un nuevo
canon. Lo contrario es verdad: el canon de Marción fue una reacción herética al canon
apostólico de la Iglesia. Con respecto a la mayoría de escritos del Nuevo Testamento, es
fácil demostrar que eran ya reconocidos en Roma (ciudad en donde Marción expuso sus
doctrinas) y eran tenidos como autoridad única y especial, desde hacia muchos años483.
Nada se sabe de ninguna decisión eclesiástica en aquella época484. Por otra parte, la
práctica de las iglesias era bastante diferente en aquellos años, pero las diferencias
continuaron después de Marción y las decisiones eclesiásticas que abogaron por la
uniformidad no se hicieron patentes sino hasta el siglo iv o v, por lo que no podemos
considerarlas como una reacción frente a Marción, que vivió a mediados del siglo ii.

El desarrollo progresivo que las iglesias, independientemente las más de las veces,
hicieron en su reconocimiento del canon, debemos atribuirlo al creciente discernimiento
espiritual y no a la planificación de ciertos esfuerzos intencionados en contra de la
herejía. Que ello es así nos lo prueba el hecho de que no hubo nnguna discusión, nunca
y en ninguna iglesia, sobre la canonicidad de la mayoría de los escritos del Nuevo
Testamento. Las Iglesias siempre consideraron estos escritos como testimonio
autorizado del gran periodo de la encarnación de Cristo. El conflicto entre la Iglesia y
Marción no tuvo nada que ver con la idea de un canon -en su sentido material de la
palabra- sino con los limites y el contenido de este canon. Por supuesto que el ataque a
unos libros cuya autoridad era reconocida en todas las comunidades cristianas hizo
profundizar y discernir mejor la autenticidad apostólica de los mismos, con lo cual su
significado canónico salió todavía más vindicado. A todo ello contribuyeron los ataques
de Marción y de los montanistas. Pero esto no hace más que confirmar el hecho de que
la autoridad de la mayoría de los libros del Nuevo Testamento era ya aceptada sin
discusión por la Iglesia. La esencia del canon, su significado teológico, estriba en que no
sólo cualitativamente, sino cuantitativamente, es el producto, no de las decisiones
eclesiásticas, sino de las presuposiciones básicas de la fe de la Iglesia. Estamos, pues,
de acuerdo con los que afirman que la Iglesia no estableció el canon, sino el canon a la
Iglesia.

Esta postura hace justicia al hecho de que las Iglesias no empezaron a formular
decisiones sobre el canon, ni siquiera sobre el criterio específico del mismo. La manera
como el canon alcanzó su posici6n de autoridad en la Iglesia constituye una evidencia de
orden histórico de que nunca conoció otra norma que le sirviera de fundamento perenne.
La Iglesia apostólica, y posapostólica, no supo de ninguna otra regla válida que hundiera
sus raíces en la misma historia de la salvación.

Los cuatro Evangelios y la mayoría de las epístolas (escritos indiscutidos)


constituyeron siempre el a priori de todas sus confesiones de fe, sus polémicas y

482
Cf. J. Knox, Marcion and the New Testament, 1942.
483
“Alrededor del año 140-150 el pueblo de Roma conocía una colección de escritos autoritativos que era práctica-
mente idéntica al actual Nuevo Testamento.” W. C. van Unnik, citado por H. N. Ridderbos, op. cit., p. 90.
484
Ibid., p. 43.

306
La Teología de la Reforma
decisiones. Es por esta razón que todos los esfuerzos. bien fueran de los herejes o bien
del deseo de síntesis de algunos cristianos (como Taciano) para reducir los cuatro
Evangelios a uno solo, fracasaron. El hecho de que los cuatro Evangelios no sean igua-
les y encierren una multiplicidad y variedad dentro de su unidad (lo que también
discernimos al compararlos con las epístolas) apoya todavía más cuanto hemos
afirmado. La Iglesia aceptó, desde el primer instante, lo que era dado. No hubo por su
parte ningún esfuerzo de armonización literaria, de composición, ni de síntesis litúrgica.
La Iglesia sólo conoció los cuatro Evangelios y las cartas apostólicas como la única cosa
en que podía confiar, como aquello que le fue dado por fundamento. La ignorancia de la
Iglesia de cualquier otro fundamento se debe al hecho de que nunca se apoyó sobre
ninguna otra base fuera de esta tradición sobre Jesús transmitida por los apóstoles.

Todo intento de disminuir esta base (Marción), o de ensanchar sus límites


(montanistas), no hizo más que despertar la conciencia de las Iglesias ayudándolas a
discernir, y defender, mejor la roca de la fe.

En último análisis, lo que nos importa saber es si verdaderamente la tradición


registrada en el Nuevo Testamento, y aceptada unánimemente desde el principio, es la
roca sobre la cual Cristo prometió edificar su Iglesia: el fundamento de los apóstoles y
profetas. ¿0 es que erró en su elección el pueblo cristiano? ¿Habrá de confesar la Iglesia
que lo que le fue prometido por Cristo no puede identificarse con lo que, realmente,
recibió? Estas cuestiones no sólo afectan al canon, como colección de escritos, sino que
de hecho penetran hasta la sustancia misma del contenido del Nuevo Testamento.
¿Instituyó Pablo un cristianismo diferente que el de Jesús, como pretende la crítica
liberal? 0, por el contrario: ¿representan los escritos canónicos adecuadamente la tra-
dición sobre Jesús auténticamente surgida de la historia de la salvación? ¿Poseen estos
libros la autoridad de los apóstoles? ¿Son realmente el testimonio del Espíritu Santo? ¿0
sólo se trata de buenos libros de religión, humanamente loables y nada más?

¿Han de someterse a la crítica científica antes que la fe los pueda aceptar?

Hay quien sostiene que los escritos de Pablo y los Evangelios no encierran la
autoridad original de Cristo, porque -aseguran- desde el principio esta tradición sufrió
toda clase de alteraciones. Estas transformaciones son entendidas por algunos como
desarrollo fortuito a “inocente”; para otros -la mayoría de críticos modernos del Nuevo
Testamento representan una mutación radical del Evangelio original. Pero, fuere cual
fuere la estima que se tenga de estos supuestos cambios, nosotros nos seguimos
preguntando de qué manera puede la crítica explicar sus “tesis” científicamente. Porque
creemos que la historia se le opone. Los documentos sobre los que se basa la
investigación no pueden ser más claros: enfatizan una y otra vez que los que escribieron
lo hicieron porque cuanto testificaba su pluma fue visto y oído antes y la garantía de este
testimonio visual y auditivo es puesta de relieve repetidas veces. ¿Qué pensar, pues, de
la ingenuidad de estos pobres apóstoles (por no decir de ellos otra cosa) si consintieron
que lo que realmente habían visto y oído fuera transformado en una tradición tan
antihistórica y completamente adulterada, como desearían hacernos creer los corifeos de
una falsamente llamada ciencia del Nuevo Testamento que echa mano de vocablos tan
respetables como el de kerygma para aludir a dicha transformación? ¿Qué nos queda,
pues, del alto concepto del apóstol y de la santa tradición apostólica que no sea una

307
La Teología de la Reforma
ridícula caricatura? Y lo que es mas grave: ¿qué nos queda de la grandeza, la verdad y
la autoridad de Cristo a no ser un recuerdo vago, confuso, equiparable a cualquier otra
corriente religiosa? ¿Dónde fueron a parar las promesas de Jesús de Nazaret? ¿Qué se
ha hecho del poder de su Espíritu?

La crítica liberal elude plantearse el problema mediante preguntas tan directas. Pero,
si fuera consecuente, habría de formulárselas.

No obstante, las supuestas teorías de la crítica no han ayudado en nada a la


comprensión del reconocimiento del canon. Porque ninguno de los criterios propugnados
explica adecuadamente la historia de dicho reconocimiento. La verdad escueta, sencilla y
natural como la vida misma es que la Iglesia aceptó ciertos escritos -y no otros- como
norma de su fe porque tenía la certidumbre de que estas obras se derivaban -y tomaban
su origen- de Cristo mismo, en última instancia. Y aquí de nuevo nos encontramos con el
a priori de la fe de la primitiva comunidad cristiana. Un a priori que debe ser también el
nuestro si de veras queremos comprender algo del valor de la tradición apostólica y del
significado de la intervención de Dios en Cristo en el mundo. Sólo podemos conocer a
Cristo en la medida que aceptamos la manera como a él le ha placido revelarse a
nosotros a través del canon del Nuevo Testamento. Porque Cristo no puede ser
desligado de este canon. Ni el canon de Cristo. Por cuanto Jesús no solamente
constituye su contenido sino su gran presuposición. Como dice Ridderbos, “en Cristo no
sólo hay redención, sino también la fidedigna transmisión de la redención”485. Este es,
éste ha sido siempre el principium cananicitatis. Como el mismo Ridderbos escribe: “El
problema del canon no es eclesiástico, sino cristológico. Nuestra posición no responde
todos los problemas históricos a priori. Pero para aquellos que tienen fe en Cristo esta
posición vindica el derecho de la Iglesia a aceptar como canónico y santo lo que ha
recibido como Evangelio y tradición de los apóstoles. Y, en último análisis, da a la Iglesia
el derecho de seleccionar este canon, frente a todos los demás escritos”486.

Es sólo a la luz de cuanto acabamos de decir quo podemos examinar con perspectiva
correcta los problemas quo surgen al reflexionar sobre la historia del reconocimiento del
canon por parte de las Iglesias cristianas.

Una vez la Iglesia hubo recibido su fundamento y lo hubo reconocido en lo quo


constituía el centro y el contenido de la colección de escritos conocidos como Nuevo
Testamento, era inevitable quo, tarde o temprano, fueran establecidos los límites de este
canon y su carácter cerrado. Y la necesidad de esta delimitación se hizo apremiante en
la misma medida en quo proliferaron otros escritos de dudoso origen y significado. La
historia del reconocimiento del canon nos muestra quo el proceso histórico de esta
delimitación fue variado y de cierta duración. Sin embargo, por lo quo deducimos de los
varios autores eclesiásticos con respecto a los homologoumena (escritos universalmente
485
Ibid., p. 46..
486
Ibid., p. 47.

308
La Teología de la Reforma
reconocidos) y los antilegomena (escritos dudosos), la diversidad de los debates sobre el
número de los escritos canónicos jugó un papel secundario y no le afectó tanto a la
Iglesia como los conflictos con Marción. Esto no debe sorprendernos. Porque lo quo
estaba fijado y era aceptado unánimemente por todas las comunidades cristianas quo
fue blanco de los ataques de Marción no tenía punto de comparación con lo quo pudo re-
sultar incierto en algunos momentos, puesto quo esta incertidumbre sólo se dio en
relación con muy pocos escritos canónicos, cuyo valor -quo, por supuesto, no vamos a
minimizar- no podía, sin embargo, alterar o disminuir el quo se tributaba universalmente
a la mayoría de escritos universalmente aceptados. Y, en muchos casos, seria incluso
incorrecto hablar de “oposición” a tal o tales libros canónicos. En ocasiones, las
diferencias se originaron por razones de use o costumbres, más quo por principios. La
ignorancia quo algunos sectores de la Cristiandad pudieran tener sobre alguna carta
apostólica -ignorancia quo circunstancias históricas a imponderables geográficas y de
comunicación explican perfectamente retardó la aceptación de la misma en dichas áreas.

Además, cabe destacar quo la incertidumbre con respecto a algunas epístolas


apareció, en algunos casos, en fecha bastante tardía y como resultado de problemas quo
nada tenían quo ver con el canon en sí, sino motivados por polémicas quo preocupaban
a la sazón a las Iglesias. Esto es evidente, sobre todo en dos de los casos de más
radical incertidumbre; las vacilaciones de Occidente ante la carta a los Hebreos y las de
Oriente con respecto al Apocalipsis. La oposición a este último apareció muy tarde y fue
motivada por discusiones dogmáticas que agitaron durante un tiempo el Oriente
cristiano. Algo parecido puede verse en el caso de Hebreos, rechazada porque los
montanistas apelaban a Hebreos 6:4 en sus controversias con las demás Iglesias, si bien
anteriormente esta epístola había sido ya usada y citada como canónica por Clemente
en los años 90-100.

Pero la evidencia más impresionante con respecto a Hebreos es que, como ha


señalado Van Unnik. entre los años 140-150 varios pasajes de este escrito se habían
convertido en lenguaje corriente y tradicional de las Iglesias, y ello en el mismo grado
quo otros escritos nunca discutidos en Occidente487. De manera quo la autoridad original
de Hebreos es evidente y parece quo luego fue minada por consideraciones tardías y
ajenas por completo a la problemática del canon. De ahí quo tales consideraciones
acabaran desapareciendo y el valor apostólico de la carta fuera final y definitivamente
vindicado.

Así no todos los libros -aunque sí la mayoría de ellos obtuvieron una misma posición
inconmovible como núcleo central del canon en el aprecio de los creyentes. Algunos
escritos que, en el principio, habían sido aceptados sin discusión, pudieron ser objeto de
vacilaciones en ciertos sectores de la Cristiandad, lo cual casi siempre era motivado por
las razones expuestas en el ejemplo anterior sobre Apocalipsis y Hebreos. El conjunto de
obras indiscutidas del canon sirvió como núcleo influyente que determinó el posterior
discernimiento de la totalidad del canon, tanto en sentido positivo como en el negativo de
rechazo de lo espúreo y apócrifo. La certeza de lo que había recibido, al sufrir los
embates de la herejía, movía a la Iglesia a vindicar y confesar con más tenacidad lo que

487
W. C. van Unnik, op. cit., p. 27.

309
La Teología de la Reforma
consideraba como fuera de discusión. Esta certeza hizo a las Iglesias más críticas para
examinar todo cuanto se apartaba del canon; en algunos casos, incluso más críticas de
lo que acaso era necesario. Algunos autores modernos olvidan demasiado a menudo
este sentido crítico de la Iglesia primitiva, sin pensar que el posterior desarrollo
dogmático sólo fue posible a partir de esta regla de fe inconmovible pasada por el tamiz
de la crítica en muchos embates. Westcott, al enjuiciar la situación al término de la época
de los llamados padres apologistas griegos, escribió que los escritos apostólicos “son la
regla y no el fruto del desarrollo de la Iglesia” 488. Y, sobre la época de los concilios -ante y
posnicena- afirmó: “La Escritura era la fuente de la cual los campeones y los enemigos
de la ortodoxia derivaban todas sus premisas; y, entre otros libros, se hizo mención de la
carta a los Hebreos como habiendo sido escrita por san Pablo:

las epístolas católicas eran reconocidas como una colección definida. Pero ni en
Nicea, ni en los concilios que se sucedieron, las Escrituras nunca fueron tema de
discusión. Ellas se hallan detrás de toda controversia, como un fundamento seguro,
conocido e inconmovible”489.

Fueron muchos, y complejos, los factores a través de los cuales la Providencia guió a
la Iglesia a reconocer el canon. Razones de política eclesiástica entorpecieron a veces la
unanimidad del desarrollo. Estas razones, que en algunos casos aceleraron el mutuo
acuerdo entre varias Iglesias -como ocurrió especialmente entre las cristiandades de
Roma, Cartago y Alejandría-, en otros agrandó luego las diferencias -entre Roma y
Alejandría por un lado y Siría y el Asia Menor por el otro-. Y, sin embargo, cuando
examinamos atentamente la problemática y su proceso histórico nos damos cuenta de
que las cuestiones temporales y circunstanciales no ahogaron definitivamente la
percepción de las Iglesias para acabar reconociendo la totalidad del canon apostólico.
Esta percepción es igualmente notable en el rechazo de obras tan estimadas -y que en
algunas iglesias, por algún tiempo, llegaron a ser tenidas como canónicas- como la
Didaqué, o incluso la epístola espúrea a los Laodicenses, tenida por paulina, pero no por
canónica, por el papa Gregorio en el año 600490.

Un factor que se destaca, cuando reflexionamos sobre la actitud de las Iglesias al


rechazar unos escritos y al aceptar otros, es el de la ecumenicidad latente y sentida en
todos los segmentos de la Iglesia antigua, por más separados que geográficamente
pudieran estar unos de los otros. Ya hemos visto cómo la incertidumbre de algunas
Iglesias frente a ciertos escritos fue circunstancial, casi podríamos decir provinciana; y,
por otra parte, las vacilaciones que la ortodoxia pudiera experimentar ante otros escritos
(Apocalipsis y Hebreos) contradecían lo que desde un principio había sido aceptado por
la mayoría de las Iglesias. Por consiguiente, al estrechar sus lazos con Occidente, el
Oriente cristiano tuvo que examinar de nuevo su actitud con respecto al Apocalipsis de
Juan, y el Occidente, a su vez, se vio obligado a revisar las razones de sus dudas sobre
Hebreos (y sobre Santiago, probablemente), volviendo, al fin, a la práctica antigua que

488
Westcott, op. cit., p. 230.
489
Ibid., p. 430.
490
Ibid., pp. 458-462.

310
La Teología de la Reforma
reconocía estos escritos como parte integrante del canon. De manera parecida, las
Iglesias del Asia Menor -y posteriormente las Iglesias de Siria, muy aisladas lin-
güísticamente- hubieron de abandonar sus particularismos regionales -su ignorancia, en
un sentido en relación con las epístolas católicas. El factor que se revela eficaz, y que
obra poderosamente en la aceptación común del mismo canon, es el de la antigüedad de
los escritos, antigüedad que equivale a sinónimo de apostolicidad. Así, junto a su sentido
ecuménico que impedía a unas comunidades desentenderse de las demás y que las
llevaba a todas a sentirse parte integrante del mismo Cuerpo, junto a la ecumenicidad
aparece el factor contenido. Y aquí debemos subrayar la tremenda influencia que el ca-
non original -es decir: el núcleo de documentos tenidos siempre y en todas partes por
canónicos ejerció en el juicio de las Iglesias y, sobre todo, de sus dirigentes en el
proceso del reconocimiento de la totalidad de este canon. Esta influencia es la que
explica, en último lugar, por qué escritos como la carta de Bernabé, el pastor de Hermas,
la epístola a los laodicenses y otros no fueron reconocidos a pesar del use que algunas
Iglesias hicieron de los mismos, mientras que Hebreos, Apocalipsis, Santiago, 2ª Pedro y
2ª y 3ª Juan fueron, más tarde, admitidas, aunque originalmente no habían sido dis-
cernidas con claridad.

Sin embargo, sería un grave error suponer que las Iglesias -la Iglesia en su acepción
universaladoptaron algún principio teológico como norma canonicitatis. Hemos de
recordar siempre la actitud receptiva y crítica de la Iglesia primitiva que, en su defensa y
aceptación del canon, era plenamente consciente de lo que había recibido del Señor, es
decir: la tradición apostólica. Esto es lo que orientó y protegió a la Iglesia. La armonía
principal, el acuerdo unánime establecido por el núcleo, permitió el reconocimiento del
canon total. Es, por lo tanto, muy difícil y arriesgado -pues puede llevarnos al error- el
tratar de marcar una línea demasiado definida, exageradamente concreta, entre lo que
desde un principio fue admitido sin discusión y lo que motivó discrepancias. El núcleo del
canon influyó en el proceso de la aceptación de los restantes documentos y, en cierto
sentido, hasta explica sus vicisitudes y contingencias históricas, pero no debe hacernos
olvidar lo que es más importante: que en este proceso hay que tener siempre presente la
realidad última, siempre existente y viva (tanto si algunas, o todas, las comunidades la
reconocen, como si no), de la tradición apostólica que el Señor entregó a la Iglesia como
fundamento y que, en la transmisión de la misma, el Espíritu del Señor no dejó de obrar.
La realidad estaba allí, lo estuvo desde el principio. Una realidad cristológica que se
expresa por el apostolado. Esta es la única norma canonicitatis que se impone a todas
las Iglesias. La cristiandad no adopta, pues, una regla sino que la recibe. El
reconocimiento pudo ser gradual, y una parte del canon -su núcleo indiscutido- pudo
ayudar a percibir el resto, pero las Iglesias no dieron autoridad a ningún escrito -como si
antes no la tuviera intrínsecamente-, sino que el canon, al ser aprehendido, fue aceptado
con toda su autoridad. Porque la certeza que la Iglesia tiene de una regla apostólica,
como su fundamento, coincide con la certeza que tiene del perdón y la redención que ha
hallado en Cristo, porque el que es su Salvador es también su Señor y de él recibe toda
seguridad y convicción.

No ha sido nuestro intento trazar los avatares de la historia del reconocimiento del
canon por parte de la Iglesia. Existen buenas obras dedicadas al tema. En castellano, la
Introducción al N. T. de Wikenhauser, pese a ciertas reservas en cuestiones de detalle,

311
La Teología de la Reforma
contiene una aceptable relación de testimonios y datos sobre la historia del canon. En
inglés recomendamos, sobre todo, la obra clásica ya de Westcott491.

Como breve introducción, ofrecemos a continuación un cuadro esquemático de los


más importantes testimonios, desde principios del siglo II hasta el siglo Iv, sobre el
reconocimiento del canon del Nuevo Testamento. Este bosquejo no puede ser
exhaustivo, por supuesto. Cada testigo merecería un estudio atento y se requieren
muchas puntualizaciones. Pero esto entra ya de lleno en el estudio de las vicisitudes y
particularidades históricas.

Hemos de recordar, sin embargo, que el hecho de que un autor sólo nos haya dejado,
en testimonio escrito, la cita, o citas, de unos pocos libros no significa que no conociera
los restantes. Así, Ireneo, que no cita a Filemón -y en cambio menciona todas las otras
cartas de Pablo-, es muy posible, casi seguro, que estaba familiarizado con esta carta
del apóstol, pero por contingencias casuales no tuvo oportunidad de citarla. Wikenhauser
es de esta opinión. El silencio de un escritor eclesiástico sobre tal o tales escritos
canónicos no significa que no los conociera -y menos que no los reconociera como a
canónicos-, pues no cabe esperar que los (pocos, en la mayoría de casos) escritos de
los primeros autores cristianos contengan todo lo que éstos creían y pensaban. Aquí vale
decir que el silencio puede también ser elocuente. Y ello por dos razones obvias: porque
el valor de los testimonios escritos es útil por lo que nos testifica pero no por lo que no
nos dice. Y, además, en una comunidad donde el canon apostólico per se es reconocido
y aceptado por todos, el silencio implica la mayoría de veces el reconocimiento tácito a
implícito de aquello que no se dice por ser de conocimiento universal. Así que subraya-
mos el hecho de que los siguientes testimonios tienen un valor eminentemente positivo:
por lo que ofrecen de información, no por lo que no dicen. Además de señalar el
progresivo reconocimiento del canon de la Iglesia, revelan el creciente acuerdo y la
armónica catolicidad de las comunidades cristianas hasta el siglo Iv, en su unánime
confesión de la regla que es fundamento de su fe y existencia.

Este cuadro muestra el cumplimiento que tuvieron en la historia las palabras del
apóstol: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal
piedra del ángulo Jesucristo mismo; en el cual, compaginado todo el edificio, va
creciendo para ser un templo santo en el Señor”492.

491
Sobre la historia del canon:
A. Wikenhauser, Introducción a1 Nuevo Testamento, 1960, l.a Parte: El canon del Nuevo
Testamento, pp. 35-61.
F. F. Bruce, The Books and the Parchments, 1955, cap. VIII, p. 94.
H. S. Miller, General Biblical Introduction, 1956, pp. 87-90. New Bible Dictionary, art. Canon. B.
F. Westcott, The Canon of the New Testament, 1881. Obra clásica en la materia. A. Souter, The
Text and Canon of the New Testament, 1954, contiene elementos muy valiosos pero está
influenciado por prejuicios de la critica liberal.

492
Efesios 2:20; Mateo 16:18.

312
La Teología de la Reforma

Bosquejo Histórico del Reconocimiento del Canon

Hechos Epist. Espist Apocalipse Hebreos


Autor Evangelios Paul. . Cat. s

Ignacio de “El Evang.” 1ª Cor;


Antiquía Rom;
Ef.;
(107) Gál.;
Col.; 1ª
Tim.;
1a
Tes.

Didaqué “El Evang.” Todas 1ª Ped.;


(110) menos y 1ª Jn.
Fil.;
Plicarpo Tito; y
(117) 1ª Tes.

Papías (130) Mat.; Marc.; y Jn. 1ª fragmentos


Ped.; y
1ª Jn

Evang. 4 Evangelios
Apocr.
Egipcio
(150)
Clemente de “El. Evang.” Heb.
Roma (150)

Justino Mártir 4 Evangelios Hechos Rom. 1a Apoc. Heb.


(165) ; 1ª y Ped.

Cor.;
Gál.;
Ef:;
Col.;

Tes.;
Fil.;

Tim.

313
La Teología de la Reforma

Taciano 4 Evangelios
Diates. (170)

Ireneo (180) 4 Evangelios Hechos 12 1ª Apoc. Heb.


cartas Ped.;
1ª y 2ª
Jn.

Teófilo 4 Evangelios Hechos 13


cartas

Antioq. (186) 4 Evangelios Hechos 13 Juda; Apoc. Heb.


Can.Muratori cartas 1ª y 2ª
Jn
Clemente de 4 Evangelios Hechos 13 Todas Apoc. Heb.
Alejandría cartas menos
Sant.; 2ª
Ped.; 3ª
Jn.

Tertuliano 4 Evangelios Hechos 13 1ª Ped.; Apoc. Heb.


(197-220) cartas 1ª Jn.;
1ª Judas

Orígenes (185- 4 Evangelios Hechos 13 1ª y 2ª Apoc. Heb.


254) cartas de Ped.;
las 3 de
Jn.

Hipólito de 4 Evangelios Hechos 13 1ª y 2ª Apoc.


Roma (235) cartas de Ped.;
1ª de Jn.

Cipriano de 4 Evangelios Hechos 13 1ª Ped.; Apoc.


Cartago cartas 1ª Jn.

En Oriente (Iglesia Griega)

314
La Teología de la Reforma
Hechos Epist. Espist Apocalipse Hebreos
Autor Evangelios Paul. . Cat. s
Euseb. Cesar Id. Id. Id. 1ª Apoc.
(265-340) Ped.; y
1a Jn.
Atanasio de Id. Id. Todas Todas Id.
Alej. (367)
Cirilo Jerus. Id. Id. Id. Id.
(315-386)
Hilario de Id. Id. Id. Sant.; Apoc. Heb.
Poitiers (366 1ª
Ped.;
1ª Jn.
Ambrosio de Id. Id. Id. 1ª Apoc. Heb.
Milán (340- Ped.;
397) 1ª Jn.
Ambrosiaste Id. Id. Id. Id. Id. Id.
r (370-385)
Rufino de Id. Id. Id. Todas Id. Id.
Aquil. (397-
410)
Agustín de Id. Id. Id. Id. Id. Id.
Hip. (397)

Como ya hemos indicado, esta lista podría ser ampliada con los testimonios de otros
autores y de sínodos y concilios de la antigüedad. Su valor es puramente esquemático y
orientador.

Es de destacar que lo que podríamos llamar el núcleo del canon (“Evangelios y epístolas
paulinas) se hace evidente desde un principio en todas partes.

***

VIII La Iglesia Posapostólica

¿Qué Iglesia ha traído al mundo el conocimiento redentor de Cristo? La que el autor de


la carta a los Hebreos denomina “la congregación de los primogénitos”493: la Iglesia de
los apóstoles. Ella es la depositaria y la transmisora de la auténtica tradición cristiana;
constituye el fundamento sobre el cual construye Jesucristo el edificio de su Iglesia

493
Hebreos 12:23.

315
La Teología de la Reforma
futura, la Iglesia de los siglos venideros, la Iglesia posapostólica .De ahí que toda
tradición eclesiástica particular, toda tradición posterior, haya de ser examinada y
juzgada por la tradición primera, la que es fundamento y garantía de apostolicidad. La
Iglesia posapostólica se halla en una relación de dependencia y de sumisión humilde con
respecto a la Iglesia apostólica. Porque el edificio tiene necesidad de un basamento
sobre el que apoyarse. Y la Iglesia de todos los siglos no tiene otro fundamento que el de
los apóstoles y profetas494, fundamento a partir del cual, y de acuerdo con el cual, va
levantándose la casa espiritual para ofrecer sacrificios agradables a Dios por
Jesucristo495. Por lo tanto, “cada uno vea cómo sobreedifica”496.

Hemos comprobado en los capítulos anteriores quo la constitución de un canon de


libros apostólicos no fue algo condicionado a la voluntad y decisión de la Iglesia, sino
quo, por el contrario, fueron las Iglesias las quo se hallaban condicionadas -en lo más
profundo de su ser y existir- por el canon apostólico. El canon del Nuevo Testamento no
fue promulgado por ningún concilio ni por ninguna asamblea eclesial; los libros canónicos
se impusieron a las comunidades cristianas un siglo y medio, por lo menos, antes quo
ningún sínodo testificara de la situación de hecho relativa a la autoridad del Nuevo
Testamento en las Iglesias497.

Comprobamos la existencia de escritos tenidos como Sagrada Escritura por los


cristianos, a finales del primer siglo y a comienzos del segundo. Con Eusebio de Cesarea
podemos reconocer, desde el principio. un núcleo central de libros apostólicos quo jamás
fueron discutidos en la Iglesia primitiva: los cuatro Evangelios, los Hechos y las cartas de
Pablo, la primera de Pedro y la primera de Juan. Recibimos los demás porque, con
Calvino, admitimos la misma inspiración y la misma nota de autoridad canónica quo en
aquellos. Si la Iglesia antigua supo discernirlos, nosotros no podemos poner en duda la
fuerza de las razones quo la movieron hacia tal reconocimiento, porque esta misma
fuerza evidente se impone a nosotros mismos, como a los cristianos de todos los
tiempos, al pacer la meditación de estas páginas sagradas. Un acuerdo tan unánime, tan
profundo y tan sin paralelo en la historia nos descubre la dirección del Espíritu guiando a
su Iglesia en el reconocimiento de aquello quo el mismo Espíritu inspiró y creó. He ahí un
juicio de valor de orden espiritual, místico si queréis, pero del cual el historiador debe
tomar nota, porque es una constante de la historia de la Iglesia sin la cual esta historia
resulta incomprensible.

El individuo, por eminente quo sea, no se halla por encima de la comunidad. Un


Lutero, un Zwinglio, con sus vacilaciones en cuanto a la inspiración de tal o cual libro, se

494
Efesios 2:20.
495
1ª Pedro 2:4, 5.
496
1ª Corintios 3:10.
497
Los primeros concilios quo se ocuparon del canon fueron el concilio de Laodicea (año 363), quo vaciló con
respecto al Apocalipsis; el concilio romano del 382, quo confesó: “Quid universalis catholica ecclesia teneat et quid
citare debeat”, y quo calificó a la 2ª y 3ª Juan de “alterius joannis”; los concilios de Hipona en el 393 y el de Cartago
de 397, quo reconoció nuestro canon actual.

316
La Teología de la Reforma
halla por debajo del reconocimiento quo un sínodo como el de París de 1559 (Confesión
de Fe de la Rochelle), o el de Westminster de 1646, proclama con respecto a todos los
libros canónicos. Los discípulos de Lutero y de Zwinglio siguieron en esto la tradición de
toda la Iglesia antigua. Y es quo recordaron quo la conciencia individual, órgano receptor
del Espíritu Santo, no contiene la misma riqueza quo la conciencia colectiva de la Iglesia,
órgano también receptivo del mismo testimonio. Cierto quo ninguna asamblea
eclesiástica, como ningún individuo, poseen una autoridad quo pueda parangonarse con
la de la Escritura, porque el edificio depende del fundamento y la Iglesia posapostólica no
se nutre de su propia tradición sino de la tradición apostólica y profética. Sin embargo, la
autoridad moral de un sínodo, de una asamblea de siervos de Dios, capaces y
consagrados, es algo quo la Iglesia también ha reconocido a lo largo de los siglos. De la
misma manera quo ha reconocido los dones, en las personas de algunos destacados
dirigentes, quo le pan sido dados por el Señor. Entre las dudas quo Lutero podía tenor
con respecto a la carta de Santiago o al Apocalipsis, y la certeza quo confiesan todas las
confesiones de fe de nuestras Iglesias, reconociendo estos libros como canónicos,
hemos de optar por esta última.

Al llegar a este punto entramos de lleno en el tema del presente capítulo: ¿Qué valor
normativo tiene la autoridad de la Iglesia posapostólica? ¿Qué papel juega la tradición
eclesiástica en la comprensión, predicación y profundización de la tradición apostólica?

En nuestro estudio hemos diferenciado cualitativa y cuantitativamente la tradición


apostólica de la tradición posapostólica, la Iglesia apostólica de la Iglesia posapostólica;
y creemos que esta diferenciación es una exigencia del mismo Nuevo Testamento y del
elemento esencial del cristianismo: su apostolicidad, entendida ésta como norma única y
perenne que engendra, ilumina y guía al pueblo del Señor a través de los siglos. Pero de
ahí sacaríamos conclusiones equivocadas si pensáramos que la Iglesia posapostólica -o
lo que es lo mismo: la tradición posapostólica- no ha sido llamada a ejercer ninguna
autoridad. Cierto que entre el Nuevo Testamento y la tradición eclesiástica hay una
distancia de tiempo y de valor que obligan a ésta a sujetarse a aquél, porque en materia
religiosa nuestra fe debe fundarse en Dios; nada inferior a él puede bastarnos. Nada
inferior a su Palabra puede servirnos de regla y autoridad suma. Pero también hemos de
recordar que el mismo Señor soberano que puso “en la Iglesia, primeramente, apóstoles,
luego profetas”498, puso también, después, “doctores”, “evangelistas” , “pastores”, etc.,
“para perfección de los santos, para la obra del ministerio, para edificación del cuerpo de
Cristo”. De manera que la tarea de la Iglesia posapostólica es la edificación, a partir del
basamento que le ha sido dado. Y, para esta labor, precisa de autoridad -relativa y
puesta en sumisa de pendencia del testimonio apostólico, cierto pero autoridad al fin, aun
dentro de su especie-; precisa, pues, de respeto por parte de los creyentes; que éstos
sepan discernir también qué clase de lealtad le deben y cuánto es el agradecimiento y la
veneración que deben tributarle.

Oscar Cullmann subraya la importancia del magisterio de la Iglesia frente “a una


posición protestante estrecha que no concede ningún valor al Tiempo de la Iglesia,
ningún valor sui generis dentro de la historia de la salvación y que no admite otra po-
sibilidad de ser cristiano que aquella consistente en vivir en el tiempo pasado de la

498
1ª Corintios 14:28; Efesios 4:11, 12.

317
La Teología de la Reforma
Encarnación de Jesucristo y de los apóstoles. Esto es desconocer que Cristo reina
actualmente y que la Iglesia es el centro de su reino universal”499. Y, refiriéndose al signi-
ficado de la fijación del canon, el mismo autor añade: “No tiene sentido (el canon) más
que si la Iglesia ejerce a partir de este momento su magisterio sometiéndolo a esta
norma suprema y volviendo de nuevo, siempre, a ella. Podemos atrevernos a lanzar esta
afirmación paradójica: que el magisterio de la Iglesia se acerca, cuando menos, a una
infalibilidad real en la medida en que, al someterse al canon, abandona toda pretensión
de infalibilidad propia; que la tradición creada por la Iglesia adquiere un valor real para la
inteligencia de la revelación divina en la medida en que no pretende convertirse en una
pantalla indispensable colocada entre la Biblia y el lector”500.

Hace un siglo, el eminente teólogo Charles Hodge de Princeton escribía: “Los


protestantes admitimos que ha habido una tradición ininterrumpida de verdad desde el
Protoevangelium hasta el final del Apocalipsis; y, de igual manera, creemos que ha
habido una corriente de enseñanza tradicional que fluye de la Iglesia cristiana desde el
día de Pentecostés hasta hoy. Esta tradición es una regla de fe, en cierta manera. Los
cristianos no vivimos aislados, cada cual con su propio credo. Formamos un cuerpo y
tenemos unos mismos credos. Rechazar a la ligera estos credos es rechazar la
comunión de los santos, y en algunos casos la comunión con el cuerpo de Cristo. En
otras palabras, los Protestantes admitimos la existencia de un cuerpo de doctrinas de la
Iglesia, básicas, y el rechazo de las cuales es incompatible con la profesión de cristiano.
Reconocemos el valor de esta fe común por dos razones: Primero, porque lo que todos
los lectores competentes de un libro determinado han entendido como su significado,
debe ser su significado. Y, en segundo lugar, porque el Espíritu Santo ha prometido guiar
a su pueblo al conocimiento de la verdad y, por lo tanto, aquello en lo cual, bajo la
dirección del Espíritu, se está de acuerdo debe ser cierto. Hay ciertas doctrinas in-
mutables en el Cristianismo. Las doctrinas de la Trinidad; la divinidad y la encarnación
del Hijo eterno de Dios; la personalidad y divinidad del Espíritu Santo; la pecaminosidad
de la raza humana; las doctrinas de la expiación del pecado por la muerte de Cristo y la
salvación por sus méritos; la regeneración y la santificación obradas por el Espíritu
Santo; el perdón de los pecados, la resurrección del cuerpo y la vida eterna. Este
conjunto de verdades ha formado siempre parte de la fe confesada por toda Iglesia y
nadie puede ponerlo en duda y pretender seguir siendo cristiano”501. Hodge sigue
diciéndonos sobre el desarrollo de la teología de la Iglesia: “que todos los Protestantes
admitimos la existencia, en un sentido, de cierta evolución ininterrumpida en la
comprensión de la teología, desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días. Todos
los hechos, las verdades, las doctrinas y los principios de la teología cristiana se hallan

499
Oscar Cullmann, La Tradition, p. 31.
500
Ibid., pp. 46, 47.
501
Charles Hodge, Systematic Theology, p. 114.

318
La Teología de la Reforma
en la Biblia. Están allí, igualmente concisos hoy que ayer, en el principio como al final de
los tiempos. No ha habido adición a los mismos. Sin embargo, se da un proceso en su
comprensión por parte de los creyentes. Todo cristiano es consciente de este progreso
en su propia experiencia personal. Cuando era niño, pensaba como niño. A medida que
crece también aumenta su entendimiento de la Biblia. La progresión no es sólo en la
amplitud, o cantidad, sino en profundidad, claridad, orden, armonía y analogía. Lo mismo
acontece en la historia de la Iglesia. Y es natural que así sea. Aunque tan simple y clara
en su enseñanza, la Biblia encierra todavía muchos tesoros de sabiduría y conocimiento;
está llena de profundas verdades que atañen a los más grandes y graves problemas con
los que se ha enfrentado el hombre desde el principio. Estas verdades no están
expuestas de manera sistemática, sino desparramadas, por así decir, en todas sus
páginas, de la misma manera que los hechos, o los datos, de la ciencia se encuentran
diseminados sobre la faz de la naturaleza o escondidos en sus profundidades. Todo
cristiano sabe que en la Biblia hay mucho más de lo que él ha aprendido, de igual modo
que todo científico sabe que hay más cosas por descubrir en la naturaleza que las que él
ha percibido o comprendido. Es natural que este Libro, sometido a laborioso y piadoso
estudio, siglo tras siglo, por hombres de fe, vaya siendo mejor comprendido. Un hecho
histórico, además, es que la Iglesia ha avanzado en su conocimiento teológico. La
diferencia entre las discordantes, y confusas, interpretaciones de los primeros padres
con respecto a las doctrinas de la Trinidad y la persona de Cristo contrasta con la
claridad, la precisión y la consistencia de las formulaciones presentadas, luego de
muchos años de discusión y estudio, en los concilios de Calcedonia y Constantinopla. El
ejemplo concerniente a las doctrinas sobre la Trinidad podría hacerse extensivo a
muchas otras reflexiones dogmáticas. Por ejemplo, en relación con las doctrinas del
pecado y la gracia, en tiempos de Agustín y en la época de la Reforma. Es, pues, cierto,
como un axioma histórico, que la Iglesia ha progresado en su entendimiento de la verdad
revelada. Ha comprendido las grandes doctrinas de la teología, la antropología y la
soteriología mucho mejor y más profundamente en los siglos posteriores que en la época
de los llamados padres de la Iglesia”502.

Más por ligereza que por convicción teológica profunda, un cierto tipo de protestantismo
radical se coloca en los antípodas de una tradición eclesiástica que se iguala a la
Palabra de Dios, para negar todo valor a aquella tradición; como si el reconocimiento de
la función de la tradición posapostólica se hallase en pugna con la autoridad absoluta y
normativa del canon de las Escrituras.

“El derecho de la Iglesia a ejercer una cierta medida de autoridad no es negado por
nadie que crea que Jesús quiso instituir una Iglesia visible para propagar su Evangelio.
El papel de la Iglesia, al determinar las verdades de la revelación, suscita un problema
tan difícil como importante. Los cuerpos de Iglesia más importantes de la Cristiandad
creen todos que el contenido de la revelación fue fijado con el último testimonio dejado
por los apóstoles y que ningún material de revelación adicional puede ser añadido a la
revelación apostólica -escribe Bernard Ramm con clara penetración del problema que

502
Ibid., pp. 117, 118.

319
La Teología de la Reforma
nos ocupa503-. El sectario se coloca en un extremo y pide una libertad de interpretación
que desprecia toda la historia de los esfuerzos de la Iglesia para comprender su
revelación. La posición protestante prohíbe cualquier interpretación que dé igual
autoridad a la Iglesia que a la revelación; pero, al mismo tiempo, la erudición protestante
no puede caer en el sectarismo. Barth tocó el punto álgido de la cuestión cuando
escribió: “Los que dicen que tienen sólo la Biblia, como si la Historia de la Iglesia
comenzara con ellos, ¿se abstendrán de explicar la Biblia, de dictaminar sobre ella? En
el vacío de su propia búsqueda -vacío implícito en su postura- ¿sabrán escuchar mejor la
Escritura que lo harían en la esfera de la Iglesia? De hecho, nunca ha habido ningún
biblicista que, pese a toda su grandilocuente apelación a la Biblia en contra de los padres
y de la tradición, haya demostrado ser tan independiente del espíritu y de la filosofía de
su tiempo -y especialmente de sus ideas religiosas favoritas- que en su enseñanza haya
realmente permitido a la Biblia, y a la Biblia sola, hablar por medio, y a pesar, de su
antitradicionalismo”504.

Si Cristo ha fundado una Iglesia y le ha dado su Palabra; si el Espíritu Santo es el


maestro de los fieles; si la Iglesia es “la casa de Dios, columna y apoyo de la verdad”505,
entonces cada nueva generación de teólogos cristianos debe prepararse para considerar
seriamente la historia de la teología (la cual, en un sentido amplio, incluye los símbolos
de los grandes concilios antiguos, los teólogos, las grandes obras, etc.) como una
manifestación del ministerio del Espíritu Santo en la Iglesia. Puesto que es en la teología
donde la Iglesia ha intentado expresar las verdades de la revelación y, por consiguiente,
no es tanto en la historia de la Iglesia -con toda su problemática complejidad temporal y
Bernard Ramm cree que esta postura se basa en las siguientes convicciones: 1) en que
el cristianismo puede ser definido; 2) en que hay una cierta medida de continuidad y
progreso en el pensamiento cristiano; 3) en que el Espíritu Santo ha estado obrando en
la historia de la comprensión del contenido de la revelación; 4) en que los grandes
intérpretes cristianos de la Escritura que nos han precedido han comprendido ya mucho
de lo revelado; y, finalmente, 5) en que si la verdad de la revelación sobre un punto dado
ha sido percibida correctamente, el paso del tiempo no afecta su validez. Tales
convicciones impiden al pensador evangélico caer en extremismos de sectarismo y
aislarse de la corriente universal del pensamiento cristiano. Además, el buscar en el
pasado las raíces de nuestra teología es más auténtica y genuinamente protestante que
el desconectarnos sectariamente de los testigos de la fe del pasado.

A diferencia de los socinianos, los deístas y los “iluminados” de todos los tiempos, los
reformadores no pretendieron innovar sino reformar. Ninguna de las grandes Iglesias
reformadas rechazó los Credos antiguos; por el contrario, la aceptación de los mismos
fue enfatizada en repetidas ocasiones. En los escritos de los reformadores es fácil
encontrar citas de los padres y de los concilios de la antigüedad. El use de Agustín es
sintomático. Es un hecho conocido la familiaridad de Calvino con la Patristica, hecho que
no pasa desapercibido al lector de su Institución. Ramm afirma que fue este respeto que

503
Bernard Ramm, The Pattern of Religious Authority, p. 56.
504
Karl Barth, Church Dogmatics, 1-2, p. 609, citado por
B. Ramm, op. cit., p. 57.
505
1a Timoteo 3:15.

320
La Teología de la Reforma
los reformadores sintieron por la historia de la teología lo que les salvó de convertirse en
sectarios, pues reconocieron la continuidad histórica de la obra del Espíritu Santo en la
Iglesia visible. “La Reforma-escribió Forsyth506- convirtió la religión en algo personal, pero
no la hizo individualista”, y Sterrett asevera que “la Reforma no defendió ni autorizó el
derecho al simple juicio privado, en ninguna de sus Iglesias”507. El sectarismo es
individualista; el sectarismo arranca las raíces de la teología y de la Iglesia. Es la
negación de la presencia del Espíritu Santo en la comunidad de los creyentes.
Representa la intrusión de la anarquía y el vandalismo en el terreno de la doctrina,
porque no respeta nada salvo el propio subjetivismo del individuo. Lecerf estuvo en lo
cierto al afirmar que “el sectarismo, por más bíblico que pretende ser, conduce inevita-
blemente a divisiones sin fin”; como también Kuyper al escribir que “cuando los cristianos
se salen de la corriente principal de la teología confesional, no pueden ya hacer nada
grande ni creativo”508.

Los reformadores, por el contrario, se sentían ligados a la Iglesia del pasado. En todos
ellos hallamos afirmaciones como ésta de Bucero: “Reverencio como el que más estos
santos ministros de Dios (los padres de la Iglesia antigua), y estimo en mucho el acuerdo
y el consentimiento de las Iglesias católicas que han existido antes que nosotros”509. Teo-
doro de Beza amonesta a “no despreciar a la ligera las determinaciones de los concilios
antiguos”510. En su carta a Francisco I de Francia, Calvino dice colocarse al lado de la
patrística511, y esto no es una afirmación gratuita, un lugar común, puesto que se traduce
en hechos concretos en sus escritos. En su correspondencia, en sus comentarios y en su
Institución, en todos sus libros, aparece el lugar considerable que ocupan los padres de
la Iglesia. Algunos historiador es católico-romanos han reconocido y han hecho justicia a
Calvino al decir que en él las citas patrísticas aparecen de manera natural, no siempre
con fines polémicos, sino en su lugar, sin nada de rebuscado y sin ostentación512. El
conocimiento que tenía Calvino de la historia y del pensamiento de la Iglesia antigua no
era algo para el simple juego de la controversia. No era hombre que hubiese perdido el
tiempo en hojear el pasado si no hubiera considerado indispensable el conocimiento de
la Iglesia antigua para la vida de la Iglesia contemporánea. En el pensamiento de los
reformadores existe, pues, una cierta noción muy clara de la tradición eclesiástica, si
bien sujeta a la tradición apostólica registrada en el Nuevo Testamento513.

La Iglesia contemporánea es heredera del esfuerzo exegético del pasado. Y si bien es


verdad que la conciencia evangélica no nos permite valorar esta herencia al mismo
precio que el legado apostólico contenido en las Escrituras, no podemos tampoco echar

506
Citado por Bernard Ramm, op. cit., p. 58.
507
Citado por ibid.
508
Citados por ibid.
509
Martin Bucero, Du Royaume du Christ, II, 24.
510
Teodoro de Beza, Canfesion de Foi, p. 106.
511
Citado por “La Revue Réformée”, núm. 34, febrero 1958, p. 26.
512
Pontien Polman, L'élément historique dans la controverse du XVle. siécle, Gembloux, 1932, p.
67.
513
Institución de la Religidn cristiana, IV, 1, 1.

321
La Teología de la Reforma
por la borda toda esta tradición, que no quiere ser otra cosa que explicitación de la
Palabra de Dios. Estamos de acuerdo con Max Thurian cuando afirma que “la Tradición
es constante vida de las Sagradas Escrituras en la Iglesia bajo el impulso del Espíritu. La
tradición es vida de la Iglesia a la escucha de Dios”514. Esto es, por lo menos, una buena
definición de la verdadera tradición, de la función de la tradición posapostólica en la
Iglesia. El problema surge del hecho de que no siempre la Iglesia ha prestado la misma
atención a lo que el Señor quería decirle por la Palabra y, en ocasiones, es fácil ver que
la tradición, lejos de ser un progreso en la comprensión de la verdad revelada, es un
regreso a ideas y prácticas precristianas o un alejamiento de aquella verdad. De ahí
nuestro continuo it a la Escritura para que juzgue todas nuestras tradiciones. Mas el
hecho de que la tradición suscite problemas no enfatiza menos la importante función que
tiene que desarrollar en la Iglesia hasta que el Señor vuelva. El que ciertas tradiciones
hayan sido regresiones no disminuye el valor de las que verdaderamente fueron
explicitación del depósito bíblico.

Por esto afirmamos que la Iglesia de cada época es la heredera de la erudición


exegética y teológica del pasado, inmediato y anterior. Algunas de las mentes más
privilegiadas de nuestra civilización consagraron sus energías a la reflexión bíblica y a
los estudios teológicos. El fruto de su esfuerzo -y de su fe, no lo olvidemos tampoco- es
digno de estima y consideración. Además, la erudición de una generación descansa
sobre los logros de las generaciones que le precedieron. Existe una dependencia entre
nuestra interpretación de la Palabra revelada y la interpretación que la exégesis del
pasado dio a esta misma Palabra. No podemos desestimar tampoco el enorme incentivo
que las épocas de crisis produjeron en la reflexión teológica de quienes se encontraron
implicados en sus discusiones: la tensión de las controversias doctrinales ayudó a
algunos de los más grandes siervos de Dios a pensar más profundamente, y más
claramente, de lo que hubieran hecho en circunstancias más sosegadas. De estos
períodos de crisis han nacido las más grandes formulaciones de la fe cristiana: el credo
niceno, las obras de Agustín, la Confesión de Augsburgo, etc. En la historia de cualquier
debate teológico han participado hombres eminentes tanto por su piedad como por su
514
“La Tradición es constante vida de las Sagradas Escrituras en la Iglesia, bajo el impulso del Espíritu. La Tradición
es vida de la Iglesia a la escucha del Espíritu Santo que reactualiza la Palabra de Dios. Imposible que la Tradición sea
canon, como la Escritura, pues es esencialmente la vida de las Sagradas Escrituras en la Iglesia y... solamente hay una
fuente escrita a inspirada, la Escritura, y esta única fuente se extiende como vida de la Iglesia de todos los tiempos,
vida que es la Tradición. Para la comprensión eclesial de las Sagradas Escrituras es necesario saber cómo el Espíritu
Santo las anima a través de todos los siglos. Es obvio que puede darse una comprensión científica de las Escrituras,
conforme a las reglas de la exégesis y de la historia. Pero la tal comprensión es sólo parcial y tiende a estancar la Pala-
bra de Dios en un tiempo dado y a canonizar no sólo la Palabra sino incluso el momento histórico en que fue pronun-
ciada, de modo que, lógicamente, la vida de la Iglesia debería ser una repetición constante de la vida de los orígenes.
Este método exegético, útil para una primera inteligencia de los textos, situados en sus respectivas épocas, debe ser
completado con una investigación realizada a través de la historia, que nos manifiesta cómo la Iglesia vivió la Palabra
de Dios contenida en la Biblia. Tal investigación puede revelarnos las dimensiones de la Palabra de Dios, que no se
destinó a una época solamente, que en tal caso sería necesario reproducir, sino a todos los tiempos hasta el fin del
mundo. Esta noción permite juntamente hacer que la exégesis asuma su eminente unción, mediante la comprensión de
la Palabra de Dios cuando irrumpió en el mundo en la historia de la salvación, de penetrar en el significado pleno de la
Palabra de Dios constantemente viva en cada era de la Iglesia y, en fin, dejar abiertos nuevos horizontes a nuestra
comprensión de la Palabra de Dios, que, en los tiempos venideros, puede explicitarse aún más mediante la acción del
Espíritu Santo...; únicamente esta lectura eclesial nos introducirá en la plenitud de la Palabra de Dios. Es evidente que
un teólogo, un exégeta, un historiador, pueden tener luces particulares para interpretar un texto. Pero las tales luces no
tienen eficacia si no se sitúan en la perspectiva de la comprensión de toda la Iglesia guiada por el Espíritu. “Max
Thurian, La unidad visible de los cristianos gl la tradición, pp. 18 y 19.

322
La Teología de la Reforma
sabiduría -sin que ello signifique, desde luego, que todos los protagonistas poseyeran
tales virtudes-: los hubo de mente inquisitiva y aguda; los hubo con capacidades de
exposición y formulación; otros fueron sobresalientes por su extraordinario vigor
espiritual; otros por su erudición. Todos estos arduos trabajadores en el campo de la
investigación bíblica son dignos de respeto y agradecimiento. Bernard Ramm escribe:
“Sea cual sea la opinión que nos merezca la teología de Barth, debemos admitir que ha
vindicado la dignidad de la teología histórica. Ha permitido una vez más a los padres de
la Iglesia y a los reformadores -e incluso a algunas luces menores- que hablaran con
autoridad sobre ciertas cuestiones. Ha ayudado mucho a detener el progreso del
pragmatismo religioso inherente en el modernismo contemporáneo, que sólo sintió un
interés de anticuario en la historia de la teología. Las propias obras de Barth son,
indudablemente, una rica fuente de materiales para el estudio de la historia de la teo-
logía”515.

La prioridad de la Escritura debe ser siempre celosamente guardada, por más afecto que
sintamos hacia los padres de la teología. Porque de igual modo que no podemos
canonizar nuestra comprensión actual, tampoco podemos erigir en regla normativa la
comprensión del pasado. Pero, insistimos, esto no es despojar a la tradición de su valor
auténtico, por el contrario: creemos que es señalar precisamente su verdadera
autenticidad funcional. La autoridad de los credos, de los sínodos, de las confesiones de
fe, de los teólogos y de las grandes obras es siempre una autoridad secundaria -vis a vis
de la Escritura-, exploratoria, dependiente, humilde y siempre susceptible de revisión. No
se trata nunca de una autoridad final, incuestionable o decisiva. Es una autoridad sujeta
a la supremacía y la soberanía de la revelación.

Los materiales de la historia de la teología son extensos y variados. Para el estudiante


evangélico hay dos períodos de excepcional importancia: el período patrístico y el
período de la Reforma. Estas épocas constituyen para nosotros los dos grupos de
acontecimientos y testimonios más importantes, de la historia de la creación teológica516.
Sin olvidar, claro está, los logros de la moderna exégesis a investigación bíblicas.

Es verdad que mucho en la historia de la teología se ha tornado anacrónico y gran parte


de los materiales han dejado de tener algún valor. Hay escritos envenenados por el odio
de la polémica, otros por el partidismo o por peculiaridades individuales o de escuela. Sin
embargo, aun en medio de todos estos escollos, es posible discernir la obra del Espíritu
Santo enseñando a su Iglesia y guiándola a una mejor y más profunda comprensión de

515
B. Ramm, op. cit., p. 60. En una nota al pie de la página comenta: “Modestamente, Barth dice que el período
moderno se halla todavía demasiado cercano a nosotros para juzgar si contiene algún material decisivo. Llega a la
conclusión de que el modernismo (el neo-Protestantismo) ha roto de tal manera con la continuidad de la genuina
teología cristiana que su teología no puede ya ser considerada, seriamente, como una más de las autoridades de la
historia de la teologia” (Church Dogmatics, p. 660).
516
) Cj. Reinhol Seeberg, Manual de Historic de las Doctrinas, en dos volúmenes, Casa Bautista de Publicaciones, El
Paso, Texas, 1963.

323
La Teología de la Reforma
la verdad revelada. Ha habido una continuidad de pensamiento evangélico, pese a lo
tenue y borroso que en ciertos momentos haya sido. Grandes exégetas, grandes
teólogos, grandes maestros y expositores de la Palabra han enriquecido a las
comunidades cristianas con sus dones. Sus obras siguen siendo un tesoro de inspiración
y de enseñanza, de estímulo y de piedad. Somos deudores a todos estos grandes
teólogos e intérpretes de la Escritura, por sus obras sistemáticas, por sus monografías,
por sus ensayos y por todo cuanto contribuye a una más profunda explicitación de la
revelación apostólica para que su verdad sea proclamada más eficiente, más clara y más
vigorosamente. Y si bien es verdad que los trabajos de todos estos hombres deben ser
examinados a la luz de la Biblia, sin embargo, consideramos como una buena medida de
prudencia y una prevención de todo posible sectarismo el aconsejar la consulta de sus
libros cuando nos encontramos ocupados en la interpretación de algún pasaje difícil de la
Escritura y aun en la lectura normal de la misma.

Mas al hablar de la autoridad de la tradición y de la Iglesia posapostólicas no nos


referimos únicamente al pasado. Porque la Iglesia posapostólica es la nuestra también,
la del siglo xx. Y nuestras propias tradiciones (bautistas, luteranas, presbiterianas,
anglicanas, de Hermanos, etc.) son tradición posapostólica también, y como a tal deben
reexaminarse y juzgarse a la luz de la única norma inmutable: la Palabra apostólica. Al
mismo tiempo, su valor y su autoridad relativas también deben vindicarse. Y su función
en el alumbramiento de nuestra fe y en el alimento de nuestra vida cristiana no puede ser
minimizada. ¿En dónde hemos encontrado a Cristo? ¿Cómo le hemos conocido? Por el
testimonio local de nuestra propia comunidad, por la predicación que en esta Iglesia
particular nos ha proclamado al Salvador y nos ha dado a leer su Palabra santa.
Mediatamente es la Iglesia, pues, la que nos ha puesto en contacto con Cristo, el Cristo
vivo, resucitado y ascendido, el Cristo que es Señor de su pueblo y del destino del
mundo. Nuestra Iglesia nos ha transmitido, por medio de su tradición peculiar, la gran
Tradición acerca de Cristo, la tradición apostólica, portavoz del Cristo que ha hablado y
ha obrado en un momento determinado del tiempo y que ahora sigue reinando en medio
de su rebaño. Por consiguiente, el más radical de los protestantes reconoce que es por
la Iglesia, por medio de su Iglesia local, que ha oído hablar del Evangelio, y que esta
Iglesia local de hoy no sabría nada de Jesús sin la predicación, el kerygma de la primitiva
comunidad apostólica, cierto; pero que tampoco sabría nada sin la transmisión
intermedia que de este kerygma primitivo le ha hecho su propia Iglesia local. Para vivir la
experiencia de la vida en Cristo517 tenemos necesidad del ministerio y el testimonio de la
Iglesia, la Iglesia posapostólica, la Iglesia que edifica sobre el fundamento, que levanta
las piedras vivas de la casa de Dios y que en el lenguaje de Agustín, de Tertuliano y de
Calvino es “la madre de los creyentes”518.
517
Cj. Gálatas 2:20, 21.
518
Tertuliano, De pudicitia, 5:14.
Es interesante observar que en el mismo escrito en el que llama madre a la Iglesia, hace la
siguiente aclaración sobre su concepción de esta Iglesia: “La Iglesia propia y principalmente es el
mismo Espíritu, en quien reside la Trinidad de la única Divinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. (El
Espíritu) forma esta Iglesia, que el Señor ha hecho para "tres . Por eso, desde entonces, todas (las
personas) reunidas en esta fe constituyen "la Iglesia una", a los ojos del Autor y Consagrador. Es

324
La Teología de la Reforma

Es significativa la comprobación de que el capítulo de la Institución de Calvino


dedicado a la Iglesia y su autoridad se titula: “De la verdadera Iglesia; con la cual
debemos guardar la comunión, porque ella es la madre de todos los fieles”519. Es
altamente remunerador estudiar la doctrina de la Iglesia a la luz del quinto mandamiento;
Karl Barth nos lo ha recordado en su Dogmática520. En la Iglesia tenemos hermanos, y
tenemos también padres y madres que nos han engendrado a la vida espiritual y que a
pesar del paso de los siglos nos han dejado tesoros de obediencia y de fe con los que
podemos nosotros mismos ser enriquecidos. “No es lícito separar las dos cosas que Dios
ha unido -escribió Calvino citando casi textualmente a Agustín-: es decir, que la Iglesia
sea madre de todos aquellos de quienes Dios es Padre”521. Pero establecer un paralelo
entre la autoridad de la Iglesia y la de una madre es fijar, al mismo tiempo, unos limites a
esta autoridad. Porque el quinto mandamiento se halla limitado por el primero, según
enseña Pablo522. El “honra a lo padre y a lo madre” no debe empequeñecer nunca el “Yo
soy el Eterno, lo Dios...; no tendrás dioses ajenos delante de mí.” Por mejores hijos que
seamos no podemos nunca hacer idolatría del amor por nuestros padres, en detrimento
del amor incondicional que sólo a Dios debemos. En otras palabras, la autoridad de la
Iglesia posapostólica es una autoridad de tradición derivada, no es absoluta; es relativa
al Señor y su Palabra; y sólo es verdadera en la medida que se somete a la autoridad del
Padre.

Porque el edificio sólo puede levantarse si se apoya sobre el fundamento. No es su


propia voz la que escucha la esposa (la Iglesia) sino la voz del Esposo (Cristo). No son
sus propios balidos lo que quieren oír las ovejas sino la voz del Pastor. Porque no es al
narcisismo que somos llamados sino a la adoración y a la obediencia. El cuerpo místico
depende de su Cabeza. “Amemos al Señor nuestro Dos -nos exhorta Agustín-; amemos
su Iglesia. El como un Padre. Ella como una madre. El como un Maestro, ella como su
sierva, porque somos los hijos de su sierva”523. Quizá nadie ha expresado toda la
sustancia de la eclesiología de manera tan breve como clara. Comentando este texto de
Agustín, Michel Réveillaud ha escrito: “Como la bienaventurada Virgen María, la Iglesia
tiene dos aspectos: el de madre y el de sierva de Dios. Tendrá la autoridad del
embajador cerca de aquellos a los cuales es enviada, pero sólo se es embajador en la
medida que se transmite fielmente la palabra del maestro. La reflexión de Agustín nos
protegerá de dos tentaciones igualmente peligrosas y demoníacas: la primera es la de
prescindir de toda autoridad humana. Ejemplo de ello lo tenemos en todos los
"iluminados", fundadores de sectas. La segunda es la que halló expresión por boca de la

verdad, ciertamente, que 'la Iglesia" perdona los pecados, pero es la Iglesia del Espíritu, por medio
de un hombre espiritual, y no la Iglesia (que es) asamblea de obispos” (De pudicitict, 21, 17).
Cf. J. Quasten, Patrologia, I (BAC, 1961), p. 609.
Cf. J. Calvino, Institución, N, I, 1.
519
J. Calvino, Institución, IV, I, 1
520
K. Barth, op. tit., II, 3.
521
J. Calvino, op. tit., IV, I, 1.
522
Exodo 20:2 y 12. Cj. carta de Pablo a los Efesios 6:1: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres.”
523
Agustín, sobre el Salmo 88, II, 14.

325
La Teología de la Reforma
serpiente antigua: "Seréis como dioses." A la primera tentación respondemos: la Iglesia
es nuestra madre. A la serpiente le diremos: Nuestra santa madre la Iglesia no es Dios,
porque bien sabéis nuestra divisa: SOLI DEO GLORIAN524.

***

APÉNDICE D
Un sermón predicado el 18 de Mayo de 1856, Por C.H. Spurgeon, En la Capilla de la Calle New Park,
Southwark, Inglaterra

SOLAMENTE DIOS ES LA SALVACIÓN

DE SU PUEBLO

"El solamente es mi roca y mi salvación" (Salmo 62:2).

"MI ROCA." Cuán majestuoso es este nombre; cuán sublime, sugestivo y


subyugador. Es una figura tan divina, que solamente a Dios debiera aplicársele.

Mirad las lejanas montañas y maravillaos de su antigüedad; porque desde sus cimas
miles de siglos nos contemplan. Ellas peinaban ya cabellos grises antes de que esta
enorme ciudad fuese fundada; se dice que, cuando la humanidad aún no respiraba, ellas
524
Michel Réveillaud, L'Autorité de la Tradition chex Calvin, en la “Revue Réformée”, núm. 34, febrero 1958, páginas
44, 45.
Cf. también mi Introducción a la Teología Evangélica, vol. I: Revelación, palabra y autoridad, especialmente la 3ª
Parte, que trata de la relación Palabra - Espíritu - Iglesia.

326
La Teología de la Reforma
estaban ya llenas de días; son las hijas de las edades pasadas. Con respeto miramos
estas vetustas rocas, porque ellas se cuentan entre los primogénitos de la naturaleza.
Descúbrense, incrustados en sus entrañas, vestigios de mundos desconocidos, de los
que los sabios sacan sus conjeturas, pero que, sin embargo, son insuficientes para
conocer todo el misterio que en ellos se encierra, a menos que el mismo Dios quiera
descubrírselo. La roca es reverenciada, porque sabemos cuantas historias podría
contarnos si pudiese hablar, o decirnos de cómo el agua y el fuego la torturaron hasta
darle su forma actual. Así es nuestro Dios: antiguo más que todas las cosas. Sus
cabellos son como la lana, tan blancos como la nieve; porque Él es el "Anciano de
grande edad", y las Escrituras nos dicen que "no tiene principio de días" "Él era Dios
mucho tiempo antes de que la creación fuese formada, "desde el siglo y hasta el siglo".

"¡Mi roca!" Cómo podría ella contaros de las tormentas que ha soportado, de las
tempestades que a sus pies han alborotado el océano, y de los rayos que han rasgado
los cielos sobre su cabeza; y bajo estas condiciones, siempre ha permanecido inmutable:
impasible ante las tempestades e indemne ante el azote del temporal. Así es también
nuestro Dios. ¡Cuán firme e inmutable se ha mantenido ante el ultraje de las naciones, y
cuando los "reyes y príncipes de la tierra han consultado unidos"! Sólo con estarse quieto
ha diezmado las filas del enemigo, sin tan siquiera mover su mano. Con su imponente
quietud ha desafiado las olas y dispersado los ejércitos adversarios, haciéndoles batirse
en confusa retirada. Contemplad la roca una vez más: ¡Cuán fija e inmóvil está! No vaga
de un sitio para otro, sino que permanece firme para siempre jamás. Muchas cosas han
cambiado: las islas han sido sumergidas bajo los mares, y los continentes han sido
sacudidos; pero la roca continúa sólida y segura, como si fuese los mismísimos
cimientos del mundo, que no se moverán hasta que la creación sea destruida, o las
ligaduras de la naturaleza se aflojen. Así también es Dios: ¡Qué fiel en sus promesas!,
¡qué inmutable en sus decretos!, ¡qué constante!, ¡qué inalterable!

La roca ha sido, y será siempre, insensible a la erosión. Nada, pues, en ella ha


cambiado. Aquella vieja cima de granito, unas veces ha reverberado al sol, y otras ha
lucido el blanco de la nieve; unas veces ha adorado a Dios con su desnuda cabeza
descubierta, y otras, las nubes le han hecho y un blanco velo con sus alas, para que,
como un querubín, preste adoración a su Hacedor. Pero, tanto unas veces como las
otras, si la roca ha permanecido inalterable; ni el hielo del invierno ni el calor del verano
han podido hacerle mella. Así también es Dios. He aquí, El es mi roca; Él es el mismo, y
su reino no tendrá fin. "Los hijos de Jacob no serán consumidos"; porque Él es
inalterable en su ser, seguro en su propia suficiencia e inmutable en su misma esencia.
De la roca podemos sacar miles de enseñanzas de lo que Dios es. Ved aquella fortaleza,
allá encima de la montaña; tan alta, que las nubes apenas pueden llegar a ella; desde allí
los sitiados pueden reírse de los asaltantes; porque profundos precipicios la defienden.
Esa fortaleza es nuestro Dios, segura protección. Y no seremos conmovidos, si Él ha
"puesto nuestros pies sobre la peña, y enderezado nuestros pasos". Muchas veces una
colosal montaña nos es motivo de admiración, porque desde su cumbre podemos
contemplar el mundo extendido a nuestras plantas como si fuera un mapa pequeño.
Vemos el río o el arroyo que corre libremente cual cinta de plata incrustada en
esmeralda. Descubrimos las naciones bajo nosotros como "gotas de agua en un balde",
y las islas como algo pequeñísimo allá en la distancia; y el mismo mar no parece sino un
estanque sostenido por la mano de un poderoso gigante. El omnipotente Dios es lo

327
La Teología de la Reforma
mismo que esta montaña, y desde ella contemplamos el mundo como algo insignificante.
Hemos subido a la parte más alta del Pisga, desde cuya cima, y a través de esta tierra
tempestuosa y agitada, hemos podido mirar las sublimes regiones del espíritu, ese
mundo desconocido para el ojo y el oído, pero que Dios nos ha revelado a nosotros por
el Espíritu Santo. Esta poderosa roca es nuestro refugio y nuestra atalaya desde la cual
vemos lo invisible, y tenemos la prueba de las cosas que aún no hemos gozado. No creo
que sea necesario deciros que, si fuéramos a considerar todas las enseñanzas que de
este símil se deducen, podríamos estar predicando durante varios días; pero lo que
hemos dicho hasta aquí, es para que lo meditéis esta semana. "Él es mi roca. ¡Cuán
glorioso pensamiento! Sé, y en ello me regocijo, que cuando tenga que vadear la
corriente del Jordán, ¡El será mi roca! No pisaré sobre piedras resbaladizas, sino que
asentaré mi pie en Aquel que no puede traicionar mis pasos. Y así, cuando muera, con
gozo cantaré: "Él, mi fortaleza, es recto, y en El no hay injusticia".

Dejaremos este aspecto de la cuestión, para pasar a considerar el tema del sermón,
que es éste: Solamente Dios es la salvación de su pueblo.

"ÉL SOLAMENTE es mi roca y mi salvación."

Encontramos, en primer lugar, la gran doctrina de que solamente Dios es nuestra


salvación; en segundo lugar, la gran experiencia de saber y aprender que Él solamente
es mi roca mi salvación'; y en tercer lugar, la gran obligación que tenemos de dar toda la
gloria el honor, de descansar toda nuestra fe en quien "solamente es nuestra roca y
nuestra salvación".

I. Lo primero que vamos a considerar es LA GRAN DOCTRINA: que Dios "solamente


es nuestra roca y nuestra salvación". Si alguien nos preguntara qué lema escogeríamos
por divisa como predicadores del Evangelio, creo que le responderíamos: "Dios
solamente es nuestra salvación". El llorado Mr. Denham puso al pie de su retrato este
admirable texto: "La salvación es del Señor"; ahora bien, esto es exactamente un
extracto del calvinismo, su esencia y substancia; por lo tanto, si alguien os lo pregunta,
podéis contestarle que un calvinista es "aquel que dice que la salvación es del Señor".
En toda la Biblia no encuentro otra doctrina que no sea ésta, y en ella está compendiada
toda la Escritura. "Él solamente es mi roca y mi salvación." Decid cuanto queráis, que si
se sale de estos límites, seguro que es una herejía. De la misma manera, dadme una
herejía y veréis cómo su verdadera raíz está aquí. Veréis cómo es algo que se ha
apartado de esta grande, fundamental e inconmovible verdad: "Dios es mi roca y mi
salvación". ¿Cuál es la herejía de Roma, sino el añadir a los méritos de Cristo -el aportar
las obras de la carne- para cooperar en nuestra justificación? Y, ¿cuál es la del
arminianismo, sino el agregar secretamente algo a la obra perfecta del Redentor? Pero
todas ellas se descubren por sí solas cuando las acercamos a la piedra de toque; se
alejan de esta verdad: "Él solamente es mi roca y mi salvación".

Trataremos de dejar esta doctrina suficientemente clara. Para mí la palabra


"salvación significa algo más que regeneración y conversión. No creo que sea algo que,
después de regenerarme, me deja en tal posición que aún puedo caer del pacto y
perderme; no puedo llamar puente a aquello que sólo cruce hasta la mitad del río; como
tampoco puedo llamar salvación a aquello que no me lleve hasta el mismo cielo

328
La Teología de la Reforma
completamente limpio, y me deje entre los glorificados que cantan sin cesar hosannas
alrededor del trono. Así pues, si pudiera dividirla en partes, lo entendería de la siguiente
manera: liberación, continua preservación durante esta vida, sustentación, y al final la
unión de estas tres en la perfección de los santos en la persona de Jesucristo.

1. Por salvación yo entiendo la liberación de la casa de esclavitud donde por


naturaleza he nacido, y el ser manumitido con la libertad con que Cristo nos hace libres,
además de "poner mis pies sobre la peña y enderezar mis pasos". Y esto, yo creo que es
completamente de Dios; y no creo equivocarme al pensar así, porque la Escritura nos
dice que el hombre está muerto, y, ¿cómo podrá ayudar un cadáver en su propia
resurrección? El hombre está completamente depravado, y aborrece toda transformación
divina; ¿cómo podrá, pues, por sí mismo, efectuar ese cambio que odia? Es tal el
desconocimiento que tiene de lo que es el nuevo nacimiento que, como Nicodemo, hace
absurda pregunta: "¿Puede entrar otra vez en el vientre su madre, y nacer?" No concibo
el que nadie pueda hacer lo que no entiende. Y si el hombre no comprende lo que es
nacer de nuevo, es lógico que no pueda llevarlo a cabo por sí mismo; es totalmente
incapaz de cooperar en la primera obra su salvación. No puede romper sus cadenas
porque no son hierro, sino de su propia carne y sangre; antes podría destrozar su
corazón, que los grilletes que le atan. Y, ¿cómo quebrará su propio corazón? ¿Con qué
martillo quebrantaré alma, o con que fuego la fundiré? No, la liberación es sólo Dios.
Esta doctrina es afirmada continuamente en las Escrituras; y el que no la crea, no recibe
la verdad de Dios. Solamente Él da libertad. "La salvación es del Señor."

2. Y si hemos sido liberados y vivificados en Cristo, entonces, nuestra preservación


es del Señor solamente. Si soy piadoso, es de Dios; si virtuoso, Él me da la virtud; si
llevo fruto, Dios me lo da; y si vivo una vida recta, El es quien sostiene. Yo no hago nada
en absoluto para mi propia preservación, a no ser lo que antes el mismo Dios hace en
mí. Toda mi bondad es suya, y todo mi pecado es mío. ¿He rechazado a un enemigo?
Su fuerza dio vigor a mi brazo. ¿He derribado un adversario? Su potencia afiló mi espada
y me dio el valor para asestar el golpe. ¿Predico su Palabra? No yo, sino su gracia que
esta en mí. ¿Vivo para Dios una vida santa? Es Cristo que vive en mí. ¿Soy santificado?
No santifico yo, sino el Espíritu Santo de Dios?. ¿Pierdo el gusto por las cosas del
mundo? Es Su corrección la que me aparta. ¿Crezco en conocimiento? El gran Instructor
me enseña. ¿Encuentro en Dios todo lo que necesito; porque en mí no hay nada?. "Él
Solamente es mi roca y mi salvación."

3. Así mismo, la sustentación es absolutamente indispensable. Necesitamos el


sustento de la providencia para nuestros cuerpos, tanto como para nuestras almas.
"Desciende de cielos la lluvia y la nieve, y harta la tierra, y la hace germinar y producir, y
da simiente al que siembra, y pan al que come"; pero, ¿de qué manos nace la lluvia, y de
que dedos destila el rocío? Es cierto que el sol brilla y hace que las plantas crezcan, que
les salgan sus brotes, que los árboles se vistan de flores, y que, por su calor, las frutas
maduren; pero, ¿quién le da su luz y esparce su mágico calor? Es verdad que trabajo y
me afano, el sudor cubre mi frente, mis manos se cansan, y al final, puedo reposar en mi
cama; pero mi vigor y mi fuerza no son míos, ni el guardarme ha dependido de mí.
¿Quién hace estos músculos fornidos, estos pulmones de hierro, y estos nervios de
acero? "Dios solamente es mi roca y mi salvación. "Él solo es la salvación de mi cuerpo y
mi alma. ¿Me alimento de la Palabra? No me nutrirá, a menos que Dios haga que me

329
La Teología de la Reforma
sea de provecho. ¿Vivo del maná que desciende del cielo? ¿Qué es ese mana, sino el
mismo Cristo encarnado, cuyo cuerpo y sangre como y bebo? ¿Recibo continuamente
nuevo aumento de poder? ¿De dónde saco mi fuerza? Mi salvación es sólo El: sin Él
nada puedo hacer. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid, así tampoco yo, si no permanezco en El.

4. Ahora trataremos de juntar los tres pensamientos anteriores en uno. La perfección


que pronto tendremos, cuando estemos allá lejos, cerca del trono de Dios, será toda del
Señor. Aquella brillante corona que ceñirá nuestras frentes como constelación de
lucientes estrellas, habrá sido labrada solamente por nuestro Dios. Vamos a un país
donde, a pesar de que el arado nunca removió el suelo, sus dehesas son más verdes
que todas las de la tierra, y sus cosechas las más ricas que nuestros ojos vieran.
Moraremos en un edificio de más suntuosa arquitectura que el que jamás el hombre
pueda construir; no es una casa terrestre, "no es hecha de manos eterna en los cielos".
Todo cuanto conoceremos en el Edén celestial nos será mostrado por nuestro Señor. Y
al final, cuando aparezcamos ante Él diremos:

"La gracia premiará todas las obras

Con coronas de bienaventuranza;

Ella es la luz, la piedra más preciosa,

Digna de toda gloria y alabanza".

II. En segundo lugar, examinaremos LA GRAN EXPERIENCIA. La más grande de


todas mis experiencias es saber que "Él solamente es mi roca y mi salvación". Hasta
ahora hemos insistido sobre una doctrina; pero de nada nos sirve la doctrina si no es
probada por nuestra experiencia. La mayoría de las doctrinas de Dios se aprenden
solamente con la práctica: exponiéndolas a que soporten el roce continuo de la vida. Si
yo preguntara a cualquiera de vosotros, a cualquiera que fuese cristiano, si esta doctrina
de que hablamos es cierta, seguro que me contestaría: "¡Naturalmente que sí! No hay en
toda la Biblia una sola palabra que sea más verdad que ésta; porque, efectivamente, la
salvación es solamente de Dios". "Él solamente es mi roca y mi salvación." Pero, amigos
míos, es muy difícil tener tal conocimiento experimental de una doctrina que no nos
apartemos jamás de ella Es muy difícil el creer que "la salvación es del Señor". Muchas
veces descansamos nuestra confianza en algo más que en Dios, y pecamos cuando lo
ponemos codo a codo con cualquier otra cosa, por muy digna que ésta sea. Permitidme
entretenerme un poco en considerar la experiencia que nos llevara a saber que la
salvación es sólo de Dios.

El cristiano verdadero confesará, como un hecho, que la salvación es solamente de


Dios, es decir, que "Dios obra en el tanto el querer como el hacer por su buena
voluntad". Recordando mi vida pasada puedo ver cómo desde sus mismos albores todo
procedía de Dios y solamente de Dios. No trate de alumbrar al sol con una antorcha, sino
que fue Él precisamente quien me alumbró a mí. No fui yo quien comenzó mi vida
espiritual; en modo alguno, ya que, antes bien, daba coces contra el aguijón, y luchaba
contra todo lo que viniera del Espíritu; había en mi alma tal aversión y odio por todo lo

330
La Teología de la Reforma
santo y bueno que, aún siendo arrastrado durante algún tiempo por el impulso celestial,
no pude seguir tras él. Los impulsos del Espíritu no hicieron mella en mí; sus
advertencias fueron esparcidas al viento, y sus amenazas despreciadas; y aún sus
susurros de amor fueron rechazados, y tenidos como cosa inútil y vana. Pero seguro
estoy, y puedo decirlo ahora hablando por mí mismo, y por todos aquellos que conocen
al Señor, que "Él solamente es mi salvación" y también la vuestra. Él fue quien cambió
vuestros corazones y os hizo doblar la rodilla. Podéis decir, pues, con toda verdad:

"La gracia enseñó a mi alma a orar

E hizo a mis ojos anegarse en l1anto".

Llegando aquí, podemos agregar:

"Me ha guardado hasta hoy bajo su manto,

Y ya nunca me dejará marchar".

Recuerdo que, cuando me entregué al Señor, creía estar haciéndolo yo todo; y


aunque lo buscaba de veras, no tenía la menor idea de que ya El andaba buscándome a
mí. No creo e el recién convertido se dé cuenta de este detalle al principio de su
conversión. Un día estaba yo en la casa de Dios oyendo un sermón sin preocuparme ni
poco ni mucho de lo que decía el predicador, porque no lo creía. De pronto, me asaltó un
pensamiento: "¿Cómo has llegado a ser cristiano?" He buscado al Señor. "Pero, ¿por
qué empezaste a buscarle?" Esta idea cruzó mi mente como un rayo; yo no he podido
buscarle menos que una influencia previa me haya impulsado a hacerlo. Estoy seguro de
que no pasará mucho tiempo sin que digáis: "El cambio obrado en mi es completamente
de Dios". desearía que éste fuera el lema de toda mi vida. Sé que hay algunos que
predican un evangelio por la mañana y otro diferente por la tarde: un evangelio puro y
sano cuando predican para los santos, y adulterado y falso cuando lo hacen a los
pecadores. Pero no hay motivo que justifique el anunciar la verdad ahora y la mentira
luego. "La ley de Jehová es perfecta, que vuelve el alma." No es necesario añadirle nada
para traer los pecadores al Salvador. Así pues, hermanos, debéis confesar que "la
salvación es del Señor". cuando recordéis el pasado, debéis decir: "Señor mío, todo
cuanto tengo Tú me lo has dado. ¿Las alas de mi fe? Hubo tiempo en que yo no las
tenía. ¿Los ojos de mi fe? Hubo tiempo en que yo era ciego. Estaba muerto, y Tú me
diste vida; sin ver, y Tú abriste mis ojos. Mi corazón era un repugnante muladar; pero Tú
pusiste perlas en él, y si en él las hay, las perlas no se crían en los muladares. Tú me
has do todo lo que tengo". Y así, si miráis al presente, si vuestra experiencia es la de un
hijo de Dios, lo atribuiréis todo a El, no solamente lo que ha sido vuestro en el pasado,
sino todo cuanto ahora tenéis. Estáis aquí esta mañana, sentados en vuestros bancos, y
os pido que recapacitéis sobre este hecho. ¿Creéis que estaríais donde estáis, si no
fuera por la divina gracia? Recordad la tentación que os asaltó ayer, cuando
"consultaban de arrojaros de vuestra grandeza". Quizá fuisteis tentados como yo lo soy a
veces. Hay momentos en que parece que el diablo, usando de sus encantamientos, me
lleva al mismo borde del precipicio del pecado, haciéndome olvidar el peligro por la
dulzura con que lo rodea. Y exactamente cuando va a arrojarme al vacío, veo el abismo
abierto a mis pies y una poderosa mano que me sujeta, mientras una voz dice: "Lo

331
La Teología de la Reforma
guardaré de que caiga en lo profundo; porque Yo he pagado su rescate". ¿No creéis que
antes de que el sol se ponga podríais ser condenados, si la gracia no os guardara?
¿Tenéis algo bueno en vuestros corazones que ella no os lo haya dado? Si supiera que
la gracia que tengo no procede de Dios, la pisotearía bajo mis pies, por no ser de ningún
valor. No sería mas que una falsificación completamente legítima, por no traer sello del
cielo. Podría parecer muy buena; pero, de cierto, siempre sería mala, a menos que
viniera de Dios. ¿Cristiano, puedes tú decir en todas las cosas pasadas y presentes El es
mi roca y mi salvación"?

Y ahora, miremos hacia el futuro. Hombre, considera cuántos enemigos tienes,


cuántos ríos que cruzar, cuántas montañas que subir, cuántos monstruos que vencer,
cuántas bocas de león de las que escapar, cuántos fuegos que atravesar, cuántas
corrientes que vadear. ¿Qué piensas, hombre? ¿Puede alguien salvarte, que no sea
Dios? ¡Ah!, si yo no tuviera ese brazo eterno en que apoyarme, tendría que gritar:
"¡Muerte!, arrójame a cualquier sitio fuera de este mundo". Si yo no tuviera esa
esperanza, esa confianza exclamaría: ¡Enterradme bajo la creación, en las escondidas
profundidades, donde para siempre pueda ser olvidado! ¡Oh!, echadme lejos, porque soy
un miserable si no tengo a Dios que me ayude en mi peregrinar. ¿Sois lo suficientemente
fuertes como para luchar con uno solo de estros enemigos sin vuestro Dios? No lo creo.
Una simple criada pudo abatir a Pedro, y puede también hacer lo mismo con vosotros si
Dios no os preserva. Os suplico que recordéis esto siempre. Espero que lo hayáis
experimentado en el pasado, pero tratad de tenerlo presente en el futuro dondequiera
que vayáis: "La salvación es del Señor". "El solo es mi roca y mi salvación".

Desde el punto de vista de la eficacia, todo viene de Dios; y así es, también, en
cuanto a los méritos. Hemos experimentado que la salvación es completamente de El.
¿Qué méritos puedo tener yo? Si recogiera todo cuanto he podido tener y luego os
pidiera lo que vosotros habéis reunido, no sacaría entre todo el valor de un cuarto de
penique. Hemos oído contar el caso del católico que decía que había una balanza que se
inclinaba a su favor por el peso de las obras buenas en contra de las malas, y que, por lo
tanto, tenía que ir al cielo. Pero no hay tal cosa. He visto mucha gente, muchas clases de
cristianos, incluso extravagantes, pero jamás he encontrado a uno que diga tener méritos
propios, si se le ha obligado a ser sincero. Sabemos de hombres perfectos y de hombres
perfectamente necios, y hemos visto que ambos son perfectamente iguales. ¿Poseemos
méritos propios? Estoy seguro que no, si hemos sido enseñados de Dios. Hubo un
tiempo en que creíamos tenerlos; pero, una noche vino a nuestra casa un ente Llamado
convicción, y se llevó todas nuestras glorias. ¡Ah!, pero no obstante esto, todavía somos
malos. No se si Cowper dijo bien cuando escribió:

"Desde la hora bendita que a tus pies me trajiste,

Cortando mis locuras por sus raíces mismas

No he confiado en brazo que no haya sido el tuyo,

Ni he esperado en justicia que no sea la divina".

332
La Teología de la Reforma
Creo que se equivocó, porque muchos cristianos continúan confiando en sí mismos;
pero debemos reconocer que "la salvación es del Señor", si la consideramos desde el
punto de vista de los méritos.

Queridos amigos, ¿habéis experimentado esto en vuestros corazones? ¿Podéis decir


"amén", al oírlo? ¿Podéis decir: "yo sé que el Señor es mi ayuda"? Me parece que
muchos podéis; pero mejor lo diréis cuando Dios os lo enseñe. Lo creemos cuando
comenzamos nuestra vida cristiana, y lo sabemos después. Y cuanto más larga es
nuestra vida, más ocasiones tenemos de comprobar que es verdad. "Maldito el varón
que confía en el hombre, y pone carne por su brazo"; pero, "bendito el varón que se fía
en Jehová, y cuya confianza es Jehová". En verdad, el cenit de la experiencia cristiana
se alcanza cuando dejamos de confiar en nosotros mismos, o en otros, y ponemos toda
nuestra esperanza pura y simplemente en Jesucristo. La más elevada y noble
experiencia no es el quejarse continuamente de la propia corrupción, ni el lamentarse de
los extravíos, sino el decir:

"Con todo mi infortunio, aflicción y pecado,

No me dejará irme su Espíritu adorado".

Creo, ayuda mi incredulidad." Me gusta lo que decía Lutero: "Yo correría a los brazos
de Cristo, aunque blandiera una espada en sus manos". A esto se le llama una osada
confianza; pero, como dice un viejo teólogo, no hay tal osada confianza: no arriesgamos
nada con Cristo, no hay el menor riesgo. Bendita y celestial esperanza, cuando en medio
de la borrasca podemos acudir a Él y decirle: "¡Oh, Jesús!, creo que me cubriste con tu
sangre"; cuando, al ver nuestra inutilidad, podemos clamar: "Señor, creo que, por Cristo
Jesús, aunque soy un miserable pecador, Tú me has perdonado". La fe del santo es
pequeña, cuando cree como santo; pero la del pecador es verdadera fe cuando cree
como pecador. Dios se goza, no con la fe del puro y sin mancha, sino con la de la
criatura llena de pecados. Así pues, hermanos, pedid que ésta pueda ser vuestra
experiencia, para aprender cada día más que "Él solamente es mi roca y mi salvación".

III. Y ahora, en tercer lugar, hablaremos de LA GRAN OBLIGACION. Hemos tenido


una gran experiencia; por lo tanto, tenemos también una gran obligación.

Si solamente Dios es nuestra roca, y lo sabemos, ¿no estamos obligados a poner en


Él toda nuestra confianza, a darle todo nuestro amor, a afirmar en Él toda nuestra
esperanza, dedicarle toda nuestra vida y a consagrarle todo nuestro ser? Esta es nuestra
gran obligación. Si Dios es todo lo que tengo, seguro que todo lo que tengo es de Dios.
Si Dios es mi única esperanza, seguro que toda mi esperanza la pondré en Dios. Si el
amor de Dios es lo único que salva, seguro que Él tendrá mi amor. Hermano, permíteme
un consejo: no tengas dos dioses, ni dos cristos, ni dos amigos, ni dos esposos, ni dos
padres celestiales; no tengas dos fuentes, ni dos ríos, ni dos soles, ni dos cielos; ten
solamente uno. Por lo tanto, si la salvación se halla solamente en Dios, allegaos a Él con
todo vuestro ser.

Nunca tratéis de añadir nada a Cristo. ¿Remendaríais el vestido que Él os ha dado


con vuestros viejos y andrajosos harapos? ¿Pondríais vino nuevo en odres viejos? ¿Os

333
La Teología de la Reforma
colocaríais a Su misma altura? Sería como uncir un elefante con una hormiga: jamás
ararían juntos. ¿Aparejaríais un ángel y un gusano al mismo carro, esperando cruzar con
él el firmamento? ¡Cuánta inconsecuencia! ¡Cuánta necedad! ¿Vosotros con Cristo?
¡Cristo se reiría!; digo mal, ¡lloraría al pensar tal cosa! ¿Cristo y el hombre uniendo
esfuerzos? ¿CRISTO & CIA? Jamás ocurrirá esto; Él nunca lo permitirá; Él ha de ser el
todo. Cuán absurdo y equivocado es tratar de añadirle algo; no lo podría soportar. A los
que aman algo que es Él, les llama adúlteros y fornicarios. Quiere que confiéis en El con
todo tu corazón, que lo ames con toda tu alma que lo honres con toda tu vida. Cristo no
entrará en tu casa mientras no pongas todas las llaves bajo su custodia, y no permitirá
que te quedes con una sola. Y así, te hará cantar:

"Mas si algo retuviese

Sin que la conciencia me acusara,

Amo a mi Dios con celo tan extremo,

Que todo cuanto hubiese le entregara".

Cristianos, es un pecado dejar de entregar algo a Dios, y Cristo será afligido si así lo
hacéis. Y seguro que no deseáis apesadumbrar a quien derramó su sangre por vosotros.
Esto cierto -que ningún hijo de Dios quiere vejar a su bendito hermano mayor. No hay ni
una sola alma redimida por sangre que agrade en contemplar, anegados en llanto, los
dulces y ternos ojos de su Amado. Sé que no queréis entristecer a vuestro Señor,
¿verdad? Pero os digo que acongojaréis su generoso Espíritu, si hay algo que comparta
con El vuestro amor. Porque os quiere tanto, que está celoso de vuestro amor. Se dice
en las Escrituras que el Padre es "un Dios celoso"; y así ocurre, también, con Cristo; por
tanto, no confiéis en carros en caballos, sino decid siempre solamente es mi roca y mi
salvación".

Tened presente, también, que hay una razón por la que no debéis mirar a nadie más.
Si vuestros ojos están distraídos en otras cosas, jamás podréis tener una plena visión de
Cristo. "Podemos verle manifestado en sus misericordias", dices. Sí es cierto; pero
vuestra contemplación sería mucho más perfecta si mirarais directamente a su persona.
Nadie puede mirar dos objetos a la vez, y verlos claramente. Puedes mirar un poco a
Cristo y otro poco al mundo, pero no puedes poner tus ojos de modo total en Cristo y
mirar aún al mundo. ¡Oh!, hermanos, os suplico que no tratéis de hacerlo. Si miráis al
mundo, será una mota en vuestro ojo; si confiáis en algo más, como el que se sienta
entre dos banquillos, caeréis a tierra de forma estrepitosa. Por lo tanto mirad solamente a
Él. "Él solamente es mi roca y mi salvación."

No olvidéis tampoco, hermanos, mi ruego de que no pongáis ninguna otra cosa con
Cristo; porque tantas veces como lo hagáis, seréis azotados por ello. Jamás ha habido
un hijo de Dios que albergara en su corazón a ninguno de los traidores al Señor; porque
habría sido acusado del mismo delito. El Supremo Juez ha extendido auto de registro
contra cada uno de nosotros. Y, ¿sabéis qué es lo que buscan sus agentes? Les ha
mandado que vengan por nuestros amantes, por todos nuestros tesoros y por nuestros
ayudadores. A Dios le importan menos nuestros pecados como tales, que nuestros

334
La Teología de la Reforma
pecados -y aún nuestras virtudes- que usurpan su trono. En verdad os digo, que no hay
nada en este mundo sobre lo que podáis poner vuestro corazón, que no haya de ser
colgado en una horca más alta que la de Amán. Si Cristo no ocupa el primer lugar en
vuestro corazón, Él lo convertirá en castigo. Si vuestra casa es más preciada que su
persona, en prisión la convertirá; si vuestros hijos son más queridos que su amor, como
víboras serán, que morderán vuestro seno; si vuestra comida es preferida a sus
manjares, beberéis aguas amargas y el pan será como cascajo en vuestras bocas, hasta
que todo vuestro alimento sea El. No hay nada que tengáis y que El no pueda convertir
en una vara, si está ocupando Su lugar; y no dudéis que así lo hará, si permitís que haya
algo que robe a Cristo.

Notad, una vez más que si posáis vuestra mirada en algo que no sea Dios, pronto
caeréis en el pecado. No ha habido hombre en el mundo que, apartando sus ojos de
Cristo, haya andado el camino sin extraviarse. Así, el marino que navega guiado por la
Estrella Polar, siempre irá hacia el norte; pero su rumbo será incierto y perdido, si se rige
ora por la Estrella Polar, ora por otras constelaciones. E igualmente con vosotros; si no
fijáis continuamente vuestros ojos en Cristo, pronto perderéis la ruta. Si alguna vez
habéis abandonado el secreto de vuestro poder, es decir, vuestra confianza en el Señor;
si alguna vez habéis perdido el tiempo en devaneos con la Dalila de este mundo,
amándola más que a El, los filisteos caerán sobre vosotros, raparán vuestras guedejas y
os atarán con cadenas al molino hasta que vuestro Dios os libere, dejando una vez más
crecer vuestros cabellos, y os lleve a depositar toda vuestra confianza en el Salvador.
Fijad vuestros ojos en Jesús, porque tan pronto como los apartéis de El, ¡duras serán las
consecuencias! A vosotros os digo, hermanos; cuidado con vuestros dones, cuidado con
vuestras virtudes, con vuestra experiencia, con vuestras oraciones, con vuestra
esperanza, con vuestra humildad. No hay ninguna de estas gracias que no pudiera
condenaros si no las cuidarais. El viejo Brooks decía: "Si una mujer tiene un marido y
éste le regala una preciosa sortija, y ella ama la joya y le importa más que su esposa,
¡cuánto no se ofenderá él, y cuán necia no será ella!" ¡Cuidad vuestros dones,
hermanos!, ya que podrían resultar más peligrosos que vuestros pecados. Estad
advertidos contra todo lo de este mundo; porque todo tiene la misma tendencia,
especialmente lo más elevado. Si gozamos de una posición acomodada, es probable
que no miremos mucho a Dios; y si vosotros, cristianos, poseéis cierta fortuna, ¡cuidado
con el dinero!, ¡cuidado con el oro y la plata!; porque serán una maldición si se
interponen entre vosotros y Dios. Fijad vuestros ojos en la nube y no en la lluvia, en el río
y no en el barco que flota en su seno. Contemplad el sol y no sus rayos; atribuid vuestros
dones a Dios y decid perpetuamente "Él solamente es mi roca y mi salvación".

Finalmente, os ruego otra vez que no apartéis vuestra mirada de Dios para fijarla en
vosotros; porque, ¡qué seríais ahora que seríais siempre, sino unos pobres condenados
pecadores, si estuvierais fuera de Cristo! El otro día, cuando predicaba, durante la
primera parte de mi sermón era el ministro quien hablaba; pero, de repente, recordé que
no era más que un pobre pecador, y ¡cuán distintas fueron entonces mis palabras! Los
mejores sermones que jamás haya predicado, han sido aquellos que pronuncié, no en mi
capacidad de ministro, sino como pobre pecador hablando a los pecadores. Y creo que
no hay nada como el que un ministro recuerde que no es más que un pobre pecador,
después de todo. Se dice del pavo real que, aunque está vestido de finas plumas, se
avergüenza de tener los pies negros. Estoy seguro que nosotros también debemos

335
La Teología de la Reforma
avergonzarnos de los nuestros. Aunque a veces nuestras plumas aparezcan vistosas y
brillantes, deberíamos pensar en lo que seriamos si la gracia no nos hubiera auxiliado.
¡Cristiano!, fija tus ojos en Cristo porque fuera de Él no eres mejor que cualquiera de los
que están infierno; no hay demonio en el averno que no pudiera hacerte ruborizar si tu
estuvieses fuera de Cristo. ¡Oh, si fueras humilde! Recuerda cuán perverso es tu
corazón, aunque la gracia haya entrado en él; Dios te amó y te dio su gracia, no olvides
que aún tienes en ti un tumor canceroso. El sacó mucho de tu recado, pero la corrupción
todavía permanece. Sabemos que, aunque el viejo hombre esté algo reprimido, y el
fuego un poco sofocado por el influjo de las aguas del Espíritu Santo, podría arder con
más fuerza que antes si Dios no lo evitara. No nos gloriemos en nosotros mismos, pues.
El esclavo no tiene por qué enorgullecerse de su alcurnia: las marcas del hierro están en
sus manos. ¡Fuera con el orgullo! Reposemos total y plenamente en Jesucristo.

Antes de terminar, permitidme una palabra para el impío que no conoces a Cristo:
Has oído todo cuanto hemos hablado de que la salvación es sólo de Él. ¿No es para ti
esta buena doctrina? Porque tú no tienes nada, ¿no es cierto que eres un pobre, perdido
y arruinado pecador. Oye esto, pues: tú no tienes nada, y nada necesitas, porque Cristo
lo tiene todo. ¡Pobre de mí! Soy un esclavo encadenado", dirás. ¡Pero El tiene la
redención! "¡No!, soy un sucio pecador." Pero podrá lavarte hasta dejarte blanco. Sí, eres
un leproso, pero el Médico Divino puede sanar tu lepra. Sí, también estás condenado,
pero Él tiene tu libertad firmada y sellada, si tú crees en El. Cierto que estás muerto, pero
Cristo tiene la vida y puede resucitarte. No necesitas nada de lo tuyo, sólo confiar Y si
hubiera aquí ahora hombre, mujer o niño, que estuviera dispuesto a decir solemnemente
conmigo, con todo su corazón: "Entiendo que Cristo es mi Salvador sin que yo posea
ninguna virtud o mérito en qué poder confiar. Conozco mis pecados, pero sé que Él es
más fuerte que ellos; reconozco mi culpa pero creo que Él es más poderoso que ella";
repito, si alguno de vosotros puede decir esto, puede irse de este lugar gozoso y
contento, porque es heredero del reino de los cielos.

Tengo que contaros una singular historia, que fue referida en nuestra reunión de
iglesia; porque quizás, por medio de ella, alguna pobre persona que me oiga pueda
entender el camino de la salvación. "¿Podrías decirme -preguntaba uno a su amigo
creyente- qué le dirías a un pobre pecador que acudiera a ti deseando saber el camino
de la salvación?" "Mira dijo él, creo que me resultaría muy difícil; pero eso mismo me
ocurrió ayer. Una pobre mujer vino a mi tienda y se lo expliqué de una forma tan vulgar,
que no me gustaría repetírtelo." "¡Oh!, sí, no te importa; me agradaría oírlo." "Bien; pues
esa pobre mujer siempre está empeñando cosas, y de vez en cuando las recupera. No
encontré modo mejor que el siguiente: Mire, le dije, su alma está empeñada con el
demonio, Cristo ha pagado el precio, y usted, usando la fe como resguardo, puede ir y
retirarla." Como veis, fue una forma muy simple, pero a la vez excelente, para
presentarle el camino de salvación a aquella mujer. Es cierto que nuestras almas
estaban empeñadas a la venganza del Todopoderoso, y que no teníamos dinero para
pagar; pero vino Cristo y satisfizo el precio por completo, y la fe es el recibo que
podemos usar para recuperarla del empeño. No necesitamos emplear ni un solo penique
nuestro, sino solamente decir: "Heme aquí, Señor, yo creo en Jesucristo; no he traído
ningún dinero para pagar por mi alma, porque tengo este resguardo, el precio fue pagado
hace mucho tiempo. Está escrito en tu Palabra: "La sangre de Jesucristo nos limpia de
todo pecado". Y si vosotros tenéis ese recibo, podéis también rescatar vuestras almas

336
La Teología de la Reforma
del empeño, y decir: "He sido perdonado, he sido perdonado; soy un milagro de la
gracia". Quiera Dios bendeciros, amigos míos, por Cristo Jesús.

***
APÉNDICE E
(Tomado del libro los Deleites de Dios. Piper)

El Deleite de Dios en Todo Aquello que Hace

El Deseo de mí Corazón

La principal meta de mi vida y la razón por la cual escribo este libro es dirigir la atención
del mayor número posible de personas a los deleites de Dios revelados en la Escritura. El
objetivo es que podamos ver en los deleites de Dios un poco de la infinita medida de su
dignidad y excelencia; que, al contemplar esta gloria, seamos transformados a la imagen
de su Hijo. Y nos entreguemos tan apasionadamente a la labor de misiones, que todas las
naciones vean y den gloria a nuestro Padre que está en los Cielos.
Cuando estuve enseñando sobre los deleites de Dios años atrás, en 1987, escribí la
siguiente frase en mis apuntes. Era mi objetivo y oración en resumen.

Mostrad sus deleites en la predicación.


Contemplad su gloria al escuchar.
Acercaos a su semejanza al meditar.
Manifestad su dignidad al mundo.

Ya sea al predicar o al escribir, es este el deseo de mi corazón. Anhelo que el pueblo de


Dios pueda decir:

"Mis ojos están siempre hacia Jehová...


A Jehová he puesto siempre delante de mí...
Mi corazón ha dicho de ti [el Señor]: Buscad mi rostro.
Tu rostro buscaré, oh Jehová; no escondas tu rostro de mí"
(Salmo 25:15 ; 16:8 ; 27:8-9).

Añílelo que busquen a Dios con el intenso deseo de Moisés cuando oró, diciendo: "Te
ruego que me muestres tu gloria" (Éxodo 33:18) y luego vengan, con sus rostros
brillando por haber contemplado la majestad de Dios, a un mundo desesperado y en
tinieblas (Éxodo 34:29).

337
La Teología de la Reforma

En el capítulo 1 nos dedicamos a estudiar el deleite que Dios el Padre tiene en su Hijo.
La lección más importante que hemos de aprender de esta verdad es la siguiente: Dios
es, y siempre ha sido, un Dios absolutamente feliz. Desde toda la eternidad, aun antes
que existieran seres humanos a quien amar, Dios ha sido plenamente feliz en su amor
por el Hijo. Nunca ha estado solo. Siempre se ha regocijado, con total satisfacción, en la
gloria y el compañerismo de su Hijo.

El Hijo de Dios siempre ha sido el retrato de las excelencias de Dios, el paisaje, el reflejo
de las perfecciones de Dios. Por lo tanto, por toda la eternidad Dios ha contemplado, con
una satisfacción indescriptible, el grandioso aspecto de su propio resplandor reflejado en
el Hijo.

Una segunda lección que hemos de aprender del deleite de Dios en el Hijo es que Dios
no está obligado por ningún tipo de infelicidad o deficiencia interna a hacer algo que no
quiera realizar. Si Dios fuese infeliz, si él fuese de alguna manera deficiente, entonces
verdaderamente estaría obligado, por algún agente externo, a hacer algo que no desee
hacer para suplir su deficiencia y finalmente ser feliz. Es esto lo que nos diferencia de
Dios. Tenemos un inmenso vacío en nuestro interior que demanda ser satisfecho por
poderes, personas y deleites externos a nosotros mismos.

Anhelar, necesitar y desear son las mismísima esencia de nuestra naturaleza. Nacemos
con deficiencias, necesidades e insatisfacciones. Llegamos al mundo sin saber casi
nada, y tenemos que dedicar años y años asistiendo a clases o aprendiendo en la
escuela de la vida, para poder llenar un poco este vacío de conocimiento. Nuestro
padres y maestros nos piden que hagamos cosas que no nos gusta realizar, pero que
necesitamos llevar a cabo para superar alguna debilidad, incrementar nuestro
conocimiento, fortalecer nuestros cuerpos, refinar nuestros modales o mejorar nuestro
intelecto.

Pero Dios no es así. Él ha estado completa y totalmente satisfecho por toda la eternidad.
Él no necesita educación. Nadie puede ofrecerle nada que antes no provenga de él
mismo.

Porque ¿quién entendió la mente del Señor?


¿O quién fue su consejero?
¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado ?
Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas.
A él sea la gloria por los siglos. Amén.
(Romanos 11:34-36)

Así que nadie puede sobornar a Dios, u obligarlo de alguna forma. Cualquier dádiva que
yo, usted,
cualquier persona o circunstancia le ofrezca a Dios, es sólo el reflejo de algo que él ya ha
impartido o hecho. La fuente de todas las cosas no puede ser enriquecida o tentada por
servicio humano o angélico. " [El] no es honrado por manos de los hombres, como si
necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas" (Hechos
17:25). Si alguien le ofrece algo a Dios - y desea ofrecerlo rectamente – debe preguntar

338
La Teología de la Reforma
junto con David: "¿Quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer
voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te
damos" (1 Crónicas 29:14; cf. 1 Corintios 4:7).

En otras palabras, todo lo que existe, incluyendo la capacidad de ofrecer voluntariamente


algo, es un regalo del Dios superabundante, auto - suficiente, y eternamente feliz.

Lo que Braínerd Enseñó a las Indígenas.

La imagen que viene a mi mente cuando pienso en esta gran verdad no es un salón de
conferencias, ni el salón de debates del congreso, ni aún los lugares en los que predico
cada fin de semana. La imagen que viene a mi mente es un lugar en los bosques de
Nueva Jersey.

El año es 1745, cerca a un pequeño pueblo llamado Crossweeksung. David Brainerd, el


misionero de veintisiete años que se dedicó a los indígenas tose sangre todos los días
porque está muriendo de tuberculosis.

Le quedan poco menos de dos años de vida. Se haya predicando a 130 indígenas que
Dios ha llamado a salir de las tinieblas a través de un maravilloso avivamiento por la
predicación de Brainerd. Según el propio testimonio de Brainerd, su mensaje este día es
sobre la felicidad eterna y plena de Dios. En él, comparte el tema que anhelaba enseñar
a estos iletrados indígenas en la selva:

Es necesario, en primer lugar, enseñarles que Dios


es Dios desde la eternidad. Por eso es diferente a
todas las criaturas. Sin embargo, es muy difícil
comunicar algo de esta naturaleza a ellos, puesto
que ellos no tienen términos en su idioma para
expresar una eternidad a parte ante [es decir, la
eternidad pasada]... También es necesario
mencionar la plena suficiencia de Dios con el fin
de evitar que imaginen que Dios no era feliz
mientras estaba solo, antes de la formación de sus
criaturas. 1.

Al escribir "solo", Brainerd no quiere decir que Dios no tenía comunión con su Hijo en el
Espíritu Santo antes de la creación. Él simplemente quiere decir que no había criaturas
con quien relacionarse. Sin embargo, Dios no era infeliz porque en la comunión de la
trinidad él es totalmente suficiente. Brainerd creía con todo su corazón que esto eran
buenas noticias. Noticias que no debían ser escondidas al más sencillo de los creyentes.
Era una gran parte de la gloria de Dios; y la gloria de Dios es el corazón de toda genuina
experiencia Religiosa. 2.

Cuando mi mente retorna de aquella escena en los bosques de Nueva Jersey, me veo
retado a pregonar la verdad más fervientemente que nunca. Lo que Dios hace, no lo

339
La Teología de la Reforma
hace de mala gana o bajo alguna coacción externa, como si estuviese atrapado por
alguna situación imprevista o no planeada.

Por el contrario, puesto que él es plena y totalmente feliz, y superabundantemente


satisfecho en la comunión de la Trinidad, todo lo que hace, lo realiza libremente y sin
ningún tipo de restricción. Sus obras salen del desbordamiento de su gozo. Éste es el
significado de la Escritura cuando dice que Dios obra conforme al "beneplácito" de su
voluntad (Efesios 1:5). Esto significa que nada fuera del propio deleite de Dios - el deleite
que tiene en sí mismo - ha restringido sus decisiones y sus obras.

Todo lo que Deleita al Señor

Esto nos lleva al enfoque de este capítulo, "El Deleite de Dios en Todo Aquello que
Hace". Si Dios no está restringido por fuerzas externas a él mismo para actuar en
oposición a su beneplácito o deleite, sino que más bien sólo actúa como fruto del
desbordamiento del gozo de su ilimitada autosuficiencia, entonces todos sus actos son
una expresión de gozo y, consecuentemente, Él se deleita en todo aquello que hace.
Comenzaremos nuestra reflexión bíblica en el Salmo 135. Este Salmo inicia con un
llamamiento a alabar al Señor: "Alabad el nombre de Jehová; Alabadle, siervos de
Jehová".

Luego, desde el verso 3, el Salmista expresa varias razones por las cuales dicha
alabanza debería fluir de nuestro corazón. Por ejemplo, él dice que el señor es "bueno y
benigno" (versículo 3), y que ha "escogido a Jacob para sí" (versículo 4), y que él es
grande sobre todos los dioses (versículo 5).

Después, en el versículo 6 la lista de razones para la alabanza llega a su climax con una
gran afirmación, Todo lo que Jehová quiere*, lo hace, En los cielos y en la tierra, en los
mares y en todos los abismos.

De la misma forma, en el Salmo 115 se dice lo mismo con fuerza y claridad. Comienza
con un llamado a Dios para que se glorifique a sí mismo y avanza hasta declarar su
soberana libertad en los cielos:
No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros,
sino a tu nombre da gloria,
por tu misericordia, por tu verdad.
¿Por qué han de decir las gentes:
dónde está ahora su Dios?
Nuestro Dios está en los cielos;
todo lo que quiso* ha hecho.
Salmo 115:1-3

Lo que enseñan estos dos versículos (Salmo 135:6; 115:3) es que Dios realiza todo
aquello en que se deleita, y nada puede impedir que lo lleve a cabo. O para expresarlo
de otra manera, Dios se deleita

340
La Teología de la Reforma
en todo lo que hace. Nada puede evitar que haga lo que más le deleita hacer. Tampoco
puede ser obligado a realizar aquello en lo que no se deleita. Y es la misma verdad en
cualquier parte del universo. Ése es el significado de "en los cielos y en la tierra, en los
mares y en todos los abismos" (Salmo 135:6).

Otro testigo de esta verdad es el profeta Isaías. Dios habla por medio de él y dice,

Yo soy Dios, y no hay otro Dios,


y nada hay semejante a mí,
que anuncio lo por venir desde el principio
y desde la antigüedad lo que aún no era hecho;
que digo: Mi consejo permanecerá,
y haré todo lo que quiero. *
Isaías 46:9-10

La palabra traducida como "quiero" (héphetz) es la forma sustantiva del verbo "él quiere"
(haphétz) en el Salmo 135:6 y 115:3. Es la misma palabra utilizada en el Salmo 1:2 ("En
la ley de Jehová está su delicia), y en \el Salmo 16:3 ("Y para los íntegros es toda mi
complacencia") y en Isaías 62:4 ("Serás llamada Mi deleite está en ella, y tu tierra,
desposada; porque el |amor de Jehová estará en ti y tu tierra será desposada").

*Nota: La palabra usada en inglés -pleases, pleasure- expresa no solo la idea de querer,
sino la idea de deleitarse. Es importante tener eso en cuenta al leer éstos versículos,
porque las traducciones bíblicas hechas al español oscurecen esta idea.

El asunto es que Dios obra con soberana libertad.


Sus actos no surgen de la necesidad de suplir sus deficiencias, sino de una pasión por
expresar la abundancia de su deleite. Es este el significado de su libertad. Lo he llamado
libertad soberana porque es el asunto principal en los tres textos que hemos observado -
Dios hace lo que le deleita. Él es libre en el sentido de que no tiene deficiencias que lo
hagan dependiente y es soberano en el sentido de que puede obrar en sus deleites sin
ser detenido por poderes externos a él mismo. “Todo lo que él quiere, lo hace". Por tanto,
su libertad es una libertad soberana.

Lo que Dios el Padre contempla cuando observa el panorama de sus propias


perfecciones en la Persona de su Hijo es una escena plenamente satisfactoria de infinita
sabiduría, amor y poder. Por tanto, su felicidad Huye de sus perfecciones, incluyendo la
perfección de su infinito poder. Es este inmensurable poder lo que garantiza la libertad
del deleite de Dios en todo lo que hace. Su deleite es el gozo que tiene en el reflejo de su
gloria en la persona de su Hijo. Parte de esa gloria es su infinito poder, y la única función
de su poder es abrir paso al desbordamiento de su gozo en la obra de la creación y la
redención. Es su Poder el que quita (en el tiempo de Dios y a la manera de Dios)
cualquier obstáculo para el cumplimiento de su beneplácito o deleite. Por consiguiente, la
declaración que afirma Dios hace todo cuanto le deleita, es una declaración de su poder.
Es esto lo que entendemos por soberanía.

El poder de Dios siempre abre paso para que sus perfecciones sean expresadas de
acuerdo a su beneplácito.

341
La Teología de la Reforma

Me encanta la imagen que C. S. Lewis sugiere de la soberana libertad de Dios en la


creación. Muestra como el beneplácito o deleite de su corazón al crear y alvar es el feliz
desbordamiento de su auto - suficiencia Lewis dice,

Ser el soberano del universo no es un asunto difícil para Dios...


siempre debemos tener presente la visión de un personaje llamado Lady
Julián. En esta perspectiva Dios llevaba en su mano un objeto pequeño
como una nuez, y esa nuez era "todo lo que es hecho"' Dios quien no
necesita nada, ama; como fruto de ese amor hace criaturas totalmente
superfinas con el fin de amarlas y perfeccionarlas. 3.

Único en Su Clase

Esta conexión entre el poder y el deleite se haya detras de 1 Timoteo 6:15-16, donde el
apóstol Pablo llama a Dios, "el bienaventurado y único Soberano, el Rey de reyes y
Señor de señores; el único que tiene inmortalidad". Vimos en el capítulo 1 (nota 2) que el
bendito (makanrios) significa "feliz" (1 Timoteo l-ll) Por tanto Pablo está hablando del
"feliz y único Soberano. Observe el énfasis al llamar a Dios “bendito” o “feliz”. El poder
único de Dios sobre todos los otros poderes es el énfasis. Primero él es llamado el "único
soberano"- no solamente el soberano, sino el único soberano. En otras palabras, no tiene
serios competidores para su poder. Él es el único “Poderoso"

Luego Pablo menciona que este Dios feliz es "Rey de reyes". Una vez más el argumento
es que él está sobre toda otra autoridad real que pudiese, aparentemente, retar su poder
y su libertad para obrar como desee. Después, Pablo afirma que él es "Señor de
señores". Si hay otros dioses y señores (-y verdaderamente los hay!), Pablo enfatiza que
no hay ninguno que pueda competir exitosamente contra el poder y la libertad del Señor
de señores (1 Corintios8:5-6). Por último, Pablo expresa que él es "el único que tiene
inmortalidad". Dios es el único en su clase. Todos los demás seres dependen de su
poder para la existencia y la vida (Hechos 17:25). Él, por el contrario, no depende de
nadie.

Todo esto enseña que la felicidad de Dios está arraigada en su poder y autoridad únicos
en todo el universo. Él es el "único soberano" y por lo tanto, él es el soberano feliz,
porque no hay nadie que pueda frustrar lo que se propone hacer de acuerdo a su
beneplácito. C. S. Lewis lo expresó de la siguiente manera: "La libertad de Dios consiste
en el hecho de que ninguna causa, diferente a Él mismo, produce sus obras y ningún
obstáculo externo las impide - su propia bondad es la raíz de la cual nacen todas las
obras y su propia omnipotencia es el aire que las alimente a todas". 4.

Los Deleites de Dios ¿Es Dios el Modelo de Alguien que Toma Riesgos?

342
La Teología de la Reforma
En el verano de 1987 asistí a una conferencia para jóvenes líderes patrocinada por el
comité de Lausana para la Evangelización Mundial llamado "Singapur 87". Uno de los
expositores señaló algo que manifiesta la inmensa relevancia de lo que estoy escribiendo
en este capítulo. Entre todas las excelentes enseñanzas que escuché en esa
conferencia, el apunte de este predicador era a mi juicio incorrecto. No era la nota
dominante de toda la conferencia, lo cual me hace feliz, pues pienso que la razón de la
evangelización mundial sufriría si ésta se convirtiera en la nota dominante en la tonada
de la predicación misionera.

Este predicador en particular presentó una visión de Dios como nuestro modelo para
"tomar riesgos". Presentó a Dios como alguien que asume grandes riesgos, y luego dijo
que ésta es la razón por la cual debemos estar dispuestos a enfrentar grandes riesgos
por causa de la evangelización mundial. Ahora, no se equivoque, me apasiona oír
líderes que llaman a una alianza radical, que implique tomar riesgos, para la causa
mundial del evangelio. Por eso con todo mi corazón me apresuré a decir amén a las
conclusiones de este expositor. Pero cuando él terminó percibí que el fundamento por
el cual el cristiano toma riesgos había sido debilitado antes que fortalecido; es decir, la
siguiente verdad: "Dios está en los cielos, todo lo que quiere, lo hace".

No pude encontrarme con el conferencista para hablar con él personalmente. Por eso le
escribí una carta para expresarle mi preocupación. Pienso que transcribir mi carta en su
totalidad puede ser la forma más agradable de explicar por qué la soberanía y la
libertad de Dios para hacer todo lo que le deleita, es tan importante. He hecho pequeños
cambios para guardar las identidades y clarificar algunos puntos. La fecha de la carta
es julio 6, 1987.

Apreciado [amigo] La principal razón por la que escribo esta


carta, es para ofrecer una perspectiva sobre una de 'las charlas
que usted hizo respecto a Dios como nuestro modelo para tomar
riesgos. Quise hablar personalmente con usted al respecto porque
plantea una visión que es muy diferente a la que yo tengo. Me
pareció, por lo que algunos dijeron en nuestro grupo pequeño, al
igual que a la hora del almuerzo, que su visión de Dios como
alguien que toma riesgos no era común a la que otros tenían.
Estoy totalmente dispuesto a reconocer que tal vez estoy
analizando el término "tomar riesgos" muy minuciosamente y que
las diferencias que percibo son simplemente una cuestión de
semántica. Sin embargo, por si acaso no es así, permítame
esbozar mi perspectiva ...

Me parece que la dimensión del carácter de Dios que me libera para asumir riesgos para
su gloria es, precisamente, la verdad de que Dios jamás asume y jamás podrá sumir
ningún riesgo.5. En mi propia vida el mayor obstáculo para tomar riesgos es la
incredulidad - incredulidad en las promesas amor, poder y sabiduría de Dios; o para
expresarlo de otra manera, la falta de creer que Dios tiene el poder, la autoridad, la
sabiduría y el deseo de hacernos "más que vencedores" a través de nuestras heridas y
nuestras pérdidas. Ésta es la confianza que me hace libre para tomar riesgos por
Cristo. Pero el Dios que usted describió como alguien que toma riesgos no inspira esa

343
La Teología de la Reforma
clase de confianza. Describir a Dios como un jugador de juegos de azar y alguien que
toma riesgos, de la forma en que usted lo hizo, sugiere 1) que él no puede prever lo que
resultará de sus decisiones y; 2) que él no tiene el suficiente control de las cosas como
para hacer que su consejo permanezca. Pero me parece que la Escritura presenta una
imagen muy distinta de Dios. Permítame retomar algunos de los ejemplos que usted usó
para ilustrar a Dios como alguien que asume riesgos. 1. ¿Tomó Dios un riesgo al poner
la Gran Comisión en nuestras manos? No lo creo. Él no la puso en nuestras manos a tal
punto que ya no esté en sus manos. Juan 10:16 dice que Jesús debe reunir, y de hecho
lo hará, sus ovejas que aún no están en el rebaño ("Tengo otras ovejas que no son del
redil; aquellas también debo traer, y oirán mi voz"). Él es quien abre los corazones de los
hombres(Hechos 16:14). Él trae las personas al Hijo, derrotando su resistencia a su
gracia soberana (Juan 6:44-45). Él llama sus mensajeros y ellos desarrollan la misión
sólo a través de su poder (Romanos 15:15-18; 1 Corintios 15:10).

La Gran Comisión no está en peligro. "Y será predicado este evangelio del reino en
todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin
(Mateo 24:14). "Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la
tierra, y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti. Porque de Jehová
es el reino, y él regirá las naciones" (Salmo 22:27- 28)

La plenitud de los gentiles ha de entrar (Romanos 11:25). "La tierra será llena de la
gloria del Señor" (Números 14:21). Toda la Escritura afirma la victoria de Dios en el
mundo de las misiones. Esta victoria no está en peligro. Dios lo ha prometido. ¡Dios es
soberano! Puesto que él gobierna sobre los corazones de los hombres y, es el
Señor de su iglesia, su propósito no puede fracasar. Por lo tanto, darle la Gran
Comisión a la iglesia no fue un riesgo.

Tal vez antes de mencionar los otros puntos que usted expuso, yo debería definir
el término "Riesgo". Lo definiría así: Una persona toma un riesgo cuando lleva a cabo
una acción que lo expone a la incierta posibilidad de daño o pérdida.

Esto significa que si usted sabe que cierta acción lo herirá y usted escoge
realizarla de todas formas, ya eso no se llama riesgo. Lo puede llamar bobada. Lo puede
llamar sacrificio. O lo puede llamar amor. Pero el riesgo implica incertidumbre: tal vez
pierda, tal vez gane; no lo sé, no estoy seguro. Lo mismo es verdad para los juegos de
azar. Si usted sabe el resultado de los dados antes de lanzarlos, eso no es azar. Es una
pérdida segura o una ganancia segura. La incertidumbre es el corazón del riesgo y el
azar. Pero Dios no tiene incertidumbre de nada ! 6. "Yo soy Dios, y no hay otro Dios, y
nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la
antigüedad lo que aún no era hecho" (Isaías 46:9-10). Dios sabe desde la antigüedad lo
que ha de suceder en el futuro. "He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio
cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré notorias" (Isaías 42:9). Dios sabe
cómo se llevarán a cabo sus planes y cuál será el resultado. ¿En qué sentido, entonces,
podemos hablar de él como alguien que toma riesgos, es decir, que actúa con
incertidumbre sobre cómo sucederán las cosas y cuál sea el resultado? 2. Usted dijo que
Dios tomó un riesgo en la encarnación cuando envió a Jesucristo al mundo. Ilustró esto
con la posibilidad de que Jesús hubiese sido asesinado por los soldados de Heredes
cuando él todavía era aún un bebé en Belén. ¿Verdaderamente cree usted que Dios

344
La Teología de la Reforma
había entregado el control de las circunstancias de forma tal que todas las promesas del
Antiguo Testamento sobre la crucifixión, las enseñanzas y la resurrección de Cristo no
llegaran a ser realidad? ¿Era la promesa de la Palabra de Dios, que se hizo realidad
vida, muerte y resurrección de Cristo, realmente tan incierta?
¿Qué hacemos con Hechos 2:23, que ensef Jesús fue entregado para ser crucificado (n
riesgo, sino) "por el determinado cons anticipado conocimiento de Dios"? ¿Cómo se
llamar un riesgo a la encarnación cuando la int< y la voluntad de Dios era precisamente
(por lo i 700 años antes de que pasara) quebrantar a s (Isaías 53:10)? ¿Cómo puede ser
un riesg< Dios enviar a su Hijo al mundo cuando era s que el Hijo fuese crucificado
(Hechos 4:28) parece que no deberíamos llamar la encamac riesgo, sino más bien un
sacrificio planeado de 3. Lo mismo parece ser cierto de nuestra conv individual. Hechos
13:48 dice, "Los gentiles, o esto, se regocijaban y glorificaban la palab Señor, y creyeron
todos los que estaban orde para vida eterna". Dios no deja ni siquiera el < de la
conversión finalmente en las manos i hombres - como si el conjunto y el tamaño
comunidad de adoración eterna llegara diseñado por las mentes de hombres pecad» no
por la infinita sabiduría de Dios. El Señor c a los que son suyos (2 Timoteo 2:19 ). Él es
concede el arrepentimiento (2 Timoteo 2:25 y El llamará a sus ovejas por su nombre y
ellas y vendrán (Juan 10:3-4).

¿Qué hacemos con Hechos 2:23. que enseña que Jesús fue entregado para ser
crucificado (no con riesgo, sino) "por el determinado consejo y anticipado conocimiento
de Dios"? ¿Cómo se puede llamar un riesgo a la encarnación cuando la intención y la
voluntad de Dios era precisamente (por lo menos 700 años antes de que pasara)
quebrantar a su Hijo (Isaías 53:10)? ¿Cómo puede ser un riesgo para Dios enviar a su
Hijo al mundo cuando era su plan que el Hijo fuese crucificado (Hechos 4:28)? Me
parece que no deberíamos llamar la encarnación un riesgo, sino más bien un sacrificio
planeado del Hijo. 3. Lo mismo parece ser cierto de nuestra conversión individual.
Hechos 13:48 dice. "Los gentiles, oyendo esto. se regocijaban y glorificaban la palabra
del Señor, y creyeron lodos los que estaban ordenados para vida eterna". Dios no deja ni
siquiera el asunto de la conversión finalmente en las manos de los hombres - como si el
conjunto y el tamaño de la comunidad de adoración eterna llegara a ser diseñado por las
mentes de hombres pecadores y no por la infinita sabiduría de Dios. El Señor conoce a
los que son suyos (2 Timoteo 2:19). Él es quien concede el arrepentimiento (2 Timoteo
2:25-16 ). El llamará a sus ovejas por su nombre y ellas oirán y vendrán (Juan 10:3-4).

Dios tampoco deja nuestro crecimiento y perseverancia en la santidad como un riesgo


incierto. Más bien, él dice: " Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis
en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra" (Ezequiel 36:27).

Es el Señor mismo quien produce en nosotros el querer como el hacer por su buena
voluntad (Filipenses 2:12-13). Esto no es algo mecánico u obligatorio. Pero es verdad y
seguro para el verdadero pueblo de Dios. Festo Kevengere, quien sirvió en la Empresa
Africana, describió la inevitable, soberana obra del Espíritu en nuestras vidas así:

Él siempre está luchando con nuestras renuencias y vacilaciones. Él viene y me


convence de algo, y yo empiezo a inquietarme. Somos realmente difíciles de manejar,

345
La Teología de la Reforma
¿no es cierto? El amoroso Espíritu Santo no presiona. El sólo imprime un suave y gentil
toque.

Cuando usted se molesta y se intranquiliza. Él se detiene por un momento y le deja


seguir.

Luego vuelve y le atrapa en una esquina donde usted no se inquiete tanto. En esa
esquina, Él hace Su hermosa obra de darle la vuelta a usted. Y entonces , ¿qué ve? Al
Cordero de Dios.

Se ha cortado la piedra y usted ahora encaja perfectamente !

Es así como El nos toma, piedras de todas las razas y culturas, y nos une a todos para
formar la hermosa morada de Dios. 7.

Mi conclusión de estas reflexiones es que nosotros sí deberíamos tomar riesgos por la


causa de Cristo. De hecho, antes de ir a Singapur me había preparado predicando tres
sermones sobre el tema, " El Riesgo y la Causa de Dios ". Pero la razón por la cual,
nosotros los seres humanos podemos tomar riesgos es porque somos ignorantes de
nuestro futuro terrenal. No podemos tener certeza de cómo van a suceder las cosas.
Pero Dios está en el cielo y hace todo lo que quiere (Salmo 115:3 ) Su consejo siempre
permanece y sus propósitos se logran ( Isaías 46:9-10 ). Él sabe el fin desde el principio,
y por lo tanto no puede tomar riesgos. Él se puede sacrificar a sí mismo y también
puede amar. Pero Él nunca jamás lanza un dado. Nada de lo que Él ejecuta, es al azar.

Por sus propios y sabios propósitos. Dios puede permitir que su causa sufra tropiezos
(tanto individual como globalmente). Él puede amar al precio de la vida de Su Hijo.
Pero describirlo como alguien que toma riesgos hace cuestionar su omnisciencia y su
soberanía y por lo tanto destruye el fundamento de nuestra fe, y a la vez elimina el
poder que nos capacita para tomar riesgos por Dios.

Le agradezco muchísimo por tomar tiempo para leer esto. Por favor sepa que fue escrito
con la
gran esperanza de que yo haya malentendido su visión de Dios. Lo escribo con la
expectativa de que cualquier desacuerdo que pueda haber entre nosotros dos luego
de esta carta, no impida nuestra alianza por Jesucristo y nuestro deseo de entregar
nuestras vidas para su honra.
Su amigo y compañero en la obra,
John Pipen

Hay muchas partes de la Escritura que muestran la soberana libertad de Dios para
hacer lo que le place, lo que le deleita. He expuesto muchos más textos en Desiring
God - Deseando a Dios - (pág. 24-28 en inglés).

Pero espero que hayamos visto lo suficiente en este capítulo como para saber que
deberíamos postrarnos ante Dios y alabar su soberana libertad - que él siempre obra de

346
La Teología de la Reforma
acuerdo a su "beneplácito", siguiendo los dictados de sus propios deleites. Él nunca se
convierte en víctima de las circunstancias. Él nunca es forzado a entrar en una situación
donde se vea obligado a hacer algo en lo no se pueda regocijar

Tal vez la gloria de la grandeza de Dios respecto a este asunto brille con más fuerza
si la vemos en la confianza y valentía que ha dado a miles de misioneros que han
asumido riesgos. Considere sólo un ejemplo, William Carey» 8.

William Carey es conocido como el padre de las misiones modernas. Él entregó 40 años
de su vida en la India, desde 1793 hasta 1834, y nunca regresó a casa de vacaciones.
La visión de Dios que encendió su corazón por las naciones fue el Dios libre y soberano
de corazón compasivo que enseñaba el Calvinismo evangélico. El Dios de George
Whitefield, el evangelista que había muerto cuando Carey era un niño de apenas 9 años.
El mismo Dios de Augustus Toplady (1740" 1778), quien escribió el himno "Roca Eterna",
y el Dios de John Newton (1725 - 1807), autor de "Maravillosa Gracia”. A menudo Carey
es recordado por su rotunda oposición a los hipercalvinistas de su época, que tienen la
reputación de haberle dicho que enfriara su entusiasmo por la evangelización mundial,
pues si Dios quería alcanzar a los perdidos lo haría sin la ayuda de él. 9.

Carey se opuso a esta visión no bíblica de la soberanía de Dios. Pero lo que no es


conocido tan ampliamente es que no se opuso a ésta con una visión Arminiana del
limitado poder de Dios, sino con una visión bíblicamente equilibrada de la gratuita y
soberana gracia de Dios, Esto es evidente por la forma como equilibró la enseñanza
bíblica de la soberana obra de Dios en la conversión, con la responsabilidad que
tenemos de persuadir a la gente a ejercitar su voluntad de creer. El escribió:'

Estamos convencidos de que sólo quienes han sido ordenados para


vida eterna creerán [Hechos 13:48], y que Dios solo puede añadir a la
iglesia los que han de ser salvos [Hechos 2:47]. Sin embargo,
estamos obligados a observar con admiración que Pablo, el gran
campeón por las gloriosas doctrinas de la gracia soberana y gratuita,
fue el más distinguido por su celo personal en la obra de persuadir a
los hombres a reconciliarse con Dios.10

Carey no creía que los designios de Dios para el mundo pudiesen ser frustrados, sino
que "todo lo que Jehová quiere, hace". Fue esta la confianza que le fortaleció para pasar
por increíbles pruebas durante 40 años. Él nos muestra su visión de la libertad de Dios
para actuar conforme a su beneplácito, al responder una de las preguntas más difíciles
que se le puede plantear a un misionero cuando está en el campo de trabajo. En 1797,
cuatro años después de haber llegado a India, Carey nos cuenta que fue confrontado por
un Brahmán. Carey había predicado sobre Hechos 14:16 y 17:30, y dijo que Dios en el
pasado permitió a todos los hombres andar en sus propios caminos, pero ahora manda a
todos los hombres en todo lugar que se arrepientan.
El Brahmán respondió, "De hecho yo pienso que Dios se debería arrepentir por no
enviarnos el evangelio antes". Ésta no es una objeción fácil de responder. La respuesta
de Carey es asombrosa, como el Dios a quien amaba y servía:

347
La Teología de la Reforma
A esto añadí: suponga que un reino ha sido gobernado durante
mucho tiempo por los enemigos de su verdadero rey; y aunque él
posee suficiente poder para derrotarlos, decide permitirles prevalecer
y establecerse tanto como ellos deseen.
¿No sena mucho más notorio el valor y la sabiduría de este rey
cuando los exterminara, que si se hubiese opuesto a ellos desde el
principio, y les hubiera impedido entrar al país? De la misma
forma, por medio de la difusión de la luz del evangelio, la sabiduría, el
poder y la gracia de Dios serán mucho más notorias cuando derrote
sus arraigadas idolatrías y destruya toda la oscuridad y el vicio
que han predominado en todo este país, de lo que habrían sido si
todos ustedes no hubiesen experimentado el andar en sus propios
caminos por tantos año. 11

Qué respuesta! El Dios libre y soberano gobierna las naciones de tal forma que incluso
los años de incredulidad redundarán en su gloria en los países más paganos cuando se
complete la victoria del evangelio. Carey no dijo que el beneplácito de Dios pudiera ser
frustrado por un pueblo terco y desobediente al cual no podía santificar lo suficiente para
que actuara como debía.

Es absolutamente cierto que la desobediencia a la Gran Comisión viola la Palabra de


Dios. También es cierto que muchas generaciones de profesantes cristianos tendrán que
dar cuenta de este pecado.
Pero no dice (a pesar de toda la lógica Arminiana) que Dios estaba atado de manos y
era incapaz de impartir a su pueblo un nuevo corazón de obediencia (Ezequiel 11:19 -
20), o que era incapaz de hacer que ellos andarán en sus estatutos (Ezequiel 36:27).

Cualquiera que fuese la causa de la desobediencia de la iglesia a la Gran Comisión,


Carey sabía que no podía culpar a Dios como si fuera impotente. Por eso respondió de la
forma en que lo hizo. Dios tiene sus sabios y santos propósitos en todo lo que realiza, y
hace todo lo que hace de acuerdo a su propio beneplácito. Carey tenía la misma visión de
Dios que he tratado de mostrar en estos capítulos. Gran parte de esta visión la aprendí de
él. Dios está en los cielos y está haciendo todo lo que le deleita, no importa cuan
misterioso pueda esto parecer. Éste fue el poder que había detrás de la primera era de
las misiones modernas.

La Visión Detrás de Operación Mundo

No debemos pensar que el espíritu instaurado por Carey está muerto en la actualidad.
Todavía está dirigiendo grandes segmentos del gran movimiento misionero de nuestra
época a completar la Gran Comisión en esta generación. Uno de los libros que Dios está
usando al rededor del mundo para movilizar la iglesia a una pasión misionera y a la
oración es Operación Mundo de Patrick Johnstone.12 Este libro ofrece un reporte del
estado y circunstancias relacionadas con el avance del evangelio y el crecimiento de la
iglesia en cada país del mundo. No puedo evitar preguntarme si su reedición actualizada
de 1986 fue uno de los factores cruciales en el plan de Dios para producir cambios tan

348
La Teología de la Reforma
asombrosos en Europa Oriental a finales de la década de los 80. ¿Cuál es el espíritu y la
convicción detrás de este libro que mueve montañas? Paínck Johnstone lo expresa con
fervor:

Sólo el cordero podía abrir los sellos. Todas las imponentes


fuerzas de Satanás sobre el mundo con la apertura de los primeros
6 sellos (cap. 6 y 7) son soltadas por el Señor Jesucristo. Él reina
hoy. Él está al mando del universo. Él es la única "Causa Final".
Todos los pecados del hombre y las maquinaciones de Satanás
tienen, en última instancia, que engrandecer la gloria y el reino de
nuestro Salvador Esto se aplica a nuestro mundo actual con sus
guerras, hambres, terremotos, y la maldad que aparentemente
impera hoy. El proceder divino es justo y amante. Nos hemos
vuelto excesivamente conscientemente del enemigo, y podemos
enfatizar demasiado el aspecto combativo de nuestra intercesión,
pero necesitamos tener más consciencia de Dios, para poder reír la
risa de la fe sabiendo que tenemos potestad sobre toda fuerza del
enemigo (Lucas 10:19). Él ya ha perdido el control, gracias al
calvario donde fue inmolado el Cordero de Dios. ¡Qué confianza y
seguridad nos da esto al enfrentar un mundo tan convulsionado y
necesitado! 13

¿Se Deleita Dios en la Muerte del Impío?

Éste es un glorioso retrato de Dios en su libertad soberana - llevar a cabo cualquier


cosa que desee y lograr todo lo que quiere y le deleita. Pero sería un retrato borroso, un
poco desenfocado, si nos detuviésemos allí. Para enfocarlo y hacerlo nítido, necesitamos
preguntarnos lo siguiente: "¿Cómo puede Dios decir en Ezequiel 18:23 y 32 que no se
complace en la muerte de ninguna persona impenitente, si de hecho él logra todo lo que
desea y hace todo aquello que quiere y le deleita?".
En Ezequiel 18:30 Dios está advirtiendo a la casa de Israel del juicio inminente: "Por
tanto, yo os juzgaré a cada uno según sus caminos, oh casa de Israel, dice Jehová el
Señor". Al final del versículo 31 y 32 él dice, "¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque
no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor: convertios pues, y viviréis".

Esta parece ser una imagen muy distinta a la que vimos en el Salmo 135, donde Dios
hace todo lo que quiere. Es esta la clase de texto que ocasiona que la gente llegue a la
conclusión (Demasiado rápido!) de que William Carey no había leído toda su Biblia. Aquí
Dios parece estar atrapado. Parece que él se ve obligado a juzgarlos, cuando en realidad
no quiere hacerlo. Él parece estar a punto de ejecutar algo que no le deleita realizar.14
¿Va a realizar todo lo que quiere o no? ¿Es Dios realmente libre de hacer todo de
acuerdo a su beneplácito? ¿O su soberana libertad tiene sus límites? ¿Puede él hacer
todo lo que quiere sólo hasta cierto punto, y luego de eso está obligado a realizar cosas
que solamente lamenta llevar a cabo?

349
La Teología de la Reforma
Podríamos tratar de solucionar el problema volviendo al Salmo 135 y diciendo que
Dios hace todo lo que quiere en la esfera natural, pero no en la esfera personal. Después
de todo, en el Salmo 135:7 dice:

"Hace subir las nubes de los extremos de la tierra; hace los relámpagos para la lluvia;
saca de los depósitos sus vientos". ¿Acaso esto no podría implicar que Dios hace todo lo
que quiere en la naturaleza, pero no en las vidas de las personas?
Este esfuerzo por limitar la libertad de Dios a la esfera de la naturaleza no funcionará
por dos razones. Una razón es que si Dios controla el viento y lo hace soplar cuando
quiera y dondequiera que desee - lo cual es totalmente cierto ("soplará su viento, y fluirán
las aguas". Salmo 147:18; y recuerde a Jesús ordenando "Calla, Enmudece") - entonces
Dios es responsable de la destrucción de miles de vidas que se han ahogado por las
tormentas, los huracanes, los tornados, los monzones y los tifones que Dios ha "sacado
de sus depósitos" a través de los siglos.
¿Responsabilizamos equivocadamente a Dios al decir esto? ¿No será Satanás quien
hace soplar esos vientos destructivos? Ésta es una buena pregunta. La respuesta no es
sencilla. No quiero decir que la respuesta es difícil de encontrar. Quiero decir que la
respuesta es compleja. Satanás sí tiene gran poder en este mundo para causar daño (ver
nota 16). Sabemos que él puede producir enfermedades (Lucas 13:16; Hechos 10:38) y,
puesto que es llamado "homicida desde el principio" (Juan 8:44), podemos inferir que él
puede de hecho matar, ya sea por medio de una enfermedad o motivando personas a
matar o también de otras formas. Es difícil no ver su mano en las trágicas muertes de
hijos de misioneros, por ejemplo. La razón por la cuál pienso en esto es porque hace dos
horas recibí una llamada telefónica para informarme que el hijo de un amigo misionero
murió en un accidente automovilístico. Un año atrás, otra familia misionera que había
conocido en Camerún perdió dos de sus tres hijos en un mismo día, debido a la malaria,
pocos días después de volver a casa por una licencia. Y dichas historias se multiplican
cada día.

Espero que nadie piense que lo relatado aquí ha sido escrito en una atmósfera
lejana, no golpeada por el dolor y el sufrimiento de la tragedia. No estoy sugiriendo que
estas situaciones son fáciles de soportar o que pueden ser superadas con unas pocas y
sencillas observaciones teológicas. Hay un tiempo para cada cosa: "tiempo de llorar, y
tiempo de reír; tiempo de callar y tiempo de hablar" (Eclesiastés 3-47) E momento de la
tragedia y del mundo destrozado por el dolor y la aflicción, es el tiempo de abrazar y
callar Pero llegará el tiempo para las preguntas y las respuestas. Y cuando así sea, es
un miope compromiso con el padre de la mentira afirmar que Satanás es más fuerte que
Dios y que las manos del Todopoderoso estaban atadas. Esta nunca ha sido la respuesta
de los Santos más profundos. He llorado con muchos de ellos y orado y esperado para
ver cuál será su respuesta- y aunque no todos son tan elocuentes como Sara Edwards,
todos ellos, tarde o temprano, dicen algo parecido a lo que ella dijo.

El Dios Soberano de Sara Edwards

Su esposo Jonathan Edwards, había estado lejos de casa por algunas semanas en 1758,
para asumir la presidencia de la universidad de Princeton. El 13 de febrero fue vacunado
contra la viruela; pero la cura se convirtió en el asesino, y murió por la vacuna el 22 de

350
La Teología de la Reforma
marzo de 1758. Tenía 54 años y dejó a su esposa con 10 hijos. Cuando Sara se enteró
de la muerte de su esposo, a la primera que le escribió, fue a su hija Esther:
Mi muy amada hija:
¿Que puedo decir? Un Dios santo y bueno nos ha cubierto
con una nube oscura. Oh, qué besemos la tierra y pongamos
las manos sobre nuestra boca!
El Señor ha hecho esto. Él me ha hecho adorar su bondad,
por haberío tenido tanto tiempo. Pero mi
Dios vive; y él es el dueño de mi corazón. Oh, qué legado mi
esposo, y tu padre, nos ha dejado! Todos nosotros estamos
dedicados a Dios; es allí donde estoy y me encanta que así sea,
Tu amantísima madre,
Sara Edwards.15

Yo creo con todo mi corazón que la enseñanza bíblica en cuanto a la soberanía de


Dios sobre Satanás es la respuesta más grandiosa en el mundo, cuando el mismísimo
sentido de la vida se ve amenazado por los horrores y tragedias de la muerte y la
enfermedad. Es esta la respuesta de la Biblia y es verdadera y llena de esperanza.
La Biblia no enseña que Satanás tiene el control supremo en el mundo. Presenta a
Dios como el que controla el viento, en Génesis 8:1; Éxodo 14:21; 15:10; Salmo 78:26;
107:25; 148:8; Isaías 11:15; y Joñas 1:4; 4:8. Hay una posible excepción en el libro de
Job. En Job 1:11-12 Dios le concede a Satanás permiso de destruir todo lo que Job
posee, incluyendo su familia. Luego en Job 1:19 un gran viento "golpea la casa donde se
encuentran los hijos de Job y los mata a todos. El texto no explica quién hizo que el viento
soplara. Pero en Job 1:21, Job mismo exclama, "Jehová dio, y Jehová quitó; sea el
nombre de Jehová bendito". Así que incluso si Satanás ha metido sus manos para hacer
soplar el viento, Job sabe que detrás de Satanás esta el Gobernador del mundo y del
viento, es decir, el Señor.16 Por eso afirma "Jehová quitó". ¿Es correcto que Job haya
afirmado esto? El escritor elimina toda duda de pensar que Job no esté en lo cierto al
afirmar esto, pues en el siguiente versículo (1:22) él concluye, "En todo esto no pecó Job,
ni atribuyó a Dios despropósito alguno". Tampoco lo hizo Isaías cuando citó a Dios
diciendo, "[yo], que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad.
Yo Jehová soy el que hago todo esto" (Isaías 45:7). Tampoco Jeremías erró cuando dijo,
"¿De la boca del Altísimo no sale lo malo (es decir, la calamidad) y lo bueno?"
(Lamentaciones 3:38). Ni Amos cuando aseveró, "Habrá algún mal en la ciudad, el cual
Jehová no haya hecho?" (Amos 3:6).

Así que cuando el Salmo 135 proclama que el Señor hace lo que quiere, tiene que
incluir el tomar las vidas de las personas por medio del viento y el mar que él solo
controla. El Señor da y el Señor quita. Él es la fuente de la vida (Hecho 17:25), y el
señala el tiempo de volverla a tomar (1 Samuel 2:6; Deuteronomio 32:39). Santiago da
por sentado esto cuando nos dice que deberíamos contar con el control soberano de
Dios, incluso en nuestros planes de negocios corrientes.

Vamos Ahora! Los que decís: Hoy y mañana iremos a


tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos y ganaremos;
cuando no sabéis lo que será mañana.

351
La Teología de la Reforma
Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina
que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.
En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y
haremos esto o aquello. Pero ahora os jactáis en vuestras
soberbias. Toda jactancia semejante es mala. (Santiago 4:13 - 16).

Santiago asume que es la voluntad del Señor la que determina si alguien va de un


pueblo a otro. Para él es un asunto de humildad reconocerle a Dios este derecho y un
asunto de arrogancia actuar, por no decir enseñar, que no es así.
Pero hay una segunda razón por la cual no podemos limitar la libertad de Dios en el
Salmo 135 al mundo natural. El Salmo va más allá de sólo decir que Dios produce el
viento y el relámpago. En los versículos 8 - 10 dice que la soberana libertad de Dios fue
evidenciada más claramente en el Éxodo cuando libró a Israel de Egipto: "Él es quien hizo
morir a los primogénitos de Egipto, desde el hombre hasta la bestia ... Destruyó a muchas
naciones, y mató a reyes poderosos". Por lo tanto, cuando el salmista expresa en el
versículo 6 que "todo lo que Jehová quiere, lo hace", no se refiere sólo implícitamente a
las tragedias causadas por el viento; también se refiere explícitamente a la destrucción de
los rebeldes egipcios, las naciones y los reyes. Éste es el campo de acción de lo que Dios
hace, cuando hace todo lo que quiere.
Así que en Ezequiel se afirma que Dios no quiere la muerte de la gente no arrepentida,
y en el Salmo 135 que Dios lleva a cabo todo lo que quiere inclusive matar a las personas
no arrepentidas, por ejemplo, los enemigos de su pueblo en Egipto. El mismo verbo
Hebreo es usado en el Salmo 135:6 ("él quiere") y en Ezequiel 18:32 ("él no quiere").

Empeorando el Problema

Antes de sugerir una solución a este problema permítame empeorarlo.


Muchos cristianos en la actualidad abrigan la idea de que a Dios no le incomoda el ser
obligado a realizar cosas que no tiene que hacer. Puedo imaginar que una respuesta a lo
que hemos visto hasta ahora sería plantear que hemos creado un problema artificial,
porque el Salmo 135 realmente no afirma que Dios se deleita en destruir a los Egipcios.
Tal vez alguien diría que "hacer lo que quiere" en el Salmo 135:6 es sólo una metáfora y
no conlleva el sentido de placer o deleite. De esta forma se concluiría que Dios solamente
se duele cuando tiene que juzgar a los pecadores no arrepentidos, y que no hay ningún
sentido en el que Dios esté realizando lo que quiere hacer.

En respuesta a esto yo diría otra vez que la misma palabra usada en el Salmo 135:6 para
decir, que Dios hace todo lo que "quiere" es usada en Ezequiel 18:32 para decir que Dios
no "quiere" la muerte de los pecadores no arrepentidos. Luego me referiría al análisis de
esta palabra (hapiftz) al principio de este capítulo. Luego dirigiría la atención a
Deuteronomio 28:63 donde Moisés advierte del juicio venidero de Dios sobre los no
arrepentidos de Israel. Pero en esta ocasión dice algo totalmente opuesto a Ezequiel
18:32:
Así como Jehová se gozaba en haceros bien y en
multiplicaros, así se gozará Jehová en arruinaros y en
destruiros.

352
La Teología de la Reforma
Así que volvemos al ineludible hecho de que en un sentido Dios no se deleita en la
muerte del impío (que es el mensaje de Ezequiel 18), y en otro sentido sí se deleita (que
es el mensaje implícito en el Salmo 135:6 - 11 y explícito de Deuteronomio 28:63). En
otras palabras, uno sencillamente no se puede oponer a la tesis de este capítulo (que
Dios se deleita en todo aquello que hace) citando textos como Ezequiel 18:32. La Biblia
muestra (en Deuteronomio 28:63; Proverbios 1:24 « 26; Apocalipsis 18:20; Ezequiel 5:13;
e Isaías 30: 31 - 32) que incluso actos de juicio que en un sentido no le agradan a Dios,
en otro sentido si le agradan. Nuestro método no es escoger entre estos textos, o
cancelar uno con el otro, sino más bien profundizar lo suficiente en la misteriosa mente
de Dios para ver (tanto como sea posible) cómo ambos son ciertos. ¿Cómo explicamos
esta aparente tensión?

La Infinitamente Compleja Vida Emocional de Dios

La respuesta que propongo es que a Dios le duele en un sentido la muerte del impío,
y le deleita en otro.17 La vida emocional de Dios es infinitamente compleja, más allá de
nuestra plena capacidad de comprensión. Por ejemplo, ¿quién puede entender que el
Señor escucha al mismo tiempo las oraciones de 10 millones de cristianos alrededor del
mundo, y se identifica con cada una personal e individualmente como un Padre cariñoso
(como lo dice Hebreos 4:15), a pesar de que entre esas 10 millones de oraciones algunas
son afligidas y otras llenas de gozo? ¿Cómo puede Dios llorar con los que lloran y
regocijarse con los que se regocijan, cuando juntos vienen a él al mismo tiempo? - De
hecho, siempre vienen a él sin cesar ni interrumpir en ningún momento. ¿Quién puede
comprender que Dios esté airado con el pecado del mundo todos los días (Salmo 7:11), y
aún así todos los días, en cada instante, se esté regocijando con tremendo gozo porque
en algún lugar del mundo un pecador se está arrepintiendo (Lucas 15: 7,10,23)? ¿Quién
puede entender que Dios continuamente arda de ira por la rebelión del impío y se
contriste por las palabras impuras de su pueblo (Efesios 4:29 - 30), y al mismo tiempo se
deleite en ellos diariamente (Salmo 149:4), y se alegre por los pródigos arrepentidos que
vuelven a casa? ¿Quién de nosotros puede atreverse a definir cuál conjunto de
emociones es imposible para Dios? Sólo podemos llegar hasta donde él ha decidido
revelamos en la Biblia. Y lo que nos ha revelado es que hay un sentido en el que él no se
deleita en el juicio del impío, y hay un sentido en el que si se deleita.

El Doloroso Gozo de la Justicia

De todo esto concluyo que la muerte y la miseria de los no arrepentidos no es en sí


misma y por sí misma un deleite para Dios. Dios no es un sádico. Él no es malicioso, ni
sanguinario o cruel. Cuando una persona rebelde, incrédula e impía es juzgada, en lo que
Dios se deleita es en la exaltación de la verdad, la justicia y en la vindicación de su propio
honor y gloria.18 (Para una mayor explicación del corazón de Dios en el juicio lea el
capítulo 5, "¿Cómo se parece Dios a George Washington?".

353
La Teología de la Reforma
Cuando Moisés advierte a Israel que el Señor se deleitará en arruinarlos y destruirlos
si no se arrepienten (Deuteronomio 28:63), él quiere decir que aquellos que se han
rebelado contra el Señor, e ido más allá del arrepentimiento no podrán alegrarse de
haber ido en contra del Todopoderoso. Dios no es derrotado en los triunfos de su justo
juicio. Todo lo contrario. Moisés dice que cuando ellos sean juzgados, sin saberlo
proveerán una ocasión para que Dios se regocije en la demostración de su justicia y su
poder y la infinita dignidad de su gloria (Romanos 9:22 - 23).19
Hagamos de esto una advertencia para nosotros. Dios no puede ser burlado. Él no
puede ser atrapado, restringido o puesto en aprietos. Aún en el camino al calvario tenía
legiones de ángeles a su disposición.

"Nadie me quita la vida, sino que yo de mí mismo la pongo"- de su propio beneplácito o


deleite, por el gozo puesto delante de él. En ese momento, en la historia del universo, en
el cual Dios parecía estar atrapado, realmente él tenía el control, haciendo exactamente lo
que quería - morir para justificar a los injustos como usted y como yo.

Mi Propia Experiencia de la Soberanía de Dios

La soberanía de Dios es una preciosa realidad para mí y para la gente de mi iglesia.


Cuántas veces hemos recibido noticias de alguna calamidad que desgarra el corazón de
alguna de las familias de nuestra iglesia! Nos hemos puesto de rodillas ante el Señor y
hemos clamado a él para que les ayude y fortalezca. Vez tras vez he oído a mi pueblo
someterse a la soberana voluntad de Dios y buscar su buen propósito en ella. En una
ocasión un tornado atravesó nuestra área destruyendo hogares y almacenes y
desenterrando árboles inmensos. Era domingo en la tarde» Esa noche oramos. Aún hoy,
años después, puedo recordar una mujer clamando a Dios misericordia para las víctimas,
y luego alzando su voz para exaltar a Dios por su poder demostrado en el viento rugiente,
y para pedirle que todos nosotros seamos humillados y traídos al arrepentimiento ante su
majestuosa autoridad.
No muchos años atrás el hijo de uno de los líderes de nuestra iglesia fue atropellado
por una lancha. Él logró sobrevivir, pero sus rodillas estaban seriamente heridas y tenía
cortaduras superficiales en su pecho y en el cuello causadas por la hélice. Cuando su
padre testificó en una reunión de diáconos, dijo que su mayor ánimo y descanso era la
soberanía de Dios. "Dios tiene sus propósitos para la vida de mi hijo", dijo él, "y para toda
la familia. Esto nos ayudará para bien a todos nosotros en tanto que confiamos en él. Dios
podría haberse llevado a mi hijo con tan solo media pulgada más. Sin embargo le dijo a la
cuchilla: "hasta aquí llegarás y no irás más allá".
Dios no siempre detiene la cuchilla. El 16 de diciembre de 1974, no salvó la vida de mi
madre. Ella iba con mi padre en un bus de turismo que se dirigía a Belén en Israel. Una
camioneta con tablas para la construcción, atadas al techo se salió de la vía y golpeó el
bus en la parte frontal. La madera atravesó las ventanas y mató a mi madre
instantáneamente. El certificado de defunción decía, "médula lacerada y oblongada".
Cuando vimos su cuerpo, diez días después, luego de que la casa funeraria hizo lo mejor
que pudo, mi hermana se desmayó. Dejamos a mi padre llorando solo sobre el ataúd un
largo tiempo. Luego fui y lo cerré por última vez. Utilizamos fotografías para cuando
vinieron a acompañarnos.

354
La Teología de la Reforma
¿Cuál fue mi consuelo en esos días? Hubo muchos. Ella sufrió muy poco. La tuve por
28 años y fue la mejor madre que se pueda imaginar. Ella conoció a mi esposa y a uno
de mis cuatro hijos. Ahora estaba en el cielo con Jesús. Su vida estuvo llena de buenas
obras y sus buenos efectos todavía perduran muchos años después de su partida.
Además, por encima de todos estos consuelos sustentando todas mis preguntas no
resueltas, y calmando nú corazón, existía la confianza de que Dios tiene el control y él
es bueno. No me consuela pensar que Dios no pueda controlar el recorrido de una
camioneta. Para mí no hay consolación en la casualidad, ni en darle a Satanás la
superioridad. Cuando me arrodillé junto a mi cama y lloré acabando de recibir la dolorosa
llamada telefónica de mi cuñado, jamás dudé que Dios era soberano sobre este
accidente y que él era bueno. No necesito explicarlo todo El hecho de que él reina y él
ama, es suficiente por ahora.
Por tanto postrémonos asombrados y maravillados ante Dios - quien es eternamente
feliz en la comunión de la Trinidad; infinitamente abundante en la sabiduría de su obra;
libre y soberano en su auto - suficiencia. "Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que
quiso ha hecho" Humillémonos bajo su poderosa mano. Regocijémonos pues su consejo
permanecerá y un día todas las familias de todas las naciones lo adorarán. Porque el
dominio pertenece al Señor, y él gobierna sobre las naciones!

Notas.
1. Segundo Apéndice al Periódico del Sr. Brainerd, en Las
Obras de Jonathan Edwards, 2. (Edimburgo.-Banner of
Truth Trust, 1974), 426.
2_ El escribió en su periódico cuatro meses antes de morir
Vi con toda claridad que la esencia de la religión consistía
en la conformidad del alma a Dios ... y esto surge de una
correcta visión de su infinita excelencia y dignidad en sí mismo,
de ser amado, adorado, alabado y servido por todas las criaturas
inteligentes. Así entendí que cuando un alma ama a Dios con
amor supremo, o actúa como el mismo
Dios bendito [feliz], quien ama justamente de esa manera
cuando los intereses de Dios y de dicha alma se vuelven uno, y
ésta anhela que Dios sea glorificado y se regocija en pensar que él
está invariablemente poseído de la gloria y la bendición [felicidad]
más alta, en todo esto también actúa en conformidad a Dios". La
vida de David Brainerd, compilada por Jonathan Edwards, de.
Norman Petií, (New Haven: Yak University Press, 1985), 449. 3.
Citado de The Four Loves en A Mind Awake: Anthology of C. S.
Lewis (Los Cuatros Amores en Una Mente Despierta: Una
Antología de C. S. Lewis), de. Clyde Kilby (New York: Harcourt,
Brace and Worid, 1968), 85. 4. Citado de The Problem of Pain (El
Problema del Dolor) en Ibid., 80.
5. Al afirmar que hay algo que Dios no puede hacer, no estoy
limitando su soberanía, porque todo lo que estoy diciendo es que
Dios no puede usar su soberanía para hacerse a sí mismo no
soberano. Todos nosotros hemos escuchado la pregunta: ¿Puede
Dios crear una roca lo suficientemente grande como para que él

355
La Teología de la Reforma
mismo no la pueda levantar? Si decimos sí, entonces no puede
levantar la roca. Si decimos no, entonces no puede crearla. Es
como lanzar una moneda y, sin importar por cuál lado caiga,
perder la apuesta. El problema con esta pregunta es que es un
juego de palabras y no una deficiencia de Dios. C. S. Lewis
describió el truco de este juego de la siguiente forma: Usted
puede atribuirle milagros a él, pero no absurdos. Esto no es una
limitación de su poder... usted no ha logrado decir nada sobre
Dios: Una insensata combinación de palabras no adquieren
sentido repentinamente, simplemente porque les prefijemos las
dos palabras "Dios puede". Sigue siendo verdad que todas las
cosas son posibles para Dios: las imposibilidades intrínsecas no
son cosas sino negaciones. No es más posible para Dios de lo
que es para la más débil de sus criaturas llevar a cabo dos
acciones que se excluyen mutuamente; no porque su poder
encuentre un obstáculo, sino porque el absurdo sigue siendo
absurdo, incluso cuando lo hablamos con respecto a Dios (The
Problem of Pain en A Mind Awake, 79). Desearía que
estuviésemos tratando aquí con el juego de palabras de
estudiantes de los primeros semestres de filosofía que apenas
descubren esos acertijos. Pero no es éste el caso. Hay serios
intentos hechos por eruditos de hoy en día para argumentar que la
omnipotencia y el conocimiento de Dios sí incluyen la capacidad de
hacer un ser humano cuyas decisiones, por ejemplo, él no pueda
conocer de antemano. En otras palabras parece que el
conocimiento de Dios es lo suficientemente amplio como para
crear algo que excede su conocimiento. Richard Rice, profesor de
teología en la Universidad de Loma Linda, lo argumenta así:
"¿Puede [Dios] crear seres con una capacidad para sorprenderlo y
deleitarlo, al igual que para desilucionarlo, cuando toman
decisiones, y no saber por anticipado cuáles serán esas
decisiones? Si él no puede, entonces hay algo significativo que
Dios no puede hacer. Y esto significa que su poder es limitado".
En "Divine Foreknowledge and Free Will Theism" (Presciencia
Divina y Teísmo del Libre Albedrío) en A Case for Arminianism:
The Grace of God, the will of Man (Un Argumento a Favor del
Arminianismo: La Gracia de Dios, La Voluntad del Hombre), ed.
Clark H. Pinnock (Grand Rapids: Zondervan Publishing House,
1990), 137. Pero la pregunta que deberíamos hacer al profesor
Rice es la siguiente: ¿Es "algo significativo" para un Dios
omnisciente y omnipotente crear un ser cuyas decisiones estén
más allá de su presencia? O ¿más bien es una "Negación" o un
"absurdo" como, creo, sugeriría Lewis? Ver el siguiente pie de
página para más información respecto a este asunto.
6. Vimos en el pie de página 5 que no todos los cristianos creen
esto. De hecho hay un renovado esfuerzo en la actualidad, de
entre la misma familia de la fe, por refutar la verdad del
conocimiento de Dios de todos los eventos futuros. Hace poco

356
La Teología de la Reforma
Clark Pinnock publicó un libro de ensayos titulado A Case for
Arminianism: The Grace of God, the Will of Man, en el cual él y
otros defienden el Unútado preconocimiento de Dios. Pmnock
mismoluj de un cambio del Calvinismo al Armimamsmo, (y mas
allá, pues el Arnuniamsmo clásico todavía afirma que Dios conoce
todos los eventos futuros), ahora declara. Las decisiones que aún
no se han tomado no existen en ningún lugar para poder ser
conocidas incluso por Dios. Son sólo potenciales - aún por
realizar, pero todavía no reales. Dios puede predecir una gran
cantidad de lo que decidiremos nacer, pero no todo, porque parte
de esto permanece oculto en el misterio de la libertad humana...
Dios también enfrenta posibilidades en el futuro y no solo certezas.
Dios también s. mueve hacía un futuro no plenamente conocido
porque todavía no ha sido fijado" (pag. 25 - 26).

Pinnock fue empujado a esta posición primero por la lógica neo -


arminiana, no por la Escritura. Esto es irónico por la forma en que
él persistentemente acusa a otros de acallar la Escritura con la
"lógica Calvinista (Pag. 19, 21, 22, 25, 26, 28) La lógica neo -
arminiana razona de la siguíente forma: "Una total omnisciencia
necesariamente significaría que todo lo que vayamos a escoger
en el futuro ya habrá sido escrito en el registro del divino
conocimiento y, consecuentemente, la creencia de que tenemos
decisiones verdaderamente significativas por hacer, parecería estar
equivocada" (Pág. 25). Por lo tanto, las presuposiciones filosóficas
de que la presciencia es incompatible con las "decisiones
significativas" y que la realidad de lo que él llama "decisiones
significativas" es más seguro que la total presciencia de Dios -
estas dos presuposiciones neo -arminianas ( no arminianas
clásicas) lo guían lógicamente a rechazar la total presciencia de
Dios. Sólo entonces él dice, "Por lo tanto, tuve que preguntarme a
mí mismo si era bíblicamente posible sostener que... las decisiones
de mi libertad sería algo que no podría ser conocido ni siquiera por
Dios pues no han sido tomadas en la realidad"(pág. 25). En otro
lugar él dice, "Permítame explicar cinco de los cambios doctrinales
que la lógica requería y que creo la Escritura me permitía
hacer..."(pág. 18-19, itálicas añadidas). La Escritura fue buscada
como una confirmación de lo que demandaba la lógica neo -
arminiana.

En la superficie el argumento básico de Pinnock en contra de la


presciencia de Dios de las libres decisiones humanas se parece al
argumento de C S. Lewis en contra de limitar ¡a omnipotencia de
Dios diciendo que no puede crear una roca lo suficientemente
grande como para no poder levantarla (ver nota 5). Lewis dice que
la idea de un ser con una capacidad total de crear algo más allá de
su propia capacidad es un absurdo lógico. Es decir, si y no acerca
de la misma cosa, en la misma forma, al mismo tiempo. Esto es

357
La Teología de la Reforma
una no • cosa* . Y decir que Dios no puede hacer una no - cosa* no
es limitar su poder de ninguna manera. Pinnock intenta algo similar
con la presciencia de Dios. Él opina, "Las decisiones aún no
tomadas no existen en ningún lugar para ser conocidas ni siquiera
por Dios". En otras palabras, son una no - cosa*. Y por lo tanto
negar que Dios pueda saber una no - cosa* no es limitar su
conocimiento en ninguna manera. En la superficie los argumentos
parecen iguales. Pero no lo son. *Nota del Traductor En Inglés no -
thing. Palabra que permite significar no - cosa y nada a la vez, Hay
una profunda diferencia. La omnipotencia de Dios es conservada
por Lewis porque una omnipotencia no -omnipotente es una auto -
contradicción. Sin embargo, ésta no es la estructura lógica del
argumento de Pinnock. Él no está conservando la omnisciencia de
Dios, al rechazar una omnisciencia no - omnisciente, sino
redefiniendo la omnisciencia de una forma que excluye el
conocimiento de las futuras decisiones humanas. La lógica no
requiere esto, y por lo tanto no es como el argumento de Lewis.
Más bien, es una presuposición filosófica la que requiere esto, es
decir, la presuposición de que las futuras decisiones no tienen una
realidad conocible. Son una no - cosa. El sostén de esta
aseveración no es la ley de la no -contradicción - como decir (junto
con Lewis) que una omnipotencia no - omnipotente es una auto -
contradicción. Antes bien, el sostén de esta aseveración es un
juicio ontológico o metafísico: las decisiones futuras no tienen un
lugar en la realidad que les permita ser el objeto del conocimiento,
ni siquiera de Dios. No es la lógica la que demanda esto. Es un
sistema filosófico neo - arminiano el que lo demanda. Pinnock
llama a este sistema, tal como él lo bosqueja, "teísmo del libre
albedrío". Él señala que es una "doctrina de Dios que se ubica en
la mitad entre el teísmo clásico, que exagera la trascendencia de
Dios en el mundo, y el teísmo proceso, que recalca una
inmanencia radical" (pág. 26). Una de las cosas más confusas
sobre la presentación de Pinnock de dicho sistema, es su
descripción de éste como una nueva perspectiva creativa y valiente
surgida de una interacción responsable con nuestra cultura
moderna. El cree que este nuevo alejamiento del teísmo clásico
empezó "por una lectura fresca y fiel de la Biblia en diálogo con la
cultura moderna, que hace un énfasis en la autonomía, la
temporalidad y el cambio histórico"(pág. 15). Sugiere que quienes
desarrollan este "teísmo del libre albedrío" neo - arminiano son
como Agustín en su generación: "Si Agustín tuvo el valor de
trabajar con la cultura de su época y de producir algunas
maravillosas y nuevas perspectivas, entonces podemos hacer lo
mismo en nuestra época actual" (pág. 29). "De la misma forma en
que Agustín llegó a un acuerdo con el antiguo pensamiento griego,
nosotros estamos llegando a un acuerdo con la cultura moderna.
Influenciados por la cultura moderna, estamos experimentando la
realidad como algo dinámico e histórico, y consecuentemente

358
La Teología de la Reforma
estamos viendo en la Biblia cosas que nunca antes habíamos
visto" (pág.27). Esto es verdaderamente desconcertante. Si lo que
encontramos aquí en este "teísmo del libre albedrío" son
verdaderamente "maravillosas y nuevas perspectivas" bajo la
influencia de la cultura moderna , ¿por qué, entonces, lo que dice
este autor es lo mismo que decían los Socinianos del siglo
diecisiete? Encuentro en la enciclopedia del siglo dieciocho que,
según Socinio (1539 • 1604), "la omnisciencia de Dios es definida
de una forma que no genere conflicto con Sa eventualidad de
acontecimientos producidos por la libertad de la voluntad. Dios no
sabe las cosas de una forma tal que todo lo que él sepa, llegue
seguramente a suceder. Si le conocimiento de Dios ... hiciera que
necesariamente todo sucediera, entonces no existiría realmente el
pecado, ni la culpa del pecado". Una Enciclopedia Religiosa: O
Diccionario de la Teología Práctica, Bíblica, Histórica y Doctrinal,
ed. Phihiip Schaff (New York: La Literatura Cristiana Co., 1988),
2209.
Y si este sistema surge de una interacción bíblicamente fiel,
creativa y valiente con nuestra cultura moderna, ¿por qué cuando
leo a Stephen Chamock (1628 -1680), el pastor
Puritano y capellán de Oliver Cormweil, encuentro que él está
discutiendo cada argumento contra la omnisciencia de Dios que
ya estaban presentes en su época, hace trescientos años?
Sospecho que la razón es que no hay nada verdaderamente
nuevo en el "teísmo del libre albedrío" propuesto por Pinnock, sino
que este sistema surge de los mismos intentos de resistir (no
importa cuan inconscientemente) los derechos absolutos del
Creador sobre sus criaturas que están presentes en cada
generación; y de lograr un lugar para la autonomía humana y la
auto '- determinación por medio de la limitación de Dios - ya sea
de su poder, o de su conocimiento, o de ambos. Charnock lanza
esta pregunta que es verdaderamente relevante para Pinnock y
sus colegas neo - arminianos:
¿Que sucede si el hombre no puede reconciliar plenamente la
presciencia de Dios y la libertad de la voluntad humana?
¿Negaremos entonces la perfección de Dios para garantizar una
libertad a los seres humanos? ¿Haremos a Dios ignorante, y lo
acusaremos de ceguera, con el fin de mantener nuestra libertad?"
Discourses upon the Existence and Attributes ofGod (Discursos
Sobre la Existencia y los Atributos de Dios), (Grand Rapids: Baker
Book House, 1979), 450. Los nuevos arminianos, incluso en contra
de la sabiduría de sus antepasados arminianos, le han dado una
respuesta fatalmente equivocada a esta pregunta. Si usted ha
llegado hasta este punto en la lectura de este pie de página,
probablemente sea el tipo de persona al que le gustaría ver las
evidencias sobre la presciencia de Dios de la forma en que son
dadas por Charnock. A lo largo de las noventa y dos páginas sobre
el conocimiento de Dios, hay una sección que presenta este

359
La Teología de la Reforma
argumento: "Dios conoce todas las futuras eventualidades, es
decir, Dios conoce todas las cosas que sucederán accidentalmente
o, como decimos nosotros, por coincidencia; y él conoce todos los
cambios que habrá en las decisiones de la voluntad del hombre
hasta el fin del mundo" (pág. 439, itálicas añadidas). Charnock
expone este argumento desde una perspectiva bíblica y lógica en
las siguientes veintiséis páginas. Por ejemplo, él muestra que "la
Escritura nos da una lista tan larga de eventualidades predichas
por Dios, que ningún ser humano puede probar que algo sea
desconocido para Dios. Es tan razonable pensar que él conoce
cada eventualidad, como lo es pensar que él conoce algunas; pues
no es más difícil, para aquel que posee un entendimiento infinito,
conocer todo que conocer algo" (pág. 442 - 443). Dios predijo por
anticipado, con nombre propio y antes de que nacieran, que Ciro
ayudaría a reconstruir Jerusalén (Isaías 44:28), y que Josías
destruiría el altar de Joroboam (1 Reyes 13:2). "¿Qué", pregunta
Charnock, "es más eventual, o es más el efecto de la libertad de la
voluntad de un hombre, que el nombre de sus propios hijos?" (pág.
441). Sin embargo. Dios sabía por anticipado esta decisión
humana de Ciro y de los padres de Josías, sin mencionar sus
propias decisiones de cumplir justamente lo que Dios había
predicho que harían. Dios predijo la decisión del Faraón de honrar
al carnicero y ahorcar al panadero (Génesis 40:13,19). El predijo
las decisiones de los hombres pecadores que no quebrantarían
ningún hueso de Jesús (Salmo 34.20; Zacarías 12:10; Juan 19:36-
37), y las decisiones de dividir sus vestiduras (Salmo 22:18; Juan
19:24). Él sabía por anticipado la decisión de los egipcios de
oprimir a Israel (Génesis 15:13); y la decisión de Faraón de
endurecer su corazón (Éxodo 3:19); y la decisión de los oyentes
de Isaías de rehusar oír su mensaje (Isaías 6:9); y la decisión de
los israelitas de revelarse después de la muerte de Moisés
(Deuteronomio 31:16); y la decisión de Judas de traicionar a Jesús
(Juan 6:64). Él sabía por anticipado que el pecado voluntario del
amorreo llegaría al "colmo" en la cuarta generación, y le prometió a
Abraham que sólo hasta después de que el amorreo llegara a este
extremo en su iniquidad, los descendientes de Abraham vendrían y
habitarían la tierra (Génesis 15:16). Charnock formula la siguiente
pregunta: " Si Abraham hubiese sido un sociniano (podríamos
también llamarlo un neo - arminiano), que negara la presciencia de
Dios sobre los libres actos del hombre, ¿no tendría acaso una
excusa para no creer? ¿Cuál habría sido su respuesta a Dios? '-Ay
de mí!. Señor, no se puede confiar en esta promesa, la iniquidad
del amorreo depende de los hechos de su libre albedrío, y tú no
puedes saber que sucederá; tú sólo puedes ver una probabilidad
de que su iniquidad llegue al extremo, y por ende, solamente hay
una probabilidad de que cumplas la promesa; una probabilidad, no
una certeza'. ¿No sería esto considerado una respuesta no sólo
insolente, sino blasfema?" (pág. 444). (Para otros textos que

360
La Teología de la Reforma
describen la presciencia de Dios sobre los voluntarios hechos
futuros del hombre ver 1 Samuel 23:10-13; 2 Reyes 13:19;
Jeremías 38:17-20; Ezequiel 3:6-
7. Ver también Mateo 11:21 en cuanto a la presciencia de Dios
sobre las decisiones que efectivamente habrían sucedido bajo
diferentes circunstancias). Solamente quisiera añadir una
observación más sobre el rechazo que hace Clark Pinnock de la
doctrina ortodoxa de la omnisciencia de Dios. He encontrado algo
muy común en varias oportunidades, a medida que las personas
se apartan de una perspectiva tradicional de la verdad, ellos tratan
de hacer que su alejamiento parezca más atractivo
caricaturizando la perspectiva tradicional, para que no se vea
atractiva. Por ejemplo, Pinnock describe el Dios que estoy
presentando en este libro como alguien que "tiene que controlar
todo como un tirano oriental (pág. X), y
"fuerza [las personas] a efectuar decretos preestablecidos"
(pág. 20), guía la historia de una forma "coercitiva" (pág. 21), y es
"virtualmente incapaz de estar conforme" (pág. 24). Toda esta
caricatura negativa es luego comparada con un Dios que obra en
términos totalmente afectuosos con el pensamiento
contemporáneo y moderno. Por ejemplo, él es un Dios que "da
salvación y vida eterna bajo las condiciones del mutualismo" (pág.
Xi, itálicas añadidas). Pinnock intenta dar la impresión de que
aquellos que creen en el Dios soberano de Jonathan Edwards,
George Whitefield, William Carey y J. I. Packer se relacionan con él
de una forma filosófica que es fatalista e impersonal; mientras que
los neo - arminianos disfrutan de "una relación personal dinámica
entre Dios, el mundo y las criaturas humanas de Dios" (pág. 15).
En respuesta a esto, me siento obligado a preguntar si la visión de
Dios que he manifestado en: Deseando a Dios: Meditaciones de un
Cristiano Hedonista (1986) y Los Deleites de Dios es una visión
inerte, fatalista e impersonal del Dios que amo y adoro. Sin
embargo, preferiría responder dejando que A. W. Tozer hablara
por los cientos de miles de nosotros que conocemos al Dios de la
omnisciencia total y de la omnipotencia total, no como una idea
filosófica inerte, sino como el Maravilloso satisfactor de todas
nuestras necesidades y el precioso Padre y Amigo de nuestras
vidas. "La omnipotencia no es un nombre dado a la suma de todos
los poderes, sino un atributo de un Dios personal que los cristianos
creemos es el Padre de nuestro Señor Jesucristo y de todos
aquellos que creemos en él para vida eterna. El adorador
encuentra en este conocimiento una fuente de maravillosa
fortaleza para su vida interior. Su fe crece con gran ímpetu para
tener comunión con aquel que puede hacer todo lo que desee
hacer, para quien nada es demasiado difícil porque posee poder
absoluto". A. W. Tozer: Una Antología (Camp Hill, Pennsylvania:
Christian Publications, 1984), 94. 7. Outlook, xv, 1 (enero de
1978): 1.

361
La Teología de la Reforma
8. Para más ejemplos ver lain Murray, The Puritan Hope (La
Esperanza Puritana), (Edinburgh: Banner of Truth Trust, 1971).
9. Se supone que esto fue dicho por el anciano John Ryland en la
Asociación de Ministros de Northampton. Pero su hijo, John
Ryland, Jr., argumentó que la historia no era verdadera: "jamás
escuche esta historia hasta que la vi impresa, y no le puedo dar
ningún crédito". Citado en Ibid., 280, nota 14.
10. Citado de "Forma de Acuerdo" escrito por él para guiar la vida
de los Hermanos de la Misión de Serampore. Citado en Ibid., 145.
11. Citado en Tom Wells, A Visión for Missions (Una Visión
Misionera), (Edinburgh: Banner of Truth Trust, 1974), 13.
12. Patrick Johnstone, Operación Mundo (Kent. England:
STLBooks. 1987). 13. Ibid., 21
14. De la misma forma hay textos que nos revelan que Dios se
detiene de efectuar actos que desea realizar (por ejemplo. Mateo
23:37), así como textos que expresan el dolor de Dios sobre los
eventos que ha llevado a cabo (por ejemplo. Génesis 6:7; 1
Samuel 15:11).
15. Sereno Dwight, Memorias, en Las Obras de Jonathan Edwards,
ed. S. Dwight, 1 (1834: repr. ed, Edinburgh: Banner of Truih Trust,
1974), clxxix. 16. Es verdad que Satanás tiene cierta libertad para
"gobernar" este mundo. Él es llamado el "príncipe de este mundo"
(Juan 12:31); y "el dios de este siglo" (2 Corintios 4:3-4); y el
príncipe de las potestades del aire (Efesios 2:2). Él le ofreció a
Jesús "todos los reinos de este mundo" si Jesús se postraba ante
él (Lucas 4:5-7). Sin embargo. Dios es presentado en la Biblia
como el que controla el mundo, aunque Satanás sea llamado "el
dios de este siglo". Por ejemplo, el poder de gobernar a las
autoridades de este mundo le pertenece a Dios (Romanos 13:1),
incluyendo a Pilato cuando condenó a Jesús (Juan 19:10-11); es
Dios quien "pone reyes y quita reyes" (Daniel 2:20-21); "él hace
según su voluntad en el ejército del cielo y en los habitantes de la
tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?"
(Daniel 4:35); y "como los repartimientos de las aguas, así está el
corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo
inclina" (Proverbios 21:1; ver también Esdras 1:1; 6:22). Aunque
Lucas 22:3 dice que Satanás entró en Judas y causó la traición
final de los judíos, Pedro afirma que detrás de Satanás. Dios
estaba guiando todas las cosas: "éste [Jesús] fue entregado por el
determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios" (Hechos
2:23); de hecho, "Heredes y Poncio Pilato, con los gentiles y el
pueblo de Israel hicieron cuanto tu mano y tu consejo habían antes
determinado que sucediera" (Hechos 4:27-28). Pero todos estos
líderes influenciados satánicamente, y guiados divinamente,
fracasaron en su oposición a Dios. Pues, "Jehová hace nulo el
consejo de las naciones, y frustra las maquinaciones de los
pueblo. El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los
pensamientos de su corazón por todas las generaciones" (Salmo

362
La Teología de la Reforma
33:10-11; Isaías 43:13). Se puede decir de cada ataque al pueblo
de Dios en el mundo "¿Quién será aquel que diga que sucedió
algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo
malo y lo bueno?" (Lamentaciones 3:37-38). "¿Habrá algún mal en
la ciudad, el cual Jehová no haya hecho?" (Amos 3:6). Sin
embargo, debemos ser conscientes de que en su misteriosa forma
de tratar con el mundo y con su propio pueblo, este principio
permanece firme: "vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo
encaminó a bien" (Génesis 50:20). Detrás de la limitada libertad de
Satanás está la mano de un Dios soberano que guía todas las
cosas para el bien de su pueblo (Romanos 8:28). Compare la
actividad de Dios y Satanás en las siguientes tres parejas de
textos: 1 Crónicas 21:1 y 2 Samuel 24:1; Lucas 22:31 y 22:32; 2
Corintios 4:4 y Romanos 11:25. La derrota y caída de Satanás ha
sido lograda de una manera definitiva en la muerte y resurrección
de Cristo, y sucederá sin falta. Esto se ve en Mateo 8:29; 16:18;
25:41; Lucas 10:17-18; 11:21-22; Juan 17:15; 1 Juan 2:14; 3:8;
5:18; Romanos 8:37-39; 16:20; Hebreos 2:14-15; Colosenses 1:13;
2:15; y Apocalipsis 20:10. Por lo tanto, en la época actual, somos
llamados a resistir a Satanás por medio de nuestra fe en el triunfo
sobre él que ha sido logrado y asegurado por Jesús. Esto se puede
ver en Santiago 4:7; 1 Pedro 5:8-9; Efesios 6:10-13; Hechos 26:18;
2 Timoteo 2:24-26; Romanos 16:19-20 y 2 Corintios 11:3.
17. Una completa descripción de esta solución propuesta,
especialmente tal como la elaboró Jonathan Edwards, es
presentada en Deseando a Dios, 28 -31.
18. Esta es la forma en que Jonathan Edwards trató el problema de
cómo Dios y los santos en el cielo serán felices por toda la
eternidad sabiendo que muchos millones de personas están
sufriendo en el infierno para siempre. No es que el sufrimiento sea
agradable a Dios y a los santos en sí mismo, sino que la
vindicación de la infinita santidad de Dios será valorada
profundamente. Ver John Gerstner, Escritos de Jonathan Edwards
sobre el Cielo y el Infierno (Grand Rapids: Baker Book House,
1980), 33 - 38. 19. He tratado de dar una explicación cuidadosa y
exegética de esta interpretación de Romanos 9:22-23 en The
Justification ofGod (La Justificación hecha por Dios), (Grand
Rapids: Baker Book House, 1983). En cuanto a una referencia para
este estudio en Una Justificación del Arminianismo: La Gracia de
Dios, La Voluntad del Hombre (ver nota 5). Parece que no se ha
puesto una seria atención a los argumentos que presenté allí.
Pinnock expresa una preocupación legítima de que Romanos 9 sea
interpretado con una consciencia de Romanos 10 y 11 en mente.
Él dijo, "Creo que si Piper hubiese avanzado en Romanos más allá
de Romanos 9, habría encontrado la sincera oración de Pablo a
Dios para que salvara a los perdidos (10:1) y su explicación de
cómo es que llega a suceder que algunos sean incluidos o
excluidos - por medio de la fe o de la falta de esta (11:20).

363
La Teología de la Reforma
Romanos 9 debe ser leído en el contexto más amplio de Romanos
9-11" (Pág. 29, nota 10). En verdad no quiero estar en desacuerdo
sobre el hecho de que Romanos 9 debe ser leído en su contexto.
Es por esto que, por ejemplo en las páginas 9 - 15 y 163 -165,
discutí los límites de mi enfoque y la estructura de Romanos 9:11.
Con respecto a los dos argumentos específicos de Pinnock: en
verdad somos incluidos o excluidos de la salvación con base en la
fe. Sin embargo, eso no responde a cómo una persona viene a la
fe y otra no. Ni tampoco el "deseo del corazón de Pablo y la
oración a Dios" por la salvación de los judíos en Romanos 10:1
contradicen la aseveración explícita de que ha acontecido en parte
endurecimiento a Israel [de parte de Dios], hasta que [Dios la
levante después de que] la plenitud de los gentiles [escogidos por
Dios para salvación] haya entrado" (Romanos 11:25).

El Deleite de Dios en Su Reputación

Unos meses antes de su muerte, a la edad de 29 años en 1747, David Brainerd, el


misionero a los indígenas en Nueva Inglaterra, le escribió a un joven candidato al
ministerio, "Entrégate a la oración a la lectura y la meditación de las verdades divinas:
lucha por penetrar en lo más profundo de ellas y nunca te contentes con un
conocimiento superficial". 1. Fue un buen consejo. Y no sólo para los pastores, pues en
el fondo de todas las cosas se encuentra un fundamento firme de esperanza para la
victoria de la misión global de la iglesia. Se encuentra un Dios cuyo compromiso con la
causa de su pueblo está arraigado, no en su pueblo, sino en sí mismo. Su pasión por
salvar y purificar se alimenta a sí misma, no del superficial suelo de nuestro valor, sino
de su infinita y propia profundidad.
Lo que veremos a medida que se desarrolla este capitulo es que el tiempo que se
requiere para adentrarnos en lo profundo del corazón de Dios es a menudo
recompensado al encontrar una veta de oro o un pozo de petróleo. El esfuerzo es
pagado con gozo y poder más allá de cualquier expectativa.

¿Quiso Usted Decir "nombre" o "Reputación"?

En el primer borrador de este capítulo escribí el título, "El Deleite de Dios en su


Nombre". Todavía pienso que éste es un título perfectamente bíblico. Muchas veces la
Escritura declara que Dios hace cosas "por amor de su nombre"; pero si uno se pregunta
cuál es la verdadera motivación del corazón de Dios en esa aseveración (y en muchas
otras parecidas a esta), la respuesta es que Dios se deleita en hacer conocer su nombre.
La primera y más importante oración que podamos proferir es, "Santificado sea tu
nombre". Ésta es una petición a Dios para que él obre de forma tal que haga que su

364
La Teología de la Reforma
pueblo santifique su nombre. Dios logrará que más y más personas santifiquen su
nombre, y por eso su Hijo le enseña a los cristianos a poner sus oraciones en línea con
esta gran pasión del Padre. "Señor, haz que más y más personas santifiquen tu nombre",
es decir, estimen, admiren, respeten, valoren, honren y adoren tu nombre. En esencia es
una oración misionera. Así que entre más pensaba sobre este asunto, más me parecía
apropiado poner el énfasis en la reputación y no en el nombre. La reputación significa un
nombre bien conocido. Su nombre muestra quién es él realmente; especialmente, quién
es él para nosotros.2 El argumento del presente capítulo es que Dios se deleita en ser
conocido como realmente es. Él ama una reputación mundial. Es por eso que hablaré
mucho sobre el nombre de Dios en este capítulo, pero he escogido el título, "El Deleite
de Dios en su Reputación".

Una Historia de Esperanza Para los Pecadores, Enfocada en Dios

Empecemos con una historia sobre el pecado humano y la misericordia divina. Amo
esta historia porque está llena de esperanza, enfocada en Dios. Esta historia pone sobre
la mesa el maravilloso hecho de que el amor de Dios por su reputación es la base de su
misericordia para los desesperados pecadores. La aseveración clave en esta historia
está en 1 Samuel 12:22, "Pues Jehová no desamparará a su pueblo, por su grande
nombre". Aquí se puede ver inmediatamente que la misericordia de Dios ("Pues Jehová
no desamparará a su pueblo") se basa en su amor a su nombre ("por su grande
nombre"). Pero para poder sentir toda la fuerza de esta verdad evangélica, enfocada en
Dios, necesitamos conocer la historia bíblica.
El periodo de los jueces del Antiguo Testamento (Gedeón, Debora, Sansón y el resto)
ha pasado. Samuel está ahora en escena como una especie de puente entre los jueces,
los reyes y los profetas. Hasta ahora Israel no tenía rey, pero el caos de la tierra, con
cada uno haciendo lo que bien le parecía (Jueces 21:25), llevó a Israel a exigir que
Samuel les diera un rey.

Usted puede leer lo anterior en 1 Samuel 8. Samuel es viejo. Sus hijos Joel y Abías se
han convertido en jueces y son corruptos. Así que los ancianos de Israel le dicen a
Samuel (en el versículo 5): "He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus
caminos; por tanto, constituyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las
naciones". Samuel se siente molesto y acude a Dios en busca de un consejo, pero para
sorpresa suya Dios le dice a Samuel, "Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan:
porque no te han desechado a tí, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre
ellos". Sin embargo, esto no es tan sencillo. Dios también le dice a Samuel, "ahora, pues,
oye su voz; mas protesta solemnemente contra ellos, y muéstrales como les tratará el
rey que reinará sobre ellos" (8:9).
Entonces Samuel le anuncia al pueblo cómo su rey tomará sus hijos e hijas para su
servicio y demandará de ellos, para sus propósitos, el diezmo de todo lo que posean.
Aún así no pudo hacer desistir al pueblo de su deseo de nombrar un rey. Ellos dan su
respuesta final en los versículos 19 y 20: "No, sino que habrá rey sobre nosotros; y
nosotros seremos también como todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y
saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras". Entonces Samuel unge a Saúl
como rey sobre Israel (capítulo 10). Luego en el capítulo 11 Saúl derrota a Náhas y a los

365
La Teología de la Reforma
amonitas, y reúne a todo el pueblo en Gilgal para renovar el reino - para investir
oficialmente a Saúl.
Samuel pronuncia un discurso de inauguración en el capítulo 12, pero resultó ser un
discurso de inauguración muy inusual. ¡No fue lo que el pueblo quería oír! Samuel tiene
unas noticias asombrosamente buenas para todos. Pero antes de darles esas buenas
noticias, él quiere asegurarse de que ellos sepan y sientan la magnitud de la maldad que
han cometido al querer ser como las otras naciones y al no estar satisfechos de tener a
Dios por rey de ellos (1 Samuel 8:5). Por eso en el capítulo 12:17 él dice, "¿No es ahora
la siega del trigo? Yo clamaré a Jehová, y el dará truenos y lluvias, para que conozcáis y
veáis que es grande vuestra maldad que habéis hecho ante los ojos de Jehová, pidiendo
para vosotros rey". Cuando Dios envía truenos y lluvia, el pueblo teme y confiesa su
pecado: "Ruega por tus siervos a Jehová tu Dios, para que no muramos; porque a todos
nuestros pecados hemos añadido este mal de pedir rey para nosotros" (12:19).
Cuando ya el pueblo ha sido llevado al arrepentimiento de sus pecados, viene la
buena noticia: "No temáis; vosotros habéis hecho todo este mal; pero con todo eso no os
apartéis de en pos de Jehová, sino servidle con todo vuestro corazón. No os apartéis en
pos de vanidades que no aprovechan ni libran, porque son vanidades" (12:20-21). Éste
es el evangelio; a pesar de que ustedes han pecado en gran manera, y han deshonrado
al Señor muchísimo, a pesar de que ahora tienen un rey, que fue pecado obtener, a
pesar de que no se puede deshacer ese pecado o sus consecuencias que aún están por
venir; sin embargo, hay un futuro y una esperanza. ¡No temáis! ¡No temáis! Luego viene
el gran fundamento del evangelio en el versículo 22: "Pues Jehová no desamparará a su
pueblo por su grande nombre, porque Jehová ha querido haceros pueblo suyo".

¿Por Qué fío Los Desamparará?

¿Cuál es la base para que ellos no teman de acuerdo con este versículo? Primero
que todo es la promesa de que él no los desamparará. A pesar de su pecado al querer
un rey, el versículo dice: "Jehová no desamparará a su pueblo". Pero ése no es el
fundamento más profundo para no temer y para tener esperanza. ¿Por qué no
desamparará Jehová a su pueblo? La respuesta que Samuel da es que Dios no
desamparará a su pueblo "por su grande nombre". La razón más profunda que se ofrecía
como explicación del compromiso de Dios con su pueblo es su previo compromiso con
su propio nombre. La profunda base sólida para nuestro perdón, nuestro no - temor y
nuestro gozo, es el compromiso de Dios con su propio y grande nombre. Primero que
todo, él está comprometido a actuar por causa de su propio nombre; luego por esa
razón, él se compromete a actuar en favor de su pueblo.
¿Cómo expresa Samuel esa conexión para nosotros en 1 Samuel 12:22? ¿Por qué es
que el compromiso de Dios con su propio nombre resulta en no desamparar a su
pueblo? ¿Cómo es que su compromiso con su nombre produce un compromiso con su
pueblo?
La última parte del versículo 22 nos da la respuesta "Porque Jehová ha querido
haceros pueblo suyo". O para expresarlo de otra forma, el beneplácito o deleite de Dios
fue unirlo a usted a él mismo, unirlo de tal forma que el nombre de él está en juego en el
destino suyo. También lo podemos expresar así: el buen deseo de Dios fue poseerlo a

366
La Teología de la Reforma
usted de una manera tal, que lo que le suceda a usted se afecta el nombre de él. Por lo
tanto, por causa de su nombre, él no lo desamparará a usted.
Lo que empieza a ser muy evidente es que 1 Samuel 12:22 no es sólo la base para
hablar sobre el deleite de Dios en su reputación (que es este capítulo), sino también para
hablar del deleite de Dios en la elección (capítulo 5). Estos dos deleites están
íntimamente relacionados. Por eso, permítame adelantarme un poco al siguiente capítulo
sobre el deleite de Dios en la elección y luego concentrarme en el deleite que Dios tiene
en su reputación. Samuel dijo, "Jehová ha querido haceros pueblo suyo". En otras
palabras, el deleite de Dios fue escogerlos a ustedes, elegirlos de entre todos los
pueblos de la tierra, y hacerlos su posesión especial. Veremos que esta elección de
Israel fue libre e incondicional, y que el deleite de Dios consistió en ejercitar su libertad
de esta forma.
Pero 1 Samuel 12:22 muestra que la elección que Dios hizo de Israel no es el
propósito máximo de Dios, sino que es un medio para lograr su máximo propósito de que
su nombre sea honrado y su reputación se difunda. El texto dice que Dios escogió a
Israel para ser suyo: "Jehová ha querido haceros pueblo suyo". Él los escogió como un
medio para hacer conocer el nombre suyo. Por eso Samuel dice que Dios no los
desamparará "por su grande nombre". Por lo tanto, debajo y detrás del deleite de Dios al
escoger un pueblo (lo cual trataremos en el capítulo 5), se haya un deleite mucho más
básico, a saber, el deleite que tiene Dios en su propio nombre (lo cual estamos tratando
ahora).

La Gloría de Dios Hecha Pública

¿Qué significa eso de que Dios se deleita en su nombre? Hemos visto que, aunque
podría significar simplemente que Dios se deleita en su gloria intrínseca, usualmente
significa algo un tanto diferente, a saber, que Dios se deleita en que su gloria se haga
pública. En otras palabras, el nombre de Dios usualmente se refiere a su reputación, su
fama, su renombre. Es ésta la forma en que usamos la palabra "nombre", cuando
afirmamos que alguien está haciendo un nombre para sí, o que se está dando a conocer.
En ocasiones decimos, "ése es un nombre de marca". Con eso queremos significar una
marca de gran reputación.
Creo que eso es lo que Samuel quiere decir en 1 Samuel 12:22, cuando dice que
Dios hizo a Israel pueblo "suyo", y que no desampararía a Israel "por su grande nombre".
Ésta forma de pensar sobre el celo de Dios por su nombre es confirmada en muchos
otros pasajes. Por ejemplo, en Jeremías 13:11 Dios describe a Israel como un cinturón
que Dios escogió para resaltar su gloria, pero que resultó ser temporalmente inutilizable.
Porque como el cinto se junta a los lomos del hombre, así hice juntar a mí toda la casa
de Israel y toda la casa de Judá, dice Jehová, para que me fuesen por pueblo y por
fama, por alabanza y por honra; pero no escucharon.
¿Por qué fue Israel escogido y convertido en prenda de vestir de Dios? "Para que me
fuesen por fama, por alabanza y por honra". Las palabras "alabanza" y "honra" en este
contexto nos indican la "fama", o "renombre", o "reputación" que Dios está creando para
sí. Dios escogió a Israel para que este pueblo creara una reputación para él. Dios dice en
Isaías 43:21 que Israel es el "pueblo [que] he creado para mí; mis alabanzas publicará".
Cuando la Iglesia se vio a sí misma en el Nuevo Testamento como la verdadera Israel,

367
La Teología de la Reforma
Pedro describió el propósito de Dios para nosotros de la siguiente forma: "Vosotros sois
linaje escogido...para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a
su luz admirable (1 Pedro 2:9). En otras palabras, Israel y la iglesia son escogidas por
Dios para crear un nombre para él en el mundo.
David enseña lo mismo en una de sus oraciones en 2 Samuel 7:23. El afirma que lo
que diferencia a Israel de otros pueblos es que Dios ha tratado con ellos de una manera
tal que ha hecho un nombre para sí mismo.

¿Y qué nación se puede comparar con tu pueblo Israel? Es la única nación en la tierra que
tú has redimido, para hacerla tu propio pueblo y para dar a conocer tu nombre. Hiciste
prodigios y maravillas cuando al paso de tu pueblo, al cual redimiste de Egipto, expulsaste
a las naciones y a sus dioses.

En otras palabras, cuando Dios redimió a su pueblo en Egipto y luego lo llevó a través
del desierto y a la tierra prometida, él no estaba solamente ayudando a su pueblo; él
estaba actuando, como dice Samuel, por causa de su gran nombre (1 Samuel 12:22); o,
como lo expresa David, estaba dando a conocer su nombre -creando una reputación. El
estaba revelando el deleite que tiene en su fama.

Al final de este capítulo veremos que conocer esta verdad sobre Dios es inmensamente
práctico y afecta la forma en que vivimos y servimos a Cristo cada día. Es, por lo tanto,
muy conveniente que no nos apresuremos al estudiar este deleite de Dios; es una parte
crucial del fundamento de nuestra esperanza, nuestro gozo y nuestra obediencia. Por
eso vamos a examinar el deleite de Dios en su reputación.3

¿Por Qué Dios NO Acabó Rápidamente con faraón?

Quédese conmigo por un momento en el Éxodo. Es aquí donde Dios empezó a


moldear la vida corporativa de su pueblo escogido. Por el resto de su existencia Israel
miró hacia atrás al Éxodo como un elemento clave en su historia. En el Éxodo vemos a
qué esta dispuesto Dios al escoger un pueblo para sí. En Éxodo 9:16 Dios le expresa a
Faraón una frase que le permite entender a él (y a nosotros) por qué razón Dios está
multiplicando sus actos poderosos en diez plagas, en vez de acabar rápidamente con la
terquedad de Egipto con una repentina catástrofe. Este texto es tan crucial que el apóstol
Pablo lo citó en Romanos 9:17 para resumir el propósito de Dios en el Éxodo. Dios le
dice a Faraón, "Y a la verdad yo te he puesto (o "instituido"), para mostrar en ti mi poder,
y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra". Romanos 9:17 dice, "para esto
mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea
anunciado por toda la tierra".

Así que la razón del éxodo era crear una reputación mundial para Dios. El objetivo de las
diez plagas y el paso milagroso del Mar Rojo era demostrar el increíble poder de Dios a
favor de su pueblo, el cual había escogido libremente, con el objetivo de que esta
reputación, este nombre, fuera declarado a través de todo el mundo. ¿No es claro,
entonces, que Dios se deleita grandemente en su reputación?

368
La Teología de la Reforma
Una de las grandes implicaciones del deleite de Dios en su reputación se encuentra
en la historia de Rahab, la prostituta, en Jericó. Ella se convirtió al verdadero Dios y se
salvó de la muerte por causa de la reputación de Dios. que provenía del Éxodo, la cual
había corrido detrás de los Israelitas y había alcanzado la ciudad. "Hemos oído que
Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de
Egipto... Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra" (Josué
2:10-11). De esta forma el amor de Dios por su nombre llegó a ser el medio para la
conversión de Rahab. Veremos esta maravillosa conexión una y otra vez.

La Lógica del Evangelio: el Enfoque en Dios es el Fundamento de la


Misericordia.

Isaías también declara que el propósito de Dios en el Éxodo era hacer para sí un
nombre perpetuo. Él describió a Dios como aquel ...

que los guió por la diestra de Moisés con el brazo de su gloria; el que dividió las aguas
delante de ellos, haciéndose así nombre perpetuo, el que los condujo por los abismos,
como un caballo por el desierto, sin que tropezaran. El Espíritu de Jehová los pastoreó,
como a una bestia que desciende al valle; así pastoreaste a tu pueblo, para hacerte
nombre glorioso (Isaías 63:12-14).

Así que, cuando Dios demostró su poder para sacar a su pueblo de Egipto a través
del Mar Rojo, él tenía su visión en la eternidad y en la reputación eterna que ganaría
para sí en aquellos días.
El Salmo 106:7-8 enseña lo mismo:

Nuestros padres en Egipto no entendieron tus maravillas; no se acordaron de la


muchedumbre de tus misericordias, sino que se rebelaron junto al mar, el Mar Rojo. Pero
él los salvó por amor de su nombre, para hacer notorio su poder. (Ver también Nehemías
9:10; Ezequiel 20:9; Daniel 9:15).

¿Puede ver la misma lógica del evangelio funcionando aquí? Es la misma lógica
preciosa que vimos en 1 Samuel 12:22. Allí el pueblo pecaminoso había escogido un rey
y había ofendido a Dios. Pero Dios no los desampararía. ¿Por qué? Porque su gran
nombre estaba en juego. En este Salmo denuncia que el pueblo pecaminoso se había
rebelado contra Dios en el Mar Rojo y no había considerado su amor. Sin embargo, él los
salvó con su tremendo poder. ¿Por qué? La misma respuesta: por amor de su nombre,
para dar a conocer su gran poder.

Por tanto, el primer amor de Dios está arraigado en el valor de su santo nombre, no en el
valor de un pueblo pecador. Y puesto que es así, hay esperanza para los pecadores -
porque ellos no son el fundamento de su salvación, el fundamento es el nombre de Dios.
¿Ahora puede ver porque razón el enfoque de Dios en Dios es el fundamento del
evangelio?
Tomemos a Josué como otro ejemplo de alguien que entendió esta lógica del
evangelio centrado en Dios y la usó, como lo hizo Moisés, para interceder por el

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La Teología de la Reforma
pecaminoso pueblo de Dios.4 En Josué 1, Israel ha cruzado el Jordán y ha entrado en la
tierra prometida y derrotado a Jericó. Pero ahora, para dolor de todos, ha sido derrotado
en la ciudad de Hai. Josué se encuentra asombrado. Él va al Señor en una de las
oraciones más desesperadas de toda la Biblia.

¡Ay, Señor! ¿ Qué diré, ya que Israel ha vuelto la espada delante de sus enemigos?
Porque los cañoneos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán
nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre?
(Josué 7:8-9)

La base sólida de esperanza en todos los siervos del Señor, aquellos que se han
enfocado en él, siempre ha sido la imposibilidad de que Dios permita que su gran
nombre sea deshonrado por largo tiempo entre las naciones. Dicha deshonra es
inconcebible. Esto provee una sólida confianza. Otras cosas cambian, pero ésta no - el
compromiso de Dios con su "grande nombre" no cambia.

Profanados y Vindicados en Babilonia

Pero, ¿entonces qué hacemos con el hecho de que Israel eventualmente demostró
ser tan rebelde que fue, de hecho, entregado en las manos de sus enemigos durante la
cautividad en Babilonia en la época de Ezequiel? ¿Cómo maneja un profeta enfocado en
Dios, como Ezequiel, este terrible revés para la reputación de Dios?
Escuche la palabra del Señor que vino a él en Ezequiel 36:20-23. Ésta es la
respuesta de Dios a la cautividad de su pueblo, que él mismo había traído sobre ellos.

Y cuando llegaron a las naciones adonde fueron, profanaron mi santo nombre, diciéndose
de ellos: Estos son pueblo de Jehová, y de la tierra de él han salido. Pero he tenido dolor
al ver mi santo nombre profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde fueron.
Por tanto, di a la casa de Israel: Así ha dicho Jehová el Señor: No lo hago por vosotros, oh
casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las
naciones adonde habéis llegado. Y santificaré mi grande nombre, profanado entre las
naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas; y sabrán las naciones que yo
soy Jehová el Señor, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos.

De la misma forma, en Ezequiel 39:25 Dios dice:

Por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: Ahora volveré la cautividad de Jacob, y tendré
misericordia de toda la casa de Israel, y me mostraré celoso por mi santo nombre.

Cuando toda otra esperanza había desaparecido y el pueblo se hallaba bajo el mismo
juicio de Dios por su pecado, había una esperanza que permanecía - y ésta siempre
permanecerá -, la cual consistía en que Dios tiene un deleite inquebrantable en la

370
La Teología de la Reforma
dignidad de su propia reputación y no soportará por mucho tiempo el que ésta sea
pisoteada.
Isaías, quien escribió mucho antes, pero trató con el mismo problema - la deshonra
de Dios en la cautividad de su pueblo -, expuso con mucha claridad el motivo de Dios al
salvar a su pueblo de la cautividad de Babilonia:

Por amor de mi nombre diferiré mi ira, y para alabanza mía la reprimiré para no
destruirte. He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de
aflicción. Por mí, por amor de mí mismo lo haré, para que no sea amancillado mi
nombre, y mi honra no la daré a otro. (Isaías 48:9-11).

Daniel, quien estuvo atrapado en la cautividad, oró con la misma perspectiva de Dios
en mente, "Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por
amor de ti mismo. Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y tu pueblo"
(Daniel 9:19).

El Perdón Fluye del Placer de Su Reputación

La gran base de la esperanza, el gran motivo para orar, la gran fuente de la


misericordia es el asombroso compromiso de Dios con su nombre. El deleite que él
experimenta en su reputación es lo que genera el empeño y la pasión de su disposición a
perdonar y salvar a aquellos que levantan su estandarte y se amparan bajo su promesa y
misericordia. Los santos del Antiguo Testamento no ponían su esperanza de perdón en
sus propios méritos o en sus rituales externos. Ellos clamaban misericordia con base en
el amor de Dios por su gran nombre: "Por amor de tu nombre, oh Jehová, Perdonarás
también mi pecado, que es grande" (Salmo 25:11). "Ayúdanos, oh Dios de nuestra
salvación, por la gloria de tu nombre", (Salmo 79:9). "Aunque nuestras iniquidades
testifican contra nosotros, oh Jehová, actúa por amor de tu nombre; porque nuestras
rebeliones se han multiplicado, contra ti hemos pecado... tú estás entre nosotros, oh
Jehová, y sobre nosotros es invocado tu nombre; no nos desampares" (Jeremías 14:7,9).
Recuerdo escuchar a uno de mis profesores en el seminario afirmar que una de las
mejores pruebas de la teología de una persona era el efecto que ésta ejerce en las
oraciones de uno. Esto me impactó como algo verdadero por lo que estaba pasando en
mi propia vida. Noel y yo nos habíamos casado hacía poco y estábamos haciendo un
hábito nuestro el orar juntos cada noche. Noté que durante los cursos bíblicos que
estaban formando mi teología más profundamente, mis oraciones fueron cambiando
dramáticamente. Probablemente el cambio mas significativo en aquellos días, fue
aprender a sustentar mis oraciones ante Dios sobre la base de su gloria. Empezar con
"Santificado sea tu nombre" y terminar con "En el nombre de Jesús", significaba que la
gloria del nombre de Dios era la meta y el fundamento de todo lo que oraba. ¡Cuánta
fortaleza vino a mi vida cuando aprendí que orar por el perdón de mis pecados debería
basarse no sólo en una apelación a la misericordia de Dios, sino también en una
apelación a su justicia, al acreditar el valor de la obediencia de su Hijo!. "Dios es fiel y
justo para perdonar nuestros pecados"(l Juan 1:9).
En el Nuevo Testamento se revela con mayor claridad que en el Antiguo Testamento
la base para el perdón de todos los pecados. Pero la base del compromiso de Dios con

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La Teología de la Reforma
su nombre no cambia. Pablo enseña que la muerte de Cristo demostró la justicia de Dios
al pasar por alto los pecados y vindicó la Justicia de Dios al justificar a los impíos que se
amparan en Jesús y no en ellos mismos. (Romanos 3:25-26).5 En otras palabras Cristo
murió una vez por todos para absolver el nombre de Dios en un acto que parece un
craso extravío de la justicia - la absolución de pecadores simplemente por causa de
Jesús. Pero Jesús murió de tal forma que el perdón "por causa de Jesús", es lo mismo
que el perdón "por amor del nombre de Dios".
Podemos ver esto no sólo en Romanos 3:25-26, sino también en el Evangelio de
Juan. Según este evangelio. Jesús vino en nombre de su Padre (5:43) y hace sus obras
en nombre de su Padre (10:25). Al final de su vida, él declaró que había manifestado el
nombre del Padre a aquellos que el Padre le había dado (17:26). Así que parece que
toda la vida y obra de Jesús tiene el objetivo de revelar y honrar el nombre del Padre.
Esto es especialmente cierto de la muerte de Jesús, tal como nos lo muestra en Juan
12:27-28. Aquí Jesús se halla orando justo antes de su muerte: "Ahora está turbada mi
alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora.
Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo
glorificaré otra vez". La hora de la muerte de Jesús estaba cerca y el propósito para venir
a esa hora era glorificar el nombre del Padre. Por lo tanto, deberíamos pensar en la
muerte de Jesús como la forma en que el Padre vindicó su nombre - su reputación - de
todas las acusaciones de injusticia por perdonar pecadores.
De este lado de la cruz deberíamos orar como lo hizo David en el Salmo 25:11, "Por
amor de tu nombre, oh Jehová, perdonarás también mi pecado, que es grande". Pero
cuando nosotros los cristianos oramos así, lo que deberíamos querer decir es,
"perdóname, oh Jehová, porque tu grande y santo nombre ha sido vindicado por la
muerte de tu Hijo y yo estoy poniendo toda mi esperanza en él y no en mí mismo". Esto
es lo que Juan quiso decir cuando escribió en 1 Juan 2:12," Os escribo a vosotros,
hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre". Por eso, sea
que estemos leyendo en el Antiguo Testamento o en el Nuevo, el gran fundamento de
nuestro perdón es el amor de Dios hacia su santo nombre y el inquebrantable deleite que
experimente en dar a conocer la dignidad y justicia de ese nombre, especialmente en el
mensaje del evangelio: "de que Cristo murió tanto para justificar a los impíos como para
vindicar la justicia del Padre". Si alguna vez Dios perdiera su deleite en la reputación de
su glorioso nombre, el fundamento de nuestro perdón estaría en peligro.
El deleite de Dios en su reputación no es sólo la base de nuestro perdón, sino
también de nuestra obediencia, servicio y misión. David nos enseña a creer que Dios
"[nos] guiará por sendas de justicia por amor de su nombre" (Salmo 23:3). Y Jesús alaba
a los perseverantes Santos de Efeso, "yo sé que has tenido paciencia por amor de mi
nombre"(Apocalipsis 2:3). Pablo le dice a los cristianos esclavos de Efeso que "tengan
a sus amos por dignos de todo honor, para que no sea blasfemado el nombre de Dios"
(1 Timoteo 6:1). Es probablemente esto lo que Pablo quiere decir en Colosenses 3:17,
cuando resume toda la vida cristiana en las palabras, "Y todo lo que hacéis, sea de
palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús". Es decir, vivan toda
su vida para honrar el nombre de Jesús - para darle una buena reputación y dar a
conocer su fama.

La Reputación de Dios como la Meta de las Misiones

372
La Teología de la Reforma

El celo de Dios porque su fama se difunda, se hace evidente en las Escrituras una y
otra vez. Él quiere que su reputación se extienda a todos los pueblos del mundo que aún
no han conocido su nombre. Por eso parece que hay dos clases de misioneros que se
necesitan en el mundo. Hay el misionero tipo - Timoteo y el misionero tipo - Pablo. Llamo
a Timoteo un misionero porque dejó su hogar (Listra, Hechos 6:1), se unió a un equipo
viajero de misioneros, atravesó culturas, y terminó cuidando de la iglesia en Efeso (1
Timoteo 1:3). Pero distingo a este misionero tipo - Timoteo del misionero tipo - Pablo,
porque Timoteo se quedó y ministró en el "campo misionero" mucho tiempo después que
hubo una iglesia plantada allí con sus propios ancianos (Hechos 20:17) y su plan de
evangelismo (Hechos 19:10).
Pablo, por el contrario, era dirigido por una pasión para dar a conocer el nombre de
Dios en todos los pueblos no alcanzados del mundo. Él nunca se quedó en un lugar por
mucho tiempo una vez que la iglesia era establecida. Él decía que su ambición era
predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido "nombrado" (Romanos 15:20). El
verdadero significado de la palabra "nombrado" surge cuando volvemos al inicio de su
carta a los Romanos y le escuchamos declarar que Cristo le había dado el "apostolado,
para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre" (Romanos 1:5).
El objetivo de las misiones es producir la obediencia a la fe entre todos los pueblos no
alcanzados del mundo. Pero ésa no es la meta última. La meta última - incluso de la fe
y la obediencia - es "por su nombre". La fama de Cristo, la reputación de Cristo es lo que
ardía en el corazón del apóstol Pablo. La fe de las naciones no era el fin en sí mismo.
Era la forma en que el nombre de Cristo sería honrado. Esto era lo que le llenaba con tal
pasión por la Gran Comisión. Jesús le había dicho a Ananías, "cuanto le es necesario
padecer [a Pablo] por mi nombre "(Hechos 9:16). Pablo nunca desfalleció en su deseo de
sufrir, si esto resultaba en fama para Cristo. Hacia el final de su vida, todavía podía
expresar, "yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aún a morir en Jerusalén por el
nombre del Señor Jesús" (Hechos 21:13).
Claro que Pablo no era el único que se entregaba por causa de la gloria del nombre
de Cristo. La Tercera de Juan es una hermosa y pequeña carta que describe cómo
ministrar a los misioneros. Por ejemplo, ésta dice,

Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos,


especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu
amor; y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que
continúen su viaje. Porque ellos salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de
los gentiles. Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos
con la verdad. (3 Juan 5-8).

Muy Pocos Misioneros Tipo - Pablo.

En la actualidad parece haber un desequilibrio muy grande en cuanto a muy pocos


misioneros tipo - Pablo. Observe cuánto mayor es el número de misioneros listados bajo
la columna titulada "Alcanzados", comparado con el número en la columna titulada "No
Alcanzados". Cerca del 90 por ciento de la fuerza misionera actual es de misioneros upo

373
La Teología de la Reforma
- Timoteo»6 Estas personas están haciendo un trabajo absolutamente importante, y
debemos tener en mente que ellos también
están llevando adelante la causa de alcanzar a los pueblos no evangelizados,
movilizando las iglesias en donde están y siendo pioneros en la obra misionera. 7 Sin
embargo, debería surgir un llamado poderoso a todas las iglesias de todo el mundo,
sobre el hecho de hay una gran tradición, proveniente del apóstol Pablo, que busca
expandir la fama del nombre de Cristo en los pueblos no alcanzados; y el trabajo aún no
se ha hecho. La siguiente tabla (de 1989) lo hace evidente:

Distribución de la Fuerza Misionera norte Americana entre los Pueblos

Alcanzados y NO Alcanzados del Mundo8

ALCANZADOS NO ALCANZADOS 9

Europa, Latino América, 700 grupos 150 grupos


N. Zelanda, Australia. 1.1 billones de personas 143 millones de personas
26.600 misioneros 400 misioneros

USA, Canadá 500 grupos 50 grupos


270 millones de personas 7 millones de personas
5.000 misioneros 600 misioneros
Budistas 20 grupos 1.000 grupos
50 millones de personas 274 millones de personas
1.000 misioneros 400 misioneros

Chinos 2.200 grupos 1.000 grupos


900 millones de personas 150 millones
174 de personas
3.000 misioneros 300 misioneros
Hindúes 1.300 grupos 2000 grupos
150 millones de personas 550 millones de personas
300 misioneros 200 misioneros
Musulmanes 30 grupos 4000 grupos
70 millones de personas 860 millones de personas
600 misioneros 400 misioneros
Tribus 3.000 grupos 3000 grupos
80 millones de personas 140 millones de personas
13.000 misioneros 4.500 misioneros

374
La Teología de la Reforma

Otros Africanos 2.950 grupos 500 grupos


250 millones de personas 25 millones de personas
15.000 misioneros 200 misioneros
Otros Asiáticos 2.950 grupos 500 grupos
250 millones de personas 25 millones de personas
15.000 misioneros 200 misioneros
12.000 grupos 12.000 grupos
TOTALES: 50 50
3.05 billones de personas 2.2 bufones de personas
58 42
77.200 misioneros 7.800 misioneros
90 10

Una Tarea Terminable

Para aseguramos de que esta tabla no comunica un pesimismo injustificable, deberíamos tomar
nota de la siguiente tabla que es verdaderamente asombrosa.

Demuestra que el número de pueblos no alcanzados está decreciendo dramáticamente en


proporción al
número de congregaciones evangélicas disponibles para evangelizarlos. La Proporción de
Pueblos No Alcanzados en Comparación con las Congregaciones de Cristianos10

Año D.C. No - Cristianos 11 Grupos de Congregaciones Por


Por Creyentes 12 Personas No Grupos de Personas
Alcanzadas 13 No Alcanzadas 14
100 360 a 1 60.000 1 a 12
1000 220 a 1 50.000 la5
1500 69 a 1 44.000 1a5
1900 27 a 1 40.000 1a1
1950 21 a 1 24.000 33 a 1
1980 11 a 1 17.000 162 a 1
1989 7a1 12.000 416 a 1
2000 ¿ ¿ ¿

Ralph Winter observa que la caída de 11 a 7 (62 por ciento) entre 1980 y 1989 (en la
segunda columna) es equivalente a la caída de 360 a 220 (62 por ciento) en los primeros
900 años de la historia de la iglesia. Luego, él expresa su propia opinión sobre de la
importancia de esta tabla: "tengo que confesar que las dos medidas [en la segunda y
cuartas columnas], y las tendencias que ellas revelan, son dos de las perspectivas más

375
La Teología de la Reforma
esperanzadoras que conozco; su importancia es virtualmente irrefutable, en mi
opinión".15 En otras palabras, aunque el llamado para más misioneros tipo -Pablo es
urgente, y la tarea que falta por completar es grande, ésta es, como muchos dicen, "¡una
tarea terminable!"

Deleite Inquebrantable

La mayor razón para expresar esta confianza, sin embargo, no es ninguna


estadística, sino el inquebrantable deleite que Dios experimenta en cuanto a su
reputación entre las naciones. Sus promesas hacen evidente el hecho de que él verá su
fama extenderse a todos los pueblos y su nombre será alabado por cada nación.

Enviaré de los escapados de ellos a las naciones...a las costas lejanas que no oyeron de
mí ni vieron mi gloria; y publicarán mi gloria entre las naciones (Isaías 66:19).

Toda la tierra te adorará, y cantará a ti; Cantarán a tu nombre (Salmo 66:4).

Todas las naciones que hiciste vendrán y adorarán delante de ti. Señor, y glorificarán tu
nombre (Salmo 86:9).

Entonces las naciones temerán el nombre de Jehová, y todos los reyes de la tierra tu
gloria (Salmo 102:15).

Todas estas promesas guían inevitablemente a una devota oración para que tal
triunfo tenga lugar:

¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los


montes...para que hicieses notorio tu nombre a tus enemigos y las naciones temblasen a
tu p re senda.'(Isaías 64:1-2).

Y las oraciones del pueblo de Dios inevitablemente guían al llamado para que la
iglesia salga con valentía y confianza:

Cantad a Jehová, aclamad su nombre, haced célebres en los pueblos sus obras,
recordad que su nombre es engrandecido (Isaías 12:4).

Glorificad por esto a Jehová en los valles; en las orillas del mar sea nombrado Jehová
Dios de Israel. De lo postrero de la tierra oímos cánticos: Gloria al justo (Isaías 24:15-
16).

La Inolvidable Lección de Pedro

Es imposible que sobreenfaticemos la centralidad de la reputación de Dios para


motivar la misión de la iglesia. Cuando a Pedro le fue cambiado su sistema de valores

376
La Teología de la Reforma
por de la visión de los animales inmundos en Hechos 10, y por la lección que Dios le dio
de que él debía evangelizar a los gentiles al igual que a los Judíos, volvió a Jerusalén y
le dijo a los apóstoles que todo era debido al celo de Dios por su nombre. Sabemos esto
porque Santiago resumió el discurso de Pedro de la siguiente forma: "Varones
hermanos, oídme. Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles,
para tomar de ellos pueblo para su nombre" (Hechos 15:13-14). No es una sorpresa que
Pedro dijera que el propósito de Dios era reunir un pueblo para su nombre; porque el
Señor Jesús había impactado a Pedro algunos años atrás con una lección inolvidable.
Usted recuerda que, después que un joven rico se alejó de Jesús y rehuso seguirlo,
Pedro le dijo a Jesús, "He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido (a
diferencia de este hombre); ¿qué, pues, tendremos?" Jesús respondió con un suave
reproche que, en efecto, concluye que no hay un sacrificio demasiado grande cuando se
vive para el nombre del Hijo del Hombre. "Y cualquiera que haya dejado casas, o
hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre,
recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna" (Mateo 19:29).
La verdad es clara: Dios está cumpliendo, con deleite omnipotente, un propósito: el de
reunir un pueblo para su nombre de cada tribu, lengua y nación (Apocalipsis 5:9; 7:9). Él
tiene un entusiasmo inacabable por la reputación de su nombre entre las naciones. Por
lo tanto, cuando sintonizamos nuestros deseos con el de él y, por amor de su nombre,
renunciamos a la búsqueda de las comodidades de este mundo y nos unimos a su
propósito global, el omnipotente compromiso de Dios con su nombre está sobre nosotros
y no podemos perder, a pesar de las muchas tribulaciones (Hechos 9:16; Romanos 8:
35:39).

Las Últimas Palabras Escritas por David Brainerd

David Brainerd tenía razón. Es bueno esforzarse por penetrar en lo más profundo de
las verdades divinas. En la raíz de toda nuestra esperanza. Cuando todo lo demás ha
sido quitado, podemos afirmamos en esta sólida realidad: El Dios eterno y plenamente
auto - suficiente está infinita, firme, y eternamente comprometido con su grande y santo
nombre. Por causa de su reputación entre las naciones, él actuará. Su nombre no será
profanado para siempre. La misión de la iglesia será victoriosa. Él vindicará a su pueblo y
su causa en toda la tierra. David Brainerd fue sustentado por esta confianza hasta su
muerte. Siete días antes de morir, expresó la clase de devoción que este capítulo de Los
Deleites de Dios desea encender. Estas son las últimas palabras que pudo escribir con
su propia mano:

Viernes, Octubre 2. Mi alma estuvo hoy, en ocasiones,


dulcemente concentrada en Dios: añoraba estar "con Él", para
poder "contemplar su gloria"; me sentía tranquilamente dispuesto a
entregarle todo a él, incluso mis amigos más amados, mi rebaño más
amado, mi hermano ausente y todas mis inquietudes respecto al
tiempo y la eternidad. ¡Oh, que su reino llegara a este mundo!; que
todos pudieran amarlo y glorificarlo por lo que él es en sí mismo; y
que el bendito Redentor pudiera: "contemplar el fruto de su obra, y
estar satisfecho". ¡Oh!, "ven Señor Jesús, ven pronto. Amén".16

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La Teología de la Reforma

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La Teología de la Reforma

Notas:

1. Jonathan Edwards, The life of David Brainerd, (La vida de David Brainerd), ed.
Norman Perrir, The works of Jhonathan Edwards (Las Obras de Jonatan Edwards).
7(New Haven: Yaie University Press, 1985), 496
2. Gustav F. Oehier, Theology of the Oíd Testament ( Teología del Antiguo Testamento).
( Minneapolis: Kiock and Kiock Christian Publishers, 1978, orig. 1873), 125. "En
resumen Dios se nombra a sí mismo, de acuerdo a lo que él es para sí mismo, y no
lo que él es para el hombre ... Sin embargo, la noción bíblica del nombre divino no
termina ahí. Esta no es solamente el título que Dios ostenta en virtud de la relación
en la cual él se coloca a sí mismo con el hombre; sino que la expresión "nombre de
Dios" defina al mismo tiempo la totalidad de la autopresentación de la divinidad por
medio de la cual Dios en forma personal, testifica de sí mismo - la totalidad de la
naturaleza divina que es expresada al hombre". Por tanto, utilizar la expresión
"reputación de Dios" está totalmente de acuerdo con el significado de "el nombre de
Dios"; pues la primera expresión se encuentra implícita en la segunda.
3. No retrocederemos hasta la creación, pues en el capítulo 3 vimos el deleite de Dios
en la creación. Estaba implícito en ese capítulo que la razón por la cual Dios disfruta
de la creación es que ésta proclama su gloría (salmo 19:1) y extiende su
reputación. La creación da a conocer su majestuoso nombre para todos aquellos
que dejan de detener la verdad (Romanos 1:18). Ése es el argumento del Salmo 8,
que empieza y termina con la exclamación "¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuan grande
es tu nombre en toda la tierra!". La creación es una parte de la anticipada respuesta a
la oración, "Santificado sea tu nombre".
4. Cuando Dios se airó por la desobediencia del pueblo de Israel y amenazó con
destruirlos, Moisés intercedió por ellos con argumentos equitativos basados en la
premisa de que Dios ama su reputación, y deja de cometer actos que pueden traer
mala reputación a su poder y santidad (Éxodo 32:11-12; Deuteronomio 9:27-29;
Números 14: 13-16).
5. Para una explicación ética detallada y una defensa de esta interpretación de
Romanos 3:25-26 ver John Piper, The Justification of God ( La Justificación de Dios)
(Grand Rapids: Baker Book House, 1983), 115-131. También ver capítulo 6 de este
libro. El Párrafo más Importante de la Biblia y debería Dios ser recriminado.
6. Hay muchas formas de lograr que este actual estado de desequilibrio sea
impactantemente obvio. Una es decir, "Aunque los hindúes, los musulmanes y los
chinos constituyen cerca del 75% del mundo no cristiano, sólo el 5% de los
misioneros transculturales de la actualidad viven entre ellos". Esto es tomado de un
boletín especial del Comité para la Evangelización Mundial de Lausana, Junio de
1988.
7. En Mission Frontiers (Misión Fronteras), 9, No. 12 (Diciembre 1987), Larry Pate
estimó que con la actual tasa de crecimiento, el tamaño de la fuerza misionera no
Oriental aumentará a 100.000 para el año 2000. Esto se debe en parte a la fidelidad
y sabiduría estratégica de muchos misioneros tipo - Timoteo. Para una plena
descripción del estado de las agencias misioneras del Tercer Mundo, ver Larry Pate,
From Every Nation (de toda nación) (coeditado por Ministerios OC y Publicaciones
MARC, 1989).

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La Teología de la Reforma
8. Estas estadísticas son tomadas de la tabla de pueblos no alcanzados de 1989 del
Centro para la Misión Mundial, U.S.A.,St. Pasadena, CA 91104. Para el significado de
"Pueblos no alcanzados", ver nota 9.
9. Un "Pueblo No Alcanzado" es un grupo de personas cuyo tamaño máximo es
todavía suficientemente unificado a nivel cultural como para que el evangelio
se pueda expandir sin barreras culturales, y en el cual aún no hay un movimiento
eclesial autóctono que esté evangelizando. Para aquellos interesados en una
información más detallada sobre el significado de "Pueblos No Alcanzados", citaré
algo del reporte de Ralph Winter sobre el pensamiento misiológico más reciente que
se halla disponible mientras escribo este libro. La cita es tomada de un ensayo
titulado "Asuntos Cruciales en las Misiones": Trabajando hacia el año 2.000 en
Missions Frontiers , 1990 Edición Especial (Pasadena, Calif.: V.S. Centro para las
Misiones Mundiales),
10. Para muchos misiólogos. el objetivo más estratégico es que podría haber un
movimiento eclesial evangelístico autóctono al interior de cada cultura humana, es
decir, al interior de cada comunidad lo suficientemente homogénea como para
permitir que todos escuchen y entiendan en su propio idioma. Si tal testimonio no
está presente, dichos grupos son definidos (por una reunión ampliamente
representativa y patrocinada por Lausana en marzo de 1982), como "Pueblos No
Alcanzados"... Esta es una meta tan crucial, y es algo tan fundamental para la
misión, que he pensado que justifica acuñar un término para el concepto básico que
se halla detrás de esta definición de marzo de 1982. He sugerido el término pueblos
unimax, puesto que, definido como tal el concepto involucra a los grupos de tamaño
máximo que aún están lo suficientemente unificados para permitir "la expansión de
un movimiento de plantación de iglesias sin encontrar barreras de entendimiento o
aceptación". Es fascinante observar que cuando pensamos en términos de la
necesidad de una penetración misionera separada ... para cada grupo unimax, la
cuestión de los límites políticos e incluso de las grandes distancias geográficas,
puede usualmente ser desechada. Tal vez es una verdad más obvia en cuanto a la
traducción de la Biblia. Una vez que la Biblia se encuentra en el lenguaje de las
personas de un lugar, no necesita ser traducida otra vez para el mismo grupo, aún si
dicha traducción de la Biblia, se encuentra en otro lugar geográfico, o al otro lado del
océano; a menos que haya transcurrido suficiente tiempo y aislamiento como para
permitir un desarrollo cultural y una divergencia lingüística. De la misma forma,
siempre que un movimiento eclesial evangelístico autóctono y viable exista en una
porción de un grupo unimax, sería ineficiente iniciar otra vez un trabajo misionero
pionero en otra parte del mismo grupo, incluso a miles de Kilómetros de distancia. En
dicho caso, en lugar de iniciar esfuerzos misioneros completamente nuevos, la iglesia
existente al interior del mismo grupo unimax es el mejor recurso para tal labor. Y en
ese caso es un trabajo de evangelismo común y corriente, y no de una estrategia
misionera pionera. Ya existe una complicación cuidadosa de dos o tres mil grupos.
Estas compilaciones, de acuerdo con la definición de 1982, 1) registran algunos
pueblos no alcanzados (pueblos unimax) más de una vez si su gente se haya en más
de un país, y 2) a menudo registran como un grupo sólo a los que son en realidad
comunidades de grupos unimax no alcanzados, pero por lo menos 3) incluyen
virtualmente todo el resto de grupos unimax no alcanzados al interior de éstas
comunidades. Sin embargo, no es muy seguro decir que una vez se inician los
esfuerzos de plantación de iglesias en estas comunidades, estas listas de dos mil ó

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La Teología de la Reforma
tres mil grupos (que ya han sido identificados no llegarán a incluir más de 12.000
pueblos no alcanzados en total, según la definición de 1982. La Fuerza de Trabajo
Estadístico de Lausana, ha estado de acuerdo en que 12.000 es una aproximación
razonable al número de estos grupos de personas relativamente pequeños. Al
empezar la década de los noventa, la tarea de hacer nuevas penetraciones
misioneras al interior de 12.000 nuevas culturas está siendo distribuida a los varios
sectores de la misión enviando información alrededor de todo el mundo - continente
por continente, país por país, e incluso denominación por denominación. Así que todo
esto deja claro uno de los mandatos más concretos e importantes para la década de
los noventa: alcanzar a todos estos grupos unimax para el año 2000. O, para usar un
lenguaje más preciso: para el año 2000, establecer un movimiento eclesial
evangelista autóctono y viable al interior de cada pueblo que sea el más grande
dentro del cual el evangelio se pueda extender por un movimiento de plantación de
iglesias sin encontrar barreras de entendimiento o aceptación. Esta tabla apareció
como parte de un articulo de Ralph Winter, "El momento está construyendo misiones
globales: Conceptos básicos en, Frontier Mission Logy", Mission Frontiers,1990
Edición Especial, 17-26. Winter dijo que los números fueron provistos por David
Barret y la Fuerza de Trabajo de Estadística del Comité par la Evangelización Mundial
de Lausana.
11. "No cristiano" se refiere a aquellos que no dicen ser cristianos .
12. "Creyente" en esta tabla significa " Un cristiano fruto de la Gran Comisión (un término
sugerido por David Barret), es decir, alguien que " ha nacido de nuevo y ha iniciado
una relación personal con el Señor Jesucristo".
13. Ver la nota 9 para una definición de "Grupo de Personas No Alcanzado". El cálculo
del número total de grupos de personas en el mundo es ceca de 24.000, la mitad de
los cuales no han sido alcanzados. La razón de la disminución de 60.000 a 24.000 es
la extinción, o la mezcla de algunos de estos grupos con el paso de los siglos.
14. Los números de esta columna están basados en un cálculo estimado de cien
personas por cada congregación que hay en el mundo.
15. Winter, Mission Frontiers, 23
16. Edwardsjhe Ufe of David Brainerd, (La Vida de David Brainerd), 474.

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