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MEDIO AMBIENTE Jueves 30 de diciembre de 2010 - 30/12/10 - 18:00

2010: el fin de la naturaleza


El así llamado equilibrio de la naturaleza -que la humanidad destruye brutalmente con
su arrogancia- es un mito. Si la ciencia no puede controlar la naturaleza, tal vez
deberíamos centrarnos en cambiar cómo vivimos en ella. Los humanos no somos
nada más que otra de las especies vivientes sobre la Tierra, y dependemos del
delicado equilibrio de sus elementos.

Los grandes desastres ecológicos del 2010 coinciden con el antiguo modelo cosmológico,
donde el universo está compuesto por cuatro elementos básicos: aire (nubes de ceniza volcánica
de Islandia inmovilizando el tráfico aéreo sobre Europa), tierra (avalanchas de lodo y terremotos
en China), fuego (convirtiendo a Moscú en un sitio casi inhabitable) y agua (el tsunami en
Indonesia, inundaciones desplazando a millones de personas en Pakistán).

Sin embargo, este recurrir a la sabiduría tradicional no permite ninguna comprensión real de los
misterios de los caprichos de nuestra salvaje Madre Naturaleza. Es una forma de consuelo,
realmente, que nos permite evitar la cuestión que todos queremos preguntar: ¿la agenda de la
naturaleza para el 2011 incluirá más sucesos de esta magnitud?

En nuestra desencantada era posreligiosa y ultratecnológica, las catástrofes ya no se pueden


considerar significativas de un ciclo natural o la expresión de la furia divina. Las catástrofes
ecológicas - que podemos ver continuamente yde cerca gracias a nuestro mundo conectado las 24
horas, los siete días de la semana-se convierten en las insensatas intrusiones de una ira ciega y
destructiva. Es como si estuviéramos atestiguando el fin de la naturaleza.

Actualmente buscamos que los expertos científicos lo sepan todo. Pero no es así, y ahí radica el
problema. La ciencia se ha autotransformado en un conocimiento especializado que ofrece una
inconsistente gama de explicaciones contradictorias llamadas "opiniones expertas". Pero si
culpamos a la civilización científico-tecnológica de muchas de nuestras dificultades, en ausencia
de esa misma ciencia no podemos solucionar el daño - sólo los científicos, después de todo,
pueden ver el agujero de ozono-.O, como dice un párrafo de Parsifal,de Wagner, "la herida
únicamente puede curarse con la lanza que la hizo". No hay regreso a la sabiduría holística
precientífica, al mundo de tierra, viento, aire y fuego.

Aunque la ciencia puede ayudarnos, no puede hacer todo el trabajo. En lugar de recurrir a la
ciencia para impedir que el mundo se acabe, necesitamos mirar hacia nosotros mismos y
aprender a imaginarnos y a crear un nuevo mundo. Es difícil pertenecer a los observadores
pasivos que deben permanecer inmóviles mientras se revela nuestro destino, al menos para los
que vivimos en Occidente.

Entren al perverso placer del martirio prematuro: "¡Ofendimos a la Madre Naturaleza, así que
recibimos lo que merecemos!". Estar dispuesto a asumir la culpa de las amenazas a nuestro
medio ambiente es algo engañosamente tranquilizador. Si somos culpables, entonces todo
depende de nosotros; podemos salvarnos simplemente cambiando nuestro estilo de vida.
Desesperada y obsesivamente reciclamos papel viejo, compramos comida orgánica, lo que sea
para asegurarnos de que hacemos algo, que contribuimos. Pero igual que el universo
antropomórfico, mágicamente diseñado para la comodidad del hombre, el así llamado equilibrio
de la naturaleza - que la humanidad destruye brutalmente con su arrogancia-es un mito. Las
catástrofes son parte de la historia natural. El hecho de que las cenizas del modesto estallido
volcánico en Islandia hicieran aterrizar a la mayoría de los aviones en Europa es un muy
necesitado recordatorio del grado en que nosotros, los humanos, con nuestro tremendo poder
sobre la naturaleza, no somos nada más que otra de las especies vivientes sobre la Tierra, y
dependemos del delicado equilibrio de sus elementos.

Entonces, ¿qué nos depara el destino? Una cosa es clara: deberíamos acostumbrarnos a un estilo
de vida mucho más nómada. El cambio gradual o repentino en nuestro medio ambiente, sobre el
que la ciencia puede hacer poco más que emitir advertencias, podría forzar transformaciones
sociales y culturales desconocidas. Suponga que una nueva erupción volcánica hiciera
inhabitable un lugar: ¿dónde encontrará cabida la gente? En el pasado, los movimientos
poblacionales grandes eran procesos espontáneos, llenos de sufrimiento y pérdida de
civilizaciones. Actualmente, cuando las armas de destrucción masiva no sólo están en manos de
estados sino incluso de grupos locales, la humanidad simplemente no puede darse el lujo de un
intercambio poblacional espontáneo.

Lo que esto significa es que se deben inventar nuevas formas de cooperación global que no
dependan del mercado ni de negociaciones diplomáticas. ¿Es un sueño imposible?

Lo imposible y lo posible explotan simultáneamente en el exceso. En los reinos de la libertad


personal y la tecnología científica, lo imposible es más y más posible. Podemos cobijar la
esperanza de mejorar nuestras capacidades físicas y psíquicas; de manipular nuestras
características biológicas vía intervenciones en el genoma; de lograr el sueño tecnognóstico de la
inmortalidad codificando las características que nos distinguen y alimentando el compuesto de
nuestra identidad en un programa computacional.

En lo que respecta a las relaciones socioeconómicas, empero, percibimos nuestra era como una
era de madurez y, por tanto, de aceptación. Con el colapso del comunismo, abandonamos los
antiguos sueños utópicos milenarios y aceptamos las limitaciones de la realidad - esto es, una
realidad socioeconómica capitalista-con todas sus imposibilidades. No podemos participar en
actos colectivos grandes, que necesariamente terminan en terror totalitario. No podemos
aferrarnos al antiguo Estado benefactor, que impide que seamos competitivos y nos lleva a crisis
económicas. No podemos aislarnos del mercado global.

A nosotros nos resulta más fácil imaginarnos el fin del mundo que un cambio social serio. Como
prueba, las numerosas películas taquilleras sobre la catástrofe global y la conspicua ausencia de
producciones sobre sociedades alternativas.

Tal vez sea tiempo de revertir nuestro concepto de lo posible y lo imposible; tal vez debiéramos
aceptar la imposibilidad de la inmortalidad omnipotente y considerar la posibilidad del cambio
social radical. Si la naturaleza ya no es un orden estable confiable, entonces nuestra sociedad
también debería cambiar si queremos sobrevivir en una naturaleza que ya no es una madre
buena y protectora, sino una madre pálida e indiferente.

© Slavoj Zizek
Distribuido por The New York Times Syndicate

Fuente: La Vanguardia.

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