Philip K. Dick
Bob Bibleman tenía la impresión de que los robots no te miraban a los ojos. Y que
cuando andaba alguno por los alrededores solían desaparecer pequeños objetos valiosos.
La idea de orden para los robots era amontonar todo en una pila. Sin embargo, tenía que
pedirles la comida a ellos, porque la venta estaba ubicada muy abajo en la escala de los
salarios como para atraer a los humanos.
—Una hamburguesa, papas fritas, helado de frutilla y... —Bibleman hizo una pausa
leyendo el menú en la pantalla visualizadora del robot—. No, mejor una hamburguesa
doble con queso, papas fritas, helado de chocolate...
—Espere un minuto —dijo el robot—. Ya le estoy preparando la hamburguesa sola.
¿No le gustaría participar en el concurso de esta semana mientras aguarda?
—No me prepare la hamburguesa doble con queso —dijo Bibleman.
—Muy bien.
Era un infierno vivir en el siglo XXI. La transferencia de información había alcanzado la
velocidad de la luz. Una vez el hermano mayor de Bibleman había alimentado a un robot
generador de literatura con una sinopsis de diez palabras y, cuando cambió de opinión,
descubrió que la novela ya estaba impresa. Tuvo que programar una secuencia para
hacer la corrección.
—¿Cuál es el sistema de premios del concurso? —preguntó Bibleman.
En el acto tuvo la respuesta en el panel de visualización del robot, desde el primero
hasta el último premio. Como es natural, el robot lo borro antes de que Bibleman lo
pudiera leer.
—¿Cuál es el primer premio? —dijo Bibleman.
—No puedo decirle eso —dijo el robot. De una ranura del cuerpo extrajo una bandeja
con una hamburguesa, papas fritas y helado de frutilla—. Son mil dólares en efectivo.
—Dame una pista —dijo Bibleman mientras pagaba.
—Está en todas partes y en ninguna a la vez. Existe desde el siglo XVII. En su origen
era invisible, luego se volvió real. No podrá descubrirlo a menos que sea listo, aunque
ayuda hacer trampa y también ser rico. ¿Qué le sugiere la palabra pesado?
—Profundo.
—No, el significado literal.
—Masa —caviló Bibleman—. ¿Qué es esto, un concurso para ver quién puede
descubrir cuál es el premio? Me rindo.
—Pague los seis dólares —dijo el robot— para cubrir nuestros costos, y recibirá un...
—La gravedad —interrumpió Bibleman—. Sir Isaac Newton. El Colegio Real de
Inglaterra. ¿Acerté?
—Sí —dijo el robot—. Seis dólares le ofrecen la oportunidad de ir a la academia... una
oportunidad estadística, al azar. ¿Qué son seis dólares? Nada.
Bibleman sacó una moneda de seis dólares y la puso en el robot.
—Ganó —dijo el robot—. Va a poder ir a la academia. Ha vencido al azar, a pesar de
que las posibilidades eran de dos trillones contra una. Déjeme ser el primero en felicitarlo.
Si yo tuviera una mano le estrecharía la suya. Esto cambiará su vida. Éste es su día de
suerte.
—Estaba arreglado —dijo Bibleman con cierta inquietud.
—Así es —dijo el robot, y miró a Bibleman directamente a los ojos—. Pero de todos
modos es obligatorio que acepte el premio. La academia es una institución militar ubicada
en algún lugar de Egipto, por así decir. Pero ése no es un problema; lo llevarán hasta allí.
Vaya a su casa y comience a preparar las cosas.
—¿Puedo comer mi hamburguesa y tomar...?
—Le sugiero que comience a preparar sus cosas en este mismo momento.
Detrás de Bibleman estaban esperando un hombre y una mujer. Se apartó pensativo,
sosteniendo la bandeja, sintiéndose confundido.
—Un sándwich de carne asada —dijo el hombre—, con aros de cebolla, una cerveza y
nada más.
—¿No quiere participar en el concurso? —dijo el robot—. Hay unos premios increíbles.
Expuso las posibilidades en el panel de visualización.
Junto al dormitorio donde estaba ubicada su litera encontró un lavadero mantenido por
un robot silencioso, y cuando ningún robot estaba observando, escondió las tres hojas
cerca del fondo de una enorme pila de sábanas. La pila llegaba hasta el techo. No
descubrirán los diagramas este año. Tenía suficiente tiempo para decidir qué hacer.
Mirando su reloj, vio que la tarde casi había llegado a su fin. A la cinco tenía que estar
en la cafetería, cenando con Mary.
Ella llegó un poco pasadas las cinco, su rostro mostraba señales de cansancio.
—¿Cómo te fue? —le preguntó mientras se ponían en la fila con sus bandejas.
—Muy bien —le dijo Bibleman.
—¿Llegaste hasta Zenón? Siempre me gustó Zenón, demostró que el movimiento era
imposible. Así que supongo que todavía estoy en el útero de mi madre. Te ves extraño —
lo miró con atención.
—Solo harto de escuchar que la Tierra descansa sobre el caparazón de una tortuga
gigante.
—O cuelga de una larga cuerda —dijo Mary. Recorrieron juntos el camino entre otros
estudiantes hacia una mesa vacía—. No vas a comer mucho.
—Comer —dijo Bibleman mientras bebía de su taza de café— fue lo que me trajo aquí.
—Podrías abandonar este lugar.
—E ir a la cárcel.
—La Academia —dijo Mary— está programada para decir eso. La mayor parte solo son
seguramente amenazas. Digamos que es comparable a vociferar y agitar un palo.
—Lo hice —dijo Bibleman.
—¿Hiciste qué? —dejó de comer y lo miró interesada.
—El Motor Panther —dijo él.
Lo contempló con atención y se mantuvo en silencio.
—Los diagramas —dijo él.
—Habla más bajo.
—Se les pasó por alto una referencia en la memoria. Ahora los tengo yo y no sé qué
hacer. Solo ponerme en movimiento, supongo. Y esperar que nadie me detenga.
—¿No lo saben? ¿La Academia no tiene un sistema de control?
—No tengo motivos para pensar que sepan lo que pasó.
—Jesucristo —dijo Mary suavemente—. Es tu primer día. Tienes que pensarlo muy
bien.
—Los puedo destruir —dijo él.
—O venderlos.
—Los estuve mirando. Hay un análisis en la última página. El Motor...
—Vamos, dilo —dijo Mary.
—Se lo puede utilizar como turbina hidroeléctrica y bajar los costos de la energía a la
mitad. No pude comprender el lenguaje técnico, pero descubrí eso. Una fuente económica
de energía. Muy barata.
—Que beneficiaría a todos.
Bibleman asintió.
—Ellos me confunden —dijo Mary—. ¿Qué nos dijo Casals?
—«Incluso si alguien alimenta información en la Academia acerca de... acerca de eso,
la Academia la rechazaría».
Ella comenzó a comer lentamente mientras pensaba.
—Y no la hacen pública. Debe ser por la presión de la industria. Qué bonita.
—¿Qué tendría qué hacer? —dijo Bibleman.
—No lo sé.
—Lo que pensé es que podría llevar los diagramas a alguno de los planetas
colonizados en donde las autoridades tienen menos control. Podría encontrar una
compañía independiente y firmar un contrato con ellos. El gobierno no sabría cómo...
—Descubrirán de dónde salieron los diagramas —dijo Mary—. Seguirán el rastro hasta
ti.
—Entonces mejor los quemo.
—Tienes que tomar una decisión muy difícil —dijo Mary—. Por un lado, tienes en tu
poder información clasificada que conseguiste ilegalmente. Por el otro...
—Yo no la conseguí ilegalmente. La Academia se equivocó.
Con tranquilidad, ella continuó:
—Quebraste la ley, la ley militar, cuando pediste una trascripción impresa. Tendrías
que haber informado a seguridad en cuanto lo descubriste. Te habrían recompensado. El
mayor Casals te hubiera felicitado.
—Estoy asustado —dijo Bibleman, y sintió que el miedo se agitaba en su interior,
creciendo, mientras sostenía tembloroso una taza plática de café. Parte del café salpicó
su uniforme.
Mary limpió algunas de las manchas con una servilleta de papel.
—No sé qué decirte —dijo ella—. No voy a decirte lo que tienes que hacer. Ésta es una
decisión que tienes que tomar solo. No es ético siquiera que lo discutas conmigo; podrían
considerarlo como una conspiración y terminar ambos en la cárcel.
—La cárcel —hizo eco Bibleman.
—Está a tu alcance, ¡por Dios!, iba a decir que tienes a tu alcance una fuente de
energía barata para toda la humanidad —rió y sacudió la cabeza—. Supongo que a mí
también me asusta. Piensa en lo que es correcto. Si crees que lo correcto es publicar los
diagramas...
—Nunca pensé en eso. Publicarlos. En alguna revista o diario. Se podrían distribuir
copias impresas por todo el sistema solar en quince minutos. Todo lo que tengo que hacer
—comprendió—, es pagar y hacer que distribuyan las páginas de los diagramas. Tan
simple como eso. Y luego pasar el resto de mi vida en la cárcel o ante algún tribunal. Tal
vez la sentencia sea a mi favor. Hay antecedentes en la historia en donde material
clasificado vital, del tipo militar, fue robado y publicado, y no solo encontraron inocente al
responsable sino que luego comprendieron que era un héroe, que sirvió al bienestar de
toda la raza humana arriesgando su propia vida.
Aproximándose a la mesa, dos guardias armados de seguridad militar rodearon a Bob
Bibleman. Levantó la vista hacia ellos, sin poder creer lo que veía pero diciéndose, créelo.
—¿El estudiante Bibleman? —dijo uno de ellos.
—Eso dice mi uniforme —dijo Bibleman.
—Mantenga quietas las manos, estudiante Bibleman.
El más grande de los guardias de seguridad le puso esposas.
Mary no dijo nada, y siguió comiendo lentamente.
Bibleman esperó en la oficina del mayor Casals, pensando en el hecho de que estaba,
como señalaba la expresión técnica, «detenido». Sintió tristeza. Se preguntó qué harían.
También si lo habían descubierto. Qué le harían si lo acusaban. Por qué demoraban
tanto. Y entonces se preguntó de qué trataba todo y si comprendería los grandes
problemas si continuaba con sus cursos de COSMOLOGÍA Y COSMOGONÍA
PRESOCRÁTICAS.
Entrando en la oficina, el mayor Casals dijo animado:
—Disculpe por hacerlo esperar.
—Me podrían sacar las esposas —dijo Bibleman. Le lastimaban las muñecas. Se las
habían puesto muy ajustadas. Le dolían los huesos.
—No pudimos encontrar los diagramas —dijo Casals, sentándose en una silla junto a
su escritorio.
—¿Qué diagramas?
—Los del Motor Panther.
—Se supone que no hay diagramas del Motor Panther. Nos sugirió eso.
—¿Programó su terminal deliberadamente? ¿O solo sucedió por casualidad?
—Mi terminal estaba programada para hablar sobre agua —dijo Bibleman. El universo
está compuesto de agua.
—Notificó inmediatamente a seguridad cuando usted le pidió una copia impresa.
Controlamos todas las impresiones.
—Mierda —dijo Bibleman.
El mayor Casals afirmó:
—Le diré algo. Solo estamos interesados en recuperar los diagramas, no queremos
caer sobre usted. Devuélvalos y no lo llevaremos a juicio.
—¿Devolver qué? —dijo Bibleman, pero sabía que estaba perdiendo el tiempo—.
¿Puedo pensar en todo esto?
—Sí.
—¿Me puedo ir? Creo que me iré a dormir. Estoy cansado. Me gustaría que me saque
estas esposas.
Mientras lo hacía, el mayor Casals dijo:
—Llegamos a un acuerdo con todos ustedes, un acuerdo entre la Academia y los
estudiantes, sobre el material clasificado. Usted lo sabía.
—¿Libremente? —dijo Bibleman.
—Bien, no. Pero el acuerdo era conocido por usted. Cuando descubrió que los
diagramas del Motor Panther codificados en la memoria de la Academia estaban
disponibles por alguna extraña razón, no importa cuál fuera, tras solicitar una aplicación
práctica del pensamiento presocrático...
—Yo me quedé completamente sorprendido —dijo Bibleman—. Todavía lo estoy.
—La lealtad es un principio ético. Le diré algo: vamos a pasar por alto el factor
disciplinario y ponerlo en términos de lealtad hacia la Academia. Una persona
responsable respeta las leyes y los acuerdos. Devuelva los diagramas y podrá continuar
con sus cursos en la Academia. En realidad, le daremos autorización para que
selecciones los temas que quiera, no le asignaremos previamente ninguno. Creo que
usted es un buen sujeto para la Academia. Piense en esto y venga a verme mañana, a mi
oficina. No hable con nadie, no intente discutir el tema. Lo estaremos vigilando. No intente
dejar el lugar. ¿Está bien?
—Está bien —dijo Bibleman, con rigidez.
Esa noche soñó que había muerto. En su sueño se extendía un espacio muy vasto, y
se le acercaba su padre, muy lentamente, saliendo de las sombras hacia la luz del sol. Su
padre parecía contento de verlo, y Bibleman sintió su amor paternal.
Cuando despertó todavía sentía la calidez del amor paternal. Mientras se ponía el
uniforme pensó en su padre y en cuán raramente, en su vida actual, había sentido ese
amor. Se sentía solo, ahora, con su padre y su madre muertos. Muertos en un accidente
nuclear, junto con mucha otra gente.
Ellos decía que algo importante te esperaba del otro lado, pensó. Tal vez cuando yo
muera el mayor Casals ya esté muerto y me esté esperando, para saludarme con alegría.
El mayor Casals y mi padre combinados en una única persona.
¿Qué voy a hacer?, se preguntó. Ellos dejarán a un lado los aspectos punitivos,
reduciendo todo a una cuestión de lealtad. ¿Soy una persona leal? ¿Tengo esa cualidad?
Que se vaya todo a la mierda, pensó. Miró su reloj. Las ocho y media. Mi padre se
sentiría orgulloso de mi por lo que voy a hacer.
Fue hacia la lavandería, esperó la oportunidad hasta que no hubo ningún robot a la
vista. Buscó en la pila de sábanas, encontró las páginas con los diagramas, las sacó, las
revisó y luego se dirigió hacia el tubo que lo llevaría a la oficina del mayor Casals.
—¿Las tiene? —dijo Casals cuando entraba Bibleman. Éste le tendió las tres hojas.
—¿Y no las hizo copiar? —preguntó Casals.
—No.
—¿Me da su palabra de honor?
—Sí —dijo Bibleman.
—Lo expulsarán de la Academia —dijo el mayor Casals.
—¿Qué? —dijo Bibleman.
Casals presionó un botón en su escritorio.
—Entre.
Se abrió la puerta y allí estaba Mary Lorne.
—Yo no represento a la Academia —dijo el mayor Casals—. Usted estaba a prueba.
—Yo soy parte de la Academia —dijo Mary.
—Siéntese, Bibleman —dijo el mayor Casals—. Ella se lo explicará antes de que se
vaya.
—¿Fracasé? —dijo Bibleman.
—Fallaste —dijo Mary—. El propósito de la prueba era enseñarte a mantenerte firme,
aun si eso implicaba desafiar a la autoridad. El mensaje oculto de la institución es:
«Someterse a lo que uno considera psicológicamente que es la autoridad». Una buena
academia entrena a la persona íntegramente, no se trata de una cuestión de información.
Yo intenté ayudarte a ser moral y psicológicamente completo. Pero a una persona no se
le puede ordenar desobedecer. No le puedes ordenar a alguien que se rebele. Todo lo
que podía hacer era darte un modelo, un ejemplo.
Bibleman pensó: como cuando ella le contestó a Casals en la conferencia de
orientación. Se sintió un tonto.
—El Motor Panther no tiene ningún valor —dijo Mary— como artefacto tecnológico. Es
una prueba corriente que usamos con todos los estudiantes, no importa a qué curso
hayan sido asignados.
—¿Todos los estudiantes tienen una impresión del Motor Panther? —dijo Bibleman con
incredulidad. Miró directamente a la muchacha.
—Así es, uno por uno. La tuya apareció muy rápidamente. Primero te dijeron que era
información clasificada, luego te dijeron cuál era el castigo por dar a conocer información
clasificada, y luego hicieron que la información llegara a tus manos. Esperábamos que la
hicieras pública o que al menos lo intentaras.
—Vio en la tercera página que le motor suministraba una fuente económica de energía
hidroeléctrica —dijo el mayor Casals—. Eso era importante. Usted sabía que la gente
sería beneficiada si se daba a conocer el diseño del motor.
—Y te dijeron que no habría castigo —dijo Mary—. Así que no actuaste empujado por
el miedo.
—Por lealtad —dijo Bibleman—. Lo hice por lealtad.
—¿A qué? —dijo Mary.
Se quedó en silencio; no podía pensar.
—¿A una holopantalla? —dijo el mayor Casals.
—A usted —dijo Bibleman.
—Yo lo insulté y lo denigré —dijo el mayor Casals—. Lo traté como a una mierda. Le
dije que si le ordenaba mear púrpura, usted...
—Muy bien —dijo Bibleman—. Es suficiente.
—Adiós —dijo Mary.
—¿Qué? —dijo Bibleman.
—Te tienes que ir. Volver a tu vida y a tu trabajo, a lo que hacías antes de que te
seleccionáramos.
—Me gustaría tener otra oportunidad.
—Pero —dijo Mary— ahora sabes cómo funcionan las pruebas. Así que nunca
podríamos ponerte a prueba otra vez. Sabes lo que realmente queríamos de ti en la
Academia. Lo siento.
—Yo también lo siento —dijo el mayor Casals.
Bibleman no dijo nada.
—¿Amigos? —dijo Mary tendiéndole una mano.
Sin pensarlo, Bibleman le estrechó la mano. El mayor Casals lo miró sin expresar
ningún sentimiento. No le ofreció la mano. Parecía estar sumergido en otro pensamiento,
tal vez en otra persona. Acaso tuviera otro estudiante en mente. Bibleman no podía
saberlo.
Tres noches más tarde, cuando vagaba sin destino por la ciudad, Bob Bibleman vio un
robot vendedor de alimentos en su eterno puesto. Había un adolescente comprando un
taco y una tarta de manzana. Bob Bibleman se puso en la fila detrás del muchacho y se
quedó esperando, con las manos en los bolsillos, sin pensar en nada, solo con cierta
sensación de vacío. Como si la falta de interés que había visto en la cara de Casals se le
hubiera contagiado, pensó. Se sentía como un objeto, un objeto entre muchos, como el
robot vendedor. Algo que, como bien sabía, no miraba directamente a los ojos.
—¿Qué desea señor? —preguntó el robot.
—Papas fritas, una hamburguesa con queso y un helado de frutillas —dijo Bibleman—.
¿Hay algún concurso?
Después de una pausa, el robot dijo:
—No para usted, señor Bibleman.
—Muy bien —dijo él, y se quedó esperando.
Apareció el pedido en su pequeña bandeja de plástico desechable y el envase de
cartón.
—No voy a pagar —dijo Bibleman, y se alejó caminando.
El robot lo llamó:
—Son ciento once mil dólares, señor Bibleman. ¡Está infringiendo la ley!
Bibleman volvió y sacó la billetera.
—Gracias, señor Bibleman —dijo el robot—. Estoy muy orgulloso de usted.
FIN