Anda di halaman 1dari 13

LA IMAGEN ROSA Y OTRAS PERVERSIONES ÓPTICAS (con el

debido respeto)

Jesús Manuel Corriente Cordero

jesus.corriente@gmail.com

... Con el debido respeto a D. Román Gubern, autor de La

imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, libro que tuvo en

1989 notable éxito y del que he venido sacando notable provecho

en mi labor docente en Bachillerato. El reencuentro con el texto de

2005, ampliado, me sirve ahora para someter a juicio de los

asistentes la posibilidad de una apostilla que hago cuando uso los

conceptos de imagen “pervertida”. Me refiero con esta “imagen

rosa” a los programas llamados “del corazón” y específicamente a

aquellos sobre los que ha caído, creo que merecidamente, la

clasificación de “televisión-basura”.

Evidentemente, el estatuto televisivo de dichos programas lo

aleja de la búsqueda fundamentalmente cinematográfica realizada

por Gubern, tanto en el precitado libro como en su posterior

Patologías de la Imagen, textos en los que voy a basar esta especie

de nota a pie de página. Desde un punto de vista más estricto, el de


González Requena la cuestión se sentencia en menos de medio

párrafo: siendo espectáculo televisivo, los programas que propongo

examinar no son más que una versión hipertrofiada y paradigmática

de la intrusión pornográfica del discurso televisivo, una excrecencia

de algunas de las muchas tentaciones manipulantes del periodismo

del medio. No será este permanente aprendiz de semiótico quien le

quite la razón.

Sin embargo, entiendo que podría ser útil un examen más

detenido de las peculiaridades del discurso televisivo “rosa” a la luz

del análisis de otros discursos iconográficos malditos, como pueden

ser el pornográfico, el pseudorreligioso (el prefijo es mío), el

totalitario y el cruel. Encontrar semejanzas entre ellos me ha venido

permitiendo desvelar la gramática manipuladora y alienante a

espectadores alfabetizados en la obediencia televisiva. Desvelar

gramáticas alienantes ha sido siempre uno de mis grandes

intereses teóricos y didácticos.

Si hablamos de la construcción del discurso, podemos

observar una disposición formalmente orientada a un voyeurismo en

ocasiones vicario. El telespectador en tales momentos es invitado a

ver cómo mira el programa, con el correspondiente alarde, por parte


del mismo, de hacer periodismo de investigación. Los borrados de

rostro de menores, necesidad legal, son enfatizados de la misma

forma que el cine de la censura tuvo que conformarse con filmar al

que miraba, o bien recurrir a metáfora visuales.

Con la excusa de una estructura de programa informativo, se

acumulan directamente los episodios noticiables (paradójicamente,

recurrentes en su mayoría) para mayor fruición del buscador de

escándalo, procedimiento clásico en el cine pornográfico y cruel. La

continuidad del discurso, en peligro constante por su fin evasivo,

puede asegurarse a través de los anticipos de escándalos que hace

el presentador o bien subtitulan en el montaje.

Montaje es la palabra clave en este discurso. La prisa por

incorporar contenidos tan efímeros podría hacer pensar en un

posible descuido de las formas. Sin embargo, ocurre algo parecido

a lo que sucede cine pronográfico y su bajo presupuesto de

producción, o a las iconografías totalitarias y su supuesto

requerimiento de fidelidad a hechos del pasado o próximos a llegar:

esconden en su seno un gran componente de montaje, pese a la

apariencia de documental fisiológico, histórico-político o cruel. En el

caso de la imagen del corazón encontramos reportajes con


permanente voz en off para los momentos vacíos, la simulación de

preguntas hechas en un micrófono al que no llega el objeto de la

entrevista, por lo que no ha podido oírlas, o la apropiación para el

programa de respuestas generales a la nube de reporteros, cuando

no la transcripción de lo que supuestamente dice el personaje. La

falsa espontaneidad del discurso no tiene nada que envidiar, salvo

la deficiente puesta en escena, a los cuidadosos preparativos del

famoso Congreso de Nüremberg para las cámaras de Leni

Riefenstahl.

Todo un repertorio queda para el plató: desde los locutores-

comentaristas que enhebran las historias con interrogaciones

retóricas al personaje ausente, hasta la acalorada discusión sobre

el “documento” emitido, investida de honorabilidad cuasi científica

de los expertos convocados, expertos por haber sido repetido objeto

de noticias de estos programas o bien por una supuesta carrera

periodística. No olvidemos, a todo esto, la posibilidad de entrevista

pactada, que, según los casos, concluye con el ataque y disección

colegial al entrevistado presente o ya ausente.

Las imágenes, ya seleccionadas y troceadas, son sometidas a

reinterpretación, de modo que incluso lo trivial puede convertirse en


importante. La ilusión realista producida por las imágenes permite

investir de veracidad documental lo que no es más que una versión

sensacionalista. El pensamiento mágico de la conexión imagen-

referente-realidad no es sólo patrimonio de las primeras imágenes

humanas de intención mágica, sino que se extiende

supersticiosamente sobre el conjunto de la audiencia.

El papel del comentarista no pocas veces asume una posición

judicial e incluso sacerdotal: en función de sus previas filias o

fobias, denuncia, condena o absuelve, funciones que se dan en

discursos como el totalitario (prerrogativa del líder) o, cómo no, en

el pseudorreligioso. De ahí que en no pocas ocasiones aparezcan

los locutores-comentaristas de Aquí hay tomate en un incordiante

contrapicado, o bien haya un moderador-presentador de pie o en el

centro del set, claras muestras de la autoridad de la que han sido

investidos.

Para ello, como en la más pura tradición pornográfica o cruel,

se suprimen los contextos e incluso se construye un nuevo cotexto:

los acontecimientos narrados, que debieran ser vivencias, son

también abstraídos, reducidos, mecanizados, de forma que, a pesar

de las expresiones de sorpresa por parte de los presentadores o


tertulianos, hay una alta tasa de redundancia y previsibilidad en los

contenidos, tal y como sucede con los otros iconos alienantes a los

que estamos asociando la imagen “rosa”.

Adentrándonos en el terreno de los significados e

ideologemas, el primer concepto que hay que abordar es el de

“fama”. Fagocitando toda una tradición cultural que basa ésta en el

mérito (real o fingido), asume lo peor de las visiones escépticas y la

reduce a segundos de teledifusión. Banalizando un topos clásico

como se banaliza en el pornográfico el erotismo, en el totalitario al

individuo, en el pseudorreligioso el efectismo de la devotio moderna

o de la iconografía barroca, la muerte en el cruel, etc. Así, queda

establecida una escala de personajes que parte del artista de

espectáculo, deportista conocido, etc., pasa por las personas de su

entorno inmediato (si es sentimental, tanto mejor), continúa con

individuos procedentes de concursos de una cierta audiencia y va a

desembocar en el mar proceloso de aquellos que tienen o dicen

haber tenido una relación tangencial con los primeros.

La cantidad de fama del noticiable se corresponde

escrupulosamente con la minuta percibida por el individuo cuando

concede una entrevista, brinda unas declaraciones u ofrece una


supuesta exclusiva o “robado”. En este mundo vocinglero todavía

cabe un ascenso coyuntural, en función de los escándalos que

pueda dar de sí el personaje y sus enredos con otros de igual o

mayor categoría, o bien pasar al olimpo de los comentadores no

periodistas, refugio natural de artistas periclitados inconformes con

el destino.

Un poco de atención ha de prestarse todavía a la figura del

“testigo”. Nos referimos con esto a ese ciudadano anónimo que, por

sorpresa o premeditadamente, participa relatando su versión de los

hechos, si hay tales, o sencillamente que no sabe nada. Un actor

más en el montaje que participa a cambio de unos segundos ante la

pantalla y que lleva a cabo la misión de hacer a la audiencia

copartícipe del mundo de los famosos por unos instantes.

La actitud agresiva que suele mostrar este tipo de programas

es consustancial y no es de extrañar que, aparte de otros factores,

haya una tensa relación de atracción y repulsión entre famosos y

programa. No dudan los programas en arroparse en la bandera del

periodismo de investigación, como no han dudado tantos

pornógrafos o aduladores de régimen en arroparse en la de la

enseñanza. De hecho, alguno de estos programas se ha


autoinvestido de capacidad historiográfica para relatar supuestos

hechos morbosos en el asesinato de Federico García Lorca, o de

crítica taurina para desprestigio de la actuación de toreros cuando

no había material íntimo para traficar.

Si “investigar” puede ser un sinónimo aproximado de

“desvelar”, aquí los velos que se quitan no son ya los que tapan el

cuerpo desnudo, sino que es la propia piel la que se retira, por lo

que la palabra “despellejamiento” tiene para su acepción popular un

magnífico ejemplo. Es la irrupción no ya dentro de lo privado

(concepto eminentemente social) sino en lo íntimo, concepto moral

de difícil delimitación pero dolorosamente constatable. Nada más

parecido a lo que pretende el discurso pornográfico con la actividad

sexual, el totalitario con la conciencia social, el pseudorreligioso con

la experiencia de Dios, el cruel con el dolor y la muerte.

Un hito fundamental en la temática del discurso que nos

ocupa será el del famoso caído. Cuando el escándalo viene

acompañado de una desgracia para un personaje, se genera un

detallado relato de los detalles más dolorosos, convirtiendo en

afanosa búsqueda lo que sería un simple guiño goliardesco al

tópico de la Rueda de la Fortuna. De hecho, la prospección se


convierte en retrospección, y las videotecas son la mina donde

hallar preciadas imágenes sobre orígenes impuros de famosos o

episodios que empañen (a criterio del programa) la actual imagen

de los mismos.

En cuanto a los mecanismos psicosociales de la conquista del

receptor, la apuesta por el malditismo consentido es clara. Siendo

un discurso que busca específicamente lo obsceno, en el sentido

etimológico de la palabra, corre una suerte paralela, salvando

algunas distancias, a la del pornográfico. Altas estadísticas de

consumo privado (especialmente desde la discreción de Internet)

unidas a una reconvención moral generalizada, de la misma forma

que la fascinación por el cine totalitario sólo puede ser mostrada

entre cinéfilos que primero muestren expediente de pureza de

sangre democrática. Un programa como Tómbola es un claro

ejemplo de este proceso. Producido para la televisión autonómica

valenciana, no tardó en extenderse por el resto de cadenas

regionales. Siendo los parlamentos autónomos una realidad más

cercana, las críticas de los críticos de televisión nutrieron a las

diversas oposiciones de artillería para denostar al partido

gobernante en el territorio. A pesar de sus índices de audiencia,

acabaron por retirarlo de la programación, a la vez que pasaba al


discreto mercado de las televisiones locales, esas mismas que de

madrugada emiten porno. Paradójicamente, la fórmula del programa

fue comprada en Méjico con notorio éxito.

Los índices de audiencia mandan, y no se puede ser

especialmente maldito en un medio como la televisión, más

conservador que el cine y las artes plásticas. De ahí las coartadas

antes mencionadas, más la argucia legal de anunciarse como

programas restringidos a mayores de dieciocho años, cuando las

horas de emisión no se corresponden necesariamente con ese

público. El tironeo del cine pornográfico con la censura fue a priori,

mientras que la batalla ante la crítica por la honorabilidad de la

imagen “rosa” está siendo a posteriori, al igual que está sucediendo

con la violencia gratuita en los informativos televisivos

convencionales, que están ganando por la mano al viejo periódico

El Caso, como nos recuerda el inquietante final de la película Tesis,

cuyo director, Alejandro Amenábar se confiesa deudor del libro de

Gubern.

Nos encontramos con un receptor implícito (que no real) que

quiere echar un vistazo a un mundo que ni es ni va a ser el suyo,

con una marcada preferencia por los asuntos sentimentales (desde


una psicosexualidad holística) y un cierto deseo de reivindicación

personal a partir de la frustración de los otros. Asimismo, el gusto

banalizante sitúa a la recepción detro de la estética kistch. Este

perfil encaja con el de la telenovela y por eso no es de extrañar la

que pudo ser arriesgada apuesta de Telecinco por situar Aquí hay

tomate en la franja de sobremesa, tradicionalmente concebida para

las amas de casa de clase media y baja, con instrucción limitada.

He de insistir, una vez más, en que estamos hablando de

receptores implícitos y no empíricos.

Sin embargo, habría que llamar la atención sobre las

alusiones sexuales apenas veladas, que empiezan a sobreabundar.

A esto hay dos posibles explicaciones: o bien se está atendiendo al

sector masculino de la audiencia, o bien estamos asistiendo a un

cambio en la mentalidad social femenina, lo que coincidiría con el

aumento de alquiler de DVD pornográficos, la inclusión de

pornografía en algunas emisoras locales (surgidas tras la

desaparición de los vídeos colectivos, donde ocurría lo mismo), etc.

destinado todo ello fundamentalmente para la visión particular (¿en

pareja quizá?) sobre todo en las noches de fin de semana. También

cabría plantearse la sinergia de ambas posibilidades.


Según Gubern, las imágenes pornográficas han de medir su

valor por su capacidad funcional para estimular la sexualidad del

receptor; la imagen totalitaria es estimada por su funcionamiento

alienante de la razón bajo las emociones; la imagen

pseudorreligiosa sustituye el plano de la contemplación por el de la

emotividad simplona y, finalmente, la imagen cruel es medida en

función de su capacidad de excitar la propia crueldad y/o el horror.

En el caso que nos ocupa, se está excitando el voyeurismo vital del

otro inalcanzable, así como la complacencia en la caída (delitos,

promiscuidad, adicciones...) e incluso la desgracia ajena, a veces

coparticipando de las emociones de los protagonistas de la

supuesta noticia.

En resumidas cuentas, podríamos decir que el discurso de los

programas “rosa” específicamente catalogados como televisión-

basura responden a un discurso de falsa espontaneidad formal.

Juegan con un concepto de fama degradado, a partir del cual

establecen juicios de valor fundamentados en la propia escala de

valores, con la finalidad de despertar emociones de adhesión o

rechazo en un público que consume distraídamente un decir

redundante y machacón.
Y, para finalizar, permítanme dos citas que recoge Gubern en

sus Patologías, a cual más inquietante ante el panorama que les he

tratado de mostrar:

Goebbels: Realmente, el gran arte reside en educar sin

revelar el propósito de la educación, de modo que se cumpla

la función educativa sin que el sujeto se dé cuenta de que

está siendo educado, lo que constituye la finalidad real de la

propaganda.

Hitler: Toda acción de propaganda tiene que ser

necesariamente popular y adaptar su nivel intelectual a la

capacidad del más limitado de aquellos a los que está

destinado.

Y, con mis disculpas por si esta glosa les ha resultado en exceso

redundante, muchas gracias por su paciencia

Anda mungkin juga menyukai