Es difícil dar con el día exacto, pero fue a principios de Noviembre cuando me
di cuenta de que al escribir me salían múltiples articulaciones en los dedos y
en las manos, estas brotaban al escribir en los detestables aparatos de luz,
plástico, circuitillos y chips. Como habrán de suponer esto me presento un
terrible problema, las articulaciones que eran una especie de tentáculos que
parecía se movían por espasmos del sistema nervioso de no se que bicho.
Fue realmente terrible, cada vez que mis manos acercaban a la colección de
botones con letras y símbolos de la computadora, estos tentáculos crecían de
entre mis dedos y de los lados de mis manos.
Pude pronto determinar que estos tentáculos eran letrados, pues de que otra
manera puede uno explicarse que seguían y trataban de acariciar casi de
modo sensual, el teclado del ordenador. Vaya, había uno al que decidí llamar
Anfisbena, quizá porque tenia dos extremos, iba en dos direcciones un mismo
cuerpo, pero también por la sensualidad de su seseo al aproximarse a letras
del teclado, aun siento un poco de rabia al recordar el descaro con el que se
insinuaba a la letra A.
Obvio que el primer doctor al que fui a visitar fue un desastre, un maniático
del hierro filudo. Al principio cuando le conté de mi problema me veía con
una sonrisa condescendiente, incrédula, pero hubiera querido fotografiar su
cara cuando acerque mis manos a su ordenador. Su solución fue cortar, lo
que no me quedaba claro es como pretendía llevar a cabo tan horrenda
tarea… ¿atar mis manos a un teclado? Los tentáculos se mueven sobre el y
parecen casi anémonas, reculando a la mano o al nudillo cuando se ven
acechados.
Todo cambio cuanto me percate que no solo eran letrados estos apéndices,
sino que su estado espasmódico se incrementaba o disminuía dependiendo
de la cantidad de veces que hubieran sido expuestos a la escritura, entre
mas expuestos estaban a las letras del alfabeto se notaba un decremento en
su espasmocidad (he tenido que recurrir a ciertas libertades con la lengua
para acomodar los humores estos tubérculos) y no solo eso, con práctica y
paciencia comencé a notar que podía ejercer un alto nivel de control sobre
ellos.
Ese día fue cuando decidí mi profesión hasta que el terrible padecimiento
pudiera ser curado, tratado o aceptado. ¡OH! La velocidad al escribir, era
simplemente increíble, las articulaciones estas atacaban sin piedad cualquier
teclado, cambie mi teléfono móvil por uno de esos aparatos con Internet y
correo electrónico todo el tiempo. Podía manejar y redactar un escrito de 200
palabras por cuartilla sin soltar las manos del volante, en eso Anfisbena era
muy útil puesto que con sus dos extremidades sostenía sin ningún problema
el aparato que fuera.
La palabra escrita es un arma mortal, creo que alguien alguna vez dijo, y si
no lo dijo pues que tonto porque si lo es. Mi fama de veloz capturista me llevo
a las altas esferas de los redactores, recuerdo la invitación a un país de
América latina para redactar en tiempo real las conversaciones de su amable
y cordial dictador en turno. Pero fue esta misma fama que me hizo ser
temido por varias gentes. Gente que se regocija en la palabra hablada. Gente
enemiga de las letras, por lo tanto un peligro para mis manos y sus
tentáculos.
Había veces que el impulso a escribir era tan fuerte que sentía las
articulaciones me iban a explotar, no era ese impulso creativo ese impulso
que lleva a los poetas a decir con palabras del llanto o llevar con sonrisa
austera la tímida melancolía. Era un impulso físico, como aquel que hace a un
atleta correr, el impulso del alfarero a hacer un jarro una y otra vez, ese
impulso mecánico que lleva al sudor y al cansancio físico de hacer el trabajo
bien, el sudor de la frente, tan bíblico, tan codiciado, para después, en un
espacio de silencio sucumbir de la fatiga laboral.
Las noches en vela las pasaba cuestionando, la voz con la que escribo no es
la mía, no son mis letras, no son mis dichos ni mis profecías, era un
enclenque cerebral, llevando a cabo una tarea mecánica a velocidades
inimaginables… ¿era yo artesano o artista?
Con los años me fui familiarizando con la nieta del viejo unicornio. Su madre
que hacía tiempo había perdido la esperanza de casarla hacia caso omiso de
nuestras platicas, todas en el patio del naranjo, todas bajo en ensordecedor
calor de la tarde, todas con la mirada pues no conocía su boca.
El día que terminé bien recuerdo el Rey me dio un cálido abrazo y me otorgó
un cálamo de oro con incrustaciones de rubíes, un regalo otorgado a los más
exquisitos calígrafos del mundo árabe un honor sin duda pero para mi era
una mofa, un reflejo de lo que mas quería hacer y que me venia
imposibilitado por mi extraña condición física, regalo o no de Allah (alabado
sea Él… supongo). Aun conservo la pieza dorada, más por su fina forma que
por lo que es o lo que representa.
Recibí una gran suma de dinero que fue puesta a en la cuenta de banco que
utilizaba para mis trabajos en el exterior y fui invitado a parar el tiempo que
yo quisiera en la ciudad. Sabía que disponía de poco tiempo antes de que los
tubérculos comenzaran a quejarse por sedentarismo. El problema es que el
infame calor de esta área del orbe hace imposible el poder recrearse en las
calles o salir a dar un paseo. Así que este tiempo libre lo dedique a conocer
más a la nieta de mis anfitriones. Hablé con su madre y pedí su mano en
matrimonio, solicitud que bien sabía yo sería negada, pero mejor tener un
“no” como respuesta a vivir con la incógnita. Lo que no sabía es que el viejo
unicornio, amargado, escucho bien mi solicitud y a consecuencia de esta
osadía mía salió por las calles gritando que el manos de pulpo pretendía
casarse con su bellísima nieta. Salí detrás de el, temiendo lo peor, una
lapidación como mínimo pensé, ya sea a mi o a la nieta, le gritaba que
callase mas el viejo ciego vociferaba como un hombre poseído. Los guardias
del Rey, al escuchar al viejo loco gritando le atestaron un porrazo en la
cabeza lo tumbaron al piso arenoso donde murió con el cuerno cortado a dos
pasos de mi. Los guardias me llevaron al Imán quien me cuestionó acerca del
evento, mi relación con el viejo unicornio y su nieta. A todas sus preguntas
respondí honestamente. – “¿la amas? - me pregunto. Yo respondí que si, lo
cual fue un error, lo vi en la mirada del sabio hombre, era difícil discernir su
mirada, sobre todo que tenia unas cejas tan pobladas que apenas se le veían
los ojos, pero aquella vez si note una sobria tristeza.
--“Tendrás que irte de aquí, lo que quieres no es posible, si te quedas,
morirás.”
--“¿Como?” contesté consternado.
--“Así es, ese higo no es para ti.” Sin más palabras el Imán salió y los
guardias me escoltaron al hostal, se pararon enfrente de mi puerta en lo
que recogía mis partencias y me llevaron al aeropuerto donde emprendí el
viaje a casa.
Desde esa vez trate de no salir más al mundo salvo en ocasiones muy
importantes. Por fortuna mi talento atraía a mis clientes.
He de aclarar que no soy una persona que se le de con gracia las labores
domesticas, esto es una manía que se agudizo desde que mis finas
extremidades comenzaron a brotar, de niño me tocaba limpiar la cocina con
amoniaco y pinol, tarea que llevaba a cabo con desden y miedo, miedo a la
cuchara de palo de mi abuela que caía audaz en la nuca si uno no cumplía
con los deberes domésticos que le tocaban. Pero desde aquel Noviembre
evité aun más este tipo de pasatiempos, el solo hecho de pensar en
limpiadores y líquidos, esponjas y fibras hacia que mis venas se saturaran de
miasma y entrara en soporíficas sudoraciones. Si la señora que se encargaba
de la limpieza de mi casa caía enferma, que no era usual, pero si su aflicción
la iba a postrar en cama más de un par de días ella siempre enviaba a un
representante a cumplir con las tareas de limpieza, lavado de ropa, tendido
de cama y todas esas nobles, pero inclementes tareas. Si era un solo día que
su enfermedad o divagación la iba a mantener alejada de mi hogar, bueno,
ella sabía que al día siguiente habría más que limpiar. Una vez se ausento
por más de una semana y no hubo suplente quien llevara a cabo las
indispensables labores. Como deben sospechar mi casa se convirtió en un
tremendo caos, a tal nivel que opte por mudarme. Deje una nota a esta tan
insensata mujer quien fue tan osada en abandonarme en un recinto tan
desordenado. No es civilizado, no es humano.
Fue hace unos meses, creo que a mediados de Octubre, la muchacha que
ahora se encargaba de la limpieza me había abandonado en un súbito e
inesperado capricho. Se casaba con el joven que regaba los jardines de las
casas vecinas. No esperaba tal atropello a los acuerdos pactados, sin
embargo nadie de su familia la pudo suplir ya que todos estaban invitados a
las nupcias. Yo también estaba invitado, pero las bodas me son un tanto
infecciosas, siempre desarrollo una tremenda conjuntivitis asociada a una
terrible cardiopatía al asistir alguno de estos dichosos eventos. Estaba solo y
había resuelto utilizar cada habitación hasta mi máxima tolerancia a la
suciedad antes de moverme a otro cuarto y así sucesivamente. Esta casa me
gustaba mucho y no estaba dispuesto a dejarla así de fácil. Había planeado
esto milimétricamente y de seguir este riguroso itinerario podría estar en
casa hasta el día en que la madre y hermana de la novia regresaran a salvar
la integridad de mi morada.
Iba todo bien hasta el cuarto día. En el pasillo principal, el que lleva a todas
las recamaras hay unas pequeñas ventanas cerca del techo, ahí, el
maquiavélico gato del vecino goza tomar el sol. Yo, ese cuarto día de
acuerdo a lo que se había pactado, a muy temprana hora abrí las
ventanas del pasillo para que circulara el aire y salieran los fétidos
hedores que surgían del interior de la recamara que sería abandonada
ese mismo día, lo que nos colocaba en la fase final del plan “sobrevive sin
limpieza”. Seguí con el desayuno, el apilamiento de la vajilla (siempre me
he rehusado a comer en platos de cartón), cuando sonó el teléfono.
Naturalmente conteste y muy para mi pesar era una llamada del
enemigo. El Sr. Guillermo de Poitiers, gran narrador y poeta, poseedor de
magnifica y cautivante voz, primero entre muchos y gran partidario de la
tradición oral. Entramos en una larga y revitalizante discusión acerca de
las nuevas pantallas táctiles y si se podría usar pluma de cisne para
escribir en ellas (siempre llama para discutir estos temas que sabe que
me son de sumo interés pero me causan gran dolor a la vez). Al terminar
la plática y colocar el receptor del teléfono en su sitio, con mente ausente
entré al pasillo para encontrarme al infame gato del vecino al lado de su
espantosa y maloliente excreción.
Mi primera reacción fue la de abandonar la nave, huir del sitio, pero no, ya
estaba en la última fase de mi plan y no podía dejarlo todo así, ese hecho
sería condenar mi casa a la ignominia de la pestilencia. Hablé al número
de emergencia de las autoridades sanitarias de mi ciudad donde una
señorita que estoy seguro ostenta barba y bigote me informo que mi
asunto con el gato no calificaba en lo más mínimo como emergencia
sanitaria y mucho menos a que una unidad de limpieza de dicha y
honorable institución fuera despachada de inmediato al domicilio del
afectado. Le vociferé mi desacuerdo sin más, me dispuse a lo
inimaginable, limpiar las heces del perpetrador. Tome con cuidado un par
de guantes de latex que había guardado como recuerdo a las infames
visitas a médicos para resolver el problema de mis prolongaciones, sobre
estos coloque guantes rojos de limpieza domestica que compre en la
tlapalería de la esquina, una vez en el pasillo de mi casa tuve que hacer
fuerza y valor mas de una vez para contener los efectos del miasma y el
colapso de mi tronco encefálico. Me dispuse a limpiar con
amoniaco, no encontré pinol, pero decidí que con un solo
producto podía esterilizar el efecto de la defecación perversa.
Terminé mi limpieza una hora y media después, la velocidad fue
lenta debido a las constantes pausas para revitalizar el cuerpo
sin mencionar la constante ingestión de tragos provenientes una
botella de coñac Richard de la casa Hennessy para háceme de mas
valor. Quizá esta última acción fue la causante de mi desgracia, pero al
llevar la cubeta con amoniaco al patio decidí en un arranque de valentía
desechar el interior en la coladera, me salpique en las manos el liquido…
He estado estos meses pensativo y solo sin mis apéndices, y este es el fin de
mi breve relato, antes, solo quiero contarles el final de esa terrible
mañana y no diré más: