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El cuento de la escolopendra mágica.

Es difícil dar con el día exacto, pero fue a principios de Noviembre cuando me
di cuenta de que al escribir me salían múltiples articulaciones en los dedos y
en las manos, estas brotaban al escribir en los detestables aparatos de luz,
plástico, circuitillos y chips. Como habrán de suponer esto me presento un
terrible problema, las articulaciones que eran una especie de tentáculos que
parecía se movían por espasmos del sistema nervioso de no se que bicho.

Fue realmente terrible, cada vez que mis manos acercaban a la colección de
botones con letras y símbolos de la computadora, estos tentáculos crecían de
entre mis dedos y de los lados de mis manos.

Pude pronto determinar que estos tentáculos eran letrados, pues de que otra
manera puede uno explicarse que seguían y trataban de acariciar casi de
modo sensual, el teclado del ordenador. Vaya, había uno al que decidí llamar
Anfisbena, quizá porque tenia dos extremos, iba en dos direcciones un mismo
cuerpo, pero también por la sensualidad de su seseo al aproximarse a letras
del teclado, aun siento un poco de rabia al recordar el descaro con el que se
insinuaba a la letra A.

Mi primera hipótesis, antes inclusive de ir al médico, fue que estaba yo


teniendo un efecto retrasado de alguna sustancia no legal ingerida en mi
juventud. Algún tipo de alucinante que se mantuvo en letargo hasta esas
fechas de Noviembre. Pero no había manera de saberlo, mi estado no era
digno de un chaman, ni de un pacheco, era normal.

Obvio que el primer doctor al que fui a visitar fue un desastre, un maniático
del hierro filudo. Al principio cuando le conté de mi problema me veía con
una sonrisa condescendiente, incrédula, pero hubiera querido fotografiar su
cara cuando acerque mis manos a su ordenador. Su solución fue cortar, lo
que no me quedaba claro es como pretendía llevar a cabo tan horrenda
tarea… ¿atar mis manos a un teclado? Los tentáculos se mueven sobre el y
parecen casi anémonas, reculando a la mano o al nudillo cuando se ven
acechados.

Otro, dermatólogo de profesión me recomendó una pomada hacia


maravillas, el había curado varios casos de condilomas con esa pomada.
¡Caray! Había dado con el médico perfecto, una pomadita 3 veces al día y
listo, adiós al asunto. Ahí voy a comprar la pomada a una farmacia
especialista en dermatología, pido la pomada (el nombre lo omito para no
evidenciar a los que la hayan usado), la pago y claro, era de esperarse; mas
barato me hubiera salido un pasaje a Ispahán, pero el problema era serio y
había que actuar o gastar. La señorita de la tienda me vendió el producto con
desden y asco en su mirada, yo me tranquilice, seguro no soy el primero con
estos gérmenes de soya en las manos. Seguí el tratamiento sin resultado
alguno, hasta que un día antes de mi revisión con el dermatólogo me entero,
muy a mi pesar la naturaleza de los condilomas… verrugas venéreas. ¡Me
lleva el traste! Y yo ahí que dije en el trabajo que me ausentaría unas
semanas para tratar un leve problema de condilomas.
Hubo otros intentos pero cada vez fui más distante con la medicina. Los
médicos o se frotaban las manos viendo en mi y mis tentáculos un caso de
estudio único digno de publicarse o se las frotaban como viles barberos,
esperando hacerme punto y corte…

Todo cambio cuanto me percate que no solo eran letrados estos apéndices,
sino que su estado espasmódico se incrementaba o disminuía dependiendo
de la cantidad de veces que hubieran sido expuestos a la escritura, entre
mas expuestos estaban a las letras del alfabeto se notaba un decremento en
su espasmocidad (he tenido que recurrir a ciertas libertades con la lengua
para acomodar los humores estos tubérculos) y no solo eso, con práctica y
paciencia comencé a notar que podía ejercer un alto nivel de control sobre
ellos.

Ese día fue cuando decidí mi profesión hasta que el terrible padecimiento
pudiera ser curado, tratado o aceptado. ¡OH! La velocidad al escribir, era
simplemente increíble, las articulaciones estas atacaban sin piedad cualquier
teclado, cambie mi teléfono móvil por uno de esos aparatos con Internet y
correo electrónico todo el tiempo. Podía manejar y redactar un escrito de 200
palabras por cuartilla sin soltar las manos del volante, en eso Anfisbena era
muy útil puesto que con sus dos extremidades sostenía sin ningún problema
el aparato que fuera.

Me dedicaba a capturista, bases de datos, aburridos discursos políticos,


entrevistas, lo que fuera, era yo un agnóstico del texto y entregaba en
tiempo record y formateados. A los pocos años empecé a tener clientes mas
renombrados; como un presidente que gustaba leer sus estupicedes a
segundos de haberlas dicho o un declamador ciego que bien podía haber sido
la reencarnación de Homero, pues su habilidad retórica aunada a su creativa
verborrea nos llevaron a escribir en horas tres poemas neo épicos que aun se
leen como grandes obras.

La palabra escrita es un arma mortal, creo que alguien alguna vez dijo, y si
no lo dijo pues que tonto porque si lo es. Mi fama de veloz capturista me llevo
a las altas esferas de los redactores, recuerdo la invitación a un país de
América latina para redactar en tiempo real las conversaciones de su amable
y cordial dictador en turno. Pero fue esta misma fama que me hizo ser
temido por varias gentes. Gente que se regocija en la palabra hablada. Gente
enemiga de las letras, por lo tanto un peligro para mis manos y sus
tentáculos.

El enemigo anda cerca me decía un buen amigo con una tremenda


imaginación e impresionante creatividad. El me dictó varias novelas que
ahora se consideran clásicos. Recuerdo recién había terminado el último libro
que el escribió. Cuando digo esto me refiero a escribir con puño y tinta, en
papel, como un gran espadachín, manchando de signos e ideas el papel y
que por espada tiene una pluma de cisne. Cuando se desangraba era
siempre con el filo del Khukuri, lento pero letal. Sus A eran perfectas, las
comas como hojas de diminutos árboles. Mis articulaciones nunca podrían
escribir con esa belleza, ellas dependían del teclado, de la belleza de la
fuente y la resolución de la pantalla. Ese día por la noche discutiendo la
belleza de la caligrafía comenzó a hilar una historia fantástica de gentes y
sus vidas que acabo por ser novela. La terminamos en una noche y un día.
Dicen que los suecos lo premiaron por ese libro.

Seguí mi vida en este ritmo, aprendiendo lenguas y letras de todo el mundo,


siempre envidioso de los calígrafos, estudiando la manera de dibujar sus
caracteres, de trazar sus líneas e hilar sus letras. Me gustaba mas deleitarme
con los escritos árabes, con letras que parecen espadas blandidas.

Deben pensar: bueno, y por que no intentarlo. Porque no usar estos


apéndices para cumplir su profundo anhelo de la pluma. Pues resulta que
estos apéndices son letrados pero solo con medios modernos de escritura, en
pantalla táctil o teclado. Es más, al hacer un par de intentos los malditos
tentáculos se revelaban anudándose en la mano, haciendo este tipo de
escritura imposible una por tener la mano atada a si misma y otra por el gran
dolor que impartían las anudadas germinaciones. Si existía una breve tregua
al momento de hacer mi firma, tomar nota de un teléfono (estos tentáculos
se resistían a utilizar números arábigos en vez de poner 26 me salían siempre
con veintiséis o el incómodo XXVI) y para esas tareas mundanas en las que
uno debe tomar un lápiz.

Aunque había cierto resentimiento hacia mis micro tubérculos por su


insensatez, le verdad es que siempre sentí orgullo ante la velocidad con la
que transcribíamos textos, la única limitante que teníamos en lo que a
velocidad de teclear respecta, era meramente la velocidad cerebral. Aquí era
territorio mío y mis articulaciones pulpoidas no tenían la menor injerencia en
lo que al tema de escritura respecta, las ideas fluyan a estas extremidades
con la velocidad de los nervios y la medula espinal.

Había veces que el impulso a escribir era tan fuerte que sentía las
articulaciones me iban a explotar, no era ese impulso creativo ese impulso
que lleva a los poetas a decir con palabras del llanto o llevar con sonrisa
austera la tímida melancolía. Era un impulso físico, como aquel que hace a un
atleta correr, el impulso del alfarero a hacer un jarro una y otra vez, ese
impulso mecánico que lleva al sudor y al cansancio físico de hacer el trabajo
bien, el sudor de la frente, tan bíblico, tan codiciado, para después, en un
espacio de silencio sucumbir de la fatiga laboral.

Las noches en vela las pasaba cuestionando, la voz con la que escribo no es
la mía, no son mis letras, no son mis dichos ni mis profecías, era un
enclenque cerebral, llevando a cabo una tarea mecánica a velocidades
inimaginables… ¿era yo artesano o artista?

La respuesta siempre me salía de imprevisto, era yo un prestador de


servicios, hacia con mis manos de pólipo; nubes o escusados dependiendo el
empleador. Yo era la tinta, la sangre, el grito, el lamento, el latido… era el
medio, no el fin, ni la razón. Me costo aceptar esto, pero, apreciable lector,
tienes que entender que tener manos de medusa tiene un precio, y ese es el
de la creatividad. Ahora entiende que no lo digo con celo, ni furia; mucho
menos lo digo con dolor resignación. Si te preguntas porque esta tan gentil
conformidad la respuesta ya te la he dado, si no lo ves te habrás convertido
en un protozoo mas torpe que yo, todos los textos eran míos, cada acento del
poeta enamorado, las vocales del político, las consonantes del caudillo, todas
eran mías, cada una de esas letras las vi plasmadas en Times New Roman o
en Arial por primera vez, antes de que las reprodujeran en televisión o por
radio, antes de que el mismo autor pudiera ver la coma o el punto o sentir
como sus palabras hacían hitos de los acentos, yo ya me había adueñando de
las letras, ya las había plasmado en texto para ser citadas, dentro y fuera de
contexto.

Nunca olvidaré cuando fui secuestrado, en un país de África que ahora ya no


existe, la verdad fue una desventura lo que causo mi secuestro pero resulto
en una historia digna de una película de bajo presupuesto de Hollywood, no
contaré todas la peripecias, ni los ratos incómodos tratando de ir al baño en
medio de la jungla ante los ojos implacables de un mandril. La razón por la
que me encontraba en tan indomable continente era sencilla, prestaba mis
servicios a un escritor que era un holgazán de la tinta, pero su mente era tan
vivaz y activa como las abejas, no había nadie mejor para describir el fluir de
los ríos, sus verbos para detallar cascadas tenían el ensordecedor rugido de
millones de litros vertidos, o su enciclopédico conocimiento de todos los
insectos que habitaban aquellas selvas en las que la luz del sol no tocaba el
suelo. Pero estos dotes no importaron a mis captores, cuando se enteraron
de nuestra misión en su jungla lo regresaron al pueblo más cercano y se
quedaron conmigo. Mi habilidad poli-lingüística los dejó perplejos y pronto me
utilizaron como redactor de notas de rescate. “al Sr. Mengano se le cortara
una extremidad al menos que liberen a nuestros hermanos guerrilleros”. “el
ejercito de liberación nacional que se atribuye estos actos exige sea
reconocida su autonomía y autoridad en estas tierras”. Casi todas las notas
contenían una alarmante demencia fanática y a su vez trataban de apelar a
la justicia humana sin importar los actos atroces que se cometían a favor de
la libertad y justicia. Pero como dicen los sabios, nada es para siempre.
Pronto el ejército de liberación nacional osó echar sus redes en un pez
demasiado gordo. Sabía yo que la muerte de mis captores no tardaría en el
momento que me comenzaron a redactar el rescate de este personaje. A
través de sus rojos e hinchados ojos los vi caer uno a uno, escuche nuestra
muerte de su profunda garganta que retumbaba, proféticamente junto con el
sin número de pliegues que conformaban su grotesca papada. Mis tentáculos
se estremecieron y con velocidad record, letra con letra los sentenciaron a
todos. Lo que sucedió fue que el hijo del secuestrado, al enterarse de la
precaria situación de su padre, llamo a una empresa de origen Europeo-
montañés la cual en fracción de segundos detecto el paradero del jerarca. El
joven mando un avión altamente equipado que en 45 minutos estaba
sobrevolando la zona y de un jalón liquido unas 15 hectáreas de verde,
elefantes, panteras, guerrilleros, comandante, un grupo de pedantes e
inoportunos mandriles y a un pinnípedo de tremendas proporciones.

El avión iba cargado de una bomba de alto y concertado poder que


calcinaron esas 15 hectáreas. Muchos años después fui invitado un nuevo
país que tiene una gran reserva de la biosfera en la que se encuentran las 15
hectáreas calcinadas, apenas comenzaba a crecer un poco de pasto, tiernos
y enfermizos tallos crecían de ese suelo quemado. La razón por la que no me
encontraba en el lugar del desastre fue porque el e hijo del comandante, que
se había hecho mi amigo, le encantaba visitar unas grutas a tres días del
campamento del ejercito de liberación nacional, ahí decía iba a construir un
Resort para espeleólogos, su padre me dejaba acompañarle ya que cada vez
que regresaba de las grutas mis carnosidades tecleaban letras más rápido.
Esa vez, nos adentramos muy profundo en las grutas, mis apéndices se
encontraban muy a gusto en el fresco ambiente subterráneo. Solo sentimos
un leve temblor que desprendió unas pierdas que cuando las analizó mi
amigo dio cuente que estas eran del tipo que es altamente codiciado por los
habitantes de Antuerpia. A nuestro regreso solo vimos cenizas y polvo, sin
más que hacer caminamos hacia donde pensamos era la dirección correcta
para llegar al poblado más próximo, me regaló algunas de estas piedras
como acto de hermandad, al despedirnos me dijo que ahora podría cumplir
sus sueños. Murió meses mas tarde cuando un deslave de un cerro lo dejo
atrapado cien metros bajo tierra.

No pude estar tranquilo después de esta aventura, no podía estar en un lugar


fijo, pensé en aquellos trovadores viajando de feudo en feudo cantando sus
historias. Yo podría llevar mi talento a estas instancias, recorrer el mundo
amontonando letras en los monitores, acaparando megabits. Esta idea me
surgió esperando el convoy que envió la embajada de mi querida patria para
recogerme en una ciudad costera del continente negro.
Estaba en el antiguo puerto de Oea, contemplando el Arco de Marco Aurelio.
Decidí sin más, hablar con el representante de mi país para darle las gracias
por sus atenciones e informarle que mi trabajo y mis extremidades me
llevaban lejos, hacia la ciudad de Jiao'ao, en el continente amarillo. Pensé
que la gente de esta ciudad podrían hacerse de mis servicios ya que con su
escritura de origen logo-gráfico seguro necesitarían hacerse de los servicios
de alguien como yo. Estaba en lo correcto, esta ciudad que en alguna época
fue concesionada a los Alemanes, ahora un importante puerto, era un lugar
donde una persona como yo podía disfrutar de mucho trabajo y amplia
comodidad. Aunque debo decir que aquí fue uno de los lugares donde más
sufrí por mi amor a la caligrafía, miraba por horas a estos hombres que con
pincel trazan ideas en forma de palos de bambú, manteniendo el pulso y
tranzando miles de hànzì. Lo llevan haciendo desde hace más de tres mil
años, iba a los talleres de escritura a deleitarme con la cadencia de sus
movimientos al exponer sus ideas en el papel. Para pasar el ocio casi siempre
me dirigía al santuario de Lao Shan, desde ahí contemplaba a la gente en sus
quehaceres, dicen que aquí en el año 400 el peregrino Fǎxiǎn llego después
de sus viajes a la India para recolectar textos budistas, no se como llegó a
estas costas, ya que es mucho mas fácil el paso por el continente que por el
mar. Hay veces que pienso que estas leyendas orientales tienen fines que ni
sus autores conocen. Paso mas de un año en la ciudad traduciendo los textos
que había obtenido, de alguna manera era yo como el, peor mi labor menos
vistosa, yo traducía relaciones de carga, informes de pedidos y de vez en
cuando alguna carta de amor. Me de quedé varios años en este magnifico
puerto hasta que la política del país del que forma parte esta ciudad cambio
radicalmente y hubo que huir. La batalla llego a mi puerta, y sin más
pensarlo me encamine hacia el puerto para pagar con unas piedras preciosas
que había procurando durante mi estancia en África. Sin pensarlo me subí a
la primera embarcación que encontré que me llevo hacia Arabia, ahí donde
mi amor por la caligrafía llego a su máximo nivel, ahí también conocí el amor,
ahí también conocí la muerte.

Llegue al puerto y capital de aquel país de la península arábiga, una isla en el


golfo pérsico. Recuerdo bien mi arribo, oliendo a indigente con los dientes
adoloridos por roer un muñón de cerdo que me fue regalado por un misionero
que visitaba Asia con la esperanza de llevar a la verdadera religión a estos
“infieles amarillos”, soporté por una semana sus interminables predicaciones:
que el salvador, que el mesías, el elegido y no se que tantos adjetivos a un
profeta que había balbuceado de manera poética unas cuantas verdades que
llevan milenios existiendo, posiblemente el infame calor de sus tierras lo
llevaron a la temprana demencia e iluminación al parafrasear en verso estas
verdades.

Cuando atracamos estaba terriblemente cansado y mareado. Los barcos no


son mi medio de transporte favorito, ya que sufro de un estómago muy
susceptible y el constante movimiento induce a mi vientre devolver al punto
de origen todo lo que tenga dentro. Me dirigí sin muchas esperanzas hacia
una casona de adobe que me habían informado se daba asilo a extranjeros.
En el momento que entré a esa casa supe que ahí viviría los próximos años,
con sus paredes color arena, pequeñas puertas y ventanas azules. Tenía un
diminuto patio en el centro de la casa, al cual daban todas las habitaciones.
Una especie de mundo exterior para las mujeres en donde podían seguir con
su vida sin la necesidad de cubrirse. La casa era propiedad de un viejo ciego
cascarrabias que abusaba verbalmente de su hija y de su nieta, el viejo
nunca salía de la casa. Ya tenía más de 20 años sin salir a las calles. Los
vecinos lo conocían como el unicornio por tener una enorme verruga en la
frente, la hostería era administrada por su hija quien mantenía el lugar
impecable, en el patio había una fuente y un naranjo que daba una deliciosa
sombra en las tardes. Era un deleite sentarme ahí a intoxicarme con el dulce
olor que del naranjo desprendía escuchando el zumbido de las abejas que
visitaban el árbol para recoger sus mieles. Quizá sea por esto que la miel
siempre me hace llorar. Se me explicaron las reglas del lugar y a forma de
pago. Entregue la última piedra africana a la señora. Salí al mercado y
compré atuendos apropiados para poder coexistir en esa, la que era ya mi
ciudad. La piedra preciosa pago dos años de alojamiento y comida aun así
pasadas dos semanas mis protuberancias comenzaron a hacer estragos en
mis manos. La necesidad de escribir, de teclear, era tan vital como el
respirar, casi se convertía en un reflejo involuntario. Se me ocurrió solicitar
audiencia con el Rey de aquel país y ofrecerle mis servicios. Mis curriculum
hablaba por si solo y sin más preámbulo el Rey me dio la tarea de transcribir
los todos los textos que se encontraban en su vasta biblioteca a el ordenador.
Una tarea titánica, pero una idea con la que el Rey venia jugando desde
hacia ya varios años. “La digitalización de estos textos es vital para el futuro
y el crecimiento de mi país.” – Esas fueron sus palabras al encargarme el
trabajo, como compensación me ofreció una casa (cerca del palacio) y
suficiente dinero para poder vivir el resto de mis días tranquilamente. Claro,
la compensación económica impórtate sería otorgada una vez completara mi
tarea, mientras, tenía un modesto salario que cubría mis necesidades sin
mayor problema. No pude declinar la casa, esto hubiera implicado un insulto,
pero seguí viviendo en el hostal, ahí estaba mi corazón.
Los textos que esta biblioteca contenía eran exquisitos, la mayoría
relacionados con el Corán, recuerdo en particular un texto de Ibn Muqlah
quien escribía las palabras muy cercanas las unas de las otras usaba el
cálamo como el guerrero blandía su espada, pero con suficiente espacio
entre ellas para distinguirlas. Leyendo y transcribiendo sus textos me di
cuenta que las palabras del profeta eran verdad, la tinta del erudito es mas
santa que la sangre del soldado caído. No me sorprende que esta gente se
haya destacado tanto en este arte, las primeras palabras que dios le dijo al
profeta y están escritas en su más sagrado texto:

Lee, en el nombre de tu Señor, que ha creado,


ha creado al hombre de un coágulo de sangre!
¡Lee! Tu Señor es el Dadivoso,
que ha enseñado el uso del cálamo,
ha enseñado al hombre lo que no sabía.

Con los años me fui familiarizando con la nieta del viejo unicornio. Su madre
que hacía tiempo había perdido la esperanza de casarla hacia caso omiso de
nuestras platicas, todas en el patio del naranjo, todas bajo en ensordecedor
calor de la tarde, todas con la mirada pues no conocía su boca.

Mientras tanto en la biblioteca del Rey, mis tentáculos y yo hacíamos


milagros, día a día. Los textos antiguos eran transformados en caracteres y
en kilobytes. Una vez dí con un antiquísimo libro que contenía parte de la
enigmática y desaparecida obra Aristotélica “La Comedia” un texto que al
parecer se lleva buscando varios siglos. Ahí se encuentra en esa biblioteca,
en una isla en medio del golfo pérsico. No soy arqueólogo ni bibliotecario por
lo que toda información relacionada con mi trabajo se quedaba en su lugar
de origen, como ya he dicho, yo soy la tinta, yo soy el medio, no la razón.
Cuando habían pasado ya dieciocho meses mis trabajos estaban por concluir,
el Rey se encontraba en un éxtasis, todos los días personalmente me visitaba
a revisar los últimos avances, el Imán había alabado mis pólipos como un don
de Allah (alabado sea Él) para hacer su trabajo en la tierra.

El día que terminé bien recuerdo el Rey me dio un cálido abrazo y me otorgó
un cálamo de oro con incrustaciones de rubíes, un regalo otorgado a los más
exquisitos calígrafos del mundo árabe un honor sin duda pero para mi era
una mofa, un reflejo de lo que mas quería hacer y que me venia
imposibilitado por mi extraña condición física, regalo o no de Allah (alabado
sea Él… supongo). Aun conservo la pieza dorada, más por su fina forma que
por lo que es o lo que representa.

Recibí una gran suma de dinero que fue puesta a en la cuenta de banco que
utilizaba para mis trabajos en el exterior y fui invitado a parar el tiempo que
yo quisiera en la ciudad. Sabía que disponía de poco tiempo antes de que los
tubérculos comenzaran a quejarse por sedentarismo. El problema es que el
infame calor de esta área del orbe hace imposible el poder recrearse en las
calles o salir a dar un paseo. Así que este tiempo libre lo dedique a conocer
más a la nieta de mis anfitriones. Hablé con su madre y pedí su mano en
matrimonio, solicitud que bien sabía yo sería negada, pero mejor tener un
“no” como respuesta a vivir con la incógnita. Lo que no sabía es que el viejo
unicornio, amargado, escucho bien mi solicitud y a consecuencia de esta
osadía mía salió por las calles gritando que el manos de pulpo pretendía
casarse con su bellísima nieta. Salí detrás de el, temiendo lo peor, una
lapidación como mínimo pensé, ya sea a mi o a la nieta, le gritaba que
callase mas el viejo ciego vociferaba como un hombre poseído. Los guardias
del Rey, al escuchar al viejo loco gritando le atestaron un porrazo en la
cabeza lo tumbaron al piso arenoso donde murió con el cuerno cortado a dos
pasos de mi. Los guardias me llevaron al Imán quien me cuestionó acerca del
evento, mi relación con el viejo unicornio y su nieta. A todas sus preguntas
respondí honestamente. – “¿la amas? - me pregunto. Yo respondí que si, lo
cual fue un error, lo vi en la mirada del sabio hombre, era difícil discernir su
mirada, sobre todo que tenia unas cejas tan pobladas que apenas se le veían
los ojos, pero aquella vez si note una sobria tristeza.
--“Tendrás que irte de aquí, lo que quieres no es posible, si te quedas,
morirás.”
--“¿Como?” contesté consternado.
--“Así es, ese higo no es para ti.” Sin más palabras el Imán salió y los
guardias me escoltaron al hostal, se pararon enfrente de mi puerta en lo
que recogía mis partencias y me llevaron al aeropuerto donde emprendí el
viaje a casa.

Desde esa vez trate de no salir más al mundo salvo en ocasiones muy
importantes. Por fortuna mi talento atraía a mis clientes.

He de aclarar que no soy una persona que se le de con gracia las labores
domesticas, esto es una manía que se agudizo desde que mis finas
extremidades comenzaron a brotar, de niño me tocaba limpiar la cocina con
amoniaco y pinol, tarea que llevaba a cabo con desden y miedo, miedo a la
cuchara de palo de mi abuela que caía audaz en la nuca si uno no cumplía
con los deberes domésticos que le tocaban. Pero desde aquel Noviembre
evité aun más este tipo de pasatiempos, el solo hecho de pensar en
limpiadores y líquidos, esponjas y fibras hacia que mis venas se saturaran de
miasma y entrara en soporíficas sudoraciones. Si la señora que se encargaba
de la limpieza de mi casa caía enferma, que no era usual, pero si su aflicción
la iba a postrar en cama más de un par de días ella siempre enviaba a un
representante a cumplir con las tareas de limpieza, lavado de ropa, tendido
de cama y todas esas nobles, pero inclementes tareas. Si era un solo día que
su enfermedad o divagación la iba a mantener alejada de mi hogar, bueno,
ella sabía que al día siguiente habría más que limpiar. Una vez se ausento
por más de una semana y no hubo suplente quien llevara a cabo las
indispensables labores. Como deben sospechar mi casa se convirtió en un
tremendo caos, a tal nivel que opte por mudarme. Deje una nota a esta tan
insensata mujer quien fue tan osada en abandonarme en un recinto tan
desordenado. No es civilizado, no es humano.
Fue hace unos meses, creo que a mediados de Octubre, la muchacha que
ahora se encargaba de la limpieza me había abandonado en un súbito e
inesperado capricho. Se casaba con el joven que regaba los jardines de las
casas vecinas. No esperaba tal atropello a los acuerdos pactados, sin
embargo nadie de su familia la pudo suplir ya que todos estaban invitados a
las nupcias. Yo también estaba invitado, pero las bodas me son un tanto
infecciosas, siempre desarrollo una tremenda conjuntivitis asociada a una
terrible cardiopatía al asistir alguno de estos dichosos eventos. Estaba solo y
había resuelto utilizar cada habitación hasta mi máxima tolerancia a la
suciedad antes de moverme a otro cuarto y así sucesivamente. Esta casa me
gustaba mucho y no estaba dispuesto a dejarla así de fácil. Había planeado
esto milimétricamente y de seguir este riguroso itinerario podría estar en
casa hasta el día en que la madre y hermana de la novia regresaran a salvar
la integridad de mi morada.

Iba todo bien hasta el cuarto día. En el pasillo principal, el que lleva a todas
las recamaras hay unas pequeñas ventanas cerca del techo, ahí, el
maquiavélico gato del vecino goza tomar el sol. Yo, ese cuarto día de
acuerdo a lo que se había pactado, a muy temprana hora abrí las
ventanas del pasillo para que circulara el aire y salieran los fétidos
hedores que surgían del interior de la recamara que sería abandonada
ese mismo día, lo que nos colocaba en la fase final del plan “sobrevive sin
limpieza”. Seguí con el desayuno, el apilamiento de la vajilla (siempre me
he rehusado a comer en platos de cartón), cuando sonó el teléfono.
Naturalmente conteste y muy para mi pesar era una llamada del
enemigo. El Sr. Guillermo de Poitiers, gran narrador y poeta, poseedor de
magnifica y cautivante voz, primero entre muchos y gran partidario de la
tradición oral. Entramos en una larga y revitalizante discusión acerca de
las nuevas pantallas táctiles y si se podría usar pluma de cisne para
escribir en ellas (siempre llama para discutir estos temas que sabe que
me son de sumo interés pero me causan gran dolor a la vez). Al terminar
la plática y colocar el receptor del teléfono en su sitio, con mente ausente
entré al pasillo para encontrarme al infame gato del vecino al lado de su
espantosa y maloliente excreción.

Mi primera reacción fue la de abandonar la nave, huir del sitio, pero no, ya
estaba en la última fase de mi plan y no podía dejarlo todo así, ese hecho
sería condenar mi casa a la ignominia de la pestilencia. Hablé al número
de emergencia de las autoridades sanitarias de mi ciudad donde una
señorita que estoy seguro ostenta barba y bigote me informo que mi
asunto con el gato no calificaba en lo más mínimo como emergencia
sanitaria y mucho menos a que una unidad de limpieza de dicha y
honorable institución fuera despachada de inmediato al domicilio del
afectado. Le vociferé mi desacuerdo sin más, me dispuse a lo
inimaginable, limpiar las heces del perpetrador. Tome con cuidado un par
de guantes de latex que había guardado como recuerdo a las infames
visitas a médicos para resolver el problema de mis prolongaciones, sobre
estos coloque guantes rojos de limpieza domestica que compre en la
tlapalería de la esquina, una vez en el pasillo de mi casa tuve que hacer
fuerza y valor mas de una vez para contener los efectos del miasma y el
colapso de mi tronco encefálico. Me dispuse a limpiar con
amoniaco, no encontré pinol, pero decidí que con un solo
producto podía esterilizar el efecto de la defecación perversa.
Terminé mi limpieza una hora y media después, la velocidad fue
lenta debido a las constantes pausas para revitalizar el cuerpo
sin mencionar la constante ingestión de tragos provenientes una
botella de coñac Richard de la casa Hennessy para háceme de mas
valor. Quizá esta última acción fue la causante de mi desgracia, pero al
llevar la cubeta con amoniaco al patio decidí en un arranque de valentía
desechar el interior en la coladera, me salpique en las manos el liquido…

Cuando recobre el conocimiento estaba solo en el patio, era ya la noche,


calado hasta los huesos con el frío crucé el patio hasta la cocina para
encender la luz. Estaba mareado y con un terrible dolor en las manos.
¡Acido! Pensé que el amoniaco en la cubeta habría quemado mis manos,
cuando logré encender la luz descubrí que mis manos lucían un poco
pálidas pero normales. Deduje que la intensa labor doméstica había
afectado mis articulaciones, me dispuse a dormir y tratar de olvidar este
triste y espelúznate episodio.

Al otro día, cuando me preparaba para trabajar en la captura a texto de una


novela de un autor, mediocre pero muy exitoso (todas sus obras son
policiales y predecibles), coloque como siempre el archivo MP3 en el
reproductor y extendí mis manos al teclado para comenzar las entradas
de letras cuando me di cuenta que mis tentáculos no estaban, mis
queridos y odiados tubérculos habían desaparecido. Escribí con mis dos
manos solas y lentas, incapaces de llevar la velocidad medular había
desaparecido era yo una persona normal, sin manos de medusa, sin
raíces que de letras se alimentaran.

He estado estos meses pensativo y solo sin mis apéndices, y este es el fin de
mi breve relato, antes, solo quiero contarles el final de esa terrible
mañana y no diré más:

Después de soltarme al llanto lamentando mi suerte, me di cuenta al levantar


la vista que estaba siendo observado por un ente cuyo cuerpo no podía
discernir ya que a su alrededor había un tenue resplandor plateado. Sin
mayores introducciones sonrió:
“Hasta que por fin me dejo ver”. Dijo
Obvio yo mudo y deslumbrado por el plateado no conteste.
“Vaya, pensé que serías un poco mas cortés, pero soy yo, la
extremidad absoluta, la letrada razón de tus días y de tu profesión”.
Seguía mudo, pero con esfuerzo logre balbucear: “¡Que eres?”
“Una escolopendra de luna” – contestó
-“¿Que?”
-“Hombre tengo poco tiempo de vida un poco que explicarte así que
calla y escucha: Hace miles de años nació la primera de mi especie, lo
que hacemos es buscar portadores aceptables, y crecemos de sus
manos para saciar nuestra hambre. Hambre, si aunque pongas esa
cara de mono aturdido, H A M B R E, ves, nos alimentamos de las
manualidades, pero solo de una, y esta se escoge el primer día en que
nos introducimos al cuerpo de nuestro anfitrión. En tu caso, lo primero
que hicimos fue escribir un correo para un tal Jeremias Silvanovick a
reclamar sobre un abono del que saltó una araña y te pico.”
-“Tu fuiste la araña… vi un leve resplandor plateado, mas tenue que el
que llevas ahora.” – dije seguro de mi mismo
-“Correcto, fui yo, pero no soy araña, soy una escolopendra lunar y
ahora es el momento que regrese a dar vueltas a este glorioso planeta
hasta que muera. Al morir de mi surgirá un huevo que flotara durante
unos cincuenta años a través del frío espacio hasta algún lugar de este
planeta, donde buscara un descendiente de primates como tu y se el
introducirá.
-“¿Pero porque ahora sales? ¿Por qué ahora me abandonas?”
-“Bueno eso fue tu culpa o tu descuido, me haz matado.”
Me quede atónito, ¿yo? Como era posible, nunca, tal vez al principio cuando
aun no encontraba nuestra vocación, pero nunca a ahora…
-“Es simple, el amoniaco nos mata a las escolopendras lunares, nos es
letal, no importa lo minima de la cantidad, el salpicón que cayo fue
suficiente. Por un momento pensé moriríamos en el instante y sería así
el fin de la especie pero no, por fortuna diluiste en demasía el
amoniaco en el agua, el piso debe seguir apestando a cagada de gato.
En lo que a mi concierne tengo solo que esperar la brisa del medio día
para hacerme transparente y volar hacia mi gélido y amarillento, fue
un placer compartir estos años contigo, y descuida, si digo fue tu culpa
es solo porque me gusta el calor de este planeta, pero no había
manera de que supieras que limpiar me podía matar.
-“No sabia que existías siquiera”
-“Sabias que mis pies no eran tuyos, pero te concedo que ignorabas
que era, o si era.”-
- “La luna es plateada”- dije, como en un intento de mantenerme
- “No, tiene un color amarillento, como al de la arena mojada, se ve
pálida y platinada por lo oscuro de su alrededor.
- “Tu brillo es plateado”- dije. Estaba a punto de romperme.
- “Es por la misma razón”. – contestó. En eso sonaron las doce desde la
iglesia de la placita a unas cuadras. La escolopendra empezó por hacerse
cada vez más vaporosa, mas anodina, hasta que para siempre desapareció.

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