La genética
de la domesticación
de los cereales*
Jean Pernés**
Publicaciones del
Serie: Fitodomesticación
Número: 3
Chapingo, México
(Octava reimpresión)
2001
*
Tomado con autorización escrita de: Mundo Científico (versión en español de La Recherche), No. 29. Volumen 3. págs.
964-974. 1983. Editorial Fontalba, Valencia, España.
**
Profesor de Genética en la Universidad de París, Francia XI y director del laboratorio de Genética y Fisiología del Desarrollo
Vegetal, también es miembro consultor de diversas instituciones internacionales para la organización de bancos de genes en
medios tropicales.
Cuevas S., J. A. et al Etnobotánica: notas para el curso
Jean Pernés
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Cuevas S., J. A. et al Etnobotánica: notas para el curso
Veremos igualmente que el descubrimiento de la relativa simplicidad Mientras que el mijo silvestre tiene
genética de la domesticación tiene una consecuencia importante: implica tiene aspecto de acerico y está
que una planta ha podido ser domesticada varias veces en lugares distintos. constituido por numerosos tallitos
portadores de centenares de espigas, el
Igualmente veremos que ello da solución a viejas polémicas, como la del mijo cultivado posee tallos gruesos,
origen común, o no del arroz africano y asiático. poco numerosos y portadores como
máximo de una decena de espigas.
También las espigas son muy distintas
entre sí: las de la planta silvestre son
EL SÍNDROME DE DOMESTICACIÓN largas, estrechas y muy «plumosas»,
son las sedas que rodean los granos los
que le dan este aspecto «plumoso»
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ya que las sustancias de reserva son —en una proporción relativamente elevada— proteínas, es decir,
sustancias no fácilmente movilizables...
Por el contrario, el cultivador tiene necesidad de que los granos que arroja al campo previamente
labrado y preparado germinen rápida y conjuntamente; de esta forma podrán adelantarse a las malas
hierba, y el campo quedará cubierto uniformemente de cereales, lo que facilitará —naturalmente— la
próxima recogida. De ahí que los granos de los cereales cultivados deben presentar pocos mecanismos
retardatarios de la germinación y que sus envolturas hayan de ser débiles, mientras que las reservas
deberán contener una proporción considerable de glúcidos. Reparemos en que los imperativos de la
preparación culinaria van en el mismo sentido de disminuir el grosor de las envolturas del grano y de la
eliminación de las sedas.
En definitiva, las plantas domésticas se distinguen, pues de las plantas silvestres de las que derivan por
caracteres biológicos útiles al agricultor en el momento de la recolección, la siembra o la preparación
culinaria. Señalemos, en fin, que las plantas domésticas y las plantas silvestres no difieren en absoluto
—contrariamente a lo que podría pensarse— a nivel del rendimiento productivo de su metabolismo.
LA GENÉTICA DE LOS CARACTERES ÚTILES AL AGRICULTOR
Por nuestra parte, hemos podido realizar un análisis genético de la descendencia de estos
híbridos. En primer lugar, se constata que entre las plantas a que dan lugar algunas son
absolutamente indistinguibles de la silvestre. Dicho de otra forma, los caracteres de los
progenitores reaparecen íntegramente en la descendencia de los híbridos. Esto significa que las
leyes de Mendel son aplicables al conjunto del síndrome de domesticación. Si se toman
individualmente cada uno de los caracteres del síndrome de domesticación en el mijo es posible
apreciar que, en el plano genético, se presentan como una alternativa a un carácter de la planta
silvestre. Por ejemplo, el largo pedúnculo (que une firmemente al grano con la espiga) presente en
el mijo domesticado es sustituido por un pedúnculo ultracorto (que hace al grano fácilmente
separable de la espiga) en el mijo silvestre. El análisis genético muestra que el carácter largo o
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corto del pedúnculo son las dos versiones posibles de un mismo gen, y lo mismo sucede para con
otros caracteres de síndrome de domesticación: un solo gen con dos versiones distintas determina
si los granos van provistos de envolturas o no; si las sedas son numerosas o no; si el grano cae o
no cuando está maduro; por lo que respecta a la longitud de las sedas, las cosas son algo más
complicadas: dos genes intervienen de forma simultánea. En definitiva, se observa que el
síndrome de domesticación consiste, por lo que hace al mijo, en la elección de una de las
versiones de cada uno de los genes que controlan cada carácter. Finalmente, el conjunto del
síndrome de domesticación en el mijo parece comportarse como una versión de una única unidad
genética global constituida por el conjunto de los caracteres considerados.
Es lo que ha revelado nuestro equipo mediante análisis genéticos más precisos (C. Rey-Herme,
1982; O Niangado, 1982). Los distintos genes que determinan los diversos caracteres (longitud
del pedúnculo, caducidad de la espiguilla a la madurez, envolturas del grano, densidad de las
sedas, etc.) son portados por el mismo cromosoma. La versión de cada uno de estos genes útil
para el agricultor puede, por tanto, ser transmitida a cada generación de forma solidaria con las
versiones útiles de cada uno de los demás genes que configuran el síndrome de domesticación.
Esto es lo que explica que a pesar de la multiplicidad de genes implicados en el síndrome de
domesticación, el mijo cultivado conserve de una generación a la siguiente, y con la purga
vigilante del campesino, el conjunto de los caracteres útiles al agricultor. Dicho de otra manera, la
forma cultivada del mijo disfruta de estabilidad genética, razón de que entre la descendencia de
los híbridos entre mijo silvestre y mijo cultivado algunas plantas vuelvan «en bloque» de forma
solidaria. En este caso, el bloque está mucho más íntimamente ligado en el mijo.
La morfología y/o la fisiología de cada uno de los anexos del grano de mijo son determinados por un gen, con
dos versiones posibles. El gen LPI controla la longitud del pedúnculo (órgano que inserta la espiguilla en el eje
principal de la espiga). El gen CAD controla el mecanismo que permite la ruptura del pedúnculo, lo que
conlleva la caída del grano. El gen ENV determina la forma de las envolturas o cubiertas del grano. Los genes
LS y DS determinan, respectivamente, la longitud y la densidad de las sedas. La morfología de la espiga del
mijo silvestre está determinada por la presencia de uno u otro miembros del par de genes para cada carácter
(carácter «corto» para el pedúnculo, carácter «numeroso» para las sedas, etc.). Los análisis genéticos
muestran que los cinco genes (LPI, ENV, CAD, LS y DS) están situados en el mismo cromosoma, a escasa
distancia unos de los otros, distancia que se expresa en la unidad de medida genética, el centimorgan. Aquí
los cinco genes del síndrome de domesticación son transmitidos «en bloque» a cada generación, lo que
asegura la estabilidad genética de la planta cultivada.
Por último, el análisis genético muestra también que las plantas silvestres y las cultivadas no
difieren prácticamente sino en los genes relativos al síndrome de domesticación. Los demás son,
en su inmensa mayoría, idénticos. Esto quiere decir, a fin de cuentas, que han sido unos pocos
genes —alrededor de una decena— los que han sido objeto de una elección determinada durante
el proceso de domesticación.
¿Podemos actualmente, atendiendo a estos datos genéticos, comprender cómo pudo realizarse,
técnicamente hablando, el proceso de domesticación de, por ejemplo, el mijo? Hoy se
admite de forma general que la agricultura comenzó por la recogida periódica de espigas de
algunas plantas silvestres. En nuestros días podemos contemplar todavía como se practican
ciertas fases de protoagricultura con respecto a algunos cereales. Así, en las proximidades del
lago Chad, los habitantes del lugar recogen de forma cotidiana las espigas de las poblaciones
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silvestres de arroz: se puede verificar fácilmente que sólo caen en el interior de los cestos los
granos que han alcanzado la madurez y que son capaces de desprenderse. Además, es posible
constatar también que los recolectores han puesto a punto ciertos métodos con el fin de limitar la
frecuencia de su paso y de aumentar, no obstante, el número de granos recogidos cada vez. Estos
métodos consisten, por ejemplo, en ligar las espigas de tal forma que los granos queden trabados
por sus barbas, impidiéndose así que caigan al suelo...
Es evidente, pues, que los recolectores, por el mero hecho de su actividad recolectora, están
prestos a aprovechar cualquier ocasión que se les ofrezca para atender el objetivo que es un
máximo de granos con el mínimo de trabajo. Como acabamos de ver los caracteres como la
longitud del pedúnculo, etc. que retardan la caída de los granos preexisten naturalmente en las
poblaciones silvestres. Es evidente, a la luz del anterior ejemplo del arroz silvestre recolectado en
el Chad, que los recolectores del Neolítico debían recoger especialmente aquellas espigas con un
máximo de granos maduros y que permanecían un mayor tiempo juntos sobre la espiga... Les
quedaba aún por hacer un descubrimiento simple pero capital: que los granos sembrados dan
lugar a nuevas plantas.
A partir del momento en que los protoagricultores se pusieron a sembrar los granos que habían
recogido y cesaron de limitarse a recoger simplemente las espigas de las plantas silvestres, la
selección artificial de los caracteres deseables es prácticamente una consecuencia necesaria.
Efectivamente, recolectando de forma preferente los granos que alcanzan la madurez de forma
conjunta y que permanecen más tiempo en la espiga estaban realizando una selección de los
granos portadores de genes pertenecientes al síndrome de domesticación; y sembrando los granos
que habían recogido de esta forma favorecían en gran manera la multiplicación de aquellas
plantas que presentaban las particulares versiones genéticas del mismo.
Dicho de otro modo, las características hereditarias del síndrome de domesticación son
suficientemente poco numerosas y simples para que personas preocupadas de forma permanente
por la recolección hayan podido realizar, incluso sin un «saber biológico» demasiado grande, la
selección de las plantas cultivadas. Es muy probable que la mayoría de las características del
síndrome de domesticación hayan sido seleccionadas progresivamente «en torno» a la propiedad
inicial más importante, la pérdida de caducidad de los granos.
ELIMINAR LOS HÍBRIDOS...
S in embargo, se plantea un problema: en las zonas geográficas donde fueron domesticados los
cereales, las plantas cultivadas coexisten con las plantas silvestres. Los campos de plantas
cultivadas podían estar rodeados aún, de forma dispersa, por las formas silvestres del cereal. Así,
en cada generación aparecerían plantas híbridas, que amenazarían con hacer desaparecer el tipo
genético cultivado, malogrando el trabajo del agricultor. ¿Cómo llegaron a dominar este problema
los primeros campesinos?
También aquí aprovecharon ciertas características genéticas simples de los cereales.
Efectivamente, para diversos cereales, como el sorgo, el trigo, el panizo, la cebada y el arroz, las
formas silvestres se reproducen también preferentemente por autofecundación; es decir, que cada
planta es fecundada por su propio polen. Las formas cultivadas de sorgo, trigo, panizo, cebada y
arroz se reproducen también preferentemente por autofecundación. En estas condiciones se
comprende fácilmente que ¡haya poca posibilidad de que las formas silvestres y las formas
cultivadas se hibriden donde coexisten! Para otros cereales, sin embargo, como el mijo y el maíz,
el modo de reproducción es fundamentalmente cruzado: el polen de una planta fecunda los óvulos
de plantas distintas. En este caso es el agrupamiento de los genes del síndrome de domesticación
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sobre un mismo cromosoma el que evitará que la forma cultivada desaparezca rápidamente. En
efecto, supongamos que el síndrome de domesticación estuviese constituido por diez genes
independientes, es decir, situados sobre diez cromosomas distintos. Supongamos también que las
plantas cultivadas hayan sido fecundadas por el polen de plantas silvestres: el producto resultante
son los híbridos. Estos híbridos tendrán descendientes, y únicamente en uno entre un millón el
azar hará que los diez genes del síndrome de domesticación estén reunidos. Por tanto, la
restitución del tipo cultivado a partir de los híbridos tiene muy poca posibilidad de producirse.
Incluso en el caso de que las poblaciones silvestres no produzcan un número muy grande de
cruzamientos con las formas cultivadas, el tipo cultivado corre peligro de desaparecer con
bastante rapidez.
Por el contrario, si los diez genes del síndrome de domesticación están situados en bloque
sobre el mismo cromosoma, en la práctica se transmitirán casi como si constituyeran un solo gen.
La probabilidad de ver resurgir el tipo cultivado entre la descendencia de los híbridos de formas
silvestres y formas cultivadas es elevada (un 25% de los descendientes de cruzamientos entre
tales híbridos son de tipo cultivado, en el caso de que efectivamente no hubiera más que el
equivalente de un solo gen, y un 50% de los descendientes de cruzamientos entre tipo cultivado e
híbridos son de tipo cultivado); en estas condiciones, en las que el sistema genético tiende a
conservar el tipo cultivado, el hombre puede con poco esfuerzo completar la obra de la
naturaleza. En aquellas regiones en las que los campos de mijo cultivado pueden estar
«contaminados» por el polen del mijo silvestre, cabe al campesino, sin verse desbordado,
perseguir los híbridos de su campo para destruirlos en el momento de su floración, antes de que
puedan fructificar. El hombre, vigilante, preserva la estabilidad genética de sus plantas cultivadas,
como es el caso del mijo y el maíz, estabilidad ya promovida por el particular sistema genético de
estas especies: la cohesión en bloque de los genes del síndrome de domesticación.
Esta vigilancia, que fue precisa para los primeros agricultores que intentaron la domesticación
del mijo lo es todavía hoy. Efectivamente, en África por ejemplo, el mijo cultivado sigue estando
en situación de contacto con las poblaciones de mijo silvestre. Los cultivadores africanos
tradicionales saben salvaguardar su mijo mediante la destrucción vigilante de los híbridos desde
el primer momento, si ello es posible, de la germinación de la plántula. Por el contrario, los
ingenieros agrónomos de un centro de investigación en la India que se proponían en 1980
«conservar las reservas genéticas» del mijo tuvieron la mala fortuna de ver cómo se degradaban
las variedades de mijo: ¡se habían «olvidado» de destruir los híbridos que se habían deslizado
entre sus cepas!
En definitiva, parece que la domesticación de cereales ha sido posible únicamente por el hecho
de tratarse de plantas que presentaban particularidades genéticas como el reagrupamiento de los
genes favorables en un mismo cromosoma o particularidades reproductivas como la
autofecundación. No es imposible que en el pasado hayan tenido lugar otras tentativas de
domesticación de cereales distintos a los conocidos actualmente. Estas tentativas habrían
fracasado, simplemente, porque tales plantas no presentaban dispositivos genéticos o
reproductivos favorecedores del tipo cultivado. Éste ha podido ser, quizá, el caso de la gramínea
Cenchrus que crece actualmente en el Sahel. Descubrimientos arqueológicos han puesto de
manifiesto que este cereal fue objeto de recogida con fines alimentarios hace miles de años. Sin
embargo, esta planta jamás ha sido cultivada. Sin duda su genética no se presta para ello.
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P ara acabar y por lo que respecta a la destrucción de los híbridos, hay que decir que la acción
de los campesino posibilita jamás su destrucción total. En las áreas donde se originaron los
cereales queda siempre, en los campos de cultivo, una pequeña proporción de híbridos. Esta
pequeña parte no es perjudicial, al contrario; representa una especie de «caballo de Troya»
mediante el cual las cualidades genéticas nuevas, provenientes de las poblaciones silvestres
pueden propagarse en las poblaciones cultivadas. Esto puede resultar muy útil para el agricultor:
si una enfermedad se extiende entre sus cultivos, tendrá necesidad de nuevas variedades dotadas
de genes resistentes a esta enfermedad. Estos genes tienen gran probabilidad de existir en las
poblaciones silvestres.
Desde el Neolítico hasta nuestros días los campesinos han sabido sacar provecho de tales
híbridos espontáneos entre las poblaciones silvestre y cultivada para poner a punto nuevas
variedades de sus plantas cultivadas resistentes a enfermedades nuevas o dotadas de otros
caracteres nuevos juzgados deseables.
Aún hoy, los campesinos de distintas regiones de origen de los cereales saben que no hay que
destruir todos los híbridos de las poblaciones silvestre y cultivada. Es el caso de los cultivadores
del mijo de la región del Sahel (del Chad a Senegal), de arroz en el delta del Niger, de panizo en
el Chang-Si, en China, de trigo en Irán, Afganistán o Palestina...
La mejora moderna de las plantas, por medio de elaboradas técnicas genéticas es tributaria de
la diversidad génica mantenida sin cesar en el seno de las poblaciones naturales (La Recherche, nº
38, página 867, octubre de 1973). Inversamente, ello demuestra cuán necesario es mantener la
diversidad génica presente en estas poblaciones y que el agricultor tradicional cuida
intuitivamente cuando vela por su campo y elige sus semillas. Si queremos evitar catástrofes
agronómicas en el futuro es preciso preservar amorosamente tanto las poblaciones de las formas
silvestres como las de las variedades tradicionales (La Recherche, nº 84, página 1067, diciembre
de 1977).
DOMESTICACIONES REITERADAS
D e este modo, a pesar de las grandes diferencias morfológicas entre las plantas cultivadas y
las silvestres, la domesticación ha sido obtenida por medio de prácticas agronómicas
simples. Biológicamente nada se opone, pues, a que a partir de poblaciones silvestres de una
especie determinada la humanidad haya realizado en forma independiente, en lugares y épocas
diversas, la domesticación de un mismo cereal en varias ocasiones. Así, mientras que el biólogo
ruso Vavilov,3 en el periodo de entreguerras, había reconocido los centros geográficos de origen
de un cierto número de cereales, el biólogo J. R. Harlan introducía en los años sesenta el concepto
de «no-centro» para el origen geográfico de algunos otros (La Recherche, nº 29, página 1035,
diciembre de 1972); se trata de áreas muy extensas en las cuales la domesticación de ciertas
plantas ha podido hacerse sin que de ello resultara una difusión a partir de un lugar de origen
geográficamente restringido. Dicho de otro modo, en el seno de tales vastos «no-centros»
geográficos, la domesticación de un determinado cereal ha podido hacerse de forma
independiente en varios lugares, mientras que Vavilov imaginaba un origen único y forzosamente
restringido a partir del cual la difusión se hacía por migración de las plantas y de las sociedades.
Por ejemplo, toda la zona del Sahel al sur del Sahara sería un vasto «no-centro» para la
domesticación de los mijos y de los sorgos.
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Un cereal que ha sido muy probablemente domesticado en forma reiterada e independiente es,
sin lugar a dudas, el arroz. Se conocen tres grandes tipos de arroz. Uno es africano y es
denominado por los botánicos Oryza glaberrima; los otros dos son asiáticos: uno de ellos se
denomina Oryza sativa tipo japonica y se cultiva en China desde el Centro hasta el Norte; en
Corea y Japón; el otro se denomina Oryza sativa tipo indica y se cultiva en la India y en el
Sureste asiático. Según una hipótesis formulada en 1968 por el investigador indio Nayar4 habría
existido únicamente una domesticación del arroz la cual había tenido lugar en la India hará unos
10000 años, y concretamente en la provincia de Jeypore; de forma casi inmediata el arroz
cultivado se habría diversificado, en Asia, en dos tipos, y habría sido introducido después,
mediante migraciones humanas en África, hace unos 3000 años; allá habría dado lugar al tipo
cultivado Oryza glaberrima. Según una segunda hipótesis, la del japonés Oka5 y la del chino
Chang6 habrían tenido lugar dos domesticaciones independientes en el caso del arroz: una en Asia
y otra en África; el arroz asiático cultivado se habría diferenciado en seguida en dos grandes tipos
de variedades, índica y japonica.
Estudios muy recientes de G. Second7 y de A. Ghesquière8 en el ORSTOM muestran que
probablemente la verdad reside en una tercera hipótesis, la de que hayan tenido lugar tres
domesticaciones independientes: una en África para Oryza glaberrima, otra en China para Oryza
sativa japonica y finalmente una en la India para Oryza sativa indica. Efectivamente, estudiando
en arroces de las diversas partes del mundo diversos caracteres enzimáticos (reflejo de las
características del genomio) salta a la vista que se distribuyen en aproximadamente tres grupos
distintos y equidistantes. El método utilizado es un análisis estadístico que permite representar
simultáneamente un gran número de variedades observadas para numerosos caracteres (análisis
llamado factorial de correspondencias). Esta repartición en tres grupos bastante bien delimitados
para características que probablemente no presentan ningún tipo de relación directa ni con
adaptaciones locales ni con el proceso de domesticación es un buen argumento para considerar
que domesticaciones independientes han creado formas cultivadas a partir de tres formas
silvestres primitivas, de aspecto muy próximo, pero ya claramente diferenciadas unas de otras
previamente a la domesticación. Sosteniendo la hipótesis de una única domesticación seguida de
diversificación ulterior este tipo de análisis proporciona «nubes» de puntos mucho más difusas
que no presentan tales «condensaciones».
En conclusión, los análisis genéticos permiten situar en sus justas proporciones la importancia
de la diferenciación genética debida a la domesticación. A pesar de su espectacularidad ésta no
implica más que un número muy reducido de estructuras genéticas; en consecuencia, este proceso
no tiene por qué ser ni muy lento ni muy excepcional; a partir del momento de la existencia de
situaciones sociales propicias a fijar la atención en los caracteres cuya conservación y
acumulación conducen al aspecto o a las propiedades llamadas «síndrome de domesticación» es
probable, en este momento, que diversas domesticaciones hayan tenido lugar para con un mismo
cereal e incluso antes de que las sociedades hayan adquirido la agricultura como sistema general
de aprovisionamiento. En la época del origen de la agricultura los cereales así predomesticados
habrían sido ya muy distribuidos y cultivados; y de esta forma, las variedades habrían podido ser
modeladas para adaptarse a medios distintos merced, y de modo muy particular, al flujo de genes
procedente de las formas silvestres, sin perder en ningún caso su estructura de plantas cultivadas.
Esta última situación de equilibrio entre intercambios genéticos espontáneos y selección por parte
del campesino permanece todavía muy viva y organizada en muchas zonas de agricultura
tradicional.
Las consecuencias prácticas de los análisis genéticos son importantes: permiten vislumbrar
estrategias de explotación de las formas silvestres para crear variedades a base de utilizar de
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forma más amplia los potenciales adaptativos de las poblaciones silvestres. La organización de
los recursos genéticos puede dinamizarse simulando las prácticas de los campesinos de los
centros geográficos de origen, y con miras a producir poblaciones variantes que integren de modo
regular los polimorfismos adaptativos de las poblaciones silvestres. Tales poblaciones han sufrido
desde los tiempos geológicos una confrontación con una diversidad de adversidades biológicas y
físicas y han acumulado una «memoria genética adaptativa» considerable.
La selección llevada a cabo por los campesinos de los centros de origen se ha efectuado, y hay
que destacarlo, sin un empobrecimiento inútil de la variabilidad genética, gracias a tales flujos
génicos desde los inmensos reservorios naturales silvestres. Y sin embargo, estos reservorios
están por desgracia amenazados de desaparición debido a las profundas transformaciones
impuestas por la agronomía moderna.
Esta protección, de las formas silvestres y su conexión con las formas cultivadas, debe
decidirse de manera urgente: supone una organización política compleja, ya que para plantas
como el trigo, la cebada y el maíz los grandes países productores (Estados Unidos, Canadá,
Francia) no son los de origen y en ellos no hay poblaciones silvestres. En el caso del arroz, los
grandes productores (China y Japón) ¡han hecho desaparecer de su suelo prácticamente todas las
poblaciones de arroz silvestre! la supervivencia de los cereales en los grandes países productores
depende actualmente del buen acierto de conservar los recursos genéticos de las formas
tradicionales y silvestres en otros países donde la Agronomía no está todavía demasiado
modernizada, en el sentido de abuso de las tecnologías destructoras de la diversidad.
Cabe añadir, por último, que la simplicidad de la transmisión hereditaria del síndrome de
domesticación abre otro campo experimental para la comprensión de la organización genética de
las plantas: nos referimos al aspecto —todavía baldío o casi— de la genética del desarrollo. ¿No
habrá en la coherencia funcional y en la cohesión hereditaria del síndrome de domesticación un
campo inmejorable para revelar relaciones bien integradas entre estructuras y regulación de ADN
en los vegetales superiores?
1
J. M. S. de Wet, J. R. Harlan, Genetics 78, 493, 1974; W. C. Galina, Ann. Rev. Genet. 5, 447, 1971; G. W.
Beadle, Field. Mus. Nat. Hist. Bull., 43, 2, 1972.
2
J. Pernès, E. Nguyen, Van M. Beninga, J. Belliard, Ann. Amélior. Plantes, 30, 253, 1980; M. Sandmeier, M.
Beninga, J. Pernès, Agronomie 1, 487, 1981; C. Rey-Herme, tesis doctoral, Orsay, 1981; O. Niangado, tesis doctoral,
Orsay, 1981.
3
N.I. Vavilov, Bull. of applied botany and plant breeding, 16, 1, 1926.
4
N. M. Nayar, Advances in genetics, 17, 153, 1973.
5
K. O. Oka, Réunion sur les espèces africaines de riz, IRAT-ORSTOM, 1977.
6
T. T. Chang, Réunion sur les espèces africaines de riz, IRAT-ORSTOM, 1977.
7
G. Second, Jap. J. genetics, 57, 25, 1982.
8
A. Ghesquière, L. G. Bezançon, comunicación personal.