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¿QUIÉN ERES TÚ ANTE DIOS?

Por Edgar Miguel Molina

Después de aceptar a Jesucristo como único y suficiente salvador, confesar con la boca lo que
creemos con el corazón y entender el plan de Dios para la humanidad, existen cuatro condiciones
respecto a nuestra relación con Dios. No es que alguna sea mala o lleve a condenación, así como
tampoco significa que alguna sea la única condición excluyente de las otras, lo que sí podemos ver
es que cada posición nos brinda un lugar privilegiado ante Dios. Por eso veremos, brevemente, cada
una de ellas, hablando de sus beneficios y limitaciones. Estas cuatro condiciones son: pueblo, siervo,
amigo y, finalmente, hijo.

PUEBLO

Desde el primer momento en que aceptamos que el sacrificio de Jesucristo en la cruz fue suficiente
para nuestra redención, y le recibimos como Señor y salvador de nuestras almas, el Espíritu santo
de Dios viene a morar en nosotros y automáticamente pasamos a ser pueblo de Dios. “Y vosotros
sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: «Habitaré y andaré entre ellos; yo seré su Dios y
ellos serán mi pueblo». 2 Corintios 6:14” También dice en Romanos 9:25: “A estos también ha
llamado, es decir, a nosotros, no solo de los judíos, sino también de los gentiles. Como también en
Oseas dice: «Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a la no amada, amada.” Esto lo
confirma el apóstol Pedro en 1 Pedro 2:9 “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación
santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las
tinieblas a su luz admirable. Vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de
Dios; en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, ahora habéis alcanzado misericordia”.

El término pueblo no se refiere solamente a la gente que habita la ciudad, sino que se refiere a los
escogidos de Dios, a quienes conocen la palabra de Dios: “Entonces el Señor dijo a Pablo en visión
de noche: «No temas, sino habla y no calles, porque yo estoy contigo y nadie pondrá sobre ti la
mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad». Y se detuvo allí un año
y seis meses, enseñándoles la palabra de Dios. (Hechos 18: 9-11)”

Para entender mejor la figura vamos a tomar el ejemplo de un reino cualquiera, en donde gobierna
una monarquía. Para que exista este reinado y el rey pueda gobernar, se necesita que exista un
pueblo. Este pueblo conoce los decretos del rey, obedece al rey, le respeta como soberano y hasta
le paga tributos. Sabe que el rey es poderoso, que tiene un ejército y por eso le teme. Cuando
necesita hablar con el rey para tratar algún asunto, debe pedir una audiencia, para lo cual debe
primero hablar con algún “mediador”, quien decide si el asunto es importante y le da la cita.

Al vivir bajo el reinado de un monarca justo, poderoso y benigno, el pueblo se ve beneficiado, tanto
por la paz y seguridad que el soberano les ofrece con su ejército, así como por la paz y los privilegios
de los que otros reinos que no tienen un monarca justo carecen. Muchos creyentes hoy se ven
beneficiados de la misma manera en el reino de Dios, disfrutando de los milagros, sanidades, y hasta
prosperidad, a cambio de pagar sus diezmos (tributos o impuestos), hacer pactos con el pastor para
ser prosperados o recibir un milagro (“pedir audiencia”, aunque el pastor les asegure que el pacto no
es con él sino con Dios).

SIERVO

¿Qué es un siervo? Baste aclarar que un siervo es, literalmente, un esclavo, un criado, un sirviente
de un determinado amo que es su dueño y señor, sin derecho alguno más allá de obedecer
ciegamente y sin saber motivos ni objetivos de lo que ese amo le ordene. No obstante, hoy día se
puede comparar con un obrero o trabajador asalariado, que aunque no es literalmente un esclavo, y
recibe buen trato, beneficios y privilegios tales como ascensos, primas y bonificaciones ocasionales,
tiene que someterse a su empleador, so pena de perder el empleo, o ser sancionado por parte del
empleador.

El siervo sólo busca agradar a su empleador, aún a pesar de lo que los otros empleados puedan
pensar o sentir, si hace algo, lo que lo motiva es su salario y el acatar las órdenes del patrono,
veamos este ejemplo con Pablo en Gálatas 1:10 “Pues, ¿Busco ahora el favor de los hombres, o el
de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería
siervo de Cristo”.

Note que a Pablo realmente no le importa la salvación de las almas tanto por amor a los hombres,
sino por “amor” a Dios, o mejor, por el “favor de Dios.” Así como el obrero no busca el amor de su
patrono ni el amor de sus compañeros laborales, sino el favor de su patrono, ya sea el salario u otro
beneficio, Pablo busca el favor de Dios, y muchos creyentes hoy día siguen su ejemplo.

Continuando con nuestro ejemplo del reino, el siervo hace parte del pueblo, pero ahora es llamado a
“ministrar” (que significa servir, literalmente) en la misma casa o palacio del rey. ¡Éste sí que es un
privilegio! El mismo rey envía a buscar gente del pueblo, que reúna ciertos requisitos y los invita a
trabajar para él, directamente contratados por él. Ahora serán exentos de impuestos, verán al rey sin
pedir audiencia, no necesitarán mediadores para hablar cinco minuticos con el soberano, gozarán de
su calefacción, aire acondicionado, comida exquisita, protección total de su ejército, etc.

De la misma manera, muchos gozan hoy de algunos de los beneficios del reino de los cielos, y se
autodenominan a sí mismos Siervos de Dios, y llaman consiervos a sus semejantes. Estos son por lo
general, diáconos, pastores y líderes, que trabajan por un salario (los diezmos, o el favor de Dios, o
hasta por la misma salvación, inconscientemente)

AMIGO

De entre el pueblo, o aún de entre los siervos, el rey escoge a veces a algunas personas para que
sean sus amigos. Estas personas gozan mayores privilegios que la gente del pueblo, porque pueden
conversar de temas varios con el rey, incluso conversan con él sólo por diversión y no por negocios o
peticiones, como lo hace la gente del pueblo. Los amigos son invitados especiales del rey cuando
hay celebraciones especiales, y el rey les confía secretos que el pueblo ni los siervos saben.

En este sentido, la gente del pueblo parece lejana, y aunque los siervos están permanentemente
más cerca del rey, no tienen la misma confianza que tiene el amigo del rey. La diferencia entre el
siervo y el amigo es que el siervo vive permanentemente en la casa del rey, es decir, en su
presencia, mientras que el amigo acude a él en cualquier momento, ya sea por necesidad o por
simple diversión. El siervo, a pesar de ser hombre de confianza del rey, no conoce secretos que el
rey cuenta únicamente a sus amigos, veamos el ejemplo bíblico, dicho por Jesús a sus discípulos:
“(Juan 15:15) Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he
llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi padre, os las he dado a conocer”.

Esto nos lleva, inexorablemente, a indagar más sobre la terminología de Amigo. Porque pese a que
algunas de sus acepciones clásicas son las de “compañero”, “conocido” o “hermano”, esta palabra
en el devenir de los tiempos, se ha poetizado, subliminado y hasta envaguecido. Amigo, hoy día, se
le llama tanto al adversario político, al que si se le puede eliminar se le elimina, como al amante que
no tiene ganas de comprometerse demasiado con una relación sentimental más seria. Es notorio que
según el concepto de Jesús, amigo tiene que ser otra cosa muy diferente a las mencionadas.
Según Jesús, amigo es mucho más: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo
os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros
sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”. (Juan 15:12) Aquí hay dos condiciones
importantes: primero, estar dispuesto a poner la vida por el amigo, y segundo, para ser amigo de
Jesús, es necesario obedecerle en todo lo que él mande. Otra definición de amigo está en
Proverbios 17: 17: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia”.

Es indudable, y a nadie se le puede escapar, aunque de pronto lo parezca, que la verdadera amistad
se demuestra mejor, no tanto en los buenos tiempos, cuando todo anda a las mil maravillas, sino en
los momentos de crisis y dificultades.

En este sentido, los amigos de Dios, casi siempre le buscan en tiempo de angustia o necesidad. Su
fe les induce a creer que su mejor amigo, todopoderoso, les puede sacar de cualquier apuro. Tanto
el pueblo, como el siervo y el amigo, casi siempre buscan el favor de Dios, que se deriva del amor
que Dios tiene por su pueblo, sus amigos y sus siervos, más que buscar el amar a Dios sin esperar
nada a cambio. Muchos creyentes buscan a Dios sólo en momentos de angustia o necesidad, se
congregan como cuando el amigo asiste al club social para encontrarse con sus amigos, y buscan
conocer cosas que el amigo no le confiaría a los siervos.

HIJO

En el Nuevo Testamento, los evangelios ponen en labios de Jesús la palabra “Padre” 170 veces
cuando se refiere a Dios. Con eso quieren indicar que esa era la forma como Jesús se dirigía a Dios.
No hay duda que el ministerio de Jesús, tanto en palabras como en obras, tiene referencia inmediata
al Padre. Cristo es el que da a conocer al Padre.

Antes de la muerte de Jesús en la cruz, existían todas las tres condiciones hasta ahora
mencionadas, a saber, Pueblo, en el Antiguo Testamento la palabra pueblo aparece 1600 veces en
1444 versículos en la versión Reina Valera y 152 veces en 146 versículos del Nuevo Testamento.
Siervo, éste término aparece 369 veces en 336 versículos en el Antiguo Testamento y 66 veces en
64 versículos del Nuevo Testamento. Amigo, este término aparece 35 veces en 33 versículos del
A.T. y 18 veces en 17 versículos del N.T.

Antes de Cristo, todo Israel y solamente Israel, era considerado el pueblo de Dios, muchos siervos
como Moisés, Josué y los profetas son nombrados bajo el rótulo siervos, pero pocos amigos, como
Abraham. No obstante, luego del nacimiento de Jesús y el desarrollo de su ministerio, los apóstoles
empiezan a experimentar un cambio de condiciones a medida que avanzan en el diario caminar con
Cristo. Primero, son llamados a ser parte del pueblo de Dios, porque, aunque son judíos de
nacimiento, necesitan anunciar las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.
A partir de ese momento, con el diario caminar, los discípulos se convierten en siervos, hasta que
Jesús decide compartir con ellos secretos que no le puede confiar a sus siervos:

“(Juan 15:15) Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he
llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi padre, os las he dado a conocer”. Entonces,
ahora pasan a ser amigos y no siervos, pero esto es porque aún Jesucristo no ha sido sacrificado,
veamos Hebreos 9:15: “Por eso, Cristo es mediador de un nuevo pacto, para que, interviniendo
muerte para la remisión de los pecados cometidos bajo el primer pacto, los llamados reciban la
promesa de la herencia eterna, pues donde hay testamento, es necesario que conste la muerte del
testador, porque el testamento con la muerte se confirma, pues no es válido entre tanto que el
testador vive”.
Únicamente en el nuevo pacto (que anula todos los demás pactos, incluso los modernos de dinero
por dinero), Dios el Padre nos da la oportunidad de pasar a una dimensión aún mejor que todas las
anteriores: nos brinda por la muerte de su hijo Jesucristo la potestad de ser hechos Hijos de Dios.
Por eso los discípulos aún no podían ser más que amigos, pueblo, o siervos, porque Jesucristo aún
no había pagado el precio por ellos y por nosotros.

Pero veamos lo que sucede inmediatamente después de su muerte, cuando Jesús aparece a María
en Juan 20:17: Jesús le dijo: —¡Suéltame!, porque aún no he subido a mi Padre; pero ve a mis
hermanos y diles: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Aquí, Jesús
aún no había subido al Padre, pero ya estaba muy presto a hacerlo, lo cual nos abriría la potestad de
ser llamados hermanos por Jesucristo y la facultad y privilegio de llamar a Dios, padre de Jesucristo
y creador de todo el universo: “Padre mío”. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su
nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. (Juan 1:12)

Con la obra de Jesús se da inicio a una nueva relación entre Dios y el hombre: Ser hijos de Dios por
medio del nuevo nacimiento. Ahora, todo aquel que cree en la obra de Jesucristo tiene la potestad,
es decir el poder y la opción de ser hijo de Dios y heredero juntamente con Cristo. “Así que ya no
eres esclavo sino hijo; y si hijo también heredero y coheredero juntamente con Cristo”. (Gálatas 4:7).

Por eso, en Hebreos 2:8, el Espíritu Santo inspira a Pablo a escribir: “Convenía a aquel por cuya
causa existen todas las cosas (Dios el Padre) y por quien todas las cosas subsisten que, habiendo
de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionara por medio de las aflicciones al autor de la salvación
de ellos (Jesucristo), porque el que santifica (Jesucristo) y los que son santificados (todos nosotros),
de uno son todos (del Padre); por lo cual no se avergüenza (Jesucristo) de llamarlos hermanos,
diciendo: «Anunciaré a mis hermanos tu nombre (del Padre), en medio de la congregación te alabaré
(al Padre)»”.

Entendamos, entonces: yo no soy un hijo de Dios porque quiero fantasear o aparentar. Tampoco
porque un grupo de teólogos o notables de la religión lo hayan decidido en alguna reunión de
comisión. Soy un hijo de Dios porque recibí revelación directa de Dios y ese es mi derecho por creer
en el nombre de Jesucristo y recibir su sacrificio como suficiente para mi salvación. Somos hijos, no
en el mismo nivel que Jesucristo, sino que somos adoptados. No obstante, según las leyes
humanas, un hijo legítimo puede llegar a ser desheredado por sus padres, pero jamás un hijo
adoptado, pues mediante la adopción se firma un contrato que no se puede anular jamás.

Sin embargo, a pesar de estar viviendo tremenda realidad, hay muchos creyentes que todavía
siguen siendo pueblo, otros son siervos y muchos hasta llegan a considerarse amigos de Dios. Hay
otros que realmente creen que son hijos de Dios por el solo hecho de pertenecer al pueblo de Dios
(entiéndase por pueblo a todo el que acepta a Cristo como su salvador), y aún más, hay quienes con
sus labios afirman ser hijos de Dios, pero viven como siervos. Jesús lo ilustró en la parábola del hijo
pródigo, pues cuando el hijo pródigo regresó a su padre, queriendo ser tratado como uno de sus
siervos, el padre le dio a entender que, una vez hijo siempre hijo, y le premió matando al becerro
gordo para organizar una fiesta, lo que sigue lo leemos en Lucas 15: 25:

“El hijo mayor estaba en el campo. Al regresar, cerca ya de la casa, oyó la música y las danzas; y
llamando a uno de los criados le preguntó qué era aquello. El criado le dijo: “Tu hermano ha
regresado y tu padre ha hecho matar el becerro gordo por haberlo recibido bueno y sano”. Entonces
se enojó y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrara. Pero él, respondiendo,
dijo al padre: “Tantos años hace que te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has
dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este hijo tuyo, que ha
consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo”. Él entonces le dijo:
“Hijo, tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas.
Evidentemente, el hijo mayor no había entendido su posición. A los ojos de todo el mundo era un hijo
del dueño de la finca, aún más, con sus labios confesaba ser hijo del padre, pero en realidad vivía
como un siervo más, sin desobedecer jamás y sirviendo durante muchos años. Él no creía que tenía
privilegios a pesar de que el padre le dice “Hijo, tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son
tuyas. Si lo hubiera entendido, este hermano mayor habría matado él mismo al becerro gordo y no
estuviera pidiéndole cabritos al padre, pero lo peor es que durante todos esos años pensó que no
merecía ni siquiera un cabrito.

Y es que esta revelación no es para todos. Tal vez usted, después de leer esto, entienda y diga:
¡Qué gran verdad! ¡Soy un hijo de Dios! Pero aún después de confesarlo y vivirlo siga llamando a
Dios “Señor” como si usted fuera un siervo, o tal vez hasta le llame Padre, pero siga como el hijo
mayor de la parábola, sabiendo que es dueño de todo pero sin atreverse a coger siquiera un cabrito,
pensando que tiene que servir y obedecer como siervo, porque puede llegar a perder el empleo (la
salvación). Cabe advertir que no es que se deba desobedecer para ser hijo, o que el servir sea algo
malo y me quite la condición de hijo. Para un mayor entendimiento, volvamos a nuestro ejemplo del
reino:

Decíamos que el pueblo tiene ciertos beneficios y ciertas obligaciones, tales como obedecer sus
decretos, pagar tributos, etc. Cuando alguien del pueblo desea hablar con el rey, debe pedir
audiencia ante un mediador, quien finalmente decide si le da o no la cita para hablar con el monarca.
El Pueblo, definitivamente no conoce nada de los secretos del rey, pero no tiene mayores
responsabilidades con respecto al monarca.

Luego viene el siervo, que está más cerca del rey, trabaja en su casa, limpia, barre, cocina o cuida
los prados, etc., cualquiera que sea su labor, es para eso que fue contratado y mientras cumpla con
su trabajo, conservará su puesto y recibirá su salario. Este tiene el privilegio de poder encontrarse
con el rey en cualquier momento, sin necesidad de pedir audiencia. Goza de todas las comodidades
de palacio y es protegido por el ejército real.

Después de esto encontramos al amigo del rey, quien es más cercano en confianza y es poseedor
de algunos de los secretos del rey. Goza del privilegio de tener por amigo al más poderoso del
pueblo, quien puede sacarle de apuros cada vez que lo necesite.

Pero ahora tenemos una posición más privilegiada: el hijo. Él sabe que es heredero de todo, por
tanto no está preocupado por perder el empleo, él conoce todos los secretos más íntimos de su
padre, aún aquellas cosas que los amigos del rey no conocen. Él sabe que no tiene que trabajar, ni
obedecer para ser hijo, pues como en el caso del hijo pródigo, aunque desobediente y vago, todavía
sigue siendo hijo.

Para ampliar más el ejemplo, vamos a suponer que un día, mientras el rey camina por uno de los
pasillos, se encuentra a su hijo barriendo el palacio, al otro día lo encuentra podando el jardín, una
noche lo ve prestando vigilancia, etc. Entonces, intrigado, el rey le pregunta, hijo, ¿por qué haces
todas estas cosas que pertenecen a mis siervos? Y éste le contesta: “porque, es que si no lo hago,
pienso que tú me puedes desheredar y me puedes echar de aquí, como echaste a uno de tus
siervos”, o aún más, puede llegar a contestar: “Porque es que necesito que me hagas un favor muy
grande y quiero ganarme el derecho a reclamarte”. Lo más lógico es que el padre se sienta
defraudado ante semejante comportamiento, él como hijo no tiene que hacer nada porque todo lo
que tiene el padre se lo ha entregado como herencia, ¡lo único que tiene que hacer es hablar con el
padre y tomarlo!

Una situación muy diferente es cuando el rey camina por uno de los pasillos, se encuentra a su hijo
barriendo el palacio, al otro día lo encuentra podando el jardín, una noche lo ve prestando vigilancia,
etc. Entonces, intrigado, el rey le pregunta, hijo, ¿por qué haces todas estas cosas que pertenecen a
mis siervos? Y éste le contesta: “porque te amo, porque amo todo lo que tienes y lo que me has
dado, me gusta cuidar lo que es tuyo y sé que también es mío, hago todo esto porque es un
sentimiento de agradecimiento que nace de mí, aún sabiendo que no necesito hacer nada de esto
para ser tu hijo”. Ahora, el padre se sentirá orgulloso y muy feliz de tener un hijo semejante.

Entonces, entendamos que el hacer obras o servir, o el guardar los decretos de Dios (la ley) no es
malo en sí, pero todo depende de nuestra actitud al hacerlo. No es que dar de comer a los pobres,
orar, ayunar, predicar, profetizar, sanar a los enfermos, hablar en lenguas, etc., sea malo, todo lo
contrario, es muy bueno, pero depende de nuestra actitud al hacer cualquiera de estas cosas.
Porque Dios dice en Isaías 64:6 que “todas nuestras justicias son como trapo de inmundicia”. Y
Jesús lo ratifica en Mateo 7:21:

No todo el que me dice: “¡Señor, Señor!”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no
profetizamos en tu nombre (Don de profecía), y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu
nombre hicimos muchos milagros (dones de sanidades y otros)?”. Entonces les declararé: “Nunca os
conocí. ¡Apartaos de mí, hacedores de maldad!”

Note que aquí no le está hablando a inconversos, sino a personas que conocen del evangelio, que
son siervos de Dios, porque tienen los dones del Espíritu Santo, ya que profetizan, echan fuera
demonios y hacen milagros. También el apóstol Pablo, inspirado por Dios, hace la misma
advertencia a los espirituales que hacen las obras de los siervos del Dios altísimo sólo por servir y
obedecer: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal
que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda
ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy.
Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser
quemado, y no tengo amor, de nada me sirve”. (1 Corintios 13:1)

Todo lo que el apóstol enumera son cosas loables y deseables: hablar en lenguas humanas y
angélicas, profetizar o tener el don de profecía, tener palabra de ciencia y conocimiento para
entender todos los misterios, tener el don de fe, tener misericordia o ser muy compasivo, de tal
manera que regale todos los bienes a los pobres y por último tener tal desprendimiento que hasta
entregue su cuerpo para ser quemado por causas nobles. ¿Entonces en donde está lo malo?

Todo lo que se haga tratando de ganarse el favor de Dios o de los hombres, no es producto del
amor, y si lo que se hace no se hace con amor, entonces no está bien visto ante los ojos de Dios,
aunque ante los ojos de los hombres sea lo correcto. El amor no es egoísta, no busca lo suyo, es
decir, no está pensando en algo que doy para recibir más, no es como la siembra y cosecha, o los
famosos “pactos con Dios” popularizados por enlace y miles de mega-iglesias, no consiste en doy
para recibir, sino en dar sin esperar nada a cambio.

De tal manera amó Dios al mundo que dio a su único hijo, sin esperar que nosotros le demos algo,
porque ¿qué vamos a darle a Dios si todo le pertenece? Dios nos amó y nos dio la potestad de ser
hechos hijos suyos por medio del misterio de la adopción: Así también nosotros, cuando éramos
niños estábamos en esclavitud bajo los rudimentos del mundo. Pero cuando vino el cumplimiento del
tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban
bajo la Ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a
vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: «¡Abba, Padre!». Así que ya no eres
siervo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo. (Gálatas 4:1)
Me parece apropiado que leamos la parábola del siervo inútil, para que entendamos un poco mejor
cuál es la diferencia entre un siervo y un hijo de Dios:

Jesús relata a sus discípulos cómo actúan los señores o patrones hacia un sirviente; Lucas 17:7-10.

¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le
dice: Pasa, siéntate a la mesa? ¿No le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta
que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú? ¿Acaso da gracias al siervo porque
hizo lo que se le había mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho
todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer,
hicimos.

Cuando un siervo hace todo lo que se le ha ordenado (cumplir con los mandamientos y la ley), él
hace simplemente su deber como siervo y no hace nada digno de mérito "Pues lo que debíamos
hacer, hicimos."

El siervo es comparado como esclavo de su amo, los cristianos que se consideran siervos, son
esclavos de Cristo, de hecho hay algunos grupos que así se hacen llamar. Uno de los grandes
teólogos del cristianismo escribió:

“Los cristianos no tenemos poder, o derecho para limitar el servicio que le debemos a Dios. Nuestra
fe requiere de humildad, paciencia y confianza para poder sobrellevar el duro día de trabajo y entrar
en nuestro reposo. Él Señor nos dejará entrar en su reposo, pero cuando se llegue el tiempo y
nuestro trabajo por él aquí haya terminado. No tenemos el derecho de pensar en nosotros mismos,
sino en Dios, en lo que él es, en todo lo que ha hecho por nosotros y todo lo que le debemos.
Cuando hayamos hecho todo lo que nos ha mandado, aunque haya sido el trabajo más duro y el
sacrificio más costoso, será una pequeñez comparado con todo lo que le debemos. Simplemente
hicimos lo que deberíamos de haber hecho, nuestro deber como siervos, y debemos de estar listos a
reconocer y exclamar que; “Siervos inútiles somos”. El cristiano pertenece a Dios, por eso él tiene el
derecho a todo el servicio que nosotros podamos darle, y lo que vayamos a recibir, será por la gracia
de Dios, no por nuestros méritos”.

Por supuesto, como este párrafo es escrito y corroborado por grandes teólogos (no doy el nombre
para que no suene a difamación o burla) si usted le presenta este párrafo a cualquier líder, pastor o
teólogo en cualquier parte del mundo, éste dirá que se trata de “sana doctrina” y que “esto es lo que
realmente dice la biblia” que este párrafo describe la actitud que el cristiano debe tener ante Dios.
Nada más lejos de la realidad, Cristo mismo no se avergüenza de llamarnos hermanos, nos
comparte su herencia y nos abre el camino para que podamos llegar a ser hijos de Dios, dejando de
ser esclavos de Dios. Veamos el pasaje bíblico de Lucas 10:38 que nos brinda luces respecto a la
verdadera relación que Dios busca de los hombres para con él.

Mientras iba de camino con sus discípulos, Jesús entró en una aldea, y una mujer llamada Marta lo
recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor,
escuchaba lo que él decía. Marta, por su parte, se sentía abrumada porque tenía mucho que hacer.
Así que se acercó a él y le dijo:

—Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude!
—Marta, Marta —le contestó Jesús—, estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero sólo
una es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará. (Lucas 10:38-42)

A los ojos de cualquiera, Marta está obrando de la mejor manera, y María es de esas personas poco
serviciales que no le importa ver a su hermana servir sola a los invitados, esforzándose por “hacer
las cosas que tiene que hacer”. Marta va a Jesús y le reclama pidiendo que “le diga a María que le
ayude”, así como muchos pastores recriminan a quienes no se involucran en un ministerio, no
trabajan en “la obra del Señor”, no ayudan a sostener “la obra” con sus aportes económicos, etc., y
no es que esté diciendo que todo esto esté mal, sino que como dijo Jesús, “solo una cosa es
necesaria” y esa es la relación que Dios el Padre está buscando, lo demás está basado en el
esfuerzo humano, ¡como si Dios necesitara de los hombres para poder lograr sus propósitos!

Pero como decía antes, esta revelación no es para todo el mundo, aún muchos lo saben en teoría,
pero si el mismo Jesucristo no les da esta revelación, entonces seguirán viviendo en la condición de
pueblo, siervos, o amigos de Dios (condiciones muy buenas, necesarias y aceptas ante los ojos de
Dios). Es el mismo hijo quien nos muestra al Padre y él es el único camino para llegar al Padre, es
decir, es el único medio para que podamos llegar a ser hijos, veamos esta revelación en Lucas
10:22: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre, y nadie conoce quien es el Hijo sino el
Padre, y nadie conoce quien es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.

Es necesario ser guiado por el Espíritu Santo en revelación, para poder vivir como verdaderos hijos
de Dios, y no quedarse solamente en el conocimiento de esta gran verdad:

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no
habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el
espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a
nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y
coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos
glorificados”. (Romanos 8: 14)

Jesucristo dijo en Lucas 10: 21, refiriéndose en el contexto al conocimiento del Padre y la revelación
de la adopción:

«Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y
entendidos y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó» Todas las cosas me
fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre,
sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar».
Y volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: —Bienaventurados los ojos que ven lo que
vosotros veis, pues os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo
vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.

Jesucristo hablaba con Dios como el niño habla con su padre, con la misma simplicidad, con igual
intimidad y confiado abandono. Con esa palabra, Jesús manifestó la esencia misma de su relación
con Dios. No se trata sólo de plena confianza. También esa palabra expresa la sumisión libre de un
hijo adulto para con el padre a quien ama, y la seguridad que tiene Cristo de haber recibido del
Padre el pleno conocimiento de Dios. El mismo conocimiento que ahora nos transmite y la misma
relación que el Padre espera que tengamos.

Recuerde esta verdad y ore para recibir revelación: “el pueblo, el siervo y el amigo no heredan al
Señor de la casa; sólo el hijo hereda lo que tiene el Padre”. Jesús dijo: ¨ Y el siervo no queda
en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre.¨ Juan 8:35

Con amor filial, su hermano en Cristo, hijo del Padre,

Edgar Miguel Molina.

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