cuentos?
por Ariel Mazzeo
Ante la lectura de un texto escrito por alguno de los asistentes a un taller literario,
es habitual escuchar frases como estas:
-No es un cuento. Esto es una anécdota, un relato. ¡Qué sé yo! Es cualquier cosa
menos un cuento.
-Creo que la historia que se está planteando da más para una novela que para un
cuento.
-¡Maldita sea! Por lo menos, que el lector no se desmaye del aburrimiento. Acá no
hay tiempo para largas descripciones: ¡intentemos hacer un cuento!
Sin embargo, si alguna vez estuvieron en un acto público y escucharon que algún
funcionario presente va a "dirigir al auditorio unas breves palabras", entenderán
que "breve" puede tener significados muy diferentes para distintas personas.
Indudablemente "breve" por sí solo no nos dice mucho. Y preguntarse ¿qué tan
breve es "breve"? es, a todas luces, un camino sin salida. Hay que ir más allá. Y,
para eso, conviene mejor preguntarse ¿por qué debe ser "breve" un cuento, aun
cuando llene treinta páginas?. Es ahí donde la cosa comienza a tomar otro color.
Efectos especiales
Edgar Allan Poe, ese gigante que prácticamente inventó el cuento tal como lo
conocemos hoy, escribió en 1842 una reseña crítica a un libro de relatos de
Nathaniel Hawthorne. Ese artículo se ha convertido en el ensayo fundante: Poe nos
muestra en él, nítidamente, su particular visión de la estética del cuento.
Ahora bien, pensémoslo desde el lado del lector. Uno se encuentra leyendo,
digamos, Moby Dick. Por más fascinado que esté con los demonios que habitan el
alma del oscuro capitán Ahab, llega un momento en que no se puede seguir
leyendo: tenemos que apagar la luz y dormir sin terminar de recorrer las
setecientas páginas de esa maravillosa novela de Melville. A la mañana siguiente
uno tendrá que levantarse, ir a trabajar, atender asuntos diversos. Y tal vez pase
más de un día antes de que pueda subirse otra vez al Pequod y seguir la
persecución de la ballena asesina. Todas estas interrupciones no anulan ni
contrarrestan las impresiones de la historia, ya que la novela es, más bien, una
vida (con todo lo que la vida tiene de marchas y contramarchas). Pero, en el caso
del cuento, esas mismas interrupciones resultarían fatales: destruirían el efecto que
cuidadosamente ideó el autor de la narración.
"Aludo a la breve narración cuya lectura insume entre media hora y dos".
Duelo de titanes
Pero este criterio de economía que exige el cuento no sólo se refiere al tema, a los
episodios o a la trama en sí, sino también a la forma en que el lenguaje se ajusta a
lo narrado. Sigue don Julio hablándonos de don Edgar:
"En sus mejores cuentos, el método es francamente poético: fondo y forma dejan
de tener sentido como tales? se nos pone en el drama, se nos hace leer el cuento
como si estuviésemos dentro."
Pasando en limpio
A esta altura creo conveniente que hagamos una pausa para recordar algo que
puede parecer una obviedad: el cuento debe narrar un acontecimiento. En el cuento
debe suceder alguna cosa, una secuencia de acciones realizada por uno o más
personajes, en un determinado ámbito de tiempo y espacio.
Ahora sí, estamos en condiciones de entender por qué don Enrique Anderson
Imbert, cuentista y brillante crítico, autor de Teoría y técnica del cuento, mezcla
todos estos elementos para regalarnos esta maravillosa definición:
"El cuento vendría a ser una narración breve en prosa que, por mucho que se
apoye en un suceder real, revela siempre la imaginación de un narrador individual.
La acción -cuyos agentes son hombres, animales humanizados o cosas animadas-
consta de una serie de acontecimientos entretejidos en una trama donde las
tensiones y distensiones, graduadas para mantener en suspenso el ánimo del lector,
terminan por resolverse en un desenlace estéticamente satisfactorio."