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Historias del Rioja

Diego Quintano, el eslabón perdido del vino riojano

Diego Quintano pudo haber sido el más célebre de los innovadores del vino riojano pero se

adelantó demasiado a su tiempo, tanto que ni la historia le ha comprendido. Comenzó a

elaborar vinos según el método de Burdeos ya en el siglo XVIII, cien años antes de la famosa

eclosión de las bodegas centenarias, y fue el primero en exportarlos embotellados a América,

pero su recuerdo es todavía hoy una sombra oculta tras el prestigio de su propio hermano.

Agradecimientos: A Charo y Eduardo Pobes, herederos y propietarios del archivo

documental y fotográfico de Diego Quintano.

El relato conocido es el siguiente: Durante todo el siglo XVIII el viñedo se había multiplicado

más allá de cualquier proporción lógica en los campos riojanos. Debido a tal exceso, el precio

del vino descendía alarmantemente cuando la cosecha era buena y años había en que el

preciado líquido terminaba derramado por las calles para dejar cabida en los tinos al de la

cosecha siguiente. Aunque peores eran los años malos, porque entonces se arruinaban pueblos

enteros que contaban sus tierras por viñedos y a falta de los beneficios de la venta del vino se

quedaban sin recursos para comprar pan. Así llegaban el hambre, las epidemias y las

revueltas.

En aquel tiempo comenzaron a surgir las Sociedades de Amigos del País, cenáculos ilustrados

donde los pensadores de la época discutían y ponían en marcha iniciativas para despertar al

país de su indolencia secular. Una de ellas fue la Riojano Castellana, que identificó el problema

del vino con las dificultades que había para sacarlo de la región y dedicó sus esfuerzos a la

construcción de caminos y puentes. Otra fue la Sociedad Bascongada de Amigos del País,

mejor conectada con Europa y con algunos miembros conocedores de lo mucho que ya para

entonces se había avanzado en la elaboración vinícola en la cercana Burdeos. Más centrados

en los aspectos puramente técnicos, sus integrantes dedicaron sus desvelos al que

consideraban el mayor inconveniente del vino riojano: su nefasta calidad.

El vino riojano que llegaba a los almacenes y tabernas de Vitoria y Bilbao lo hacía convertido
en una mescolanza repugnante, fruto de un sistema de elaboración antediluviano y de las

peores condiciones de transporte imaginables, en pellejos cuyo interior recubierto de pez

desprendía tufos que se mezclaban con la propia hez del vino con cada cadencioso bamboleo

de las mulas que los acarreaban montaña arriba y abajo. La superproducción sólo se

solucionaría, pensaron, exportando el vino, pero cómo hacerlo si su calidad era infame y

resultaba imposible embarcarlo o conservarlo más de un año.

La Bascongada lanzó un reto en el año 1785: Entregaría un premio “a quien mejor escribiese

sobre los medios de restablecer la feraz provincia de Rioja, sugiriendo el modo de dar salida a

su abundantísima cosecha de vinos”. Y siguiendo ese reclamo ese mismo año se trasladó a

Burdeos Manuel Quintano, deán de la Catedral de Burgos, hombre instruido y hermano de

nuestro protagonista. Tras dos años en Francia, Manuel escribiría un texto tan breve como

célebre: el Método de hacer el vino de Burdeos, con el cual ganó el premio y las alabanzas de

los ilustrados.

Lo que se sabe menos

Si la historia que hemos relatado es la más conocida, la que lo es menos comienza en el sitio

de Gibraltar, en 1782. Allí se dejó una pierna tratando de recuperar el Peñón un cadete de las

Reales Guardias de la Infantería Española. Su nombre era Diego Quintano, quien tullido e inútil

ya para la guerra contra los ingleses regresó a su Labastida natal. Una vez en su pueblo

cambió su antiguo palacete señorial, ubicado en la cuesta que asciende hacia la plaza, por otro

caserón ubicado en el llano, casi al lado de la carretera que cruza la localidad. Era un héroe,

así que en 1783 se le entregó una pensión a cuenta de la Encomienda de Bolaños de la Orden

de Calatrava y él invirtió su dinero, como cualquier hidalgo riojano de la época, en comprar

más viñas de las que tenía e iniciarse en los negocios.

Dos años después se hace pública la convocatoria del premio de la Bascongada. Ningún

documento nos dice si Manuel pidió una suerte de excedencia en la catedral de Burgos para

irse a Burdeos por iniciativa propia o si fue su hermano, el nuevo hacendado, quien le pidió

que lo hiciera para aprender a hacer menos ruinoso ese negocio del vino al que se acababa de

incorporar, aunque desde luego esta segunda opción parece la más lógica. Y lo que sí está
documentado es que el mismo año de 1786, mientras Manuel se encontraba todavía en

Burdeos, Diego ya había comenzado a elaborar los vinos según el nuevo método. Un año más

tarde llegaría el reconocimiento al texto escrito por Manuel, pero lo que maravilló realmente a

los “bascongados” fue el vino que lo acompañaba, que antes de ser sometido a su ilustre juicio

había sido ya enviado a Londres en una remesa de prueba por ver si soportaba el viaje - con

éxito- y también a Vitoria, a Bilbao y a Madrid, siendo acogido en todas partes con admiración.

Una aventura sin precedentes

Diego compró más viñedos, adaptó bodegas y convenció a otros para que siguieran su

ejemplo. Su vino comenzó a comercializarse a un precio muy superior al de sus convecinos e

inició, gracias a un privilegio otorgado por la Corona, el comercio con los puertos de La

Habana, Veracruz y México. Los albaranes de embarque son abundantísimos hasta 1805, el

año en que la armada española fue destrozada por la inglesa en Trafalgar, y todos los firma él

como elaborador y propietario de los vinos que se marchan a hacer las Américas. Nunca

Manuel.

Hay muchas cosas sorprendentes en esos contratos de embarque: el detallismo meticuloso con

que se especifica cada mínima partida de gasto, la sorprendente cantidad de vino enviada o lo

mucho del preciado líquido que se perdía en roturas y otros accidentes, pero quizá lo más

llamativo es que Diego ya exportaba el vino embotellado en el siglo XVIII, tal como los

bordeleses habían comenzado a hacerlo en esa misma centuria. Cuando sesenta años después

empiecen a llegar los compradores franceses a Rioja huyendo de las plagas ni siquiera se les

ocurrirá embotellar el vino. Sólo cuando Murrieta y otros pioneros como el farmacéutico José

Elvira elaboren sus primeros vinos finos en Logroño, o cuando en la Rioja Alavesa se ponga en

marcha el proyecto del Medoc Alavés las botellas voverán a hacer su aparición todavía de

forma muy minoritaria en el vino riojano.

Más dura sería la caída

Pero en fin, con el éxito llegaron las desgracias. Pese al apoyo explícito de la Corte y el Consejo
de Castilla con los que contaba Diego Quintano, los cosecheros de Labastida, sumidos en una

crisis crónica, encontraron en los vinos de su vecino el enemigo a batir. Según expresaron en

diversas cartas al Consejo y actas del Ayuntamiento, la incuestionable superioridad de los

vinos de Quintano suponía para ellos una desventaja comercial inaceptable porque rompía el

mercado. De ahí que, siendo imposible para la mayoría imitarle por cortedad de miras o por

falta de recursos económicos, decidieran acabar con él. Para ello reactivaron las antiguas

ordenanzas municipales, según las cuales el vino del pueblo debía venderse a los arrieros que

entraban en la localidad en un orden que se establecía por sorteo, sin poder alterarse el turno

ni variar el precio de un vino a otro. Pero ¿cómo aplicar esa mecánica medieval a unos vinos

que, a diferencia de todos los demás, necesitaban un año para salir al mercado y exigían tanto

mano de obra especializada como la compra de utensilios que solo podían encontrarse en

Francia? ¿Cómo situarlos en un plano de igualdad con otros para cuya elaboración se recurría

todavía a los mismos métodos que habían empleado los romanos?

La trifulca entre los cosecheros tradicionales y los elaboradores “por el método de Burdeos” se

inició en 1801 y entre cartas de unos y recursos de otros duraría ya tanto como la propia

trayectoría elaboradora de Diego Quintano, si bien resulta curioso que en toda la

documentación que ha quedado es Manuel, de nuevo, quien asume la voz cantante dentro del

dúo de hermanos. La explicación podría ser que como religioso y hombre de ciencias de

reconocido prestigio ambos considerasen que la palabra del deán valía más que la de un militar

rentista, aunque la disección de ese reparto de papeles preferimos dejarla en manos de los

historiadores. Mientras tanto, estaban ocurriendo cosas todavía peores.

Si los vecinos de Labastida declararon una guerra sin cuartel al vino de los Quintano, otra

guerra muy distinta era la que por entonces libraban Francia e Inglaterra, con la España de

Carlos IV convertida en títere de Napoleón y metida en el medio, llevándose auténticas palizas

militares y viendo su comercio con América literalmente hundido por el hostigamiento

constante de la marina y la piratería británicas. España era un pelele obligado a pagarle

tributos a Francia mientras los ingleses le robaban la plata que venía de América, todo lo cual

se traducía en hambre, epidemias e imposibilidad de realizar cualquier comercio provechoso.

Tras la debacle de Trafalgar, como apuntábamos antes, dejan de registrarse embarques de vino

de Diego Quintano hacia América, pero en 1808, con las abdicaciones de Bayona por parte de
Carlos IV y su hijo Felipe, sucede algo que terminaría de fastidiarle la vida. El ministro

Cabarrús exige a todos los funcionarios y pensionistas que cobran de las arcas del Estado

prestar juramento al nuevo rey, José Bonaparte, so pena de perder cualquier cargo, subsidio o

pensión del Gobierno en caso de negarse.

Diego Quintano no se niega, se limita a ignorar al emisario una y otra vez. Era militar,

podemos suponer que simpatizaba con las ideas ilustradas, pero ni mucho menos parecía

dispuesto a jurar lealtad a un rey extranjero, por lo que se le retiran los cargos que ostentaba

y la pensión. Documentalmente desaparece. Sólo volveremos a tener noticias suyas en 1817,

cuando Fernando VII le restituya su pensión pagándole los atrasos desde 1813 por haberse

mantenido fiel. Pero era tarde. Para entonces lo que pudo haber sido una revolución pionera en

el vino riojano ya había fracasado. No sabemos cuando murió Diego. Su hermano Manuel lo

hizo en Llodio en 1818. Nadie volvería a atreverse a intentar rescatar al vino riojano de su

vulgaridad hasta más de medio siglo después.

Recuadros

El método de hacer vino de Burdeos

El método escrito por Manuel Quintano es un texto de una simplicidad sorprendente. En

esencia se limita a describir una serie de pasos que eran ya por entonces norma habitual en la

elaboración del vino bordelés, aunque en la Rioja se consideraban todavía un misterio

semejante al de la Trinidad: menciona como imprescindible el desgranar y pisar el racimo

explicando un par de técnicas para hacerlo; revela la importancia de la maceración de los

hollejos con la uva tinta para dar color al vino -en esa época la mayor parte del vino riojano

era blanco, a diferencia de lo que se pueda pensar hoy-, insiste mucho en el cuidado del

proceso de fermentación, en la necesidad de no romper el sombrero que se forma en la parte

superior de la tina para no dejar escapar el gas y conseguir así “que se reconvine y una con el

vino, siendo toda la alma de este”, además de referir las distintas técnicas que emplean los

bodegueros franceses para conocer cuándo ha finalizado el proceso de fermentación, la

principal de ellas la cata. Menciona la necesidad imperiosa de la limpieza en las cubas a las que

se traslade el vino, la obligación de ir rellenando estas cada ocho días. Habla de la primera

“trasmuda”, que ha de realizarse en enero evitando el contacto con el oxígeno; de la


clarificación con claras de huevo en marzo y de cómo un mes después de esta operación, tras

una segunda trasiega, el vino estará listo para viajar a cualquier parte sin corromperse.

Pies de foto

Retrato de Diego Quintano con uniforme militar

Primera casa de Diego Quintano, de la que hubo de desprenderse al volver cojo a

Labastida. Tanto su proyecto vinícola como su nueva condición física aconsejaban vivir en

llano.

Casona de Diego Quintano, esta es la casa a la que se trasladó a su regreso a Labastida. En

sus bodegas se inició la elaboración de los vinos según el método de Burdeos en 1786.

Actualmente son apartamentos orientados al turismo rural.

Método para hacer el vino de Burdeos Una de las dos copias manuscritas que Diego

guardaba en sus archivos del texto redactado por su hermano Manuel.

Factura por la compra y embarque de botellas para enviar sus vinos a América. 1803

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