En otras palabras, para Platón una idea era un ente que tenía existencia por sí
misma y que había que distinguir como algo de una esencia completamente
diferente a la naturaleza física de los objetos tangibles. Según Platón, estas
“ideas” no cambian y sólo son comprensibles a través del intelecto o
entendimiento, es decir, la capacidad de pensar las cosas abstraiéndolas de como
se nos dan a los sentidos.
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Vedanta, la realidad no se nos presenta tal como es a través de nuestros sentidos.
Cabe señalar, también, que este principio fue ratificado por Sidarta Gotama
(Siddhārtha Gautama), el Buda, a pesar de que, en general, se le considera como
un reformador de la doctrina tradicional hindú.
Para Platón, entonces, el mundo perceptible consiste en una copia de las formas
inteligibles o ideas. En los Libros VI y VII de la República, él utilizó diversas
metáforas para explicar sus ideas metafísicas y epistemológicas, tales como: las
metáforas del sol, la de la línea dividida y la muy conocida “alegoría de la
caverna”.
La Alegoría de la Caverna
Como hemos señalado, para Platón, en el mundo perceptivo, las cosas que vemos
a nuestro alrededor no son sino una ligera resemblanza de las formas más reales
y fundamentales que representa el mundo inteligible o mundo de las ideas. Es
como si viéramos una sombra de las cosas, sin ver las cosas mismas. Estas
sombras son una representación de la realidad, pero no la realidad misma. Esta
metáfora es expresada explícitamente en la alegoría de la caverna que a
continuación les transcribo:
Sócrates: En una caverna subterránea, con una entrada tan grande como la
caverna misma y abierta hacia la luz, imagina hombres que se encuentren allí
desde que eran niños, con grilletes en el cuello y en las piernas, sin poder
moverse ni mirar en otra dirección sino hacia delante, impedidos de volver la
cabeza a causa de sus cadenas. Y lejos y a lo alto, detrás de sus espaldas, arde
una luz de fuego. Y, en el espacio intermedio entre el fuego y los prisioneros,
asciende un camino a lo largo del cual se levanta un muro, tal como la pared que
se coloca entre los titiriteros y los espectadores y sobre la que ellos exhiben sus
habilidades.
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Glaucón: Me lo imagino perfectamente.
Sócrates: Contempla, a lo largo del muro, hombres que llevan diversos vasos,
que sobresalen sobre el nivel del muro, estatuas y otras figuras de animales en
piedra o madera, así como artículos fabricados de todas las especies, ¿crees que
los prisioneros puedan ver algo, de sí mismos y de los otros, excepto la sombra
proyectada por el fuego sobre la pared de la caverna que está delante de ellos?,
¿y también, de la misma manera, respecto a los objetos llevados a lo largo del
muro? Y si pudieran hablar entre ellos, ¿no crees que opinarían de poder hablar
de estas sombras que ven como si fueran objetos reales presentes? Y, cuando
uno de ellos fuese liberado, y obligado a alzarse repentinamente y girar el cuello y
caminar y mirar hacia la luz, ¿no sentiría dolor en los ojos, y huiría, volviéndose a
las sombras que puede mirar?, ¿y no creería que éstas son más claras que los
objetos que le hubieran mostrado? Y si alguien lo arrastrase a la fuerza por la
espesa y ardua salida y no lo dejase antes de haberlo llevado a la luz del Sol, ¿no
se quejaría y se irritaría de ser arrastrado, y después, llevado a la luz y con los
ojos deslumbrados, podría ver siquiera una de las cosas verdaderas?
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adelantó más de dos mil años a un tema que hoy es recurrente y que hemos visto,
por ejemplo, magistralmente plasmado en el argumento de la película Matrix.