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Cuaresma: tiempo de emprender el viaje.

Muchos de nosotros ya tenemos más o menos claro lo que significa Cuaresma. Para
muchos, Cuaresma es tiempo de conversión. Algunos sabrán qué significa conversión:
transformar el corazón, volverlo hacia…
Si ponemos atención, la mayoría de las imágenes empleadas para comprender el
sentido o significado de este tiempo de conversión, se expresan en claves de un viaje o de
un caminar: se evocan los años de peregrinaje de Israel en el desierto; Jesús “se marcha” al
desierto; o hablamos del recorrido cuaresmal que nos lleva a la celebración de La Pascua
(El Paso), que a su vez, también hunde sus raíces en un viaje en una salida hacia un mejor
destino.
Todas esas relaciones nos hablan de ponerse en marcha, avanzar, hacer camino.
Los que hemos tenido la experiencia de viajar, sabemos todo lo que ello implica.
Viajar siempre supone una preparación necesaria, un anhelo por llegar a un lugar que
queremos conocer, descubrir y permanecer un tiempo. Ocurre esto, porque en “ese lugar”
se proyectan nuestras expectativas: descansar, conocer, divertirse, disfrutar, estar solos,
gozar de compañía, maravillarse en silencio de paisajes nuevos y arrobadores. Un viaje,
generalmente supone cosas nuevas; y hay veces que el lugar que hemos elegido, nos llega
tan hondo, que se nos transforma en un segundo hogar; nos sentimos inmediatamente en
casa, aunque el lugar sea diferente. Generalmente, quienes se han hecho responsables y
gestores de su viaje, que han sabido escoger bien su destino, que saben bien lo que
necesitan y lo han preparado con claridad, llegarán a sentirse así. Es más, si la
experiencia ha sido buena, nos repetiremos el destino cada vez que se nos haga necesario.
Muchos de esos viajes, nos hacen regresar renovados, cambiados, contentos.
Pero hay viajes que a veces se vuelven rutinarios; los caminos se nos hacen extensos,
agotadores, aburridos. Hay quienes realizan un viaje por que “es el tiempo de hacerlo” o
“los pasajes están baratos”. Hay quienes los hacen, porque “todos están en lo mismo”. El
lugar de destino no nos provoca ninguna emoción, porque elegimos no desde lo que
queremos o necesitamos, sino desde lo “que está de moda” o “porque no tengo nada mejor
que hacer”. Nos dejamos “seducir” por las mismas promociones de siempre y por los
mismos promotores que nos han acostumbrado a preferir que “otros decidan por nosotros
de cómo hacer nuestro viaje”. Son esos viajes tediosos, que hacemos obligados y que no
tenemos claro el sentido para el cual lo hacemos. Dicho con un refrán popular: ¿Pa’ onde va
Vicente? Pa’ onde va la gente. No hay una voluntad puesta en pie; no hay una decisión
madura. Hay “costumbre” (y en el mal sentido de la palabra).
Apliquemos toda esta imagen al tiempo de Cuaresma. Muchos de nosotros,
queremos hacer de la Cuaresma un viaje que nos lleve a un destino que nos haga sentir que
“retornamos al Hogar” y que nos convierte en mejores personas.
Israel salió de la tierra de esclavitud, para dirigirse a su Tierra, una tierra que manaba
leche y miel. Jesús hizo un viaje hacia el desierto, para luego volver anunciando que “El
reinado de Dios ya había llegado”. Ambas imágenes que más utilizamos para explicar qué
es la conversión en tiempo de Cuaresma, apuntan a un cambio que se traduce en una mejor
situación de vida, a encontrarnos con los deseos más hondos de plenitud y libertad que
cada uno posee.
Israel viaja por el desierto, para encontrarse con la tierra de la Libertad, de la no-
explotación, de la abundancia. Israel viaja y descubre al final del camino, cómo se ha visto
acompañado por un Dios solícito, atento, preocupado tanto más de las cosas terrenas que
de las “celestes”; descubren en su viaje a un Dios que coloca como norma de relación a
personas libres; un Dios de la justicia social, del lado del Pobre. En ese viaje, Israel va
descubriendo qué debe cambiar, qué es lo que le entorpece para descubrir a Dios.
Jesús viaja al desierto, para llegar anunciando que ese Dios de Israel ha llegado para
reinar. El reinado de Dios consiste simplemente en eso: que Dios está tan deseoso de
vernos plenos, que se encarna para regalarnos e invitarnos a vivir su proyecto de sociedad;
su sueño de Hombre.
Majaderamente, escuchamos que la Cuaresma es tiempo de conversión; pero, ¿qué
conversión es la que quiero vivir?...o para ocupar el ejemplo del que me he servido, ¿qué
viaje quiero hacer?
Puedo seguir siendo parte de esos viajes que no me transforman, sino que me dejan
igual. Puedo recargarme de ritos que todo el mundo hace, de colectas, de comidas
especiales y retiros espirituales, porque todo el mundo lo hace… y no sé vivirlo de otro modo;
o, puedo hacer mi propio viaje, planificarlo desde lo que yo mismo soy y necesito
verdaderamente. Quizás, este viaje consista en hacer mejor mi trabajo, en comunicarme
más y mejor con mi pareja, en dedicarle más tiempo de calidad a mis hijos, en no pasar de
largo ante el pobre; saber detenerme para darle el tiempo necesario a mi relación personal
con Dios. Renunciar a la desconfianza que me provocan los otros, renunciar al intimismo
de mi fe, a fortalecerme en la confianza de que Dios quiere verme pleno, feliz, amado y
servicial. Quizás, debo relajarme más, reírme más, tomar en serio mi vida para ver qué es
lo que quiero, qué sueña Dios conmigo.
Tal vez esta Cuaresma es para lamentar menos la muerte de Jesús y tomar conciencia
de por qué lo mataron y siguen matando. Podríamos atrevernos a mirar la muerte de Jesús
no como un accidente que le ocurrió por causa de la gente mala de su época, y empezar a
entender que, lo que le ocurrió verdaderamente a Jesús, es lo que le ocurre a cualquiera
que se pone del lado de Los Pobres y Marginado y se enfrenta a los que tienen el poder
político, económico, religiosos y social. Eso sí que sería un verdadero viaje: recorrer La
Pasión desde otra mirada.
Entonces, tenemos la opción de los caminos rutinarios y gastados de La Cuaresma o
viajar de una manera más personal y auto consciente de aquello que debo cambiar, para
que al terminar el recorrido veamos con alegría que, aún manteniendo nuestra identidad,
he sido transformado o transformado en una nueva persona.
A eso es que le llaman Resucitar…

PES.

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