SUMARIO:
II. Su autor.
III. Su contenido.
durante los tres y medio siglos que estuvimos bajo el imperio de las leyes
españolas… fue legislación positiva, legislación obligatoria, legislación político-
religiosa, y sus principios se infiltraron en nuestra legislación civil… y por muy
débiles que sean las huellas que han quedado en nuestro moderno derecho de
esa influencia y de esas infiltraciones o compenetraciones de las legislaciones
canónica y civil antiguas, no será posible tener acabado conocimiento de la
filiación histórica ó evolución de nuestro derecho patrio sin conocer el derecho
canónico, su historia, sus relaciones con el civil, sus principios y dogmas
fundamentales y su bibliografía.6
Todas estas páginas son de una erudición asombrosa. Basten para probarlo las
notas 1 y 2 de la página 330 del segundo tomo, relativas a los autores que
habían escrito sobre el derecho feudal o sobre el consuetudinario: una
verdadera multitud de nombres, de títulos de obras, de fechas de edición o de
promulgación de cuerpos legales salpican al lector, que no puede sino admirar
la erudición de los comentarios, y el gusto por el detalle de un jurista formado
primero en el Seminario Tridentino de Morelia y después en el liberal Colegio de
San Nicolás de esta misma ciudad. Si bien Pallares siguió para su exposición la
guía de dos o tres autores preferidos, por ejemplo, Mayns y Kruger para el
romano, Portalis, Thiers y M. Schbach para la codificación francesa, éste último
y Justo Donoso para la parte relativa al desarrollo histórico del canónico, debe
destacarse su preocupación por informar al lector de la enorme riqueza
bibliográfica que rodea la historia de esos tres derechos, y por dar noticia de los
descubrimientos más recientes, como cuando da cuenta de que los recientes
descubrimientos de “algunos fragmentos de Pomponio por Cramer, de
Modestino por Spangerber, y de Ulpiano por Endlicher”.8 Por desgracia, esta
erudición y gusto por el detalle no son constantes a lo largo de toda la obra que
adolece de notables desequilibrios, sobre todo en la parte reproducida en la
Historia, no obstante lo cual el Curso puede ser entendido como un auténtico,
extenso y original libro de historia del derecho occidental, en donde se estudian
y destacan los cuatro elementos formativos básicos del derecho mexicano: el
romano, el canónico, el francés y el español, si bien el segundo fuera expuesto
en tercer lugar y no en el segundo como le correspondería por tiempo y por su
trascendencia. Uno más, el quinto, será de plano ignorado por Pallares, tal vez
porque su visión liberal y formalista del derecho lo llevó a diferenciar sin
saberlo entre derecho mexicano y derecho en México: el derecho
consuetudinario de las múltiples comunidades indígenas de este país.
II. SU AUTOR
III. SU CONTENIDO
Por último, no obstante que el pueblo mexicano había sido calificado de culto y
poseedor de una tradición jurídica, Pallares hubo de reconocer que sus juristas
habían sido incapaces de producir una literatura original y vasta. En una
extensa nota de pie de página, y casi sin mayor comentario, dio noticia de las
principales obras de la literatura jurídica nacional, desde los Comentarios a la
Ordenanza de Minas de Francisco Javier Gamboa, hasta la Guía Práctica de
Derecho de José María Lozano, pasando por las de Cienfuegos, Fonseca y
Urrutia, Florentino Mercado, Víctor José Martínez, Peña y Peña, Zarco, Castillo
Velasco, Ramón Rodríguez, Montiel y Duarte, Juan de la Torre, Mejía,
Coronado, Eduardo Ruiz, el ya mencionado Vallarta, Calva y Segura, Mateos
Alarcón, Roa Bárcena, Agustín Verdugo, Ricardo Rodríguez, Lares, Zayas, y,
desde luego, las del propio Jacinto Pallares, entre otros. El listado incluyó la
mención de las principales publicaciones periódicas especializadas en el
derecho: las Variedades de Jurisprudencia, la Gaceta de los Tribunales, El
Derecho, El Foro, la Revista de Legislación y Jurisprudencia, y el Anuario de
Legislación y Jurisprudencia de los hermanos Macedo. Esta breve “parte
bibliográfica” terminó con el anuncio de la publicación próxima de un libro
editado por la Sociedad de Bibliografía, fundada por José María Vigil, donde se
daría cuenta detallada de los autores mexicanos, referencia quizás a la obra de
Manuel Cruzado sobre la bibliografía jurídica mexicana aparecida un año
después.25
Es importante destacar esta parte del libro, toda vez que la misma constituye
un punto de referencia indispensable para quien pretenda acercarse al tema del
desarrollo de la ciencia jurídica mexicana y de sus influencias al comienzo del
siglo XX. La bibliografía y los autores que mencionó el célebre abogado
michoacano permiten precisar el grado de riqueza y originalidad intelectuales
de los juristas mexicanos de entonces, así como determinar las particulares
influencias en México de los juristas europeos o americanos en las distintas
disciplinas que conforman el universo de la ciencia del derecho: españoles,
franceses, italianos, alemanes, portugueses, norteamericanos, venezolanos;
temas por demás interesantes y urgentes de explorar si se quiere abundar en
el conocimiento de la cultura jurídica mexicana actual; de sus orígenes,
transformaciones, debilidades, ausencias y carencias frente a un práctico y útil
positivismo legalista que a fines de ese siglo XX había provocado el peor
momento para dicha cultura, y el casi exterminio del papel de los juristas como
diseñadores de las instituciones y de los mecanismos óptimos para lograr el
imperio de la justicia en una sociedad marcada profundamente por la injusticia,
y carente -siempre- de un alto y original pensamiento científico-jurídico que
pudiera trascender más allá de nuestras fronteras. Los reproches de Pallares, a
mi modo de ver, siguen siendo válidos y pertinentes, aún y cuando la
bibliografía jurídica mexicana publicada en el siglo XX sea notable en cuanto al
número de obras publicadas.
En relación con los códigos de otras materias, “como son los de minas,
comercio, militares, etc.”, consideró que no había que: