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Inteligencia social de Daniel Goleman


Por Sergio Parra
Quienes ya disfrutaron con Inteligencia emocional no pueden perderse esta
nueva incursión del investigador y profesor de la Universidad de Harvard
Daniel Goleman en las claves neurológicas de las relaciones humanas:
Inteligencia social.
Si en su primer libro, Goleman se centraba en cuán importante eran las
emociones y su gestión para conducirnos por el mundo, tanto o más que el
cultivo de la inteligencia espacial, la matemática u otras, en Inteligencia
social Goleman hace hincapié en que todos estamos programados para
conectar con el prójimo. Es el propio diseño de nuestro cerebro es el que nos
hace profundamente sociales. Y, por tanto, una persona completa es aquella
que no desatiende esta importante faceta: su interacción con los demás. La
soledad es la muerte, digan lo que digan los anacoretas o los misántropos.
En el fondo, somos más la gente que hemos conocido y cómo dejamos que
ésta nos influya que nosotros mismos. Incluso una relación conflictiva con
otra persona puede llegar a debilitar nuestro sistema inmunológico. Pues
ningún hombre es una isla, somos animales sociales, aunque en el horizonte se
vislumbre el hobbesiano el hombre es un lobo para el hombre.
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Goleman explica lo que son las neuronas espejo, que promueven la empatía,
o las células piramidales, ricas en serotonina, dopamina y otros
neurotransmisores que son la vaselina del apego, el amor y el placer. Y a
medida que explica de manera sencilla y accesible todos estos abstrusos
términos, los hilvana con maestría con sus incipientes descubrimientos acerca
del mundo de las relaciones interpersonales. Unos descubrimientos que
Goleman no duda que acabarán reconfigurando el campo de la educación, el
trabajo, los conflictos sociales o las relaciones de pareja.
Goleman también explica cómo la forma en la que hemos sido tratados en
nuestros primeros meses de vida (la frecuencia en la que nuestros padres nos
acariciaban, etc.) determina en un importante grado cómo nos
desenvolveremos posteriormente en nuestras relaciones sociales. O dicho de
otro modo, nuestra inteligencia social no viene sólo de serie, también se
modifica en los primeros años de vida y se puede llegar a cultivar y fortalecer
de adulto con las herramientas adecuadas.
En definitiva, Inteligencia social, así como lo fue Inteligencia emocional (a
mi entender, un libro más redondo), bucea en nuevas teorías acerca de cómo
somos y por qué somos como somos usando como base los últimos
descubrimientos en el campo de la neurociencia. O dicho de otro modo:
Inteligencia social podría ser la versión seria y documentada de un libro
de autoayuda: su fin no es la autoayuda sino el conocimiento de nuestra
mente y de la mente de los demás, pero el mero hecho de profundizar en este
conocimiento sin duda aumentará considerablemente nuestra inteligencia y,
con ello, mejorará la gestión de nuestra vida. Sobre todo de nuestra vida con
los demás.
Cuando, en los años ochenta, conocí a Paul Ekman, acababa de pasar casi un
año de su vida aprendiendo a controlar voluntariamente, delante de un espejo,
cada uno de los cerca de doscientos músculos de la cara, lo que no dejaba de
estar exento de cierta heroicidad porque, en varias ocasiones, se vio obligado a
aplicarse una ligera descarga eléctrica para poder ubicar algunos músculos
difíciles de detectar. Después de dominar esa hazaña de autocontrol, esbozó
un mapa muy exacto de los distintos sistemas musculares que se ponen en
marcha al exhibir cada una de las grandes emociones y sus múltiples
variantes. Ekman ha identificado dieciocho tipos diferentes de sonrisa basados
en distintas combinaciones de los quince músculos faciales implicados. Entre
ellas cabe señalar, por nombrar sólo unas pocas, la sonrisa postiza que parece
pegada a un rostro infeliz y transmite una actitud del tipo sonríe y apechuga
que parece el reflejo mismo de la resignación; la sonrisa cruel que exhibe la
persona malvada que disfruta haciendo daño a los demás y la sonrisa distante
característica de Charlie Chaplin, que moviliza un músculo que la mayoría de
la gente no puede mover voluntariamente y parece, como dice Ekman, reírse
de la risa. También hay, obviamente, sonrisas genuinas que transmiten la
alegría y la diversión espontánea y que son, con toda probabilidad, las más
evocadoras, por cuanto que son las que más fácilmente registran las neuronas
espejo destinadas a detectar sonrisas y desencadenar las nuestras. Como dice
cierto proverbio tibetano: “La mitad de tu sonrisa es para ti y la otra mitad
para el mundo”.
Editorial Kairós

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