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Salmo de Adán y Eva frente a la cruz


Ruth Ramasco de Monzón

-I-

Dos cansadas figuras


a la cruz
han llegado.

Sus voces
desamparan silencios
frente al Crucificado:

Escuchamos el rumor de tus pasos, ¡Escuchamos... el rumor de tus pasos!,


dijo el hombre. la mujer balbuceó.

Nuestra anciana memoria nos dictaba escondites,


un susurro de tierra nos hambreó de tu voz.

¡Poder verte un instante, a contraluz del viento!


¡Inspirar hasta el alma los rastros de tu olor!

Coro

¿Qué escondites sugieres, memoria tornadiza,


si al nombrar escondites te arrebata tu ardor?

¿Qué escondites propones, memoria primeriza,


si un alba de jazmines esconde tu rubor?

¿Qué escondites preparas, memoria olvidadiza,


si escondido en tu carne se deshoja tu Dios?
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- II -

Dos gastados disfraces


a la cruz
han llegado.

Sus ojos
desandan mil distancias
frente al Crucificado.

¡Tú desnudo y nosotros vestidos!

¡Tú escondido del Padre, indefenso y umbrío!


¡Acunado en horrores!
.....¡Y nosotros vestidos!

¡Tú sembrado de sangre, en sal embebecido!


¡Arrasado y desierto!
....¡Y nosotros vestidos!

¡Tú en gemidos de parto, abierto por tus críos!


¡Hurgado por la muerte!
... ¡Y nosotros vestidos!"

¡No te cubres!
......................
¡Y nosotros vestidos!

Coro

Los niños brotan desnudos


en los vientres de sus madres;
los amantes se desnudan
por el placer de tocarse.

Cuando está desnudo el cielo


y vibra amores de carne,
una inocencia encendida
aparta vanos ropajes.

Cuando está desnudo el cielo


y vibra amores de carne,
una brasa alborozada
roba el sí de nuestra sangre.
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- III -

Dos rudos labradores


a la cruz
han llegado.

Sus dedos
desmenuzan terrones
frente al Crucificado.

Nuestros frutos de tierra,


leyendas de semillas,
y de dioses que enseñan
la siega y la rastrilla.

Nuestros frutos de tierra,


curvadas pesadillas
amontonan esperas
en raspadas rodillas.

Nuestros frutos de tierra,


hambruna y maravilla,
engalanan bellezas
y aguardan tu gavilla.

Vuelve mujer tus ojos ¡Si pudiera cortarte,


al árbol del estío, panal de miel y vino,
convídame su carga si mis dientes te hollaran
sin tu gesto bravío. y mordieran con brío!

Coro

¡Fruto fresco del cielo,


jugoso y ofrecido,
pulpa carnosa y dulce,
en tierra y no caído!

¡Fruto fresco del cielo,


cubierto aún de rocío,
guarecido en la sombra,
en tierra y no caído!
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- IV -

La mujer lleva
dos urnas en las manos:
uno ha muerto, el otro lo ha matado.

Un pájaro sombrío
se ha posado en mi vientre,
y desgarra a mis hijos
con un punzón ardiente.

No puedo discernir
ni culpas ni inocencias;
sólo escucho gemidos
y enloquezco de ausencias.

Ásperas manos de hombre


desanudan talegos:
es inútil, no hay nada dentro de ellos.

Nada puedo decirte.


No hay nada que sea mío.
Ni blasfemias ni angustias.

Nada espero que digas.


Salvo, quizás, cuando miro a alguno de mis hijos.
Blanda moneda frágil
a la que el mundo acuñará en gozos y porfías.

Nada podrá decirte


ni esperará que digas.

Mi moneda es estéril,
la devuelvo sin vida.
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-V-

Dos espadas en celo


a la cruz
han llegado.

Azuzadas jaurías
enronquecen gruñidos
frente al Crucificado.

Después de esas primeras vestimentas…:


¡vergüenza, sólo vergüenza!
¡Feroz lucha el amor entre nosotros!
¡Feroz odio el que acosa nuestra entrega!

Veo el temor de mi esposa Toco el temor de mi esposo


en su encrespada paciencia, acuclillado en sus guerras;
veo el temor de mi esposa toco el temor de mi esposo
en su burla insatisfecha, tras sus murallas enhiestas;
veo el temor de mi esposa toco el temor de mi esposo
en su guarida de hembra. cuando escupe mi presencia.

Coro

El temor se vuelve odio,


el odio oscura violencia,
la violencia soledades
y rostros pétreos de guerra.

El corazón del madero


mana sangre de tristeza;
la tristeza se derrama
al corazón de la tierra.

Dos rosas negras florecen,


copas arduas de belleza,
y del vino del Dios Hombre
bebe la dura pareja.
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- VI -

¿Qué le pasa a nuestras manos,


hurañas mazas de piedra,
qué le pasa a nuestras manos
que se vuelven verde hiedra?

Coro

El verde sube el madero,


enamorado del leño;
o es el leño un leño verde,
que recorre su sendero.

¡Abre nuestras manos, Padre,


abre la tierra y los vientres;
abre nuestro miedo, Madre,
y la vergüenza de verte!

¡Anuda la muerte, Padre,


a sus hueras soledades;
apacienta los dolores
de nuestros odios voraces!

¡Ay este luto rotundo,


hecho de silencio y llanto!
¡Ay las palabras que aguardan
que se desate su canto!

Coro

La hiedra se empapa en rojo


en los maderos cruzados,
y manos entrelazadas
son las huellas de su paso.

¡Que canta, que canta el Verbo,


y la Muerte se ha callado!

Dos antiguos solitarios


llevan un niño en sus brazos.

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