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Como formar una mentalidad católica

Por Thomas Stork (New Oxford Review, Feb.99)

El dicho de Richard Weaver, “Las ideas tienen consecuencias”, es cierto tanto


en lo que concierne a la sociedad como a los individuos. Otra forma de decirlo
sería “Uno vive como piensa”. Si esto es verdad, entonces parecería que todos
los católicos viven como católicos, porque seguramente la Fe que profesan
representa lo que de verdad piensan. Pero no siempre vivimos de esa manera.
Parte del problema, por supuesto, es que el pecado original nos hace muy
difícil resistir la triple tentación del mundo, la carne y el demonio. Con todo el
respeto a sus poderes, sin embargo, estos eficientes tentadores no son toda la
causa de las frecuentes acciones no católicas de muchos católicos. Nuestras
vidas dan perturbadoras evidencias de nuestro fracaso en el cultivo de una
mentalidad católica – nuestro fallo al conformar nuestro pensamiento con lo
que es realmente católico en todos los terrenos.

Los católicos ortodoxos tienen en cuenta que deben asegurar que su teología
es fiel al Magisterio de la Iglesia. También generalmente, saben que sus ideas
filosóficas deberían estar en armonía con el espíritu de la Iglesia. Y saben que
deben intentar vivir de acuerdo a las enseñanzas morales de la Iglesia. Todo
esto, por supuesto, es un sine qua non. Pero aún hay más, un vasto espacio
frecuentemente obviado, un área crucial para la formación de una auténtica
mentalidad católica.

Si fuéramos seres enteramente lógicos, el conocimiento de los principios


verdaderos de la teología y la filosofía serían suficientes para guiar
prácticamente todo nuestro pensamiento. Simplemente deduciríamos todo lo
demás a partir de los principios básicos enraizados en esas dos disciplinas.
Pero desde la caída de Adán, este riguroso pero simple procedimiento no ha
sido el camino seguido por la mayoría. La Teología y la Filosofía se estudian en
un necesario alto nivel de abstracción, pues por su propia naturaleza
normalmente no tratan de cosas particulares y concretas. Y, como
consecuencia, demasiado frecuentemente los católicos están satisfechos de
tener sus más abstractos principios intelectuales correctos, y de ordenar sus
vidas personales apropiadamente, pero en el área del pensamiento esto
concierne a muchos de nuestros juicios sobre política, sociedad y economía, en
los que estamos satisfechos de tomar nuestras opiniones de la cultura que nos
rodea.

Por ejemplo, del principio de que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Jesucristo,


una especie de continuación de la Encarnación de Nuestro Señor, podríamos
llegar a darnos cuenta de que el conflicto más grande de la Historia es el que
tiene lugar entre la Iglesia y el mundo, y por extensión, entre la civilización
católica y la no católica. Pero muchos católicos están acostumbrados a pensar
de otra manera, en términos de bloques comerciales, de naciones “atrasadas”
o “avanzadas”, de la “marcha de la libertad”, como si esos fueran conceptos
más fundamentales. Una expresión como “tercer mundo” engloba juntos países
tan diferentes como Perú o la India, como si la cosa más importante sobre ellos
fuese su nivel de desarrollo económico. Se trata de un juicio materialista, que
presupone que las cosas materiales constituyen el indicador más importante de
los logros y carácter de un país. O tomemos el término “mundo libre”. La noción
de mundo libre propio de la guerra fría presuponía que la libertad (¿qué clase
de libertad?) era la característica más importante compartida por un grupo de
naciones en las que no había ni hubo antes un gobierno comunista. Incluso en
lo que respecta a la política y la cultura, ¿es razonable poner a la secularista
Suecia en la misma columna que la católica Costa Rica? ¿No son sus culturas
religiosas divergentes al menos tan importantes como el hecho de no ser
comunistas?

O tomemos nuestras categorías domésticas favoritas, “liberal” y “conservador”.


En USA, hoy casi cualquier problema se presenta como si sólo hubiera dos
propuestas, la liberal y la conservadora. Cualesquiera otros calificativos, como
radical o extremo o lo que sea, se asumen simplemente para señalar una
diferencia de gradación. ¿De dónde procede esta suerte de análisis? ¿Debería
un católico simplemente aceptar esta camisa de fuerza intelectual secular y
permitir que todos los problemas queden enmarcados para él de tal manera
que demasiado frecuentemente le dan una simple elección entre dos errores?

¿Como desarrolla un católico moderno una forma de pensar católica en áreas


tan vitales como la política y la cultura? En este siglo hemos sido bendecidos
con autores excepcionales cuyas mentes son verdaderamente católicas, y en
este ensayo dirigiré mi mirada a algunos de ellos para ver cómo pueden ellos
ayudarnos a formar por nosotros mismos nuestras mentalidades católicas.

En primer lugar propongo dos libros de Hilaire Belloc (1870-1953), Ensayos de


un laico católico en Inglaterra y Supervivencias y nuevas llegadas. Belloc, uno
de los más importantes escritores católicos de este siglo, no fue para nada un
teólogo ni un filósofo, sino sobre todo un historiador. Pero incluso en sus
trabajos estrictamente históricos el valor se encuentra tanto en las bases
católicas de su presentación como en la narrativa histórica en si misma. Para
Belloc, un objetivo es siempre el supremo: posibilitar al lector el mirar el mundo
a través de unos ojos católicos.

Tomemos el ensayo “Las dos culturas de occidente” (de Ensayos de un


católico, originalmente publicada en 1931). Aquí Belloc se da cuenta de que los
comentaristas en nuestra civilización hacen distinciones y crean categorías
basadas en características superficiales y secundarias. El mismo escribe:

“La gente es aficionada a distinguir entre características “celtas”,


“germanas” y “eslavas”. Últimamente ha surgido entre gentes estúpidas
y pedantes un discurso sobre tres supuestas divisiones, “alpinos”,
“nórdicos” y “mediterráneos”; no tendremos que esperar mucho para la
llegada de alguna nueva moda de este tipo de sinsentido. Cambia cada
pocos años.”

Pero para Belloc, todas estas características son, en el mejor de los casos,
marginales:
“Hay una cultura protestante y una cultura católica. La diferencia entre
las dos es la principal diferencia que divide un tipo de europeo del otro.
La frontera entre las culturas católica y protestante es la amplitud del
escote, comparada con la cual todas las demás son secundarias.”

Hoy, obviamente, esto está algo anticuado. En su gran mayoría, los


comentaristas de hoy clasifican todo sobre la base de su grado de “desarrollo
económico”, no sobre presumidas cualidades “raciales”. Y, desgraciadamente,
las culturas católicas europeas que parecían revivir cuando Belloc lo escribió
están ahora mayoritariamente disueltas en su secularismo post-católico- un
hedonismo sin fachada puritana. Sin embargo, lo que escribe aquí Belloc es
importante. Porque nos enseña que los grandes conflictos son siempre
religiosos, y que el más grande es entre la Iglesia Católica y todo lo demás.

Para algunos, incluso para algunos católicos, esto podría verse como una
forma de ver las cosas propia de mentes estrechas. Pero no lo es si la Fe es
realmente auténtica. Tal como Jesucristo tiene significado universal, así lo tiene
Su Iglesia (por lo que es propiamente llamada Católica, o Universal) y así la
civilización promovida por esa Iglesia. Incluso hoy, cuando apenas queda
alguna o ninguna cultura católica vibrante, debemos pensar en términos de Fe
sobre las realidades socio-políticas, no en términos de accidentes como el tipo
étnico de una persona o el éxito financiero de una nación. Consideremos la
sentencia de Belloc sobre el capitalismo del ensayo “Fe y capitalismo industrial”
en el mismo volumen:

“El capitalismo industrial es un mal manifiesto. Grita contra nuestro


sentido de la justicia, sus productos ofenden nuestro sentido de la
belleza, la sociedad basada en él no sólo es vil sino también
crecientemente inestable. Vino a la existencia a través del calvinismo,
que fue el principio vital que informó todas las revueltas contra la Fe en
el origen de los tiempos modernos”.

Belloc va al corazón del capitalismo industrial y de porqué es hostil a la cultura


y orden social católicos. Su crítica, a pesar del declive en la producción
industrial americana, es aún relevante, porque la nuestra es aún la civilización
del capitalismo industrial, incluso aunque sean chips de ordenador, y no acero,
lo que produzcamos ahora. Y como quiera que todos nosotros debemos vivir
en esta civilización, haríamos bien en entender esto en términos de Fe, no en
términos de teorías sobre desarrollo económico, teorías que contienen
presupuestos materialistas opuestos al catolicismo.

La filosofía que da vida a esta civilización se expone por Belloc en


Supervivencias y nuevas llegadas (originalmente publicada en 1929). Aquí
considera varios ataques intelectuales contra la Iglesia; por ejemplo el ataque
realizado en nombre de la ciencia experimental, el ataque llevado a cabo por
fundamentalistas protestantes, el ataque de la filosofía escéptica y el ataque
emprendido por el nacionalismo. Uno encuentra aquí una presentación
resumida muy interesante del estado de la vida intelectual de occidente en la
primera mitad del siglo, así como algunas predicciones preclaras de lo por
venir. Pero uno encuentra también que la mayoría de los enemigos de la Fe
que Belloc identificó hace tiempo están aún activos, especialmente el principal
enemigo, al que él mismo llamó “la mentalidad moderna” (aunque Belloc no
está cómodo con el término “mentalidad moderna”, dado que esta forma de
pensar no es universal en los tiempos modernos, pero utiliza esa expresión por
comodidad). Lo que él entiende por mentalidad moderna es algo
“completamente negativo”. Es una mentalidad cuya forma de operar “hace la
religión ininteligible. Su efecto sobre la religión es como la de un narcótico
sobre la capacidad de análisis. Embota la facultad de reconocimiento y bloquea
la entrada de la Fe”.

Puede no ser universal, pero encontramos este tipo de mentalidad por todas
partes en derredor. Cuántas veces hemos intentado discutir sobre la Fe con
nuestros vecinos o compañeros de trabajo para ser respondidos, no con
contraargumentos, sino con una absoluta falta de interés, con indiferencia hacia
los grandes problemas de si Dios existe o cómo las cosas llegaron a existir o
qué hay tras la muerte. O, en el mejor de los casos, somos tratados con esa
labia psicologista, informándonos de que aceptamos los argumentos filosóficos
de la existencia de Dios solo porque necesitamos que sean verdad – el
argumento “muleta”. Esta es la mentalidad moderna en acción.

Encontramos esta mentalidad fuera de nosotros mismos. ¿Pero somos


conscientes de cuan modernas son probablemente nuestras propias mentes?
Tomemos este agudo ejemplo del propio Belloc:

“Las principales materias de la educación primaria son la lectura y la


escritura. Por tanto, una incapacidad o una debilidad en esas dos
materias se convierte en prueba de inferioridad. Una nación puede
construir, cantar, pintar, luchar mejor que otra; pero si tiene una
proporción más grande de iletrados, es marcada como la menor de
ambas. Un español de Extremadura puede esculpir imágenes en piedra
tan vivas como las del siglo XIII, pero si no sabe leer, la “mente
moderna” le coloca muy por detrás del gandul que elige el resultado de
las carreras por los consejos leídos en el periódico”.

He aquí una actitud que incluso los católicos ortodoxos probablemente


comparten – que ser ilustrado es bueno en y por si mismo, independientemente
de que se lee, y que los países son ”atrasados” si sus estadísticas de
alfabetización no son “digeribles”. El mero acto mecánico de leer - sea una
novela basura, un horóscopo o una pantalla de ordenador – se ha transformado
de alguna manera en algo místico, casi sacramental en el sistema doctrinal de
la mentalidad moderna. Una mentalidad católica debería ser capaz de ver estas
cosas con un poco más de profundidad. Es un buen ejercicio mental leer el
libro de Belloc y entonces escoger cualquier publicación actual – la revista Time
serviría excepcionalmente bien al propósito – para encontrar ejemplos de la
mentalidad moderna en acción. Leer a Belloc es para un católico un excelente
y entretenido camino para empezar a clasificar qué tiene de católico y de
moderno una mentalidad así.

A continuación, paso a un trabajo realizado por Christopher Dawson (1889-


1970) La dinámica de la Historia universal, una colección de ensayos editada
por el fallecido John Mulloy. Dawson es quizá el historiador católico más
grande del siglo, y este libro es una rica muestra de sus escritos que incluye el
excelente ensayo “Catolicismo y mentalidad burguesa”

¡La mentalidad burguesa! Es este un tema del que no hemos oído hablar
mucho desde que los comunistas levantaron la bandera blanca de la rendición.
¿La obra de Dawson está limitada en su aplicación a los años ’30, cuando se
publico por primera vez?¿No somos todos felizmente burgueses ahora, todos
defensores del capitalismo? Escuchemos a Dawson: “Hay una discordancia
fundamental entre la civilización burguesa y la cristiana y entre la mentalidad
del burgués y la de Cristo”. Ya no hay necesidad de hacer apologética frente a
la contrapropaganda comunista, pero permanece el gran problema de conocer
y vivir la verdad. Y Dawson, como Belloc, vió que la forma de vida promovida
por la fe católica y la forma de vida asumida por la cultura moderna occidental
son incompatibles.

El lector en busca de una mentalidad católica se dará cuenta, al leer este


ensayo, de que muchas de las críticas que escuchamos dirigidas a la forma de
vida americana de búsqueda del confort, propia de clases medias de las
afueras de la ciudad – críticas que habitualmente asociamos con socialistas,
bohemios, y radicales de todo tipo – en realidad tienen un origen muy cercano
al corazón de la Fe. La Fe, lejos de ser una hora de elevación espiritual en el
fin de semana, una aburrida parte de una existencia burguesa, es la única
alternativa real. Sólo si nos aferramos a este deseo comenzamos a entender la
propuesta católica a la sociedad y la cultura. Y sólo entonces veremos la Fe
como la cosa vibrante, bella y viva que es, en lugar del servicio añoso de
lugares comunes recalentados que se nos pone a la mesa cada domingo.

Los rasgos distintivos de la mentalidad burguesa, según Dawson, son su


“urbanitismo” y el resultante divorcio de la naturaleza, su preocupación por el
dinero y la resultante tendencia a valorar las cosas sólo teniendo en cuenta por
cuánto pueden ser vendidas, así como su culto a la respetabilidad. “El ideal de
la cultura burguesa es mantener un respetable estándar medio”. No intenta
nada grande, no ama, ciertamente no a Dios, sino que no ama nada que
pudiera poner en peligro su confortable rutina. No entiende a la clase de
hombre que pudiera poner en riesgo todo a cambio de la “perla preciosa”. Pero
entiende en profundidad al hombre económico, aquel que siempre está atento
a comprar barato y vender caro.

En 1935, cuando Dawson publicó por primera vez este ensayo, pudo advertir a
los contemporáneos católicos:

“Siempre existe la tentación para la religión de aliarse con el orden


establecido, y si hoy nos aliamos con la burguesía porque los enemigos
de la burguesía son frecuentemente los enemigos de la Iglesia,
estaremos repitiendo los errores que los prelados galicanos cometieron
en el tiempo de Luis XVIII.”

Desafortunadamente, los contemporáneos de Dawson no prestaron atención a


sus palabras.
En los años ’60 hubo una breve – real pero equivocada – revuelta contra la
civilización burguesa por parte, principalmente, de mucha gente joven. Al
fracasar en la búsqueda de una alternativa, la mayoría de los revolucionarios
eventualmente se establecieron en el orden burgués, transformado entonces
con grandes dosis de hedonismo y auto-indulgencia. ¿Dónde estaban los
católicos con una visión de un orden realmente diferente? Los revolucionarios
de los ’60, por el deseo de ir a alguna parte, cualquiera que fuese, retornaron
haciendo la burguesía aún más burguesa. Hoy, la informe alienación de la
generación X terminará de la misma manera, a menos que de alguna manera
la visión auténticamente católica sea puesta ante sus ojos – como el Papa Juan
Pablo II se ha esforzado en hacer en sus numerosas alocuciones a la juventud
del mundo. En los ’60 la revuelta fue, en muchos sentidos, una distorsión de un
impulso saludable. En la desafección de la juventud actual hay un cierto tinte
de decadencia, una deliberada elección por lo corrupto. Puede ser así mucho
más duro dirigirles hacia el bien. Pero vale la pena intentarlo. No hay ninguna
generación ni ninguna edad por la que el Justo no padeciese, muriese y
resucitase.

El último trabajo que mencionaré es mucho más reciente, Catolicismo y


secularización en America, de David Schindler. Este volumen, una colección de
contribuciones escritas, muchas de las cuales fueron en su origen conferencias
promovidas por la revista trimestral Communio, presenta temas relacionados
con los discutidos antes, pero enfatizando el específico contexto americano.
Una de las sugestivas colaboraciones contenidas allí es la de Glenn Olsen, “El
significado de la cultura cristiana, una visión histórica”.

Olsen, quien ha escrito para el New Oxford Review, ofrece una muy buena
introducción, especialmente para americanos, al problema de la conexión entre
religión y cultura. Ambos, Belloc y Dawson, por ejemplo, asumen que una
cultura necesita tener una base fundamental religiosa. Pero en los USA no
hemos estado nunca cómodos con esta idea. Muchos elementos de la vida
americana, empezando por los Padres Fundadores y la Primera Enmienda a la
Constitución, han interpretado la religión en America bien como un asunto
enteramente privado o, en tanto que se hace público, algo absolutamente
insípido. La nación inscribe “Tenemos fe en Dios” (In God we trust) en sus
monedas mientras permite el asesinato de millones de niños nonatos y excluye
rigurosamente el discurso religioso serio de la vida pública. La religión civil
americana se caracteriza por el consabido y sinsentido “Dios os bendiga” (God
bless you) pronunciado con tanta frecuencia por los políticos al final de sus
discursos.

El ensayo de Olsen es un sólido examen crítico de esta privatización de la


religión, con el examen histórico de pensadores católicos de la primera época
como Atanasio, Ambrosio y Agustín. Aunque no estoy de acuerdo con la
totalidad de sus conclusiones (para lo que yo iría más allá de lo que él mismo lo
hace), su ensayo es un excelente punto de arranque para el debate,
especialmente para tantos americanos que jamás se han parado a
cuestionarse la propuesta americana al problema de las relaciones Iglesia-
Estado.
A los americanos se nos ha enseñado que nuestra posición en las cuestiones
Iglesia-Estado es la mejor posible, tal que debería ser una bendición clara para
el resto del mundo. Aunque podamos deplorar la actual hostilidad hacia la
religión por nuestro gobierno, y por tantos lideres intelectuales y culturales,
tendemos a pensar que si simplemente pudiésemos volver a los orígenes de la
Constitución todo estaría bien. Pero es posible ser tan optimista sólo si
consideramos el lazo civil que une a todos los americanos más importante que
el lazo religioso que une a los católicos, y sólo si estamos satisfechos de dejar
este último lazo como un asunto privado y subordinado, sin hacerlo una parte
pública de la vida de nuestra sociedad. Como dice Olsen con toda franqueza:

“Una vida completa cristiana es la vivida en el propio arte, la propia


política, la forma que la propia ciudad toma, y cualquier control puesto en
la expresión pública de la propia cristiandad es un ataque a la posibilidad
de vivir una vida íntegra, un intento de imposibilitar la maduración
cristiana.”

Es patente que en USA no hemos disfrutado jamás tal orden social cristiano, ni
nunca lo hemos deseado. Es cierto que en el pasado hubo un cierto consenso
pan-protestantista sobre muchos asuntos. Pero la lectura de la tradición política
americana permite ver el pequeñísimo papel – si es que existe – que Dios tiene
allí. Hay, por supuesto, referencias al “Dios de la naturaleza”, y al “Creador” en
la declaración de Independencia. Pero ¿de que importancia, en última
instancia, son estas menciones a Dios? ¿Puede alguien reclamar
persuasivamente que la tradición pública americana ha usado realmente los
conceptos doctrinales cristianos en el entendimiento y la discusión de los
acontecimientos públicos?

Una cosa es, por supuesto, admitir que, en un continente dividido por las
religiones, es imposible establecer una res publica cristiana. Pero es algo muy
diferente celebrar esta imposibilidad – considerar, como lo hicieron los
Fundadores, la multiplicidad de sectas religiosas como un bien positivo, como
algo que ayudaría a evitar que cualquier “facción” dominase la vida pública.

La idea de un orden político sacralizado – de Cristiandad (lo que no significa


teocracia) - normalmente parecía algo extraño a los católicos americanos. Y
ahora, con la mejor voluntad en el mundo, sería imposible construir un orden tal
en el mundo, menos aún en Norte America. Pero de nuevo, si fuéramos
católicos en cada área de nuestra vida, deberíamos confrontar directamente los
mandatos de Cristo Rey con el orden político. No se trata de las antiguas
sentencias de un Ambrosio o un Agustín que ponen en liza la cuestión; las
autorizadas enseñanzas papales de los siglos XIX y XX plantean lo mismo.
Debemos, al menos, considerar el asunto por nosotros mismos, incluso si no
somos jamás capaces de crear un orden cristiano satisfactorio en el mundano
mundo de nuestros tiempos.

Porque la mentalidad católica es, sobre todo, consciente. Tiene en cuenta


verdades, obligaciones y valores que la mentalidad moderna, la mentalidad
burguesa, y la mentalidad americana, han descartado, suprimido u olvidado. La
verdadera mentalidad católica está basada en lo que es profundo y perenne y
está formada por una aguda sensibilidad por el auténtico contenido de la
naturaleza humana y del mundo. Por comparación, esas mentalidades
recientes frecuentemente parecen inconscientes, sin sentido.

En la medida que nuestras mentalidades son sólo parcialmente católicas,


somos responsables de negligencia en los temas discutidos por Belloc,
Dawson y Olsen. Podemos exhibir rectitud personal; podemos abrazarnos a los
principios primeros de la teología cristiana; todavía estamos todos, demasiado
probablemente, sosteniendo ideas no católicas en temas esenciales socio-
económicos, políticos e históricos. Podemos ser inconscientemente de dos o
tres mentalidades cuando , precisamente, nuestra mentalidad sólo debiera ser
una. Es deber nuestro entender dónde y cómo nuestras mentalidades están
divididas y aprender a pensar con la Iglesia, tanto donde eso se hace fácil
como donde podría hacersenos incómodo con la sociedad en que vivimos.
Porque, como dice la epístola a los hebreos, aquí no hay ciudad perdurable
alguna. Si vamos a alcanzar el Cielo, antes o después habremos de purgar las
nociones no católicas que aún poseemos. No es demasiado pronto para
empezar a desembarazarse de ellas ahora.

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