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Roberto Vizcardo Benavides (*)

Ad portas del proceso electoral presidencial 2011, es necesario realizar un breve recuento de
la historia reciente de la patria, que involucra los últimos 50 años, en sus componentes
políticos, económicos y sociales.

Corría el año de 1961, luego del proceso electoral presidencial el Ingeniero Manuel Prado
Ugarteche, Presidente en funciones, se preparaba para transmitir el mando al ganador de las
elecciones Victor Raúl Haya de la Torre el 28 de julio de 1962; 10 días antes, un golpe de
Estado truncaría la sucesión democrática. Una Junta Militar encabezada por el General Ricardo
Pérez Godoy y luego por Nicolás Lindley, asumiría la conducción del Estado.

No es del caso juzgar las razones políticas que llevaron al estamento militar a truncar el
proceso democrático de entonces. Sí es importante señalar que el gobierno de Prado venía
administrando el país de manera aceptable, pues el escenario internacional era propicio y el
Perú, como otras naciones exportadoras de materias primas, cosechaba los frutos de los
buenos precios de los minerales (post II Guerra Mundial y Guerra de Corea). El modelo
capitalista era política de aquel gobierno y generaba importante crecimiento económico. No
obstante, las razones políticas que dieron lugar al golpe militar, terminaron con ello.

La precariedad de la Junta Militar de Gobierno hizo que pronto llamaran a elecciones


generales. En 1963 asumiría el mando el joven arquitecto Fernando Belaúnde Terry que años
atrás (1956) había ganado notoriedad a raíz del llamado ͞manguerazo͟ para exigir su
inscripción en el Jurado Nacional de Elecciones.

Sin embargo, ese período democrático no significó la reanudación del crecimiento económico;
por el contrario, la demagogia y el populismo inherente darían lugar al descalabro de las
finanzas públicas, el estancamiento del aparato de la producción, la postergación de las clases
menos favorecidas y la continuación del olvido ancestral de los pueblos del interior, de la sierra
y la selva, todo ello enmarcado en sonados escándalos de corrupción (que servirían más tarde
de justificación para el Golpe Militar de 1968). El modelo de desarrollo aplicado fue el de la
Industrialización por Sustitución de Importaciones cuyas principales características fueron:
protección a la industria nacional, inversión pública en infraestructura (en este período se
inició la construcción de la carretera marginal de la selva), política fiscal expansiva, política
social redistributiva, atraso cambiario e incremento de la deuda externa. Hubo un intento de
reforma agraria, mediatizada por la coalición Apra-UNO (Unión Nacional Odriista).

Este primer gobierno de Belaúnde no contó con mayoría parlamentaria, por el contrario la
oposición era radicalmente destructiva. Además, en esa época le estallaron las guerrillas en la
selva del Cusco. Al final, el problema del petróleo (affaire de la página 11) le quitó popularidad.
Como se sabe, un golpe militar liderado por el General Velazco Alvarado terminaría con
Belaúnde en el exilio el 3 de octubre de 1968.

El llamado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, un gobierno de tendencia


socialista aproximó al Perú a la Unión Soviética, la República Popular China, Cuba y, en general,
al "bloque socialista". El General Velazco formó un gabinete integrado exclusivamente por
militares, confiscó los diarios y canales de televisión, nacionalizó el petróleo (IPC) e impuso la
reforma agraria eliminando el latifundio y las grandes haciendas. De otro lado, fomentó a la
industria peruana, limitando las importaciones. Las principales actividades de la producción
(minera, industrial, agrícola y la propiedad en general en el Perú), sufrieron profundos
cambios, especialmente, en la estructura de propiedad, por el rol empresarial que se le asignó
al Estado.

De esta manera, se comenzó a implementar una estrategia de desarrollo basada en la gestión


estatal de los principales medios de la producción nacional. En el campo de la minería, el
principal contribuyente al PBI nacional, se comienza a concretizar una serie de acciones en
línea con la estrategia señalada; es así que en 1968 se creó el Ministerio de Energía y Minas
para hacerse cargo de la política sectorial. Se iniciaría así una larga secuencia de
nacionalizaciones, estatizaciones e intervención en la economía. El Estado peruano se convirtió
en empresario, dando lugar a la creación de un sinnúmero de empresas públicas y de
propiedad social, tanto en el campo como en la ciudad, en todos los sectores, desde el
inmobiliario hasta la pesca, agricultura, industria, servicios, minería, etc.

El tiempo demostraría que el rumbo que había tomado el Perú no era el correcto, y por el
contrario significaría el mayor atraso que haya vivido el país durante el siglo XX. Obviamente,
algunas cosas rescatables quedarían. Obras de envergadura como el Oleoducto Norperuano, el
desarrollo de la Marina Mercante Nacional, la repotenciación de las Fuerzas Armadas y la
inclusión de la clase trabajadora en el escenario político y social.

Sin embargo, el modelo socialista estaría destinado al fracaso. La infinidad de empresas


públicas pronto serían superpobladas hasta la saciedad con la consecuente sangría del tesoro,
pues los términos Y   
Y    eran simple y llanamente
desconocidos. Los balances anuales, si los había, eran casi todos deficitarios (el Estado tenía
que cubrir las brechas); esta situación no era sostenible en el tiempo y finalmente significaría
el quiebre del modelo.

La irrupción del General Francisco Morales Bermúdez a partir del 29 de agosto de 1975 en lo
que se llamó la Segunda Fase del gobierno militar no significó mayor cambio en el modelo, a
excepción de una ligera flexibilización económica. En ese escenario se producen grandes
convulsiones sociales a raíz del deterioro de las finanzas públicas y el alza del costo de vida.

El General Morales Bermúdez, obligado por el estado de convulsión social y malos resultados
fiscales, convoca a una Asamblea Constituyente en 1979, la presidiría el líder del APRA Víctor
Raúl Haya de La Torre. Un año después se promulga la nueva Carta Magna, se llama a
elecciones y nuevamente emerge como candidato ganador el Arquitecto Fernando Belaúnde
Terry, a quien los militares habían depuesto 12 años atrás.

Hasta aquí, en términos de crecimiento y desarrollo nacional, los indicadores sociales situaban
al Perú dentro del grupo de países subdesarrollados con niveles de pobreza alto (46 %), bajos
ingresos (US$ 1,788 per cápita), alta mortalidad infantil (80/1000).

De esa manera el Perú ingresa a la década de los 80. Este segundo gobierno de Belaúnde, lejos
de desmontar el enorme legado del aparato estatal recibido del gobierno militar, administró el
país en el día a día. Como en su primer gobierno, una cierta apertura de la economía trató de
justificar un giro hacia el Mercado. Sin embargo, el populismo dominaría la escena nacional
hasta agotar las arcas. Es en ese gobierno que se empieza a incumplir las obligaciones de la
deuda externa. En mayo de 1980, en Ayacucho (Chuschi) aparecería la organización terrorista
Sendero Luminoso.

Los resultados de la segunda gestión del gobierno de Fernando Belaúnde son deplorables, por
decir lo menos; significó un estancamiento en los niveles de inversión, no hubo desarrollo de
nuevos proyectos y sí una ostensible baja en la producción y los precios en los mercados
mundiales.

Si la década se había iniciado con una nueva Constitución del Estado (La Carta Política de 1979)
y un nuevo gobierno elegido democráticamente, más allá de estos cambios lo demás
permanecía igual; por ejemplo se mantuvieron los precios controlados; ello daría lugar, tiempo
después, a que Belaúnde anunciara, por intermedio de su Ministro de Economía, Manuel
Ulloa, el llamado ͞desembalse͟ (aumento, sinceramiento) de los precios controlados, (la
prensa los denominaba ͞paquetazos de alzas͟) paralelamente se liberaron las importaciones,
lo cual trajo consigo una presión en la balanza comercial. Ya en 1984 la deuda externa ascendía
a US$ 11,665 millones. A 1985 la inflación (el peor ͞impuesto͟ que se le pueda imponer a los
pobres) alcanzaba 111%.

El primer gobierno del doctor Alan García Pérez (1985-90) hereda un país convulsionado
política, económica y socialmente. Sin embargo, lejos de enmendar rumbos, sus llamados
ministros heterodoxos profundizan la crisis. La insensatez se apodera del gobierno. En la
práctica no existe modelo ni plan alguno. Es clamorosa la ineficiencia e ineptitud de la clase
dirigente a cargo de la conducción del Estado.

Se implementó un Plan de Emergencia. Se apuesta por el crecimiento económico vía expansión


monetaria y gasto fiscal influyendo en la demanda interna. La teoría era que el déficit fiscal no
produce inflación. Por el contrario, la inflación produce déficit fiscal y ésta se ocasiona por
costos e inercia de los precios; por otro lado, decían los responsables de la conducción
económica, la escasez de divisas se debe al alto servicio de deuda; las exportaciones
tradicionales son inelásticas al tipo de cambio y las importaciones de capital también son
inelásticas al tipo de cambio. Por tanto, concluían, el tipo de cambio no corrige la brecha
externa. En cuanto a las obligaciones con el exterior, el gobierno decide pagar como máximo el
10% del valor de las exportaciones en el servicio de deuda.

Este plan de emergencia de corto plazo contemplaba el control de precios básicos: tipo de
cambio, tasas de interés, tarifas públicas y la administración de la demanda interna. La
expansión de la demanda ocasionó el déficit fiscal. En el campo de la política monetaria se
crearon dos mercados cambiarios: El Mercado Único de Cambios y el Mercado Cambiario
Financiero, en tal razón, se otorgaba un tipo de cambio barato para importadores y un tipo de
cambio alto para exportadores. Se comienza a generar emisión inorgánica de dinero, continúa
el déficit fiscal, desapareciendo el ahorro en moneda nacional, aumentando el consumo y el
crecimiento de la compra de dólares como activo más confiable, se verifica, así mismo, una
caída de la oferta de crédito por parte de los bancos comerciales. Esta situación creó un
mercado negro de créditos.
Al término del primer gobierno del APRA, los resultados son desastrosos: hiperinflación de
cuatro dígitos (la tasa más alta del mundo), reservas internacionales negativas, signo
monetario sin valor, aparato productivo casi inexistente, empresas públicas quebradas,
moratoria de la deuda externa, imagen internacional totalmente desacreditada, altos niveles
de pobreza, desaparición de la clase media y a todo esto, la subversión terrorista en apogeo.

Traducido en otros términos, los indicadores sociales situaban al Perú dentro del grupo de
países subdesarrollados con niveles de pobreza alto (51%), bajos ingresos (US$ 1,287 per
cápita), alta mortalidad infantil: 64/1000.

Con el cambio de gobierno de 1,990 y la llegada al poder del Ingeniero Fujimori, se empieza a
operar una reingeniería sustancial en la economía nacional, el tratamiento del capital y las
inversiones así como la reformulación radical del rol del Estado. Se introduce una serie de
cambios fundamentales en la Política, la economía y en el aspecto social. Esto tendrá real
significación en el mediano y largo plazo en la vida nacional.

Así pues, en el campo de la política económica, a partir de 1990 todo el esquema de la política
industrial, laboral y de ingresos fue radicalmente reemplazado empezando con la eliminación
de las principales exenciones tributarias, la simplificación de impuestos y reducción de
aranceles, además de la eliminación de los controles de precios, la liberalización financiera,
cambiaria y comercial.

En el ámbito laboral se eliminó la estabilidad en el trabajo y se flexibilizó toda la legislación


inherente, reduciéndose el poder de los sindicatos. Al mismo tiempo se emprendió un
programa de reducción del aparato estatal, a través de la privatización y/o liquidación de las
empresas de propiedad pública, y se comenzó a eliminar todas las restricciones o barreras al
ingreso del capital privado extranjero.

Se decidió redefinir el rol del Estado en la economía, particularmente en materia de inversión y


gestión empresarial, iniciándose el proceso de privatizaciones de todo el aparato estatal,
incluyendo las empresas mineras. Se puso en vigencia, igualmente, el marco jurídico
promocional para la inversión privada nacional y extranjera. Todo ello a la par con un efectivo
proceso de pacificación nacional
fundamental para crear condiciones de seguridad adecuadas
para la atracción de inversiones del extranjero a fin de apoyar el desarrollo nacional.

Se emprende un proceso de estabilización económica, reinserción del país en el sistema


financiero internacional y la apertura de nuestra economía hacia la internacionalización
asignando un rol preponderante a la iniciativa privada. Con la promulgación de la nueva
Constitución del Estado en 1,993, se otorga carácter de política de estado a los cambios que se
venían operando. Se apuesta por una economía social de mercado dentro de un esquema
democrático.

A este punto es necesario relievar que si Latinoamérica vivió la ͞década perdida͟ a nivel
continental; Perú desde los 60 hasta empezar los 90, había vivido tres décadas perdidas.
Queda claro que el Estado peruano venía de una larga ͞farra͟ cuyos resultados fueron:
cuentas nacionales en rojo, en la práctica no había ingresos (la recaudación era ínfima, pues a
nadie se le ͞ocurría͟ pagar tributos); endeudamiento externo exacerbado por el crecimiento
exponencial del monto, debido a la carga de moras e intereses producto del ͞default͟ o
cesación unilateral de pagos (responsabilidad de los gobiernos de Belaúnde y García) con
obligaciones que groseramente alcanzaban al 100% del capital adeudado, dejaban al Estado
en situación de inopia. Por otra parte, las irresponsables políticas económicas y monetarias
anteriores envilecieron las divisas y destruyeron al signo monetario peruano (soles, intis) al
punto de que era raro que el débil sistema financiero peruano contase con ahorro proveniente
de ciudadanos depositantes. Ciertamente, el Banco Central de Reserva no contaba con un solo
dólar. El Estado peruano se había gastado hasta el producto de la venta de las ͞joyas de la
abuela͟. Por si fuera poco, a principios de los 90 nuestra patria empezaba a ser considerada un
͞país inviable͟ por la comunidad internacional.

Veinte años han pasado ya. La caracterización del modelo de desarrollo económico actual se
basa fundamentalmente en los artículos 58,59 y 60 de la Constitución Política del Perú de
1993: iniciativa privada libre, dentro de una economía social de mercado; libertad de trabajo,
empresa, comercio e industria; y pluralismo económico. Desde este fundamento, tanto la
política fiscal como la política monetaria se han desarrollado casi homogéneamente desde los
primeros años de los 90´s hasta el presente, es decir, de manera sensata (salvo algunas
excepciones coyunturales), contraciclica (proactiva en el tiempo), y con una autoridad
monetaria independiente (BCR), cuyos mayores logros son percibidos hoy, al haber llevado al
signo monetario peruano a niveles de fortaleza históricos. En este mismo contexto la apertura
de la economía peruana hacia el exterior ha permitido sacar provecho del inédito ciclo
económico de crecimiento mundial (hasta 2008) con lo cual se ha sentado una sólida base para
el futuro. Ciertamente, esto último ha quedado demostrado cuando a fines del año 2009, Perú
recibió la calificación de ͞grado de inversión͟ por parte de la prestigiosa firma Moody´s con lo
que se completaba la trilogía de las otras calificadoras internacionales de riesgo soberano,
Standard and Poor´s y Fitch Ratings. Curiosamente, todo esto, en pleno desarrollo de la crisis
económica mundial.

Consecuentemente, si tenemos en cuenta que el


país ya posee una base industrial, aunque todavía
incipiente; tiene un mercado interno en
crecimiento constante; su economía es aún
dependiente de la producción de commodities
(recursos naturales ʹ materias primas) y la
oscilación cíclica de sus precios; posee además una
dependencia financiera y económica del exterior
mediana, así como una creciente presencia en el
comercio internacional, lo que tenemos es un Perú
de la categoría de ͞País emergente͟, reconocido
por los principales organismos y acuciosos observadores internacionales.

Sin embargo, una faceta preocupante es lo social; no es cierto que las condiciones hayan
mejorado para toda la población. En la sierra y en la selva no se sienten todavía los beneficios
de los buenos indicadores macroeconómicos. Hay que señalar que los buenos resultados
nacionales que han sido cuantificados corresponden a una media, en la que la región costeña y
parte de la sierra han contribuido mayormente a esa estadística, faltando integrar
efectivamente a vastas regiones arriba de los 3,000 msnm y la gran región amazónica donde
todavía el Estado peruano mantiene una deuda histórica pendiente.

No obstante, los resultados son alentadores: se prevé que la pobreza se reducirá hasta llegar
por debajo del 30%, al finalizar 2011. Somos un país de ingresos medios (US$ 5,500 per cápita).
La tasa de analfabetismo ha descendido a un 6% y por sobre todo el Perú goza de alto prestigio
internacional por sus logros económicos y sociales.

Y en este camino estamos. Son ya dos décadas transitadas, por fin hay consenso entre ͞tiros͟ y
͞troyanos͟ que el modelo funciona, cuatro gobiernos diferentes, de tiendas políticas distintas,
así lo acreditan. Esto es ya política de Estado. Por cierto, no es perfecto, necesita ser
apalancado en varios aspectos. El desarrollo existe en el Perú, sólo que de manera focalizada,
necesitamos extenderlo a nivel nacional para que alcance al último compatriota que vive en el
pueblo más alejado de nuestra sierra o amazonia. Pero tenemos que ser perseverantes, ese
debe ser el compromiso de todas las agrupaciones políticas. Lo que debe quedar en claro es
que Perú no está para perder más tiempo en experimentos (como en el pasado), pues ya
hemos hecho nuestra apuesta, y somos muy optimistas con nuestro futuro.

Finalmente, queda la responsabilidad histórica de los operadores de la política para que en


nombre de los más elevados intereses de la nación peruana converjan en un objetivo común:
dar continuidad, sostenibilidad, permanencia al modelo (mal llamado neoliberal),
introduciendo, claro está, las correcciones necesarias, oportunas e impostergables para que
los beneficios del crecimiento económico trasciendan de manera equilibrada y universal a
todos nuestros compatriotas.

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