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El 30 de abril de 1943, el pescador José Antonio Rey encontró el cadáver putrefacto de un

oficial británico encadenado a un maletín mientras faenaba en su pueblo, Punta Umbría. Lo


remolcó a la playa sin tener ni idea del vuelco que ello provocaría en la Segunda Guerra
Mundial. Los militares españoles abrieron la valija, que contenía planes aliados para
desembarcar en Grecia y Cerdeña. Al saberlo los alemanes, intentaron por todos los medios
hacerse con una copia, mientras que los británicos reclamaban su devolución. Franco hizo
satisfacer las demandas alemanas y devolvió a los ingleses el maletín aparentando que no
había sido examinado.

Así fue como la seceióR 17M de le inteligeneia británieá engeñó a los alemanes, Bues fue ésta
quien planeó dejar el cadáver con falsos documentos en la costa onubense; y gracias a este
ardid los aliados pudieron desembarcar con éxito en Sicilia en Julio, aprovechando que Hitler
concentraba el grueso de sus tropas en Grecia. Triunfó así la llamada "Operación Carne
Picada", tal y como sus artífices habían ideado.

La artimaña fue obra de dos hábiles oficiales del M15, Cholmondoley y Montagu, inspirados en
un memorando de la inteligencia naval difundido cuatro años antes por lan Fleming, y que
proponía básicamente crear confusión en el enemigo introduciendo información falsa en un
cadáver lanzado al agua. Por cierto, el tal Fleming se convirtió en un escritor de éxito
posteriormente, creando la saga de James Bond, elagente 007.

El plan creado por los dos oficiales, altamente planificado, pasaba por depositar el cadáver en
España, país de neutralidad más que cuestionada: "Es el país donde exísten mayores
probabilidades de que los documentos se entreguen a los alemanes", escribió Cholmondoley.
Para ello había que dar con un cadáver de un joven en edad militar, sin heridas ni
discapacidades y con una familia a la que no le importara desprenderse de é1. El candidato
válido fue un galés de 34 años, Glyndwr Michael. Pobre, desamparado y sin hogar, rechazado
por el ejército por enfermedad mental, murió el 28 de enero de 1943 envenenado por comer
pan con raticida. El difunto comenzó entonces el proceso de su segunda muerte, con una
nueva identidad militar: la del mayor Willíam Martin.

Se le fabricó un pasadocreíble al "mayor Martin", por si los alemanes decidían husmear,


acumulando varios documentos a su nombre, desde información de su banco hasta ticketsde
compras, cartas manuscritas de su familia y fotos de su novia (que era en realidad una
integrante del M15). Montagu, entusiasmado llegó a decir años más tarde: "Teníamos la
impresión de que lo conocíamos lo mismo que se conoce a nuestro mejor amigo.

Había que simular que e[ mayor Martin era un correo fallecido al estrellarse su avión cuando
llevaba planes secretos a Argel en un maletín atado a su cintura con una cadena forrada de
cuero. La guinda del plan fue introducir en el maletín un documento que le identificaba como
"experto acreditado en maniobras de desembarco" y qtre explicaba que acudía en ayuda del
almirante Andrew Cunningham para preparar el asalto a las costas griegas.

Se escogió Huelva para dejar el qadáver porque había allí una amplia y patriótica comunidad
germana entre los que se encontraba Adolf Clauss, espía de la Abwher, la inteligencia miiitar
alemana; este antiguc voluntario de la Legión Cóndor dirigía la red de espionaje más grande y
eficaz de la costa española.
El viaje del cadáverfue también perfectamente planificado. Se fabricó un cilindro hermético de
acero del cual se eliminó el oxígeno para evitar la putrefacción delfallecido. Una especie de
termo gigante que pasaba por la escotilla de torpedos de un submarino. Se $asladó en
furgoneta al muerto hasta Escocia, y de ahí a Huelva en el subamrino Seraph, contando la
operación con el beneplácito no únicamente de Winston Churchill, sino también con el
conocimiento y aprobación delgeneral estadounidense Eisenhower. El 30 de abril se lanzó el
cadáver al mar y ese mismo día fue hallado por nuestro pescador de Punta.

Para que el engaño triunfara, se aleccionó de forma previa a dos de los representantes
británicos en España: el cónsul en Huelva, Haselden, y su agregado naval en Madrid, Hiltgarth.
Se les conminó a que cuando les notificaran el hallazgo del muerto mostraran interés por su
maletín (el derecho internacional obligaba a España a devolverlo a Reino Unido), pero sin
forzar la situación: se necesitaba el equilibrio justo para despertar interés en el maletín, pero
sin presionar y que los españoles lo devolvieran sin mirarlo. Esta previsión se reveló como
imprescindible, pues la autoridad local de Huelva, ofreció en un principio el maletín al cónsul
sin trámite alguno, a lo que éste respondió que prefería que su devolución siguiera su
conducto oficial: había que enviarlo a Madrid, al agregado de la marina británica. Muy pronto,
el espía local Clauss conoció la existencia del maletín e intentó a toda costa conocer su
contenido, sin conseguirlo. El maletín se envió a Madrid, bajo custodia de nuestro ministro de
la Marina, Salvador Moreno. Aquíse tambaleó la operación, al ser nuestra Marina el cuerpo
español más pro-británico, cuerpo receptor de regalos distribuidos por los ingleses para
fomentar la neutralidad del generalato español. El riesgo de que la devolución se hiciera sin
que se hubieran inspeccionado los documentos se acrecentaba por momentos. Macyntire dijo
en su día que el maletín había caído "s¡ ¡flenos inoportunamente honestas".

Para desbloquear esta situación, los británicos enviaron varios telegramas expresando alarma
por la posibilidad de que trascendiera el contenido del maletín. Entonces entró en escena Karl
Erich Kühlenthal, responsable en Madrid de la Abwehr. Necesitaba méritos como agua de
mayo, puestenía una abuela judía, se hallaba en una situación personalmuyvulnerable y
desvelar el contenido de la valija le reportaría un valioso triunfo. Pero él también fracasó, lo
que aumentó enteros en el interés que el maletín despertaba en las filas alemanas,
planteándose incluso la posibilidad de que el máximo responsable de la Abhwer, Willheim
Canaris, viajara a España para hacerse con su contenido.

Finalmente no hizo falta. Nueve días después del hallazgo del cuerpo, un español al servicio de
los alemanes logró que el secretario general de la Dirección General de Seguridad, José López
Barrón, que había combatido en la división azul y era jefe de [a seguridad de Franco, les
desvelara elcontenido de la maleta.
Se abrieron los sobres de la valija, se copió su contenido y se volvió a dejar
todo tal y como
estaba. lncluso se sumergieron los documentos en agua salada pára que recobraran su aspecto
origirtal. El coronel Ramón Pardo, nombrado directamente por Franco para tal menester al
conocer la existencia y valía de los documentos, los llevó a la embajada alemana, y un
exultante Kühlenthal voló a Berlín con el codiciado tesoro. En frentes paralelos, el ministro de
exteriores español, el conde de Jordana, comunicaba oficiosamente los mismos datos a su
homólogo alemán; también lo hacía el ministro de Marina al embajador alemán. El gobierno
español se jactó de proporcicnar al alemán semejante favor, sin saber el flaco servicio que le
estaba prestando.

Una vez burlados los franquistas, había que borrar las posibles dudas de los alemanes. Hitler se
mostró inicialmente escéptico, llegando a preguntar a un general de la Luftwaffe: ¿No puede
ser este cadáver algo que han puesto en nuestras manos de forma deliberada? También su
segundo, Goebbels, escribió en su diario que el asunto "simplemente apestaba", pese a no
decir nada en público. Pero finalmente se tomó la informacién como cierta, gracias a la
negligente (c casideliberada) actuación de dos personajes de la inteligencia alemana.

El primero, Aléxis VoR Roenne, jefe de la seceién de la Rbwehr que autentifieaba doeumentos,
y que había previsto algunas situaciones delicadas para los alemanes con anterioridad, por lo
que era considerado por Htiler como poco más que un "gurú". Sin embargo, Von Roenne,
exbanquero y aristócrata cristiano ya no comulgaba con el régimen, y ya había comenzado a
pasar información no verificada a sus superiores. Avaló la autenticidad de los documentos sin
nisiquiera mirarlos.

El segundo fue el ya citado Kühlentahl. Se encargó de disipar las razonables dudas que
planeaban en Berlín respecto al espinoso hallazgo: no concordaba la fecha de la muerte
establecida por la autopsia con la de un ticket encontrado en el bolsillo del cadáver, no se
habían hallado restos del avión siniestrado ni de otros tripulantes, y otras cuestiones menores.
Pero Külhentahl minimizó estos datos e incluso pidió a su agente "Garbo" (el catalán Joan
Pujol, q¡re en realidad estaba al servicio de los ingleses) que indagara si había soldados griegos
preparándose para desembarcar con los Aliados. Su respuesta, por supuesto, fue un rotundo
"sí".

El líder nazi, fúe consciente del engaño al enteaarse el 10 dé Júlio de 1943 del inicio del
desembarco aliado en Sicilia. Una operaeión que estaba prevista para 90 días se redujo a 38
días. Los hechos precipitaron la caída del fascismo en ltalia, el 25 de Julio. Eso pese a que
militarmente hablando, el desembarco fue casi desastroso. Pero al no encontrar
prácticamente resistencia, por encontrarse la mayoría de los blindados alemanes en Grecia, el
éxito fue apabullante. Y el desembarco también tuvo consecuencias en el frente del este. Ya
desde el 4 de Julio, el frente alemán había avanzado en ese frente y estaba a punto de llegar a
Stalingrado sin fuerte resistencia, cuando el día 13, 3 días después del desembarco aliado, el
Führer envió a ltalia sus Panzer y fuerzas de la SS. A partir de ese mornento, el contraataque
ruso fue devastador y ya nunca se volverían a ver a las líneas alemanas tan aJ este. De ahí en
adelante, la iniciativa bélica correspondió de forma Índiscutible a los aliados. Un verdadero
punto de inflexión.
La operación se.conociórelativarwr*eprontó. ttl ffiO se noveló, y en 1-956 se llevó a la
pantalla: The man who never wtis, Hoy, de aquél*sonumental engaño, sélo queda un vestigio
en España: la turnba número 1886 del camposanto de Huelva, que alberga el cadáver hallado
en 1943. Hasta 1997 no se le reconoció su aportación al servicio que prestó a la patria británica
con su muerte involuntaria. Su epitafio reza desde entonces: "Glyndwr Michaelsirvió como el
mayor William Martin. R.M."

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