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Hayden White y la retórica como poética de la

historia: Una refutación posible

Cecilia López Badano*

Uno de los problemas que presenta el planteo de la escritura historiográfica en


términos de retórica –y esta concepción se hace extensiva muchas veces a la
retórica entendida como estética–, es la nivelación de las diferencias categoriales
entre una ciencia humana basada en documentos cuya interpretación pretende ser
objetiva en manos de sus profesionales (para quienes la escritura es un medio, no
un fin), y la ficción elaborada por artistas que configuran sus invenciones a
través de y en la propia escritura, interpretando libremente documentos o
trabajando en los huecos que la ausencia de éstos produce.
Rastrear los fundamentos y las debilidades de ese planteamiento nos hará
transitar por el escurridizo límite entre la realidad y la ficción en la escritura de
la historia, borde que hoy en día pretende borrarse desde algunas de posturas
estetizantes de lo que LaCapra denomina “radicalismo constructivista”.1 El
presente trabajo se propone, por consiguiente, trazar las coordenadas de la
crisis que afecta tanto a la historia como a su discurso, para poder luego
establecer las relaciones que se perfilan entre los nuevos conceptos de
historicidad y la literatura que se vincula con ellos o se gesta a partir de ellos.
En consecuencia, se puede comenzar diciendo que la “crisis del discurso
de la historia” tiene origen en una crisis mayor, de la que es producto
emergente, y ésta es la que se refiere a la ruptura de un modo más o menos
tradicional y progresista de entender la historia; como plantean Appleby, Hunt
y Jacob:
Los filósofos del Iluminismo argumentaban confiadamente que si los seres
humanos podían desarrollar ciencia y comprender las leyes de la naturaleza,
entonces podían también rehacer la sociedad, la política y todos los otros ámbitos
de la vida humana. Insistían en que el progreso era posible porque los humanos
––––––––––––––
*
Profesora e investigadora en la Facultad de Lenguas y Letras, Universidad Autónoma de
Querétaro.
1
Dominick LaCapra, Writing History, Writing Trauma, Baltimore, John Hopkins
University Press, 2001, p. 8.

Clío, 2006, Nueva Época, vol. 6, núm. 35


eran básicamente buenos, no fundamentalmente malos como el cristianismo había
enseñado.2
Ésta es precisamente la convicción que se quiebra a partir no sólo del
desarrollo de las guerras mundiales, sino –y sobre todo– de la existencia de los
campos de concentración y exterminio, presencia que, para muchos,
conllevaba la certeza de que ninguna de las utopías ni de los ideales del
Iluminismo estaban cercanos a realizarse.
Colapsa entonces esa historia que, según Eagleton “depende de la
creencia de que el mundo se estaba moviendo premeditadamente hacia cierto
objetivo predeterminado que le es inmanente aún hoy y que provee la dinámica
de su inexorable despliegue” esa historia que es “unilineal, progresiva y
determinista”.3
Esta noción que comienza a disolverse, irá dejando gradualmente paso a
otra, de fragmentación y multiplicidad, de final abierto y ateleológica “una
serie de coyunturas y discontinuidades que sólo una violencia teórica puede
juntar en la unidad de una narración única”.4 Conste aquí que el mismo
Eagleton, en el prólogo de su libro, habla de la hiperbólica y caricaturesca
descripción que, por momentos, hará de ciertas posturas, y esta alusión a la
“violencia teórica” está dentro de ese tono y es de corte más bien irónico.
Ahora bien, si en algunas posturas el relato unificador se desintegra –si la
referencia textual se esencializa– no parece haber mayores inconvenientes para
considerar esos relatos “múltiples y fragmentarios” como más próximos a las
literaturas nacionales que a una ciencia social; esa consideración de base
“postmoderna” comienza a darse a la par del crecimiento ya bien de la
influencia de una hermenéutica de base gadameriano-ricoeuriana, ya bien de
una propensión creciente a interpretar los fenómenos sociales en forma de
texto (literario) a través de una noción omnívora de la textualidad retórico-
poética, o ya bien de influencias de filosofías de base anti-racionalista.
La relación entre esas influencias filosóficas y la visión de la historia es
expresada por Lloyd Kramer del siguiente modo:
––––––––––––––
2
The philosophes of the Enlightenment confidently argued that if human beings could
develop science and comprehend the laws of nature, then they could also remake society, politics,
and every other realm of human life. Progress was possible, they insisted, because humans were
basically good, not fundamentally evil as Christianity had taught. Joyce Appleby; Lynn Hunt &
Margaret Jacob, Telling the Truth about History, New York, Norton & Company, 1995 p. 62.
3
Terry Eagleton, Las ilusiones del posmodernismo, trad. Marcos Mayer, Buenos Aires,
Paidós, 1998, p. 77.
4
Ibíd., p. 78.

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El llamado por una aproximación más variada a la historia comporta la influencia
de una tradición europea que se desarrolla desde Friedrich Nietzsche hacia el
reciente trabajo de Michel Foucault o Jacques Derrida y que examina críticamente
las premisas fundantes del conocimiento. Esta tradición, de la que muchos
historiadores desconfían o que les disgusta, enfatiza que los teórico-críticos
deberían recobrar los hilos perdidos de la cultura occidental que podrían desafiar la
ortodoxia epistemológica y ontológica imperante de nuestro tiempo.5
Algunas de estas posturas teóricas, al negar la posibilidad de conocer la
historia más allá de los relatos, subrepticiamente, parecen homologar ésta al
mito, cuyo núcleo sí se conoce sólo a través de sus versiones y relatos. En este
gesto retórico se nota la presencia del ideario nietzscheano acerca de la historia
y de su marcar una ruptura con el concepto de razón centrada en el sujeto,
concepto de razón sobre el que Habermas hace notar que Nietzsche no
intentará una crítica inmanente, sino que lo dejará de lado para hacerlo estallar
en el retorno al mito (“la patria mítica”) como “lo otro de la razón”.6 Así, las
líneas de pensamiento que, en su conjunto, reúnen los mencionados
componentes, se vuelven paradójicas en tanto que aúnan en sí elementos
reaccionarios y anarquistas a la vez que estetizantes y elitistas.
Consecuentemente con lo dicho, es necesario señalar aquí que la postura
que se defenderá en estas páginas no procura abogar ni por la íntegra
objetividad de la escritura histórica ni por su posibilidad de conocer una verdad
en cierto modo absoluta desde un método pretendidamente “científico” –cuyos
parámetros se vuelven lábiles aplicados en el campo de las ciencias humanas–.
En gran medida Michel de Certeau ha sido uno de los pilares teóricos de esta
investigación, y se comparte con él la idea de que:
Toda investigación historiográfica se enlaza con un lugar de producción
socioeconómica, política y cultural. Implica un medio de elaboración circunscrito
por determinaciones propias: una profesión liberal, un puesto de observación o de
––––––––––––––
5
The call for a more varied approach to history carries the influence of a European
tradition that evolves from Friedrich Nietzche into the recent work of Michel Foucault or Jacques
Derrida and that examines critically the founding assumptions of knowledge. This tradition,
which many historians distrust or dislike, stresses that critical theorists should recover those lost
or repressed strands of Western culture that might challenge the reigning epistemological and
ontological orthodoxies of our time. Lloyd S. Kramer, “Literature, Criticism, and Historical
Imagination: The Literary Challenge of Hayden White and Dominick LaCapra”; en Aletta
Biersack [et al.] The New Cultural History, Berkeley, University of California Press, 1989, p. 100.
6
Jürgen Habermas, “Excurso sobre la Disolución de la Diferencia de Géneros entre
Filosofía y Literatura”, El Discurso Filosófico de la Modernidad, 1985, trad. Manuel Jiménez
Redondo, Madrid, Taurus, 1989, p. 112.

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enseñanza, una categoría especial de letrados, etc. Se halla, pues, sometida a
presiones, ligada a privilegios, enraizada en una particularidad. Precisamente en
función de este lugar los métodos se establecen, una topografía de intereses se
precisa y los expedientes de las cuestiones que vamos a preguntar a los documentos
se organizan.7
Lo que sí se pretende preservar en esta exposición es la validez de un
sistema interpretativo fundado en distinciones lógicas –genéricas– historizadas,
que eviten o al menos adviertan los peligros de una estetizante
omnitextualización retórica deconstructivista.
Si bien es imposible adscribir hoy a la absoluta objetividad científica de
la historia –en tanto que texto de un saber humano–, el mantenimiento de ese
presupuesto como horizonte heurístico de regulación ética de su práctica no
deja de ser necesario, del mismo modo que para un juez es necesario adscribir,
como horizonte de regulación ética, al principio de igualdad de los hombres
ante la ley; aunque lo reconozca idealista y fácticamente inmaterializable, debe
ser su meta de regulación interpretativa.
Lo dicho –y lo que se dirá– implica el reconocimiento de que, en lo que a
la escritura de la historia respecta, es imperativo seguir trabajando sobre la
distinción y el señalamiento de las decisiones filosóficas en función de las
cuales se organizan los cortes y los agrupamientos de un material tan
indiferenciado como el bloque del pasado, y también sobre los códigos con que
se lo descifra y sobre las particularidades retóricas que organizan su
simbolización como texto de un saber.
No se trata de defender lo evidente de cierto carácter falible, parcial,
incompleto, y humano de la escritura de la historia –carácter a su vez
historizable en el marco de regímenes interpretativos diferentes–, sino de
impedir su asesinato, su pulverización en literatura, en nombre de su
imposibilidad de ser escrita objetivamente. Es esta imposibilidad lo que vuelve
a la historia una ciencia humana abierta a la crítica, a la revisión, a la
reconfiguración y a la diversidad. En la discusión continua entre múltiples
puntos de vista en torno a los mismos hechos –entre diversas ideologías que
recortan los bloques fácticos mostrando sus diversas facetas contingentes–,
radica tanto su riqueza como la fundación de la memoria colectiva.
Hecha esta salvedad, podemos retornar entonces a la consideración de la
idea de “textualidad” –o esencialismo del texto y su retórica– que pretendemos
––––––––––––––
7
Michel De Certeau, La Escritura de la Historia, 1978, trad. Jorge López Moctezuma,
México, Universidad Iberoamericana, 1993, p. 69.

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combatir. Esta noción anárquica de “textualidad” no surge arbitrariamente,
sino que –en el marco de una crisis mayor, que también es crisis del discurso
en general– está ligada, a través de posturas “pre-postmodernas” (como la de
Bataille, por ejemplo, que sirvió de base a pensadores postmodernos) al
momento en que comienza a borrarse la relación existente entre subjetividad,
mundo y lenguaje, y a escabullirse esa confianza en el lenguaje como agente
racionalizador.
Se comienza a percibir el lenguaje, entonces, como esfera aislada –tan
poco confiable como la razón– y se intenta, por consiguiente, autonomizarlo de
sus referentes y convertirlo en trascendental, entendiendo por “trascendental”
aquí una concepción del lenguaje como divorciado de la acción y aislado del
sujeto histórico, o más bien situado por encima de ellos, autosuficiente.
El forzamiento de esa autonomía desvincula al lenguaje de la regencia de
una primacía de la lógica, indiscutida hasta ese momento; lógica que marcaba
los criterios de ficción y realidad –dentro, y como veremos más adelante, de la
crítica literaria al estilo de la del formalismo ruso– para volverlo dependiente
sólo de una retórica omnicomprensiva que queda nivelada categorialmente con
la lógica. En el discurso filosófico se da, entonces, un desplazamiento desde la
filosofía del sujeto a la filosofía del lenguaje que, en los casos extremos –
antifilosofía– se entiende a sí misma sólo como análisis retórico de un
acontecer discursivo privado de sujeto.
En este, marco y como consecuencia de lo dicho, el contenido del “relato
unificador” (histórico) es lo que empieza a pensarse como violencia teórica. Al
minar el contenido del relato histórico, la viabilidad y la aceptación de la
propuesta aniquiladora dependerá, para su implantación exitosa –y acrítica–, de
una formulación teórica legitimadora que desacredite también la constitución
de la forma que lo había sostenido y “pruebe” la existencia de una violencia
teórica previa. Se socava y desmerece, así, el proyecto racionalista totalizador –
que, como se ha indicado anteriormente, servía al menos de horizonte
regulador de una praxis, de un modo de narrar.
Esa voz teórica la historia la encuentra en Hayden White, como
paralelamente la antropología simbólica la había encontrado en Cliffort Geertz;
y ese paralelismo es notado también por Appleby, Hunt y Jacob, quienes
mencionan a Geertz como uno de los antropólogos más citados por los
historiadores durante los setenta y ochenta.8

––––––––––––––
8
Joyce Appleby, Lynn Hunt & Margaret Jacob, op. cit., p. 219.

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Si se lee su “Thick description: toward an interpretive theory of culture”,
en The interpretation of Cultures, New York, 1973, donde Geertz se propone
interpretar los fenómenos sobre los que cae la mirada del antropólogo como si
fueran textos literarios, y abordar la descripción etnográfica en términos de
crítica literaria, el paralelismo entre su visión y la de White se hace evidente, y
se llega a la misma conclusión a la que arriban los tres historiadores
mencionados en el párrafo anterior:
La antropología, con ese énfasis en una inteligibilidad derivada de la
contextualización extensiva, llegó a ser una ciencia interpretativa en busca de
significado más que una ciencia experimental en busca de leyes. Geertz rechazó
entonces explícitamente el modelo científico positivista a favor de un modelo
crecientemente literario de crítica cultural. Su posición tenía afinidades obvias con
las postuladas por postmodernistas como Foucault y Derrida.9
Cabe señalar que no es propósito del presente trabajo discutir acerca de
diversas teorías relevantes de filosofía de la historia, desde Hegel en adelante,
en este espacio, pero sí queremos considerar al menos a una de las que tienen
hoy mayor proximidad con el campo de la literatura que con el de la propia
historia; por ello hemos elegido la de Hayden White, ya que en ella se
concentran las orientaciones de las que, en 1985, el historiador cultural
LaCapra dijera que su más desafiante rasgo compartido es “la idea de que la
retórica es una dimensión de todo uso del lenguaje más que un conjunto
separable de usos o un ámbito del discurso.”10
Es necesario puntualizar que, en cierto modo, LaCapra tiene una posición
general que también se vincula a la literatura y al uso del lenguaje, pero desde
un ángulo diferente, menos radicalizado que el de las obras de White –más
influido por el análisis rabelaisiano de Bajtin que por el postestructuralismo
francés–, acerca del que podría comentarse, nuevamente con Kramer:
White y LaCapra comparten la creencia de que estructuras narrativas y
presupuestos ontológicos no examinados prefiguran todos los trabajos históricos,
como asimismo, nuestra comprensión de la realidad fuera de los libros.
––––––––––––––
9
Anthropology, with this emphasis on an intelligibility derived from extensive
contextualization, came to be an interpretive science in search of meaning rather than an
experimental one in search of laws. Geertz thus explicily rejected the posivist scientific model in
favor of an increasingly literary model of cultural criticism. His position had obvious affinities to
those advanced by postmodernists such as Foucault and Derrida. Ibíd., p. 219.
10
“the idea that rethoric is a dimension of all language use rather than a separable set of
uses or a realm of discourse”. Dominick LaCapra, History & Criticism. Ithaca, Cornell University
Press, 1985, p. 17.

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LaCapra comparte el presupuesto de que el estudio de la historia debe ser siempre,
en algún sentido, el estudio del lenguaje, aunque esto no significa que uno deba ver
el mundo sólo como lenguaje (“imperialismo textual”) o al lenguaje meramente
como reflejo del mundo (contextualismo reduccionista).11
Pero volviendo a la enunciación de las tendencias de esas nuevas teorías
propuesta por LaCapra, puede decirse que las tres que el pensador señaló como
las que aparecían, combinadas de forma variada, en los trabajos entonces
recientes –y que el pensamiento de White expone– son:
(1) La revisión de viejas concepciones de retórica a la luz de la lingüística moderna
y del análisis del discurso. Esta tendencia debe ir lo suficientemente lejos como para
inducir una identificación de la retórica con vastos segmentos del discurso, todos los
que se pueda concebir, con la excepción de los metalenguajes altamente
formalizados. [...] (2) La elaboración de una teoría de las figuras, tropos y de los
usos “literarios” o “poéticos” del lenguaje. Aquí el objetivo de la retórica se
restringe, pero el análisis debe convertirse en más finamente acotado o, incluso,
herméticamente técnico por naturaleza. Esta segunda tendencia, no obstante, debe
conducir de nuevo hacia la primera cuando los tropos acuerdan funciones
originarias o generativas en el lenguaje y se muestran como dando origen a otros
usos (tales como argumento, entramado, ideología). (3) Enfocarse en problemas de
persuasión y audiencia que convierten la definición aristotélica de retórica en un
programa para una estética de la recepción.12
En una formulación que, como se ha indicado, es similar a la de Geertz,
White insiste, desde sus primeros textos hasta los últimos, en la hipótesis de
homologar diversas jerarquías discursivas en una noción omnívora de escritura
––––––––––––––
11
White and LaCapra share the belief that unexamined narrative structures and
ontological assumptions prefigure all historical works as well as our understanding of reality
outside of books (1989: 108) LaCapra shares White´s assumption that the study of history must
always be in some sense the study of language, though this does not mean that one should see the
world only as language (‘textual imperialism’) or language merely as a reflection of the world
(reductive ‘contextualism’)”. Lloyd S. Kramer, op. cit., pp. 106-107.
12
(1) The revision of older conceptions of rethoric in the light of modern linguistics and
discourse analysis. This tendency may go so far as to induce an identification of rhetoric with vast
segments of discourse, conceivaibly all of it with the possible exception of highly formalized
metalanguages […] (2) The elaboration of a theory of figures, tropes, and “literary” or “poetic”
uses of language. Here the scope of rhetoric is narrowed, but analyses of it may become more
finely tuned or even hermetically technical in nature. This second tendency may nonetheless lead
back to the first when tropes are accorded an originary or generative function in language and
seen as giving rise to other uses (such as argument, emplotment, and ideology). (3) A focus on
problems of persuasion and audience that may convert Aristotle’s definition of rhetoric into a
program for an aesthetics of reception. Dominick LaCapra, op. cit., pp. 16-17.

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(que, a través de los tropos, implica a la estética –aunque no se la mencione
directamente–), presuponiendo la inserción de toda jerarquía de escritos en los
parámetros interpretativos de una retórica entendida sólo como poética, en la
que la literatura funciona como “texto universal” o “texto de los textos” y, a su
vez, como modelo inclusivo ideal: “cada historia es primero y principalmente
un artefacto verbal, un producto de una clase especial de uso del lenguaje.”13
Una de las homologaciones discursivas producidas es la de explicación
con representación; entonces, como señala Kellner, “la representación
(argumento por similaridad) subsume la explicación (argumento por
contigüidad), el cual pasa a ser un “momento” de la representación, un
atributo”.14 El mismo crítico, señala otras operaciones de este tipo: “He notado
el sometimiento de Explicación por Narración; una operación similar tiene
lugar con Tenor/Vehículo, No Ficción/Ficción, Ciencia/Arte, y la Historia
propiamente dicha con la Filosofía de la Historia. En cada caso, el primer
término del paradigma llega a ser un “momento” del segundo.”15
Cabe señalar que Kellner hace su crítica teniendo en cuenta,
particularmente, Metahistory: the historical imagination in nineteenth-
century Europe, y que en Figural –muy posterior– White sostiene “es
absurdo suponer que, porque el discurso histórico es planteado en el modo de
una narrativa, debe ser mítico, sustancialmente imaginario, o en algún modo
"irreal" en lo que nos dice acerca del mundo.”16 Ésta y otras afirmaciones de
similar tenor en el mismo libro permiten deducir, como lo hace LaCapra, que
el teórico acepta “la distinción entre postulados históricos y ficcionales en el

––––––––––––––
13
every history is first and foremost a verbal artifact, a product of a special kind of
language use. Hayden White, Figural Realism. Studies in the Mimesis Effect. Baltimore, John
Hopkins University Press, 1999, p. 4.
14
representation (argument from similirarity) subsumes explanation (argument from
contiguity), which becomes a “moment” of representation, an attribute. Hans Kellner, “A
Bedrock of Order: Hayden White’s Linguistic Humanism”, History and Theory. Studies in the
Philosophy of History. Beiheft 19. Metahistory: Six Critiques. [Middletown, Conn.], Wesleyan
University Press, 1980, p. 7.
15
I have noted the subsumption of Explanation by Narration; a similar operation takes place
with Tenor/Vehicle, Non Fiction/Fiction, Science/Art, and History Proper/Philosophy of History. In
each case, the first term of the paradigm becomes o “moment” of the second. Ibíd., p. 10.
16
it is absurd to suppose that, because a historical discourse is cast in the mode of a
narrative, it must be mythical, fictional, substantially imaginary, or otherwise ‘unrealistic’ in what
it tells us about the world. Hayden White, op. cit., p. 22.

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nivel de la referencia a eventos, pero la cuestiona en niveles estructurales”,17
mas las aserciones no bastan para inhibir la persistencia de los efectos de los
mecanismos de producción analítica de White.
Como ha señalado Nancy Struever: “donde en la retórica clásica la
poética había contribuido simplemente con una mirada y vocabulario técnico a
una teoría y práctica retórica general, esta poética retórica moderna restringe el
rango y uso de la retórica a la iluminación de un conjunto de problemas
definidos por cánones literarios.”18
Es Roland Barthes quien funda esa noción omnívora de texto, y White lo
reconoce:
En un ensayo publicado en Communications en 1972, Barthes sugería que la clase
de trabajo interdisciplinario que las ciencias humanas demandan, requería no tanto
el uso de un número de disciplinas establecidas para el análisis de un objeto de
estudio tradicionalmente definido, como la invención de un nuevo objeto que no
debería pertenecer a ninguna disciplina establecida tradicional. Barthes planteó “el
texto” en su moderna conceptualización semiótico-lingüística como un objeto. Si
seguimos las implicaciones de esta sugerencia, podemos comenzar a captar el
significado de la teoría literaria moderna para comprender qué implican nuestros
esfuerzos por teorizar la escritura histórica.19
Es necesario remarcar que, a pesar de la mención a la lingüística y a la
semiótica, esa noción de texto es, cuando menos, ajerárquica y ficcionalizadora
si se la compara con las nociones materialistas de textualidad desarrolladas en
el marco tanto de la semiótica soviética que diseña, Lotman y la Escuela de
––––––––––––––
17
the distinction between historical and fictional statements on the level of reference to
events but question[s] it on structural levels. Dominick LaCapra, Writing History, Writing
Trauma, Baltimore, John Hopkins University Press, 2001, p. 8.
18
where in classical rhetoric poetics had simply contributed insight and technical
vocabulary to a general rhetorical theory and practice, this modern poetic rhetoric constricts the
range and use of rhetoric to the illumination of a set of problems defined by ‘literary’ canons.
Nancy Struever, “Topics in History” en Nancy Struever, History and Theory. Studies in the
Philosophy of History. Beiheft 19. Metahistory: Six Critiques, [Middletown, Conn.], Wesleyan
University Press, 1980, p. 66.
19
In an essay published in Communications in 1972, Barthes suggested that the kind of
interdisciplinary work demanded by the modern human sciences required not so much the use of
a number of established disciplines for the analysis of a traditionally defined object of study as the
invention of a new object that would not belong to any particular established discipline. Barthes
proffered “the text” in its modern, linguistic-semiotic conceptualization as such an object. If we
follow out the implications of this suggestion, we can begin to grasp the significance of modern
literrary theory for the understanding of what is involved in our own efforts to theorize historical
writing. Hayden White, op. cit., p. 25.

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Tartu, como de la italiana que se funda en parte en ella –como los desarrollos
teóricos de Eco, por citar un ejemplo.
No es tampoco el propósito del presente trabajo detallar los alcances
teóricos del término “texto” en las diversas concepciones (para lo que puede
consultarse Lotman en lo que a una noción materialista se refiere, y Minc sobre
textualización y estética simbolista), pero cabe señalar que compartimos, al
respecto, la opinión de Ermarth: “el término ‘evento’, como ‘texto’ o ‘self’ o
‘histórico’ retiene el esencialismo que el postmodernismo desafía. En un
proceso postmoderno, cada evento puede ser un texto, pero ningún texto está
solo. Es la naturaleza del proceso, las series, la secuencia lo que más me
interesa”.20 Es también la naturaleza de los procesos, las series, las secuencias
en sus relaciones contextuales lo que interesa a una semiótica materialista para
definir los alcances de lo que puede considerarse “texto”.
Dice White:
Mi tesis es que la principal fuente de intensidad de un trabajo histórico en tanto que
interpretación de eventos a los que trata como datos para ser explicados es retórica
en naturaleza. En consecuencia, también la retórica de un trabajo histórico es, desde
mi punto de vista, la principal fuente de su apelación a aquellos de sus lectores que
lo aceptan como “realista” u “objetivo”, recuento de “lo realmente sucedido” en el
pasado.21
Me doy cuenta de que al caracterizar el discurso histórico como interpretación, y la
interpretación histórica como narrativización, estoy tomando posición en un debate
acerca de la naturaleza del conocimiento histórico, lo que ubica a la narrativa en
oposición a la teoría en forma de una oposición entre un pensamiento que se
manifiesta principalmente como literario e incluso mítico, y otro que es o aspira a
ser científico. Pero debe recalcarse que estamos considerando aquí no la cuestión de
los métodos de investigación que deberían ser utilizados para investigar el pasado,

––––––––––––––
20
the term ‘event’, like ‘text’ or ‘self’ or ‘historical’ retains the essentialism that
postmodernism challenges. In a postmodern process, every event may be a text, but no text is
single. It is the nature of the process, the series, the sequence that most interests me. Jury Lotman,
La estructura del texto artístico, Madrid, Itsmo, 1992, p. 3.
21
My thesis is that the principal source of a historical work’s strength as an interpretation
of the events which it treats as the data to be explained is rhetorical in nature. So too the rhetoric
of a historical work is, in my view, the principal source of its appeal to those of its readers who
accept it as a ‘realistic’ or ‘objective’ account of ‘what really happened’ in the past. Hayden
White, Theories of History, papers read at clark library seminar, march 6, 1976, Los Ángeles,
Clark Memory Library, 1978,, p. 3.

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sino más bien, la de la escritura histórica, la clase de discursos realmente producidos
por los historiadores en el curso de la larga carrera de la historia como disciplina.22
La sugerencia de que las conexiones entre diversos elementos, niveles y
dimensiones del discurso en los que el argumento queda listo son tropológicas más
que lógicas o racionalmente deliberativas, priva al discurso histórico de su
apelación por veracidad y lo relega al caprichoso dominio de la ficción.23
Con este gesto homologador reduccionista, el teórico pone el acento
sobre el carácter de ficcionalidad volviendo evanescente y confusa la
materialidad de la historia puesto que, además, la historicidad parece depender
no de ser pasado relevante sino de ser escrito como tal, de estar textualizado:
Es sólo en la medida en que [los hechos] son pasado o son efectivamente tratados
como tal que estas entidades pueden ser estudiadas históricamente; pero no es su
calidad de pasado lo que los hace históricos. Llegan a ser históricos sólo en la
medida en que son representados como temas de una clase de escritura
específicamente histórica [...] es sólo por estar convertido en el tema del discurso
histórico que nuestra información sobre y conocimiento del pasado puede ser
mencionado como histórico.24
Por lo tanto, la ficcionalidad se cierne no sólo sobre el objeto texto que el
historiador construye, sino también sobre el objeto analizado. La conciencia de
ficcionalidad del discurso (fictio en el sentido de hechura –hechura política o
ideológicamente motivada, implícita en el proceso de narrativización–) deriva,
para White, de su carácter de interpretación fabricada, es decir, de artificio
simbólico: “No hay tal cosa como una historia real. Las historias se dicen o se
––––––––––––––
22
I realize that in characterizing historical discourse as interpretation and historical
interpretation as narrativization, I am taking a position in a debate over the nature of historical
knowledge that sets narrative in opposition to theory in the manner of an opposition between a
thought that remains for the most part literary and even mythical and one that is or aspires to be
scientific. But it must be stressed that we are here considering not the question of the methods of
research that should be used to investigate the past but, rather, that of historical writing, the kind
of discourses actually produced by historians over the course of history’s long career as a
discipline. Hayden White, Figural…, op. cit., p. 3.
23
The suggestion that the connections among the various elements, levels, and dimensions
of the discourse in which the argument is set forth are tropological rather than logical or
rationally deliberative deprives historical discourse of its claims to truthfulness and relegates it to
the fanciful domain of fiction. Ibíd., p. 12.
24
It is only insofar as they are past or are effectively so treated that such entities can be
studied historically; but it is not their pastness that makes them historical. They become historical
only in the extent to which they are represented as subjects of a specifically historical kind of
writing […] it is only by being made into the subject of historical discourse that our information
about and knowledge of the past can be said to be historical. Ibíd., p. 2.

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escriben, no se encuentran. En cuanto a la noción de una historia verdadera,
esto es virtualmente una contradicción de términos. Todas las historias son
ficción”.25 LaCapra capta y critica la noción whiteana de narrativización y su
relación con la ficcionalidad, mostrando sus logros y sus debilidades:
[...] la narrativización está próxima a la ficcionalización en el sentido de un punto de
partida dudoso o de una distorsión de la realidad histórica cuando conlleva una
cerrazón relativamente no problematizada (o lo que Frank Kermode llama un
sentido finalista). Efectivamente, White tiende a veces a identificar la narrativa con
la narrativa convencional o formulaica que conlleva cerrazón, y a moverse desde
esta identificación limitada hacia una crítica general de la narrativa. [...] White
también defiende lo que ve como narrativa modernista y argumenta que la
historiografía haría mejor en emular la resistencia a la clausura y el
experimentalismo que esta narrativa conlleva, que en confiar en el realismo del
siglo XIX con sus modos putativos de representación y entramado [...] En cualquier
caso, las críticas de White respecto de la narrativa son más convincentes cuando se
aplican a narrativas convencionales (o a dimensiones convencionales de la
narrativa) buscando una cerrazón resonante; sus apelaciones en torno al posible rol
de la narrativa experimental con respecto a la historiografía son a menudo
pensamiento provocativo incluso cuando él no muestra con precisión cómo podrían
ser aplicadas o puestas en práctica.26
En nuestra interpretación, el problema que surge ante el análisis de la
formulación teórica whiteana es que, al darle a la elaboración del discurso
historiográfico el carácter casi de acto imaginativo, la práctica que este
discurso sustenta queda homologada con la tarea del escritor. Cuando historia
y literatura se homologan, el hecho histórico mismo se desmaterializa; la
consecuencia de esta desmaterialización es que se inhibe el carácter científico
––––––––––––––
25
there is no such thing as a real story. Stories are told or written, not found. And as for the
notion of a true story, this is virtually a contradiction in terms. All stories are fictions. Ibíd., p. 9.
26
[…] narrativization is closest to ficcionalization in the sense of a dubious departure
from, or distortion of, historical reality when it conveys relatively unproblematic closure (or what
Frank Kermode terms a sense of ending). Indeed, White sometimes tends to identify narrative with
conventional or formulaic narrative involving closure and to move from this limited identification
to a general critique of narrative. […] Yet White also defends what he sees as modernist narrative
and argues that historiography would do better to emulate its resistance to closure and its
experimentalism in general rather than rely on nineteenth-century realism in its putative modes of
representation and emplotment. […] In any case, White’s critiques of narrative are most
convincing when applied to conventional narratives (or conventional dimension of narrative)
seeking resonant closure, and his claims about the possible role of experimental narrative with
respect to historiography are often thoughtprovoking even when he does not show precisely how
they might be applied or enacted. Dominick LaCapra, op. cit., p. 16.

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social de la historiografía para darle seguidamente el carácter de obra artística.
A través de este acto reduccionista y simplificador, se produce entonces una
destrucción (una “deconstrucción”) categorial que afecta el nivel de las
relaciones conceptuales posibles –y pasibles– de ser trazadas en cada dominio.
Como la misma Struever señala:
El análisis whiteano de los tropos es peculiarmente antihistórico, ya que se enfoca
sobre textos, sobre productos, no sobre hechos en proceso [...] La poética de la
historia de White es doblemente disfuncional entonces: porque el enfoque suyo
sobre el texto, no sobre la disciplina, fija el objeto de su [concepción de la] historia
como ahistórico, y porque debe mantener la autoreferencialidad, la “literaturidad”
del texto.27
Una crítica más amplia sobre este “giro lingüístico” –que compartimos
aquí–, aunque no específicamente centrada en White, es la que formula
Palmer:
Lo que cuestiono, lo que refuto, lo que puntualizo como mi propia diferenciación
del giro lingüístico, es todo lo que se pierde en la tendencia a reificar el lenguaje,
objetivándolo como discurso no mediado, colocándolo más allá de las relaciones
sociales, económicas y políticas, y descolocando en ese proceso estructuras y
formaciones esenciales de las líneas históricas rectoras. En juego están nada menos
que muchas de las ganancias que el materialismo, como teoría, y la historia social,
como práctica –aun cuando restrictivas y contradictorias– se pensaba que habían
inscripto en el curso de las últimas décadas. En esta corriente fijación en el lenguaje,
es una comprensión materialista del pasado lo que se sacrifica muy a menudo en el
altar de una lectura idealizada del discurso y su influencia.28

––––––––––––––
27
White tropical analysis is peculiarly antihistorical, since it focuses on texts, on products,
not the events of process […] White’s poetics of history is doubly disfunctional then, because his
focus on the text, not the discipline, stipulates the object of his history as ahistorical, and because
he must mantein the self referentiality, the “literariness” of the text. Nancy Struever, op. cit., p. 67.
28
What I question, what I refuse, what I mark out as my own differentiation from the
linguistic turn, is all that is lost in the tendency to reify language, objectifying it as unmediated
discourse, placing it beyond social, economic, and political relations, and in the process
displacing essential structures and formations to the historical sidelines. At stake is nothing less
than many of the gains that historical materialism, as theory, and social history, as practice,
however constrained and contradictory, were thought to have registered over the course of the
last decades. For in the current fixation on language a materialist understanding of the past is all
too often sacrificed on the altar of an idealized reading of discourse and its influence. Bryan D.
Palmer, Descent into Discourse. The reification of language and the writing of social history,
Philadelphia, Temple University Press, 1990, p. 5.

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Respecto de otras críticas que se le han formulado a la teoría, nadie mejor
que el propio White las ha recopilado de manera más sintética y acertada, y
pueden leerse juntas en el parágrafo III, 13-16, del capítulo “Literary theory
and historical writing”, y también –respecto del New Historicism– en el
inteligente capítulo “Formalist and contextualist strategies in historical
explanation”, de Figural realism –una de sus últimas publicaciones.
De acuerdo con lo dicho, cabe señalar entonces que lo que podemos
entender como la crisis del discurso de la historia implica tácitamente que el
proceso lógico aplicable a la textualización escritural de la historia queda
reducido a una mera retórica interpretativa, casi artística, que subsume la retórica
en poética; esta crisis surge como consecuencia de la influencia del eco del
pensamiento deconstructivista derridiano en Estados Unidos, particularmente
notorio en Yale, Maryland, Baltimore y, también, en la Cornell University.
Habermas ha descrito extensamente las condiciones de posibilidad de esa
influencia allí, señalando entre las principales causas las dudas de la crítica
literaria sobre sí misma, la disolución del New Criticism (convencido de la
autonomía de la obra de arte literaria por nutrirse del pathos cientificista del
estructuralismo), etc., y entre sus principales efectos, el cuestionamiento del
estatus científico de la crítica literaria y la nivelación de géneros entre literatura
y crítica literaria, con la consiguiente ruptura de su carácter subordinado.29
White se precave y conjura explícitamente esa influencia derrideana en
Tropics of Discourse,30 con el argumento de que en Derrida las
interpretaciones llegan al absurdo en algunas afirmaciones; pero, sin embargo,
su teorización queda arrastrada por ella y, como dice LaCapra: “las cosas que
Derrida discute están dentro de White”.31
Como consecuencia de esta influencia la propuesta de White, cuando se
analizan sus presupuestos categoriales, se manifiesta como un intento
deconstructivista de interpretación histórica, pero esta afirmación puede
parecer arbitraria si no se fundamenta adecuadamente, especificando cuáles
son los parámetros discursivos que permiten sostenerla y cuáles los
presupuestos teóricos que sirven de base a esos parámetros.

––––––––––––––
29
Jürgen Habermas, op. cit., pp. 231-232.
30
Hayden White, Tropics of Discouse, Essays in Cultural Criticism, Baltimore, John
Hopkins University Press, 1985, pp. 230-282.
31
For the things Derrida discusses are inside White. Dominick LaCapra, “A poetics of
Historiography: Hayden White’s Tropics of Discourse”, Rethinking intellectual history, texts,
contexts, language, Ithaca, Cornell University Press, 1983, p. 79.

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Esa fundamentación se logra desvelando los mecanismos y las aporías
idealistas del pensamiento deconstructivista: el presupuesto categorial básico
del cual parten las realizaciones de la deconstrucción es, en sí, una hipóstasis
que ya hemos señalado: la inversión de la primacía “canonizada ya por
Aristóteles, de la lógica sobre la retórica.”32
La hipóstasis produce, como consecuencia, que el deconstructivista
pueda tratar cualquier texto como una obra literaria y asimilar cualquier
disciplina socio-crítica a los “cánones de una crítica literaria que ya no se
malentiende a sí misma en términos cientificistas”;33 en el caso particular de
White, el proyecto que sigue la alineación teórica deconstructivista es abordar
la historiografía como “interpretación basada en un modelo filológico de la
‘lectura’ textual.”34
Se puede plantear, entonces, que todas las diferencias jerárquicas en el
campo de lo discursivo se subsumen en un único género, anulando las
distinciones entre textos, metatextos y contextos, y homologando las jerarquías
para volver isomorfas las descripciones pertenecientes a niveles diferentes.
Esa operación fundante se posibilita a través de un discurso que crea en la
literatura un modelo ideal de texto universal, donde se pone continuamente de
manifiesto la debilidad de las diferencias de género. Con ello, cada texto y cada
género particular pierden su autonomía frente a un contexto omnívoro,
fundando en eso la primacía de la retórica sobre la lógica.35
Este presupuesto desatiende –como se dijo al principio– todo el trabajo
teórico del formalismo ruso, que apuntaba precisamente, por un lado, a
remarcar la diferenciación –y la oposición– entre objeto estético-objeto no
estético (ya que es en esta relación opositiva donde surge el carácter diferencial
del primero) en postulaciones como:
Al examinar la lengua poética, tanto en sus constituyentes fonéticos y lexicales
como en la disposición de las palabras y de las construcciones semánticas
constituidas por ellas, percibimos que el carácter estético se revela siempre por los
mismos signos. Está creado conscientemente para liberar la percepción del
––––––––––––––
32
Jürgen Habermas, op. cit., p. 227.
33
Jürgen Habermas, Ibíd., p. 228.
34
James Clifford, “Sobre la Autoridad Etnográfica”, trad. Carlos Reynoso [cátedra de
Teorías Antropológicas Contemporáneas, UBA, Cs. Antropológicas, Fac. de FF y LL] The
Predicament of Culture, Cambridge, Harvard University Press, 1988, pp. 21-54.
35
Jürgen Habermas, op. cit.; y “¿Filosofía y ciencia como Literatura?” [p. 9, cap. III. “Entre
Metafísica y Crítica de la Razón”], Pensamiento Postmetafísico, 1988, trad. Manuel Jiménez
Redondo, México, Altea, 1990, pp. 240-260.

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automatismo. Su visión representa la finalidad del creador y está construida de
manera artificial para que la percepción se detenga en ella y llegue al máximo de su
fuerza y duración.36
Por otro lado, los formalistas sentaban las bases de los estudios literarios
como discurso científico sobre la especificidad de la literatura,37 estableciendo
las características de la “literaturidad”, de la “poeticidad” de un texto, es decir,
los rasgos particulares que lo configuran como objeto estético.38
White logra esfumar los límites entre ambas prácticas discursivas a través
de dos recursos: por un lado, el hecho de proponer al análisis las figuras
retóricas principales del lenguaje (metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía –
que para él determinan el poder retóricamente revelador del texto y patentizan
su “literaturidad”–); por el otro, co-fundir (confundir deliberadamente) dos
sentidos del concepto de ficcionalidad: el de “hechura” (fictio) y el de “acto
imaginativo” (como acto manipulatorio).
La característica de ficcionalidad –que, según Jakobson, sólo resulta apta
para efectuar un deslinde entre la literatura y los discursos ordinarios– se
vuelve así rasgo dominante y cobra autonomía frente a las funciones
expresivas, regulativas, informativas, etc., del lenguaje de la descripción
historiográfica, entonces sucede que:
La asunción del rol dominante por parte de una subestructura que sujeta en su
organización todas las otras, adquiere el derecho de hablar en nombre del objeto
cultural dado y produce finalmente una autodescripción metalingüística del
lenguaje de la cultura, que elimina todo lo que se contrapone a estas subestructuras
en tanto que extrasistemático.39
Es curioso que a pesar de que Jakobson diga esto y haya sido, además, un
defensor de las funciones diversas del lenguaje (que tipificó en seis), White lo
cite como aval atendiendo sólo a una de ellas, es decir, la función poética, en lo
que puede entenderse como una distorsión retórica: “Como el discurso poético
en los términos en que lo caracteriza Jakobson, el discurso histórico es
intensional, es decir, es sistemáticamente intra tanto como extrarreferencial.”40
––––––––––––––
36
Beatriz Sarlo (comp.), Antología del Formalismo Ruso, trad. de la edición francesa de
Ana María Nethol, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina [CEAL], 1971, p. 25.
37
Ibíd., pp. 28-45.
38
Ibíd., pp. 60-61.
39
La traducción del italiano y las del inglés son nuestras. Jury Lotman, La estructura del
Texto Artístico, Madrid, Itsmo, 1978, p. 132.
40
Like poetic discourse as characterized by Jakobson, historical discourse is intensional,
that is, it is systemically intra- as well as extrareferential”. Hayden White, op. cit., p. 7.

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Lo que no parece tener en cuenta White respecto de los tropos propuestos
como formadores de sentido, es que el hecho de que el discurso historiográfico
se valga de los mismos medios retóricos que la literatura –es decir, de los
medios del lenguaje literario– y de que las “construcciones textuales” de la
historia estén impregnadas de elementos “ficcionales” narrativos, no implica,
de por sí, que éstos tengan autonomía.
Los tropos no abandonan en la historia –como sí en la literatura– el
ámbito de las rutinas comunicativo-informativas que le es pertinente a la
historiografía, sobrecargándose del sentido “parasitario” que caracteriza al
lenguaje literario (entendemos por “parasitario” el hecho de que una forma de
uso literaria es ficticia en la medida en que presupone otra forma de uso
“real”).
Es justamente la distorsionada sobregeneralización de la función poética
del lenguaje lo que hace que la retórica coincida en extensión con la literatura,
que se torna, como dijimos, modelo de “texto universal”, produciendo una
contextualización estetizante de los fenómenos históricos materiales
descriptibles por el discurso historiográfico; como señala Kramer: “En breve:
las categorías tropológicas de White, despliegan sobre el texto el tipo de
pensamiento categorial que la mayoría de los historiadores aplican al
contexto.”41
En esta operación es donde la retórica, homologada con la literatura,
logra primacía sobre la lógica, de la que deriva la ciencia; por lo tanto, la
primera adquiere competencia general frente a un texto omnicomprensivo
donde no existen universos particulares, porque se disuelven todas las
diferencias de género; entonces, como vuelve a señalar Kramer: “Para un
positivismo no reconstruido, el error de la concepción de White sobre el
conocimiento deriva de su asumir que los conocimientos literario y artístico
son valorables en igual grado que el conocimiento científico para la

––––––––––––––
41
White’s tropological categories, in short, displace onto the text the kind of categorial
thinking that most historians apply to the context. Kramer, Lloyd S. “Literature, Criticism, and
Historical Imagination: The Literary Challenge of Hayden White and Dominick LaCapra”; en Aletta
Biersack [et al.] The new cultural history, Berkeley, University of California Press, 1989, p. 112.

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comprensión del mundo, pero White no hace concesión a los científicos acerca
de este punto.”42
Este monológico contextualismo estético –o contextualización estetizante
entendida como único discurso posible– tiene entonces otras implicaciones: al
perder la distinción genérico-discursiva, se pierde también la diferenciación
entre las fundamentaciones lógicas –y la evaluación ética– propias de cada
dominio, previamente cristalizadas en los distintos tipos de razonamiento aptos
para cada campo (ya que le permitimos a la literatura juegos fantásticos que no
le permitimos a la historia). Al operar de este modo por reduccionismo
homologador, se logra que la pertinencia del discurso historiográfico pueda ser
evaluada de acuerdo con normas de efecto retórico más que de coherencia
lógico-argumentativa.
Relacionando esta interpretación estetizante con la novela histórica
podemos afirmar que, además de lo señalado, si el contextualismo estético se
lleva a sus últimas instancias –y, como señalamos, el historiador es un escritor
en uso de “técnicas modernistas”–, sería imposible distinguir entre discurso
historiográfico y novela histórica, y las exigencias para los autores de los dos
géneros respecto a la ética de la validez serían las mismas. Además, la mayor
competencia retórico-estética (artística) propia del escritor de ficción pondría a
la novela histórica en un nivel de credibilidad superior al del discurso
historiográfico, dado que, en general, la interpretación estética suele resultar
más consistente en su persuasión.
Por esto, conviene tener en cuenta la afirmación de Jörn Rüsen:
Mientras más débil sea la convicción entre los historiadores de que su actividad
intelectual es, o al menos debería ser, informada racionalmente, más fácilmente la
historiografía se convierte en un instrumento de la ideología. El tan celebrado
revival de la narrativa en la historiografía erosiona esa convicción, como también lo

––––––––––––––
42
The mistake in White’s conception of knowledge for the unreconstructed positivist
derives from his assumption that literary and artistic knowledge are as valuable as scientific
knowledge in comprehending the world, but White makes no concession to scientists on this point.
Lloyd S. Kramer, “Literature, Criticism, and Historical Imagination: The Literary Challenge of
Hayden White and Dominick LaCapra”; en Aletta Biersack [et al.], The new cultural history,
Berkeley, University of California Press, 1989, p. 123.

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hace la tan discutida tesis metahistórica del carácter esencialmente retórico de la
historiografía.43
Puede agregarse que el debilitamento de la convicción racional
subyacente en la estetización de la historiografía no sólo la vuelve un
instrumento de la ideología, sino que esa instrumentalización erosiona también
la construcción de la memoria al ficcionalizar sus bases materiales en la
textualización. Ese es uno de los riesgos que se deben evitar.

––––––––––––––
43
The weaker the conviction among historians that their intellectual activity is, or at least
should be, rationally informed, the more easily historiography is made over into an instrument of
ideology. The much celebrated revival of narrative in historiography erodes that conviction, as
does the much discussed metahistorical thesis of the essentially rhetorical character of
historiography. Lionel Gossman, Between History and Literature, Cambridge, Harvard
University Press, 1990, p. 290.

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