violencia
es
un
medio,
un
instrumento
que
se
u3liza
en
las
revoluciones
para
cons3tuir
una
forma
completamente
diferente
de
gobierno,
para
dar
lugar
a
la
formación
de
un
cuerpo
polí3co
nuevo.
Sólo
puede
mantenerse
racional
si
en
el
uso
de
la
violencia
se
persiguen
metas
de
corto
plazo;
ahí
radica
en
gran
medida
su
efec3vidad
en
alcanzar
el
fin
por
el
cual
es
jus3ficada.
Digamos
que
todo
va
bien
cuando
el
recurso
de
la
violencia
está
conectado
con
el
obje3vo
revolucionario
de
liberar
a
los
hombres
de
sus
semejantes
y
fundar
la
libertad;
sin
embargo,
cuando
la
cues3ón
social
entra
en
escena,
la
relación
entre
violencia
y
necesidad
es
tan
real,
que
la
revolución
deviene
en
una
lucha
de
liberación
del
proceso
vital
de
la
sociedad
respecto
de
las
cadenas
de
la
escasez,
a
fin
de
crecer
en
una
cadena
de
abundancia.
Poco
a
poco,
la
violencia
pierde
su
naturaleza
en
la
relación
medios-‐fines,
y
pronto
3ene
lugar
una
verdadera
capitulación
de
la
libertad
en
brazos
de
la
necesidad.
Ninguna
revolución,
sos3ene
Arendt,
ha
solucionado
la
cues3ón
social
ni
ha
liberado
al
hombre
de
las
exigencias
de
la
necesidad:
todos
los
intentos
polí3cos
por
remediarla
condujeron
al
terror,
superados
ante
la
marejada
de
la
irresis3bilidad
de
la
violencia
y
de
la
necesidad.
Arendt
concluye
en
Sobre
la
revolución
que
“nada
era
tan
inadecuado
como
intentar
liberar
a
la
humanidad
de
la
pobreza
por
medios
polí8cos”.
La
necesidad
invadió
el
campo
de
la
polí3ca,
el
único
campo
donde
los
hombres
pueden
ser
autén3camente
libres.
La
relación
perversa
entre
violencia
y
necesidad
es
explicada
en
On
Violence.
El
poder,
como
instrumento
de
gobierno,
adquiere
sen3do
en
la
capacidad
humana
para
actuar
en
concierto
y
se
vale
de
en3dades
individuales
como
la
fortaleza
(strenght),
obje3vas
o
externas
al
individuo
como
la
fuerza,
simbólicas
como
la
autoridad,
e
instrumentales
como
la
violencia.
Los
instrumentos
de
la
violencia
están
diseñados
para
mul3plicar
la
fortaleza
individual,
hasta
llegar
al
úl3mo
nivel
de
desarrollo
y
sus3tuirse
por
la
violencia
misma.
Por
sí
misma,
la
violencia
es
negación
e
impotencia
del
poder,
dondequiera
que
la
violencia
deja
de
estar
jus3ficada
por
el
poder,
toma
lugar
la
reversión
de
medios
en
fines:
los
medios
(instrumentos)
de
destrucción
ahora
determinan
el
fin,
con
la
consecuencia
que
el
fin
será
la
destrucción
de
todo
poder.
El
totalitarismo,
el
estado
policial,
el
“gobierno
de
Nadie”
de
la
burocracia,
son
las
formas
contemporáneas
que
vislumbra
Arendt
de
lo
complicado
que
resulta
para
gobernantes
y
gobernados
resis3r
la
tentación
de
subver3r
el
poder
por
la
violencia.
Violencia
pura
es
impotencia
de
poder.
Pero
un
poder
límpido
es
una
invitación
abierta
a
la
violencia.
En
On
Violence,
Arendt
señala
que
el
poder
es
consustancial
al
gobierno;
la
violencia
no.
El
poder
es
en
realidad
la
propia
condición
que
habilita
a
un
grupo
de
personas
a
pensar
y
actuar
con
arreglo
a
la
categoría
medios-‐fines.
El
poder
no
necesita
jus3ficarse,
siendo
inherente
en
la
existencia
misma
de
las
comunidades
polí3cas.
Precisa
de
la
legi3midad
(“bases
on
appeal
to
the
past”),
en
tanto
que
la
violencia
debe
ser
jus3ficada
(“relates
to
an
end
that
lies
in
the
future”).
El
poder
corresponde
a
la
capacidad
humana
de
actuar
en
concierto.
Su
naturaleza
es
social:
nunca
pertenece
a
un
individuo,
sino
a
un
grupo
o
colec3vo
y
man3ene
su
existencia
en
la
medida
que
dicho
grupo
o
colec3vo
se
sos3ene
como
tal.
La
violencia,
en
cambio,
y
como
se
mencionó
anteriormente
es
instrumental
y
a
la
vez
incremental:
la
prác3ca
de
la
violencia,
que
está
en
manos
de
cualquiera
gracias
a
la
tecnología,
como
toda
acción,
cambia
el
mundo,
pero
el
cambio
más
probable
(si
es
un
fin
y
no
un
medio)
es
hacia
un
mundo
más
violento.
Para
reforzar
el
poder,
todo
depende
del
poder
detrás
de
la
violencia.
La
obediencia
civil
a
leyes,
gobernantes
e
ins3tuciones
cons3tuye
la
cara
visible
del
apoyo
y
el
consenso,
sustentos
del
poder.
La
obediencia
no
se
logra
por
el
golpe
de
efecto
de
la
violencia,
sino
por
el
consen3miento.
Por
esa
razón
se
habla
de
la
“fuerza
ins3tucionalizada”
del
poder
como
instrumento
de
gobierno,
con
su
componente
republicano,
donde
el
imperio
de
la
ley
se
apoya
en
el
poder
del
pueblo
como
forma
de
gobierno
que
se
opone
a
la
dominación
del
hombre
por
el
hombre,
donde
todas
las
ins3tuciones
son
manifestaciones
y
materializaciones
del
poder,
que
se
petrifican
y
decaen
tan
pronto
como
el
poder
vivo
del
pueblo,
la
opinión
pública,
re3ra
su
apoyo.
En
Arendt
esto
es
básico:
el
poder
se
basa
en
el
apoyo
y
consen3miento
(los
números,
la
opinión),
en
tanto
que
la
violencia
se
finca
en
la
técnica
(instrumentos,
armas).
En
Sobre
la
revolución,
Arendt
plantea
que
entre
las
pasiones
humanas,
la
piedad
es
la
perversión
de
la
compasión,
aquella
pasión
que,
de
proponerse
transformar
las
condiciones
del
mundo
a
fin
de
aliviar
el
sufrimiento
humano,
evitará
el
fa3goso
proceso
de
persuasión,
negociación
y
compromiso
en
que
consiste
el
procedimiento
legal
y
polí3co,
y
prestará
su
voz
al
propio
ser
que
sufre,
que
debe
reivindicar
una
acción
expedi3va
y
directa
(una
acción
con
los
instrumentos
de
la
violencia,
pero
sin
jus3ficarse
en
el
apoyo
y
el
consen3miento,
sino
precisamente
en
la
pasión
de
la
compasión).
Como
alterna3va,
la
solidaridad
funda
de
manera
deliberada
y
desapasionada
una
comunidad
de
intereses
con
los
oprimidos
y
explotados.
Par3cipa
de
la
razón
y
por
tanto
de
la
generalidad,
al
ser
capaz
de
abarcar
conceptualmente
una
mul3tud,
no
sólo
de
una
clase,
sino
de
una
nación,
un
pueblo,
e
incluso
de
toda
la
humanidad.
Puede
ser
promovida
por
el
padecimiento,
pero
no
es
guiada
por
él.
La
solidaridad
es
una
forma
de
atender
la
cues3ón
social,
sin
acudir
a
la
reversibilidad
entre
violencia
y
necesidad.
Pero,
¿ha
tenido
lugar
esta
pasión
por
la
solidaridad
en
alguna
revolución
exitosa?