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Jueves, 17 de Abril . .

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2008 LLAMADA ELISA : : . . Registrarse
UNA CRETINA
LLAMADA ELISA

¿Qué opción de vida le queda a una joven escritora cuando su examen de VIH da positivo?
Por Carol Ann Figueroa
Ilustraciones de Nicolás Lozano

Carol Ann Figueroa (Bogotá, 1978). Periodista de profesión, escritora por necesidad, guionista por mutación, redactora
de libros de investigación y del desaparecido periódico cultural Suburbia; ha colaborado en varias publicaciones, entre
las que se destacan el «Magazín Dominical» de El Espectador y la revista Kinetoscopio.

Me estoy muriendo.

Y ahora que un papel doblado en mi


agenda me lo dice, reconozco que nunca creí realmente que fuera cierto. Me doy cuenta de que
nunca creí que me pudiera morir y, sin embargo, al parecer es una de esas cosas que sí
suceden. Uno se muere. Y yo me estoy muriendo.
El médico dijo «El resultado de su prueba de VIH es positivo» y desde entonces me fue difícil
escuchar lo que decía. Sus labios se movían pero sólo producían cierto eco.
La manera lastimera en que esquivaba mi mirada me hizo comprender que sí era cierta la
noticia. Pesaba tanto el aroma de mi muerte que el tipo se apresuró a pedirme que me realizara
un segundo examen, llamado Western Blot, para verificar el resultado, y me indicó el camino de
salida.

Eso fue todo. Cinco minutos le tomó darme la noticia.

«Mi vida se acaba prematuramente», pensé mientras me levantaba de la silla.

Mi vida se acaba sin el goce de orgasmos múltiples producidos por drogas intravenosas o la
orgía de amantes confusos, variados y sucesivos; se acaba sin amaneceres de deshidratación y
resaca en apartamentos desconocidos y, no obstante, ya mis padres lloran sobre el ataúd
mientras la familia cuchichea la causa del deceso, mi dramática pérdida de peso en los meses
anteriores, mis pómulos pronunciados y mis ojos ahogándose en sus esferas; mi diarrea, mi
inapetencia, mi fiebre, mi depresión.

Todos los aviones que viajan a Venecia despegarán sin mí. Todos los amigos, toda la familia,
los vecinos y los desconocidos, abrirán sus ojos sin que yo esté aquí, y lo cierto es que no les
haré falta. No tendrán que saludarme y no notarán que no me despido.

¿Quién pudo haber sido? ¿Me arrepiento si es esa la razón? De arrepentimiento no se hacen
los remedios y, total, el papel que guardo en mi agenda dice que no hay remedio.

Nadie debe enterarse. Necesito mantener un em-pleo, conseguir dinero para costear los
medicamentos, resistir el mayor tiempo posible antes de no tener más soporte que la lástima de
aquellos que me van a ver morir. ¿Tendré tiempo de ordenarlo todo antes que un demacrado
rostro evidencie lo que me está sucediendo?

¿Qué me está sucediendo?


Escribí la palabra «sida» en la barra del buscador con la sensación de estar buscando mi propio
nombre en la red, como si me lanzara a la cacería de mi otro yo, ese que había olvidado en un
rincón de la cotidianidad pero que siempre estuvo al acecho, listo para escaparse en cuanto el
llamado de la muerte hiciera posible nuestro encuentro.

Más de 38 millones de personas en 126 países han vivido con él durante cinco o diez años
antes de poder darse la vuelta para abrazar al otro, ese que forma parte de los 2,8 millones de
nuevos compañeros, los que se mueren de sida1.

Una mujer de Guatemala resultó VIH positiva hace doce años por cuenta de la infidelidad de su
marido y todavía no tiene sida. Tuvo tiempo de cuidar al hombre, enviudar, quedar a cargo de
tres hijos y ver graduar a los dos primeros, sin presentar un solo síntoma. Un muchacho gay de
Costa Rica, de veinticinco años, cumple siete de preguntarle cada tres meses a su doctor si su
conteo de células T2 ya delata inmunodeficiencia progresiva, y un argentino heterosexual,
diagnosticado a los treinta como VIH positivo y que a los cuarenta recibió su diagnóstico de
inmunodeficiencia adquirida, a los 45 publicó su fotografía en la red exhibiendo una demacrada
sonrisa como prueba de su honestidad cuando escribe «Soy feliz y tengo sida».

Activistas canadienses, brasileños, surafricanos, mexicanos y norteamericanos; enfermos


consagrados que cargan quince años de sida; drogadictos arrepentidos, homosexuales
pervertidos y heterosexuales seropositivos me invitan a esperar con entusiasmo suicida la
aparición del síndrome siguiendo con disciplina las instrucciones de mi doctor, tomando los
medicamentos que cubre mi EPS, acercándome a cuanta asociación homosexual y ONG se me
cruce en el camino para consultar los derechos y deberes de mi nueva vida en este mundo
paralelo, el de los VIH positivos, los futuros muertos de sida.

¿Qué me pueden ofrecer? Diez, quizás veinte años más de vida, sintiendo en la nuca la
respiración de la muerte, tomando medicamentos para fingir que no la siento, que puedo
enviarla de vuelta a su rinconcito en la rutina, transformada ahora en la rutina de un paciente
enfermo de sida.

La rutina de consumir de por vida —o hasta que se acabe la vida— un tratamiento llamado
terapia retroviral altamente activa o «coctel combinado», según la cual se deben consumir
treinta pastillas diarias en promedio, en horarios que cubren las veinticuatro horas, algunas con
las comidas, otras con el estómago vacío, siempre temiendo que sin un estricto apego a las
dosis y horarios, el virus mutará en uno nuevo, más poderoso, más resistente a la medicina.

Pero yo no tengo sida. No tengo el Síndrome de Inmuno-deficiencia Adquirida. Incontables


páginas en la web me lo decían.

Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida es una categoría creada por el Centro de Control de


Enfermedades de Estados Unidos para agrupar un conjunto de signos y síntomas de diversas
enfermedades bastante conocidas, que atacan en forma simultánea un mismo sistema
inmunológico, resultando particularmente resistentes a los medicamentos que se utilizan para
combatirlas.

Herpes, neumonía, tuberculosis y varios tipos de cáncer forman parte del grupo de veintinueve
enfermedades que se han agregado con los años a la familia del sida, haciendo que la palabra
enfermedad le quede pequeña.

El sida no es una enfermedad, es un síndrome; de modo que, técnicamente, nadie puede estar
enfermo de sida.

«Una persona es diagnosticada con sida si presenta uno o más de los veintinueve estados
físicos oficiales que definen al sida y si también resulta positiva a los anticuerpos asociados con
el VIH. En otras palabras, la neumonía en una persona VIH positiva es sida, mientras que la
misma neumonía en una persona VIH negativa es sólo neumonía. Las manifestaciones clínicas
y los síntomas pueden ser idénticos, pero uno se llama sida mientras que la otra se llama
neumonía»3.

Se leía tan claro, que me pareció la información más confusa de mi vida. Un resultado médico
por el que me entregué al pánico parecía no ser el que yo creía.
«Si todavía hace falta una prueba
para confirmar el diagnóstico, posiblemente ni siquiera soy seropositiva», pensé.

Entré al segundo consultorio al que acudí para que mi Plan Obligatorio de Salud me
suministrara el examen probatorio, el Western Blot, dispuesta a resolver todas las preguntas
producidas por mis pesquisas, pero sólo obtuve respuestas monosílabas.

Cuando le pregunté al doctor sobre las posibilidades de que la segunda prueba resultara
negativa y mi Elisa fuera una falsa alarma positiva, esquivó con un dejo de molestia mi mirada,
como si yo no tuviera derecho de hacer de la duda mi esperanza, y se limitó a decir: «Hacemos
la segunda prueba por rutina, porque la verdad es que el resultado rara vez cambia».

Rutina. El momento más ansioso de mi vida es… rutina. ¿Qué clase de difamador del juramento
de Hipócrates me habla así y pretende que lo visite con mi segundo resultado para «comenzar
el seguimiento médico correspondiente»?
¡Maldito gusano de escritorio, indigno de manejar lo que pase con mi vida; inconsciente, animal,
bruto, cobarde, incapaz de hablar sobre la muerte con gallardía!

No soy seropositiva confirmada y ya me enlista para el seguimiento médico correspondiente:


visitarlo trimestralmente para que una muestra de sangre determine si mi conteo de células T —
término que no me explicó— está por encima o debajo de las doscientas4; empezar a consumir
de manera preventiva pequeñas dosis de AZT5 y, según las reacciones de mi cuerpo —sobre
las cuales no me habló—, reducir la dosis y combinarla con didanosina (DDI) o zalcitabina
(DDC), esperando que éstos mantengan el conteo de mis células en niveles seguros el mayor
tiempo posible, lo que en cualquier caso no significa una cura.

Medicamentos que no curan pero que debo tomar. Eso me ofrece la medicina.

Y no sólo no curan sino que al respaldo de sus etiquetas exhiben una escalofriante lista de
efectos colaterales que incluyen salpullido, agotamiento severo, pérdida de apetito, náusea y
vómito, dolor en los músculos y articulaciones, neuropatía, disfunción sexual, fiebre, diarrea,
vértigo, dolor abdominal, depresión, desorden del sueño y demencia6, además de serias
afecciones que resultan mucho más letales que la amenaza de comenzar a desarrollar el sida.
Las reacciones adversas documentadas en la actualidad incluyen diabetes, falla hepática,
arenillas renales y muerte súbita.
«El 30% de los pacientes que toman la terapia combinada padecen de lipodistrofia, un desorden
en la distribución de la grasa y desorden metabólico, que puede resultar en ataques al corazón
y apoplejía»7.

El argentino que exhibe su fotografía en la red, la gente que aparece demacrada en las noticias,
no lo está por un herpes o una tuberculosis causada por el sida. Luce así por tomar las
medicinas que evitarán que ellos desarrollen el síndrome.
Me alejé del laboratorio, dejando caer así en las alcantarillas mis esperanzas sobre el resultado
que me entregarían en diez días, hasta que la pregunta de cierta campaña institucional saltó de
mi memoria a la pupila: ¿conoces a Elisa?
Habérmela hecho no significaba que la conocía, así que ocupé los diez días de angustia que me
obsequiaba la rutinaria medicina en buscar toda la información que no había leído o escuchado
sobre Elisa.

Lo primero fue leer que los falsos positivos existen en grandes cantidades, contrario a la
severidad con que los había descartado la desidia de mi incompetente doctor.

Existen más de cincuenta condiciones inofensivas que pueden hacer que una prueba de VIH
resulte falso positiva8. Haber tenido gripa, tener o haber tenido herpes o hepatitis, haber sido
vacunado contra la hepatitis B, haber estado expuesto a los microbios que causan tuberculosis
y malaria, estar embarazada o haberlo estado9. Cincuenta posibilidades de equivocación sobre
las que el doctor no me habló.

«Personas que nunca han estado expuestas al VIH pueden tener reacciones falso positivas
durante años o por el resto de sus vidas, debido a que la producción de anticuerpos generados
por varias infecciones virales comunes, puede continuar durante años después de que el
sistema inmunitario ha vencido al virus, e incluso durante toda la vida»10.

¿Cómo es posible que la prueba que me tiene al borde de reorganizar mi vida sea tan
imprecisa?
Elisa, la llamada prueba para detectar el VIH, no detecta el virus que pregona en ninguna
medida. Detecta anticuerpos que reaccionan a ciertas proteínas que se aplican a la muestra de
sangre, las cuales se han producido en un laboratorio11.

En la página web de la Food and Drug Administration (FDA) de Estados Unidos12, responsable
de controlar la seguridad y eficacia de las pruebas y los fármacos, se puede consultar el texto
del inserto que acompaña a la prueba de VIH/sida, Amplicor HIV-1, de laboratorios Roche, el
cual hace una increíble aclaración: «La prueba Amplicor HIV-1 no ha sido creada para ser
utilizada como prueba de monitoreo del VIH o como prueba de diagnóstico para confirmar la
presencia de la infección del VIH». Otra etiqueta, que encontré citada en el documental El otro
lado del sida13, aclara que «en la actualidad no existen estándares establecidos para
determinar la presencia o ausencia de anticuerpos frente al VIH en sangre humana».

Ni antes de pedir que me ordenaran la prueba, como tampoco cuando me tomaron la muestra
de sangre, ni aun hoy después de recibir su respuesta, tuve la oportunidad de ver la caja de la
cual provenía, ni los insertos que la acompañan, ni las dudas que la rodean a pesar de ser una
prueba capaz de determinar el curso de millones de vidas.

No. No conozco a Elisa. Y, la verdad, no creí que se tratara de tamaña cretina.

El doctor Robert Da Prato, especialista en pruebas de VIH, no recomienda a nadie que se haga
la prueba porque él mismo no entiende qué significa y no cree que alguien más lo sepa. «Nunca
he visto ninguna evidencia que demuestre que esta prueba muestre lo que dice que va a
mostrar: la presencia del virus, la presencia de un virus exógeno14. Realmente me gustaría ver
en un microscopio esta evidencia pero aparentemente no existe. No existe porque no se ha
realizado un riguroso protocolo de aislamiento»15, a pesar de que el aislamiento es la única
prueba directa e inconfundible de la existencia de un virus, y el aislamiento de un virus, a partir
del plasma sin cultivar de un paciente, es la única prueba de que una persona tiene una
infección viral activa.

Desde que el doctor Robert Gallo anunció el VIH como la causa probable del sida, en 1984,
junto con el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, el virus nunca ha
sido aislado16.

Tres de la mañana del sexto día de esos diez que me dio la prueba de rutina y un despeñadero
de contradicciones se abrió bajo mis pies. Mi afán de entender se llenaba de desconcierto, mi
alivio de odio, mis esperanzas de desasosiego mientras leía una y otra vez lo que varios
documentos me decían sin conseguir descreerlos: el virus más famoso del mundo no ha sido
aislado. No hay prueba alguna que demuestre que el VIH exista.

Miles de cientos de personas han entregado su vida a una rutina de padecimientos por fe en
Elisa, la cual los ha timado en la forma más cruel, bajo la mirada cómplice de la Food and Drug
Administration, el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) y los Centros para el
Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos; los laboratorios que se lucran esparciendo
por el mundo sus pruebas y sus medicinas, y los gobiernos y sistemas médicos que difunden
campañas para obedecer ciegamente paradigmas, pero no para cuestionarlos y llegar al fondo
de sus teorías.

¿Verdad? ¿Mentira?
Si creo que el VIH sí existe y es la causa del sida, daré un paso al frente para ingresar en las
estadísticas de los enfermos tratados con medicamentos para luchar contra el VIH/sida.
Entregaré mi vida, sin más, a lo que ordene la medicina.

Si creo que el VIH no existe, que no tengo nada a pesar de mi prueba positiva, sentirán lástima
de pensar que me niego a aceptar que se me acaba la vida, me tacharán de loca y me
compadecerán por contradecir paradigmas, pero seré dueña absoluta de cada uno de mis días.

Deliraba. ¿Cómo contradecir lo que más de diez mil millones de dólares invertidos17 durante
casi treinta años y un resultado positivo me decían? ¿Cómo encontrar la valentía de Copérnico
y Galileo cuando se atrevieron a sostener que el Sol era el centro del universo y no la Tierra ,
como todos creían, corriendo el riesgo de ser quemados vivos en la hoguera?
Incluso en pacientes que sufren casi todas las enfermedades severas del sida, el VIH nunca se
detecta en cantidades que pudieran causar la reducción drástica de las células inmunes18. Con
la hepatitis o un resfriado común, por ejemplo, el virus que produce el resfriado se encuentra
fácilmente en cantidades de millones o miles de millones por mililitro de sangre. El VIH, el virus
que supuestamente produce el sida, se encuentra en cantidades de diez por cada mililitro de
sangre19, lo que lo convierte en el virus más inofensivo e indetectable, en palabras de Peter
Duesberg, el primer científico que logró aislar la estructura genética de un retrovirus (y el VIH es
un retrovirus).

En un intento por acabar con los cuestionamientos sobre la imposibilidad de aislar el virus, es
decir, encontrarlo en cantidades consideradas en una muestra de sangre, en 1995 comenzó a
emplearse sobre muestras de sida una tecnología conocida como Reacción en Cadena de la
Polimerasa (PCR), descrita por Duesberg como tecnología diseñada «para encontrar una aguja
en un pajar».

El doctor David Rasnick20, investigador y revaluador del sida, la explica así: «Si usted toma una
muestra de un paciente no puede encontrar el VIH allí, pues todo lo que tiene son células
blancas. Pero cuando usted cultiva estas células junto a otras que Robert Gallo generó hace
algunos años, y las expone a ciertos químicos, puede forzarlas a hacer cualquier cosa. La idea
es estimular las células del paciente para que empiecen a producir ácido ribonucleico (ARN) y
este ARN nuevo capte las proteínas y partículas del virus, de modo que éstas infecten a las
células que usted estimuló. Esta ampliación se realizará mediante cocultivo durante el tiempo
que usted estime. Pero esa nueva cantidad de partículas del virus no existen en el paciente, no
estaban en su muestra. Usted las recreó en el laboratorio, lo que llamamos in vitro»21.
El ganador del premio Nobel de química por inventar la PCR y detractor de la teoría VIH/sida,
Kary B. Mullis, ha desvirtuado completamente la utilidad de usar su invención en las
investigaciones sobre sida, declarando que « la PCR hace posible identificar una aguja en un
pajar, transformando esa aguja en un pajar»22. De hecho, el 99% de lo que contabiliza la PCR
no es infeccioso23.

Mullis revisó además todos los documentos de la investigación de Gallo y no encontró «nada,
ningún hecho científico que demuestre que el VIH es la causa del sida. Ni siquiera la causa
probable del sida, que era lo mínimo que esperaba; una causa probable para el sida,
remotamente probable. Pero no es así. Es una causa posible, pero no probable. Y desde esa
perspectiva no estamos siquiera cerca de lo que podríamos llamar un hecho»24.

«La idea básica de que el sida es infeccioso, de hecho, nunca se ha puesto a prueba, nunca se
ha cuestionado, nunca se ha probado. Es algo que han asumido popularmente los doctores y
científicos que estudian microbios y virus (…) la mayoría de los doctores son felices acusando a
microbios de causar nuevas enfermedades cuando no saben por dónde buscar», recalca
Duesberg25.

El codescubridor del VIH, doctor Luc Montagnier, quien afirmó en 1990 que el VIH no era capaz
por sí solo de provocar sida; el Grupo por la Revaluación Científica de la Hipótesis VIH /sida,
fundado en 1991 por cuarenta científicos de todo el mundo, entre los que se cuentan ganadores
al premio Nobel y nominados de éste26; el presidente surafricano Thabo Mbeki, que en abril del
2000 invitó a Peter Duesberg a Sudáfrica y pidió que el Ministerio de Salud de su país subraye
la toxicidad de los antirretrovirales; la organización norteamericana Rethinking Aids27; el
disidente colombiano, doctor Roberto Giraldo28, y la Corporación Autonomía en Salud, que se
encarga de organizar y difundir las conferencias que dicta en Medellín29, y la fundación Alive
and Well Aids Alternatives30, cuya fundadora, Christine Maggiore, seropositiva desde 1992, se
ha negado a consumir antirretrovirales y tuvo una hija sana después del diagnóstico31, me
invitan a cuestionar todo lo que había escuchado sobre VIH y sida. Me invitan a decidir por mí
misma si sigo o no las indicaciones de la medicina ortodoxa, a escuchar cuanta información
disidente se me cruce en el camino cada vez que quiera cuestionarme sobre los derechos y
deberes de esta nueva vida, la de los que no creen que el VIH exista, pese a recibir una prueba
positiva.
Diez días después de aceptar que
durante años creí sin fundamento en el VIH y el sida, una mezcla de miedo e ira se retuerce en
mi pecho mientras espero que la enfermera me llame para entregarme el resultado de mi
segunda prueba.

¿Tendré la fuerza para no dejarme apabullar del matasanos si la segunda prueba es positiva?
He visto la marea del otro lado de la cima y no puedo regresar. Dudo hasta la médula de que el
VIH exista y por supuesto dudo de que sea la causa del sida. No podría tragar ni una sola
pastilla sin la sospecha de estar ayudando a que un sistema corrupto me destruya la vida.

Aun si creyera que eso que llaman VIH realmente es un virus, aun si mi segundo examen
resultara positivo y me dieran diez años antes de que el sida empezara a desfigurar mis días,
¿por qué pasar esos diez años padeciendo los insoportables efectos secundarios de una
combinación de medicinas que lo único que hacen es convertir una espera en agonía? ¿Qué
clase de vida es esa que prolongaría? Ciertamente, no es la mía. Es un remedo macabro que
las aberraciones del mercado médico se han atrevido a llamar vida.

De repente, no entiendo de dónde surge este afán por permanecer en el mundo, aun a costa de
mi propia vida.

Tras la puerta entreabierta del consultorio, el médico pronuncia mi nombre en voz alta.

Me levanto de la silla, arrastrando el peso de una conciencia desmedida, y camino con


dificultad. Sudo. Aprieto los puños y tensiono las rodillas. Avanzo con la mirada clavada en el
suelo, sabiendo que ha llegado el momento de pelear en la arena.

Entro al consultorio y me planto desafiante ante el doctor. El hombre me sostiene la mirada y yo


no se la retiro. Suspiro.

El papel dice negativo.

La pelea ya no tendrá la urgencia de salvar mi vida.


Notas: 1. Informe sobre la epidemia mundial de sida 2004. Onusida. http://www.onu.org.ni/noticia?idnoticia=60.
2. Para causar daño, un virus necesita infectar por lo menos un tercio de todas las células que ataca —las que en el
caso del sida son las células T del sistema inmunitario—, y matar esas células más rápido de lo que se pueden
remplazar.
3. What if Everything you Thought You Knew About Aids Was Wrong?, Christine Maggiore, 2004, p. 17.
4. El 1o de enero de 1993, el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés)
amplió la definición del sida, para incluir a las personas con un conteo de células T de doscientos o menos, aunque no
tuvieran síntomas o enfermedad alguna. Esta nueva definición fue la causa de que el número de casos de sida en
Estados Unidos se duplicara.
5. Llamado clínicamente zidovudine, pero denominado AZT por sus componentes, se creó inicialmente para la
quimioterapia del cáncer, pero fue arrinconado y olvidado por ser excesivamente tóxico, de fabricación muy costosa e
ineficaz contra el cáncer. Poderoso pero indiscriminado, el fármaco no era selectivo en su destrucción de las células.
«El nacimiento escandaloso del AZT», en Medicina Holística, No 41, Asociación de Medicinas Complementarias (AMC).
Celia Farber, periodista de investigación. http://free-news.org/farber02.htm
6. «The Morning After», POZ Magazine, febrero de 1997, en Christine Maggiore, op. cit., 2004, p. 63.
7. Ibid., p. 65.
8. Christine Maggiore, op. cit., p.31.
9. Ibid., p. 26.
10. Ibid., p. 25.
11. David Rasnick, Ph.D. Investigador del sida, diseñador químico de los inhibidores de la proteasa. Entrevista en el
documental The Other Side of Aids, dirigido por Robin Scovil, 2004, www.theothersideofaids.com.
12. http://www.fda.gov/cber/PMAltr/P9500053L.htm.
13. www.theothersideofaids.com.
14. Exógeno quiere decir causado por algo por fuera del cuerpo.
15. Robert Da Prato, MD. Especialista en pruebas de VIH para la Armada de Estados Unidos. Entrevista en el
documental The Other Side of Aids.
16. El 23 de abril de 1984, Robert Gallo, junto con el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos,
citó a una conferencia internacional de prensa en la que comunicó haber descubierto el retrovirus que causaba el sida.
A los pocos días estalló el escándalo sobre las denuncias del Dr. Luc Montagnier, del Instituto Pasteur de Francia,
acusando a Gallo de haber robado su muestra. El episodio terminó con un arreglo entre las partes, quienes
compartieron el crédito como codescubridores del VIH y los derechos de propiedad sobre la prueba.
17. Entre 1996, año en el que se fundó Onusida, y 2005, los fondos anuales destinados a la respuesta al sida en los
países de ingresos bajos y medianos han pasado de US$300 millones a US$8.300 millones. Los fondos disponibles
sumarán US$8.900 millones en 2006 y US$10.000 millones en 2007. «Financiar el sida», informe sobre la epidemia
mundial del sida, 2006. www.onusida.org.co/.
18. R. Gallo, 1984; Science, 2241; M. Piatak, 1993; Science, 259; D. Ho, 1991, New England Journal of Medicine,
325:961; C. Shaw, 1991; New England Journal of Medicine, 324:954; Cooper, 1992; Lancet, 341:1099, en Christine
Maggiore, op. cit., p. 66.
19. P. Duesberg, Inventing the Aids Virus, 1996, Tegnery Press, Washington DC Pl 74-180, en Christine Maggiore, op.
cit., p. 66.
20. El Dr. David Rasnick es un antiguo presidente del Grupo para la Revaluación Científica de la Hipótesis VIH /sida.
Doctorado en química por el Georgia Tech en 1978, tiene más de veinte años de experiencia con las proteasas y sus
inhibidores. Por su condición de disidente, Rasnick recibió una propuesta del profesor universitario Phillip Machanick,
partidario de la hipótesis oficial, de inyectarse VIH. Rasnick aceptó el desafío, pero pidió a Machanick que él, a cambio,
aceptase empezar a ingerir antirretrovirales. El que viviese más tiempo sería declarado vencedor. Machanick no aceptó
el desafío en estas condiciones.
21. David Rasnick, Ph.D. Investigador del sida, diseñador químico de los inhibidores de la proteasa. Entrevista en The
Other Side of Aids.
22. Kary Mullis en Heal. Los Ángeles, 25 de octubre de 1995.
23. Christine Maggiore, op. cit., p. 49.
24. Kary B. Mullis, Ph.D. Inventor de la PCR , premio Nobel de química 1993. Entrevista en The Other Side of Aids.
25. Entrevista en The Other Side of Aids.
26. Peter Duesberg, profesor de biología molecular y celular, con un largo currículo y premios. Nominado al Nobel de
medicina por sus estudios sobre retrovirus; Kary Mullis, premio Nobel de química, 1993; Harvey Bialy, biólogo molecular
en activo, director de la Virtual Library of Biotechnology for the Americas; Eleni Papadopulos-Eleopulos, física médica,
profesora en el Royal Perth Hospital, Australia; Serge Lang, matemático franco-norteamericano; Stefan Lanka, virólogo
alemán.
27. Rethinking Aids, fundada en 1991. Mantiene una lista de más de 2.100 personas que han firmado la petición de la
organización para revaluar la validez de la hipótesis ortodoxa de que el VIH es la causa del sida. En esta lista hay
médicos, farmacéuticos, virólogos, bioquímicos, estadísticos, matemáticos, periodistas, psicólogos y antropólogos, entre
otras profesiones.
28. Roberto Giraldo, médico cirujano egresado de la Universidad de Antioquia. Magíster en medicina clínica tropical de
la Universidad de Londres. Se ha dedicado por más de treinta años a la investigación científica y académica, en
enfermedades infecciosas tanto en Colombia como en Estados Unidos. Actualmente trabaja en el Departamento de
Inmunología del Cornell Medical Center de Nueva York. Es autor del libro Sida y agentes estresantes.
29. La Corporación Autonomía en Salud, creada en el año 2004 por quince profesionales de la salud en Medellín, se
dedica desde entonces a guiar y apoyar a pacientes seropositivos interesados en las posturas disidentes, y cuenta
desde hace varios años con el apoyo del doctor Roberto Giraldo. Carrera 64A No 35-13. Tel. 351 2149.
30. www.aliveandwell.org/.
31. Eliza Jane, hija de Maggiore, murió en el 2005 a causa de lo que se señaló como neumonía relacionada con sida.
Tras la autopsia se determinó que la niña no era VIH positiva, ni presentaba sintomatología del síndrome. Un toxicólogo
comisionado por Maggiore para revisar las razones de la muerte estableció que se debía a envenenamiento antibiótico

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