Palimpsesto2punto0
ANTOLOGÍA
Índice
Casa anegada 6
Imperfecto de subjuntivo 7
Mi madurez 8
El cigarro 9
Banda sonora 10
VI. 11
El plan 12
Summertime 13
IV. 14
Lucidez 16
Ex libris 17
El fracaso 19
A ciegas 21
Invocación 24
Haiku urbano I 25
Una teoría 26
Whodonit 28
Valentín Uzcátegui 31
La decisión 34
Una de policías 35
Desnudo paradójico 40
Muerte de placer 45
Casa anegada
Ah,
te creías
que era una metáfora,
no?
Mira,
no es mi costumbre,
pero
hoy
me has cogido
de malas
y te voy a dar
un consejo
déjate de poesías,
agarra una escoba
y comienza a achicar.
Imperfecto de subjuntivo
La primera,
como un paracaídas
que se abriera
sigilosamente.
La segunda,
un nardo que lanzara
sus pistilos al aire
y rasgara
la oscuridad.
Mi madurez
Quemar etapas
y más etapas.
Y, después,
cuando ya no hay
nada más
que pueda arder,
vengo yo,
el último
material inflamable.
El cigarro
Banda sonora
Te gustaría que rompiera con todo,
¿verdad?
Que mandase al diablo a esa panda de indeseables
—su familia y sus mejores amigos, básicamente—
que le dicen que lo vuestro,
ten cuidado,
no va a ningún sitio,
que ojo con ese tío,
además de continuas alusiones al mundo cereal
—al trigo limpio, sobre todo—
que tú, sinceramente, nunca entendiste.
Di la verdad,
te gustaría que sucediese todo eso,
que al final te dijese que,
para ella,
lo más importante
eres tú,
que el mundo y la vida sin ti,
mi amor
—o cualquier otro vocativo afectivo
de la misma leche,
que el mal gusto siempre tuvo un repertorio amplio—,
no tienen sentido.
Así,
después,
mientras te alejas,
oirías
nítidamente
el estruendo
de toda su banda sonora
al caer.
VI.
Las uñas con sus dedos, de las manos y de los pies, todas sus costillas y vértebras,
los huesos largos, e incluso el hioides, su esternón, pelvis y el cráneo; sus articula-
ciones desarticuladas, músculos y tejido graso, los órganos, todo, ahí
El plan.
Papeles sueltos
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Antología Palimpsesto2punto0
Summertime
Bienvenidos
todos
a la liberación
del verano.
Papeles sueltos
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Palimpsesto2punto0 Antología
IV
Mirarla
como se fijan sus labios
pero sin la nostalgia del pariente,
a sus labios, fijarla, como se percute
señalando cada objeto como serán
un objetivo como se encuadra la oscuridad en la luz
también figura, esta voz, este beso
fijarla a los restos deshechos de esta cama
toda nuestra vida.
Ella y él
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Antología Palimpsesto2punto0
El disparo
que nos lleva,
como mínimo, al cajón más negro
junto a los demás
fotografías.
15
Palimpsesto2punto0 Antología
Lucidez
Ex libris
Un día me llegó por correo, sin remitente, una especie de libro manuscrito.
En la tapa, un título que nunca logré traducir sobre el nombre de un autor
nórdico del que tan sólo encontré algunas pocas referencias por Internet -y
más por lo extraño de su muerte que por la importancia de su obra-.
En la primera hoja, se podía ver una enrevesada marca, bajo la cual aparec-
ía la leyenda “Ex libris Loki”.
La última vez que Alonso fue visto con vida fue en una biblioteca. Iba totalmente
desaliñado. Los que lo vieron coincidían en la descripción de su actitud, en el modo
en que hojeaba un antiguo libro con desesperación, como en busca de algo, pasando
de una página a otra sin lógica aparente y con la mirada perdida en un más allá del
libro que sostenía.
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Palimpsesto2punto0 Antología
Cuando los bomberos llegaron, sólo encontraron restos de ceniza por la habitación.
En la moqueta, como marca hecha a fuego, se distinguía la forma de su cuerpo. De
este modo, pudieron saber que había muerto acurrucado en postura fetal y aferrado a
algún objeto aun sin identificar.
Nadie podría imaginar que este hombre finalmente se había transformado en ficción
y había terminado siendo papel ardiendo como un personaje más del libro al que se
abrazaba.
EL FRACASO
En fin, me pones
delante del espejo,
me repites con gesto grave y serio.
19
Palimpsesto2punto0 Antología
Pero entonces
veo, al fondo de la sala,
una ventana abierta
y me despista.
A ciegas
Llevaba los últimos tres años sin saber nada de lo que ocurría a su alrededor ya
que, desde su decisión, había dejado de leer periódicos, acceder a Internet y, con el
tiempo, también de ver la televisión y escuchar la radio. Así que cuando aquellos
guardias se lo llevaron por su seguridad, le cogió totalmente por sorpresa.
...
21
Palimpsesto2punto0 Antología
22
Antología Palimpsesto2punto0
...
Tres años a ciegas. Tres años con ese antifaz de satén negro –recuerdo de una noche
de pasión con una morena ardiente que conoció en un tugurio de mala muerte-. Tres
años desde que, una noche de desesperación, se lo puso para poder dormir.
Crónicas de Skótomo
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Invocación
Papeles sueltos
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Antología Palimpsesto2punto0
Haiku urbano I
Haikú urbano
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Palimpsesto2punto0 Antología
Una teoría
Tengo la teoría
de que si dejo caer
un libro de Chandler
—La ventana alta,
por ejemplo—
en una calle
concurrida,
la explosión resultante
dejará frita
a toda la gente
que esté pasando
por allí.
La probé
el otro día
en un centro comercial.
Tiré el libro,
cayó al suelo,
tres o cuatro personas
me miraron,
y no sucedió
nada.
Aún
creo
en mi teoría,
solo que la gente
a estas alturas
es difícil de freír.
Papeles sueltos
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Antología Palimpsesto2punto0
pensando
-asumidos
los ronquidos de tu amante-
dónde
o
cuándo
habías
sentido
algo
parecido
Whodonit
Albah Rizia
Max estaba sentado junto a su lecho mientras ella tomaba la sopa con mucha difi-
cultad. Agatha sabía que iba a morir, el duro invierno que estaban pasando se había
ensañado con su débil cuerpo decrépito y cada sorbo penetraba en su garganta co-
mo miles de cuchillas afiladas. Él también lo sabe, por eso tenía la mirada tan fija
en ella, como quien presenciara un espectáculo -imaginaba la moribunda a su es-
pectador, en el momento de la muerte, puesto en pie y pidiendo un bis en medio de
una gran ovación-.
Ella también había aprendido a quererlo. En cierta forma, al menos. Era un ser pu-
silánime, un segundón oculto tras la sombra de la gran reina del crimen, pero en
tantos años no había encontrado otros motivos de reproche hacía él que éstos. De
todas formas, no podía dejarse llevar por el sentimentalismo. Había dedicado su vi-
da a planear el crimen perfecto y para ello era imprescindible mantener en todo mo-
mento la mente fría.
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Antología Palimpsesto2punto0
La idea del crimen perfecto la venía obsesionando desde muy joven. A ella debía el
éxito de sus novelas policíacas. Había pasado su vida recreando crímenes, aportan-
do pistas, guiando a sus lectores y ejercitándolos en la observación de los pequeños
detalles, del whodonit, todo con el fin de poder llevar a cabo su propio crimen per-
fecto. Había tenido mucha paciencia y escogido con mimo todos los detalles: el
marido adecuado, el veneno adecuado, las dosis adecuadas durante el tiempo ade-
cuado. Y, por supuesto, todas esas pistas que tan sólo una mente brillante pudiera
hilar hasta llevarlas hacia ella -¿qué mérito había en salir impune si no se deja sos-
pecha o prueba alguna del autor de delito?-. Por supuesto que el whodonit incluye
pista engañosas que pueden llevar a acusar a algún ser inocente, mientras lo pen-
saba una mueca se dibujaba en su boca desdentada por la que un hilo de sopa se iba
derramando. Ya casi no le quedaban fuerzas para sonreír, ni mucho menos para se-
guir bebiendo aquella sopa con mercurio.
Cerró los ojos. Tenía algo de miedo, sabía que al hacerlo no podría volver a abrir-
los más, sin embargo era más fuerte la necesidad de descansar. No sabes, querida,
cuánto he aprendido de ti en todos estos años. Mientras Max hablaba, Agatha in-
tentaba abrir los ojos, mirar a su marido, pero le resultaba casi imposible mantener-
los abiertos. No obstante, escuchaba sus palabras con nitidez. Max prosiguió con su
discurso con la seguridad de quien ha estudiado pacientemente la naturaleza de la
muerte y su fisiología, y la certeza de que tras aquellos párpados cerrados había una
conciencia despierta. Habló sin parar durante horas, incluso después de descubrir
que no era más que un cuerpo inerte lo que yacía entre las sábanas.
Murió sabiendo que había fracasado, que Max lo había destapado todo y no tendría,
por tanto, el final policíaco que merecía. Había planeado su propio asesinato sol-
tando algunas pistas que pudieran indicar que ella era la autora, a la vez que dejaba
engañosos indicios que podrían llevar a que Max fuera acusado. Sin embargo, él
descubrió lo del mercurio, siguió las pistas, observó los pequeños detalles. Así que,
mientras ella iba envenándose a sí misma -vieja loca con aires de grandeza-, él la
dejaba actuar e iba tras de ella –siempre a su sombra- eliminando todas aquellas
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Palimpsesto2punto0 Antología
pruebas que lo señalaban como cruel uxoricida. Fue tan limpio en sus actuaciones
que ni siquiera dejó rastro alguno que delatara que aquella muerte no había sido otra
cosa que natural. En un alarde de ingenio, se permitió incluso retocar aquella auto-
biografía de su mujer, un manuscrito que había encontrado oculto bajo la tabla suelta
del suelo del despacho -al fin y al cabo, no iba a privarse de aumentar su fortuna pu-
blicando la obra póstuma de su amada esposa-.
Agatha Christie murió por causas naturales el 12 de enero de 1976 y fue enterrada
en St Mary dos días después en un funeral digno del personaje que fue. Max Mallo-
wan no derramó una sola lágrima por su esposa y, por ello fue admirado por todos
los asistentes, un acto de entereza propio del marido de la gran reina del crimen. The
queen. Cada vez que Max escuchaba el apodo con el que se referían a Ágatha, tenía
que hacer esfuerzos por ocultar una sonrisa. Sí, por supuesto, la reina.
Valentín Uzcátegui
Valentín Uzcátegui fue un hombre solo, con actitudes incomprensibles y una figura
grotesca, que variaba de una pequeña cabeza malformada, con ojos bizarros y la-
bios cuarteados, hasta llegar a una panza desproporcionada que le impedía mirar
sus pequeños pies. No se exponía al sol durante mucho tiempo, tenía una palidez de
recién nacido. También era muy extraño verlo fuera de su casa, cuando salía se con-
vertía en un espectáculo, con su escasa estatura de un metro sesenta, se escondía de
los rayos solares y de las miradas de los vecinos. Siempre caminando rápido y con
los puños muy bien cerrados, moviendo las manos de un lado a otro, sin parar, co-
mo si los comentarios, risas y burlas lo persiguiera y apuñalaran desde que sale de
su tétrica casa hasta llegar al abasto, donde el ciego Manuel, le atendía con mucho
cariño, igual que un niño, sin que nadie le advirtiera que servía a un monstruo.
Dicen los que tuvieron la desdicha de acercarse en algún momento a Valentín, que
su cuerpo emanaba un hedor de inmundicia. Un pálpito-morbo estaba aferrado al
aura de ese desorden llamado Valentín Uzcátegui. Tanto hombres como mujeres al
pasar frente a la casa de Valentín sentían la mirada penetrante de ese cuarentón en-
fermo, que los desnudaba y tocaba con asquerosas ideas, ruines fantasías que sólo
podían nacer en la mente de un depravado fuera de control.
Los vecinos de la abominable morada de Valentín cuentan que, por las noches, de
las ventanas laterales, escapan como relámpagos diabólicos, gritos que logran parar
los pelos de las ancianitas y contaminar de excitación a los niños de meses. Su casa
estaba rodeada por un ambiente pesado, como si las larvas encadenaran a las perso-
nas e hicieran que el factor tiempo transcurriera más lento frente a sus ventanas.
Muchos decían que era virgen. No aparecía en los anales del prostíbulo y ni en la
memoria de las putas del pueblo. Pero cuentan que los fines de semana brotaban las
conchas de plátano vacías en su basurero, abiertas por la mitad con extraños amasi-
jos pegajosos dentro. Verdaderamente, Valentín Uzcátegui era un tipo asquerosa-
mente extraño.
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Palimpsesto2punto0 Antología
Nunca estudió nada, vivía de la pequeña fortuna de sus padres. Se sentía culpable,
su ropa aún olía a marihuana. Llevaba dos meses sin probar ni una ramita, porque
en un desespero, se fumó hasta la raíz del último arbusto.
Cerraba bien los puños, aceleraba el paso. Desde pequeño tuvo miedo que lo descu-
brieran. Su mente divagaba muchas cosas mientras recorría otra vez la ruta que to-
dos los vecinos conocían de memoria. Los más curiosos se asomaban por las venta-
nas, también lo hacían los niños que estaban la escuela, mientras que las putas pre-
paraban todo para abrir el prostíbulo. Él sabía que las putas lo miraban, él conocía
sus intenciones, pero nunca se imaginó que esa tarde se fueran a consumar gracias
a una pequeña apuesta.
— Hola Valentín — dijo con una voz muy sensual al oído del monstruoso indivi-
duo— Siempre me has gustado mucho, desde niña he estado enamorada de ti.
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Antología Palimpsesto2punto0
Cayó boca arriba, su erección aún se notaba, claramente fue un infarto fulminante.
Todos los vecinos se acercaron para ver el cadáver en un incendio de células que
morían junto con el cerebro. Las putas, el cura, las autoridades y todos los vecinos
sentían asco. Magdalena se aproximó hasta el pestilente cadáver y muy cínicamente
dijo a todos los presentes:
La decisión
a Ricardo
Papeles sueltos
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Antología Palimpsesto2punto0
Una de policías
La vida es un elemento radioactivo que sin quererlo genera la mortandad o las pa-
siones.
Martes en la mañana. La policía recogía sus muertos. Fue una noche cruenta, algu-
nas manchas de sangre la testificaban desde la bota del pantalón. Nada alarmante,
más cifras para un esquizofrénico estadístico que resuelve tumbas y familias deso-
ladas como si fueran sodokus. A esta hora la patrulla estaría en algún barrio oscuro
—condenado a la noche perpetua— siendo desvalijada. Sus compañeros, algunos a
la morgue, otros a la UCI, muchos a casa, a vendarse el tobillo, limpiarse la sangre,
coser los traumas con un dedal prestado, besar hondamente a sus hijos, hacerle el
amor a sus esposas, dejando sus fuerzas impregnadas en la desnudez que, posible-
mente, mañana no vuelvan a ver.
El metro conduce almas a toda velocidad. Un niño llora en lo último del vagón. Los
intervalos de luz irán encandilando a los pasajeros en las próximas tres estaciones
—gruesos pilotes de concreto que se siembran en la ciudad como un monumento a
la desazón urbana—, para después abrirse paso a través la oscuridad intestinal del
túnel, donde otras cuatro paradas permitirán que el oxígeno renueve las células que
aún no dejan de moverse al ritmo de los rieles. Cuatro estaciones para llegar final-
mente al centro convulso —literalmente palpitante— de la ciudad en digestión.
Pronto serán las ocho de la mañana —no ha dormido nada, no será capaz de dor-
mir— en el reloj de su pulsera. Seguía siendo martes. Su hijo menor se alegrará
mucho de saber que sigue vivo en un martes. «En cambio la esposa de Ramírez Paz
no se pondrá muy feliz». Él no se decidió a tomar el metro hasta que los camilleros
de la ambulancia le dieron la dirección del hospital a donde lo llevarían. «Coño, a
quien le va a gustar saber que su marido tiene cinco balas en una pierna y no sé
cuantas en las bolas».
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Palimpsesto2punto0 Antología
Fue una noche intensa. De rutina. No por ello menos intensa. ―Los malos‖ tenían ar-
mas automáticas; ellos apenas una pistolita de agua que se encasquilla al segundo
disparo. «A todo el mundo se encasquilla esa mierda, no tanto por el óxido como por
los nervios». ―La persecución‖ comenzó a las tres de mañana, terminó a las tres y
cuarenta y cinco en la esquina de la calle Rotten con avenida Cohelo; le dieron tres
vueltas a la manzana llegando al sitio donde comenzaron. Las ventanas de la quinta
Rotten se abrieron a lo grande, y decenas de boquillas humeantes empezaron a repe-
ler sus mosquitos mortales sobre las cinco patrullas. «De todas formas ya la pintura
no servía para nada».
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Antología Palimpsesto2punto0
no pagan cuentas, la vida no se conduele con los poetas ni con los güevones. Por eso
soy policía».
Eliot siempre lo calma. El tono suave y deprimente de la tierra baldía logra llevar a
lo mínimo su sobrexcitación urbana. Vuelve a leer los primeros versos. Piensa en la
tristeza que embarga a los hombres del mundo —«muchas personas piensan en eso
cuando buscan pensar en nada»—. Se agobia al pensar en un Apocalipsis. «Tendrían
la razón esos miserables». Ha negado su espiritualidad desde niño, pero el adoles-
cente interrumpe sus pensamientos con grueso escupitajo que fue a dar a piso sintéti-
co del metro. «Coño, no respeta el uniforme». El muchacho levanta el mentón, lo
mira, espera una repuesta, un quejido, alguna prerrogativa que permita expulsar su
intenso conflicto con la autoridad. «Estará pensando: este policía come mierda no
tiene cojones». El policía cerró el libro, tal vez reflexionando rápidamente en la dife-
rencia de régimen. En la dictadura un niño mal parecido como ese, hubiera perdido
los dientes antes que el escupitajo llegase al suelo. Cerró el libro y lo miró. «No res-
peta la sangre de Ramírez Paz que tengo zapatos, ni la Centeno, ni la de los perros
de la calle Rotten, éste carajito tiene algo en la mirada…»
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Palimpsesto2punto0 Antología
Era muy joven, el niño parecía un juguete entre sus brazos. Sus manos eran peque-
ñas, ella era pequeña, además reía extasiada: parecía ver por primera vez a un hom-
bre leyendo, o por lo menos, era la primera vez que vía algo impreso de esa forma
tan extraña. Él se detuvo a mirarla. Sus ropas estaban un poco sucias, el peso del ni-
ño marcaba una gruesa molestia en su alma, un sentimiento soso y tenue que se re-
flejaba en su mirada: «estaba sufriendo, y quién sabe desde cuando». Pronto hizo
que la joven se incomodara y bajara velozmente la cabeza; la culpa había empezado
a ser vergüenza. Él se levantó con el vagón en turbulento movimiento, y caminó has-
ta el puesto vacío que existía junto a ella. Y preguntó ingenuamente:
Después de decir eso dejó una sonrisa en su esplendoroso rostro de policía amable.
La joven, que bien parecía una niña ahora que se le miraba de cerca, sacó su cara de
entre el cuerpo del nene, y movió su rostro indicando no. Él dijo algunas paraferna-
lias sobre el premio Nobel y la forma en Pound corregía sus textos; pero ella, tal vez
sin notarlo, hizo el gesto típico de un ciudadano que escucha sobre poesía: no enten-
dió nada. Gesto que fue cambiando de matiz hasta llegar al límite de incomprensión.
La pobre chica creería que Semprum hablaba en otro idioma. Él se dio cuenta un po-
co tarde de la inopia que producía su cháchara en el cuerpecillo de la muchacha. En-
tonces comenzó el silencio: un fenómeno urbano que logra consumir cualquier in-
tento de arte, expresión humana o sentimiento comunicativo. El hosco silencio.
«En el silencio también hay un poco de muerte. La percepción de las voces en el si-
lencio es muy parecida a la de muerte física; tu cerebro continúa activo, no puedes
moverte, escuchas voces por ecos, comienza la lejanía, las palabras que pronunciaste
antes de callar aún siguen en el aire, en tu mente, el médico grita, tú sabes que estás
muerto, la enfermera cree estás muerto, te revisa el pito, los camilleros creen que
estás muerto, te golpean, te meten en una bolsa asfixiante, tu esposa llora, tus hijos
tocan tu pecho y por dentro de maldicen, la urbe se ríe, la muerte está en ti, eres
muerte, y sólo él aire te abandona, porque todos tus recuerdos quedan allí, en la iner-
cia de un cuerpo, veintidós días de ecos y voces lejanas, de inmovilidad. La muerte
es un gran silencio y la naturaleza urbana imita a la muerte en su caminar.»
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Antología Palimpsesto2punto0
Él ve que ella está preocupada. La mira y toca su hombro: «tranquila» piensa mien-
tras ve como se incorpora destapando suavemente la cara del niño. Semprum vio lo
peor, lo deplorable, el porque odiar a algunos dioses. Allí estaba la muerte. La mujer
le pidió algo de dinero, con alguna palabrería y el nombre de una medicina que no
sería capaz de repetir dos veces. Algún temblor poseía a sus mejillas mientras daba
varios billetes de veinte a la joven. No le importó cuánto era, debía dar lo suficiente
para pagar sus penas y dejar de sentirse parte de un sistema de autodestrucción. El
niño no tenía nariz, había nacido sin tabique, apenas unos orificios irritados que pro-
veían oxígeno a sus pulmones. La mujer lo miró sorprendida. Semprum se levantó
simulando fuerza moral y emprendió velozmente su rumbo a la puerta, pero que la
joven supo interrumpir para decir en fracciones de segundo, con sus grandes ojos
poblados de angustia, como pidiendo una gran ayuda o una oportunidad para salir
del infierno:
— No se leer.
José Semprum sintió vacío su uniforme, miró muy dentro de él y se sintió culpable.
Por esa sola palabra, la muerte de Centeno había sido en balde y la pierna que ampu-
tarían a Ramírez Paz sería alimento de zamuros. La mujer no sabía leer. Él no podía
hacer nada. Acababan de abrir la puerta. Debía salir. El pulso de la ciudad se lo exig-
ía.
Desnudo paradójico
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Antología Palimpsesto2punto0
El viejo repetía frenéticamente el mismo refrán obsceno: esta verga se jodió, se jo-
dió y se volvió a joder. Movía los brazos con brusquedad y miraba el espejo de la
sala mientras decía: lo que les gusta un loco es verga. Sus palpitantes y plateadas
sienes no se ponían de acuerdo. Siempre sucedía lo mismo cada vez que el hombre
de la boina ocupaba la primera página del diario matutino. Antonini llenaba la sala
de imprecaciones y alusiones incoherentes, inentendibles, entre italiano e ingles,
con articulaciones castellanas.
La peor desgracia para un italiano es no poder tener hijos. Estos cogones inútiles,
pero eso le servía para excusar la vaguedad y el descarrilamiento de sus hijastros.
Eso lo compre yo, y eso, aquello también, son unos perro mantenidos. Quizás tanta
alharaca, pleito político y resentimiento sexual, lograron privar a Clarizza y a Ma-
nuel de la calurosa, divina, cuasi perfecta, panorámica de su balcón. El piso 23, el
mismo rincón donde hace menos de una década llegaban los amigos de Antonini a
ofrecerle los contratos jugosos de autopistas perdidas y asfaltado de barrios sin
habitantes. Es normal, si llevan 14 años esperando por su acera, unos cinco o seis
años no le harán mucho daño, y la palabra de siempre: esperá que salga el dientón,
y te candidatiamos a vos, pa‘ que te pongáis en la buena.
Pero el italiano se llenaba de rencor y volvía a estallar contra la sonriente faz del
hombre de la boina, que se posaba frente a él, en su periódico matutino.
Clarizza va a cumplir dieciséis en agosto, está hablando con Margot por el Messen-
ger, y con David por su celular. La grande y espaciosa habitación ya no poseía ni un
vestigio de lo que fueron sus ilusiones infantiles. Todas las Barbies que adornaban
las repisas, fueron suplantadas por la mirada curva y seductora de Avril Lavigne; la
mórbida figura de Madonna en ínfimas piecitas de ropa sintética y brillante, o el
gesto incomprensible de los chicos de RBD.
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Antología Palimpsesto2punto0
Clarizza sonreía, no sería capaz de decirle, nunca tendría suficiente coraje. Sus dóci-
les piernas se estremecían al pensarlo. Por alguna manía femenina se acomodó la
blusa estampada que tenía puesta y luego, cual vaquero suicida, se levantó un poco
los jeans para comenzar el duelo.
„Clarabolla‟ dice:
M lo mame completico, eso fue fuego x tdos lados
„Margot la colegiala cachonda que te ama‟ dice:
Y le tomast las fotos q t dije con el cell? Como lo tiene?
Un poco sonrojada, sin saber que hacer, consultó de inmediato la página porno que
estaba revisando hace algunos minutos. Eligió el pene de su preferencia; ese pene
que combinaba la piel blancuzca de David, y que intimidaba con sólo pensar que su
novio podía tener algo así entre las piernas.
Ella aún no salía de la extraña sensación que le ofrecía el pene blanquecino que aca-
ba de enviar; realmente ella no podía sentir atracción por algo tan simple, tan vacío,
¡tan fálico! No la motivaba, en realidad no deseaba apuñalarse sin sentido con algún
cabeza hueca que simplemente convulsionara en su interior.
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Palimpsesto2punto0 Antología
Muerte de placer
14 de febrero de 1997
Habitación de Mafer. Calle Federación. Gallegos.
Cuando fueron las diez de la noche, Nicolás se propuso vestir el cuerpo sin vida
para disimular. Buscó en el guarda ropas, la vistió de colores claros. La sacó del
departamento por la escalera de emergencias; con mucha dificultad la sentó en el
puesto del copiloto, hasta que estuvo bien ajustada con el cinturón de seguridad.
Sería difícil que alguien en la calle sospechara algo. No vale la pena mirar a los
lados, sólo conducir hasta el muelle
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Palimpsesto2punto0 Antología
Nicolás siempre fue un buen escritor, se enamoro de Mafer como loco, estaba dis-
puesto a todo por ella. Hoy era un día definitivo, escribía un cuento que lo haría in-
mortal. Su cuerpo desnudo sudaba al pensar en lo que pasaría después de terminar el
cuento. Llevaba casi seis meses maquinándolo, pero no podía escribir de él ni una
sola palabra hasta la fecha indicada. Ella amaba las contradicciones, y él disfrutaba
viéndola reírse mientras ensayaba su plan. Nicolás sudaba, todo su cuerpo desnudo
sudaba, al pensar en Mafer, que estaba en la habitación conjunta preparando todo
para el último día. Se excitaba nada más al pensar en lo que viviría; de todas formas
¿Cuándo nos queda por vivir?, no tenía remordimiento; un minuto más, un minuto
menos ¿Cuál es la diferencia?. Escuchó una serie de ruidos provenientes de la habi-
tación. ¿serán los últimos detalles?, entonces apresuro la escritura.
25 de abril de 1996
Auwa Center – Calle independencia. Gallegos.
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Antología Palimpsesto2punto0
28 de octubre 1997
Hospital Psiquiátrico Penitenciario. – Cárcel de Gallegos.
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Palimpsesto2punto0 Antología