POMPEYO
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Sila, ya dictador, le ordenó licenciar a cinco de las seis legiones y esperar con una la
llegada del nuevo gobernador de la provincia, pero a Pompeyo no le gustó este mero
agradecimiento, quería más. Tampoco le complació el apelativo de Magno que le
atribuyó Sila, quería entrar triunfante en Roma, pero se encontraba con la traba de no
haber cursado ninguna magistratura del cusrsus honorum, no le importaba. Finalmente
Sila aceptó y Pompeyo entró solemnemente en Roma como imperator el 12 de marzo
del 79 a.C.
Sin embargo, resulta fácil afirmar que el principal objetivo de Pompeyo era integrarse
en la nueva nobilitas, para ello reforzó sus alianzas con los Metelos y los Claudios,
participó en grandes empresas, se formó bien como orador, en letras griegas, etc
Es por tanto un arquetipo de la aristocracia silana, una muestra de las posibilidades de
promoción la nueva oligarquía.
Una vez se retira Sila se produce el desafío de los elementos políticos y sociales
perjudicados por el dictador, dos grandes focos serán sofocados con participación de
Pompeyo: Italia con Lépido e Hispania con Sartorio.
2. LA REBELIÓN DE LÉPIDO
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la guerra civil apoyó a Sila lo que le convirtió en pretor en el 81, pero no logró
simpatizar del todo con Sila.
Un segundo foco de disputa fue el programa de reformas presentado por Lépido que
incluía: repartos periódicos entre la plebe urbana de trigo gratuito o subvencionado por
el Estado, autorización del regreso a Roma de los exiliados, devolución a los proscritos
y descendientes de sus bienes y derechos cívicos
Estas medidas no iban contra el sistema silano, pero sí eran moderadamente antisilanas
y afectaban con fuerza a la aristocracia creada por el dictador que se había visto
beneficiada por el reparto de las expropiaciones de los proscritos. Así, la devolución de
los bienes supondría una pérdida considerable de su fortuna y para muchos, la vuelta a
la situación no muy favorecida anterior a Sila; mientras, la restitución de los derechos
cívicos aumentaría el número de personas con capacidad para desempeñar magistraturas
por lo que habría más competencia. Por tanto, la aristocracia silana se opuso a las
medidas.
Entre tanto, las ideas de Lépido iban teniendo eco en otros lugares. Etruria había sido
una de las zonas más hostiles a Sila por eso sufrió en mayor medida las expropiaciones
con el objetivo de dárselas a veteranos de Sila garantizándose, así, cierto orden en la
zona.
Es en la ciudad etrusca de Fissole donde se produce una revuelta protagonizada por gran
número de expropiados que expulsan a los veteranos y recuperan de nuevo su tierra.
El senado envió a la zona a los dos cónsules para que sofocaran la rebelión, pero a su
llegada Lépido se puso al frente de los rebeldes. Para evitar una nueva guerra civil, el
senado envió a Lépido como procónsul a la Galia Narbonense.
Ese mismo año, 77 a.C, se le llamó a Roma para que participara en la elección consular,
pero Lépido entró con sus tropas exigiendo que se le reeligiera para el cargo (algo que
iba contra la ley que establecía diez años).
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A pesar de contar con la oposición de la nobleza silana y de los veteranos de éste,
Lépido creía en un apoyo de la plebe a su causa.
Para evitar un nuevo enfrentamiento y la unión del movimiento de Lépido y Sartorio era
necesario un aplastamiento rápido del movimiento. Pero la República carecía en ese
momento de cónsules, así, el interrex Apio Claudio encargó a Catulo en condición de
procónsul reprimir la rebelión y se le concedió el imperium extraordinario a Pompeyo a
pesar de no ser magistrado.
El legado de Lépido, Bruto, fue sitiado por Pompeyo en Mutina y una vez tomada la
ciudad fue ajusticiado. Mientras, Catulo detuvo el avance de Lépido y en su huída al
Norte se encontró con las tropas de Pompeyo. Catulo y Pompeyo consiguieron la
victoria en Cosa, Lépido huyó a Cerdeña donde murió poco después y Perpenna,
seguidor de Lépido, huyó con parte de sus tropas a Hispania para unirse al bando
sertoriano.
El senado designó a Pompeyo para aplastar la revuelta sertoriana.
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Sin embargo, el año 76 supone un punto de inflexión y giro de la situación: a partir de
entonces, Sartorio sufre problemas de avituallamiento, se hacen patentes las escasas
actitudes militares y pierde apoyos debido a que éstos tenían objetivos e intereses
distintos al de Sartorio.
Así, en el año 76 a.C llega Pompeyo con el imperium, título de procuonsul y 30000
hombres y a partir de entonces comienzan a sucederse los reveses militares para
Sartorio y las deserciones hasta que, finalmente, en el año 73 a.C es asesinado por su
lugarteniente M. Perpenna en su centro de operaciones en los Pirineos: Bolscan.
Con su asesinato se produce la disolución de los pocos apoyos que quedaban ya a la
causa sertoriana.
Tras la victoria, Metelo regresó a Roma mientras que Pompeyo permaneció durante el
año 72 a.C acabando con los últimos focos de resistencia indígena de la Citerior y
llevando a cabo una política de recompensa para las poblaciones indígenas que se
hubiesen enfrentado a Sartorio. Así, concedió ciudadanía romana, fundó centros de tipo
romano (ej, Pompaelo > Pamplona), etc, con lo que consiguió extender su fama y
devoción por el territorio.
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fueron ganando adeptos, pero esto a su vez suponía un inconveniente ya que limitaba el
movimiento y carecían de avituallamiento necesario.
Pronto se produjeron enfrentamientos en el propio ejército servil ya que Espartaco
defendía dirigirse al Norte y el galo Crixos permanecer
en la región. Finalmente tomaron caminos distintos.
El senado envió a sus dos cónsules a sofocar la rebelión
y, mientras que Crixos fue aplastado, Espartaco
consiguió dirigirse al Norte, pero cuando ya tenía el
camino libre para ir a la Galia, sus hombre, ansiosos de
botín, hicieron regresar al ejército servil a la zona de
Apulia derrotando al ejército romano.
La rebelión de Lépido sirvió para aglutinar todas las facciones leales al régimen silano
reforzando el poder del senado, sin embargo esto no significa que el régimen no
siguiese sufriendo críticas, sobre todo en esta época de la mano de los populares
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apoyados en las masas populares y el ejército, que hicieron evolucionar al sistema
silano.
La política interior de estos años se va a ver dividida básicamente por dos cuestiones, en
ambas, Pompeyo jugó un papel decisivo:
1. LOS TRIBUNALES: con Sila se habían dejado en manos del senado, sin
embargo, ahora había voces que reclamaban su devolución de las cortes
criminales a los caballeros. Así, M.Lolio Palicano prometió apoyo a
Pompeyo para la elección consular a cambio de que éste apoyase la reforma
tribunicia. De esta manera se firmó la lex Aurelia que establecía la
composición de los tribunales.
2. LOS PODERES TRIBUNICIOS: los tribunos fueron vistos siempre como un
órgano conservador al servicio de la aristocracia, esto unido a la falta de
entendimiento de la clase popular de las reivindicaciones tribunicias, hizo
que la reforma no contara con mucho apoyo. Había dejado de ser una vía de
presentación de reformas para convertirse en un instrumento para el ascenso
de jóvenes de la nobilitas.
Atendiendo al problema, C. Aurelio Cotta consiguió en el año 75 a.C que se
permitiera a los tribunos de la plebe presentar su candidatura a otra
magistratura, primer paso para restablecer la potestas tribunicia. Al igual que
en otras cuestiones, esto fue apoyado por Pompeyo.
La segunda mitad de los años 70 refleja una creciente lucha de la aristocracia, lucha que
gira, sobre todo, en torno a dos cuestiones: el aumento de influencia de determinadas
personas que forman en torno a sí facciones y el saneamiento del senado.
Pompeyo supo jugar bien sus bazas y hacer frente a la traba de no haber realizado ni si
quiera la primera magistratura del cursus honorum.
Así, además de mantener su fama de gran general y conservar el apoyo de la nobleza
tradicional, no dudó en colaborar con populares (Palicano) y apoyar la candidatura de
Craso, a pesar de ser su gran rival, lo que le aportó numerosos apoyos.
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EL CONSULADO DE POMPEYO Y CRASO
Un día después de la entrada triunfal de Pompeyo (último día del año 71 a.C) comenzó
el consulado de Pompeyo y Craso.
Comenzaron cumpliendo las promesas electorales y así se promulgó la lex Licinia
Pompeia que restituía las competencias tradicionales del tribunado de la plebe, se
reanudó la actividad censorial que permitió liberar al senado de miembros indignos e
integrar en el censo a los nuevos ciudadanos igualando a los hombres libres de Italia
(última secuela de la Guerra Social).
A ello se le unió la reforma de las cortes judiciales que ahora quedaría compuesta por
tras partes iguales: senadores, equites y tribuna aerii, aumentando su efectividad.
Para hacer frente a los piratas se creó en la costa meridional de Anatolia la provincia de
Cilicia mediante la cual Roma intentó aplastar a los piratas no sólo con campañas
marítimas sino, también, terrestres. Pero, a pesar del empeño de Roma, la zona principal
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de organización pirata, la Cilicia Traquea siguió fuera de la autoridad romana y la ayuda
de los piratas se reflejó en los movimientos de Mitríadates, Sartorio y Espartaco con
verdaderas flotas marítimas.
Ese mismo año un tribuno de la plebe, A.Gabinio, presentó una propuesta de ley que no
dejó a nadie indiferente. Por ella se le otorgó a Pompeyo 25 legados, 500 navíos, un
ejército de 20 legiones y recursos financieros ilimitados de las provincias y Roma. Esto
produjo una gran oposición de una parte del senado ya que se le daba a Pompeyo
poderes casi correspondientes a un monarca, sin embargo, otro grupo de senadores, enre
ellos Julio César, lo apoyó. Finalmente la Lex Gabinia fue aprobada contando con el
entusiasmo popular.
Con todo ello, Pompeyo, gracias a su gran capacidad organizativa, logró acabar con los
piratas en 3 meses. Para ello dividió el Mediterráneo en 13 partes al frente de cada cual
se encontraba un legado con sus tropas y emprenderían una represión simultánea al
tiempo que Pompeyo atravesaba el Mediterráneo de occidente a oriente culminando con
una gran batalla en la Cilicia Traquea.
La Paz de Dárdanos alcanzada por Mitrídates y Sila, pronto se vino abajo por la presión
del gobernador Murena en el Ponto y la negativa del Senado a ratificar la paz tras la
muerte de Sila lo que llevó a una segunda guerra mitridática, que pronto condujo a una
tercera tras la muerte de Nicomedes IV de Bitinia que había dejado su reino como
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legado a Roma, pero que Mitríadates no aceptó y presentó al sucesor de Nicomedes IV
invadiendo a su vez Bitinia.
Roma no tardó en enviar fuerzas para hacerle frente: el gobernador de Asia y Cilicia,
Licinio Lúculo y al procónsul de Bitinia, Aurelio Cotta.
Al primero lo derrotó sin problemas, pero Lúculo derrotó a Mitrídates y recurperó la
provincia. Además, un año después, Lúpulo invadió el Ponto y obligó a Mitrídates a
exiliarse a Armenia. Así, Lúculo y Cotta iniciaron la ocupación de las ciudades
pónticas y relajaron el sistema impositivo que sufrían en la zona debido al apoyo
mitridático.
Una vez se hizo con el control del Ponto, Lúculo exigió a Tigranes, rey de Armenia, la
entrega de Mitrídates. La negativa del armenio fue la excusa perfecta para justificar la
invasión de Armenia que Lúculo llevó a cabo con éxito hasta el invierno cuando sus
hombres, decaídos por las condiciones climáticas, pidieron el regreso al Ponto. Por
miedo a un motín, Lúculo, aceptó, pero al regresar al Bitinia observó como Mitrídates
había regresado de Armenia y había recuperado el territorio.
La empresa de Lúculo fracasó con esta acción ya que ni sus soldados ni los
gobernadores próximos le prestaron ayuda.
Una vez más, un tribuno de la plebe, Manilio Crispo, propuso en el 66 a.C la concesión
por tiempo indeterminado el mando sobre los mares que la lex Gabinia había otorgado
a Pompeyo junto a la gobernación de las provincias de Ponto-Bitinia y Cilicia y la
capacidad de dirigir la política exterior de Roma en Oriente.
Esta rogatio Manilia fue criticada aún con más firmeza por una parte del senado, la
facción de Hortensio y Catulo, mientras que la facción de Julio César y Cicerón
apoyaron firmemente la propuesta.
En este momento entraba en juego un elemento nuevo, los intereses comerciales y de
los negocios públicos que tenían gran importancia en la zona oriental y por lo que se
necesitaba la restitución de la fuerza romana sobre la zona oriental sin importar el color
político de la empresa.
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Pompeyo, gran admirador de Alejandro Magno, vio en esta empresa la ocasión de
emular sus hazañas. Para ello contó con un gran ejército y una hábil política diplomática
con la que consiguió dejar sin apoyos a Mitridates y Tigranes y converger al rey de
Partia, Fraartes III para que invadiera Armenia a la vez que él atacaba a Mitrídates.
Éste último, en vista del gran ejército de Pompeyo presentó su propuesta de paz, pero
Pompeyo la hizo imposible y tras una presión terrible derrotó a Mitrídates, que se exilió
a la Cólquide, y recuperó el Ponto para Roma.
En cuanto a Armenia, en ella se estaba fraguando una sublevación del hijo de Tigranes,
Tigranes el Joven con la ayuda de Fraartes III para usurpar el trono de su padre. Pero
Tigranes ofreció a Pompeyo ser cliente de Roma y a cambio permanecer en el trono,
algo aceptado por Pompeyo que además consiguió un gran tributo de Armenia para
Roma.
El siguiente objetivo de Pompeyo era acabar físicamente con Mitrídates, para ello se
dirigió hacia la Cólquide (actual Georgia) haciendo frente a las tribus oriundas que se
oponían a su avance, pero cuando llegó pudo ver como Mitrídates había huído hacia
Crimea para recuperar sus antiguas posesiones ahora ocupadas por su hijo rebelde
Makarés. Las recuperó, pero una vez expuso su deseo de marchar contra los territorios
romanos sus propios hombres se negaron y la presión fue tal que llevó a Mitrídates al
suicidio.
Con su muerte se ponía fin a una guerra que había durado ya 30 años y comenzó la
reorganización de Oriente de manos de Pompeyo combinando estados clientelares y
gobernación de provincias así como la revitalización de centros urbanos para una mejor
administración del territorio.
Esta organización de Pompeyo fue base de la organización de la zona oriental del
Mediterráneo durante toda la historia romana.
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Brindisi; cabía esperar la repetición de golpe de estado de Sila. Sin embargo Pompeyo
licenció a sus tropas, considerando que podía mantener su posición privilegiada sin el
apoyo militar. Con esta medida cesaba en el Senado la ansiedad sobre los verdaderos
propósitos de Pompeyo. El victorioso general se enfrentaba a en Roma a las trabas de la
Constitución y a la obstrucción tenaz de un núcleo senatorial, empeñado en anular el
protagonismo político que había representado en los últimos quince años.
En el verano del año 60 a. C. César regresó a Roma para presentarse a las elecciones a
cónsul, tras su brillante propretura en la provincia de Hispania Ulterior, donde había
conseguido importantes éxitos militares frente a lusitanos y galaicos, que le daban el
derecho al triunfo y que le habían granjeado un cuantioso botín para sanear sus
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maltrechas finanzas, contentar a las tropas y enriquecer al erario público. Pero su
trayectoria política, inequívocamente popular y de abierta oposición al senado, le hacían
esperar una feroz resistencia de los optimates a su candidatura.
El pacto era estrictamente político y tenia objetivos inmediatos; César como cónsul
debía garantizar la obtención de los objetivos de sus otros dos aliados. Para conseguirlo,
era necesario que César alcanzase la magistratura consular del 59 a. C. Y así ocurrió,
aunque recibió como colega a un recalcitrante optimate, Marco Calpurnio Bíbulo,
casado con una hija de Catón.
Fuentes: se trataba de una alianza, que nuestras fuentes denominan con diversos
términos, así pues Tito Livio la conoce como conspiratio, Veleyo Patérculo como
potentiae societates y Dión Casio como filia. Lo que si parece cierto es el compromiso
adoptado por los tres de no emprender acción alguna que perjudicase a los restantes.
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1. EL CONSULADO DE CÉSAR (59 A. C.)
Inútiles fueron todos los intentos de la nobilitas para obstaculizar la actividad de César,
Tanto la obnuntiatio (observación del cielo para impedir la celebración de asambleas)
como el veto e, incluso, el intento de proclamar el estado de excepción, se mostraron
inoperantes. Ante ello, Bílbulo y Cicerón optaron por retirarse el resto del año a sus
casas para subrayar de esta forma su impotencia. Desde allí llenarían las calles de Roma
en contra de su colega. Irónicamente, el año 59 fue conocido como el año del consulado
de Julio y César (nombre gentilicio y sobrenombre del mismo cónsul).
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Finalmente, dio el paso decisivo para procurarse en los años siguientes una posición real
de poder y una fuerte clientela militar. Por medio del tribuno Vatinio, logró de la
asamblea que le encargase el gobierno de la Galia Cisalpina y del Ilírico -las costas
occidentales del Adriático- durante cuatro años, con un ejército de tres legiones. A estas
provincias, César añadiría, gracias al apoyo de Pompeyo, la Galia Narbonense, con una
legión más, mediante la Lex Vatinia. Las tribus galas habían iniciado movimientos al
norte de su frontera y César exageró cuanto pudo el peligro que corría la provincia.
Muchos ciudadanos veían temerosos como las ambiciones de César se hacían cada vez
más evidentes. Además seguían temiendo que Pompeyo se apoyara en sus tropas y, tal
como hizo Sila, las utilizara contra Roma. A mediados de verano, Bílbulo, con un
decreto despachado en su casa, consiguió aplazar las elecciones a cónsul hasta octubre;
el motivo de su acto fue que los candidatos favoritos eran firmes partidarios de César, y
Bílbulo confiaba en que, durante los tres meses que había conseguido de plazo, se
produjera algún cambio. Pero cuando Julio trato de conducir a la multitud hacia la casa
de Bílbulo para persuadirle de que retirase el decreto, ésta se negó abandonar el foro.
Cuando por fin se celebraron las elecciones a cónsul, la táctica dilatoria de Bílbulo
resulto ser un fracaso. El triunvirato por medio de la fuerza de sus partidarios y del
dinero de Craso consiguió que fueran elegidos sus amigos, Aulo Gabinio y Lucio
Calpurnio Piso. Por otra parte varios enérgicos optimates fueron elegidos pretores, y en
cuanto ocuparon su cargo, dos de ellos iniciaron un debate formal a propósito de César
en el senado, y propusieron que todos sus actos como cónsul fueran declarados
inválidos. César se declaró dispuesto a someterse a la decisión del senado. No obstante
cuando tres días más tarde, los senadores seguían debatiendo, decidió no esperar más, y
salió de la ciudad, atravesando el pomoerium, con lo cual ocupó oficialmente su cargo.
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César dirigió su ejército hacia la Galia, donde se desarrollaría el siguiente capítulo de su
camino hacia la concentración del poder.
Las noticias que recibió César anunciaban que los helvecios planeaban trasladarse desde
Suiza, a través de la Galia Transalpina, hasta la zona sudoeste de la Galia libre. La Galia
era un país enormemente poblado por una mezcla de razas que practicaban la
agricultura, la minería y la metalurgia. La opinión de César era que una tribu guerrera,
como la de los helvecios dejaría tras de si un rastro de violencia y destrucción al
atravesar el país, y si se asentaba en el sudoeste, representaría un peligro constante para
la provincia.
Este tipo de acción, tan rápida y decidida, se convertiría en la manera habitual de actuar
de César durante los diez años que paso en la Galia. Con ello, en el año 50 a. C.
conseguiría anexionar totalmente la Galia al Imperio. Lo cierto es que no tenía ninguna
autoridad para hacerlo: la agresión no fue provocada, y no podía fingir que actuaba en
defensa propia. Lo único que pretendía era sumar nuevas conquistas a él mismo y a
Roma.
Durante los veranos César se dedicaba a las campañas militares, mientras que la
mayoría de los inviernos los pasó en la Galia Cisalpina, donde estaba lo suficientemente
cerca de Roma como para saber lo que ocurría y mantener vigilados a Pompeyo y a
Craso, a fin de asegurarse de que su lealtad no flaqueaba. No podía permitirse que su
pueblo, al no verle, le olvidara, ni tampoco podía permitirse perder su influencia para
cuando regresara definitivamente a Roma.
Pronto halló la manera ideal de justificar sus ataques contra la Galia, convirtiéndose no
sólo en uno de los más grandes generales sino en un reconocido escritor de talento.
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Cada invierno escribía comentarios o libros sobre las campañas que llevo a cabo.
Algunos historiadores incluso piensan que los hizo copiar y distribuir para que toda la
población de Roma quedara impactada con sus éxitos.
Cuando, pese a todo, los helvecios decidieron intentar cruzar la Galia, César los
expulsó. Reunió a las otras tres legiones de su provincia, reclutó otras dos más, y les dio
caza. Sus hombres dieron muerte a una cuarta parte de los helvecios antes de que
pudieran cruzar el rió Saona. A continuación, y en un sólo día, César construyó un
puente a través del río para perseguir a los demás. Les desafió a una batalla, y envió a
los 110.000 supervivientes de vuelta a Suiza para detener a cualquier tribu germana que
tuviera la intención de entrar en el territorio. Después de eso, varios galos pidieron a
César que se encargara de Arovisto, un jefe germano que había cruzado el Rin con su
tribu y se había instalado entre los secuanos, a los que estaba ayudando a atacar y
derrotar a los eduos, aliados de Roma. Cuando César le ordenó que se marchara,
Arovisto se negó, presentando batalla. Sólo él y unos cuantos de sus hombres
sobrevivieron y consiguieron cruzar el Rin, y hasta el propio Arovisto murió poco
después. Dejando a sus seis legiones en los cuarteles de invierno, César volvió a la
Galia Cisalpina.
En primavera, tras reclutar otras dos legiones, César avanzo hacia el norte, para
demostrar el poder de Roma ante los belgas. Varias tribus atacaron a los romanos, pero
todas ellas fueron derrotadas y sometidas. César obtuvo otra victoria contra los nervios,
pero fue muy ajustada, y a duras penas se libró de la derrota. Por su parte, los aduáticos
se sometieron, pero lanzaron un ataque nocturno por sorpresa. Finalmente 4.000
resultaron muertos y 53.000 fueron vendidos como esclavos, en castigo a su traición.
César se basaba en la diplomacia tanto como en la fuerza, los remos descubrieron que la
amistad con Roma podía servirles de ayuda para dominar a sus vecinos, y pidieron a
César una alianza que el concedió encantado. Y cuando Publio, hijo de Craso, fue
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enviado a la costa noroeste con una legión, los venutos, unelos, osismios, curiosolitas,
sesuvios, aulercos y redones se sometieron de buen grado.
Parecía que la Galia había sido dominada pero, aun así, César situó
cuidadosamente a sus legiones en los cuarteles de invierno entre las tribus recién
conquistadas, y a una de las legiones la estacionó de manera que guardara la calzada
hacia Italia por encima del Gran Paso de San Bernardo.
Mientras, en Roma, incluso el senado se unió a la oleada de orgullo nacional por las
hazañas de César, que casi hicieron olvidar su antiguo comportamiento
anticonstitucional, y voto un acto de agradecimiento sin precedentes de 15 días de
duración.
Pero no todas las noticias que se recibían de Roma eran alentadoras. Clodio, tribuno
para el 58 a. C., al que Cesar había “contratado” para que velara por sus intereses, había
ido demasiado lejos. Había exiliado a Cicerón (por su ejecución de los catilinarios),
había implantado la distribución gratuita de grano a todos los ciudadanos, y había
humillado a Pompeyo, quien, a su vez, había organizado el regreso de Cicerón para que
le apoyara. Cuando, a causa de una gran escasez de grano, provocada en parte por la
distribución gratuita de Clodio, estallaron disturbios en las calles, Pompeyo recibió el
encargo especial, durante un período de cinco años y al mando de un ejército, de
supervisar el suministro de grano. Según parecía, Pompeyo estaba empezando a
independizarse del triunvirato, cosa que Cicerón apoyaba abiertamente.
Esto era algo que César no podía permitir. Era probable, que en 55 a. C. resultara
elegido cónsul Lucio Domicio Ahenobarbo, un enérgico miembro de la oposición que
había declarado que obligaría a César a regresar a Roma. Además, Julio tenia ciertas
necesidades que sólo el triunvirato podía satisfacer, y no podía abandonar su provincia,
por lo que en el abril del 56 a. C. Pompeyo y Craso se reunieron con el en Lucca, la
cuidad más al sudeste de la Galia Cisalpina.
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Pompeyo habían de ser los cónsules del año 55 a. C. Julio enviaría tropas a Roma para
garantizar que las elecciones daban el resultado que ellos deseaban. Una vez concluido
su consulado, también ellos obtendrían cargos de cinco años, Pompeyo en Hispania y
Craso en Siria. Respecto al cargo de César, se ampliaría por otros cinco años más. En el
48 a.C., una vez concluido el margen de diez años exigido por la ley, César volvería a
ser cónsul. Estos eran los puntos principales del acuerdo. Con ellos, estos tres hombres
habían burlado deliberadamente todas las medidas constitucionales normales. No es de
extrañar, por tanto, que los historiadores posteriores digan que este triunvirato acabo
con la República de Roma.
Durante el invierno, las tribus del noroeste de la Galia comenzaron a lamentar su rápida
sumisión a César, y decidieron rebelarse, arrestando a los enviados romanos que
acudían a requisar el grano. César ordenó la construcción de una flota en el rió Loira y
regresó a la Galia en primavera para aplastar a los rebeldes. Tras enviar a sus tenientes
para que mantuvieran el resto de la Galia bajo control, avanzó hacia la tribu más
guerrera y belicosa, los vénetos. Sin embargo, no consiguió atravesar sus defensas
costeras hasta que llego la nueva flota, derrotando a las grandes naves de la tribu. Tras
la rendición, todos los miembros del consejo tribal fueron ejecutados, y todos los demás
miembros de la tribu fueron vendidos como esclavos. César alego que sus enviados para
recoger el grano eran embajadores, y que los vénetos habían violado las leyes
internacionales al arrestarles. En realidad, lo único que hacia era buscar una excusa para
justificar su cruel comportamiento, mediante el cual confiaba aterrorizar al resto de la
Galia.
César extermina dos tribus enteras y luego cruza el Rin, así como Canal
En el año 55 a. C., dos tribus germanas, los usípetos y los tencteros, cruzaron el Rin, y
pidieron permiso para permanecer en la Galia, pero César se lo nego. Durante las
negociaciones, la caballería germana atacó a la romana y la derrotó. Cuando los jefes
germanos se presentaron para disculparse, César los arrestó, se dirigió a su
campamento, donde nada sospechaban, y masacró a 430.000 hombres, mujeres y niños.
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Después cruzo el Rin por medio de un puente de madera que hizo construir en tan sólo
diez días. Al otro lado del rió, incendio aldeas, edificaciones y cosechas, y luego
regreso, destruyendo tras el dicho puente.
A finales del verano del 55 a. C., se llevo a cabo una expedición para explorar las Islas
Británicas. Fue un completo desastre; una tormenta daño las naves de César mientras
estaban ancladas, y a una legión les tendieron una emboscada mientras estaban
recogiendo comida, y a duras penas consiguieron rescatarla. César aceptó las
condiciones de paz, pero aun así decidió partir en medio de la noche, sin esperar
siquiera a que le entregaran los rehenes que había exigido.
Ninguna de estas incursiones en Germania y Britania habría sido necesaria, pero César
era naturalmente inquisitivo y aventurero. Al pueblo romano le impresionaban estos
viajes a tierras misteriosas, y el senado voto un acto de agradecimiento de 20 días de
duración. No obstante, muchos romanos se sentían igualmente horrorizados ante las
brutalidades de César.
César alegó que los galos estaban recibiendo ayuda de Britania para lanzar una segunda
expedición, mucho más poderosa que la primera. Atravesó el Canal con cinco legiones
y 2.000 soldados de caballería en 600 naves (construidas durante el invierno gracias al
maravilloso entusiasmo de sus tropas) y esta vez obtuvo cierto éxito, tanto diplomático
como militar. Aunque su flota quedo destruida nuevamente, consiguió derrotar a las
principales tribus encabezadas por Casivellauno. César estableció una alianza con los
trinovantes y demás tribus, tomo rehenes y fijo el envío a Roma de un tributo anual.
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53 a.C.: La venganza de César
César decidió sembrar el terror en la Galia imponiendo un cruel castigo a los eburones
rebeldes. En primer lugar, reclutó tres legiones más en la Galia Cisalpina, para reponer
la una y media que había perdido, y, a continuación, antes incluso de que terminara el
invierno, avanzó con cuatro legiones contra los nervios. Capturaron a un número
ingente de hombres y cabezas de ganado, que fueron entregados como botín a las
legiones. Cuando los senones, los carnutos y los trevirenses se negaron a enviarle
embajadores, decidió tratarlos como si se hubieran rebelado. Tomó por sorpresa a los
senones, y tanto estos como los carnutos se le sometieron; respecto a los trevirenses,
fueron derrotados por Labieno, que mandaba tres legiones. César, mientras tanto,
derrotó a los menapios y cruzó el Rin de nuevo para atemorizar a los germanos.
Finalmente se dirigió a los eburones, que habían destruido uno de sus campamentos y,
de forma sistemática, arrasó y devastó su territorio. Quemo todas las aldeas y
edificaciones, les quitó todas sus cosechas y no dejó ni rastro de ellos: la tribu fue
borrada del mapa, y nadie volvió a oír hablar de ella. Volviéndose entonces contra los
senones, tomo a su jefe desprevenido, lo juzgó y lo ejecutó. Después estableció seis
legiones en su capital, Agedinco, otras dos en Tréveris y dos más en Sangres. Ahora
reinaba en la Galia una paz absoluta y así, tras la batalla, César regresó a pasar el
invierno a la Galia Cisalpina.
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52 a.C.: La gran rebelión
De nuevo estallo la revuelta, esta vez en la Galia central. César corrió allí con los
nuevos reclutas, para hacer frente primero a un ataque sorpresa a la región ordenado por
su jefe Vercingetórix, al que los galos habían elegido par que comandara la revuelta, y
cruzar a continuación los montes de Cébense, a través de nevadas de más de dos metros
de altura. Así logró esquivar a Vercingetórix, uniéndose con su ejército en Agedinco.
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51-50 a. C.: La pacificación de la Galia
La conclusión del libro sobre la Guerra de las Galias la escribirá, tras la muerte de
César, su secretario Aulo Hircio. Consciente de que el mandato de César en la provincia
pronto terminaría, algunas tribus se lanzaron a la lucha en el 51 a.C. Rápidamente se
restauró el orden entre los biturigos, pero los belovacos opusieron una larga y feroz
resistencia antes de rendirse. A causa de ella, César devastó una vez más la tierra de los
eburones, para que no resurgieran. Sus tenientes garantizaron la lealtad de los
trevirenses y de las tribus de Normandia, Bretaña y la zona del Loira. César, por su
parte, se dedicó a recorrer la provincia para tranquilizar a los habitantes con su
clemencia, en un gesto tan calculado como su anterior crueldad. Por último, varios
rebeldes de distintas tribus decididos a resistir se refugiaron en la fortaleza de
Uxelodunum, en las montañas, donde permanecieron hasta que César les desvió el
suministro de agua; al terminar la lucha, a los que había tomado prisioneros les cortó la
mano derecha, “para que todos vieran como se castigaba a los criminales”
El resto del año y el año siguiente, César los dedicó a restaurar la paz en la Galia. Casi
una tercera parte de los hombres en condiciones de luchar habían muerto, y otro tercio
había sido hecho prisionero o esclavo. Se habían capturado más de 800 lugares, muchos
de los cuales habían sido saqueadas o devastadas. La Galia estaba ahora dividida en tres
provincias, y cada tribu había establecido acuerdos independientes con Roma. Además,
muchos miembros de esas tribus que se habían mantenido leales, o que ahora formaban
parte del gobierno local apoyados por Roma, fueron recompensados con la ciudadanía
romana, y el nombre de Julio, adoptado por estos nuevos ciudadanos, se fue haciendo
cada vez más común. Por último, se impuso
un pequeño tributo, y se permitió a los propios galos recaudarlo.
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comportamiento alarmaba a algunos romanos, que temían su regreso a Roma, pues
pensaban que trataría con la misma ferocidad a sus enemigos romanos. A partir de
ahora, en cualquier circunstancia, trataría a sus enemigos con moderación tan notable
como su anterior brutalidad.
Desde un punto de vista, podemos darnos cuenta de que el éxito de César se debió
únicamente a la falta de unión entre los galos, juntos habrían masacrado con gran
facilidad a sus diez legiones. Sin embargo, si los romanos no hubieran conquistado el
país, seguramente lo habrían hecho los germanos, y el alto nivel de vida de los romanos,
las calzadas y los hermosos edificios, el vigoroso comercio y la floreciente industria, el
sistema jurídico y todas las demás señales de civilización que los galos adquirieron de
los romanos sólo habrían llegado bajo otra forma varios siglos más tarde. Según fueron
las cosas, una generación de galos fue brutalmente destruida, pero las generaciones
posteriores disfrutaron de paz y prosperidad.
Con la conquista de la Galia por César se reveló un factor de vital importancia. A través
de ella la cultura mediterránea alcanzaría en noroeste de Europa, protegiéndose
firmemente en la frontera que César había fijado en el Rin. Así podemos afirmar
igualmente que la Francia actual es un país latino, y que César fue su fundador.
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cargo del gobierno de la provincia en su nombre. El triunvirato había muerto, y así la
alianza entre César y Pompeyo moría también.
En el año 53 a.C., la lucha entre las facciones de Clodio (partidario de César) y Milo
(partidario de Pompeyo) fue tan feroz que no pudieron celebrarse las elecciones. En
enero del 52 a. C. Clodio murió a manos de la facción de Milo, y sus partidarios, para
hacer una pira funeraria en la que quemar su cuerpo, arrancaron los bancos de madera
del Senado, que también fue incendiado. Entones, mediante una ley del Senado,
propuesta por Bílbulo y respaldada por Catón, Pompeyo fue nombrado “cónsul único”
con el encargo de restaurar el orden. Con su eficiencia habitual, Pompeyo aprobó
nuevas leyes contra la violencia y los disturbios, y para hacerlas cumplir utilizo a las
tropas que debían estar en Hispania bajo su mando pero que el había mantenido en
Italia. Después, en agosto, su cargo como comandante de su provincia se renovó para
otros cuatro años, y en cambio, el de César no se renovó.
A medida que veía como Pompeyo se iba aproximando a los optimates, César tomo
medidas para protegerse. Para asegurarse de que podia pasar directamente de su cargo
como comandante de la provincia de la Galia al cargo de cónsul, evitando por ello ser
procesado, logró que los diez tribunos presentaran una ley en el senado que le permitía
presentarse candidato a cónsul in absentia, es decir, desde fuera de Roma. Pompeyo,
por su parte, no tenía interés en romper aun sus vínculos con César. Según una cláusula
incluida en la ley que definía los derechos de los magistrados, todos los candidatos a
unas elecciones a cónsul debían comparecer personalmente en Roma: para evitar mal
entendidos, Pompeyo añadió personalmente una cláusula que eximía a César de esta
obligación.
En el verano del 51 a.C. estaba claro que César no tardaría en obtener una completa
victoria sobre la Galia. Los optimates estaban decididos a obligarle a entregar su
provincia y su ejército, antes de las elecciones de julio del 49 a.C., para que se quedar
sin cargo alguno, y así poderle procesar. El acuerdo alcanzado por los triunviros en el
55 a.C., según el cual no se permitiría que nadie propusiera un sucesor, cayó ahora en el
olvido. Se llegaron a proponer varios candidatos para este puesto, y también se
presentaron otras leyes encaminadas a reemplazar a César, pero todas ellas resultarían
vetadas por los tribunos que actuaban en su nombre. Cuando se recibieron noticias de
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que los partos amenazaban Siria, el senado voto que César y Pompeyo enviaran cada
uno una legión. La que envió Pompeyo fue la que había prestado a César en el 53 a.C.,
con lo cual, en la práctica, Julio perdió dos. Finalmente las noticias mejoraron, y ambas
legiones permanecieron en Italia. Por otra parte, aunque los optimates imploraban
constantemente a Pompeyo que se uniera a ellos contra César, el cónsul no acababa de
decidirse.
La mayoría del pueblo romano deseaba desesperadamente evitar la guerra civil. Todos
eran conscientes de que César jamás renunciaría a su poder para ponerse a merced de
los optimates, y que tampoco reconocería como su superior a Pompeyo. En diciembre
del 50 a.C. se presentó una moción formal en el Senado para que César y Pompeyo
abandonaran a sus respectivos ejércitos y cargos, moción que fue aprobada por 320
votos a favor y 22 en contra. Todos deseaban la paz excepto estos 22 optimates
extremistas. Al día siguiente, uno de ellos, el cónsul Marcelo, ante la noticia de que
César estaba atravesando los Alpes, ofreció a Pompeyo, en el Senado, una espada, “para
que salvase la República”. Pompeyo acepto el desafió.
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Durante los turbulentos años que siguieron, César escribiría otra obra, La Guerra Civil,
que será publicada tras su muerte. Mientras aguardaba noticias, reunió a todas sus tropas
para transmitirles la situación. Estas se comprometieron a vengar las injurias de hechas
a su general y tribunos de la plebe. Con ello, César contaba con el respaldo que
necesitaba.
Cesar de inmediato se puso en camino hacia el sur. Al cruzar con su ejército el rió
Rubicón y entrar en Italia estaba cometiendo un acto de traición que equivalía a declarar
la guerra a Roma. Todos los pronósticos estaban en su contra, ya que sólo disponía de
una legión y contaba con muy poco apoyo de los políticos romanos, mientras Pompeyo,
respaldado por el senado, controlaba el resto de Italia y del Imperio y reclutaba tropas
por todo el país. Cesar avanzó por la costa este de Italia y por el camino se le fueron
uniendo algunos de los soldados reclutados por Pompeyo. Al ver esta situación, los
cónsules y el senado abandonaron Roma y se dirigieron a Capua, mientras Pompeyo
corría a reclutar nuevas tropas a Apulia.
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Durante este período, César había hecho tres intentos de alcanzar un acuerdo de
paz con Pompeyo, y cuando llegó a Roma desde Brindisi trató de persuadir a los pocos
senadores que habían permanecido allí para que reanudaran las negociaciones de paz.
Pero todos sus intentos fracasaron. Al empezar a faltarle el dinero, irrumpió en las
cámaras del tesoro del templo de Saturno, que los cónsules habían olvidado vaciar, y a
continuación, tras dejar a Marco Emilio Lépido a cargo de Roma, así como a Marco
Antonio al cargo de Italia, corrió a enfrentarse a los partidarios de Pompeyo en
Hispania: no podía dejar un ejército enemigo a sus espaldas cuando reuniera suficientes
naves para seguir con sus tropas a Pompeyo hasta Grecia. Por el momento, Pompeyo,
que seguía tratando de reclutar un ejército, no representaba un peligro.
Antes de dirigirse a la búsqueda de Pompeyo, César se dirigió a Roma donde ese mismo
verano el pretor Emilio Lépido había nombrado a César dictador, lo que le permitió
llevar a cabo elecciones consulares a pesar de la ausencia de los cónsules.
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De estas elecciones salieron elegidos Julio César y Servilio Isaurico. El resto de las
magistraturas cayeron en manos de gentes afines a César.
Para lograr mayores apoyos en la ciudad, César llevó a cabo una serie de medidas
populares: se concedió el derecho de ciudadanía a la Transpadana, se permitió que los
hijos de proscritos pudiesen realizar magistraturas, se permitió el regreso de exiliados
por condenas políticas y se hizo un reparto extraordinario de trigo.
Posteriormente, César depuso la dictadura y en condición de cónsul se dirigió a
Brindisi.
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El líder de los optimates recibió la presión de éstos para que atacase directamente las
tropas enemigas, ansiosos por el botín y las magistraturas que les esperarían en Roma
tras la victoria.
Pompeyo no tuvo elección, pero la hábil estrategia de César que supo leer el ataque del
enemigo y reforzar sus flancos más débiles le permitieron una victoria tanto estratégica
como moral.
Tres días después llegó César a Egipto donde se le entregó la cabeza y el sello anular de
Pompeyo. La reacción de César fue de dolor y obsequió a su difunto rival con exequias
fúnebres, aunque no debemos olvidar que, sin duda, suponía un problema menos para
César cuyo objetivo esencial sería acabar con el ejército senatorial en Egipto, pero que
tuvo que aplazar para hacer frente a los nuevos problemas que acarreaban su propia
presencia en Egipto donde se instaló en el palacio real y mandó llamar a los dos
hermanos a los que propuso compartir el trono. Pero Ptolomeo, que tenía gran parte del
apoyo de Alejandría, lo tomó como una ofensa y envió las fuerzas egipcio-romanas
contra César asediándolo en el palacio.
Para librarse de tal situación, César pidió ayuda a Mitrídates de Pérgamo que envió un
efectivos que, unido a los de César, consiguió hacer huir a Ptolomeo (que moriría) y
capitular Alejandría.
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César, que de nuevo fue nombrado dictador tras farsalia, decidió, sin contar con el
senado mantener a Egipto como reino dirigido por Cleopatra y vigilado por tres legiones
permanentes.
Tuvo que desplazarse a Oriente para hacer frente a Farnaces, rey del Bósforo que
pretendía extender su dominio sobre Anatolia y, una vez vencido regresó a Roma donde
tuvo que hacer frente a la precaria situación económica y a la actitud represiva de Marco
Antonio que había sido nombrado magíster equitum por César y designado para el
gobierno de Roma en ausencia del dictador.
Una vez hizo frente a estos problemas, se realizaron elecciones consulares donde salió
reelegido junto con Lépido para el gobierno del año 46 a.C.
En tal condición abandonó Roma y puso rumbo a África donde los seguidores de
Pompeyo se habían hecho más fuertes aprovechando los problemas en Oriente y Roma.
Con la ayuda del rey númida Yuba, los pompeyanos se hicieron en el 47 con un ejército
poderoso al frente del cual estaban Marco Catón, los dos hijos de Pompeyo, Cneo y
Sexto; Afranio, Petreyo y como comandante supremo el suegro de Pompeyo, Metelo
Pío Escipión.
Pero César, a pesar de su inferioridad numérica, logró vencer a los pompeyanos gracias
a la ayuda del rey Boco de Mauretania logrando en abril del 46 a..C una victoria
decisiva en Tapso. Allí murió gran número de pompeyanos, Catón se suicidó en Útica
para no convertirse en prisionero y César dividió el reino númida dando una parte al rey
Boco y convirtiendo otra en la provincia de África Nova.
De los líderes pompeyanos sólo sobrevivieron los hijos del Magno que se dirigieron a la
Hispania Ulterior donde el gobierno de Casio Longino (cesariano) había provocado gran
descontento entre los indígenas y los propios soldados de César que no dudaron en
unirse a Cneo y Sexto que fueron recibidos como libertadores.
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El fin de la guerra civil estaba próximo: César se dirigió personalmente a la provincia
donde logró la victoria definitiva en Munda (cerca de Montilla, Córdoba) el 17 de
marzo del año 45 a.C.
Posteriormente, César regresó a Roma donde inició la etapa final de su carrera política
encaminada a establecer un régimen dictatorial personificado en su figura y que le
costaría la vida un año después al ser asesinado en el Senado.
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