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puesto en ellos. En conjunto, gastan y hacen ganar millones. Desde la
infancia hasta la vejez se los escudriña y disecciona; sus hábitos,
costumbres, necesidades, son cuidadosamente registrados y
analizados para adecuar la oferta a la demanda. Y en épocas
electorales adquieren relieve fugaz, pues se transforman en el objeto
de deseo de los candidatos. Esos votantes distantes y veleidosos, en
su mayoría de clase media, eligen los gobiernos.
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Robert Frank y otros, capturan estas escenas. Y Arthur Miller, como
pocos, desentraña el talante emocional que las sostiene. Willy Loman,
el protagonista de Muerte de un viajante , está agotado, al cabo de un
recorrido interminable, estéril. "Me siento tan solo sobre todo cuando el
negocio va mal y no hay nadie con quien hablar", le confiesa a la mujer
ocasional que lo distrae al borde del camino. La promesa de éxito, de
ganar amigos para ser feliz y hacer negocios, es esquiva. El dinero se
evapora pagando cuotas; la esperanza de ser alguien desfallece entre
la incertidumbre y la mediocridad.
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bienes y servicios baratos que la sociedad de consumo derrama sobre
ellos. Los hombres y mujeres orientados por los demás constituyen -
según Riesman- el núcleo de las clases medias urbanas. Son los que
deciden, semiconscientes, el resultado de las elecciones e influyen en
el rumbo de la producción. Pero no les basta: están insatisfechos y no
encuentran consuelo. Ellos -nosotros- conforman la muchedumbre
solitaria.
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hizo oír. Ahora su destino vacilante vive una nueva diástole, sobre la
base de la soja y el dólar alto. En esas condiciones, la clase media
rehúye preguntarse qué hay más allá de la bonanza. Simplemente la
goza. Su conducta no es original: la diversión siempre doblega a la
lucidez, como enseñó hace siglos Pascal.