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da YURI M. LOTMAN, Cultura y explosión.

Lo previsible y lo imprevisible en los


procesos de cambio social, Barcelona, Gedisa, 1998

Las cuestiones fundamentales de todo sistema semiótico son la relación del sistema con el
extrasistema, con el mundo que se extiende más allá de sus límites, y la relación entre estática y
dinámica. ¿De qué manera un sistema [semiótico] puede desarrollarse permaneciendo el mismo? La
relación entre lengua y realidad extralingüística es uno de los problemas fundamentales. La lengua
crea un mundo propio. Al mismo tiempo, surge la cuestión del grado de adecuación entre el mundo,
creado por la lengua, y el mundo que existe fuera de ella, es decir que se encuentra más allá de sus
límites. (pp. 11-12)

Para que una estructura mínima pueda funcionar, debe contar con la presencia de dos lenguas y su
incapacidad, cada una independientemente de la otra, de abarcar el mundo externo a ella. Tal
incapacidad no es una deficiencia, sino condición de existencia, dado que precisamente ella impone
la necesidad del otro (de otra persona, de otra lengua, de otra cultura). (pp. 12-13) La situación de
pluralidad de las lenguas es originaria, primaria […]. Las relaciones entre pluralidad y unidad
forman parte de los rasgos fundamentales de la cultura. (p. 13)

El movimiento hacia delante se realiza por dos vías: 1) la continuidad como previsibilidad
implícita; 2) la imprevisibilidad o el cambio como explosión. La imprevisibilidad de los procesos
explosivos no es absolutamente la única vía hacia lo nuevo. Por el contrario, esferas enteras de la
cultura pueden realizar su propio movimiento sólo bajo la forma de cambios graduales. Dado que
los procesos graduales y los procesos explosivos representan una antítesis, existen sólo por su
relación de reciprocidad. La anulación de uno de los dos polos llevaría a la desaparición del otro. (p.
19) Así, desde el punto del vista de la posición “explosiva”, la posición opuesta se presenta como
la encarnación de todo un conjunto de cualidades negativas. (p. 21)

La cultura, en tanto conjunto complejo, está formada por estratos que se desarrollan a diversa
velocidad, de modo que cualquier corte sincrónico muestra la simultánea presencia de varios
estados. Las explosiones en algunos estratos pueden unirse a un desarrollo gradual en otros. Esto,
sin embargo, no excluye su interacción. (p. 26) Tanto los procesos explosivos como los procesos
graduales asumen importantes funciones en una estructura en funcionamiento sincrónico: unos
aseguran la innovación, otros, la continuidad. […] La interacción de diferentes organizaciones
culturales se vuelve fuente de dinámica. (p. 27)

Cualquier sistema dinámico está inmerso en un espacio en el que se hallan situados otros sistemas
igualmente dinámicos, y hasta fragmentos de estructuras destruidas, meteoros singulares de este
espacio. Por lo tanto cualquier cultura vive no solamente según las leyes del autodesarrollo, sino
que también se halla expuesta a colisiones multiformes con otras estructuras culturales. Estas
colisiones tienen un carácter notablemente más casual. […] La historia de la cultura de cualquier
pueblo puede ser analizada desde dos puntos de vista: por una parte como desarrollo inmanente, por
la otra como resultado de multiformes influencias externas. Ambos procesos se hallan
estrechamente entrelazados. (p. 96)

La cultura en su conjunto puede ser considerada como un texto. Pero es sumamente importante
subrayar que se trata de un texto organizado de manera compleja, que se escinde en jerarquías de
“textos dentro de textos” y que forma por lo tanto, una compleja trama con ellos. Dado que la
misma palabra “texto” incluye en su etimología la idea del entramarse los hilos del tejido, podemos
decir que con una interpretación tal restituimos al concepto de “texto” su significado original.
De este modo, se puede precisar el concepto mismo de texto. La idea del texto como un espacio
organizado de manera homogénea se completa con la intrusión de multiformes elementos

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“casuales” que provienen de otros textos. Estos entran en un juego imprevisible con las estructuras
de base y aumentan bruscamente la posibilidad de sucesivos desarrollos imprevisibles. (p. 109)

Uno de los fundamentos de la semiosfera es su heterogeneidad. […] Muchos sistemas chocan con
otros y mutan de golpe su aspecto y su órbita. El espacio semiótico se halla colmado de fragmentos
de variadas estructuras, los que, sin embargo, conservan establemente en sí la memoria del entero,
y, cayendo en espacios extraños, pueden, de improviso, reconstituirse impetuosamente. Los
sistemas semióticos dan prueba, chocándose en la semiosfera, de tal capacidad de supervivencia
Y transformación, y de volverse otros, como Proteo, permaneciendo ellos mismos, que conviene
hablar con mucha prudencia de desaparición total de cualquier cosa en este espacio. No existen
estructuras semióticas totalmente estables, inmutables (pp. 159-160).
El intercambio en la esfera semiótica constituye una inagotable reserva de dinamismo (p. 160).

El momento de la explosión es el momento de la imprevisibilidad. […] Cada vez que hablamos de


la imprevisibilidad, entendemos un determinado complejo de posibilidades, de las cuales solamente
una se realiza (p. 170). Luego se sucede un proceso muy curioso; el acontecimiento, una vez
cumplido, proyecta una mirada retrospectiva. Y el carácter de lo que ha sucedido se transforma
abruptamente (p. 172). Las posibilidades irrealizadas se transforman para nosotros en posibilidades
que fatalmente no hubieran podido realizarse (p. 171).

La intrusión del exterior en las esferas de la cultura se cumple a través de la denominación. Los
acontecimientos externos, por cuanto son activos en la esfera extracultural (por ejemplo en la física,
la fisiología etc. ), no influyen en la conciencia del hombre hasta que no se vuelven ellos mismos
humanos, esto es, no tienen una inteligibilidad semiótica. Para el pensamiento del hombre existe
solamente aquello que ingresa en uno de sus lenguajes (pp. 182-183). […] El desarrollo dinámico
de la cultura va acompañado por el hecho de que el proceso interno y el externo intercambian
constantemente sus lugares. Lo mismo puede decirse de los procesos graduales y explosivos (p.
186).

La idea de que el punto de partida de cualquier sistema semiótico no sea el simple signo aislado (la
palabra), sino la relación por lo menos entre dos signos, nos hace pensar de manera diferente las
bases fundamentales de la semiosis. El punto de partida no resulta ser el modelo aislado, sino el
espacio semiótico. Este espacio está colmado de conglomerados de elementos, que se encuentran en
las relaciones más diversas el uno con el otro: pueden aparecer en calidad de sentidos que se
chocan, que oscilan en el espacio entre una plena identificación y una absoluta divergencia. […]
Esta variedad de lazos posibles entre los elementos de sentido crea un sentido volumétrico, al que se
puede comprender plenamente sólo cuando se consideran las relaciones de todos los elementos
entre ellos y las de cada uno de ellos con el conjunto. Más allá de esto hay que tener presente que el
sistema posee una memoria de los estados precedentes en un potencial “presentimiento de futuro”.
El espacio de sentido posee límites borrosos y la capacidad de insertarse en los procesos explosivos
(p. 230).

El sistema, pasando a través de la fase de autodescripción, es sometido a cambios: se atribuye


límites precisos y un grado significativamente más alto de unificación. Sin embargo, sólo en teoría
se puede separar la autodescripción del estado que la precede. En realidad ambos niveles influyen
constantemente uno en el otro (pp. 230-231). La autodescripción de la cultura convierte a su límite
en un hecho de autoconciencia, y se puede parangonar, por un lado, a los confines imprecisos que
dividen, sobre los mapas lingüísticos, las áreas de difusión de las lenguas y, por el otro, a su neta
subdivisión en el mapa político (p. 231).

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