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En Chile, como país de transición demográfica

avanzada, la estructura por edades de la población


nacional se caracteriza por un predominio de las
edades potencialmente activas (15 a 64 años) y un
aumento creciente de la importancia relativa de los
adultos mayores.
Sin embargo, la población del primer quintil de ingresos
presenta una estructura más joven, observándose una
tendencia al envejecimiento a medida que aumenta el
nivel de ingreso.
Además de ser resultado de distintos
comportamientos en los patrones de
fecundidad y de mortalidad, estas
diferencias señalan demandas etarias
diferenciales, especialmente en los sectores
de salud y de educación, como también una
mayor relación de dependencia económica
potencial en los grupos de menores
ingresos.
Como se observa habitualmente, los niveles de
escolaridad están estrechamente relacionados con el
ingreso: el promedio de años de educación de la
población económicamente activa potencial (mayores
de 14 años) del primer quintil de ingreso es de 7
años, llegando a 13años en el último quintil. Hombres
y mujeres tienen igual promedio de años de
educación en todos los niveles de ingreso.
Poco menos de la cuarta parte de los hogares tienen
por jefe a una mujer. Aunque en general se ha
reconocido una asociación entre jefatura femenina y
pobreza, los porcentajes son muy similares según
quintiles de ingreso.
Alrededor del 90% de los hogares reciben el agua
de la red pública y cuentan con llave dentro de la
vivienda.
Estas condiciones son diferenciales según nivel de
ingreso: la cobertura es casi absoluta en el
quintil de mayor ingreso, mientras que en el
primer quintil es de 79% y 72% respectivamente.
La misma tendencia se observa con respecto al
alcantarillado: poco más de la mitad de los
hogares del primer quintil viven en viviendas
cuyo sistema de eliminación de excretas está
conectado a este sistema, mientras que en el
último quintil es de 94%.
A diferencia, la energía eléctrica está presente
en el 90% o más de los hogares de todos los
quintiles.
Partimos de una evidencia primaria que es la
existencia de las desigualdades sociales, esto
es, la existencia de poblaciones que tienen
diferencias socio-económicas, educativas,
culturales... que determinan distintos estratos
sociales.
El capital de salud se encuentra en relación
directa con las desigualdades sociales, de
forma que existe en término de morbi-
mortalidad una distribución social de la
enfermedad. Es por tanto evidente, “que la
salud es peor en grupos sociales con ingresos
bajos o que viven en condiciones precarias y
en lugares no saludables”
Tenemos por una parte zonas que manifiestan
claramente estas situaciones de desigualdad. Por
otro lado, sabemos también que existen colectivos
que sufren especialmente las diferencias sociales que
les están repercutiendo en salud (inmigrantes,
drogodependientes, personas sin techos, etc...). Y
también existen una población dispersas que por
razones nuevamente socio-económicas o de índole
que afecta a su proyecto vital: mayores, jóvenes
excluidos del proceso educativo, mujeres separadas
y sin recursos y mujeres en general, entran en
itinerarios que conducen a la desigualdad y a la
exclusión social.
El concepto hoy más utilizado como de exclusión social
engloba todo los caminos que conducen a la
desigualdad, entre los que podemos concretar:
* pobreza,
* dificultad en la integración laboral,
* problemas de acceso a la educación y los mínimos
grados educativos.
* ausencia de hogar, familias desestructuradas,
* residencia en zonas, barriadas o comunidades con
múltiples carencias.
* limitaciones físicas y psíquicas,
* ausencia o déficit de apoyo familiar y social,
• ámbitos de marginación social (adicción a
drogas, internos en centros
penitenciarios,...
Teniendo siempre en cuenta que el
determinante más importante de la
exclusión es el socio-económico y por
tanto la pobreza, aunque como ya hemos
comentados existen otros itinerarios que
conducen a la exclusion.
A nivel mundial, desde los años 60 hubieron
iniciativas importantes para relacionar la desigualdad
en el terreno de la salud, referencia obligada en este
sentido es el “Black Repport”, donde se evidenciaba
la relación de la mortalidad con las clases sociales en
Inglaterra. Informe que llegó a ser de tal importancia
que se introdujo como moderador en el reparto de
recursos entre los servicios sanitarios a necesitados,
por su condición de precariedad social.
Con el mismo esquema aunque dos décadas después
y con una metodología similar y actual está el
Profesor Navarro, quien desarrolló un informe
similar para el territorio español, y cuyo equipo
continuó con trabajos posteriores que evidenciaba
con mayor precisión la relación establecida entre la
“mortalidad estandarizada” de un grupo importante
de enfermedades con un indicador sintético de
deprivación, en cuanto a: empleo, vivienda, nivel
instrucción, etc...
El resultado de dicho estudio desagregado hasta
niveles censales pequeños, reflejaba amplias
diferencias territoriales, en cuanto a desigualdad
relacionada con mortalidad en edades tempranas.
En todo el mundo, existen desigualdades sociales
inaceptables en el campo de la salud, según
condiciones geopolíticos, sociales, étnicas, de
género, raciales, entre otras, de las cuales no
está exento nuestro país.
Durante la década recién pasada, Chile experimentó un
importante crecimiento económico, con efectos
favorables en el ámbito del acceso a la salud,
educación y servicios comunitarios; reducción de la
pobreza, aumento del gasto público en programas
sociales, entre otros. No obstante, a pesar de estos
avances, persiste la inequidad en la distribución del
ingreso.
Los AVPP son un indicador de daño en salud a causa
de las muertes en personas jóvenes o de
fallecimientos prematuros, que se basa en la
premisa que cuanto más prematura es la muerte,
mayor es la pérdida de vida. Este indicador ha sido
utilizado para el análisis de las inequidades en
salud, pues se correlaciona significativamente con
otros indicadores de mortalidad, pero además se
aproxima a la medición de la mortalidad evitable,
entendiendo que una muerte es evitable cuando
“ocurre de forma innecesaria y prematura, pudiendo
ser prevenida mediante acciones individuales o
colectivas, orientadas al control de determinantes de
la salud”.
Existe evidencia que avala la correlación entre las
desigualdades geográficas de la mortalidad y las
diferencias en indicadores socioeconómicos, siendo la
mortalidad evitable mayor en los lugares de mayor
deprivación.
En el período comprendido entre 1999 y 2003 en Chile se
perdieron cada año, en promedio, 1.239.362 años de Vida
Potencial. En el mismo período ocurrieron 407.420 muertes,
lo que implica que por cada defunción, se perdieron en
promedio 15,2 años de vida potencial. Entre 1990 y 2003 la
tasa de AVPP ha mostrado un descenso sostenido. Así, en
1990 la tasa de AVPP del país fue de 119,4 por mil
habitantes, llegando a 76.6 en el 2003; es decir, en 13 años
se produjo una disminución del 36%, a la cual contribuye
en un 7% el descenso observado en el último quinquenio.
En general, todas las regiones del país han
presentado una tendencia al descenso de sus
tasas de AVPP similar a lo observado a nivel
nacional; sin embargo, si se observa lo ocurrido
en el último quinquenio (1999-2003), la XII
región ha aumentado su tasa y las regiones XI y
VI han frenado su descenso.
Sin embargo, la salud puede ser influida por otras
variables que modifican la relación entre nivel
socioeconómico y resultados de salud. Entre
ellas, destaca el rol de las políticas de salud
pública.
Países con similar estándar pueden diferir marcadamente en
el estado de la salud de sus poblaciones de acuerdo a la
calidad de las intervenciones de la política de salud
pública y otras políticas sociales.
Así como el nivel socioeconómico puede determinar
directamente la salud de las personas y familias, también
es capaz de influir en forma indirecta a través de canales
como la alimentación, la higiene ambiental y los lugares
de trabajo más seguros. Al mismo tiempo, los problemas
de salud pueden incidir en un menor nivel socioeconómico
a través de su impacto en variables tales como la
productividad laboral, la permanencia en los puestos de
trabajo y la reducción del patrimonio y de los ahorros.
La redistribución de los ingresos no sólo es necesaria
para garantizar un acceso adecuado al consumo de
los grupos vulnerables, sino porque también
contribuye a una reducción de las brechas en materia
de salud y calidad de vida.
Favorecer las intervenciones directas en los problemas
de salud de las poblaciones pobres tiene también
efectos sobre la capacidad de generación de ingresos
de estos grupos, ayudando a la superación de la
pobreza. Esto es, el gasto en salud no sólo ayuda a
prevenir y tratar la enfermedad, sino que contribuye a
que las personas puedan desarrollar vidas más
productivas. De esta forma, influye en la reducción de
las desigualdades de ingresos y la pobreza.

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